Lorenzo

Un nuevo aprendiz llega al taller y se hace muy amigo de otro aprendiz.

Lorenzo

Cuando Lorenzo llegó al taller, hacía muy poco que había abandonado el instituto. No le interesaba para nada el colegio y su familia decidió que aprendiera un oficio. Mediante no se qué jefecillo, del que era familia, entró como aprendiz. Yo también era aprendiz en otro departamento anejo al taller, aunque tenía dos años más que él.

Lorenzo, a pesar de que ya no era un niño, tenía un aspecto muy infantil, parecía que todavía no había dado el cambio, incluso la voz era bastante blanca y cantarina. No se le notaba todavía los fallos de voz propios de la adolescencia.

Era muy guapo, por lo infantil, muy agradable a la vista, sólo tenía un defecto, las orejas eran algo grandes y él trataba de esconderlas dejándose el pelo para que las cubriera. Como digo era una preciosidad de crío. Tenía unas facciones muy finas. De piel clara. El pelo muy castaño pero sin llegar a rubio. Los ojos oscuros, muy expresivos y con largas pestañas. A veces tenía que aguantar las bromas de los compañeros del taller que le decían que tenía cara de niña. Él no se cortaba y cogiéndose la entrepierna les decía, que lo que tenía allí no era de niña y les invitara a comprobarlo. Eso a mí no me lo dijo porque yo estaría encantado de comprobarlo. Una vez, casi al principio, un oficinista, muy mariquita, le dijo al oído "Hasta los dientes me los comía yo". Él se sonreía y casi agradecía el piropo.

Su cuerpo apenas llenaba el mono de trabajo. No tenía redondeces que se le notaran Me llamaba mucho la atención sus manos, nunca había visto unas manos tan bonitas y tan estilizadas en un crío. Luego, con el tiempo y el tipo de trabajo que realizaba, se les fueron deteriorando. Aún así siempre me gustó jugar con ellas

Lorenzo era un chaval de barrio, se había criado en la playa. Era el mayor de los hijos de una familia muy numerosa. La calle fue su escuela. Era un pícaro, pero no era malo. Amigo de sus amigos hasta las últimas consecuencias. Tenía un carácter muy alegre, siempre estaba de buen humor y nunca recuerdo haberlo visto enfadado.

Desde el primer día que apareció por el taller me llamó la atención y no solo eso sino, por qué no decirlo, me atraía físicamente. No estaba claro si era porque parecía una niña o porque era un niño. Yo ya había tenido alguna que otra experiencia con las chicas de mi calle, incluso me había llegado a correr alguna vez después de algún calentón con alguna de ellas que realmente me gustaba. Pero aquello era otra cosa. Cuando aparecía en el mostrador pidiendo alguna pieza o alguna herramienta que necesitaba su oficial para el trabajo, yo sentía como el corazón se me aceleraba y buscaba la forma de acercarme a él y a su sonrisa. Cuando le acariciaba disimuladamente el pelo o simplemente cuando jugaba con sus dedos como sin querer, hacía que sintiera un cosquilleo en el bajo vientre y la polla se me ponía dura. Estaba claro que Lorenzo encendía mi pasión, como decía la canción de Jim Morrison.

Siempre buscaba la forma de estar junto a él. El me veía como un amigo mayor con el que se sentía a gusto, hablábamos de muchas cosas. De la situación política del momento. De su paso por la escuela, que no le había gustado nada. Del cine que a mí me gustaba y que pronto comenzó a gustarle a él. De música. A él le gustaba lo que se oía en su barrio. Yo empecé a pasarle cintas de casete que le grababa con la música que me gustaba y comenzó a interesarse por Dylan, Lou Reed, Leonard Cohen, incluso en John Cale, un total desconocido entonces y muy minoritario ahora. Lo que no conseguí nunca fue que se interesara por la lectura. Su cultura podemos decir que era una cultura "popular", quizás por ello, en el campo erótico era un verdadero experto. Por lo visto, tenía una vecina mayor que él que lo había iniciado en el sexo desde muy jovencito. Según contaba todo comenzó jugando a los médicos, cuando ella ya se había desarrollado. Se hacían verdaderos reconocimientos muy a fondo. La vecina terminó haciéndole unas pajas descomunales, cuando ya eyaculaba, utilizando todas las técnicas imaginables, mientras él le metía mano todo lo que podía, le chupaba las incipientes tetas, también le correspondía metiéndole los dedos e incluso llegaron a follar con gran deleite de la chica que se corría dando verdaderos gritos. Incluso a veces Lorenzo venía con mordeduras en el cuello debido al desfogue de la vecina. Pero había algo que nunca conseguía el chavel, era que la vecinita se la mamara. A pesar de los ruegos del "neopuber", esta se negaba porque no le gustaba lo de chuparla y por eso no lo consentía nunca. Teniendo en cuenta lo joven que era, estaba muy enterado de todo lo referente al sexo, y era algo a lo que no le hacía ascos ya que también se hacía pajas colectivas con los amigos de la playa desde niño, al parecer cada uno con la suya, por lo menos eso era lo que decía. Ante todo esto, a mi se me hacía la boca agua y me subía mucho la fiebre.

Yo intentaba toquetearlo todo lo que podía. Una vez le ayudé a coger no se que cosa de lo alto de un armario. Con esa escusa le sobaba los huevos y la polla, que aparentemente no eran nada pueriles. Él hacía como que no se enteraba, pero se demoraba lo que podía para que lo siguiera sobando, hasta que notaba como crecía en mi mano el bulto del niño y ahí lo dejaba.

Después de comer, nos sentábamos en las escaleras esperando la hora para entrar a trabajar, él en un escalón más arriba del que yo ocupaba. Le metía la mano por el pernil del mono y me recreaba en el vello que le comenzaba a surgir por encima de los tobillos, vello muy dulce al tacto. Mientras hablábamos yo me entretenía en aquel juego erótico y Lorenzo lo aceptaba y se dejaba acariciar dando la sensación que le gustaría que aquello fuera a más. Otras veces le metía la mano en el bolsillo del mono y le acariciaba la polla a trabes de la tela. Él se dejaba hacer con una sonrisa pícara. Ha veces la pasión me hacía morderle los dedos, por no morderle otros lugares de su cuerpo.

El paso siguiente fue en los vestuarios. Me gustaba verlo de quitarse el mono y quedarse en calzoncillos. Tenía un cuerpo de adolescente casi perfecto, que yo acariciaba mientras él se aseaba. Cuando estábamos solos, le tocaba los huevos por encima de la fina tela de los eslip. Eslip que a veces tenían la huella de la última paja que se había echo o que le había echo su vecina. Otras veces le tiraba del elástico de los calzoncillos y le veía el culo, más blanco que el resto del cuerpo. Siempre me ha gustado ver la línea de separación que existe entre la piel que toca el sol y la que queda fuera de su alcance. Le metía la mano y le acariciaba tan dulce zona. Siempre era yo el que cortaba el poder ir más allá.

No se si por amistad hacia mí. Lorenzo me dejaba hacerle lo que quisiera, pero yo no seguía quizás por lo que podía pensar el chaval de mí. Se que era una tontería, quizás propiciada por la incertidumbre de una sexualidad aún no muy definida y mucho menos aceptada

Un día le pedí que me en enseñara el incipiente pubis para ver si el pelo de allí era más oscuro que su cabello. Estábamos en la penumbra del sótano del taller. Lorenzo no lo dudó ni un momento se bajó la larga cremallera dejando ver los calzoncillos, bajó el elástico del eslip dejando ver el muy abundante vello.

-¿Ves como son más negros que el tizón?- Dijo sonriendo.

Yo alargué y mientras él permanecía sujetando el elástico, yo le acariciaba los pelitos. Seguro que esperaba que aquello no se quedara allí, pero yo retiré la mano, dejando otra ocasión pasar.

-Sí, ya lo veo son mas oscuros pero también me gusta acariciártelos como los de las piernas

-¿Quieres verme la polla? ¡Me estoy poniendo a cien!

Diciendo esto se bajó aún más los calzoncillos y apareció un bonito ejemplar de polla adolescente que pendía y que estaba al alcance de mi mano.

-Cógemela, ya verás que piel mas suave tengo aquí.

En efecto alargué la mano y se la cogí sopesándola.

-Que ¿Te gusta mi polla?

Podéis pensar que ya lo había conseguido. Pero no, no fue así. Se la solté cuando ya comenzaba a coger volumen. Diciendo:

-Subamos, seguro que nos estarán buscando.

Lorenzo contrariado se la guardó. Se subió la cremallera del mono, se encogió de hombro y dijo:

-Bueno tú te lo pierdes. Me estaba poniendo muy cachondo y no nos hubiera venido nada mal una buena paja.

Subimos al taller y cada uno nos fuimos por nuestro lado.

A los pocos días Lorenzo vino diciendo que a su padre lo trasladaban a otra ciudad en el trabajo y aunque él insistía en quedarse con su abuela, sus padres no consintieron dejarlo aquí. Así que los acontecimientos se precipitaron y una tarde nos despedimos tras bajarnos del autobús en el centro de la ciudad.

Fue una despedida triste. Nos dimos la mano, sin atrevernos a abrazarnos, yo lo quería y él me tenía cariño.

-Te voy a echar de menos.- Le dije

-Yo a ti también, hemos pasado muy buenos ratos juntos. ¿Verdad?

-Te escribiré.

-Y yo prometo contestarte.

-Adiós.

Yo me quedé viendo como se alejaba. El se volvía de tanto en tanto y me decía adiós con la mano sonriendo. ¡Que cuerpo tan bonito tenía! Me gustaba hasta su forma de andar. Y musité –Te quiero Lorenzo- Él no lo pudo oír, pero de sobra lo sabía.

Estuvo casi un año fuera. Efectivamente nos escribíamos con cierta frecuencia. Tenía una letra muy infantil y alguna que otra falta de ortografía. Esto sirvió para que siguiéramos en contacto aún en la distancia.

Regresó la familia porque a su padre lo prejubilaron y él volvió al taller. Cuando lo vi llegar me di cuenta que ya no era aquel pícaro adolescente que me tenía totalmente encandilado. Se había convertido en un joven bastante alto. Las facciones se le habían endurecido, pero aún así me seguía gustando y lo seguía queriendo. Reanudó aquella tórrida relación que interrumpió con la vecina que lo había iniciado en el sexo. La cosa era tremenda, él decía que no la quería pero que con ella lo hacía todo, pero no conseguía que se la chupara. A la vez, rápidamente, se echó novia, amiga de sus hermanas, y con ella también tenía relaciones sexuales casi completa porque la novia tampoco consentía hacerle el número tan deseado.

Nosotros reanudamos la amistad donde la habíamos dejado, aunque me di cuenta que Lorenzo, ya no admitía aquellos juegos eróticos que tanto le gustaban antes. Una tarde que vino a mi casa en moto, nos tumbamos los dos en la cama de mi cuarto para oír música, Por aquel entonces casi siempre sonaba en mi tocadiscos "Animals" de Pink Floy. Lorenzo se había quitado la camisa y yo me dedique a acariciarle el pecho, bastante musculoso, y fui bajando la mano el ombligo de donde partía un reguero de pelitos que se encaminaban hasta el pubis donde quedaban ocultos por el pantalón. Decidí ir más allá y le besé los pezones que eran poderosos, seguí besando y le lamí el pecho, el vientre, el ombligo, pero cuando intenté quitarle la correa, para ver donde terminaba el reguero de pelitos también lamidos, Lorenzo, que no parecía del todo relajado, me retiró y dijo

-Se ha terminado el disco. Voy a darle la vuelta.

Me dejó totalmente cortado, ya que no se volvió a tumbar en la cama, sino que al poco rato dijo que se tenía que ir. Yo me tuve que masturbar mientras oía como ponía en marcha la moto en la calle.

Estaba claro que ya no era el niño que veía el sexo como un juego y estaba dispuesto a jugar conmigo. Ahora, quizás por el cariño que me tenía, era mi amigo, me permitía que lo tocara, que lo acariciara, incluso que lo besara, pero sin ir más allá. Parecía que su opción sexual estaba definida, era heterosexual. Se habían cambiado las tornas. Ahora era yo el que deseaba llegar con él a todo. También me había definido, me gustaban los chavales y punto.

Pronto se compró un utilitario de segunda mano. Por él pasaba la vecina y la novia y allí pasaba de todo menos lo que más deseaba, no había mamada.

Una tarde cuando salimos del trabajo, íbamos de regreso a casa.