Lolitarellenita. Gran hermano

Mi mano izquierda bajó acariciando mi estómago y mi ombligo hasta alcanzar los rizados bellos de mi pubis. Allí quedó entretenida, mesando con mimo, dibujando los contornos de mi tierno sexo, reconociendo la dureza de mi clítoris dispuesto ya para el roce.

GRAN HERMANO

DESPERTAR

En mi habitación, la luz se colaba suave entre los visillos de la ventana y comencé a despertarme lentamente.

Había tenido un sueño en el que Andrés me besaba y acariciaba con dulzura rodeándome con sus brazos, jugando con su lengua en el interior de mi boca, jugueteando con sus manos entre mis muslos hasta alcanzar la fina tela de mi braguita.

¡El sueño había sido tan real! Parecían reales las caricias sobre mi braguita, pareció real su mano colándose bajo mi prenda y tomando contacto con mis humedades, pareció totalmente real su dedo penetrando, acariciando y masajeando.

A medio camino entre el sueño y la vigilia sentí que una dulce pero profunda excitación había tomado posesión de cada centímetro de mi anatomía y de cada una de mis neuronas.

Duermo desnuda y mi mano comenzó bajo las sábanas a recorrer los contornos de todo mi paisaje. Mis senos se encontraban con los botones erizados y duros. Los acaricié con la yema de mi dedo anular y mis pezones respondieron endureciéndose aun más, ganando una sensibilidad extrema que transmitía cada caricia eléctricamente al resto de mi morfología.

Mi mano izquierda bajó acariciando mi estómago y mi ombligo hasta alcanzar los rizados bellos de mi pubis. Allí quedó entretenida, mesando con mimo, dibujando los contornos de mi tierno sexo, reconociendo la dureza de mi clítoris dispuesto ya para el roce.

Abrí las piernas juntando la planta de mis pies y separando las rodillas. Mi entrepierna se abrió como una fruta madura y mis dedos se impregnaron con la destilación generosa que de sus labios emanaba. Me sobé con esmero, rítmica pero lentamente, provocándome crecientes espasmos.

Empecé a recordar la cita con Andrés de la tarde anterior y empecé al mismo tiempo a introducir mi dedo en el ojal del amor, sintiendo sus paredes aceitosamente impregnadas y acogedoras. Recordé su estaca dura en mi mano. En la cita lo había masturbado. Recordé mis caricias sobre el pene erecto, su olor, su dureza. Yo besaba a Andrés con pasión en la boca y masturbaba con suavidad su tremenda envergadura, henchida de sangre.

Metí otro dedo en mi coñito, ya tenía dos dedos dentro, y a la vez me frotaba en redondo mi clítoris pleno y rojo.

Sentí llegar mi orgasmo y lo hice coincidir con el recuerdo de la eyaculación de Andrés. Apreté mis piernas sintiendo en mi mano y en mis dedos penetrantes las contracciones de mi vulva.

Me quedé de nuevo dormida.

En mi habitación, la luz se colaba suave entre los visillos de la ventana.

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DESCUBRIMIENTO

Vivo en un coqueto apartamento desde hace dos meses. Es un pisito pequeño con un solo dormitorio que a la vez se convierte, al plegar la cama, en salón, sala de estudio y comedor. Tiene una cocinita muy pequeña, de esas americanas que comunican con el salón y un cuarto de baño ridículo con ducha, lavabo y sanitario. Pero todo es nuevo, a estrenar, incluso los muebles y electrodomésticos.

Me lo alquilaron mis padres para que no tenga que desplazarme a diario a la universidad que dista de mi casa más de cincuenta kilómetros.

Además ya tengo 19 años y me apetecía independizarme de casa y probar las delicias de la emancipación. Así que insistí e insistí hasta conseguir mi objetivo. Mis padres no tienen problemas económicos y soy hija única, así que acabaron accediendo a mis deseos.

Soy bonita, algo bajita, algo rellenita, morena, muy sensual, adornada por la madre naturaleza con unas curvas imponentes que hacen que mi pequeño exceso de carnes resulte aún más atractivo.

Me gusta el sexo desde que tenía once o doce añitos. Siempre fui la más sexual de mis amigas.

Mi vecino, Julián, es el dueño del apartamento en el que vivo. Es un señor de cuarenta y cinco años, soltero pero atractivo, amigo de mi padre desde hace muchos años.

Fue él, el que le dijo a mi padre que tenía la vivienda libre y se la ofreció en alquiler a un precio irrisorio para lo que se pide en la zona. Insistió en su oferta hasta que mi padre asintió.

Su piso es contiguo al mío y le dijo a mis padres y a mi misma que le tendría al lado para cualquier problema. A mis padres les tranquilizó saber que Julián estaría tan cerca.

Él había adquirido su apartamento hacía poco, ya os comenté que es una vivienda nueva. Y el apartamento contiguo, según nos confesó, lo adquirió como inversión, prefería que yo lo ocupase a tenerlo vacío y sabía que se lo iba a cuidar bien.

La pared que separa los dos apartamentos posee un gran espejo cuadrado embutido. Me gustó el espejo, es enorme y hace que el apartamento esté más iluminado y parezca mucho mayor.

El portal está custodiado por Francisco, un portero viejecito simpático y atento que desde mi llegada se desvive por atender cualquier petición que le haga, creo que le tengo enamorado.

Me saluda efusivamente, siempre con una sonrisa y me llama señorita. Me hace gracia el tono cariñoso en el que me saluda: "Buenos días señorita Valery".

Me vestí para salir hacia la universidad y baje hacia el portal. Me extrañó que Francisco me estuviese esperando en el primer rellano de la escalera.

Le noté un gesto distinto al de otros días. Ni siquiera me saludó. Estaba nervioso.

Perdone que la moleste señorita, me dijo con tono serio.

Dime Francisco, le contesté.

No se como explicarle, es un asunto muy delicado y mi puesto de trabajo está en juego.

Me estás asustando Francisco, le dije, cuenta por favor.

El continuó:

Ayer entré en el apartamento del señor Julián, tengo llave, y la vecina de abajo tenía una mancha en el techo como de humedad, así que abrí y fui a echar un vistazo.

El señor Julián se había dejado el tapón del lavabo de la cocina puesto y el grifo goteando, así que el agua salía y encharcaba el suelo.

Cerré el grifo y limpié el agua pero al ir a salir y apagar la luz, me sorprendió que el espejo que tiene en la pared se iluminase.

Sin encender la luz me acerqué al espejo y pude ver que a través de él se observaba el apartamento de la señorita. Con la luz apagada se ve el suyo con total nitidez.

Creo que el señor Julián es un mirón y la observa a través de ese espejo.

Me ha costado decidirme a decírselo, señorita Valery, porque el señor Julián puede hacer que me despidan si se entera de lo que le he contado.

No te preocupes Francisco, le contesté, no le diré nada. Ya buscaré una solución al asunto, eres un cielo. Te agradezco infinito que me lo hayas dicho.

Le pregunté que si estaba Julián en casa y me dijo que no, que ya había salido.

Después le pedí que me abriese el apartamento de mi vecino y accedió gustoso.

Cuando entré no encendí la luz, me acerqué al espejo que en este caso no resultaba ser espejo sino ventana. Tenía un panel corredero para que cuando él encendiera la luz el cristal quedase herméticamente protegido.

Junto al espejo un butacón de esos con brazos, de piel y una mesita auxiliar con pañuelos de papel, los restos de un cubata y un cenicero que ya había limpiado de colillas.

Al hijo puta le faltaban nada más que las palomitas, pensé.

Le planté un beso en la mejilla de agradecimiento a Francisco y continué bajando las escaleras.

Antes de salir me volví y le repetí: "no te preocupes". Él esbozó una sonrisa con un gesto mucho más tranquilo.

Pasé la mañana entre enfadada y atónita. El cerdo de Julián había puesto aquel espejo separando los apartamentos con el objetivo de espiar a sus inquilinas. Seguro que tenía decidido alquilarlo solamente a mujeres. Ahora comprendía el tesón que mostró en ofrecérmelo y lo ridículo del precio del alquiler.

Se me venía a la memoria las ocasiones en las que había estado desnuda o a medio vestir en el apartamento. Ya os comenté que duermo siempre desnuda.

¡Cuantas veces el mirón asqueroso me habría estado espiando! Sentado en su sillón, fumando con una mano y machacándosela con la otra.

En mitad de mi desasosiego sentí algo de alivio. Por suerte salgo con Andrés desde hace solo dos semanas y aún no había subido a mi casa.

Pensé en las posibles soluciones.

La más drástica comentarles a mis padres el asunto y poner una denuncia al cerdo para que pagase su perversión. Pero Julián además de amigo íntimo es su jefe en la empresa y temí por mi padre.

Podía inventar cualquier excusa y dejar el apartamento. Mudarme a otro. Pero era un lío engorroso y el precio al que nos puso el alquiler, convertía esa solución además de cara y poco práctica, en una decisión imposible de explicar a mis padres.

Por último, como solución menos llamativa y más llevadera podía tapar el espejo con algo y estropearle el plan al mirón.

SOLUCIÓN

Al llegar de vuelta de las clases me dirigí a Francisco y le expliqué la situación. Le comuniqué que taparía el espejo y que se quedara tranquilo. Además le aseguré que, en un futuro, me pondría en contacto con mi sucesora en el alquiler del pisito para explicarle el asunto y estropearle el plan al asqueroso voyeur.

Pregunté a Francisco si Julián había llegado. Eran las siete de la tarde. Julián me contestó que no solía volver hasta las ocho u ocho y media.

Entré en el apartamento y encendí la luz. Mis ojos se dirigieron automáticamente hacia el espejo. Era gigante tenia unos dos metros de alto, por abajo casi llegaba al suelo y por arriba se quedaba a medio metro del techo, y de ancho superaba el metro y medio.

Hasta ese momento me había encantado. Solía mirarme en él, probarme la ropa, ponía música y baliaba observando mis movimientos.

Abrí la cama y me tumbé dándole vueltas a la cabeza. Un armario podría servir para taparlo y además era la excusa perfecta. Era viernes y al día siguiente sábado, no tenía clases. Iría a comprarlo por la mañana. Por la tarde estaría instalado.

Me incorporé y comencé a prepararme algo de cena, puse la tele y comí olvidando el asunto momentáneamente hasta que sonó el teléfono.

Era Francisco, el portero, que me avisaba que Julián subía en ese momento.

Apagué nerviosa la tele. Pude oír la puerta del apartamento de Julián al cerrarse. Me dirigí corriendo al cuarto de baño y me encerré. Era mi fortín, mi refugio. Me desnudé y me metí en la ducha.

El corazón me latía con fuerza. Tenía una sensación rara mezcla de miedo y nerviosismo. El agua templada me recorría tranquilizando mis temores.

De repente me asaltó una idea. ¿No habría puesto el cerdo de Julián alguna cámara en el baño?

Hice un recorrido visual de las paredes y de los muebles y me tranquilicé al comprobar que era imposible. Más tranquila, me enjaboné profusamente, me encanta sentir el gel sobre mi piel y mis manos resbalar sobre mis pechos y mi culito. Una ola de sensualidad me poseyó inundadme de sensaciones.

Inexplicablemente me excité al saber que el mirón me esperaba sentado en su butaca de primera fila. Julián estaría esperando mi salida.

No podía impedir pensar en él una y otra vez. Me sorprendí a mi misma tocándome con la mano jabonosa ante la idea de ser observada por él y haciendo planes inconscientemente de cómo ponerme, qué vestir.

Pensándolo bien ahora era yo la que tenía el control de la situación. Me reí al pensar que era como un gran hermano con un solo espectador.

Me puse el albornoz y me sequé. Coloqué la prenda ligeramente abierta y salí al salón.

Me sentí observada, pero procuré actuar con naturalidad. Me dirigí al espejo con un cepillo y comencé a peinar mi pelo negro.

El albornoz entreabierto dejaba ver una generosa parte de mis pechos, ocultando mis pezones tras la toalla. Los tenía grandes y duros.

Puse música y bailé como en otras ocasiones frente al cristal, dejando entrever mis encantos de una manera sexy e insinuante. Me daba la vuelta y jugaba con las caderas, el albornoz es muy corto y al moverme asomaba algo de mi trasero.

Con el baile la prenda de ducha se me abrió aún un poco más. De frente al espejo vi como uno de mis pezones se había escapado mostrándose desnudo y sugerente.

Julián debía estar a mil revoluciones.

Dejé de bailar y me agaché para recoger las zapatillas del suelo. Lo hice de espaldas a él sin doblar las rodillas, ofreciéndole durante unos instantes la rotundidad de mi trasero y mi chochito desnudos.

No podía verme pero sabía el espectáculo que le estaba brindando.

A continuación me calcé las zapatillas y me dirigí directamente al apartamento de Julián.

Llamé a su puerta. Tardó una eternidad. Supe que debía estar semidesnudo por su demora.

Por fin abrió. Le pregunté si le quedaba algo de pan para hacerme unas tostadas al día siguiente y me contestó muy nervioso y con la cara roja como un tomate, que no, que no había comprado.

De reojo pude observar el bulto de su pantalón. Estaba erecto, enormemente erecto.

Según regresaba a mi apartamento me reí. Había confirmado mis suposiciones. El cerdito me espiaba masturbándose como un simio tras su atalaya.

Yo me había excitado con el baile y mucho más al ver el bulto en la bragueta de Julián. Le sabía sentado en su cómodo sillón, desnudo observando mi nueva entrada en la habitación.

Mi cama, al abrirse queda paralela al espejo y a escasos centímetros de él.

Me fui hacia el armario y sin quitarme el albornoz me puse un tanga pequeño de color negro. Después me enfundé un salto de cama que tengo semitransparente y cortito y me acosté sin taparme.

Julián me contemplaba a escasos centímetros. Si no nos separara el espejo podría tocarme con solo estirar su brazo.

Mis pechos y mis pezones se transparentaban bajo la gasa rosa del salto de cama, mis piernas desnudas y mi rajita apenas velada bajo el tanga negro quedaban libres a la inspección visual del cuarentón.

Me incorporé y giré la tele hacia la cama. Buceé entre los canales con el mando a distancia hasta encontrar el canal porno. Nunca lo había puesto hasta entonces, prefiero mis imaginaciones, pero me excitaba pensar en mi mirón viéndome observar aquellas guarrerías.

En la pantalla un negro con una polla inmensa era victima de una doble felación. Dos putitas se comían aquella verga negra y brillante.

Me mojé enseguida, sentía como se inundaba mi rajita y mis pezones se endurecían como dos gominotas de fresa.

Las dos zorritas comiéndose al negro y yo como una zorrita más, enseñando mi desnudez apenas cubierta a Julián. Me sentí tan putita como las chicas del televisor.

Lleve mi mano a uno de mis pezones y comencé a pellizcar sobre la fina tela. Me giré hacia el espejo como para observarme. Estaba bellísima con mis abundantes pechos derramados sobre mí. Esbocé una carita de puta refinada, cerré los ojos y me mordí el labio mientras posaba mi otra mano sobre el tanga.

Volví a mirar hacia la tele. El negro había empezado a follarse una de las dos zorras. Escondí mi mano dentro del tanga, abarcando mi chochito por entero. Estaba segura de que Julián estaba a punto de correrse.

Decidí darle un disgusto. Me levanté y apagué la tele y la luz. Volví a la cama, me tapé hasta el cuello y me hice la dormida.

DESENLACE

El sábado desperté muy temprano, creo que aún me duraba el estado de excitación. Cogí el móvil y llamé a Andrés. Eran las ocho. Le noté la voz de recién despertado.

Te echo de menos amor, le dije. Vente con unos churritos a desayunar conmigo.

Él se mostró extrañado pero no se negó. Me dijo que en una media hora estaría en el apartamento.

Me duché, me vestí con un camisoncito muy muy corto, y me maquille discreta pero elegantemente. Todo en el baño, mi escondite. Y desde allí también, cogí mi móvil y llamé a Julián. Tengo el teléfono de Julián, me lo ofreció por si necesitaba algo.

Entoné una voz ronca con acento extranjero para que no me reconociese y pregunte por Emilio. Él me contestó malhumorado que me había equivocado. Le pedí perdón y colgué. Había puesto en el móvil la función de número oculto para que no supiera quien le llamaba.

Seguro que lo primero que haría sería mirar por el espejo y comprobar que ya me había levantado.

Salí del baño como una gata, preciosa e insinuante. Con aquel camisoncito tan ridículo lucía realmente espléndida.

Abrí la ventana para que entrase luz abundante, el sol penetró en la estancia inundándome.

Me sabía observada de nuevo, cogí una silla la puse cerca del espejo, tomé las pinzas de depilar y me senté en la silla. Recogí una de mis piernas sobre la otra y comencé a depilarla.

Mis piernas abiertas e iluminadas por el sol de la mañana dejaban ver mi tanga. Las abrí más aún y seguí depilando, cada vez más cerca de mis ingles.

El miraba, seguro que miraba, mi rajita bajo la transparencia del tanga. Mis piernas abiertas en un gesto imposible.

Saqué la mitad del culo de la silla, hacia alante, ofreciendo al mirón el espectáculo de mi coño en todo su esplendor bajo la braga.

Bajé la braguita tirando del elástico hacia abajo y dejándola a medio camino de mi rajita, ofreciéndole una visión directa sobre el vello de mi coño y continué tirando de lo pelos con las pinzas, dibujando el perfil de la depilación brasileña que llevo.

Seguro que Julián ya se la meneaba.

Sonó el timbre. Era Andrés con los churros. Me colgué de su cuello y le besé apasionadamente. Él remangó mi camisoncito y comenzó a sóbrame el culo.

Disfrutaba al saberme observada por Julián y a la vez manoseada por mi chico.

-Desayunemos, le dije, antes de que se enfríen.

Nos sentamos en la mesita y calenté chocolate. Los churros estaban de muerte. Tenía un hambre atroz.

Andrés no necesita gran cosa para excitase. Su herramienta reacciona con solo tomar mi mano y besarla. Tras el desayuno me tomó en brazos como hacen los novios para entrar en el dormitorio el día de la boda y me llevó a la cama.

Al tirarme en el lecho quedé con el camisón sobre mi ombligo. Me di la vuelta y ofrecí la contundencia de mi culo a mis dos admiradores.

Puse mi cara mirando al espejo para que Julián la pudiese disfrutar. Mientras, Andrés se despojó de su ropa y quedó desnudo. Con su polla enorme y tiesa mirando al techo.

Masajeó mi culo y mi espalda, remangando primero y sacando después el camisón, para dejarme desnuda con tan solo el minúsculo tanga.

Me extendió un masaje por la espalda, sentado sobre mi culo y a la vez colocó su pene de forma que me rozase el clítoris.

¡Joder!. No había estado tan excitada en mi vida. Y tuve que gritar.

Seguro que Julián escuchó mi grito desde su sillón.

Andrés me dio la vuelta dejando mis pechos a la vista de Julián y me quitó el tanga.

Besó todo mi cuerpo totalmente desnudo, comenzando por mis pies. Yo estaba loca de frenesí. Cuando llegó a mi coñito empapado, hundió su boca en él y lo comió como no me lo habían comido hasta entonces.

Yo me dedicaba en el espejo cortas pero intensas miradas que en el fondo no eran para mí.

Luego se puso de rodillas a la altura de mis axilas, se inclinó apoyándose en la pared y metió su pene en mi boca.

No conocía mi faceta de exhibicionista, gozaba el doble al saberme observada.

Agarraba el pene de Andrés y lo masturbaba con la mano para volver a meterlo en mi boca.

-Pónmelo entre las tetas, le dije

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El obedeció. Apreté su polla entre mis tetas con las manos y el las folló. Noté como le venía el orgasmo. Su leche caliente inundó mi pecho y mi boca.

Me limpié frente al espejo, muy lentamente. Gasté varias toallitas de papel en el trabajo, la eyaculación había sido tremenda. Exhibiendo mi desnudez impregnada de semen a mi oculto observador.

Sabía que en el otro lado de la acristalada transparencia el líquido elixir del orgasmo había corrido también sobre su cuerpo.

El nuevo juego me había provocado varios orgasmos.

Decidí entonces no cortarme aquella fuente de placer y continuar con mi particular sesión de aquel gran hermano.

PDT: espero que os haya gustado, si queréis que os vuelva a escribir votar el relato. Es la primera vez que escribo y no sé si será de vuestro agrado.