Lolita se llamaba Sara (1)

Historia de una seducción. Primera parte: la fiesta.

Raf era feliz. Estaba casado con una mujer simpática y hogareña, tenía un hijo adolescente que no le causaba demasiados problemas y un buen trabajo que además le gustaba y que le permitió pagar la casa de dos pisos en la que vivían. Raf además era guapo, alto, y aunque a los 40 ya no era un chaval, las mujeres seguían mirándole de reojo al pasar; no había perdido su atractivo.

Raf tenía una vida feliz, sólo tenía una debilidad: las mujeres, o mejor dicho, las jovencitas. Y es que a pesar de su edad, Raf no había perdido ni una pizca de su lujuria ni de su apetito sexual. Y eso era un problema, ya que su mujer, a quien amaba, no le llenaba, era demasiado convencional en sus gustos, y Raf no. Él quería practicar cosas que su mujer nunca aceptaría, pero eso no era un inconveniente, Raf siempre había sido un ligón, antes y después de casarse. No lo consideraba engañar a su esposa, porque diferenciaba perfectamente entre sexo y amor; su mujer era sagrada, pero él necesitaba algo más, un ardor muy grande entre las piernas le pedía más y por tanto nunca tuvo problemas en ligar con alguna jovencita siempre que podía y llevársela a su casa cuando se quedaba sólo en vacaciones o en algún fin de semana, o a algún hotel. Había discotecas a las que solía acudir con asiduidad, y siempre triunfaba. Un maduro elegante, guapo, atractivo, con buena planta y con dinero siempre va a atraer jovencitas a sus redes, como la araña a las incautas moscas.

La vida de Raf corría plácida entre su vida hogareña, su sexo suave y tierno bajo las sábanas de su cama de matrimonio, y el sexo salvaje de sus escapas extramatrimoniales. La rutina amable de su mujer y las perversiones de las chicas que ligaba fuera. A Raf le gustaba cómo había estructurado su vida. Era feliz. Pero algo rompió esa estructura tan bien organizada: Sara, su sobrina adolescente.

Todo empezó en una de tantas reuniones familiares, quizá un cumpleaños o una cena tradicional, durante un verano, en la que la mayoría de la familia se reunía, abuelos, hijos, tíos, primos. Esa vez se habían reunido en la casa de uno de los abuelos, una casa de campo con jardín y piscina, ideal para reuniones familiares con tantos miembros, como era la de Raf. Hacía varios años que Raf no veía a su sobrina Sara, y cuando la vio entrar en el salón en el que estaba, acompañada de su padre, hermano suyo, su madre y sus hermanos menores, se quedó de piedra. La delgaducha sobrinita, tímida y apocada, la más feucha de todas sus sobrinas, había crecido. Y ya no era delgaducha, ni tímida, ni apocada, ni por supuesto feucha. Ya ni siquiera era sobrinita. Estaba altísima, o quizá era el contraste con sus recuerdos, en los que ella apenas le llegaba a la cintura, y su cuerpo se había ensanchado por todas partes, pero sobre todo esas partes de la anatomía que hacen que una niña deje de ser una niña y se convierta en una mujercita. Rubia, con el pelo muy largo y liso, boquita de fresa con unos labios finos pero llenos de calor y humedad, ojos azules que te derretían con sólo mirarte, naricita respingona y sonrisa pícara. Su camiseta apenas disimulaba la redondez de sus pechos y adivinaba unos pezones cuya dureza tenía que ser digna de contemplar. Llevaba shorts y sus piernas largas y morenas que parecía que no acababan nunca, las sandalias mostraban unos pies preciosos, con deditos pequeños y las uñas sin pintar.

Cuando Raf la dio dos besitos en las mejillas y olió su perfume, sus piernas temblaron. Para Raf la celebración dejó de tener sentido, hablaba con unos, con otros, sin enterarse la mitad de las veces de lo que decía o lo que le decían. Sólo tenía ojos para su sobrina.

Sara había sido una chica vulgar y corriente hasta que su cuerpo se desarrolló, lo cual pasó más tarde de lo que suele ser normal, pero cuando por fin sus pechos aumentaron, pegó el famoso estirón y dejó de llevar el corrector en los dientes, fue como la mariposa que por fin sale del capullo en el que había vivido toda su vida. Todo cambió para ella. Los chicos empezaron a mirarla, las chicas empezaron a envidiarla, y ella se sintió el centro de todas las miradas. Cambió su forma de vestir y cambió de ambientes y amistades. No quería seguir siendo el patito feo, era hora de ser el cisne más bello de la ciudad. Empezó a tontear con chicos, tuvo sus primeros escarceos sexuales, y al final sus primeras experiencias serias. Y Sara descubrió el sexo. Y le gustó. Pero Sara descubrió algo más: el poder.

Sara descubrió que atraía a los hombres maduros tanto como a los chicos de su edad, se dio cuenta de lo estúpidos que se volvían los hombres por una mirada suya, un guiño, una sonrisa. Y aprendió que podía jugar con los hombres y sacar de ellos mucho más que sexo, que podía manipularlos, y era mucho más divertido que hacerlo con los chicos de su edad.

Aquel día no se vistió para seducir, sólo eligió la ropa que cualquier otra hubiera elegido en un día tan caluroso como aquel, además que una reunión familiar era lo menos divertido que podía haber para ella en el mundo. Protestó y se enfadó, pero su padre la obligó a asistir, no había nada que ella pudiera hacer. Así que al final se resignó y sólo confió en que la noche más aburrida de su vida pasara lo más rápido posible. Besitos, besitos y más besitos, y aguantar miles de comentarios sobre lo grande que estaba ya, si era buena estudiante, y qué guapa y modosita era. ¡Si ellos supieran lo que estaría haciendo en aquel preciso momento si no tuviera que estar en ese muermo de fiesta, se desmayarían! No llevaba ni diez minutos en la casa y ya quería morirse, cuando entraron en otro de los salones del chalé del abuelo. Allí estaba la familia del tío Raf y algún otro familiar. Cuando Sara vio a su tío se quedó sorprendida. No le recordaba tan guapo y tan alto y tan fuerte y tan… De repente se dio cuenta que se había quedado embobada, le dio dos besos a su tío y al resto de parientes y se disculpó para ir al servicio. Cuando se quedó sola se maldijo por su estupidez. Su tío estaba como un queso y lo más probable es que pensara que su sobrina era tonta perdida, y además ahora se fijó en su ropa, y se arrepintió de no haberse vestido más guapa y elegante, incluso un poquito sexi, y no tan vulgar como iba.

Raf miraba a su sobrina de reojo siempre que podía. Estaban situados en la larga mesa en el jardín de modo que podía verla sin demasiado esfuerzo, al encontrarse en frente, varias sillas a su derecha. Era una de las adolescentes más sexis y provocativas que había visto en su vida. Pero no paraba de repetirse que era su sobrina, la hija de su hermano, que no podía mirarla de esa manera, ni siquiera pensar en ella como lo hacía. Había ligado y follado con muchísimas jovencitas desde que estaba casado, pero jamás había pensado en tener relaciones con un miembro de su propia familia. Sabía que estaba mal, pero una fuerza incontrolable e invisible le hacía girar la cabeza y mirarla. No prestaba atención a las conversaciones a su alrededor, ni disfrutó de la comida, los ojos se le desviaban cada dos por tres a su sobrina, a su boca, a sus tetas. Y una de las veces que la miraba de reojo las tetas, ocurrió lo que más temía, levantó los ojos y su mirada se cruzó con la suya. Sonrió avergonzado, pero sabía que el mal ya estaba hecho.

Sara se había fijado en su tío mientras tomaban el aperitivo en el jardín. Los adultos se habían juntado entre ellos y ella estaba en otra parte del jardín con sus hermanos y el resto de primos, algunos de similar edad a la suya. Habría preferido estar entre los adultos, quizá no para participar de sus aburridas conversaciones, pero sí para sentirse ella misma adulta, y también, ¿por qué no?, para echarle un vistazo más de cerca a su tío Raf. Pero de reojo, y a distancia, le veía. Era altísimo, mediría cerca de 1.90, y se le notaba fuerte; era guapo de cara, pero tenía una mirada algo canalla, y algo le decía que tras su apariencia de feliz padre de familia había algo más. Llevaba una camisa blanca algo ceñida al cuerpo, lo que marcaba sus músculos, y unos vaqueros usados que marcaban un culo que no dejaba de mirar. No se lo podía creer, ¿de verdad estaba mirando a su tío de manera sexual? Su hijo tenía casi la misma edad que ella y estaba a su lado, hablando de no sé qué juego de ordenador, y de repente se sintió culpable. Pero no pudo dejar de pensar en el padre de su primo, y mientras su primo le hablaba, ella le imaginaba desnudo y casi al instante su cuerpo sintió mucho calor.

Durante la cena se fijó en que su tío estaba sentado en frente y no muy lejos, pero la única vez que se atrevió a mirar, él estaba hablando con una de sus hermanas. Contempló su cara recién afeitada, su pelo moreno corto, su bronceado, y distinguió algunas arrugas que le daban más atractivo a su rostro. Nunca había deseado tanto follar con un hombre maduro, mucho mayor que él, como en aquel momento, y saber que estaba casado, con un hijo de su edad, y además hermano de su padre, no hizo más que añadirle un morbo como nunca había sentido en su vida. La gente a su alrededor le hizo olvidar por un rato a su tío, pero mientras tomaba el helado del postre, le miró otra vez. ¡Su tío le estaba mirando los pechos!, de reojo, pero con toda la intención, recreándose en ellos. Sara no apartó la mirada y cuando su tío levantó la suya, las dos se cruzaron. Sara vio el embarazo en los ojos de su tío e inmediatamente apartó la mirada, pero a los pocos segundos volvió a mirar. Su tío ya no la miraba, y hasta juraría que estaba colorado, pero como si la hubiera intuido, la miró otra vez y los dos mantuvieron la mirada. Sara sabía que estaba jugando a un juego muy peligroso, pero el morbo mezclado con el vino que le habían permitido tomar le hizo sostener la mirada de su tío y pasarse la lengua por los labios de forma aparentemente casual pero tremendamente provocativa. En la cara de su tío no se movía ni un músculo, estaba como hechizado, y consciente de su poder, Sara apartó la mirada.

Creyó que había cometido una tontería gigantesca cuando vio a su sobrina apartar la mirada y se quedó mirando su plato con los restos del postre, avergonzado y maldiciendo su propia estupidez, cuando algo, un sexto sentido quizá, le hizo mirarla de nuevo. Su sobrina le miraba otra vez, con esos ojos azules tan profundos, imposible adivinar lo que estaría pasando por su cabeza. Y entonces hizo ese gesto, era imposible que fuera una casualidad, nadie se pasaría la lengua por los labios de esa manera si no tuviera una intención. Raf estaba como hipnotizado, no podía ni moverse, ni siquiera cuando su sobrina dejó de mirarle para hablar con otro.

La reunión siguió pero ya no hubo ocasión de coincidir con su sobrina, los jóvenes se habían ido a alguna parte de la casa para jugar y los adultos se quedaron en el jardín fumando, bebiendo y charlando, pero la mente de Raf volvía una y otra vez a esos pechos, a esos ojos, a esa boca, a esa lengua. En un momento su mujer le preguntó si se encontraba bien, que parecía muy distraído, y él alegó dolor de cabeza para evitar más preguntas y sospechas. La reunión terminó y los distintos grupos se fueron despidiendo. Raf anhelaba y temía a partes iguales el momento de despedirse de Sara, deseaba sentirla cerca, aunque sólo fuera por un segundo, pero temía cometer alguna nueva estupidez. Se acercó a ella mirándola fijamente, sus ojos en los suyos, besó sus mejillas y durante un segundo la calidez y suavidad de su piel le envolvió, notó sus labios calientes sobre su piel y creyó que ardía. Se separaron, nadie había notado nada fuera de lo normal, sólo había durado un segundo, pero Raf supo que su sobrinita era mucho más de lo que aparentaba.

Volvieron a casa, y esa noche casi no pudo dormir. No paraba de pensar en su sobrina, y ya no le preocupaba que fuera la hija de su hermano, no podía quitársela de la cabeza, se la imaginaba desnuda, en mil posturas, vestida de las formas más sexis y provocativas, follando con él, haciendo realidad todas sus perversiones. Se tuvo que bajar con disimulo en pantalón del pijama pues la erección tan tremenda que tenía le obligaba a acariciarse. Su mente no paraba de crear imágenes de su sobrina, la veía montada sobre él, chupándosela, haciéndolo en lugares públicos, llenando su boca y su cara de semen, mordiendo sus pezones, hasta que no pudo más, se dio la vuelta y se abalanzó sobre su mujer, a la que echó el polvo más salvaje que la había echado en mucho tiempo.

Sara volvió a casa con una sonrisa, lo que complació a sus padres, que la dijeron que ya sabían que acabaría pasándoselo muy bien. Llegaron a casa y se acostó desnuda, acariciándose lentamente y pensando en su tío. Se quedó dormida con una sonrisa de placer y poder, de saber que su tío, un hombre maduro, padre de familia, acabaría comiendo de su mano y cumpliendo todos sus deseos. No era la primera vez que se aprovechaba de sus encantos, pero esta vez estaba dispuesta a arriesgarse con un miembro de su propia familia, sabía que ya tenía donde quería a su tío, ahora ya sólo era cuestión de jugar con él.

(continuará)