Lola
Puso una mano detrás, entre la nalga y el muslo, acercándome a ella. Pasó dos dedos por la rajita, muy suave, haciendo que el clítoris se marcara más en el bañador. Los dos dedos subían y bajaban, apretando lo justo para rozar mi botón. Mi marido se acercó, pasando detrás, acariciando mi barriguita.
Mi marido volvía del gimnasio justo a tiempo cuando entró en casa. Como salí a recibirlo con un bikini blanco, se me quedó mirando extrañado.
— ¿Qué haces? —me preguntó.
— Probándome unas cositas ¿Te gusta? —me di la vuelta.
— ¿Vamos a ir a algún lado?
— ¡No! ¡Que me estoy probando unos bañadores que he comprado! ¿Te gusta o no?
Volví a darme la vuelta. Esta vez me miró mejor. El bikini era más escaso de tela de lo que suelo usar habitualmente y eso no se le pasó desapercibido. No tengo mucho pecho y los triangulitos de tela realmente me favorecían los senos y el frío hacía que resaltasen mis pezones. La parte de abajo enseñaba mucho los glúteos.
— Estás muy guapa, sí.
— Anda, ven.
Fui al dormitorio seguida de mi marido y al cruzar el umbral vio a Lola, quedándose de piedra. Su reacción, la sonrisa incontrolable que apareció en su cara, lo rojo que se puso, delataba que la había reconocido y que ella le gustaba, pero eso ya lo sabía. Lola llevaba puesto otro bikini porque habíamos ido juntas de compras. Los ojos de mi marido se dirigieron fugazmente hacia las caderas y los pechos de mi invitada.
Lola era mayor que nosotros. Mantenía como podía una figura esbelta y era una de las habituales del gimnasio. Era el tipo de persona que, sin tener nada especialmente llamativo, resultaba muy atractiva. Mi marido y yo solemos ir a horas distintas para entrenarnos, pero cuando habíamos coincidido los tres, me había dado cuenta de que él no perdía ojo de aquella señora madura. Al final me habitué a estar pendiente de ella yo también, hasta que un día me encontré que ella estaba dirigiendo su vista hacia mí. En ese primer cruce de miradas me sentí violenta, pillada como si hubiese estado haciendo algo malo. Pero su forma de mirarme y su saludo cuando nos volvimos a encontrar al día siguiente me relajaron, haciéndome ver que posiblemente había encontrado una nueva amiga.
Empezamos a tener por costumbre el tomar un aperitivo reconstituyente al salir del gimnasio y ahí nos conocimos mejor. Poco a poco fuimos descubriendo aspectos más personales de nuestras vidas y nos fuimos enredando en una serie de confesiones muy íntimas. Casada y con una vida estable, ella era consciente que aún era blanco de la mirada de los hombres en el gimnasio. Eso era uno de los alicientes que le hacía volver a la aburrida rutina de los ejercicios, y acabó confesándome que cada vez elegía la ropa deportiva más sexy.
— ¡Tienes un culazo!
— ¡Anda ya! Esto es un gran invento —me dijo pasando la mano por el muslo hacia el glúteo, los leggings le sentaba de maravilla—, no ves la celulitis.
— Mi marido también te mira.
Lola hizo un gesto como si no supiese de quién le hablaba, pero realmente sí que sabía quien era él. Yo estaba acostumbrada a que mi esposo mirase a otras mujeres en el gimnasio, es algo natural, yo también miro a otros hombres. Así que le hice ver a Lola que no me importaba que la mirara, es más, la induje a lucirse más. Días más tarde me confesó que mi marido estaba cañón, que lo está, y más adelante me hizo ver que estaba abierta a nuevas experiencias... que no me excluían. La idea me resultó atractiva, excitante y delirante. Pero lo que empezó como elucubraciones infantiles, fue siendo recurrente en nuestras conversaciones. Hasta el día en que Lola ideó un plan, una encerrona para mi marido. Era descabellado, loco, pero ese día fuimos a comprar bañadores, los más sexys que pudimos encontrar. No fue hasta el último que me probé, que Lola no entró conmigo y me dio un fugaz beso en la boca. Deseaba perdidamente amar a esa mujer.
Así pues, mi marido estaba plantado en la puerta del dormitorio, sin atreverse a entrar, mientras que nosotras seguimos evaluando la compra. Lola me dijo que las braguitas del bikini contorneaban muy bien mi trasero. Pasó un dedo entre la tela y mi piel, para colocarlo bien. Yo me miraba en el espejo, pero pude ver cómo mi marido me miraba el culo y que ella lo miraba a él, y no dejó de mirarlo hasta que cruzaron la mirada.
— ¡No lo tienes bien puesto! Déjamelo a mi.
Desató la parte inferior del bikini, dejándome medio desnuda, con el sexo al aire. Mi marido y yo nos quedamos mudos, mirándonos sin poder reaccionar, pues ambos queríamos jugar, y no sabíamos llevar el ritmo de Lola. Más aún cuando ella se quitó sus braguitas y se puso las mías. No tuvo ningún reparo en mostrar su vulva frente a nosotros, y tampoco en ponerse algo que había estado tan íntimamente pegado a mí. Parecía una película porno barata, pero las intenciones estaban quedando claras. En nuestra desnudez, yo estaba algo descolocada, e intentaba a duras penas mantener la misma naturalidad que ella estaba mostrando en su descarado comportamiento. En sus anchas caderas mis braguitas eran aún más diminutas, y las ató con calma. Se ajustó la parte de la ingle hábilmente, y el relieve de su vulva quedó perfectamente definido en la tela. No podía dejar de mirar su sexo, y me preguntaba qué estaría haciendo mi marido.
— ¿Ves? —giró las caderas, sin ningún rubor al mostrar los glúteos con algo de celulitis—. Mira, te lo pongo yo y lo ves.
¡No me lo podía creer! Iba a hacerlo otra vez. Miré de reojo a mi marido, que me miró intentando arquear una ceja. Pegado a la puerta, era incapaz de mover un músculo y lo único que reaccionaba en él era su pene, que abultaba claramente en el pantalón. Lola se quitó las braguitas y me las puso. Exponía su sexo como si estuviese en una playa naturista, sin prestar atención al efecto de verla cubierta sólo con el top. Colocó la tela en mi ingle, tocándome con movimientos eficientes, pero tocándome. Sentí en mi sexo la tibieza que el suyo había dejado en la prenda, y también que la había dejado indudablemente mojada, y supe que yo también lo estaba. Lola se sentó en la cama. Sus pechos, algo más grandes y blandos que los míos, se movían libres bajo el bikini.
— ¡Muy bien...! Date la vuelta... enséñanos ese trasero tan bonito que tienes... qué envidia me das, chica... échalo un poco para atrás... tienes una mujer diez, guapetón.
Con mi culo en pompa, Lola nos estaba guiando a un deseo incontrolable. Los miré por el espejo y ambos me estaban mirando el culo. Pasé mis manos por él. Se les cambió la cara a los dos.
— Ahora de frente.
Me di la vuelta y Lola me cogió la mano, acercándome a ella. Pasó el dedo por mi vulva, acertando de lleno en mi clítoris y bajando un poco.
— Así es como lo debes llevar, bien pegadito —retiró la mano.
— Hazlo otra vez —pedí.
— ¿El qué? —parecía que realmente no sabía de qué le hablaba.
— Lo del dedo, ahí.
Se acercó un poco más y repitió el movimiento, dos veces.
— ¿Sigo?
— No pares.
Lola se sentó al borde de la cama, abriendo mucho las piernas.
— Igual se mancha la colcha —me dijo muy poco preocupada.
— Ya se lavará.
Puso una mano detrás, entre la nalga y el muslo, acercándome a ella. Pasó dos dedos por la rajita, muy suave, haciendo que el clítoris se marcara más en el bañador. Los dos dedos subían y bajaban, apretando lo justo para rozar mi botoncito. Mi marido se acercó, pasando detrás de mí, acariciando mi barriguita. Nos besamos. Su bulto contra mis nalgas hizo que pasara mis manos hacia atrás, intentando bajarle los pantalones con poca eficacia. El terminó de pasar, desnudándose y haciendo que su verga erecta no le pasase desapercibida a Lola, que la siguió con la mirada. Se sentó detrás de ella y metió las manos por debajo del bikini, amasando los pechos. Lola cerró los ojos y volvió la cara hacia él, para besarlo igual que había hecho yo hacía un momento. Ella pasó entonces la palma por mi sexo, asiéndome bien la vulva para seguir acariciándome el clítoris con el pulgar. Soltó mi nalga y acarició la mano de mi marido, sobre el bikini.
Tiró nuevamente de mí, por mi pubis, acercándome a ella. Cuando pudo alcanzar mis pechos, me tiró del bikini hacia abajo, y me puse de rodillas. Su intención era clara, más cuando abrió su vulva con la mano y se quedó esperando. Nunca había estado con una mujer, pero había probado mi propio sexo al masturbarme o al hacerle felaciones a mi marido, tras penetrarme. Tenía la excitación de haber sido tocada por ella, y el deseo de probarla. Acerqué mi boca. Mi marido me miraba. Imaginé su verga muy dura en la espalda de Lola, goteando. Puse mis manos en sus muslos, abriéndolos, y lo probé. Tan parecido al mío, un sabor dulce y salado impregnó mi boca. Ahora sus manos estaban sobre las mías. Y un gemido acompañó al primer contacto de mi lengua con su clítoris, animándome a seguir lamiendo aquél órgano que se iba endureciendo por momentos. La sensación de sentirme extraña haciendo lo que estaba haciendo se fue diluyendo con mi saliva.
Lola pasó una mano atrás y le dijo algo a mi marido. Este se puso de rodillas y acercó el pene a la boca de ésta. Lola hizo malabarismos para mover la cabeza a lo largo de la verga, agarrándose a ella y acariciando mi nuca. Ver esa boca en su pene me puso a mil. Veía cómo lo hacía y entendí lo que ella quería realmente, yo chupo igual cuando estoy a punto de tenerla dentro de mi vagina. Pero esa verga no necesitaba muchos más estímulos. Metí el anular en ella, estaba muy mojado y me gustó su tacto meloso. Ya con el índice también dentro, fui entrando y sacando los dedos, girando la mano a la vez para prepararla para mi marido.
Lola se tumbó, quedando su mano en alto, masturbando a mi hombre. Abrió las piernas subiendo los pies a la cama, quedando su sexo completamente expuesto. La pobre tenía que estar aún más excitada que yo, montando todo ese numerito de los bikinis, así que no me hice de rogar. Me levanté y dejé vía libre a mi esposo, que se colocó en posición. Pasó el brillante capullo por los pliegues e introdujo el falo en tres golpes, haciendo jadear a nuestra querida amiga cada vez que entraba más dentro.
Me gustaba ver la gran verga de mi marido aparecer y desaparecer en ella, brillando cuando salía. Por cómo gemía, era evidente que Lola llevaba tiempo necesitando una de esas. Me acerqué a ella y nos besamos. No fueron mis primeros labios, pero sí mi primera lengua de mujer. Sabíamos a sexo. Puse mi mano en su vulva, quería ayudarla a gozar. Las embestidas de mi marido no nos permitieron besarnos mucho más, pero conseguí llevarme un pezón a la boca. Sus senos se movían violentamente, así como la piel de sus muslos.
Me preguntó al oído si mi marido aguantaba, y le dije que dependía del día. Quiso que me penetrara a mí también, pero decliné su oferta. ¡Lola estaba gozando tanto! Y mi marido era un martillo neumático. Mi amiga me pellizcó el pezón y volvió a traerme a ella, para besarme. Pero en realidad ella estaba gozando de él y yo no existía para Lola. No pudo fijar su vista en mí hasta que volví a frotar su clítoris con fuerza, a la vez que yo frotaba el mío, pues el sonido húmedo del choque de sus cuerpos me había excitado completamente. Me hizo un gesto para que me acercara otra vez, y me pidió que me subiera encima de ella, para que nos follara a las dos, eso dijo.
Me subí encima, pecho con pecho, sintiendo en mi zona baja los temblores que mi marido inducía en la piel de Lola. Con su cabeza moviéndose según la fuerza de las arremetidas, Lola abrió la boca, sacando la lengua entre jadeos. Se la lamí al instante. Mientras la sorbía, mi marido metió la verga en mi sexo de una sola vez. Lentamente, pero sin prepararme. No me dio tiempo de protestar, pues recibir un falo que acababa de salir de Lola me estaba haciendo temblar. Eran sus jugos con los míos, su calor, y su lengua dentro de mi boca. El pene de mi marido durísimo, taladrándome. Ahora era Lola la que estaba más centrada en besarme y yo la que sólo podía gemir mientras mis pechos parecían tener vida propia.
Tras unos minutos, la verga salió completamente de mí, y a renglón seguido vi cómo los ojos de Lola se hicieron más grandes y se ponían en blanco. Su cabeza volvió a moverse arriba y abajo, abriendo otra vez la boca. Me acerqué para besarla, pero se me cayó un poco de saliva antes de llegar a ella. Metió la lengua para tragarla y la sacó otra vez, y aproveché el momento para besarla desde la húmeda punta hasta sus carnosos labios. Mi marido empezó a jadear.
— No te corras dentro, cielo —dijo Lola.
Con un gesto me hizo a un lado y mi marido empezó a moverse muy frenético. La vulva de Lola estaba enrojecida, realmente nuestro hombre había aguantando mucho, y casi todo se lo había llevado ella. Sacó el pene rápidamente. Mientras salían chorros de él, Lola lo asió apretándolo bien y lo llevó entre sus pechos, haciendo que terminara emanando una densa masa blanca. Con el mismo gesto que me apartó, me volvió a poner sobre ella. Sacó la lengua, buscando inútilmente el semen que caía lentamente hacia su cuello, mirándome muy pícara. Me incliné e intenté recoger un poco con la lengua, pero como se me resbalaba, junté los labios y sorbí. Pegué mis labios a los suyos y fui dejando caer la leche de mi marido, que Lola dejaba entrar lentamente en su boca, pasando la lengua por mis labios, estimulándome aún más. Llevé una mano hacia su sexo, encontrándolo completamente abierto, mojado, y mis dedos se metieron en su vagina muy fácilmente.
En cuanto dejamos de besarnos, bajé a su sexo y lamí el clítoris con ardor, pues quería rematar la buena labor de mi esposo. Lola apretaba mi cabeza sobre la vulva. Se retorcía, movía las piernas, el vientre. El orgasmo que vendría iba a ser glorioso. Metí dos dedos en la vagina y aquello estalló en mi cara. Sus gritos, sus espasmos, su clítoris y sus pezones durísimos... fue demasiado para mí. Me subí a la cama y empecé a masturbarme con los dedos, y Lola me tomó el relevo, frotándome rápida y eficientemente para hacerme llegar a un fantástico orgasmo.
Nuestra amiga aún quería más. Mi marido estaba también echado en la cama, así que se puso a la altura de su verga y empezó a masturbarlo y chuparlo. Naturalmente, aquello no tenía ninguna consistencia, pero ella no se dio por vencida. Se sacaba el blando pene de la boca y lo masturbaba, me miraba en una invitación silenciosa y volvía a chupar. Besé a mi marido y me puse junto a Lola, intercambiando el pene en nuestro afán de luchar contra la naturaleza. La boca de una al miembro, luego la de la otra, después nuestras bocas juntas, con pene, sin pene... y éste empezó a crecer. Al poco, la mano de Lola recorría una verga ya erecta completamente y me miraba con ardor. Ponte a cuatro, me dijo.
Obedecí y empezó a lamer mi ano. Miré atrás y comprobé que no dejaba de masturbar a mi marido. Su lengua me provocó cosquillas al principio, luego un anhelo y finalmente un gran placer. Sentía su músculo moviéndose ahí detrás, dándome mucho gusto, pero en realidad esperaba ansiosa el pene de mi marido. Lola no se hizo esperar y lo metió con maestría, escupiendo y salivando, y sin dejar de masturbar hasta que lo hundió completamente en mí.
Creía que me iba a atravesar cada vez que llegaba al fondo, pues hacía mucho tiempo que no me la metía por ahí. Ambos lo estábamos disfrutando completamente. Echando de menos su calidez, me di cuenta de que la mano de Lola ya no sujetaba mi culo. Mirando atrás, la encontré al otro lado de la cama, vistiéndose, dejando la vulva para lo último en tapar, en un striptis inverso que aumentó nuestra excitación. Mientras que mi marido no cejó en su ritmo infernal, Lola se despidió con sendos besos en nuestras bocas. Oímos la puerta de la casa cerrarse y se hizo un silencio, roto por el leve sonido urbano que apenas entraba por la ventana y por el provocado por nuestros cuerpos fornicando. La verga entraba y salía frenética. Cerré los ojos y pegué la cara a la colcha, agarrándola fuerte con las manos, de mi boca abierta sólo salían gemidos. El tiempo se detuvo en un pletórico vaivén.