Locuras en el mar
Un hermoso sueño a orillas del mar
El viento frío golpeaba mi cara, el rugido del mar ensordecía mis oídos, mis ojos se perdían en la inmensidad del horizonte, mi olfato se regocijaba con un perfume exquisito y mi boca sucumbía en el dulce sabor de un beso anhelado y logrado.
Tus brazos fuertes me otorgaban el refugio, mientras que tus dedos audaces y delicados encendían muy lentamente la pasión, las miradas cómplices se cruzaron.
Nuestros cuerpos se arqueaban como juncos siguiendo el ritmo del deseo, en la arena cayo mi vestido y tu camisa, despojándonos de la vergüenza como de la ropa, pegados como imanes en la oscuridad de la noche, las estrellas nos alentaban a dejarnos vencer por la lujuría.
La piel desnuda, nuestras piernas entrelazadas, tu miembro erecto buscaba la calidez de mi vientre, tu boca recorría insaciable mis pechos, el tiempo se había paralizado, el mundo había desaparecido por completo.
Las posiciones pasaban una tras otras con toda naturalidad, el gozo era inaudito, incontrolable, recorrimos cada centímetro de piel como descubriendo un nuevo continente.
Nuestras lenguas aprendieron de memoria el sexo del otro, regalando un éxtasis delicioso.
Te sentí dentro mío, fuiste mi dueño y casi parte de mí, tus jadeos formaron un coro con las contracciones de mi vagina, que se humedecía con cada movimiento.
Como marcando territorio te adentraste en las fronteras de mi ano, que se rendía al encanto de tus suaves palabras.
En ese instante sublime, planeamos sobre la cima de la montaña más alta, tu semen lleno mi interior.
Te mire, me miraste, te abrace, me abrazaste y casi a unísono dijimos un “TE QUIERO”.
Todo era perfecto, hasta que el horrible sonido del despertador me reveló que todo había sido un sueño, un maravilloso sueño.
Fue entonces cuando sentí tu aliento en mi espalda, tus ronquidos haciendo eco en las paredes y la triste decepción de que la rutina nos coartaba el erotismo.
Como todas las mañanas, sin decir palabra, sin besos, sin abrazos, sin cariño, sin reclamos, sin amor, sin odio, sin esperanza, sin motivación, sin ganas emprendimos un día más y cada uno colgó en el perchero del trabajo la ilusión de cambiar algo.