Locura junto al fuego
Se conocían hace tiempo, pero nunca surgió la locura entre ellos...hasta aquella noche.
Aquella tarde, cuando paró para descansar, la vio por primera vez. Él trabajaba en unos grandes almacenes, y ella acababa de ser contratada como cajera. Tenía el pelo largo y negro, y la piel blanca. Inmediatamente se despertaron en José unos terribles cosquilleos en el estómago.
Pasaron los días, y alguna vez coincidieron en la sala que les servía para descansar en la generosísima pausa de media hora que la empresa les concedía. Poco a poco fueron entablando conversación. Ella le insinuó alguna vez que podían quedar un domingo a tomar un café, pero él, tan extrovertido para entablar conversaciones como era, no captaba las indirectas que María le lanzaba.
Un día, José supo que María acababa su contrato esa semana. El último día, pasó a comprar algo con la excusa de verla y pedirle su teléfono...pero nuevamente, no se atrevió. Eso sí, cuando salió al párking, tuvo un gesto mitad cobardía y mitad valentía, y dejó una nota en el parabrisas de María que decía: "me gustaría quedar a tomar un café...no me he atrevido a pedirte el teléfono en persona, perdona...mi teléfono es 444......llámame si quieres". Y esa misma noche, ella lo llamó.
Comenzó así una amistad que poco a poco se hizo mayor. Se contaron sus penas y alegrías. Quedaron para ir aquí y allá. Fueron a cenar solos a la casa de campo de él, junto a la chimenea...fueron a Granada a pasar un bello fin de semana juntos....pero como amigos. Nunca hubo sexo entre ellos.
Un par de años después de haberse conocido, una noche en la que cenaron junto a la chimenea, María le pidió a José que le hiciera un masaje. Sacaron un colchón de la habitación y lo pusieron en el suelo, cerca del fuego. Semidesnudos, se frotaron con cariño la espalda recíprocamente, en una mezcla de cariño y deseo. Cuando ella se puso a horcajadas sobre su espalda, José pudo sentir el calor del sexo de María. Ella le masajeaba suavemente. De repente, María se agachó y puso su boca cerca de la de José, y le dijo: "bésame......". Allí empezó todo.
Comenzaron a abrazarse mientras se besaban locamente, al tiempo que se quitaban poco a poco la ropa. Ella tenía un cuerpo delgado y bonito, con unos grandes pechos de enormes pezones que excitaron aún más a José. Se tocaron. Ella bajó su mano en busca de lo que había estado deseando desde hace tiempo. Allí estaba José con un erección como nunca la había tenido. Parecía que iba a estallar. Él comenzó por besarla entera. Había estado deseando ese cuerpo durante años, y no iba a dejar ningún rincón sin explorar, sin disfrutar....
Empezó por sus pies. José siempre había tenido predilección por los pies de las mujeres. Era su fetiche. En ocasiones, había mirado a las mujeres con esos bonitos pies en sandalias, en verano. Le encantaban. No lo podía resistir. Hasta había llegado a masturbarse viendo fotos de unos bellos pies. Le excitaban. Cogió con suavidad los pies de María, y empezó a masajearlos. Luego los besó suavemente. Y acabó lamiéndolos. Chupando cada rincón de esos bellos pies...a María le sorprendió, pero el placer que sintió fue enorme. Jadeaba. Cuando acabó con los pies, le acarició y lamió los pechos. Esos pechos perfectos. Ella estaba muy caliente. Siguió mordisqueándole las orejas, el cuello.....María no podía más. José sabía que era el momento de atacar. Bajó a su sexo, y empezó a lamerlo. La lengua corría arriba y abajo en su abertura. Buscó el clítoris, y se cebó en él. "Diosssssss...qué lengua tienes, cabrón.....", susurraba María. Ella estaba a punto de correrse. Así que José cambió de estrategia. Se puso en pié, y trajo una silla. Se sentó. Ella se puso sobre él y comenzaron a follar salvajemente. La postura hacía que la polla de José entrara hasta lo más profundo del sexo de María. Era un sexo estrecho, apretado, que sólo había sido probado por otro hombre con anterioridad. Fue uno de los mejores polvos de su vida. Lo disfrutaron desde el primer hasta el último movimiento. Al rato, José pensó en cambiar a otra cosa. Le dijo a María que se tumbara en la cama.
Él dirigió su pene hacia su precioso y rosado ano. Ella se asustó. Nunca le había penetrado analmente....."por ahí no", suplicó. José le dijo "no te preocupes, no te haré daño". Y empezó a penetrar muy lentamente y con cuidado aquella cueva virgen. Lo hizo despacio, sin dañarla. Poco a poco, ella comenzó a excitarse. José imprimía más velocidad cada vez a sus vaivenes. Notaba en su pene el roce de aquel culo perfecto. Era un placer enorme. Se iba a correr. "Nunca me he corrido dentro de nadie...", le dijo. Ella respondió: "ni nadie se ha corrido dentro de mi...pero no pares, ya que te hago la gracia, córrete dentro". Y así lo hizo José. Pronto dejó escapar unos calientes y potentes chorros de esperma. Esos que había guardado para ella durante tanto tiempo. Casi desfallece de placer. Pero ahí no acababa todo. José sabía que le quedaba lo más importante. Hacer morir de placer a María. Nuevamente dirigió su cabeza a su precioso y estrecho sexo. Comenzó de nuevo a lamerlo como sabía. Con destreza, sin dejar ni un rincón, y a la velocidad justa. Sin prisa pero sin pausa. Acelerando y descansando con maestría. María se retorcía en la cama de placer. Estaba el borde del clímax. Sabiéndolo, José se centró en su clítoris. Mientras que con los dedos de una mano masajeaba arriba y abajo a gran velocidad éste, con la lengua acompañaba a la mano haciendo que María se sumergiera en un mar de placeres hasta ahora desconocidos para ella. Fue subiendo la intensidad de los roces, y María pronto explotó en un gran orgasmo. Se quedó sin respiración. El sudor le bañaba la frente.
María y José quedaron exhaustos sobre la cama. Había sido una noche inolvidable. Tan inolvidable, que aún hoy lo recuerdan cuando se ven. Porque después hubo más noches como ésta.....pero eso, es otra historia.