Locura

Unas vacaciones de ensueño ideadas para mejorar el matrimonio entre Marisa y Alberto. Pero,a la vez, se despierta lo prohibido y lo deseado.

-Cariño, ve y despierta a las niñas-susurró Marisa en su oído, y tras ello depositó un suave beso en los labios de su marido. El hombre abrió los ojos, sintiendo la caricia del cabello de su mujer en su mejilla derecha y le devolvió un beso más prolongado. Sus bocas se abrieron y danzaron las lenguas. Alberto acarició la nuca de su mujer y enredó los dedos de su mano izquierda en su cabello dorado. La mujer soltó un suave gemido y pasó una pierna por los muslos de Alberto. Se separaron ligeramente y se miraron a los ojos, intensamente. Ojos grises y ojos pardos. Sonrieron y ella apoyó su cabeza en el pecho de él, escuchando su corazón.

-Aún tienes energía-comentó ella, al sentir la polla erecta de él contra su pierna.

-Estoy hecho un jovencito-respondió él, acariciando la espalda desnuda de su mujer. La noche pasada había sido fantástica. Habían llegado a la habitación como dos animales en celo. Se habían devorado las bocas y sus lenguas se habían enfrentado como si fuera una frenética lucha mientras intentaban abrir la puerta. Salvado ese obstáculo, se habían arrojado contra la cama. Ella encima, él debajo;ella debajo; él encima. Se quitaban la ropa como podían, recorrían los cuerpos ajenos, se acariciaban. Se besaban por todo el cuerpo: el cuello, la boca, las mejillas, los lóbulos, el pecho, el vientre...Gemían y se abrazaban; se enredaban y se separaban ligeramente. Sin saber cómo, Alberto se encontró delante de su mujer en la terraza, ambos desnudos. Con la luz de la Luna iluminando sus cuerpos, siguieron besándose, escuchando el rumor de las olas. Luego, Alberto fue descendiendo por el cuerpo de ella, hasta llegar a su vagina. Le provocó un delicioso orgasmo. Su lengua recorría su raja, atrapó su clítoris entre sus labios, introducía y sacaba su lengua rápidamente, lamía cada rincón de su vagina. Ella gemía y le agarraba el pelo de la cabeza. No intentaba disimular sus gemidos. Movía su cintura levemente. Alberto alternaba, a veces besaba la vagina, a veces el suave vello púbico que cubría el monte de Venus. Le gustaba sentir contra su nariz la suavidad de aquel vello que desprendía un ligero olor a hembra, un olor que lo cautivaba y lo volvía frenético. Adicto a ella. Sus dedos separaban los labios vaginales de su mujer y su lengua se clavaba dentro de ella. A veces la miraba y sus ojos se encontraban. Ojos de loba hambrienta poseía ella, ojos que lo invitaban a que la poseyera infinitamente. Llegó el orgasmo, como un torrente de aguas. Alberto introdujo su lengua en el momento del clímax y sintió las ligeras contracciones vaginales. Le gustaba sentirse atrapado en el flagor de la batalla. Ella le susurró que la penetrara. Él no se hizo de rogar. La penetró allí mismo. Ella delante, mirando al mar, él detrás. Ella inclinó su espalda, y él buscó su entrada. Su polla entró, acariciando los labios vaginales de ella. Empezó el vaivén. Alberto amasaba los pechos grandes y algo caídos de su mujer, aún un símbolo orgulloso de su feminidad. Ella le pedía más, y más. Su cabello dorado, natural en parte pero que ya necesitaba algunos tintes para ocultar las canas, golpeaba la espalda de ella, moviéndose al ritmo de la embestida. No les importaba que pasara alguna que otra pareja o personas por el paseo marítimo y que pudiera observarles. Luego, fue la cama. Ella lo cabalgó salvajemente, moviendo su polla dentro de ella, subiendo y bajando. Le atrapó las manos y el hombre clavó su vista en la visión de aquellos pechos, subiendo y bajando. Ella inclinaba la espalda ocasionalmente y buscaba sus labios, besándolos y mordiéndolos. Luego, fue en el mismo suelo. Un rico 69. Él saboreando aquella vagina exhausta, y ella lamiendo aquella polla que le había proporcionado tanto placer. Alberto sentía la lengua de su mujer recorriendo el tronco, lamiendo el capullo, subiendo y bajando la mano por su polla, besando la puntita, atrapándola con su lengua. Ella disfrutaba sintiendo el tacto de un dedo contra su clítoris, la lengua de su marido recorriendo su raja hasta el perineo, despertando en ella sensaciones casi olvidadas y tan exquisitas. Se corrieron casi al instante, ella aumentó el nivel de sus gemidos y se calló de repente, relajando su cuerpo. Ella atrapó la polla de él, y se tragó su leche. Cuatro grandes chorros cálidos que bajaron por su garganta. Se tumbaron, fatigados, en la cama. Respirando profundamente, sudando sus cuerpos. Se besaron tiernamente, y ella se abrazó a su cintura. Cayeron en un sueño profundo.

-Fue...intenso-dijo él, rompiendo el silencio entre ambos. Su mano derecha acariciaba las nalgas de Marisa.

-Hacía tiempo que no lo hacíamos...así-dijo ella, besando el cuello de él.

-Necesitábamos estas vacaciones-comentó él, jugueteando con el cabello de su mujer con la otra mano.

-¿Crees que las niñas lo escucharon?-preguntó ella.

-No se asustarán, ya son grandes para saber que estábamos haciendo-respondió él, restando importancia al asunto.

-Ve, anda, antes de que sea más tarde- dijo ella, empujando su cuerpo hacia el lateral de la cama . Él se resistió pero finalmente aceptó. Se puso en pie, buscando su ropa.

-Estoy deseando de nuevo que llegue la noche-comentó ella, clavando su mirada cálida en la polla de Alberto, que se erguía orgullosa y pasando su lengua sutilmente por el labio superior. Aquello provocó un suspiro en Alberto y se apresuró a vestirse y salir de la habitación.

-Querida, eres una tentación casi irresistible-comentó él, antes de salir. Tras salir Alberto, Marisa volvió a dejarse caer en la cama, agotada pero con el corazón latiéndole con fuerza. Sabía lo que significaba. Lo que pedía su cuerpo. Necesitaba a Alberto. Pero tenían que desayunar. Su mano derecha descendió suavemente por su vientre casi plano hasta llegar a su vello. Lo acarició. Su mente viajaba hacia el pasado...Alberto había sido el primero. Y el único, a excepción de una noche, cuando se había emborracho y se había dejado meter mano en una discoteca. Había sido un accidente pero, por suerte, Alberto estaba trabajando en el extranjero y nunca lo supo. Ella tenía 29 años, y había descubierto que estaba embarazada de Patricia. Recordó su primera vez. Fue encima de una mesa de la taberna que regía su padre. Su mano descendió hacia su raja, que ya estaba algo humedecida y empezó a deslizar su dedo corazón de arriba hacia abajo, mientras seguía recordando. La había tumbado en aquella madera pulida. Se había subido encima de ella, y se habían besado apasionadamente. Ella se había bajado el vestido y desabrochado el sujetador, permitiendo a él que le besara los pechos y que jugara con sus pezones duros. Él metió una mano por debajo de su falda, buscando sus braguitas. Ella cerró sus piernas, atrapando con sus muslos la mano de él. Tenía miedo de que su padre los pillara pero el contacto de sus labios en su cuello hicieron que la presión disminuyera. Cuando reaccionó, él había apartado sus braguitas y le estaba haciendo un dedito. Ella ahogaba los gemidos que él le provocaba con sus maniobas. Su dedo era más ancho y largo que el suyo, era algo torpe, pero le provocaba un placer enorme. Luego, fueron dos. Él se bajó de la mesa, mirándola intensamente. Ella se enderezó, bajando su mirada hacia el bulto que lucía entre sus piernas. Ella entendió, y se bajó las braguitas. Alberto había mejorado mucho desde entonces pero seguía poseyendo la misma magia que la había cautivado en aquella ocasión. Marisa se estimulaba un pezón con una mano y dos dedos de la otra mano se introducían y salían de su rajita húmeda y hambrienta de sexo. Aquellos dos muchachos que follaron por primera vez asustados de despertar al padre de ella también habían cambiado. Ella había crecido más, sus senos habían crecido, ganando volumen y firmeza, sus nalgas también, su figura se volvió un poco más estilizada, hasta que se quedó embarazada, momento en el cual adquirió un poco de anchura. Él adquirió un cuerpo musculoso, fruto de trabajar en el cuerpo, empezó a dejarse algo de barba y su expresión se volvió algo más dura. Se casaron con 27 años. Él cambió de trabajo y pasó a trabajar en la compañía de un tío suyo, que fabricaba coches. Fue un accionista importante y tenía que hacer largos viajes al extranjero. Cuando volvía, Marisa lo acogía entre sus brazos y disfrutaban como hombre y mujer en la cama. Ella se volvió más atractiva para él, se cuidaba, iba al gimnasio, se embellecía, se rasuró la vagina. Todo con tal de que su esposo no la olvidara en los viajes cada vez más largos que hacía. Ahora poseía ella 38 años y él 40 años. La pasión que habían sentido ambos se había enfriado con el paso de los años. Él volvía de los viajes y apenas hacían el amor. Charlaban, paseaban y se divertían pero ya no era igual. Ella recurría a la masturbación como único recurso pero ignoraba que hacía él. Se compró un consolador y se sorprendió a sí misma buscando fotos de hombres jóvenes desnudos por la red. Incluso, se había grabado masturbándose para un desconocido en la red. Se había puesto una máscara, pero no pudo olvidar como el hombre se hacía una paja mirando como ella se tocaba. Aquellas vacaciones podían ser la solución. Y habían empezado bien, muy bien...

Alberto abrió la puerta de la habitación de las niñas, contigua a la de ellos, y entró. La puerta se deslizo hacia adentro sin hacer ningún ruido y él entró sigiloso. Escuchó el ruido del agua de la ducha y siguió andando por el pasillo hasta el cuarto. El cuarto de ellas era igual que el de él. Un pasillo alargado y estrecho, el cuarto de baño junto a la puerta, el dormitorio con un televisor, la cama grande; de matrimonio y la terraza orientada hacia el mar. Descubrió unas braguitas azules tiradas en el suelo del pasillo y suspiró, exasperado.

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Entró en el dormitorio con cierta energía, dispuesto a regañar a la que estuviera allí, pero su intención se esfumó y se quedó de piedra, mirando hacia la cama.

Patricia ,la mayor, estaba profundamente dormida. Su cuerpo se encontraba atravesado de lado a lado en la cama. Era como una réplica de su madre, Marisa, en la juventud. Rubia, con las mejillas suaves, el pelo rubio que lo llevaba siempre suelto sobre los hombros, siempre sonriente y vivaracha. Sus ojos eran de un color pardo más claro que el de su madre y ,a veces, adoptaba un aire ausente que la volvía más atractiva. Alberto siempre había estado orgulloso de su hija mayor, puesto que, además, era inteligente y astuta. Pero ahora...ahora veía a Patricia aún más hermosa. Las sábanas blancas de la cama envolvían su cuerpo como si fueran el cuerpo de una serpiente que pretendiera atraparla y ahogarla. Estaba desnuda, como pudo observar Alberto al mirar su cintura casi tapada por las sábanas pero que no podía ocultar el comienzo de su vulva y parte de una de sus nalgas. Las sábanas ascendían por su cuerpo pero tampoco tapaban la visión de su seno derecho, donde se clavó la mirada de Alberto, hipnotizado. Los labios de su hija, carnosos, se movieron ligeramente. Alberto se acercó hacia la cama, cuidando de no despertar a su hija. El agua de la ducha seguía corriendo, señal de que Laura, la menor, aún continuaba duchándose. Alberto sentía un gran calor y su polla se endurecía con la visión de su hija. ¿Cómo era posible? Aquel seno se veía precioso. No era pequeño, ni muy grande, sino mediano. Aunque Alberto reconoció que quizás aquellos pechos fueran más grandes cuando viera a su hija de pie. ¿Cuándo la viera desnuda? Meneó la cabeza, intentando alejar aquel pensamiento inquietante. Pero su polla parecía querer otra cosa. Aquel seno, blancuzco y con una peca cerca del pezón, que poseía una aureola mediana. Marisa las tenía más grandes. Los pechos de Patri debían ser firmes y tersos, resistiéndose a la fuerza de la gravedad. Seguro que serían esponjosos, y que podría hundir sus dedos sintiendo su calidez. Su polla pedía que la liberaran. Y el rostro de su hija rezumaba una paz interna envidiable. Ella no se enteraría. Nadie lo haría. Vislumbró las braguitas azules y las recogió del suelo. Las desplegó. Eran bonitas, con los bordes rosados. Se aproximó a Patri de nuevo. Llevó las braguitas a su nariz, y olfateó. Era culpa de Marisa. Si ella lo hubiera calmado, ahora no estaría haciendo eso. Y aquel olor...tan irresistible. Su mano izquierda se introdujo dentro de sus pantalones, en busca de su polla. ¿Y si aquellas braguitas eran de Laura, y no de Patri? En cualquier caso, no le importaba. Se sentía mejor si pensaba que eran de Patri. Se bajó los pantalones y los calzoncillos, lo suficiente para liberar su polla y poder deslizar y subir su mano por su duro tronco con facilidad. Patri se quejó en sueños, y se movió. Alberto, siendo consciente de nuevo de la situación, retrocedió intentando salir por la terraza pero su espalda chocó contra el cristal. Afortunadamente, Patri no se despertó sino que rodó su cuerpo hacia el otro lado, mostrando a Alberto sus nalgas. Patri separó ligeramente sus piernas y musitó algo ininteligible. Su cabello rubio cayó por su espalda y por los costados. Alberto siguió masturbándose, esta vez con más energía. ¿Conocería Patri la atracción que sentía Alberto por un culo? Era imposible. El chorro de la ducha cesó y Alberto volvió a vestirse, apresuradamente. Tiró las braguitas donde las había encontrado y disimuló el bulto de su polla erecta como pudo. Salió del dormitorio y pegó con los nudillos en la puerta del cuarto de baño. Informó a Laura de que se apresuraran para ir a desayunar y salió de la habitación. Su polla no se calmaba y él tenía la mente enturbiaba por la visión del cuerpo de su hija. Abrió la puerta de su habitación y corrió hacia el dormitorio, buscando a su esposa. Marisa no percibió su presencia y Alberto se la encontró desnuda, tumbada boca arriba y penetrándose la vagina con tres dedos y la otra mano aferraba a las sábanas y mordiéndolas con la boca. Alberto no dijo nada, simplemente se quitó los pantalones y los calzoncillos y corrió hacia las piernas de su mujer. Ésta, descubrió su presencia y en un principio abrió los ojos, muy sorprendida, pero enseguida apareció en ellos un brillo de complicidad. Marisa dejó que su esposo abriera más sus piernas, mostrando su vagina en todo su esplendor. Su marido se tumbó encima de ella y sus bocas se encontraron, mientras ella guiaba con una mano la polla que tanto ansiaba. Entró a la primera vez, los labios vaginales se aferraron a aquel miembro carnoso y éste se introducía y salía rápidamente. Alberto besaba los labios de su esposa con cierta desesperación y pronto bajó su cabeza buscando sus pechos. Atrapó un pezón entre sus dientes y siguió moviendo su cintura. Marisa gemía y rodeó la cintura de su esposo con las piernas, atrapándolo. Alberto besó y lamió los senos de su mujer y volvió a besarla en la boca. Sus lenguas se pelearon. Marisa le susurró algo al oído. Él creyó que escuchaba la voz de Patri. Los senos de ella no se parecían a los de su hija. Los de su hija eran más atractivos. Más juveniles. Más firmes. Siguió penetrándola y tras unas pocas embestidas, se corrió. Notó como su miembro bombeaba aquel líquido en el interior de su mujer, y también sintió la presión en su miembro viril por las contracciones de las paredes vaginales. Su esposa le clavó las uñas en la espalda y soltó un prolongado gemido de placer. Permanecieron unidos dos segundos o tres más, recuperando un ritmo de respiración normal.

-Eres...sorprendente-murmuró ella, mirándolo a los ojos.

Tocaron en la puerta.

-¡Vamos! Tengo ganas de comer-dijo Patri, tras la puerta.

Alberto se estiró en la hamaca, disfrutando de la suave brisa marina. Sin embargo, su tranquilidad se desvaneció enseguida.

-Papá, vamos a andar por la orilla-propuso Laura, que estaba tumbada en una hamaca junto a la de Alberto.

-¿Ahora? Pero si ya mismo vamos a almorzar-rezongó Alberto, algo fastidiado. Sus ojos, ocultos tras unas gafas de sol, dejaron de observar a Patri, que estaba tumbada boca abajo tomando el Sol frente a ellos, y miró a Laura.

-Anda, ve, Alberto-dijo Marisa.

-Qué remedio-suspiró el hombre, levantándose y estirándose. Laura le pegó un tortazo a su hermana en el culo y empezó a correr para alejarse del alcance de su hermana mayor.

-Es un incordio-refunfuñó Patri, y acto seguido se levantó y empezó a caminar hacia la orilla.

-Pásatelo bien-dijo Marisa. Fueron andando entre las diversas personas que estaban disfrutando, como ellos, de un agradable día de playa. Alberto iba detrás de Patri, y no podía evitar observar el movimiento del culo de su hija. Patri se había puesto un bikini de color rosa y negro, a rayas. Era de los que se atan, pero Patri estaba deslumbrante con aquel conjunto. La prenda de arriba apenas podía contener sus pechos y el lazo parecía que se iba a abrir en cualquier momento, o al menos, daba esa sensación. No se notaban sus pezones. Al menos, la parte de abajo estaba bien cubierta. Marisa se había escandalizado con aquel conjunto, pero Patri se justificó argumentando que los tiempos cambiaban.

-Esa renacuaja vuela-dijo Patri, apretando el paso. Laura ya estaba andando a paso ligero por la orilla, pisando con sus pies desnudos el agua.

-No trates así a tu hermana, tiene 14 años-reprochó su padre. Patri volvió el rostro hacia él y sonrió. Alberto se estremeció ligeramente.

-Estaba bromeando, papá.

Por fin, llegaron a la orilla y anduvieron por ella. Laura caminaba a la derecha, Patri a la izquierda y Alberto en el centro. Alberto se sorprendía mirando a los jóvenes que observaban a Patri con cierta insistencia y tampoco ignoraba los codazos entre ellos y las sonrisitas. Uno de ellos, un joven alto, músculoso, con el pelo corto y una expresión orgullosa y engreída en su rostro se detuvo en el camino de ellos, cruzándose de brazos. Ellos se dispusieron a bordearlo pero el joven obstaculizó a Patri y sonrió.

-Hola, guapa, me preguntaba si querías viajar conmigo en mi barco-le propuso, quitándose las gafas de sol.

-Patri, vamos-dijo Alberto, detenido junto a ella y con una expresión enfadada en su rostro.

-¿Qué le pasa a este carroza?-preguntó el joven, pavonéandose.

-Este "carroza"-respondió Patri-es mi novio, así que lárgate, idiota-le espetó, abrazando la cintura de Alberto y besándolo en la mejilla-Alberto se quedó petrificado por aquello, sentir el contacto del brazo de su hija, aquel beso tan suave, aquellos labios...Alberto pasó un brazo por los hombros de Laura y la animó a continuar. El joven se había quedado de piedra, observando atónito a aquel hombre, que no destacaba en belleza, llevando a aquella rubia deslumbrante a su lado...

Cuando llevaban un trecho andado, Patri se alejó de su padre y salpicó a ambos de agua. Alberto, que se había sentido ensimismado, rápidamente volvió a la Tierra. Allí estaba su hija, sí, como solía ser, su hija, sin pasar de la línea...

"Mi novio"

Laura corrió hacia su hermana y la derribó hacia el agua. Empezaron a jugar entre ellas, salpicándose agua y riendo. Alberto, en un intento de tranquilizarse, se sentó en la orilla, observando a sus hijas. Cuánto habían crecido...Laura no se parecía a su hermana. Era más pasiva, podía permanecer horas con la mirada clavada en un sitio, se abstraía y perdía el contacto con la realidad. Era inteligente, pero no partidaria a hablar mucho. Aunque cuando estaba risueña, su risa animaba a los demás a que sonrieran de felicidad. Era una risa clara y limpia. Para sus 14 años, Laura poseía un cuerpo normal. La belleza de Marisa se había condensado en Patricia. Laura era algo bajita, ancha de hombros, con el pelo de color rubio oscuro que le caía hasta los hombros donde formaba tirabuzones, ojos marrones y grandes, la frente un poco ancha, nariz fina y la mandíbula un poco cuadrada. Poseía un cuerpo recio, pero no estaba gorda. Sus caderas eran más anchas que las de Patri a su edad y poseía menos pecho. Llevaba un bikini amarrillo que constrastaba con su piel morena. Por suerte, ambas hermanas se llevaban bien.

-¡Ola!-exclamó Laura, y ambas se sumergieron bajo el agua. El mar estaba algo revuelto, y las olas eran cada vez más seguidas y más poderosas. Una de ellas, más fuerte que el resto, revolcaron a ambas hacia la orilla. Alberto se asustó un poco porque durante una fracción de segundo no las vio pero enseguida emergió la cabellera rubia de Patri y la de su hermana. Alberto abrió la boca, sorprendido. Patri se había incorporado y la prenda de arriba había desaparecido. Sus pechos, estaban al aire. Libres. Sus pezones, puntiagudos, apuntaban hacia Alberto, tentándolo. Sin duda, poseía más pecho que Marisa a su edad. Aquellos senos turgentes, firmes y desafiantes a la gravedad, se movieron levemente cuando Patri se acercó a la orilla, mirando a su padre. Incluso la prenda de abajo se había bajado levemente, mostrando la blancura de aquella zona íntima.

-¡Patri! ¡Qué estás casi en bolas!-le indicó Laura, pasando a su lado. Patri miró hacia abajo y se dio cuenta de aquello, se dio la vuelta rápidamente y se sumergió, buscando su prenda de ropa. El corazón de Alberto había enloquecido por unos momentos, pero lo peor era que temía que Patri lo había visto.

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Alberto encendió la TV, tumbándose en la cama y recostándose. A su lado, Marisa se había quedado ya dormida. Tras almorzar, tocaba la hora de la siesta. Alberto apenas prestaba atención a los periodistas que estaban hablando en un debate y la apagó. Siguió contemplando la pantalla negra del television, dejando que sus pensamientos se deslizaran. Una y otra vez, la visión de su hija saliendo del agua casi desnuda volvía a su mente. Su polla reconoció enseguida aquello y se endureció levemente. Pero, en su mente, su hija le indicaba con una mano que se acercara, al tiempo que la otra mano bajaba la prenda de abajo. Y siempre sonriendo. "Ven, papá, hazme el amor como tú sabes"-le decía. Entonces, la visión se oscureció, él seguía anclado en la orilla, sin poder levantarse, junto a él, pasaron dos o tres jóvenes riendo y comentando sobre lo buena que estaba su hija. Todos abrazaron a su hija, cuyo cuerpo resplandecía en contraste con la oscuridad de los cuerpos de los jóvenes. La visión se oscureció aún más. Solo se escuchaban gemidos, gemidos de placer y de dolor. Patri llamaba a su padre, suplicaba que la ayudara. Entonces, su cuerpo volvió a aparecer. A cuatro patas, mirando a su padre mientras aquel joven orgulloso y engreído que se habían encontrado en la orilla, la penetraba y la cogía del pelo, tirando de él. Ella gemía. Sus senos se movían al vaivén de las embestidas. El rostro de Patri se trasformó y apareció el de Marisa, con su edad. Patri se encontraba a su lado, vestida únicamente con unas braguitas infantiles, unas blancas de Laura que le quedaban pequeñas. Ella sonreía, y acarició la mejilla de su padre. Marisa, cuyo cuerpo emanaba una luz menos intensa que el de Patri, llamaba zorra a su hija, intercalando sus insultos con gemidos. Patri rió y agarró la polla ya erecta de Alberto. "Esto es lo que quieres, yo lo sé"-le susurró al oído. Alberto soltó un suspiro de placer cuando sintió la presión de la mano en su miembro. "Poséeme". "Fóllame"...

Abrió los ojos, y se incorporó en la cama, sudando y resoplando. Se había quedado dormido. Estaba en la habitación. A su lado, Marisa roncaba ligeramente.

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Salió de la habitación, dispuesto a pasear un rato y despejarse. Se detuvo frente a la puerta de las niñas.

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Se quedó allí parado, sin saber qué hacer. Por una parte, se preguntaba qué pasaría si entraba. Sonrió, meneando la cabeza. ¿Acaso sus hijas podrían pensar algo malo acerca de su padre? Creerían que quería pasar un rato con ellas. Intentó abrir la puerta, pese a que no poseía la llave y se sorprendió al notar como la puerta se abría hacia adentro, en silencio. Desde la puerta, observó las cortinas blancas del balcón meciéndose con el suave viento. Anduvo por el pasillo, sin hacer ruido. No quería molestar a sus hijas dormidas.

-Espero que no tarde mucho Patri-se dijo a sí misma Laura. Alberto se quedó paralizado, junto a la cama.

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Laura se encontraba casi desnuda. Sus manos estaban atadas al cabecero de la cama usando unas camisetas. Sus ojos, tapados. Tenía las piernas libres de ataduras y las tenía un poco abiertas. Parecía algo inquieta, pues no paraba de retorcerse ligeramente. Laura separó sus labios y soltó un quedo gemido de placer. Alberto bajó su mirada de los pechos de su hija, blancuzcos coronados por pezones oscuros y medianas aureolas, hasta sus braguitas infantiles, blancas con dibujitos de olas azules. Tenía un pequeño bulto en su entrepierna, donde debería situarse su entrada. Laura separó sus muslos carnosos un poco más y empezó a mover hacia delante y hacia atrás su cintura. Alberto acercó más su cabeza hacia la vagina de Laura y escuchó un pequeño zumbido. Su polla estaba ardiendo y erecta. Laura siguió gimiendo levemente y sus manos se debatían, intentando liberarse. Alberto observó el cambio en los pezones de su hija, como éstos se irguieron más, señal de que su hija menor estaba cachonda. Incluso apareció una leve mancha de humedad en sus braguitas. Alberto no podía pensar. Su polla mandaba. Se bajó el bañador y se la sacó y empezó a masturbarse. A pocos centímetros del rostro de su hija, quien se retorcía ligeramente ajena a la presencia de su padre. Laura...Jamás se hubiera imaginado aquello. Sonó la puerta y Alberto se subió el bañador a toda prisa. Laura giró su cabeza, esperanzada hacia la puerta y sonrió. Alberto apenas tenía tiempo de reaccionar. No podía ir hacia la terraza, si Patri lo pillaba allí no podría justificarse. Encerrarse en el armario era un suicidio prácticamente.

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-Patri, hermanita, te necesito-susurró Laura. Los pasos de Patri resonaron por el pasillo. Alberto tenía cada vez menos tiempo, empezó a sudar copiosamente y a sentirse acorralado.

-¿No puedes disfrutar tú sola?-preguntó Patri.

-Te necesito..aaah-respondió Laura.

-Vaya, vaya, mi hermanita menor pidiendo que su hermana mayor le dé placer-se dijo Patri, soltando una risilla y entrando en el dormitorio.

Alberto contuvo la respiración. Había encontrado un refugio, bajo la cama. Veía las piernas ligeramente bronceadas de Patri en la entrada del dormitorio, paradas. Luego, se aproximaron hacia la cama y desaparecieron. La cama cedió ligeramente y Alberto exhaló, aliviado. Se escuchó el sonido de dos bocas devorándose y algo cayó suavemente ante la cara de Alberto. Una prenda de bikini. Rosa y negro. La prenda de abajo.

-¿Vas a usar mi pierna para reflegar tu coño mojado?-preguntó Laura. Se escuchó una bofetada y al instante, otra vez las dos bocas volvieron a devorarse.

-La palabra "coño" la tienes prohibida, jovencita-dijo Patri-¿qué diría papá si escuchara esa palabra de tus labios?

-No, no lo aumentes, nooo...aaaah, síiii-gimió Laura. Alberto podía escuchar tenuemente el zumbido que antes había escuchado.

-¿No quieres que lo aumente? Pues tu cuerpo me dice lo contrario-susurró Patri.

-¡Síi! ¡Bésame los pezones! ¡Ohh! ¡Eres una diosa, hermanita! Mmmm, tócame abajo, por fa, por fa-otra bofetada.

-Yo hago lo que yo quiero-indicó Patri. Los gemidos de Laura aumentaron.

-Te voy a desatar una mano y te voy a demostrar como es el interior del coño de otra mujer.

-Mmm, es...cálido y húmedo. Es como el mío. Oooh, hermanita, déjame tocarme, por favor, ooh, quiero más-suplicó Laura.

-Eres muy impaciente, Laurita-suspiró Patri. Alberto empezó a tocarse otra vez, imaginando la escena. Cayó otra prenda junto a la otra. Esta vez, las braguitas de Laura. Alberto observó, intrigado, un objeto negro redondo y casi plano que sobresalía por encima de las braguitas. Zumbaba ligeramente, y aparecían y desaparecían pequeñitos cilindros con la punta redondeada. Aquello era lo que había puesto tan caliente a Laura. El hombre, caliente, acercó su rostro hacia las braguitas intentando captar el olor de su hija.

-¿Qué vamos...a hacer?-preguntó Laura.

-Haz conmigo lo mismo que yo haré contigo-explicó Patri. Al instante, la habitación se sumió en el silencio. Alberto agudizó el oído y pudo escuchar leves gemidos y sonidos extraños. La cama se movía ligeramente y los gemidos se hicieron más sonoros. No sólo eran de Laura sino también de...Patri.

-Así, hermanita, tu lengua por la raja, así, profundiza un poco, luego, lame el capullo que notas...oooh, sí...mmm...eso es, intenta atraparlo con tus labios...mmm, síii, lame más...mmm

-Ohh, Patri, me estás poniendo a cien...mmm...Me encantas, oooh... síii...lame más...

Alberto no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Sus hijas estaban haciendo un 69! Patri, ese bombón deslumbrante y su hija menor, Laura. Ambas, gimiendo cada vez con más intensidad, lamiéndose, chupándose y besándose sus partes íntimas. Ambas, caminando juntas hacia un orgasmo.

-Mmm...sí...Usa tus dedos, buena alumna, mmmm...síii, y tu lengua...Me encanta tu lengua...más, máaas, máas, oooh.

-Hermanita, creo que...me voy aaaaa....correer...síii, ¡más, más!

-Y yo, aaaah...más, Laura, méteme los dedos con más rapidez...oooh, sí...

Los gemidos de ambas subieron de tono y al unísono, y finalmente soltaron un gemido prolongado. La habitación quedó en silencio tras ello y la cama se elevó ligeramente. Dos piernas ligeramente bronceadas aparecieron en el lateral de la cama. Alberto retrocedió ligeramente. Las dos piernas fueron seguidas por otras dos, más morenas y un poco más anchas y las cuatro se encaminaron hacia el cuarto de baño, cerrando la puerta. Alberto permaneció allí unos instantes más, hasta que escuchó el sonido del agua de la ducha. Su polla le palpitaba dentro del bañador pero no podía correrse allí. Salió de su escondite y observó la cama, que estaba arrugada. Allí se habían debatido dos fieras, amándose. Alberto estuvo tentado de tumbarse allí y sentir el calor de sus cuerpos. Meneó la cabeza y decidió salir, con tal mala suerte que pisó sin querer el objeto negro. El pie le lanzó una punzada de dolor y Alberto contuvo un grito. El objeto estaba roto. Maldjo su suerte y se marchó de la habitación. Volvió rápidamente a la suya, abriendo la puerta y cerrándola tras de sí. Se encaminó hacia la cama. Su esposa aún dormía allí, apaciblemente. Alberto suspiró e intentó dejar de pensar en lo que había recordado. Ni su mente ni su polla lo consiguieron. Se tumbó junto a su esposa y se pegó a su espalda, apretando su bulto contra ella. Abrazó a su esposa por la cintura y besó su cuello. Necesitaba calmarse. Ella lo conseguiría, Marisa lo tranquilizaría. Le haría olvidar aquello. Su esposa despertó, medio adormilada, y se dio la vuelta. Sonrió y le miró con los ojos medio cerrados. Él, sin decirle nada, la besó en los labios. Ella no correspondió a su pasión sino que se separó ligeramente de él.

-Alberto, cariño, estás muy...-dijo ella, sorprendida.

-He soñado contigo desnuda y me he puesto así-le contesto él, colocando la mano derecha de ella en su polla. Ella sonrió y le dio un beso en la punta de la nariz.

-No tengo ganas, cariño.

-Pero yo sí-repuso él. Ella le dirigió una mirada dura.

-Entiendo-contestó Alberto, alejándose de ella un poco. La expresión de ella se ablandó y apoyó una mano en su hombro.

-Veamos que tenemos aquí-dijo Marisa, desabrochando con una sola mano el bañador de él. Alberto sonrió y se tumbó en la cama, cerrando los ojos.

-Gracias-respondió mientras Marisa agarraba su polla suavemente y empezaba a subir y bajar.

-La tienes muy dura-comentó ella. Alberto no respondió. Prefería concentrarse en las sensaciones que ella despertaba. No quería abrir los ojos y mirarla. No quería ver en ella a su hija Patri. Sintió los labios de su esposa posarse en su capullo, sintió sus besos en la punta, como se deslizaba su lengua. La mano de ella subía y bajaba, y empezó a tragarse su polla, lentamente. Sus dientes apenas rozaban su tronco, mezclando una ligera sensación de dolor con el placer que sentía. Soltó un suspiro de satisfacción. Los labios de ella recorrieron la longitud de su polla. Volvió a tragársela, esta vez con un ritmo más rápido. Sus labios presionaban ligeramente. La mano volvió a subir y bajar, más rápidamente. Él sentía las primeras convulsiones de su polla. Intentó frenar el avance de su orgasmo. Su mente recreó a Patri y Laura, desnudas, besándose. A ellas se les unió Marisa. Las hijas sonrieron, abrazaron a su madre, Patri la besó en los labios, Laura descendió su rostro y lamió la vagina de ella. La lengua de Marisa batalló contra la polla de Alberto en su boca. Laura se aferró con sus manos a las nalgas de Marisa, que poseían un poco de celulitis, y siguió lamiendo la vagina de su madre. Marisa lamía las tetas de Patri y ésta miraba a un Alberto sorprendido y cachondo, con un brillo desafiante en sus ojos. Marisa volvió a meterse la polla de su marido en la boca, siguió lamiendo su punta. Su marido parecía tan feliz, suspiraba ligeramente y tenía los ojos cerrados. Debía de estar disfrutando mucho... Patri puso a Laura a cuatro patas, Marisa lamía las nalgas de su hija menor, Patri cogió una mano de Marisa y la metió en su vagina, que permanecía oculta tras la cabeza de Marisa.

-Túmbate-dijo Alberto. Marisa obedeció y su marido se puso de rodillas sobre la cama, con los ojos abiertos. Su mano no dejaba de subir y bajar. Marisa abrió sus piernas, se subió el camisón casi trasparente que llevaba, mostrando su vagina con un triángulo de vello púbico recortado, rizado y negro, y esperó a que su marido se corriera.

-Más-pidió él. Marisa se deslizó el camisón por los hombros y los brazos, dejando al descubierto sus senos grandes. Estaba algo sorprendida. Su marido no le pedía eso desde hacía mucho tiempo, cuando ya no querían tener más hijos, tras apenas nacer Laura. Cuando ella no podía tener relaciones sexuales. Había sido una etapa interesante y divertida, ella debía de conseguir que se corriera mostrando posturas atrevidas y enloquecedoras y . La espalda de su marido se arqueó y una expresión de satisfacción iluminó su rostro. El primer chorro se estrelló contra los senos de ella, un líquido caliente que bajaba por ellos, el segundo un poco más abajo, y los dos siguientes se estrellaron contra su vientre. La polla de su hombre estaba flácida y Alberto se derrumbó en la cama, cansado. Marisa se apresuró en limpiarse, sonriendo. Había satisfecho a Alberto. Pero lo que Alberto no le dijo, fue que en el instante previo a correrse, quien se había encontrado frente a él, era su hija Laura.

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-¿Le pongo otro, señor?

-Sí, por favor, cargado-explicó Alberto, encendiendo un cigarillo. Aspiró el humo y cerró los ojos, sintiendo el cálido humo en su garganta. Soltó el humo lentamente, dejando que ascendiera y pasara ante sus ojos. Ojalá todo fuera tan fácil como el hecho de expulsar el humo...Marisa se encontraba en la habitación, mirando un documental sobre animales. Él, que quería despejarse, le había dicho que se iba al bar del hotel, a echarse unos tragos. Su esposa se lo reprochó pero él le prometió que al día siguiente irían a la playa. Ya había pasado un día desde lo de la habitación de las niñas...Alberto había estado todo el día tenso, atento a cualquier gesto de sus hijas, cualquier comentario o susurro...Pero ni Patri ni Laura habían mostrado alguna señal que provocara una preocupación en Alberto. Parecía que no se habían percatado acerca del objeto negro...

El camarero le entregó el cubata y él le dio un gran trago. Aquello había sido un error. Tendría que haberse llevado el objeto, pero si lo hacía y las chicas notaban su ausencia, ¿qué pasaría? Se aproximó el cigarrillo a los labios y aspiró.

-Un ron con coca-cola-pidió una voz muy familiar junto a Alberto. Sintiendo que sus pulsaciones aumentaban, Alberto miró a su derecha. Patri le sonreía y le saludaba con la mano.

-¿Adónde vas, tan...arreglada?-preguntó Alberto, mirándola de arriba abajo. Había estado a punto de decir tan guapa. ¿Había algún problema en soltarle aquel piropo a su hija? Meneó la cabeza.

-¿No te gusta?-preguntó Patri, perdiendo su sonrisa. Su cabello rubio le formaba tirabuzones en los hombros. Tenía un vestido rojo que le llegaba por la mitad de los muslos y dejaba al descubierto sus hombros y un canalillo seductor. Un cinturón se ceñía a su cintura, remarcando la redondez de sus nalgas. Calzaba unas sandalias y tenía los labios pintados, de un sugerente color rojo.

-Estás muy...guapa-sonrió Alberto-¿adónde vas?

-A una fiesta, papá-dijo Patri, con cierta exasperación.

-¿Fiesta? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Con quién?-exigió saber Alberto. Patri puso los ojos en blanco e hizo ademán de irse.

-A una fiesta, papá. Mamá me dio permiso, adiós.

Espera, Patri-susurró Alberto, cogiéndola del brazo. Sus dedos temblaron ligeramente con el contacto de su piel-ha surgido en mí el papel de padre controlador, lo siento. Lo volveré a encerrar.

-Eso está mejor, papá-sonrió Patri, bebiendo un poco-¿tú y mamá tenéis sexo?

Alberto, que estaba bebiendo, casi se atraganta y escupe.

-¿Por qué preguntas eso, querida?-dijo Alberto, sonriendo forzosamente.

-Tengo ciertas dudas sobre ello, ¿sabes? Sobre el sexo y esos temas tan importantes en la juventud de hoy en día-explicó Patri, bajando su voz y aproximándose un poco a su padre. Alberto clavó sus ojos en los de su hija, que contenían un brillo extraño.

-Patri, que yo permanezca casi todo el año fuera no implica que yo y mamá no hagamos eso...Aunque, de todas formas, consulta con tu madre sobre eso. Dudo mucho que tengas dudas sobre eso.

-¿Por qué dices eso, papá?-preguntó Patri, sutilmente.

-Vamos, nena, tu madre me cuenta sobre tus novios y rollos-soltó Alberto, un poco alterado. No sabía si estaba alterado porque su hija fuera a esa fiesta tan arreglada o porque le hiciera recordar que su hija se acostaba con otros hombres...

-Está bien, touché-dijo Patri-pero respóndeme a una cosa, papá. Sólo una.

Alberto afirmó con la cabeza, bebiendo otro trago. A saber con qué le saltaría su hija.

-¿Se puede tener sexo con otra persona pese a que uno de ellos sienta algo por otro?.

Se estableció un silencio incómodo entre ambos, roto por la música de fondo del bar.

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-Si ambos aceptan esa condición, es posible-dijo Alberto mirando a su hija. Patri afirmó con la cabeza levemente, su rostro se iluminó y se despidió de su padre con un beso en la mejilla. Alberto sintió el contacto de los labios de su hija contra la escasa barba y su aliento cálido sobre su piel. Su bolso pequeño y granate centelleó levemente con las luces blancas del bar.

Las olas del mar llegaban, una detrás de otra. El sonido era tan relajante y la luna estaba llena. Su blanca luz iluminaba tenuemente la arena de la playa. Pero la atención de Alberto se centraba en las hogueras cercanas a la orilla. ¿Estaría allí su hija? De vez en cuando, escuchaba risas y voces. Figuras oscuras danzaban alrededor de las tres hogueras que habían encendido.

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¿En qué demonios había pensado? Alberto siguió andando por el paseo, tocándose la sien derecha. ¿Había meditado lo suficiente en la respuesta? Pero, ¿por qué se preocupaba tanto? Su hija le habia pedido consejo, él se lo había dado. Era su vida, no la suya.

-Vamos, Alberto, deja de hacerte ilusiones, ¿cómo puedes pensar que tu propia hija llegue a desearte?-se dijo a sí mismo, en un tono bajo. ¿Qué pensaría su mujer sobre aquello? ¿Y sus amigos? Intentó dejar la mente en blanco...

-¿Aquí? ¿Es buena idea?-escuchó Alberto la voz de una chica.

-No hay nadie, ¿y el morbo?-dijo una voz masculina. A Alberto le sonaba familiar. Se detuvo, y se aproximó hacia la arena. Las voces procedían de dos palmeras que había a unos treinta metros. Dos figuras oscuras estaban abrazadas y apoyadas en el tronco de una de ellas.

-Te quiero follar-dijo la voz femenina. Alberto siguió caminando, disimulando. Había visto un buen escondite. Quizás así se despejaba. Se alejó de las palmeras y llegó hasta una rampa que conducía a la playa. Bajó por ella, y caminó hacia una barca que había cercana a las palmeras. Por suerte, los dos estaban ocupados y no se percataron de su presencia. Alberto inclinó su espalda, agachándose. Caminando casi a cuclillas, llegó a la barca.

-Estás muy mojada, ¿eh?-comentó la voz masculina.

-Me pones mucho-respondió la otra. Alberto se tumbó en la arena, y se arrastró hacia la roda.

-Mmmm, me encanta tu lengua, síi, eso, eso,mmm-susurró la voz femenina.

Alberto asomó la cabeza hasta los ojos, dispuesto a cobijarse tras la barca si era descubierto. En el suelo, había un vestido rojo, junto a unas sandalias. A su lado, un bañador y unos calzoncillos.

-Oooh, síii, síii, lame, lame, chupa, mmmm-gimió la voz femenina.

-Me muero por follar esta vagina-dijo la voz del joven.

-Hazlo-pidió la otra voz. Los dos bultos oscuros se movieron alrededor de la palmera. Ella reía, él sonreía. Alberto enmudeció y frunció el entrecejo. Los dos se abrazaron y se besaron, apasionadamente. Las manos de él ascendieron por su cuerpo hasta los pechos, agarrándolos.

-No los aprietes tanto, más suavemente-pidió ella. Su cabello rubio centelleó con la luz de la Luna.

-Como digas, Patri-aceptó él.

-Desde que te ví en la playa, quería tenerte entre mis piernas-dijo ella, pasando sus manos por su espalda y aproximando su boca a la de él.

-¿A mí o a mi polla?-preguntó él. Patri soltó una carcajada y se alejó de él,mirando su rostro. Alberto alcanzó a ver sus senos, grandes y tan apetecibles.

-Fóllame-susurró ella, dándose la vuelta y apoyando sus manos en el tronco de la palmera. Inclinó su espalda, destacando sus nalgas y exponiendo su entrada. El joven suspiró y le pegó una cachetada al culo de Patri. Ella soltó un leve gemido y movió su culo suavemente, incitándolo. El joven se colocó y empezó el vaivén. Sus manos se apoyaron en el culo de Patri, mientras se movía hacia delante y hacia atrás. Ella soltaba leves gemidos. Alberto siguió observando, tumbado. Sentía su miembro endurecido pero no pensaba en nada. Solo quería mirar, mirar como su hija disfrutaba, como su hija era penetrada por un imbécil . Lo había reconocido. Era el que se había encarado con él, cuando habían caminado juntos ella, Laura y él. Patri aumentó el nivel de sus gemidos, mientras el joven se movía cada vez más rápido. El joven agarraba el culo de su hija con las dos manos, que parecían garras. Patri era ya toda una mujer. No una jovencita como Laura. Nunca había sentido nada por Patri, ¡era su hija! Pero ahora...ahora sentía deseos de levantarse, de agarrar al joven por el cuello y estamparle un puñetazo en el rostro, tirarlo al suelo y espantarlo y follarse a su hija. Esos gemidos le pertenecían. Antes del viaje, nunca había visto a su hija desnuda. Excepto en una ocasión, cuando había llegado a su casa sin previo aviso. Patri tenía en aquella época 14 años y venía de la piscina municipal. Alberto subió las escaleras hacia la segunda planta con sigilo. El cuarto de Patri era el que se situaba más próximo a las escaleras. Él caminaba sigilosamente, descalzo. La puerta del cuarto estaba abierta. Alberto miró sin mucho interés el interior del cuarto y la vió. De espaldas, desnuda. Su cabello rubio era más oscuro en aquella época. Era pequeña para su edad. Sus nalgas eran prietas. En aquella época, tenía el pelo siempre recogido en una coleta. Elevó ante sí unas braguitas blancas y se dispuso a colocárselas. Alberto desvió la mirada y siguió andando. No se había ereccionado con aquello...Pero ahora, ahora los gemidos de Patri despertaban una bestia dormida dentro de Alberto. Se dispuso a levantarse pero la aparición de otro joven le detuvo. Era rubio, alto y con un collar de conchas adornando su cuello. Vestía una camiseta hawaiana. Sólo. Su polla hacía un bulto en el borde de la camiseta. Las embestidas del otro joven finalizaron tras un gran gemido de Patri. El joven se alejó un poco y Patri se abalanzó hacia el otro, atrapando su cabello entre sus dedos y besándolo. Desplazaba su lengua por los labios de él, mientras las manos del joven acariciaban la espalda de la joven y se aferraban a sus nalgas. Patri, haciendo señas con la mano que le quedaba libre, animó al primer joven para que se acercara. Patri agarró la polla de aquel y empezó a hacerle una rica paja mientras su lengua se enredaba con la lengua del rubio. Alberto se alejó de la barca, caminando hacia el paseo. No le importaba que le vieran. Patri estaba muy ocupada. Su hija. Follando de aquella forma.

Marisa tenía jaqueca. Así que no fue a la playa. Alberto lo aceptó. Pero sus hijas insistieron en ir. Así que, allí estaban los tres. Tumbados en tres hamacas, refugiados del calor del Sol. Alberto apenas hablaba con Patri. Se había colocado las gafas de sol y tenía la mirada perdida en el mar. Las dos hijas estaban jugando a las cartas. Patri se había puesto un conjunto muy similar al del otro día, pero de color azul. Por su parte, Laura no se había desprendido de la camiseta y su conjunto parecía que era morado, con lazos. Laura perdió finalmente, a juzgar por sus protestas y anunció que se iba a dar un paseo. Patri rechazó la invitación y dejó que su hermana se marchara, algo enfadada. Patri reía y se tumbó, clavando su mirada en el rostro de su padre.

-¿Me echas crema, papá?-pidió amablemente Patri. Alberto desvió su mirada y miró a su hija. Tenía intención de decirle un no categórico pero la sonrisa de su hija lo ablandó.

-Por supuesto-dijo él.

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Se sentó en la hamaca de Laura. Patri se tumbó de espaldas, mirando hacia una pareja de jóvenes que había al lado de ellos. Ambos estaban besándose, absortos. Alberto empezó a aplicar la crema, empezando por los hombros. Suavemente, dibujaba círculos por ellos e iba bajando. Sus dedos se deslizaban, tocando la piel cálida de su hija. Disfrutando con el tacto. Se sorprendió cuando percibió que sus dedos bajaban por los costados y se aproximaban peligrosamente a los senos de su hija. Carraspeó y meneó la cabeza un poco. No podía dejarse llevar. En un intento por controlarse, volvió a echarse crema en una mano. La fue depositando con los dedos, sutilmente, como si la piel de su hija fuera muy delicada. Patri sonreía y Alberto percibió por el rabillo del ojo que su hija abría sus piernas un poco. ¿Se estaría poniendo cachonda? Un pensamiento turbador cruzó por la mente de Alberto. Bajar sus manos hasta las nalgas, acariciarlas, hundir sus dedos suavemente, bajarle la prenda, besar sus cachetes...Agitó su cabeza, intentando despejar aquello.

-Desabróchalo-dijo su hija-así llegarás más fácilmente y no me quemaré.

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-Sí, hija-susurró él. Sus dedos tantearon la tela y casi suspiró cuando alejó los lazos de la espalda. Apenas se notaba la zona de la tela, señal de que su hija solía tomar el Sol así. Alberto siguió aplicando la crema. En ocasiones, sus dedos resbalaban por su piel y bajaban hacia las nalgas. Observó algo que ensombreció su rostro.

-Tienes un arañazo-le informó.

-¿Y?-dijo su hija, en un tono frívolo.

-Ten cuidado, no se te vaya a infectar-le aconsejó Alberto.

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-Gracias, papá-dijo Patri, alzándose un poco-ahora, por delante.

Alberto abrió los ojos, sorprendido, e intentó frenar a su hija cogiéndola de los hombros pero sus brazos no respondieron. Permanecieron en la misma postura, sus dedos blancos por la crema, un poco crispados y sus ojos observando como su hija se tumbaba boca arriba, como sus senos se alzaban cuando ella irguió la espalda y como se estremecieron levemente cuando se tumbó de nuevo.

-Quiero hacer top-less y no quiero que se quemen-explicó Patri, agarrando sus pechos con sus manos.

-Entiendo-dijo Alberto, lentamente, alzando sus ojos de los pechos hacia los ojos de su hija.

-Vamos, empieza-dijo ella, tras unos segundos de inactividad por parte de Alberto.

<<Ánimo, Alberto, no es la primera vez que ves unos pechos. Y es tu hija, recuerda>>.

Volvió a echarse crema en una mano y empezó a aplicarla con la otra. Por los hombros y su pecho, manteniendo una distancia prudente con los senos. Sin rozarlos. Sus ojos se esforzaban por observar los dedos, por no bajar la mirada hacia aquellos globos. Apenas percibía la calidez de su hija. Controlaba la respiración como podía e incluso empezó a sudar. Los ojos de Patri estaban cerrados y sus labios...Sus labios se abrieron levemente cuando la palma de Alberto rozó el seno derecho. Alberto se mordió el labio. Deseaba amasar los pechos de su hija, tocar los pezones, besar sus aureolas. Sus manos fueron bajando, lentamente. Se acercaban y se alejaban. Apenas unos centímentros. Cerró los ojos y respiró profundamente. Expiró lentamente y bajó más sus manos. Los pezones de su hija acariciaban sus palmas. Abrió más sus dedos, disfrutando del momento, percibiendo la suavidad de aquella piel.

-Papá, crema-dijo Patri, sonriendo ampliamente.

-Por...supuesto.

Aplicar la crema fue un placer, algo que haría sonreír a Alberto durante muchos años. Aquellos pechos eran fantásticos. Sus dedos recorrieron cada centímetro, ascendían por ellos y rozaban levemente las aureolas de su hija. En dos ocasiones, la yema de su dedo corazón acarició el pezón. Patri abrió un poco más sus labios. Movió levemente sus piernas, arquéandolas un poco. Mientras, Alberto seguía enfrascado en su tarea. Trazaba círculos en los senos, acercándose cada vez más a la cima de aquellas lujuriosas colinas.Patri gimió levemente, casi imperceptiblemente pero Alberto lo escuchó. Su hija estaba cachonda. Sus dedos tocaron los pezones, percibiendo su dureza. Patri cerró los labios, restregando uno contra otro. Alberto suspiró. Miró aquella peca que había visto en la otra ocasión, cuando todo había empezado...

-Ya estoy aquí-anunció Laura, apareciendo detrás de Alberto. El hombre dio un respingo y alejó sus manos de aquellas tetas. Patri, abrió los ojos y se incorporó, molesta. Ambos miraron a Laura, que venía goteando agua.Sus adolescentes ojos pasaban de las tetas de Patri al aire hacia los dedos blancuzcos de Alberto. Forzó una sonrisa.

-Creo que interrumpo algo-dijo ella.

A las 11. Ven. Ambos lo necesitamos. Tú lo sabes.

Casi se le cae el móvil al suelo. Le faltó durante unos segundos la respiración. Las manos le temblaron, incluso las piernas parecían de gelatina. Marisa no percibió aquello. Se estaba duchando en aquel momento. Su jaqueca seguía molestándole. Tenía un humor de perros y quería estar a solas. Alberto había decidido pasear, intentando ordenar sus pensamientos. Y ahora...ahora sus intentos se desvanecieron. Ella había atacado, y había vencido. Borró el mensaje rápidamente y apagó el móvil. ¿Iría? No podía ir. No, ira imposible. Inimaginable. ¡Era su hija!

-Maldita juventud-lamentó Alberto. Recordó el gemido de Patri. Ella...ella se había puesto cachonda con él. Con un hombre mayor, un hombre con un poco de barriga, algo canoso, con unas cuantas arrugas en la comisura de los labios. ¿Como podía pasar? Ella tenía que sentirse atraída por jóvenes de su edad. Musculosos, juveniles, atléticos...No por alguien como él. Pero aquello era cierto. Su hija había dado el paso. ¿O había sido él? ¿Y si hubiera rechazado aplicarle crema? Quizás entonces...ella no se habría atrevido. Se levantó de la cama y se encaminó hacia la puerta.

-¿Ya te vas?-preguntó Marisa. Alberto posó sus dedos sobre el picaporte de la puerta. Apretó el puño de la otra mano. No podía hacer aquello...No podía.

-Voy a dar un paseo, tengo ganas de andar-le dijo-mejórate, cariño.

Ya estaba hecho. Había mentido a Marisa, su esposa, para acogerse entre los brazos de su hija. ¿Qué clase de padre era? Se aproximó al cuarto de sus hijas y alzó su mano. Dudó un instante, el último instante...La puerta se abrió ligeramente, antes de que sus nudillos pegaran contra la madera.

Abrió la puerta rápidamente. El pasillo estaba a oscuras y el dormitorio iluminado tenuemente con una lámpara. Pese a ello, aprecio una pierna de Patri desapareciendo tras la pared. Sonrió ante la imagen de su pie descalzo. Cerró la puerta y se dirigió hacia el dormitorio. Le costaba andar. Su mente intentaba impedir el movimiento de sus piernas pero no podía. ¿Lo haría? ¿De verdad se atrevería a...?

-Hola, papá-dijo Patri. Alberto abrió un poco los ojos, sorprendido. Allí estaba su hija. Para él. Su deseada hija. Su hija se había vestido con un camisón negro, trasparente y muy pequeño, que dejaba al descubierto sus hombros y la mitad de sus muslos hasta sus pies desnudos. El camisón tenía encajes negros, dejaba un hipnotizante canalillo y poseía unas delgadas cintas de raso negras que ocultaban parte de la desnudez de sus pechos. Estaba cruzada de piernas y se había puesto un tanga negro. Alberto se quedó quieto, observando a su hija. Su pelo rubio, sus ojos pardos cautelosos observando su expresión y una sonrisa enigmática.

-¿Y Laura?-preguntó él. Patri frunció el entrecejo, curvando sus cuidadas cejas y perdió su sonrisa.

-Laura no interrumpirá nada en esta ocasión-respondió ella. Volvió a sonreír y se incorporó de la cama, levantándose. Alberto seguía inmóvil,cautivado por los senos de su hija, que se estremecían cuando ella andaba. Un paso, luego otro, otro...Sus pies apenas hacían ruido pero ella se acercaba. Se detuvo a escasos centímetros de su padre. Ella tuvo que alzar un poco su rostro para observarle la cara. No perdió la sonrisa. Alberto seguía paralizado, perdido en la luz de sus ojos. Ni siquiera percibió que ella cogía su mano derecha y la alzaba hacia su rostro. Delicadamente, casi como si fuera una caricia, desplazó su mano por su mejilla. Ella cerró los ojos un instante, disfrutando del momento. Alberto por fin reaccionó, justo cuando llegó a su nariz el suave perfume de Patri. Movió su mano hasta el cabello de su hija, enredó sus dedos en él y la atrajo hacia sí. Ella no opuso resistencia, aferró la espalda de su padre y buscó su boca. Él también. Sus labios se fundieron en un beso, un roce de labios inquietos. Casi al instante, dejaron que sus lenguas se conocieran. Que bailaran entre ellas, que intentaran conquistar la boca ajena. Los dedos de Patri se abrieron y Alberto sintió sus uñas en su carne. Él se aferró al cabello de ella, con cierta presión. Se besaban los labios, se los mordían, se enfrentaban sus ojos, ojos hambrientos de placer. Incluso Patri soltó un leve gemido en uno de los besos. Las manos de Alberto se apoyaron en los hombros de su hija e intentaron deslizar los tirantes. Ella se alejó un poco, y detuvo sus manos con las suyas. Sonrió.

-Aún no-dijo ella.

-Te deseó-musitó Alberto. Ella se acercó a él y acarició su mejilla con dos dedos.

-Lo sé y eso me pone mucho- empujó a su padre contra la cama. Ella ronroneó ligeramente, y se subió encima de él, sobre los muslos.

-¿Tienes un "sombrerito"?

-¿Un..qué?-preguntó Alberto.

-Un condón, papá-sonrió ella, desabrochando su cinturón y mordiéndose un labio.

-Sí, sí...en el bolsillo derecho.

-Si algo me enseñaron mis padres, fue a usar siempre un condón-dijo ella, con un tono pícaro. Se echó a un lado, junto a su padre, besó sus labios de nuevo y abrió su boca, dejando libertad a su lengua. Mientras, sus dedos hábiles bajaban los pantalones de su padre, ayudada por las manos de él mismo. La mano derecha de Patri ascendió hacia el bulto que había en los calzoncillos de su padre y dejó su mano allí, sintiendo su calor. Se alejó un poco del rostro de su padre y besó su cuello, deslizando suavemente sus labios y trazando circulos con su lengua.

-¿Cómo...es posible?-musitó Alberto, con los ojos entrecerrados.

-Todo es posible-murmuró Patri, pasando su mano por encima del miembro, atrapado bajo la prisión del calzoncillo gris.

-No, tú...eres mi...

-¿Tú qué? ¿Qué soy exactamente para ti?-preguntó Patri, tras acallar la voz de Alberto con otro beso apasionado. Las manos de él se deslizaban por su espalda.

-No lo sé, y eso me aterra-respondió Alberto.

-No pienses, límitate a sentir, a disfrutar del momento-aconsejó Patri, besando otra vez su cuello. Su mano derecha ascendió y fue desabotonando la camisa de su padre, acariciando el vientre un poco velludo.

-Mírame con esos ojos grises, que me encantan-susurró Patri, volviendo a darle otro beso apasionado. Esta vez, soltó un gemido que fascinó a su padre. La respiración de Alberto se hizo más agitada, su corazón retumbaba dentro de las costillas. La luz de la lámpara hacía brillar con un tono dorado el cabello de su hija. Ella volvió a subirse encima de Alberto, sobre su miembro endurecido. Colocó sus manos sobre el pecho de Alberto y se inclinó para besarlo. Alberto observaba los senos de Patri, orgullosos, firmes y tentadores. Casi elevó sus manos para desplazar aquellos dichosos lazos negros. Patri debió detectar algo de sus deseos en sus ojos, puesto que miró hacia abajo y sonrió, movió sus hombros consiguiendo que sus senos se movieran un poco. Además, desplazó suavemente su entrepierna por encima del bulto del calzoncillo, consigiendo que Alberto apretara las mandíbulas levemente, señal de que se estaba conteniendo.

-Me encanta sentir su calor-confesó ella. Alberto no le preguntó si se refería a su polla o al calor que sentía dentro de su vagina.

-Vamos a bañarnos-propuso Patri, incorporándose y andando a paso ligero hacia el cuarto de baño. Alberto la siguió automáticamente. Atrapó a su hija entre sus brazos y devoró su boca, apoyando la espalda de Patri contra la pared donde colgaban las toallas.

-Te deseo-repitió Alberto, besando el cuello de su hija. Ella soltó un gemidito cuando sintió que su padre presionaba sus labios contra su cuello.

-Papá, te necesito-susurró Patri, enredando sus dedos en el cabello rizado de Alberto. Las manos de Alberto deslizaron los tirantes del camisón por los hombros de Patri. Ella accedió, bajó sus hombros y permitió que el camisón cayera, dejándola sola con el tanga negro. Los dos se miraron, abrazados. Parecía que buscaban una respuesta, un indicio.

-Desnúdame-pidió Patri. Alberto besó otra vez a su hija en la boca, y bajó por su cuello hasta su pecho. Sus senos le atraían mucho, pero quería torturar un poco a su hija. Sus labios se deslizaron por un costado, bajaron por su vientre aplicando besos aquí y allá. Besó el borde del tanga, bajó un poco más y dejó escapar su aliento cálido sobre la entrada de su hija. Ella suspiró levemente, cerrando sus ojos. Alberto besó su entrada y reflegó su nariz, apretando levemente, sintiendo que se hundía un poco. Patri abrió sus piernas un poco y le animó a que la desnudara con un suspiro. Él la ignoró. Besó la cara interna de sus muslos, deslizó un dedo por encima de su tanga, volvió a dejar escapar su aliento, besó el contorno de su tanga. Sus manos también acariciaban las nalgas. Finalmente, Alberto cerró sus ojos y bajó el tanga. Lo sintió deslizándose hacia abajo, pasar por los muslos de Patri, por sus rodillas, hasta sus tobillos. Sin abrir los ojos, acercó su rostro hacia la vagina de ella. Sintió en el filo de su nariz la leve aspereza del vello de su hija y aspiró. Sí, olía a hembra.

-No sabía que te iba eso, papá-comentó Patri, divertida. Alberto se incorporó y acogió el rostro de su hija entre sus manos.

-¿No lo has visto?-preguntó Patri, sorprendida.

-Prefiero guardar esa sorpresa-dijo su padre-a la bañera, nena-comentó él, animando a su hija con leves empujoncitos en la espalda de su hija.

-Hacía mucho tiempo que no me decías eso-murmuró ella, entrando en la bañera blanca y amplia que poseía el cuarto de baño. Sonriendo, se tumbó en ella y cruzó sus piernas, ocultando su vagina.

-Báñame, papi-pidió ella, con un tono infantil.Alberto cogio la alcachofa y dejó que el agua corriera, mirando la desnudez de su hija.El agua templada se deslizó por el cabello de su hija, bajando por sus mejillas, por sus pechos, precipitándose hacia el abismo, atravesando el canalillo de sus pechos, su vientre y desembocando en sus muslos y su vulva oculta.Cerró el grifo y se dispuso a enjabonar a su hija. Patri se levantó, ocultando con un brazo sus senos, tarea casi imposible, y con una mano su vagina. Sonriendo ampliamente, con el cabello mojado y cayendo gotitas de él, mostró sus encantos.

-Es hermosa-dijo él, mirando su vagina.

Tenía el vello casi rubio, recortado en forma de corazón y en mitad, sus labios vaginales, que sobresalían levemente, más abultados que los de Marisa. Alberto escogió una esponja suave y rectangular y empezó a enjabonar a su hija. Empezó por su cuello, pasando la esponja y depositando besos aquí y allá, unos más suaves, otros succionando su piel con la intención de hacerle un chupetón. Después, fueron los hombros. A Alberto se le iban los ojos hacia los pechos, hacia los cuales se dirigían los riachuelos de espuma mezclada con agua. Bajó la esponja y la deslizó por el seno izquierdo, suavemente. Su boca descendió hacia el seno derecho, besándolo. Le encantaba deslizar sus labios por su cálida carne, y sentir su esponjosidad y suavidad. Su mano derecha agarró el seno derecho, moviendo sus dedos ligeramente. Mientras, la esponja seguía pasando por el seno izquierdo. Sutilmente, sus dedos rozaban el pezón de vez en cuando e incluso en una ocasión lo aprisionó entre dos dedos. Alberto deslizó su lengua por la teta derecha, hasta la aureola y el pezón. Sus aureolas eran más pequeñas que las de Marisa, un centímetro o dos, pero poseía el mismo pezón. Estirado, endurecido y de un color rosado. A Patri se le escapó un leve gemido cuando sintió los labios de su padre aprisionando el pezón. Alberto dejó caer la esponja y trazó círculos en el seno izquierdo con dos dedos, suavemente, dirigiéndose hacia el pezón. Atrapó el pezón derecho con los dientes y lo mordisqueó ligeramente.

-Mmmm, me encanta, papi-dijo ella, acariciando su pelo. Alberto masajeó ambos senos y alzó su rostro, buscando los labios de su hija. Compartiendo un beso prolongado, empezó a hundir y estirar los pezones.Patri ahogó un gemido en la boca de su padre. Alberto apretó ambos senos y relajaba los dedos, apretaba y relajaba. Los senos se adaptaban a sus dedos, esponjosos. Alberto volvió a bajar la cabeza y besó el canalillo, deslizando su lengua del borde de un seno a otro. Rodeó los pezones con un dedo, y escuchó los suaves gemidos de ella. Alzó los senos y besó los pezones.

-Me pones muy húmeda, papá-gimió Patri.

-¿Ah, sí?-dijo Alberto, fingiendo sorpresa. Patri reaccionaba a sus caricias, besos y toqueteos casi de la misma forma que Marisa.

-Compruébalo-contestó Patri, aproximando su dedo índice a la boca de él. Alberto entendió, abrió sus labios y chupó. Lamió su dedo, bebiendo los jugos de ella. Sacó el dedo de ella y besó su mano, para más tarde, seguir descendiendo por su vientre, besándolo. Recogió la esponja y la pasó suavemente por su vello púbico. Patri abrió un poco sus piernas, mordiendo un labio. Descendió la esponja más y la pasó por el perineo, hacia sus nalgas. Siguió pasando la esponja por las nalgas, al tiempo que aproximaba su rostro al tesoro de su hija, que lo llamaba en silencio. Ella parecía ansiosa, pues acercó su vagina a su boca. Besó su vello púbico, y lo lamió. Con su lengua, tocó suavemente sus labios superiores, sintiendo como cedían ante la lengua. Besó el otro lado del corazón que formaba el vello púbico y desplazó su lengua más hacia su entrada, hundiéndola levemente. Ella soltó un gemido y agarró su cabello. Finalmente, Alberto pasó su lengua por su raja húmeda, de arriba abajo. Encontró su clítoris, y lo lamió. Patri soltó un gemido más sonoro y dijo algo que paralizó la lengua de Alberto:

-Adelante, Laura.

Alberto se volvió ligeramente, horrorizado. Laura los había descubierto...

-Gracias, hermanita, no podía aguantar más-contestó Laura, entrando en el cuarto de baño y cerrando la puerta. Tenía el pelo recogido en una coleta, llevaba una camiseta ancha con un amplio escote y unas braguitas amarillas. Su mano derecha no abandonó el interior de sus braguitas.

-Bájaselas, papá, ella también quiere-dijo Patri. Alberto alzó sus brazos, agarró el borde superior y las deslizó hacia abajo. Su hija menor soltó un leve gemido. En contraste con la vagina de su hermana, Laura poseía un vello oscuro, algo más espeso y sin adoptar una forma concreta. Su triángulo de vello llamó la atención de Alberto, cogió las nalgas de su hija y aproximó su boca a su vagina.

-Aaaah, síii, papá, qué bien se siente, me encanta tu lengua, mmmm-gimió Laura, cerrando los ojos y mojándose los labios.

Patri abrió el grifo y se limpió la espuma de su cuerpo. Mientras tanto, Laura se había sentado sobre el váter, había apoyado sus muslos carnosos sobre los hombros de su padre y éste tenía su rostro clavado en su vagina. Laura se desprendió rápidamente de la camiseta e intentó desprenderse del sujetador. Sus ojos oscuros pasaban del cuerpo desnudo de su hermana hasta la cabeza de su padre. Su boca, entreabierta, deseando besar los senos de Patri. Su hermana le había prometido una sorpresa, y aquello la había sorprendido. Laura aumentó sus gemidos, al sentir a la vez la lengua de su padre y un dedo que se introducía y salía.

-¡Sí, síii, oooh!-gimió Laura, arqueando la espalda.

-¿Me secáis?-preguntó inocentemente Patri.

Los rostros de ambos se giraron hacia ella. Los ojos sedientos de placer, sus rostros iluminados por una extraña felicidad. Ambos se levantaron y cogieron la amplia toalla blanca, envolviendo el cuerpo de Patri. Pasaba la toalla, y luego cubrían la zona con besos y mordisqueos suaves. Los rostros de ambos se encontraron juntos, besando cada uno un seno. Patri acariciaba el cabello de ambos, sonriendo. Alberto y Laura giraron su cabeza y se besaron. Alejaron un poco los rostros. Patri agarró la nuca de su padre con suavidad y besó sus labios. Laura se desprendió del sujetador blanco y dejó que la mano derecha de su hermana acariciara su mejilla y bajara hacia sus senos, más pequeños y duros que los de su hermana. Luego, Patri bajó su cabeza y besó a su hermana, mientras tocaba los senos de su hermanita con ambas manos, agarrándolos y pellizcando sus pezones oscuros. Terminaron su beso, y Patri giró su cabeza hacia el rostro de su padre. Sonrió y depositó un dedo en su boca, bajándolo por su cuello, su pecho, su vientre...El rostro de Alberto se contrajo levemente y ella sonrió más. Laura besaba y lamía los senos de su hermana, mientras Patri acariciaba su cabello oscuro.

-Sé lo que deseas-dijo Patri, bajando los calzoncillos de su padre con una mano. La polla de Alberto salió como un resorte, dura y húmeda. Su miembro tocó levemente el culo de caderas anchas de Laura.

-Está caliente-comentó Laura, alejándose un poco y permitiendo que su hermana se arrodillara. Las manos de Patri se aferraron a las nalgas de Alberto, alzó su rostro y sus ojos se iluminaron cuando notó la expresión de anhelo de su padre.

-Laura, tócate, papá quiere verte-dijo Patri con suavidad. Laura abrió sus piernas un poco más. Su mano derecha se situó encima de su vello, y empezó a deslizar dos dedos por su raja. La otra mano agarró un seno, apretándolo levemente. Por su parte, Patri había acogido la polla de su padre entre sus senos, y empezó a hacerle una magnífica cubana. Alberto soltó un gemido, casi al mismo tiempo que Laura, cuando notó su polla aprisionada entre aquellas dos tetas. Patri agachó su rostro, y rozó con la punta de su lengua el glande de su padre.

-Laura, ven, yo te tocaré-susurró Patri. Laura se acercó obediente. Agarró el brazo derecho de su padre con sus dos manos, y mordió sus labios cuando notó como el dedo corazón de su hermana se deslizaba por su raja. Patri agarró la polla de su padre con su mano izquierda y sonrió mientras sus dedos bajaban y subían por su tronco.

-Esto...es...fantástico-dijo Alberto, tocando los senos de Laura con su mano derecha. Laura tenía una mirada lujuriosa y besó el antebrazo de Alberto. La lengua de Patri se deslizaba por el tronco de la polla, desde la base hasta la punta, se enroscaba en el glande y lamía la punta.

-Mmm, papá, el pezón, pellízcalo, ooh, síii...Patri, más, máaas, rápido, rápido, ahoraaa, síii-murmuraba Laura. El dedo corazón de Patri trazando círculos en su interior, la yema del dedo gordo estimulando su clítoris, más pequeño y grueso que el de su hermana, y los pellizcos suaves de Alberto en su pezón derecho, provocó una devastadora combinación para Laura, que mordió el antebrazo de su padre para ahogar sus gemidos. A Laura le temblaron las piernas y se aferró al hombro de su padre, respirando fatigosamente, Patri seguía engullendo la polla de su padre y Alberto se sentía en el Paraíso.

-A la cama-dijo Alberto, con una voz apremiante.Patri se levantó, besó a Laura y cogió las manos de Alberto, guiándolo a la cama. Patri miraba a Alberto intensamente, mientras Laura los seguía, tan desnuda como ellos. Patri abrazó a Alberto junto al borde de la cama, sus lenguas se encontraron y compartieron un beso apasionado.

-Te deseo mucho-dijo Patri, empujando a su padre hacia la cama. Ella cayó encima de él,las manos de Alberto se aferraron a las nalgas de su hija y siguieron besándose. Como si no existiera Laura, como si aquellos fuesen los últimos momentos de sus vidas.

-Laura, pónselo-pidió Patri.

-¿Ella sabe?-preguntó Alberto, en un tono que rezumaba duda. Patri sonrió.

-Pues claro. Yo le he enseñado, soy su hermanita mayor.

Siguieron besándose. Alberto atrapaba la lengua de su hija, y casi gime de nuevo al sentir los dedos de Laura aferrando el tronco de su polla. La lengua de Patri era divina, no sólo casi había conseguido que eyaculara en su boca, sino que también sabía desenvolverse en su boca.

-Mmm, Laura, eres muy mala, ¿eh? Mmm, me encanta tus deditos, oooh-gemía Patri, mientras besaba a Alberto. Su cintura se movía y reflegaba contra el vientre de su padre.

-Puesto, sabe a melocotón-anunció Laura, tumbándose junto a ellos y liberando los dos dedos que había incrustado en la vagina de su hermana. Alberto rodó el cuerpo de Patri a un lado, y se tumbó encima de ella. Apoyó todo su peso en el brazo izquierdo y miró intensamente a su hija. El pecho de Patri ascendía y bajaba lentamente.

-¿Estás segura?-preguntó Alberto. Como respuesta, Patri abrió más sus piernas, agarró las caderas de su padre y lo guió. Volvieron a besarse, mientras Alberto sentía como su polla se adaptaba a los labios de su hija, como éstos lo recibían y se introducía. Un poco, luego otro poco más. Su calor en el tronco...era una experiencia exquisita. Patri empezó a gemir suavemente, sus manos se desplazaban por la espalda de Alberto, aferrándose a sus hombros. Las piernas de Patri aferraron las caderas de Alberto, y lo incrustaron más. Entonces, empezó. Alberto no lo podía creer. Bajaba, subía. Penetraba a Patri. A su hija, a su hija mayor. A quien había visto crecer y cuidado como padre. Ahora, era una mujer. La sentía como una mujer. No quería pensar, no quería despertar a los fantasmas que pronto lo torturarían. Dejaba que sus labios besaran los de su hija, que sintiera el calor de su calor, escuchar sus gemidos, sentir su lengua.

-Sí, papá, más, máaas, rápido, mmm...¡oh!-gemía Patri. Alberto se incorporó sobre sus manos, observando los senos de su hija moviéndose, hacia delante y hacia atrás. Patri tenía el pelo revuelto, los ojos casi cerrados y se mordía los labios. Laura los miraba a ambos, con una expresión de fascinación.

-¡Máaas, máas, papá, máaaas!-gimió ella, en un tono más alto. Sus dedos se aferraron al cabello de su padre. Alberto aumentó su ritmo de penetración, sintiendo las primeras contracciones de su hija.

-¡Síiii!-gritó Patri. Su espalda se arqueó, sus uñas arañaron las caderas de su padre, su expresión facial era radiante. Su rostro se iluminó con una sonrisilla.

Alberto se incorporó e intercambiaron una mirada. Patri lo entendió. Se colocó a cuatro patas y miró a Laura. Laura asintió y se colocó tumbada boca arriba, su vagina sobre el rostor de su hermana.

-Vamos, papi, quiero que me folles-susurró Patri, moviendo sus caderas. Alberto aferró el culo de su hija, y guió su polla hacia la entrada húmeda de Patri. Ésta descendió su rostro y empezó a besar la vagina de su hermana. Laura miraba a Alberto, sonriendo. La polla de Alberto se abrió paso en el interior de la vagina y empezó el vaivén. Su mano izquierda, buscó la entrada de Patri y encontró su clítoris, estimulándolo con un dedo. Patri lamía la raja de Laura, y la besaba. La mano derecha de Patri se aferró a un seno de Patri, agarrándolo. Los gemidos de Patri y Laura enardecían a Alberto. Sus dos hijas, allí, disfrutando ante él y con él. Sus dos queridas niñas, ya mujeres. ¿Qué diría Marisa? El vaivén aumentó, la mano derecha pellizcó el pezón, Patri introducía dos dedos en la vagina de Laura y lamía su clítoris. Los gemidos aumentaron. El vaivén aumentó. Alberto sentía en su mano el movimiento del otro seno de Patri. Patri no pudo seguir lamiendo la vagina de Laura. Sus gemidos aumentaron. Su cabello rubio se movía al ritmo del vaivén. Laura y Patri compartieron un beso. Las manos de Laura se aferraron al rostro de Patri.

-¡Papá! ¡Síii!!-chilló Patri, soltando un gemido de alivio mezclado con un placer enorme. El orgasmo de Patri fue mayor que los dos de Laura, su espalda se arqueó y Alberto sintió como el flujo de Patri manchaba sus muslos. Alberto se alejó un poco de Patri, bajó su rostro y lamió su vagina.Su polla seguía erecta.

-Laura-dijo Patri, en un suspiro. Su rostro estaba apoyado en sus dos brazos, y respiraba con gravedad. Laura se acercó a su padre. Él observó el rostro de su hija, alejándose un poco de las nalgas de Patri. Su boca estaba mojada de los flujos de Patri. Laura aferró la mano derecha de Alberto, seleccionó un dedo y lo introdujo en su vagina. Alberto, sintiendo la calidez del interior de su hija, volvió a hundir su rostro entre los cachetes de Patri, y exploró con su lengua su vagina. Lamía todo, introducía su lengua en su vagina y besaba sus nalgas. Laura guiaba el dedo, aumentando el ritmo.

-Papá...eres el mejor-suspiró Patri. La mano derecha de Patri se acercó a su vagina e introdujo dos dedos.La lengua de Alberto tocaba los dedos de su hija, y también los lamía.

-Laura, a cuatro patas-dijo Patri. Laura obedeció, orientando sus cachetes hacia el rostro de Patri.

-Papá, hagamos otra cosa-dijo Patri. Alberto se alejó un poco y observó como sus hijas se colocaban en diagonal encima de la cama. Ambas a cuatro patas, Patri lamiendo la vagina de Laura y Laura gimiendo suavemente. Alberto volvió a lamer a Patri. Los gemidos de Laura eran sonoros Esta vez, Alberto se introdujo boca arriba entre las piernas de Patri, se incorporó sobre sus manos y empezó a lamer aquella deliciosa vagina. Alberto sentía en su cabello el contacto de los pechos de Patri, que colgaban. A veces, los gemidos de Patri se superponían sobre los de Laura. Otras, Laura gemía más. La lengua de Patri se desplazaba por la raja de su hermana, al igual que la de su padre. Ambas lenguas, a un ritmo frenético y devastador. Pronto, Laura no pudo aguantar más y se corrió,soltando un largo gemido. Cayó sobre la cama, exhausta. Patri se volvió hacia su padre y se dieron un beso, compartiendo los jugos.

-Me encanta mi sabor-dijo Patri, sonriendo. Apoyó sus manos sobre el pecho de Alberto y lo empujó sobre la cama. Alberto suspiró al sentir como su polla, se abría camino de nuevo en el interior de su hija, que quería cabalgarlo.

-¿Te gustan las vistas?-preguntó Patri, un poco exhausta y con el rostro acalorado.

-Si fuera pintor, te recrearía en un cuadro-respondió Alberto. Aquellos pechos, con pequeñas marcas de los mordiscos, los pezones erectos; su polla introduciéndose en su vagina...Pero lo que más destacaba ahora, era la sonrisa de Patri. Tan plena y radiante, y sus ojos iluminados por una alegría feroz.

-¿Y qué título pondrías? Familia en intimidad-bromeó Patri, empezando a cabalgarlo. Alberto observó como la vagina de Patri se alejaba levemente, y como volvía a descender, hasta que sus vellos se acariciaron. El áspero y negro de Alberto y el casi rubio de Patri y recortado.

-Sueño-dijo Alberto.

-Mmmm, me gusta, casi tanto como tu polla-respondió Patri, aumentando el ritmo. Se introducía la polla hasta el final, escuchándose un plaf, plaf, plaf... Los senos de Patri empezaron a subir y bajar, hipnotizando a Alberto. Alberto agarró los senos de Patri con sus dos manos, amasándolos.

-Mmm, síii, me encanta...Tu polla es ...tan...ohhh...mmm-gemía Patri, mirando el rostro de su padre.

-No puedo creer esto-confesó Alberto. Plaf,plaf,plaf...

-Pues ten creencia-sugirió Patri, moviendo su cintura en círculos. Alberto gimió al sentir como su polla se adaptaba a la vagina de Patri.

-Confieso que yo no creía que esto pudiera pasar-dijo Patri, mordiendo sus labios. Sus dedos se aferraron a los brazos de su padre, mientras los dedos de Alberto pellizcaban los pezones de su hija. Plaf, plaf,plaf... Patri aumentó más el ritmo. Su cabello rubio, rebelde, se agitaba y azotaba sus hombros. Sus gemidos aumentaban poco a poco. Patri aprisionó las manos de su padre contra la cama, y éste observó fascinado el movimiento de los senos de su hija.

-Ahhh, síii, papá, me voy a correr-gimió Patri, besando a su padre con insistencia. Sus senos descansaron en el pecho de su padre. Alberto azotó las nalgas de su hija.

-Quiero...quiero ser tuya-susurró Patri en su oído. Alberto no podía más. Su hija encima, cabalgándole, gimiendo en su oído, observando el culo de su hija subiendo y bajando. Sentía la llegada del orgasmo. Las paredes vaginales se contrajeron levemente y aprisionaron más la polla de Alberto. Un largo gemido de Patri fue decisivo. Su polla empezó a palpitar y estalló. Alberto pusó los ojos en blanco, sintiendo un calambrazo eléctrico recorriendo su espalda. Ambos se quedaron en la misma postura, respirando, uno junto a otro. Sus rostros se buscaron, y se besaron otra vez. Esta vez, delicadamente. Patri se tumbó a la izquierda de Alberto.

-Esto...-empezó Alberto. Patri lo silenció con un dedo en la mano.

Lo ocurrido, ha ocurrido. El pasado es el pasado. Que no atormente tu presente ni tu futuro. En el fondo, lo has disfrutado-dijo Patri. Los ojos grises de Alberto dudaron un instante y miró a Patri. Su rostro rezumaba tanta paz...

-No me arrepiento pero...-miró a Laura, que dormía tranquilamente a su lado.

-Ella es joven, conocerá a otros jóvenes, te olvidará-prometió Patri.

-¿Y tú no eres joven?-bromeó Alberto, acariciando su mejilla.

-Los jóvenes de mi edad me atraen. Pero tú...eres diferente. Fuiste mi fantasía durante muchos años.

-¿Cómo?-preguntó Alberto, sorprendido.

-Una vez, cuando tenía once años y mi sexualidad había despertado... Llegaste a casa, y mamá creía que estaba dormida. Era por la mañana, y llovía. Os fuísteis al salón. Yo me desperté, y quise bajar las escaleras. Pero os ví. La ví a ella-explicaba Patri, mirándolo a los ojos-yo no sabía que hacíais, era muy joven, pero ahora lo sé. Mamá te estaba cabalgando, por suerte, no miraba hacia las escaleras. Ella decía que le habías alegrado el día, que te encantaba, que fuera más rápido, que ese día estaría muy feliz porque estabáis follando...Yo, yo me mojé. Sentía un calor entre las piernas extraño. Subí a mi cuarto y...ya sabes-sonrió-fue la primera vez que me masturbé. Mis deditos eran torpes pero casi conseguí el orgasmo. Sentí celos de mamá, yo también quería que me volvieras feliz y alegre. La casa parecía sola y lúgubre cuando no estabas...Crecí, maduré y me olvidé de aquello. Pero...-acarició el pecho de Alberto y depositó un beso cerca de su pezón izquierdo-aquella imagen quedó grabada en mi mente. A veces soñaba...soñaba que yo estaba encima aquel día...Me sentía enferma, hasta que lo asumí. Asumí que todo era una fantasía, que no había nada malo en desear aquello.Pero no era así. Mi atracción hacia ti crecía. Y eso me aterraba. Intenté ocultarla con Laura, enseñándole lo que era ser una mujer, qué debía hacer y esas cosas de chicas pero...no pude. Intenté calmar mi sed sexual con otros chicos, pero no pude.

-Te ví-confesó Alberto-follando con aquel chulo y con ese rubio.

-Lo sé, noté tu llegada, te ví, él estaba tan cachondo que apenas podría haber notado algo a su alrededor-explicó Patri, compartiendo un beso.

-¿Qué haremos ahora?-preguntó Alberto.

-Volver a nuestras vidas-suspiró Patri-no volverá a ocurrir esto, no se puede repetir. Somos familia. Pero...-Patri alzó su rostro y besó la mejilla de su padre, sintiendo su escasa barba-ha sido increíble.