Loco por follar con mi hermanita

La otra cara de la moneda, continuación del relato "loca por follar con mi hermano" aunque se puede leer sin haber leído el otro.

De nuevo estaba en mi cama, sin ser capaz de recordar cuando fue la última vez que tuve sexo dos veces en una noche…

Desde mi cama podía oírla moverse en la suya a unos metros tan solo de mí, el recuerdo de su cuerpo, el tacto de su piel, el calor que desprendía, el sonidito gutural de sus gemidos, su sexo estrecho, mojado… toda ella era alucinante. Jamás había sentido nada parecido como lo que acababa de vivir y me preguntaba porque de todas las mujeres del planeta tenía que ser ella… mi hermana.

No estaba bien, me repetía una y mil veces al despertar esa mañana. Mientras el agua de la ducha recorría mi cuerpo aun entumecido.

Me puse un pantalón y fui hacia la cocina, la puerta de su habitación estaba cerrada y creí que dormía hasta que al entrar en la cocina la vi allí sentada con una taza en la mano.

-Buenos días –dijo al verme en el marco de la puerta-

-Buenos días Leila

A pesar de llevar una bata larga  tenía la pierna cruzada y podía ver perfectamente su muslo terso, sus piernas torneadas… recordé de nuevo como la noche antes moría de placer entre esos muslos y mi polla tomó vida propia, endureciéndose bajo el ancho pantalón.

Huyendo de ella fui al otro extremo de la cocina a prepararme el café.

-¿Vamos a jugar a que no ha pasado nada? -preguntó antes de que me diera la vuelta, poniéndose en pie-

-¿Es lo que quieres? –le pregunté sentándome-

Ella se apoyó en la mesa justo al lado de mí y sin inmutarse me dijo tranquilamente:

-Lo que quiero es seguir jugando contigo ¿y tú que quieres hermanito?

Volví a perderme en su fuego como en el pasillo la noche anterior, la necesidad de poseerla siempre se anticipó a mi cordura en las distancias cortas con mi hermanita. Sin voluntad para obviar el fuego que ardía en mis entrañas tiré de ella, con agilidad pasó una pierna poniendo una a cada lado de mi cuerpo y apoyando el culo en la mesa; yo tiré del cinturón y pude comprobar que ciertamente estaba desnuda. Me incliné para besar su vientre mientras mis manos apretaban sus senos llenos, redondos… pellizqué sus pezones ya duros y tiré de ellos cada vez con más saña a medida que me inclinaba más para besar su pubis.

-Quiero volver a follarte hermanita, eso quiero nena –dije entre jadeos-

No quería pensar en nada que no fuera ese cuerpo que deseaba hacer mío de nuevo con toda mi alma.

Me puse en pie, sentándola más y mejor sobre la mesa, me coloqué entre sus muslos y sacando solo mi polla dura la paseé por su hendidura, encantado al oírla gemir y apoyarse en sus codos.

-¿Qué quieres hermanita?, pídemelo

-Métemela por favor

Y no pude más que complacerla.

-Consigues que olvide el lugar de donde vengo… y que no tenga claro si existe el lugar al que iba, solo puedo pensar en esto –le dije arremetiendo una y otra vez-

Mientras ella cabalgaba, sentía dentro de mí como un mar embravecido, disfrutando como un loco del movimiento de sus caderas, alentándola a que siguiera aun a riesgo de morir en su orilla.

Ahí empezó nuestra pasión descontrolada, en la que me sumergí de lleno. Aprovechábamos cualquier momento; con ella no había límites, daba igual que fuera en mi coche de camino a su casa, en mi despacho, en los baños… cualquier momento era bueno para hacerlo y cuando más peligroso era más excitante nos parecía a ambos.

Unas semanas después mi padre nos invitó a cenar y allí además de ella, su madre y mi padre, estaban mi tía, su marido y mi prima y su marido. Mientras todos charlaban tras los postres organizando una partida de cartas dije en voz alta pero hablando con Leila:

-¿Al final pudiste poner el programa que te dije en tu ordenador? -fingiendo que era un tema de trabajo, me moría por estar unos minutos a solas con ella-

-No

-Lo necesitas, deja que lo miré un momento, solo cinco minutos mientras termináis de organizar la partida –dije mirando al resto-

Entonces subió ante mí las escaleras que teóricamente nos llevaban a su habitación donde estaba el ordenador.

-Daros prisa, tenéis diez minutos –dijo su madre mientras llevaba cosas a la cocina con mi tía-

-Descuida –le contesté ya sin apartar mis ojos de su redondo culo-

En el primer giro de la escalera donde ya no podían vernos desde abajo nos besamos. Sin decirnos nada terminamos de subir y volví a devorar su boca.

-Quiero más –dijo mimosa-

-¿Aquí? –pregunté contento ante la perspectiva de poseerla-

Ella no contestó sin separarse llevó su mano a mi entrepierna y acarició mi polla sobre el pantalón.

La aparté y la coloqué delante de mí, ella se aferró a la barandilla y yo desde atrás subí su vestidito y sacándomela la coloqué entre sus muslos, sintiendo el calor de su sexo, la metí por un lado moviéndome entre sus bragas y su rajita, hasta no poder más, entonces bajé las braguitas y la penetré de un solo envite.

-¿Os falta mucho chicos? –dijo su madre desde abajo-

-No mamá, ya casi hemos acabado –dijo sonriéndome con picardía-

-Eres una zorra salida, córrete putita –le dije enloquecido-

La aferré fuerte de las caderas y empecé a entrar y salir, más rápido, más adentro… y cuando noté los espasmos de su orgasmo volé con ella antes de bajar y reunirnos con el resto de la familia con el regusto de saber el resto de la noche que su coñito estaba encharcado de mi semen.

Me sentía dividido, no podía evitar el deseo, la pasión y el placer que sentía con ella, pero también estaba la culpabilidad de saber que no estaba bien y que terminaríamos haciéndonos daño no solo a nosotros sino al resto de la gente que queríamos.

Por una parte, no podía ni quería engañarme, quería a mi mujer, por más frio y rutinario que se hubiera vuelto mí matrimonio. Luego estaba mi padre que se llevaría el gran disgusto de su vida si se enterara de lo nuestro, incluso pensaba en la madre de Leila. Por otra parte ella a la que no solo le doblaba la edad, sino que además era mi hermana pequeña y yo debía protegerla, no follármela. Incluso yo saldría perdiendo cuando me enganchara a ese deseo que pasaría, por ley de vida cuando ella conociera a alguien más acorde, con quien formar una familia.

Con todo ese torbellino de emociones instaladas en mi rutina fueron pasando los días, los encuentros con mi hermana, las vueltas a casa saciado de sexo, sintiéndome rastrero al encontrarme con ella, fría y distante pero allí.

-Tenemos que hablar –dijo un día explotando la fría situación-

-Creo que esto no va a ninguna parte…

Tras esa conversación me mudé a la habitación de invitados y abandoné el tálamo nupcial, al día siguiente salí de viaje y durante este, ella me llamó para darme la noticia de que se iba unos días a cuidar de su hermana y que separarnos sería lo mejor para los dos.

-Estaré fuera un par de semanas, luego volveré a por mis cosas.

No había opción a replica, no la tenía, para mí era muy cómodo tenerla de pantalla, de escudo, pero no podía pretender que ella siguiera en un matrimonio donde no había más que rutina, cariño y cotidianidad.

Al día siguiente cuando volví del viaje ya no estaba, llamé a Leila y le conté lo sucedido afectado.

-Estoy aquí para lo que necesites

Los siguientes días no la busqué y ella no hizo nada por acercarse.

Unos días después me enteré que salía con unos compañeros, no dije ni hice nada salvo quedarme a trabajar hasta las tantas. Estaba enfrascado en mis cosas cuando oí que alguien abría la puerta.

-¿Estás aquí? Pensé que se había quedado la luz encendida de tu despacho al pasar por abajo. ¿No es muy tarde para seguir aquí?

-¿Tu no tenías que estar en una cena?

-A eso iba, ¿estás bien?

-No tanto como tu nena–se me escapó mirándola de arriba abajo-

Ella me sonrió con tristeza.

-Venga te acompaño y me saco un café de la maquina

La seguí hipnotizado viendo el balanceo de su culo al ritmo de sus caderas junto con el repiqueteo de sus tacones en el suelo de madera.

Se paró ante la máquina y sacó un café, cuando se inclinó a mirar si había salido el vasito me regaló una mejor panorámica de su culo y eso derrumbó mis barreras. La aferré por las caderas y presioné mi erección contra ese culo.

-He intentado no desearte, pero como puedes notar no lo he conseguido –dije casi para mí mismo admitiendo la evidencia-

Ella miró el bulto en la entrepierna de mi pantalón evidenciando mis palabras, se mordió de nuevo el labio de esa manera tan sexi a sabiendas de lo que conseguía en mí, estiró la mano y sin dejar de mirarme a los ojos liberó mi polla, la cogió con ambas manos antes de llevar una de ella a mis testículos al tiempo que la otra empezaba a meneármela.

-Yo tampoco dejo de pensar en esto

Sus ojos se oscurecieron, miré como sus dientes se clavaban en esos labios que deseaba saborear con toda mi alma, pero cuando intenté hacerlo ella se apartó.

-No quiero que me folles hasta que tengas claro que vas a seguir haciéndolo sin pesares o a pesar de todo –dijo con seguridad-

Se arrodilló ante mí y se deshizo de mi pantalón con firmeza, subió mi polla con su mano sin dejar de meneármela y empezó a lamer mis huevos, dando profundas lengüetadas, moviéndolos, masajeándolos con su lengua mientras su mano me llevaba a la locura.

Cuando se cansó de lamer mis testículos, subió a lamer la punta de mi polla, chupeteó el glande y por fin tras mis ruegos trago más de mitad de mi estaca, dura como el granito, esta palpitó en su boca antes de sacarla y succionar de nuevo el glande con fuerza hasta hacerme chillar de placer, entonces volvía a dejarla resbalar entre sus labios hasta alojarla casi por completo en su boca, mientras ahora, su mano acariciaba mis pelotas, las sentía pesadas, llenas y mi polla dispuesta, ansiosa, caliente, mojada… alternaba la dureza de los chupones con la sutileza de su boca.

-Hermanita me vuelves loco, vas hacer que me corra

-Esa es la intención –dijo levantando la mirada-

Verla de rodillas ante mí lamiendo mi sexo y ver como este desaparecía en su boca sin que sus ojos se apartaran de los míos me puso a mil y no pude más. Un potente chorro salió disparado tras un largo chupetón cubriendo sus labios, para terminar de vaciarme en su boquita. Ella no solo tragó sino que lamió hasta la última gota dejando mi polla limpia.

Sin decir nada más cogió el café que aún estaba en la máquina y tras darle un trago me lo pasó:

-Me voy que llego tarde

Minutos después de oír la puerta cerrarse aún seguía allí apoyado en la máquina de café bebiendo lo que ella había dejado en el vaso.

Una hora después ya en casa dándole vueltas a lo sucedido me di cuenta de que por más que mi matrimonio y el mundo se derrumbara a mi alrededor no iba a dejar de desearla, se había metido bajo mi piel y el deseo de poseerla era más fuerte que perderlo todo en el intento.

Que esa verdad me golpeara en las entrañas me enfureció y en plena ebullición la llamé:

-Ya lo tengo claro, cuando acabes te espero en mi casa –le dije y sin esperar respuesta colgué-

Me puse cómodo y me instalé en el sofá. Apenas me había colocado oí la puerta de la calle, miré el reloj y no podía creer que fuera ella solo un cuarto de hora después de mi llamada.

-Eres tú

-Claro, ¿esperabas a alguna otra? -preguntó desde la puerta del salón-

-No, solo a ti, pero con menos ropa.

No me acerqué a recibirla, mi voz sonó aún más dura de lo que pretendía, pero ella no se amilanó, llevó la mano a su espalda y un minuto después su vestido estaba a sus pies.

-Veo que tenerlo claro te cabrea

-Mucho

-No me importa que te joda, si eso me lleva a ti

-Eres una desvergonzada, pero aun llevas mucha ropa

Primero cayó el sujetador, luego las bragas…

-Tráeme más hielo –le dije pasándole mi vaso, probándola-

Arrancó literalmente el vaso de mi mano y se fue a la cocina, entonces la seguí.

-Yo tengo claro lo que quiero, ¿y tú tienes claro lo que quieres hermanita?

-Sí, quiero que me folles

Le quité el vaso de la mano y cogiendo uno de los hielos lo pasé por sus pezones ya duros hasta ponerlos aún más tiesos. Ella aun con la puerta de la nevera abierta dejó que jugara con los hielos en sus tetas. Tras fundir el hielo acerqué la boca y empecé a mordisquearlos hasta que se quejaba de dolor, entonces los lamia para calmarlos antes de chupetearlos de nuevo para excitarla. Ella gimoteaba complacida mientras iba de un pezón a otro dándoles el mismo trato.

Cogí otro hielo y me arrodillé ante ella, paseé este por su pubis rasurado enfriando su piel para calentarla después con mi boca, ella separaba las piernas pero yo no pasaba de su monte de venus, sin querer profundizar de momento.

No sé si me calentó más sus suplicas o ver el brillo de sus juguitos manchar sus muslos pegados. Tiré de una silla e hice que se sentara.

-Abre las piernas –le pedí-

Me colé entre sus muslos, bajé la cabeza y pasé mi lengua por su raja, extasiado con su sabor y por notar el temblor de sus piernas. Succioné su clítoris hasta hacerla gimotear y entonces apartándome de ella cogí el ultimo hielo del vaso y froté con el su clítoris sin parar a pesar de sus quejas, le sonreí y lo metí en su vagina antes de bajar a lamer su botoncito, succioné y mordisqueé hasta lograr que volviera a gemir, pero esta vez no lo corte seguí hasta que se corrió en mi boca. No paré, al contrario metí dos dedos, los curvé en su interior y empecé a entrar y salir con dureza, dentro y fuera, dentro y fuera… ella me miraba y suplicaba, no sé si quería que parara o que siguiera, pero estaba fuera de sí, no paré hasta oírla lloriquear, entonces saqué mis dedos chorreando y noté como si se hiciera pis, enloquecido acerqué mi boca y lamí. Ella me tiraba del pelo mientras volvía a correrse crispada.

Me puse en pie para quitarme los calzoncillos, mi polla volvía a estar tan dura como antes de su mamada.

Ella se sentó en la mesa y subió los talones a está ofreciéndose, la penetré como un poseso, con dureza, hambre y rabia. Enterré mi vara una y mil veces en su coño sin delicadeza, ninguno de los dos la quería.

El haberme corrido unas horas antes me dio la fuerza para aguantar los espasmos y apretones de su orgasmo, esté la dejó exhausta en la mesa, como una muñeca de trapo, mientras mi cuerpo pedía más.

La bajé de la mesa y la coloqué de pie inclinada sobre esta, ella se dejaba hacer rendida. Volví a arrodillarme esta vez para asaltar su coño desde atrás, pero con otra intención. Mi lengua dejo su cueva para seguir hacia su entrada trasera. La pasé por toda su rajita parándome en su ano, tras bordearlo con la punta de mi lengua penetré su estrechito orificio, ella apenas tenía fuerzas para quejarse levemente, pero terminó rindiéndose a las caricias que mi lengua profería a su ano ya más suelto; empujé con la yema de mi dedo hasta conseguir penetrarla lentamente hasta la primera falange y no me moví hasta que tras besar y lamer su culito volvió a relajarse entonces empujé hasta el fondo, dos minutos después entraba y salía de su culo con facilidad para poder introducir otro dedo, cuando también este entró sin esfuerzo supe que era el momento.

Me puse en pie y llevé mi glande a su trasero, lo apoyé en la entrada de donde acaban de salir mis dedos y presioné hasta meter la cabeza de mi polla, ella gimoteaba quejándose pero sin fuerzas. No había vuelta atrás, estaba como loco, me aferré a sus caderas y fui llenando su culito. Ella se aferró a la mesa con fuerza y lloriqueo de dolor

-¿Paro? -no quería hacerle demasiado daño-

-No, cabrón… párteme en dos hermanito –dijo con voz ronca, sorprendiéndome-

No recordaba haber estado tan excitado en toda mi vida; un último empujón y estuve todo dentro de su glorioso culo, dejé que se adaptara y empecé a moverme mientras acariciaba sus caderas, sus muslos y subía hacia su culo, sus caderas… estaba tan estrecha, tan buena y tan viciosa… pensé al notar sus caderas seguir el ritmo de las mías.

-Voy a llenarte de leche cariño

-Si –gritó llevando su mano entre sus piernas-

Saber que se masturbaba terminó con mi control y agarrado a sus tetas, mordiendo su espalda me vacié en sus entrañas mientras ella una vez más volvía a correrse en sus deditos.

-Te quiero tanto hermanito, no nos prives de esto -dijo lloriqueando-

-No sería capaz mi vida –dije dejándome caer en la silla, emocionado-

Ella seguía apoyada en la mesa, completamente inclinada. Miré su maltrecho culito y pude ver como mi semen se escurría cayendo por sus muslos mientras ella respiraba con dificultad inerte en la mesa. La vista se me nublaba por el esfuerzo y el placer.

Supe entonces que la amaba y que ella seria siempre mi oscuro secreto frente a un mundo que jamás entendería nuestra pasión, aunque amarla sin control fuera lo mejor que me había pasado en la vida.