Loca

Un tipo maduro se encuentra con una mujer estrafalaria.

La «loca» estaba armando un escándalo en mitad de la calle, gritando al conductor que había detrás mío, insultándole y gesticulando con grandes voces. Yo estaba parado en el semáforo sin poder moverme y los de más atrás no hacían nada más que tocar el cláxon. Aquello era una locura, así que le grité a la pobre mujer que se quitase de delante y subiera a mi coche para poder largarnos de allí.

A la loca la había conocido cinco minutos antes. Estaba sentada en el bordillo de la acera, al lado de la parada del autobús. Como de costumbre hablaba sola, murmurando y canturreando mientras movía la cabeza y las manos al compás de alguna música imaginaria. A veces se quitaba el gorro y dejaba al descubierto el cabello, muy corto y despeinado. Yo la miraba desde el coche mientras esperaba a que el semáforo se pusiera verde. La había visto un par de veces caminando por el barrio y en alguna ocasión habíamos coincidido en la tienda de al lado. No sabía nada de ella, únicamente que era una mujer de mediana edad que vestía de forma estrafalaria y hablaba sola. Jamás la había mirado más de dos segundos seguidos pero aquel día, esperando en el semáforo, sin ningún motivo en especial me puse a mirarla con atención.

Era verano y hacía un calor horrible. A mis 58 años, aunque vigoroso y fuerte como soy, el aire acondicionado del coche no impedía que transpirase copiosamente. A pesar del calor ella vestía una ropa deportiva de invierno que le marcaba su figura en forma de pera, muy acentuada en las caderas. Por la forma en la que se le movían los senos bajo la ropa supuse que no llevaba sujetador. Eso hizo preguntarme si tampoco llevaría bragas. De forma inconsciente posé mi vista sobre su entrepierna, buscando con la mirada alguna forma reveladora entre sus muslos. Entonces la loca se fijó en mí, se levantó del bordillo y se dirigió directamente hasta mi coche.

Pensé que me había pillado espiándola y que iba a gritarme pero en cambio me preguntó la hora. Mientras miraba el reloj no pude evitar echar un vistazo de reojo a su busto. Tenía la cremallera del chándal bajada y pude ver cómo el sudor se le escurría por un escote muy, muy profundo. Lo cierto es que debía de tener un buen par de tetas allí dentro.

Le dije la hora y ella soltó un exabrupto, maldiciendo porque había perdido el bus. En ese momento un claxon sonó detrás de mí: el semáforo se había puesto verde y estaba molestando al de detrás. Ella le gritó algo y el de atrás le dijo un par de tacos; ella le respondió alzando aún más la voz. Los de más atrás también comenzaron a tocar la bocina. La cosa se estaba calentando, así que le pregunté a la mujer si quería subir al coche, que yo la acercaba a donde quisiera, pero que dejase de gritar.

Ella no me contestó, simplemente siguió gritando e insultando al de atrás mientras abría la puerta y subía dentro. Me puse en marcha y le tuve que preguntar varias veces a dónde quería ir, pero ella seguía hablando sola, insultando al tipo de atrás, aunque hacía rato que lo habíamos perdido. Poco a poco se calmó y me dijo que quería ir al centro comercial. Luego se puso a canturrear la canción que estaba sonando en la radio.

Le pregunté si le gustaba la música. Ella dijo que sí.

—¿Y qué tipo de música te gusta? —volví a preguntar.

—La música que se puede cantar.

—Eso son las canciones —aclaré—. ¿Te gusta cantar?

Ella me dijo que sí, que le gustaba mucho cantar, cosa que me demostró inmediatamente, acompañando de viva voz la música que salía de la radio. Por alguna razón eso la hizo reír.

Tenía una risa muy bonita.

Le pregunté su nombre y qué era lo que iba a comprar en el centro comercial y ella me dijo que se llamaba María y que iba a comprar ropa. No pude evitar volver a preguntarme si debajo del pantalón llevaría ropa interior. Ella miraba la carretera y me decía que tenía que comprar ropa «de ahora», que la ropa que llevaba puesta era «de antes». Al decir esto se giró y me miró de arriba abajo. Entonces se calló durante unos minutos, murmurando y mirando el tráfico mientras se acariciaba el pelo por debajo del gorro. Al cabo de un rato me dijo que sus amigas le compraban la ropa a sus novios y me preguntó si mi novia me compraba a mí también la ropa. Yo le respondí que no tenía novia y que la ropa me la compraba yo. «¿Y tú?, ¿tienes novio?», le pregunté.

Ella me dijo que no tenía novio, que una vez tuvo uno, pero que ya no tenía ninguno. Al decir esto volvió a mirarme y dijo:

—Me gustaba mucho tener novio.

—¿Sí? Te entiendo. A mi también me gustaba tener novia.

—Claro, porque los novios follan con las novias.

Y se reía. Durante unos minutos estuvo canturreando «los novios follan con las novias, las novias follan con los novios» sin cesar, hasta que se cansó. De repente María me dice: «yo sé follar sin novio».

—¿En serio?

—Sí. Aprendí yo sola. Es muy fácil. Por eso ya no tengo novio, porque puedo follar sola.

—¿Cómo? —se lo pregunté de forma automática, concentrado en el tráfico.

—Así.

Y María empezó a tocarse la entrepierna. La sangre abandonó mi cabeza y fue a agolparse en mi pene, haciendo que éste creciera en la misma medida en la que mi atención a la carretera disminuía.

—María, no deberías hacerlo ahora.

—¿Por qué? Me gusta mucho. Así follo sin novio. Así follo siempre que tengo ganas. —Sus dedos frotaban arriba y abajo la tela del pantalón mientras me sonreía.

—Sí, si te entiendo, María. Yo también lo hago, de vez en cuando, pero no ahora.

—Claro. Tú te la pelas. Los hombres se pelan la polla para follar solos.

—Sí María, tienes razón. —Cada vez prestaba menos atención al tráfico y mis ojos iban de la mano de María al movimiento pendular de sus tetas, que se meneaban dentro del abrigo al ritmo de su brazo—. En serio, María ¿podrías dejar de hacer eso?

—No quiero. Me gusta mucho. —Volvió a mirarme de arriba abajo y añadió—: Tú también me gustas mucho —remató la frase colocando una mano en mi muslo.

—María… Déjalo, ¿vale? Mira que a mi también me están entrando ganas.

—Pues fóllate tú también ¡Ay!… ¡Uf!… —jadeaba María.

—No puedo cielo. Estoy conduciendo.

—Pues para el coche… hmm…

María ya estaba a cien y su respiración se entrecortaba cada vez más. Mi polla tiraba de mi cabeza y no podía pensar en lo que hacía, así que salí de la zona urbana y me fui hacía una solitaria arboleda cercana que conocía. Allí detuve el vehículo, alejado de miradas indiscretas, oculto bajo la sombra de los árboles.

María había cerrado los ojos y se frotaba el coño por encima de la ropa con mucha fuerza, jadeando cada vez más fuerte.

Sin dejar de mirar como se masturbaba yo eché hacía atrás mi asiento y me bajé la cremallera. Al escuchar el sonido María abrió los ojos y observó con atención cómo me metía una mano en la bragueta y me sacaba la polla lentamente. La cabeza de mi verga asomó entre mis piernas y María soltó una exclamación entrecortada.

—Que gorda está. ¿Te la vas a pelar ahora?

—Sí, claro, igual que tú, ¿ves? —Y empecé a meneármela lentamente bajo la atenta mirada de María, que no dejaba de castigarse el coño.

—Uy, qué fuerte la tienes.

—Sí. Está muy fuerte y muy dura.

Yo me apretaba la polla, enseñándole a María cómo se me hinchaba el carajo. Ella no se perdía ni un detalle y la miraba con mucha atención sin dejar de tocarse la almeja, jadeando cada vez más rápido. No pude evitar extender un brazo y bajarle la cremallera del abrigo. Ella no opuso resistencia y le metí las manos para sacarle las tetas: eran grandísimas, con unos pezones tiesos y gordos, con una aureola ovalada oscura y un entramado de venas alrededor. Ella se dejaba tocar las tetas y no le quitaba ojo a mi polla. De repente extendió una mano y me la agarró.

—¡Ostia qué dura!

María me estrujaba el glande y se reía al notar la carne caliente resbalando entre sus dedos. Yo le apretaba con suavidad las ubres, amasándolas y sopesándolas con las palmas de mis manos abiertas. Los pezones se me colaban entre los dedos y yo tiraba de ellos con suavidad.

María usaba mi verga como un juguete, acariciando y sobando, dando golpecitos, frotando y masajeando. Me pasaba un dedo por debajo de la corona y luego me pellizcaba el pellejo del frenillo. A veces me la agarraba solo con dos dedos y me estrujaba el carajo, exprimiendo la punta del cipote. Su otra mano no dejaba de castigarse el coño por encima del pantalón y pocos minutos después ya podía escuchar el «chof, chof» acuoso que salía de entre sus muslos.

Yo no me cansaba de magrearle aquellas soberbias tetazas colgantes, hundiéndole el pezón con el pulgar hacia dentro y rascando las grandes aureolas con las yemas de mis dedos.

—Por aquí te sale el pipí —me decía, colocando un dedo en el agujero de mi uretra y apretando.

De pronto soltó mi polla, se reclinó en el asiento y se bajó el pantalón y las bragas hasta los tobillos.

—Mira tío, por aquí sale mi pipí.

María tenía una enorme mata de pelos entre las piernas. A través de ese arbusto pude ver una raja abierta de color rosa encharcada en jugos cremosos. María se estiró los labios menores y se abrió el coño entero, mostrando el interior lleno de pliegues húmedos. El intenso color rosado de los labios internos contrastaba con la oscuridad de los pelos que rodeaban todo ese mejillón.

—Mira, por este agujero me salen los meados.

Y se abría el coño con una mano y con la otra me enseñaba el agujerito del meato.

A mi me iba a explotar la cabeza del morbazo que me daba toda esa situación.

—María, me gustaría darte un beso ahí abajo.

Ella se reía y se encogía de hombros.

—Qué marrano eres. Que ahí me sale el pipí, tío.

Sin esperar a su permiso me incliné hacía ella y metí mi cabeza entre sus muslos, hundiendo mi cara en aquella espesura, buscando la entrada de la gruta con mi lengua. Ella protestó sin muchas ganas, haciéndose de rogar, pero en seguida aceptó con mucho gusto las caricias que mi lengua le daba en la pepita del coño.

Le proporcioné una comida de raja profunda, larga y extenuante. No dejé ni un solo rincón sin chupar o lamer, sorbiendo con gusto hasta el último de los flujos y reflujos que soltaba aquella breva madura. El fuerte olor que le salía del coño me encendía y me ponía como una moto. En pocos minutos los labios menores se le hincharon y el agujero de la vagina se abrió solo, expulsando un escandaloso orgasmo en mi boca que yo absorbí con glotonería. María chillaba de placer, corriéndose en mi cara y golpeando mi cabeza con las manos.

—Quéricoquéricoquéricoquérico… —repetía en éxtasis una y otra vez.

—¿Te ha gustado lo que te he hecho, María?

Pero ella, como respuesta, volvía a frotarse el monte de venus con los ojos cerrados, rascándose la funda del clítoris con la yema de los dedos.

Yo me bajé los pantalones y me puse encima de ella, comiéndole primero las voluminosas ubres y siguiendo luego un camino ascendente, besando el cuello y la cara de aquella pobre desgraciada. Cuando María percibió mi boca en sus mejillas abrió los ojos y me buscó la boca con la suya, besándome con torpeza, pero con una intensidad y una lujuria brutales. Mientras me comía la boca yo aproveché para colocarme entre sus piernas y tantear la entrada de la vagina con mi cipote. No me costó mucho esfuerzo; en pocos segundos deslicé mi polla dentro del coño, resbalando con una facilidad pasmosa gracias a la enorme lubricación que impregnaba las paredes de aquel generoso coño.

Una vez que le metí la pija bien adentro se me enervó la sangre del todo, sintiendo una ola de placer y de lujuria fortísima que me empujó a follarme a María con brío, taladrando el conejo con rabia, muy fuerte. Los melones se le iban por todos lados y a veces le golpeaban en la barbilla de lo grandes que los tenía.

Yo le echaba todo el peso encima, empujando con mucha potencia y resoplando en su cara, echándole el aliento. Ella gritaba de gusto y sus fuertes chillidos se mezclaban con el escandaloso chapoteo y las pedorretas que le salían del acuoso coño. En pocos minutos me vine dentro de ella y le llené el coño de una lefada espesa y abundante, aunque seguí follándome ese chocho un rato más antes de sacarla.

Cuando lo hice tenía toda la verga rodeada de mocos vaginales, flujo cervical y esperma. María, lejos de calmarse, seguía frotándose la dolorida almeja. La cabrona parecía no tener fin.

—Tengo pipí. —Me dijo de repente, y sin esperar respuesta abrió la puerta y salió del coche con las bragas por los tobillos, las tetazas al aire y el coño soltando esperma por las patas abajo.

Yo también salí del coche y vi como se ponía en cuclillas, con los labios menores soltando grumos de semen y gordos goterones de flujo que le chorreaban hasta el suelo; al momento fueron arrastrados por los meados que le salieron con fuerza de la raja.

Me acerqué a ella antes de que terminara y, aprovechando la posición en la que ella se encontraba, le coloqué mi polla pringosa cerca de su cara.

Ella, al verla tan cerca sonrió y me dijo «qué sucia la tienes».

Sin decirle nada arrimé mi verga a su boca y se la restregué por los labios mientras le sostenía la cabeza con una mano. Ella se rió con la boca cerrada, apartando la cara a un lado y a otro, pero permitiendo que le acariciase toda la jeta con la punta del nabo empapado de porquería.

Sin poder soportarlo más tiempo me la agarré por la base y se la estrujé en toda la boca.

—Abre.

Ella cerró los labios, sin dejar de sonreír y negando con la cabeza. Yo le apreté aún más el cipote contra la boca.

—Abre María. Anda, abre la boca.

Ella, en cuclillas, no había dejado de pajearse en todo momento, pero de repente se detuvo para subir una mano y agarrarme los huevos.

—Qué gordos —me dijo, y yo aproveché que había abierto la boca para meterle el carajo dentro.

Ella rechazó mi intromisión girando la cabeza, pero yo la obligué empujando y tirando de su cabeza al mismo tiempo. Sus dientes me arañaban el glande. Cuando se acostumbró a tener ese trozo de carne caliente dentro de la boca se relajó un poco y noté cómo movía la lengua dentro, lamiendo la punta de mi polla. Poco a poco María succionaba, despacio al comienzo, con timidez, pero en pocos segundos su cabeza empezó a menearse y mi capullo sintió el calor y la humedad del interior de su boca en intervalos cada vez más cortos, conforme ella aceleraba el ritmo de manera instintiva. En cada envite yo le metía un poco más de rabo. En seguida la comisura de la boca se le llenó con los restos de semen y flujo que yo tenía pegados en la pija y un rastro de babas comenzó a caer por su barbilla.

—Así, María, así. Límpiame. Lo haces muy bien.

María chupaba en silencio, soltando algún que otro gemido y respirando con fuerza por la nariz. Se notaba que no era el primer rabo que se tragaba. A veces retiraba la cabeza y se echaba un escupitajo en las tetorras para restregárselo con las manos. Tenía los pezones tiesos, muy salidos.

—Me va a salir la leche, María —le dije entre gemidos.

—Vale —fue su lacónica respuesta mientras me chupaba el nabo y me magreaba las pelotas.

Apenas lo dijo le solté una potente descarga en el interior de la boca. Ella aceptó el primer chorro, tragándolo, pero los siguientes goterones cayeron fuera, pues echó hacía atrás la cabeza. Yo dejé que los escupitajos que salían de la punta del ciruelo le cayeran en la cara y en la tetas.

Cuando acabé María se levantó y me abrazó, aplastando sus melonazos manchados de esperma contra mi cuerpo.

—Me gustas mucho. Eres mi novio.

Y mientras me lo decía me restregaba la raja del coño por el muslo.

—A mi me ha gustado mucho follarte, María.

—Pues me follas más. Venga.

—Tengo que parar, María. Tengo que descansar un poco.

—Fóllamefóllamefóllame… —repetía ella sin cesar, masturbándose el irritado conejo con mi muslo.

La tía loca era una ninfómana de aupa y a mi ya me había ordeñado hasta la última gota de leche. Tenía los cojones doloridos y la punta de la polla ardiendo e inflamada, pero de alguna manera la cabrona hacía que me subiera la libido hasta la estratosfera.

—María, ven conmigo.

La agarré de la cintura y la puse contra el coche mientras ella arrastraba las bragas por el suelo, enganchadas al tobillo. La coloqué en pompeta. Tenía un enorme pandero con dos nalgas celulíticas muy prominentes y le metí una mano en la raja del culo, buscando el coño por detrás. Tenía la verga demasiado dolorida, así que me la follé con los dedos. Le separé los muslos y le enchufé dos dedos hasta los nudillos, escupiendo de vez en cuando por puro vicio, ya que María no necesitaba que la lubricasen, puesto que su coño era una fuente constante de aceites y jugos.

Le daba rapidísimo, a toda castaña, reventándole el papo a base de bien. Ella se estrujaba las tetorras y gritaba de gusto. En un momento dado me agaché y le limpié el agujero del culo con la lengua, pero no le hizo mucha gracia y me apartó la cabeza de un manotazo.

—Por ahí no. Caca —dijo con tono infantil—.

Me disculpé, aunque desde el mismo momento que le pasé la lengua por aquella cloaca se despertó en mi el deseo de poseerla por ese agujerito, ya fuera con los dedos, la lengua o la polla. Seguí taladrando el coño un buen rato hasta que le vino otra serie de orgasmos larguísismos y agotadores. Cuando se corrió la estuve calmando a base de abrazos, arrullos, mimos y besuqueos, ya que estaba muy nerviosa y excitadísima. Ella respondía con igual afecto a mis carantoñas.

Cuando no estaba salida era muy cariñosa.

Después de eso la convencí para que se vistiera un poco y volviera a meterse en el coche. Se la veía muy ilusionada, todo el rato canturreando. Me daba un poco de lástima y por momentos sentía que de alguna manera me había aprovechado de ella. Le pregunté donde vivía, si tenía problemas de algún tipo. Ella me dio la dirección de una calle de mi barrio a poca distancia de mi casa. María era una tía bastante independiente, pero ella no quería separarse de mi. Ella insistía en que éramos novios y teníamos que estar juntos. La llevé a su casa para que se arreglase un poco y le dije que la iba a llevar de compras, como ella quería.

Ella me dio un beso en la mejilla y me dijo que por supuesto, que era mi novia y teníamos que comprar cosas.

Esto pasó hace tres años. María está aquí, conmigo. Tiene sus manías y sus cosas. Es estrafalaria, un poco locuela y con una imaginación creativa desbordante (deberíais ver las acuarelas que pinta). Pero tiene un corazón enorme, puro y sincero. Ella jamás le haría daño a nadie y yo daría mi vida por ella.

©2020 Kain Orange