Lobo de mar
Olía a mar. Sabía a sal y bajo su ropa escondía el aroma a hombre que en tiempo no ha conocido el agua dulce
Aquella plomiza tarde de noviembre yo estaba tan revuelto como el tiempo. Amenazaba lluvia y con las primeras gotas de agua corrí a refugiarme en el primer bar que vi abierto.
Allí nos topamos él y yo. Yo y él. Los dos con ganas de conocernos pero con miedo a acercarnos.
Me miró y lo miré. Y fijamos nuestros ojos en la mirada del otro.
La mía debía ser una mirada que asomaba tan triste como esa tarde. La suya reflejaba la añoranza de quien anhela otras gentes y otras tierras. Morriña gallega.
No hablamos y nos mirábamos en silencio manteniendo la distancia. Los dos esperábamos algo más del otro pero ninguno se atrevía a dar un primer paso.
Yo lo di y ese primer paso me encaminó hacia la calle. Al salir me recibió una atmósfera más oscura, más húmeda y más cerrada. La lluvia no amainaba ni tenía visos de hacerlo pronto, aún así, no me importó meterme bajo ella y mojarme.
Disculpa - Dijo una voz masculina y viril a mi espalda - veo que no tienes paraguas, ¿vas a alguna parte? -
no, ¿y tú?- contesté girándome.
yo tampoco – Era él- No tengo prisa. Hasta mañana no zarpamos. Si quieres vamos a algún sitio juntos aunque no conozco esto.
ni yo. No soy de aquí.
deja que te tape - dijo abriendo su paraguas y cobijándome bajo él.
¿de dónde eres? - pregunté.
Gallego - respondió - ¿y tú?
Yo... estoy de paso. No soy de ninguna parte.
bien, veo que no tienes un buen día – me dijo en tono amable y dibujado una sonrisa preguntó - ¿quieres ir a alguna parte?
Me da igual, no tengo sitio... tampoco me espera nadie...
No importa – me cortó - vayamos a esos soportales.
Dejamos la lluvia atrás y sentados en un escalón me habló: de su vida en tierra firme, de los cuatro meses pasados en alta mar: sin ver a su familia, sin abrazar a sus hijos y sin probar hembra ni catar a su mujer.
Yo por mi parte le conté esa historia de mi amor que fue imposible. De mi amor por un hombre que nunca fue correspondido.
¡Fue increíble!
Me invitó a su barco porque sabía que estaríamos solos. Sus compañeros pasarían la noche fuera de él durmiendo en la casa del mar o con alguno de esos amores que tienen en cada puerto... o de putas... o de machos... o bebiendo.
Me agarró la mano para cruzar la pasarela y me llevó dentro. Ya en su camarote, lejos de miradas indiscretas, me soltó un largo beso. Sujetaba mi cabeza con fuerza suficiente. Me apretaba hacia él. Movía su lengua en mi boca.
¡Sabía a hombre! A hombre con sabor y a hombre sabio que sabe lo que quiere y lo agarra para que no se le escape… olía a mar… a macho… a deseo.
Sin separar nuestras lenguas fuimos recorriendo con los brazos la espalda del otro hasta apretarnos por la cintura y volver por delante para continuar bajando y desabrochando la camisa ir acariciando el tronco. Imitándolo a él pegué un tirón seco de la camisa, sacándola del pantalón, para fundir nuestros cuerpos en un abrazo.
Se separó un poco de mí y comenzó a abrirse el cinturón. Quité sus manos de la hebilla y proseguí yo. Una vez abierta la cremallera dejé su boca para lamer todo su paquete por encima del slip. Comenzó a respirar fuerte. Lamí todo su paquete por encima del slip antes de, lentamente, bajarlo un poco y deslizar mi lengua por su capullo. Su rabo mostraba la fuerza de un macho cargado de deseo. Seguí con mi labor de ir bajando su slip a medida que su pantalón caía al suelo. Su rabo estaba tieso pero yo lo quería más duro. Comencé a lamer el tronco de abajo a arriba. De arriba a abajo. Por encima y por debajo. Chupé sus huevos y deslicé mi lengua hacia su ano.
En ese momento me apartó. Se deshizo de su ropa y casi arrancó la mía. Me tumbó boca arriba en su litera y se puso a comerme el culo. Ensalivó su polla. Apuntó y de un golpe secó la metió hasta dentro. Hasta sentir su pubis en mis huevos, sus huevos en mi coxis y su glande en mi fondo más profundo.
Se quedó quieto. Mirándome.
Mi interior se adaptaba a su bravura y yo me recomponía de su entrada directa. Abrí los ojos y me encontré con los suyos. Bajé la mirada hacia su pecho velludo. Lo acaricié y proseguí la caricia por todo su cuerpo y por todo su vello. Comenzó a moverse despacio y volvimos a sostenernos en la mirada.
En ese momento me sentí doblemente sujeto: Por sus ojos y por su polla. Se movía. Como un mar suave en una tarde de playa. Como ondas que se levantan así comenzaron a surgir dentro de mi ano oleadas de placer ascendente. Sentía su glande envestir. Su falo dilatándome y me sentía abierto al máximo.
Nos besábamos. Éramos dos mares levantándose.
Cada vez más fuerte, cada vez más bravo, comenzó a aumentar el ritmo de las envestidas hasta estallar. Hasta romperse y vaciarse dentro de mí.
Cayó pesadamente. Se quedó quieto.
Se durmió dentro.
Me dormí y al despertar sentí que su polla se había salido y su esperma resbalaba por mi culo.
Me tenía abrazado.
Iba a levantarme cuando me agarró con fuerza.
- ¿Dónde vas? - dijo - Aún ni hemos empezado...
Han pasado más de veinte años.
Aún conservo en mi memoria su aroma a lobo de mar: Su olor a macho marinero y el sabor salado de su esperma.