Lobo (3: El hambre - Parte 3)
"...El contacto de la rasposa lengua de Lobo dando círculos en el borde hizo que el muchacho por poco se corriese en ese momento. La lengua era más áspera aún de lo que recordaba, como una suave lima de carne que se movía sin descanso matándole de placer..." Parte final del capitulo 3.
La cabeza de Eric aún daba vueltas cuando abrió los ojos.
La oscuridad total de su ojo izquierdo y la parcial de su ojo derecho hicieron que se diese cuenta de que alguien le había vendado los ojos… de forma inexperta. La tela había quedado lo suficientemente laxa para que pudiese ver un fragmento de su alrededor, pero lo poco que pudo captar no le gustó lo más mínimo.
A juzgar por las paredes debía encontrarse en un sótano. A Eric se le pasó por la cabeza que aquello fuese otro juego de Lobo y que se tratase del sótano del antiguo gimnasio de nuevo (después de todo el contacto con gélido aire a su alrededor le indicó que volvía a estar desnudo), pero no era así. Era un lugar donde no había estado con anterioridad. El trozo de pared que podía ver estaba iluminado por una potente vela en la parte superior, lo que tranquilizaba al muchacho al eliminar parte de la incertidumbre de la oscuridad, pero al mismo tiempo la vela mostraba el resto de la pared, que se hallaba lleno de unos extraños símbolos ritualistas que le pusieron la carne de gallina.
Intentó moverse para salir instintivamente de ese lugar, pero comprobó que estaba atado por la espalda con unas gruesas cadenas metálicas… al techo. A juzgar por su posición con respecto a la vela debía estar al menos a dos metros de altura, por lo que incluso si conseguía soltarse la caída desde ese punto sin poder usar las manos no sería agradable.
–Menos mal, por fin despiertas –dijo una voz femenina en algún punto de la habitación–. Empezaba a preocuparme que hubiese sido demasiado PGN y que te hubieses tirado durmiendo toda la noche. No hubiese sido nada bonito tener que esperar hasta la siguiente luna azul para completar el ritual –dijo, riendo levemente.
Eric quiso hablar en ese instante, pero comprobó que su captora también le había amordazado, esta vez sí con total eficacia.
–Oh no, no te voy a permitir salir de esta tan fácilmente –dijo la voz, como si respondiese a algo de lo que Eric había hecho–. La noche sólo acaba de empezar… Aunque claro, como va a ser tu última noche entiendo que estés inquieto. –dijo, riendo levemente.
Eric sabía que conocía aquella voz, le resultaba familiar, pero no podía situarla del todo y sospechaba que tendría que ver con ese “PGN” que le habían dado. Sentía que ninguno de sus sentidos funcionaba como tenía que funcionar. Veía la vela de manera borrosa, oía todo de manera distorsionada e incluso sentía como si el tacto de las cadenas fuese irreal. La habitación tampoco había dejado de dar vueltas.
–Sinceramente no esperaba que el truco del beso en la frente fuese a funcionar, es tan antiguo que hasta sale en algunos cuentos –dijo la voz moviéndose por el sótano–. Un beso con la capacidad de crear una orden mental inquebrantable y que ha de cumplirse a toda costa, en este caso la “promesa” de venir a la cita ocurriese lo que ocurriese. –Rió– Creía que todos los Nevex hoy en día se protegían contra ese tipo de cosas, que suerte haber encontrado uno tan tonto como tú.
Un momento. ¿Un beso en la frente? ¿La promesa? ¿La cita?
No era posible… esa voz era…
De pronto la figura de Sandra apareció, andando tranquilamente por el fragmento de sótano visible para Eric, y tras un par de pasos volvió a salir de su campo de visión.
Eric intentó hablar y gritar, pero resultó inútil. Al contrario que la venda de los ojos, la mordaza estaba bien colocada.
–Lo siento, “cariño”, pero no te voy a dejar hablar, ni siquiera para decir tus últimas palabras. Creo que es bastante lógico teniendo en cuenta lo que podrías soltar por la boca –rió–. No, todo lo que necesito de ti es tu semen –declaró al tiempo que agarraba la verga del muchacho.
Eric se dio cuenta de que el tacto de la mano de Sandra sobre su miembro resultaba plástico, parecido al de un condón, por lo que imaginó que se había puesto guantes.
–No me malinterpretes –dijo, mientras empezaba a sacudir lentamente la verga del muchacho–. Esto no me causa el más mínimo placer… es más, me repugna. Pero es jodidamente necesario para el ritual así que… intenta relajarte –dijo, pronunciando las dos últimas palabras con una falsa sensualidad.
Por mucho que se hubiese resistido hubiera sido en vano. Lo más característico de la polla de un adolescente de 16 años es precisamente la capacidad de tener una erección incluso frotándose contra un árbol, por lo que a Sandra no le costó demasiado que su novio se empalmase incluso sin quererlo.
Aquella no era la primera vez que Sandra le masturbaba, pero el hecho de que lo estuviese haciendo de una manera tan clínica, sin la más mínima pasión, resultaba desconcertante. ¿Qué aquello le repugnaba?, ¿entonces toda la relación había sido una farsa? A la mente de Eric le resultaba tan difícil creerlo como a su verga evitarlo. ¿Qué quería decir con eso del ritual? ¿Qué era eso de Nevex?, ¿y eso otro de “PGN”? ¿Acaso su novia era una chiflada de psiquiátrico? No tenía forma alguna de encontrar una respuesta a ninguna de sus preguntas, por lo que intentó concentrarse en otra cosa por el momento.
La mano continuaba masturbándole de manera totalmente mecánica y desprovista de toda emoción y el contacto con el latex de los guantes no ayudaba a mejorar esa impresión. Era como si el trabajo lo estuviese realizando una maquina más que una persona, pero el muchacho no pudo evitar que aquello le acercase lentamente al clímax.
Un estruendo sonó de golpe en el piso superior. El característico sonido de cristales rotos. Sandra paró momentáneamente el movimiento de su mano, pero volvió a reanudarlo con más fuerza un instante después.
–Vaya, parece que tenemos compañía –declaró la chica con la voz llena de furia–. Supongo que no me queda más remedio…
Acto seguido, sin que el muchacho se lo esperase, la mano de Sandra fue sustituida por su boca. La lengua de la joven, aunque sumamente inexperta, fue suficiente para hacer que Eric rebasase el punto de no retorno y se corriese en su boca sin poder evitarlo.
Otro nuevo estruendo al romperse la puerta, esta vez en la misma habitación, hizo que tanto Eric como Sandra diesen un leve salto de puro miedo.
–¿Qué demonios estas haciendo, muchacha? –preguntó una voz masculina que Eric fue capaz de reconocer incluso en su estado semi–drogado.
–¡Entrenador, ¿que hace en mi casa?! –preguntó la joven a voz en grito fingiendo sorpresa, tras sacarse la verga de Eric de la boca–. Voy a llamar a la policía.
–Oh, corta el rollo Sandra, sé perfectamente lo que estabas haciendo.
Sí, era Lobo sin la más mínima duda, y había venido a rescatarle. Incluso en su semi–consciente estado el muchacho no pudo evitar sentir que su corazón daba un leve vuelco.
–¿Entonces cual es el problema? –preguntó alegremente la joven volviendo a su tono habitual, como si aquello no fuese más que un juego para ella.
–El problema es que eres tú quien no sabe lo que está haciendo –dijo Lobo sin perder su tono amenazador.
Sandra soltó una ligera risa y después suspiró.
–Emmm, creo que sí sé lo que estaba haciendo… aunque es lógico que quieras rescatarle si eres también un Nevex.
Nevex… de nuevo esa extraña palabra pero… ¿Qué demonios significaba?
–Sandra, este muchacho es un Athour –dijo Lobo de manera tajante como si aquel extraño vocablo lo explicase todo.
Sandra no dijo nada durante varios segundos y al no poder ver prácticamente nada Eric no estaba seguro de si estaba ocurriendo algo.
–No…, mientes –dijo finalmente la joven, ahora súbitamente preocupada.
–No miento. Este muchacho no sabe nada todavía.
–Sé que mientes, lo comprobé.
–Ah si, ¿y cómo lo comprobaste? –preguntó el entrenador con curiosidad.
–Con un Adamir… genérico… –musitó la muchacha–. Oh dios… lo siento mucho, no lo sabia –dijo de pronto como si se hubiese dado cuenta de que Lobo tenía razón… en lo que quiera que estuviesen hablando.
–No tiene importancia mientras no le hayas hecho daño –dijo Lobo de manera conciliadora–. ¿Qué le has hecho?
–Nada, sólo usé un poco de PGN para dejarle sin sentido… nada más.
–Quítale la mordaza –ordenó el entrenador.
Sandra obedeció y retiró el trozo de tela de la boca del muchacho.
–Eric, ¿estás bien? –preguntó Lobo lentamente, como si estuviese esperando la respuesta de este para reaccionar.
–Sí, pero quiero irme a casa –dijo el muchacho tremendamente agotado.
– ¿Ves? Está bien…
–Cállate y libérale –volvió a ordenar Lobo tajantemente.
Sandra volvió a obedecer sin decir una palabra y descolgó a Eric del techo. Abrió las cadenas con una extraña ganzúa y le quitó la venda de los ojos.
El sótano de Sandra estaba más decorado de lo que creía. Las velas y los extraños dibujos ritualistas adornaban toda la estancia incluido el suelo, donde descansaba un extraño círculo con diversos símbolos totalmente ininteligibles para él.
–No vamos a mencionarle nada de esto a nadie. Lo que acaba de pasar aquí no ha ocurrido –declaró Lobo firmemente, y Eric no estaba seguro de si hablaba con él o con Sandra.
Las piernas del muchacho todavía fallaban enormemente, por lo que Lobo decidió cogerle en brazos y salir por la puerta sin decir absolutamente nada más.
La gélida noche azotó el cuerpo desnudo de Eric y le hizo temblar de frio. Se agarró más firmemente a Lobo y dejó que este le llevase a donde quisiese sin decir nada.
No tenía ni la más remota idea de qué acababa de suceder en aquel sótano, pero sabía que fuese lo que fuese con Lobo estaba mejor que con Sandra. Eric no dijo palabra alguna durante todo el camino pero finalmente, tras un cuarto de hora que le hizo eterno, llegaron hasta su casa. El muchacho se preguntó fugazmente si alguien a esas horas de la noche les habría visto andar de esa manera por las calles. Tendría que ser cuanto menos curioso ver a un corpulento hombre llevando en brazos a un adolescente desnudo, pero no importaba. Nada le importaba ahora, porque sabía que de alguna manera estaba a salvo con Lobo.
Trepar por el árbol junto a su ventana resultó un esfuerzo titánico dado el estado en el que se encontraba, pero por fortuna Lobo volvía a estar allí para ayudarle. Cuando llegaron a la habitación el muchacho se sentó pesadamente en la cama y suspiró profundamente.
Lobo se dirigió directamente a la puerta y echó el cerrojo por si alguien intentaba entrar haciendo preguntas, tras lo cual se sentó junto a Eric y suspiró también.
–¿Cómo sabías que necesitaba ayuda? –preguntó de pronto el muchacho cogiendo a Lobo por sorpresa.
–Es difícil de explicar –contestó, en lo que normalmente era un preludio de una respuesta más elaborada, pero Lobo simplemente lo dejó ahí.
–¿Qué es un Nevex? –preguntó de nuevo el muchacho.
–También es difícil de explicar.
–¿Y un Athour?
–Difícil de explicar…
–¿Y PGN?
–…
Eric agachó la cabeza y se quedó mirando al suelo unos segundos.
–¿Hay algo que me puedas explicar? –preguntó de pronto volviendo a mirar al entrenador a los ojos.
–Sólo que… tu novia ha intentado matarte –respondió de manera tajante–. No puedo decirte porqué. No puedo decirte prácticamente nada de lo que ha ocurrido en ese lugar… excepto eso.
Eric volvió a mirar al suelo sin decir nada.
Ninguno de los dos dijo nada durante casi un minuto, pero cuando Lobo volvió a hablar dejó al muchacho sin palabras.
–… ¿Dónde tienes el lubricante? –preguntó Lobo de golpe cambiando totalmente de tema.
–Debajo de la cama –respondió el muchacho, casi sin reaccionar–. ¿Para qué quieres…?
–Túmbate –dijo de pronto Lobo señalándole la cama con la mirada mientras se agachaba para coger el bote.
–¿Y eso? –preguntó el muchacho sin poder creerse que el entrenador tuviese ganas de follar después de todo lo ocurrido.
–Voy a darte un masaje para que te relajes –contestó Lobo volviendo a dejar al joven sin palabras–. Normalmente usaría aceite de masaje o algo así, pero como no tienes... Vamos, túmbate boca abajo.
Aún extrañado el muchacho le obedeció y se tumbó sobre su cama, desnudo como se encontraba. Suponía ya desde ese momento que antes o después aquel masaje iba a tener un “final feliz” y aunque realmente no estuviese de humor para sexo en ese momento pensó que debía dejarse hacer. Por supuesto Lobo no iba a exigirle nada semejante como pago por haberle salvado la vida, pero el muchacho sentía que debía hacerlo incluso si no estaba de humor, ya que era lo menos que podía hacer por su salvador.
Tras extender una generosa cantidad de lubricante en sus manos y frotarlas suavemente para calentarlo, el entrenador las puso sobre la espalda del muchacho y empezó a apretar suavemente los doloridos músculos de este. Estar colgado de aquellas cadenas durante tanto tiempo le había destrozado más de lo que pensaba, pero por fortuna Lobo sabía exactamente donde apretar. Además de ser el entrenador del equipo Eric empezó a sospechar que Lobo también debía ser un experto masajista, pues el placer que sus manos le estaban provocando solamente había sido superado por el que le había provocado su polla. El muchacho no tardó demasiado tiempo en empezar a gemir, a medida que el masaje se hacía más profundo. Las manos de Lobo comenzaron a bajar desde los hombros hasta la espalda y de ahí hasta el lumbago, y lo único que Eric pudo hacer fue suspirar de gusto, al tiempo que se relajaba totalmente y cerraba los ojos. Las manos de Lobo apretaron fuertemente la espalda al tiempo que volvía a subirlas a los hombros y continuaba con profundos medio pellizcos en cada uno de los músculos clave. Después de aquello, las manos del entrenador se situaron a los extremos de la espalda y comenzó a hacer presión sólo con los pulgares al tiempo que bajaba lentamente. Cuando llegó de nuevo al lumbago, las manos de Lobo volvieron a subir de nuevo y volvió a comenzar el masaje. Repitió los mismos movimientos una y otra vez, una y otra vez, hasta que el muchacho se hubo relajado profundamente.
Finalmente, tras un largo masaje tan suave que parecía haber sido creado para hacer que la gente se durmiese más que se relajase, las manos de Lobo bajaron abruptamente hasta los glúteos del muchacho apretándolos lenta y profundamente en círculos como si quisiese amasarlos. Eric soltó un sonoro gemido y levantó inconscientemente el culo como una invitación para que continuase. Lobo bajó un poco más las manos y dejó que sus pulgares llegasen hasta el agujero del muchacho y lo acariciasen suavemente, provocando un nuevo gemido por parte del joven. Cada ligero roce de las yemas de los dedos causaba un placer simple y sin embargo profundo, como el alivio de rascar una picadura tras un rato sin poder hacerlo, pero cada vez que los dedos del entrenador abandonaban su preciado agujerito, aunque solo fuese por una fracción de segundo, era como si el picor volviese más fuertemente y tuviese que ser rascado de nuevo, en un circulo vicioso de placer que solamente podía ir a más.
Las manos de Lobo cambiaron de ángulo súbitamente y en vez de abrir sus nalgas de manera horizontal comenzaron a hacerlo verticalmente. Una mano bajó hasta posarse sobre los huevos del muchacho, mientras la otra dejaba que sus dedos descansasen al final de la espalda, pero ambos pulgares continuaron masajeando el rosáceo agujero por arriba y por abajo, ahora con mayor libertad que antes.
Eric sabía que pronto sería incapaz de controlar sus gemidos, y por supuesto no podía ni quería decirle a Lobo que parase, por lo que se vio obligado a meterse un fragmento de almohada en la boca para que ocultase el sonido.
Los pulgares siguieron acariciando su entrada del placer sin descanso, mientras el resto de los dedos de la mano izquierda del entrenador acariciaban suavemente sus huevos.
El muchacho solía dormir desnudo desde hacía tiempo y estaba acostumbrado al contacto de la cama contra su piel, pero aquello era distinto. La polla de Eric había quedado aprisionada contra el colchón y al muchacho le hubiese resultado imposible alcanzarla aunque lo hubiese intentado, pero no importaba lo más mínimo, pues cada leve movimiento hacía que se restregase contra las sabanas provocándole nuevas oleadas de placer.
Aquella sensación, el placer de ese frotamiento involuntario contra la tela le recordó a la primera vez que estuvo con Lobo y a la sensación de su cuerpo contra el tapiz de la mesa de billar. De alguna manera volvía a ser lo mismo; su cuerpo desnudo tumbado boca abajo mientras el entrenador acariciaba sin prisa su apretado agujero, con la salvedad de que esta vez no estaba atado y se estaba entregando a Lobo de manera voluntaria y total. Viéndolo con cierta perspectiva parecía que hubiese pasado una eternidad desde aquella noche, pero había sido tan solo hacía tres días, y aquel pensamiento, curiosamente, hizo que el muchacho se riese mentalmente mientras continuaba gimiendo de placer.
Lentamente el pulgar de la mano derecha del entrenador subió hacia la espalda y se detuvo un par de centímetros por encima del agujero del muchacho, Eric recordó lo que ese punto había causado en Lobo en los vestuarios y se preparó para lo que fuese a ocurrir, pero cuando el entrenador lo apretó apenas sintió nada especial. Era cierto que por algún motivo causaba más placer que el resto de sus nalgas, como si un musculo secreto se encontrase ahí esperando ser atendido, pero, aunque placentera, la sensación no fue tan sublime como le pareció cuando Lobo la experimentó. Pensó que quizá se tratase de una especie de segundo punto G que solamente Lobo tenía y decidió ignorarlo para centrarse en el resto del placer, pero Lobo parecía rehusar a hacer lo mismo. Continuó apretando ese punto con el pulgar cada vez con más fuerza durante casi un minuto entero, pero tras comprobar que no causaba ningún efecto en el muchacho decidió ignorarlo y volver a bajar la mano para seguir acariciando el apretado agujero.
–¿Te sientes mejor ahora? –preguntó Lobo entre susurros sin detenerse.
Eric simplemente gemía, pero aquella contestación era más que suficiente.
–Cierra los ojos y relájate –insistió Lobo, a pesar de que el muchacho ya tenía los ojos cerrados.
Las manos llenas de lubricante del entrenador habían hecho que se extendiese una porción al acariciar la prieta abertura del muchacho, y aquello permitía que los dedos de Lobo se moviesen con suma facilidad. Pulsando ligeramente más, Lobo consiguió que las puntas de sus dedos atravesasen la delicada puerta sin ninguna dificultad, tras lo cual decidió profundizar haciendo que Eric se retorciese de placer.
De pronto las manos del entrenador volvieron a cambiar de posición. Retiró los pulgares suavemente del interior del muchacho y usó los ocho dedos restantes para separar firmemente sus nalgas, antes de sumergir su cabeza para devorar la deliciosa entrada.
El contacto de la rasposa lengua de Lobo dando círculos en el borde hizo que el muchacho por poco se corriese en ese momento. La lengua era más rasposa aún de lo que recordaba, como una suave lima de carne que se movía sin descanso matándole de placer.
–Ya te lo dije la primera vez que estuvimos juntos pero… de verdad podría pasarme horas así –susurró Lobo, retirando su lengua el tiempo justo para hablar y volviendo a lamer el rosado agujero del muchacho justo después.
Eric gimió sin poder ni querer evitarlo, pues deseaba que Lobo lo oyese. Deseaba que Lobo hiciese justo eso y le devorase sin descanso hasta que ambos estuvieran agotados de tanto placer. El muchacho incluso elevó aún más su culo para hacer que al entrenador le resultase más fácil hacerlo y este no perdió la oportunidad. El agujero del muchacho resultaba tan delicioso que Lobo aprovechó la nula resistencia para introducir su lengua profundamente devorándolo sin piedad.
–Ahhh más ahhh... –susurró entre gemidos el joven justo antes de volver a morder la almohada para ahogar sus gritos de placer
La larga lengua de Lobo se abrió camino en el interior del muchacho provocándole innumerables oleadas de placer a su paso. El primer centímetro fue el más difícil, pero tras él la sonrosada y carnosa entrada del muchacho se abrió de par en par. Dos centímetros, tres… Justo cuando creía que había llegado al límite y no podía introducirse más el entrenador lograba sorprenderle. Cuatro centímetros, cinco, seis… ¿cómo era posible?, ¿desde cuando la lengua del entrenador era tan larga? El muchacho tuvo tanta curiosidad que intentó girar su cuerpo para mirarle, pero el placer le embargaba de tal manera que apenas podía mover un músculo.
–¿Cómo lo haces? Ahhh… –preguntó el joven soltando la almohada.
Lobo retiró su lengua momentáneamente.
–Es… difícil de explicar –dijo entre suaves risas justo antes de volver a meter la lengua de golpe.
La voz de Lobo había sonado extraña, mucho más grave de lo normal, casi como si no fuese suya, pero el muchacho no tuvo demasiado tiempo para pensar antes de volver a rendirse al placer. Sentir de golpe más de seis centímetros de lengua entrando en su interior era como el inicio de una penetración. Lobo le estaba follando con la lengua y esa idea excitó al muchacho de tal manera que no pudo evitar relamerse de puro gozo.
–Métemela hasta el fondo –susurró Eric casi sin poder creerse sus propias palabras.
Su excitación había aumentado tanto que había llegado a ese mágico punto en el que el pudor desaparecía y solamente quedaba el placer. Ese punto en el que lo que cualquiera opinase pasaba a ser algo secundario y solamente deseaba que ese gozo durase el mayor tiempo posible.
Lobo obedeció sin el menor atisbo de duda y continuó lamiendo al muchacho desde el interior. Los seis centímetros se volvieron siete, luego ocho… La lengua se movía en su interior mejor que cualquier polla, pues se doblaba y restregaba de maneras imposibles y llegaba a lugares recónditos de su interior que nunca jamás habían sido tocados, ni siquiera por la propia verga de Lobo. Los ocho centímetros se tornaron en nueve y finalmente diez… ¿cómo era posible que alguien tuviese semejante lengua? La curiosidad resurgió y Eric giró su cuerpo para mirar al entrenador…
El muchacho no estaba seguro de lo que estaba viendo. Sin duda debía tratarse de una ilusión óptica creada por la oscuridad y las sombras… o quizá la droga que Sandra le había dado para dejarle inconsciente todavía le estaba haciendo algo de efecto…, pero bajo ningún concepto lo que estaba viendo podía ser real. La cabeza de Lobo, incrustada en el interior de su culo no parecía… humana. Parecía la cabeza de algún tipo de animal. Eric creyó ver unas largas orejas peludas sobre la cabeza del entrenador y la punta de un hocico sobresaliendo por encima de sus nalgas. Aquello era sencillamente imposible, pero era como si fuese un autentico Lobo quien le estuviese penetrando con su lengua.
Los amarillos y brillantes ojos de Lobo se abrieron de golpe y miraron fijamente al muchacho, pero antes de que este pudiese reaccionar, una descarga eléctrica en su interior le obligó a recostarse de nuevo y volver a rendirse al placer.
En lugar de simplemente lamer, Lobo había empezado a meter y sacar su lengua rápidamente como si se tratase de su propia verga. Sacaba unos cuantos centímetros y volvía a meterlos a toda velocidad en un autentico movimiento de penetración, y por si todo aquello no fuese suficiente cuando volvía a introducir su lengua la usaba como un látigo y azotaba directamente la próstata del muchacho provocando un torrente de orgasmos internos.
–Oooh, dios… aahhh –suspiró el muchacho, mientras se retorcía de placer sin poder evitarlo.– No pares aaahhh… por favor ahhh…
El muchacho había llegado al límite del placer, absolutamente nada importaba excepto la sensación en si misma. Lobo continuó clavando su lengua en lo profundo del muchacho sin descanso. Eric volvió a hundir de nuevo su cabeza en la almohada para tapar sus gritos de placer y no despertar a todo el vecindario. Y tras varios minutos, cuando el muchacho empezaba a pensar que si Lobo continuaba acabaría por matarle de placer, el entrenador dio una última y profunda estocada, clavando su lengua con fuerza y golpeando con la punta directamente en el punto G del muchacho.
Eric se corrió de golpe sin siquiera llegar a tocarse. Los potentes chorros de leche inundaron la sabana y dejaron al joven totalmente exhausto.
Una vez que todo había acabado, cuando la calentura del muchacho desapareció permitiéndole volver a pensar con claridad, recordó lo que había visto hacía escasos minutos. Giró rápidamente su cuerpo para mirar a Lobo justo en el momento en el que este subía por la cama y se tumbaba amorosamente sobre el muchacho.
Su cara y su cabeza eran totalmente humanas, sin el más mínimo atisbo de “animal”, por lo que Eric fue consciente de que lo había imaginado. La droga de Sandra aún debía estar haciendo estragos en su interior…
–Estás helado –dijo de pronto Lobo mientras le abrazaba y dejaba que su enorme cuerpo peludo le envolviese.
Era cierto. A pesar del calor del momento que acababan de vivir, el cuerpo del joven estaba helado por la gélida noche.
–Nos hemos dejado la ventana abierta –dijo Eric mirando el cristal.
–¿Quieres que la cierre? –preguntó Lobo susurrándole al oído.
–No, está bien así –respondió, queriendo sentir el cálido cuerpo de Lobo el máximo tiempo posible.
En efecto el cuerpo de Lobo estaba caliente. Muy caliente. Y el calor y su enorme cantidad de pelo le convertían en una suerte de manta humana. Eric se dio cuenta en ese momento de que Lobo estaba desnudo ¿Cuándo se había quitado la ropa? No importaba.
–Te dejaste el consolador en el vestuario –susurró de pronto el entrenador en su oído–. Lo he dejado en el suelo.
–¿Dónde lo tenías? –preguntó el muchacho con curiosidad, consciente de que Lobo no llevaba bolsa alguna.
Lobo sonrió.
–Ya te dije que no eres el único que disfruta de una buena polla de vez en cuando –respondió.
–¿Quieres decir que…? ¿Todo este tiempo?
–Hasta que llegamos aquí, sí –respondió el entrenador sin dejar de sonreír–. Me entró un calentón después de la ducha y pensé: “¿Por qué no?”
–Eres terrible –respondió Eric, sonriendo también.
–No te haces idea –dijo Lobo antes de besarle suavemente.
Por un instante Eric pensó dónde acababa de estar esa lengua… pero tras unos segundos desechó ese pensamiento y respondió al beso sin reservas. Para su sorpresa el sabor era tan dulce y agradable como siempre.
Se sentía feliz. Más feliz de lo que había sido jamás con Sandra…
Sandra… ¿Por qué había intentado matarle? Lobo parecía saber la respuesta pero insistía en que no podía decir nada, igual que había insistido en que no debían decirle nada a nadie. Había muchas cosas que Lobo le ocultaba y eso hacía que se preguntase si podía confiar en él… pero el suave roce de sus lenguas en la boca le disipaba toda duda respecto a eso. Al menos Lobo no había intentado matarle de momento y eso era un punto a su favor.
Sumido en sus pensamientos, con la dulce lengua de Lobo en su boca y su cálido cuerpo abrazándole cariñosamente, el muchacho se quedó dormido de puro agotamiento.