Lobo (3: El Hambre - Parte 2)

"...arrodillándose ante la más grande y gorda de todas las pollas y chupando como si de un biberón se tratase, mientras todos los demás le observaban y se acariciaban sus respectivos falos esperando turno..." Continua el tercer día de Eric...

Eric se dio la vuelta  y contempló la furiosa cara de Sandra. Oh dios, no había ido a la cita que tenían hacía dos días y había olvidado llamarla durante todo ese tiempo. La había ignorado completamente y ahora estaba tan enfadada que su pálida piel y su pelo rubio le hacían parecer la reina de hielo.

–Será mejor que tengas una buena razón para haber pasado de mi –dijo sin siquiera parpadear–. Y más vale que empiece con algo como “Me han secuestrado durante dos días”, porque esa respuesta sería la única que podría hacer que no te mande a la mierda ahora mismo –dijo, casi sin coger aliento.

–Lo siento mucho, he estado enfermo –dijo el muchacho sin poder pensar en otra cosa.

– ¿Tu móvil también ha estado enfermo? ¿El teléfono de tu casa ha estado enfermo? –preguntó ella sin calmarse un ápice.

–Lo siento mucho, me deje el móvil en la taquilla y el teléfono de mi casa está estropeado. Además he tenido una fiebre horrible con muchísimo calor y sueños extraños, y he perdido la noción del tiempo y… –respondió el muchacho, dándose cuenta de que en parte decía la verdad.

Sandra pareció estar a punto de decir gritar de nuevo, pero en vez de eso resopló.

–De acuerdo, no voy a insistir más, no viniste y ya esta, tus motivos tendrías –dijo, dando a entender que no creía ni una sola palabra. A pesar de ello parecía estar calmándose rápidamente–.  Mis padres todavía no han vuelto a casa, algo sobre “recuperar el tiempo perdido” o algo así, no les estaba escuchando, y la cosa es que aún tengo la casa libre, así que esta noche volveré a preparar todo… otra vez.

– ¿Entonces me perdonas? –preguntó Eric extrañado.

–Oh no, no te voy a perdonar tan fácilmente el haberme tenido más de tres horas mirando como las vela que había colocado en la habitación se volvían más pequeñas… mientras la cena romántica que preparé se enfriaba y se echaba a perder esperando que mi novio apareciese para poder hacer el amor por primera vez en nuestra relación–respondió, soltando aquella enorme frase casi sin respirar–. Pero lo que si te digo es que como no vengas esta noche, te voy a tener a dos velas tanto tiempo que creerás que has hecho voto de celibato.

Eric tragó saliva sin poder evitarlo.

-Estaré allí, lo prometo.

Un segundo toque de la campana del instituto llamando a los rezagados rompió la conversación de manera súbita.

–Hasta la noche y no olvides tu promesa –dijo ella acercándose rápidamente y dándole un profundo beso… en la frente, tras el cual se dio media vuelta y entró en el recinto.

Tiene que estar más cabreada de lo que parece si ni siquiera quiere besarme en la boca. No puedo faltar esta noche, pensó Eric mientras entraba también.

Las clases como de costumbre pasaron a la velocidad del rayo. Algunos de sus amigos se acercaron para preguntarle porqué había dejado plantada a Sandra y Eric supuso que ella se lo habría dicho a sus amigas el día anterior y que a su vez estas habrían extendido aquello como la pólvora. Eric evidentemente no podía decirles la verdad. No podía explicarles que se había pasado los dos últimos días ensartado en la tranca del entrenador, por lo que les dijo lo mismo que le había dicho a ella, que había estado enfermo, etc. Aquello pareció contentarles lo suficiente y cambiaron de tema, pero cada vez que otra persona volvía a preguntarle lo mismo y se veía obligado a mentir, no podía evitar a su vez pensar en todo lo ocurrido aquellos días y cómo sus creencias, ideales e incluso sus gustos habían empezado a cambiar en tan poco tiempo. Cómo el simple pensamiento del cuerpo del entrenador podía ponerle más duro que el acero y cómo empezaba a desear volver a verle de nuevo para devorar su enorme y rosada polla como si fuese un polo de fresa.

Aquel pensamiento le acompaño durante todas las horas lectivas y se vio obligado a ocultar su furiosa erección debajo de su asiento. Cuando las clases acabaron consiguió cierta paz en el tiempo que tardó en acompañar a su hermano hasta casa, como su madre le había pedido que hiciese mientras estuviera castigado, pero su indómita erección volvió, ya en la seguridad de su habitación, al recordar que poco después tendría que ir al entrenamiento de futbol.

Resultaba increíble que un hombre pudiese causarle aquellas sensaciones. ¡Un hombre! ¿Cómo había pasado todo aquello? Hasta hacía tres días solamente le gustaban las chicas, pero Lobo había conseguido que se excitase con el simple hecho de pensar en él. Ya había asumido que su entrenador le ponía la polla más dura y caliente que el atizador de una chimenea, pero seguía sin entender el porqué. ¿Qué tenía aquel hombre para causar aquello? (a parte de un cuerpo de culturista, el fuerte rostro de un guerrero espartano, la profunda y sensual voz de un cantante de soul, y la tranca y los cojones de un caballo semental) ¿De verdad todo aquello era suficiente para hacer que el muchacho desease ser poseído salvajemente por él? Eric no sabía la respuesta a todo aquello, simplemente sabía que de alguna manera ese hombre había conseguido excitarle hasta limites que nadie había logrado antes, ni siquiera su novia. No sabía cual era la causa pero sin ninguna duda quería averiguarla. No se había vuelto gay ni nada parecido, aún seguían gustándole las chicas (no tenía más que comprobar su excitación imaginándose a su novia desnuda para confirmarlo), pero aquel hombre, y sólo aquel hombre, conseguía encenderle de un manera desconocida para él… ¿Aún podía considerarse heterosexual? Sí, sin duda ¿Gay? No, no le gustaban los hombres… sólo ese hombre. ¿Qué era entonces?, ¿bisexual? No, tampoco eso exactamente. ¿Lobosexual? Eric no pudo evitar reír mentalmente al pensar en esa palabra. Quizá lo mejor fuese no ponerle ninguna etiqueta, y simplemente asumir su excitación ocurriese con quien ocurriese…

Tras un buen rato de divagaciones se dio cuenta de pronto de que iba a llegar tarde al entrenamiento. Su zozobra mental le había distraído demasiado y ahora se veía obligado a correr para retrasarse lo menos posible. ¿Y si Lobo interpretaba su tardanza como un mensaje para él?, pensó mientras salía corriendo de casa con la bolsa de deportes al hombro. ¿Y si Lobo creía que había llegado tarde a propósito por que no quería verle? ¿Y si Lobo creía que no quería verle porque le guardaba rencor por los días anteriores? No, no podía dejar que eso sucediese, precisamente deseaba ver al entrenador lo antes posible, y no podía dejar que este pensase justo lo contrario.

Corriendo lo más rápido que había corrido nunca en su vida finalmente llegó al entrenamiento… ligeramente tarde. Sus compañeros de equipo ya se habían cambiado de ropa y empezaban a salir al campo cuando él entró en el vestuario. Antes de que pudiese llegar a su taquilla alguien le tapó los ojos por detrás. Se dio la vuelta rápidamente y para su sorpresa contempló que no era Lobo.

–No vale, te has girado antes de que dijéramos “adivina” –dijo Daniel (o quizá era Miguel) sonriendo.

–La próxima vez tienes que esperar –añadió Miguel (o quizá Daniel) dándole un leve golpe en el hombro que sin embargo hizo que se le cayese la bolsa.

Daniel y Miguel eran dos de los mejores amigos de Eric, a pesar de que nunca conseguía distinguirles. Eran dos hermanos gemelos de su misma edad y de tez morena oscura (Eric sospechaba que debían ser latinos, mulatos o magrebíes, pero no tenia ni idea ni le importaba). Ambos eran morenos de ojos verdes, ligeramente más bajos que Eric pero más musculosos. Siempre iban juntos a todas partes y siempre parecían actuar de la misma manera, razón por la cual era tan difícil distinguirles incluso conociéndoles de hace tiempo.

– ¿Qué tal habéis estado? –preguntó Eric mientras recogía la bolsa.

–Ah, bien. Ya estamos mejor. –respondió, supuestamente Miguel

– ¿Habéis estado enfermos?, nunca lo hubiera imaginado –dijo Eric con sorna.

Una vez al mes aproximadamente tanto Miguel como Daniel se ponían enfermos y se tiraban día y medio sin ir a clase. Siempre igual, todos los meses, hasta el punto de que algunos del instituto ya bromeaban a sus espaldas sobre si tenían la regla o algo así, cosa que no les hacía ninguna gracia.

–Bueno, no hemos sido los únicos por lo que hemos oído –dijo ¿Daniel?, sonriendo levemente–. Una pena que se jodiese tu cita con Sandra.

–Hemos vuelto a quedar hoy –respondió Eric.

–Oh… así que hoy es la gran noche, ¿eh? –dijo ¿Daniel? casi burlándose.

–No te ofendas pero es una tía bastante estrecha, mira que hacerte esperar más de un mes para dejar que se la metas –añadió Miguel con su brusquedad habitual (una de las pocas cosas por las que se le podía distinguir de su hermano)

–Tampoco me ha tenido a dos velas exactamente –se defendió Eric–. Hemos hecho otras cosas.

–Ya, pero lo importante es lo importante –dijo Daniel.

–Las otras cosas molan, pero si no te deja que se la metas… es como ir a un parque de atracciones y quedarte jugando en las casetas de tiro con dardos sin subir a la noria. Es divertido, pero es mucho más divertida la noria.

–Precisamente la noria no es un buen ejemplo –negó Daniel con la cabeza–, que coñazo de atracción.

–Sí, bueno, ya sabes a que me refiero… –Miguel se rio de golpe– “Coñazo de atracción”–dijo gesticulando con los dedos sin dejar de reír–. Buen juego de palabras.

–Es que soy un genio –dijo Daniel riendo también.

Eric no pudo evitar reír también. Los gemelos solían tener esa costumbre de ponerse a hablar entre ellos como si estuviesen interpretando un dialogo ensayado ante un público invisible.

–Bueno, vamos al campo y hablamos luego, ¿vale? –dijo Daniel al ver que todos los demás habían salido ya.

–Vale, ahora mismo voy –contestó Eric dándose cuenta de que le habían entretenido y todavía no había empezado a cambiarse de ropa.

Incluso con prisa tardó casi cinco minutos en quitarse la ropa, ponerse la de deporte y guardar la primera, y para cuando salió todos habían empezado a correr alrededor del campo como calentamiento, por lo que se puso a hacer lo mismo. Lobo observaba todo desde uno de los banquillos. Las pocas veces que el muchacho estuvo cerca creyó ver algo extraño en Lobo, pero no sabía exactamente de qué se trataba. Lo que si era fácil de ver sin embargo era cómo Lobo le ignoraba totalmente. En todo el calentamiento no le dirigió la más mínima mirada y el muchacho empezó a preguntarse si todas sus dudas anteriores serían ciertas, si todo aquello de que Lobo pudiese creer que había llegado tarde a propósito porque no quería verle era verdad. Cuando el calentamiento terminó Eric tuvo que mantenerse el resto del tiempo junto a la portería, y aunque la mayor parte del partido tuvo tiempo suficiente de abstraerse mirando a Lobo, estaba demasiado lejos para poder decirle nada.

Tras terminar el partido se encontraba totalmente exhausto. Entró en el vestuario totalmente sudado y pensando en que otro día estaba tocando a su fin, cuando algo le hizo quedarse totalmente blanco.

Todos sus compañeros de equipo estaban quitándose la ropa para ir a las duchas, como siempre hacían, pero por algún motivo era distinto. El ver aquellos musculosos cuerpos desnudos de golpe le dejó totalmente helado. Sacudió la cabeza intentando quitarse esa imagen y concentrarse en otra cosa. Casi con los ojos cerrados se dirigió hasta su taquilla, la abrió, sacó una toalla de la bolsa de deporte y se sentó en el banco que había en mitad de las dos hileras de taquillas cubriéndose la cabeza con la toalla e intentando mirar únicamente al suelo. Para que nadie sospechase nada intentó fingir que se secaba el pelo durante largo tiempo, pero un impulso en su interior y también una ligera curiosidad le hicieron levantar la cabeza.

Desde aquella posición todo era peor, todos sus compañeros seguían desnudos, charlando entre ellos sin percatarse de la mirada de Eric, pero ahora sus pollas quedaban justo a la altura de los ojos de este. El muchacho no pudo evitar observar aquellas pendulantes vergas moverse libremente con cada mínimo gesto de sus portadores, todas aquellas pollas; grandes, medianas, pequeñas, blancas, morenas, negras, circuncidadas, sin circuncidar, parecían llamarle silenciosamente, invitándole a probar su sabor como deliciosas frutas maduras colgando de los arboles. Todos aquellos miembros parecían estar exhibiéndose sólo para él, y por un momento todo lo que ocurría parecía ir a cámara lenta como una película porno. Eric estaba seguro de que si se acercaba a cualquiera de ellos y empezaba a chuparlo con deseo ninguno de los presentes diría absolutamente nada.

Su imaginación empezó a volar libremente y se imaginó a si mismo haciéndolo, arrodillándose ante la más grande y gorda de todas las pollas y chupando como si de un biberón se tratase, mientras todos los demás le observaban y se acariciaban sus respectivos falos esperando turno. Se imaginó a si mismo tumbado en el banco mientras todos sus compañeros de equipo vaciaban sus huevos en su boca y le hacían saborear y tragar cada gota hasta que estuviese saciado.  Se imaginó después lamiendo cada sable hasta dejarlo totalmente limpio, justo antes de devorar todos y cada uno de los cojones, chupándolos como agradecimiento por el regalo que le habían dado, mientras sus portadores gemían de placer. Imaginando todo aquello se encontraba cuando de golpe una polla apareció a escasos centímetros de su cara. Era larga, muy gruesa, muy morena (casi negra), y sin circuncidar a pesar de que una fracción del capullo era visible, y tras ella unos grandes y muy peludos huevos como melocotones colgaban a muy baja altura agitándose aún más que la propia verga.

– ¿Estás bien tío? –Finalmente levantó la vista y contempló la cara de Daniel (o quizá era Miguel), quien le miraba con extrañeza y cierta preocupación.

Eric no sabia qué decir, sólo entonces fue consciente de la enorme erección que tenía y se percató de que alguien más podía darse cuenta en cualquier momento. Mientras permaneciese sentado podía llegar a disimular pero no podía quedarse en aquel banco eternamente.

Daniel (o quizá Miguel) seguía observándole esperando respuesta y a Eric solamente se le ocurrió una manera de reaccionar.

–Tengo que ir al baño –dijo en voz baja y se incorporó con el cuerpo ligeramente encogido para disimular la erección, pero como si le hubiese dado un apretón. Salió disparado hacia el servicio y se atrinchero en uno de los cubículos, echando el cerrojo y esperando que nadie se hubiese dado cuenta.

¿Qué demonios acababa de pasar? No era posible que se hubiese imaginado a si mismo devorando todos y cada uno de los badajos del equipo. ¡No era gay! El único hombre que le atraía era Lobo, no podía ser que ahora le empezasen a excitar todos los cuerpos y todas las pollas de sus compañeros. Todas aquellas magnificas pollas colgando pesadamente….

¡No, no era posible! Tenía que relajar su mente como fuese. Podía aceptar que la polla de Lobo le excitase, pero aquello ya empezaba a ser ridículo. No era posible que se estuviese volviendo gay porque si y en un par de días, ¿verdad? No, tenía que haber otra explicación… pero hasta que la encontrase lo mejor sería evitar a todos los hombres desnudos a su alrededor.

Habiendo decidido aquello y sabiendo que sus compañeros aún tardarían unos minutos en ducharse, vestirse e irse, decidió esperar. No podía hablar con Daniel ni con Miguel como habían quedado y tampoco podría hablar con Lobo como deseaba, pero era lo mejor. No estaba preparado para salir al vestuario de esa manera, no sólo por lo que los demás pudiesen decir sino porque empezaba a pensar, basándose en lo vívido de aquella ensoñación, que quizá dentro de poco apenas podría controlar su propio cuerpo. Cuando el miembro de Daniel (o quizá Miguel) apareció a escasos centímetros de su cara tuvo un rápido impulso de metérselo en la boca y chupar como si no hubiese mañana, y el hecho de que aquel pensamiento hubiese ocurrido le aterraba sobremanera.

Pasado un tiempo prudencial de diez minutos Eric salió finalmente del baño y se dirigió lentamente al vestuario. Efectivamente allí ya no había nadie, por lo que se dirigió ya con más calma a su taquilla y se quitó la sudada ropa de deporte. Cogió la toalla que ocultaba su consolador y fue a ponérsela por pura rutina, pero al ser consciente de que estaba solo decidió dejarla en el banco e ir sin más a las duchas.

El agua cayó de golpe sobre su cuerpo desnudo empapándolo completamente. Suspiró de gustó al sentir el caliente líquido corriendo sobre su piel y cerró los ojos intentando relajarse, pero fue en vano. La sensación del agua mojando cada centímetro de su anatomía y empapando su cara, solamente consiguió recordarle la ensoñación que había tenido hacia escasos minutos. Se imaginó arrodillado frente a todo el equipo de futbol con las pollas tiesas como porras mientras espesos chorros de esperma inundaban su rostro sin compasión, Gruesas gotas blancas deslizándose sobre sus labios e introduciéndose en su boca mientras se relamía extasiado y se corría igual que ellos.

Eric sacudió la cabeza y con la respiración aún entrecortada abrió los ojos. Su tiesa verga apareció frente a él traicionándole, y el muchacho no pudo más que gruñir y resoplar. Podía llegar a lidiar con su atracción por Lobo, pero que todo el equipo de futbol le dejase la polla como una barra de hierro era demasiado. Tenía que hacer algo, pero lo único que tenía a mano en aquel momento era el regulador de la temperatura. Lo giró al extremo, todo lo que pudo, hasta que el agua empezó a salir casi congelada, y de nuevo cerró los ojos respirando profundamente y esperando que su polla dejase de pedirle guerra. Aquello funcionó durante unos momentos y su verga volvió a su estado original, pero tras poco más de medio minuto su cuerpo empezó a acostumbrarse a esa temperatura y ya no le pareció tan fría. El líquido seguía siendo gélido, pero el cuerpo del muchacho de alguna manera conseguía sobreponerse y mantenerse caliente. Su erección comenzó a volver como impulsada por un resorte incontenible mientras el agua de la ducha parecía volverse más y más caliente a cada segundo. La respiración de Eric empezó a entrecortarse de nuevo y la lujuriosa imagen de aquella decena de vergas colgando hipnóticamente retornó a su mente incluso sin quererlo, mientras el agua se seguía volviendo más y más caliente.

Un momento.

Eric abrió los ojos de golpe y miró el regulador confirmando sus sospechas. No era que estuviese sintiendo el agua más caliente debido a su excitación, sino que estaba saliendo más caliente de verdad. ¡Alguien había girado el regulador!

–Te ibas a congelar –dijo una voz familiar a su izquierda y al girarse le vio.

Era Lobo, quien le miraba con una ligera sonrisa. El entrenador estaba totalmente desnudo a excepción de una diminuta toalla que rodeaba su cintura y que no llegaba a tapar del todo su inmensa tranca, haciendo que sobresaliese por debajo de la tela incluso estando en reposo.

Eric, aún con el agua caliente volviendo a recorrer su cuerpo y la desnuda imagen del entrenador frente a si, no dirigió su mirada hacia ese punto como se hubiese esperado, sino que examinó el resto del cuerpo del entrenador con curiosidad. De alguna manera, ahora que le tenía a menos de un metro podía confirmar algo que antes sólo sospechaba y era que el cuerpo del entrenador había cambiado desde la última vez que lo vio. No sólo era la forma de la cara, que parecía haberse vuelto más afilada, sino también el resto del cuerpo, pues el pecho de Lobo estaba, nunca mejor dicho, cubierto de una tupida mata de pelo. En general el cuerpo del entrenador siempre había sido peludo, pero ahora lo era muchísimo más, como si se hubiese duchado con un producto experimental contra la calvicie. Aquello le daba sin embargo un aspecto más feroz y atractivo. Incluso en aquel estado de calma total su cuerpo parecía invitar al placer más salvaje como si ahora gozase de una irresistible aura de sexualidad animal que antes solamente se podía intuir.

Antes de que el muchacho pudiese decir nada, Lobo se dio media vuelta y se dirigió a las taquillas, regalando al muchacho un primer plano de su perfecto y musculoso culo. ¿Cuánto tiempo llevaba Lobo ahí? Seguramente el suficiente para haberle visto empalmado, pero no importaba… en el caso de Lobo incluso quería que le viese así, al fin y al cabo era una muestra quizá poco ortodoxa de que no quería evitarle. Tenía que hablar con Lobo y cuanto antes lo hiciese mejor.

Salió de la ducha y se dirigió con la polla tiesa a las taquillas siguiendo al entrenador, quien le esperaba con la espalda apoyada en la taquilla contigua a la suya.

Eric suspiró sin decir absolutamente nada y sin apartar la mirada de Lobo. ¿Cómo es posible que hasta hace tres días no me haya dado cuenta de que estaba aquí esta bestia del sexo? , se preguntó mientras observaba su musculoso pecho peludo. ¿Por qué antes no me ponía a mil con solo verle?, continuó contemplando ahora su perfecta cara y sus duros abdominales. Y sobre todo… ¿Por qué todavía no le estoy comiendo la polla?, se hizo aquella última pregunta tras dirigir su mirada al rabo de Lobo, al tiempo que las imágenes de su sueño volvían de nuevo a su cabeza y se imaginaba la polla que ahora contemplaba chorreando leche blanca sin parar.

–Conozco esa cara –dijo Lobo sonriendo con aquella sonrisa capaz de derretir el hielo, mientras el muchacho avanzaba hacia el y continuaba con la mirada fija en su verga–. Tienes hambre.–continuó–. Es un tipo de hambre especial que no habías sentido nunca, ¿verdad? Sientes que no puedes pensar en nada más, cada vez que intentas hacer algo, cualquier otra cosa, el hambre vuelve a tu mente, como si tu cuerpo te estuviese diciendo a gritos que es lo que necesita para continuar, para calmar el hambre y poder seguir el día de manera normal. Pero la verdad es que esa hambre no desaparece hasta que lo sacias, y sabes cual es la manera de saciarlo, ¿verdad? –terminó al tiempo que el muchacho llegaba hasta la taquilla y se paraba justo en frente de Lobo.

Eric asintió. Cerró los ojos un momento para respirar profundamente pero algo en su interior le obligó a abrirlos de nuevo y seguir contemplando aquella barra de carne. Lobo tenía razón, por más que lo intentaba el pensamiento volvía una y otra vez de diferentes manera: la chorreante verga de Lobo en el sueño, la leche y el zumo de plátano en el desayuno, el agua de la ducha cayendo por su cuerpo, la ensoñación con el equipo de futbol… todo cuanto le rodeaba le devolvía de nuevo al objeto de su deseo, aquello que había estado ansiando desde que despertó aquella mañana, e incluso antes mientras dormía. En aquel momento se dio cuenta de que la única razón por la que no se había lanzado de cabeza sobre la verga de Lobo era porque de alguna manera necesitaba su consentimiento, igual que Lobo pareció necesitarlo la noche anterior, justo antes de subirse a su cama y penetrarle salvajemente.

–Dime, ¿de qué tienes hambre? –preguntó Lobo sabiendo de antemano la respuesta.

– Yo…

– ¿Sí? Dilo en voz alta, admítelo.

–Yo… –volvió a repetir el muchacho cerrando los ojos. Había un enorme paso entre admitirse a si mismo que Lobo le atraía y admitírselo a él directamente. El muchacho no estaba seguro de si podía dar el paso y menos aún sabiendo que lo que deseaba en aquel momento no era a Lobo en si…

–Vamos, admítelo, te sentirás mucho mejor –insistió el entrenador acercándose levemente al muchacho.

–Yo…

–Vamos, ¿de qué tienes hambre?

–De tu leche –dijo finalmente el muchacho con la respiración entrecortada por la excitación, sin poder creerse que acabara de pronunciar semejante palabra. Abrió los ojos de nuevo y miró de manera implorante al entrenador a los suyos dándose cuenta de qué, en efecto, eran amarillos.

–Entonces cómemela y bebe de mí –susurró Lobo sensualmente en el oído de Eric provocándole un escalofrió de puro placer..

El muchacho, no perdió ni un solo segundo y se arrodillo ante la tranca del entrenador, que a pesar de su enorme tamaño parecía continuar en estado de reposo.

Maldito cabrón , pensó el muchacho, incluso ahora me va a hacer trabajar para conseguir lo que quiero.

Eric no aguardo más tiempo y acercó su cara a la punta de la enorme verga de Lobo que era la única parte visible en aquel momento, el olor que desprendía resultaba simplemente irresistible. Eric acercó aun más la cara hasta que el capullo golpeó su nariz, el olor se volvió abrumador, una esencia pura que atraía como las abejas a la miel. La respiración del muchacho entrecortada por la excitación golpeo la verga de Lobo haciendo que diese un leve respingo que parecía invitar al joven a continuar. Eric cerró los ojos y dejó que sus demás sentidos tomasen el control. Abrió la boca solo lo justo para poder sacar la lengua y la introdujo dentro del prepucio del entrenador. Este dio un enorme gemido de placer y puso una mano sobre la cabeza del joven instándole a continuar. Eric empezó a jugar con aquel fragmento sobresaliente de piel usando su lengua mientras escuchaba las reacciones que provocaba en Lobo. Mordisqueó levemente la piel y la estiro con los dientes soltándola un instante después. El dolor hizo que Lobo mirase al joven, ampliando aun más su sonrisa al ver que el muchacho tenía tantas ganas de jugar como él. De acuerdo, si eso quieres, eso tendrás se dijo esperando el momento oportuno.

La verga de lobo empezó a endurecerse muy despacio y la piel del glande se retiró por si sola dejando al muchacho sin su nuevo juguete. No importaba, pues el capullo de Lobo empezó a asomar proporcionando al muchacho un nuevo divertimento. Eric abrió ampliamente los labios esta vez, pero en vez de engullir la rosada cabeza optó por besarla como si se tratase de la lengua del entrenador. Este volvió a gemir de placer y comenzó a acariciar la cabeza del muchacho.

– ¿Te gusta el sabor de mi polla? –preguntó el entrenador sensualmente, sabiendo que sus palabras eran capaces de excitar al muchacho.– El sabor de mi carne rozando tu lengua… la punta de mi rabo dentro de tu boca –continuó casi susurrando las palabras, y cada vez que decía una nueva frase un gemido de placer escapaba de la boca del muchacho, quien sin embargo no dejaba de chupar el capullo ni un instante como si se tratase de una deliciosa piruleta.

Lobo no podía hacer otra cosa más que retorcerse de gusto al ver en lo que el muchacho se había convertido, o mejor dicho, en lo que él le había convertido. Lobo sabía que solamente quedaban unas cuantas sesiones más para que el muchacho se transformase totalmente, pero por el momento, observar como aquellos pequeños y carnosos labios devoraban su tranca con pasión y lujuria mientras el muchacho permanecía empalmado hasta el punto máximo era como contemplar una obra de arte. Que Eric hubiese llegado hasta ese punto en tan poco tiempo le llenaba de orgullo y satisfacción… y el hecho de pensar en lo que el muchacho pronto seria capaz de hacer cuando estuviese listo hacia que Lobo tuviese deseos de correrse en el interior del joven hasta que sus cojones estuviesen vacios.

Casi como si le hubiese leído la mente, la mano derecha de Eric ascendió por debajo de la toalla y acarició suavemente las colgantes pelotas del entrenador, mientras su boca se abría paso lentamente por la barra de carne y engullía un fragmento más cada pocos segundos.

– ¿Notas el peso de mis huevos? Están esperando para poder llenarte de leche –continuó el entrenador excitando más y más al muchacho con cada palabra.

La verga de Lobo en la boca de Eric se sentía extraña pero al mismo tiempo no podía evitar desear más. Cada vez que abría los labios para devorar un nuevo centímetro era como si el sabor se multiplicase. Como si cada nuevo fragmento de carne le permitiese degustar más y más profundamente a Lobo. Había llegado ya a devorar más de cinco centimetros y súbitamente la toalla se interponía en su camino. Alzó su mano libre para retirarla pero en ese instante Lobo le agarro del brazo y le detuvo. El joven abrió los ojos por primera vez desde que empezó y miró al entrenador de manera interrogante sin dejar de chupar.

–No, no, no –respondió lobo sonriendo–. No vale usar las manos, si quieres más vas a tener que hacer que salga por si sola. –explicó soltándole el brazo y riendo levemente.

El joven lo comprendió al instante. Si quería seguir devorando aquel maravilloso falo tendría que hacer que se empalmase lo suficiente para salir por debajo de la propia toalla. Solamente entonces Lobo le dejaría avanzar y devorar un trozo mayor de carne.

Nunca deja de jugar , se dijo Eric mentalmente, pero está bien, acepto el reto , pensó al tiempo que incrementaba la succión de su boca y la fuerza y velocidad de su  lengua.

Lobo pegó un enorme gemido sin poder contenerse.

–Ooooh, joder, ahora si te lo estas tomando en serio –dijo sonriendo–. Tranquilo fiera, aun te queda más de la mitad de mi polla… y sigue creciendo.

Por supuesto era cierto, a medida que la polla de Lobo se empalmaba, y la toalla dejaba libre más carne, también aumentaba lógicamente de tamaño, haciendo que el gozo del muchacho pareciese no tener fin. Eric conocía de primera mano el inmenso tamaño de la herramienta de lobo, pero tenerla en su boca y ya casi su garganta hacían que resultase aun más impresionante. Las primeras gotas de pre semen brotaron de la verga del entrenador y el muchacho las recogió con su lengua y las extendió por toda su boca para probarlas con más profundidad. El sabor era sobrecogedor, sin ninguna duda la cosa más maravillosa que Eric hubiera probado en su vida, hasta el punto de que le hizo preguntarse como era posible que no hubiese estado chupando la polla del entrenador desde hacía años. Sin embargo, por más delicioso que el pre semen resultase el muchacho sabía que no tendría comparación con lo que aún tenía que llegar. El verdadero sabor de Lobo todavía aguardaba en el interior de sus enormes huevos esperando a ser extraído. La mente del muchacho se obnubiló momentáneamente debido al intenso sabor que acababa de probar, y fue como si de pronto Lobo dejase de ser una persona y se hubiese convertido en un surtidor. Un simple contenedor del liquido que tanto ansiaba, y la única manera de poder saborearlo era chupando esa deliciosa manguera… ¿o quizá no?

Eric Recordó de pronto el encuentro que tuvo con el entrenador la noche anterior y una idea macabra empezó a gestarse en su cabeza. Usó la mano que acariciaba los testículos de Lobo y la elevó un poco más para que el dedo corazón pudiese llegar más arriba, justo hasta la entrada de su agujero. Lobo dijo que no podía usar las manos para subir la toalla… pero no mencionó nada de usarlas para otra cosa. Si el entrenador iba a poner las normas, Eric siempre podría buscar algún recoveco oculto… algún camino inexplorado que el entrenador hubiese olvidado… alguna otra vía… para saltárselas.

Lobo gimió de nuevo cuando la yema del dedo presionó su abertura y bajó la vista para mirar al muchacho sin dejar de sonreír.

–Pequeño tramposo –bromeó lleno de lujuria–. Veo que vas aprendiendo… aahhh… –un nuevo gemido escapó de la boca de Lobo cuando Eric apretó su dedo con más fuerza–, ohhh... joder… lo haces muy bien pero… aaahhhh… usa otro dedo… un poco más arriba… aaaahhh… un par de centímetros….oohhh…–dijo Lobo sin dejar de jadear.

Eric no lo entendió al principio. ¿Un poco más arriba?, ¿es que no prefería que metiera más profundamente el que ya estaba allí?, ¿o que metiese dos dedos en su agujero en lugar de uno? A pesar de sus dudas Eric obedeció. Elevó aún más la mano e hizo que el dedo índice sustituyese al corazón, para que este último pudiese ir donde lobo había dicho, un par de centímetros por encima del agujero. Cuando los dos dedos se encontraron en posición Eric apretó con los dos a la vez.

La reacción de Lobo no se hizo esperar. El entrenador gimió con fuerza y pegó tal brinco hacia atrás que hizo que a Eric se le escapase la polla de la boca. La espalda del entrenador golpeó la taquilla más cercana provocando un gran estruendo. Por un momento casi hubiese parecido que aquello le había causado un gran dolor del que había intentado escapar, pero su cara decía todo lo contrario. Su rostro daba la impresión de que acabase de tener una especie de orgasmo interno, con una sonrisa de oreja a oreja aún más amplia de lo habitual. Su cuerpo se retorcía de puro placer, restregándose la espalda contra la taquilla que acababa de golpear como si intentase rascarse un punto al que sus brazos no pudiesen llegar. Y su polla, mucho más empalmada que hacía escasos segundos, había empezado a chorrear pre semen como un aspersor. Eric le observó sin entender en absoluto aquella reacción.

–Oh… justo eso… vuelve a hacerlo… y no pares –murmuró Lobo con la respiración entrecortada por el placer y los ojos cerrados.

De pronto los abrió de par en par al darse cuenta de que Eric se había detenido y le miró fijamente.

–No se te ocurra volver a parar –dijo en un tono autoritario que el muchacho no había visto nunca y que incluso hizo que le diese un escalofrió. El entrenador, al ser consciente de la manera en la que había hablado relajó su expresión y añadió–, por favor.

Era la primera vez desde que todo aquello empezó que el entrenador había usado esas palabras, y eso hizo que Eric se diese cuenta de que, fuese lo que fuese lo que acababa de suceder, había sido importante, transcendental de alguna manera. No sabía exactamente de qué se trataba, pero si el entrenador quería que lo repitiese con tantas ganas que estaba dispuesto incluso a suplicarlo, es que debía haberle causado un placer ultraterrenal. El muchacho se apuntó mentalmente aquella nueva zona erógena y se acercó hasta la nueva posición de Lobo sin perder más tiempo.

La babeante polla del entrenador, cuyos fluidos se mezclaban con la saliva que el muchacho había dejado antes de la abrupta pausa, le daban un aspecto magnifico, mejor incluso que el que tenía estando seca. Eric volvió a meterse el falo en la boca sin demora, al tiempo que volvía a recolocar sus dedos. Mientras degustaba el jugo del entrenador, deleitándose con su dulce sabor volvió a presionar los dedos en el punto justo haciendo que de nuevo Lobo gimiese e incluso gritase de placer. Aquella nueva táctica hizo que la verga del entrenador se endureciese al máximo en menos de un minuto y que la toalla que todavía llevaba puesta liberase una porción aún mayor de carne. Eric continuó saboreando, chupando, lamiendo y devorando cada fragmento de verga con pasión desmedida hasta el punto de llegar casi a atragantarse. A su boca, no acostumbrada a ese tipo de tarea, le costó bastante esfuerzo acomodarse al enorme tamaño del entrenador para permitir que el siguiente pedazo de carne se abriese paso.

Lobo continuó gimiendo a un volumen exagerado, hasta el punto de que el muchacho empezó a temer que alguien pudiese oírles, pero no le importaba. La carne de Lobo llenaba su boca y su nariz se una manera tan plena que se sentía en otro mundo. Un lugar donde solamente existía ese divino pedazo de carne y su misión era alabarlo y honrarlo como un dios.

Deseando que la leche del entrenador saliese lo antes posible, Eric aceleró la velocidad a la que engullía el mástil de Lobo y ejerció aún más presión con ambos dedos. Un nuevo alarido de puro placer escapó de la boca del entrenador. Bajó la vista para observar como el muchacho se tragaba su tranca hasta donde le permitía la toalla y aquello encendió su lujuria de manera total.

–Se acabó el juego –exclamó Lobo quitándose la toalla de golpe y agarrando la cabeza del muchacho con fuerza–. Me la vas a comer hasta el fondo.

Aquellas palabras excitaron a Eric todavía más y viéndose liberado de la restricción de la maldita toalla se lanzó a devorar el pollón de Lobo como si le fuese la vida en ello. Sus dedos continuaban masajeando el culo del entrenador haciendo que derramase chorros y chorros de pre semen cada par de segundos, y cada vez que Eric los bebía se sentía más y más excitado. La carne abriéndose paso por su garganta empezó a provocarle unas fuertes arcadas, pero no importaba. Ya no le importaba si la gigantesca manguera de Lobo le asfixiaba y le dejaba sin respiración, nada de eso era importante si conseguía saborear aunque solo fuese una gota de su adorada droga blanca.

Otro par de centímetros más y apenas le entraba ya aire, pero a pesar de ello un enorme éxtasis le embargaba nublándole el juicio. Justo cuando creía que estaba a punto de llegar a la base de aquella enorme espada, Lobo le agarró con fuerza y le obligó a sacársela casi de golpe. Eric agarró con su mano libre su propia garganta y tosió sin poder evitarlo, levantó la cabeza a punto de preguntarle porqué le había detenido y entonces lo comprendió. Lobo había empezado a correrse de manera salvaje, lanzando potentes chorros y chorros de leche por doquier. Eric se apresuró y envolvió el capullo de Lobo con su boca pero no llego a tiempo de poder beber nada.

Las manos de Eric masajearon los huevos de Lobo y apretaron todo el contorno de su verga intentando exprimir hasta la última gota de ese zumo deífico, pero estaban totalmente vacios. Se dirigió entonces hasta uno de los chorros que había caído sobre el banco de madera, y tomándolo con los dedos lo dirigió a su boca para paladearlo, pero instantes después estuvo a punto de escupir.

–Pierde toda la gracia cuando se enfría –dijo Lobo como si le estuviese dando una clase–, y además se enfría en seguida.

–Ya veo…

–Por eso siempre es mejor beber directamente de la fuente –dijo, cogiendo suavemente la cabeza del muchacho con una mano y metiéndole la tranca en la boca de nuevo con la otra.

Dos últimos chorros rezagados llenaron la boca del joven extasiándole al instante.

Tanto el sabor, como la sensación eran simplemente inenarrables. Eric creía haber probado la sustancia más maravillosa del mundo cuando sorbió el pre semen de Lobo por primera vez, pero ahora esta nueva ambrosia le demostraba cuan equivocado estaba. Desde la perspectiva del sabor, le resultaba familiar, no solo porque aquella misma mañana había probado su propio semen, sino familiar de otra manera, como un sabor que se conoce pero del que no eres consciente hasta que lo tienes justo delante. Era más dulce que el más dulce de los néctares, y el sabor salado entremezclado solamente ensalzaba aún más el tono dulce haciéndolo simplemente irresistible. Desde una perspectiva ligeramente más sexual, solamente se podía describir como lujuria embotellada, pues en cuanto el liquido se posó sobre su lengua hizo que la propia verga del muchacho, para sorpresa de este, se corriese sin siquiera tocarla. La enorme ola de placer le embargó totalmente durante unos segundos dejándole totalmente incapaz de hacer o decir nada, por lo que fue Lobo quien empezó la conversación.

–Siendo lo de antes –dijo con el ligeramente avergonzado–. He perdido el control un momento y has estado a punto de ahogarte.

–Casi había llegado al final –comentó Eric aún en el suelo.

Lobo rió.

–Más quisieras chaval, aún te faltaban 10 centímetros más –dijo, enseñándole una porción de su polla de aproximadamente ese tamaño que permanecía totalmente seca, sin rastro de saliva o semen alguno–. Pero no te apures, prácticamente nadie puede comérmela hasta el fondo en esa forma. Ha estado muy bien.

– ¿Qué forma? –preguntó el muchacho sin entender.

–Nada, cosas mías… ¿qué tal te encuentras? –preguntó cambiando de tema.

–Estoy… en una nube –respondió el muchacho sin moverse un ápice, como si temiera que al hacerlo todo se desvaneciese igual que en un sueño.

Lobo volvió a reír de nuevo.

– ¿Quieres más? –preguntó sensualmente al tiempo que se agachaba y le miraba a los ojos.

Eric no necesitó pensarlo ni una fracción de segundo y asintió con la cabeza.

–Lamentablemente no va a poder ser muchacho –contestó Lobo con su sempiterna sonrisa al tiempo que volvía a levantarse–. Tengo ciertas cosas que hacer… y aún tengo que ducharme –añadió al tiempo que se dirigía a las duchas.

Eric se acordó de golpe de que él también tenía cosas que hacer. ¡Había quedado con Sandra! Lo había olvidado por completo, y si volvía a llegar tarde su relación habría terminado del todo.

Se levantó corriendo del suelo y usó su casi olvidada toalla, que aún descansaba sobre el banco, para limpiarse apresuradamente. No había tiempo para otra ducha y menos aún con Lobo a su lado (A pesar de la prisa de ambos no sería raro que se calentasen lo suficiente como echar otro polvo rápido bajo el chorro de agua), por lo que metió todo apresuradamente en la bolsa y comenzó a vestirse como un rayo. El entrenador, que había detenido sus pasos al ver la prisa del joven, le miró ligeramente sorprendido.

–Si no nos ha pillado nadie antes mucho menos van a hacerlo ahora –dijo, intentando calmar al muchacho.

–No es eso, es que he quedado con mi novia –explicó–. Tiene preparada una noche especial en su casa… bueno, en realidad iba a ser anteayer pero…

–Pero yo lo fastidié, ¿no? –preguntó el entrenador sin dejar de sonreír.

–Sí… no… bueno, en parte.

Lobo no pudo evitar reír ante aquella respuesta, pero su risa se paró en seco casi al instante.

–Anteayer… –murmuró casi inaudiblemente–… ¿qué día es hoy? –preguntó con curiosidad.

–Jueves –contestó el muchacho terminando de ponerse la ropa interior.

–No, digo fecha.

–Ah... 26 creo

Lobo permaneció pensativo durante unos segundos y luego miró al muchacho, quien estaba ya poniéndose el pantalón de manera apresurada.

– ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? –preguntó Lobo mientras volvía sobre sus pasos y se acercaba lentamente al muchacho.

–Poco más de un mes –dijo mientras sacaba la camiseta de la taquilla.

– ¿Y habéis tenido muchas noches especiales en su casa? –volvió a preguntar, acercándose todavía más.

–No, ni siquiera lo hemos hecho todavía. Esta va a ser la primera vez –respondió  mientras se ponía la camiseta.

– ¿Eres virgen? –preguntó Lobo con curiosidad sin dejar de acercarse.

Eric se detuvo durante un momento para mirar al entrenador a los ojos.

–Tú mejor que nadie deberías saber que no –contestó con sorna.

–Me refiero a antes de que yo… te…

– ¿Violase? –preguntó el muchacho deteniéndose del todo.

–Ambos sabemos que no fue una violación –respondió Lobo deteniéndose justo al lado del muchacho.

–No, no lo fue –admitió Eric–. Y no, ya lo hice con otra chica hace más de un año.

–Entonces ha sido cosa de ella hacerte esperar… –preguntó.

–Sí, hemos hecho otras cosas pero no quería ir más allá.

–Y ahora ha cambiado de idea porque…

–Porque sus padres no están en casa –respondió el muchacho mientras se sentaba en el banco para ponerse los calcetines y los zapatos.

– ¿Conoces a sus padres? –insistió Lobo.

–Emmm, no…. ¿a que vienen todas estas preguntas?

–Curiosidad –respondió Lobo de manera casual, como si no hubiese dado la impresión de un interrogatorio. De golpe el entrenador volvió a sonreír y miró a Eric a los ojos.

– ¿Qué te parece si jugamos un segundo asalto con… –dijo, dejando la frase en el aire mientras se daba la vuelta y cogía el consolador de la mochila de Eric, que aún estaba en la taquilla–… esto?

Eric se detuvo y se quedó mirando el consolador.

–Veo que te gustó ¿eh? –dijo sensualmente Lobo. Eric asintió–. Me alegro de que lo hayas conservado, los regalos ni se tiran, ni se devuelven, ni se venden –continuó, acariciando lentamente la superficie del consolador con ambas manos–. ¿Qué me dices?

– ¿No has dicho que tenías otras cosas que hacer? –preguntó el muchacho extrañado.

–Bah, pueden esperar. ¿Qué me dices? –volvió a preguntar sin dejar de acariciar sensualmente el consolador.

Eric se quedó embobado mirando aquello. Observó el consolador y luego el miembro de Lobo que, aún tieso, se agitaba frente a la cara del muchacho. Al observar los dos juntos se dio cuenta de que la polla de Lobo era ligeramente más grande que el consolador, y aquello le extrañó porque recordó que la nota que venía con el consolador decía que tenían exactamente el mismo tamaño.  ¿Qué importaba? Aquella imagen era magnifica, y el muchacho tuvo un enorme deseo de hacer lo que Lobo decía pero…

–Tengo que ir a ver a Sandra –dijo Eric apartando la vista.

–Oh vamos, ambos sabemos que yo te excito mucho más que ella –dijo sensualmente Lobo, mientras acercaba una mano y acariciaba la verga del muchacho por encima del pantalón–. Además tienes tiempo de sobra para venir conmigo a la ducha y que juguemos con esto, ¿qué me dices? –volvió a preguntar por tercera vez, al tiempo que se agachaba hasta la altura del muchacho y sin dejar de acariciarle la polla se abalanzaba para besarle.

El muchacho dejó que la lengua del entrenador penetrase en su boca sin ningún tipo de resistencia, e incluso la recibió con la suya propia que aún conservaba cierto sabor a la leche del entrenador. El húmedo beso estaba lleno de lujuria e invitaba al joven a dejarse llevar, pero de alguna manera sentía que tenía que cumplir su promesa.

Eric rompió abruptamente el beso del entrenador y se levantó para coger su bolsa de deporte.

–Tengo que irme –dijo, teniendo que forzar a su cuerpo para que se alejase del entrenador–. Me encantaría quedarme, de verdad que me encantaría… pero tengo que cumplir mi promesa, tengo que irme. –reiteró el muchacho cogiendo la bolsa de deporte y marchándose a toda prisa. (En parte porque si no se iba rápidamente temía que su propio cuerpo le obligase a dar media vuelta)

–Como quieras –masculló Lobo casi inaudiblemente mientras el muchacho salía por la puerta.

Lobo apretó fuertemente el consolador que aún tenía en su mano y suspiró.

Ya casi había caído la noche cuando salió del instituto. ¿Qué hora era? Siempre que tenía algún tipo de encuentro sexual con Lobo el tiempo parecía volar. Sacó el teléfono móvil y le echó un rápido vistazo. Las 20:47. Es decir que se había pasado casi hora y media amorrado al rabo de Lobo. Por lo que técnicamente, si Sandra le esperaba a la misma hora, llegaba casi hora y media tarde .

Bueno… siempre es mejor eso que no aparecer, se dijo mientras se dirigía a casa de ella.

No sabia exactamente porqué estaba haciendo todo aquello cuando lo que Lobo había dicho era verdad. El le excitaba muchísimo más que su novia y prácticamente todo su ser le imploraba que se quedase con el entrenador… pero simplemente sentía que no podía romper su promesa.

Por suerte para Eric, a pesar de que vivían en una ciudad bastante grande la casa de Sandra estaba relativamente cerca, por lo que no necesitó más de diez minutos para llegar a su destino. La casa de Sandra era bastante grande, no tanto como la del propio Eric pero igualmente impresionante. Una pequeña mansión que denotaba que los padres de Sandra debían tener un trabajo casi tan bueno como el de su madre.

El muchacho se acercó al timbre y llamó confiando en que no fuese demasiado tarde, pero antes de que la puerta pudiese abrirse Eric sintió que su cuerpo empezaba a debilitarse a toda velocidad… hasta quedarse inconsciente.