Lobo (3: El Hambre - Parte 1)
Nota: A partir de este punto la historia va a empezar a tornarse más densa, los relatos serán probablemente más largos por lo que aunque voy a seguir subiéndola a la sección Gays también podrían empezar a catalogarse dentro de Grandes series o Grandes relatos". Lo aviso desde ahora.
Nota: A partir de este punto la historia va a empezar a tornarse más densa, los relatos serán probablemente más largos… por lo que aunque voy a seguir subiéndola a la sección “Gays” también podrían empezar a catalogarse dentro de “Grandes series” o “Grandes relatos”. Comento esto por anticipado.
El calor hacia imposible dormir con profundidad. A pesar de encontrarse totalmente desnudo, sin usar sábana alguna y tener la ventana totalmente abierta, la temperatura era insoportable. El sudor hacía que la tela bajo su cuerpo se pegara como una segunda piel y la sensación de la ardiente almohada no hacia más que empeorar las cosas. Tras haber intentado dormir durante largo tiempo Eric finalmente desistió, resopló pesadamente y se incorporó. El contacto del frio suelo de la habitación en sus pies desnudos le alivió levemente pero tras unos escasos segundos la sensación volvió a ser la misma.
Lobo había desparecido sin dejar rastro. De hecho, de no ser por un ligerísimo escozor en su agujero y algunos rastros pegajosos en su abdomen podría incluso dudar que alguna vez estuvo allí. Pero no había duda posible, incluso el consolador tendido en mitad de la habitación ejercía de testigo mudo. En cualquier otra circunstancia el muchacho hubiera dado vueltas a la cabeza pensando el porqué, cómo y de qué manera había ocurrido todo aquella noche, pero hacía demasiado calor para eso. Lo único que el joven quería en aquel momento era refrescarse un poco, y de paso limpiarse las manchas de su cuerpo.
Abrió el cerrojo de la habitación e intentó que la puerta hiciese el menor ruido posible. Debían ser las cuatro o cinco de la mañana, por lo que con seguridad ningún miembro de su familia estaba despierto. Se dirigió lentamente por el pasillo hasta el cuarto de baño, pero cuando estaba a punto de abrir la puerta un leve ruido en el piso de abajo captó su atención. Escuchando con más detenimiento podía apreciar que se trataba de un fino ruido agudo y levemente estridente, parecido al chirriar de una pizarra, pero que se repetía lenta y rítmicamente como el latido de un corazón. Se trataba de un sonido que le resultaba vagamente familiar y quizá por ese motivo decidió seguirlo para ver a donde conducía.
Cada escalón de la escalera le acercaba más al extraño sonido y le permitía discernir un poco más su naturaleza. Tras varios escalones parecía que el ruido chirriante estaba acompañado de otro ruido más suave y más irregular. Otro par de escalones más y el segundo ruido se tornaba más audible y claro, semejándose al sonido del aire al salir de un fuelle. Al final de la escalera se volvió más grave y con más matices, hasta el punto de que podían diferenciarse tres sonidos distintos que se solapaban, uno era el sonido del fuelle, otro parecía un ligero sonido acuoso como un levísimo chapoteo y el tercero era el chirriar del principio que ahora podía identificar como el muelle del sofá del salón.
El sonido provenía sin duda de allí, y tras bajar las escaleras el ambiente también parecía ligeramente más húmedo. El calor parecía haber aumentado por momentos y todo aquello no hacía más que avivar la curiosidad del muchacho, instándole a acercarse más.
Anduvo los pocos metros que le quedaban a través del pasillo y se asomó al salón entendiéndolo todo de golpe.
En efecto, como había supuesto al principio el sonido chirriante era el muelle del sofá al moverse una y otra vez, y lo que lo movía era la fuerza con la que su padre, de espaldas a él, subía y bajaba sobre la enorme tranca de Lobo como un poseso mientras gemía incontrolablemente de placer. El gemido era precisamente el segundo sonido que no conseguía identificar y que se asemejaba a un fuelle soplando aire, y la razón por la que parecía solaparse con otro idéntico era porque no era el único que gemía en aquel momento. Su hermano hacía exactamente el mismo ruido estando de pie sobre el sofá mientras Lobo tenía su cabeza incrustada entre sus nalgas y le comía apasionadamente el culo y los huevos. El sonido de la rasposa lengua de Lobo lamiendo, besando, y sorbiendo las pelotas del muchacho era el tercer ruido que no consiguió identificar y que ahora se le antojaba incluso familiar. El muchacho sentía tal éxtasis con la lengua de Lobo que el líquido pre seminal había empezado a brotar a borbotones de su polla como si de una fuente se tratara, y se deslizaba por el tronco y los huevos hasta la boca del entrenador, quien lo lamía deleitándose con el dulce sabor sin parar un solo instante.
El padre de Eric se derrumbó sobre el musculoso cuerpo de Lobo al sentir la que no debía ser su primera corrida aquella noche y pareció quedarse traspuesto. La verga de Lobo salió disparada de su interior y se mantuvo erguida como un poste mientras su dueño continuaba devorando con pasión el agujero y los huevos de Jason.
La gigantesca barra de carne no parecía perder un ápice de fuerza y de hecho, como si se estuviese preparando para un nuevo asalto, empezó a chorrear líquido pre seminal igual que la de su hermano. Las espesas gotas caían lentamente por todo el tronco como delicioso queso fundido sobre una enorme salchicha, bajaban lentamente atravesando toda la verga y rodeaban los gruesos y colgantes cojones de Lobo deteniéndose suavemente en su frondosa pelambrera.
Aquel espectáculo resultaba irresistible y su dura verga balanceándose en el aire le recordó que había olvidado ponerse ropa antes de salir de la habitación. Sintiéndose levemente pudoroso y fuera de lugar estuvo a punto de taparse, pero su madre le detuvo.
-No te preocupes cariño, estás bien así –dijo desde un sillón cercano al sofá donde observaba toda la escena con detenimiento-. No seas tímido, es la hora de comer. –añadió señalando la dura vara de Lobo.
Jason todavía seguía gimiendo, pues Lobo no había parado un solo instante de devorar profundamente su agujero, pero en aquel momento lo hizo. Levantó la vista para mirar a Eric y sonrió ampliamente con aquella extraña sonrisa ganadora, justo antes de volver a hundir su cara en el tierno agujerito de Jason.
Eric volvió a mirar de nuevo la tranca de Lobo, totalmente humedecida por el líquido que no había dejado de chorrear. La barra de carne se movía levemente por los latidos del corazón de su dueño, como si invitase con ellos al joven a acercarse.
-La hora de comer –volvió a repetir su madre con una media sonrisa sin dejar de observarle.
Eric no pudo resistirlo más y se acercó, se arrodilló frente a las piernas de Lobo y continuó admirando el inmenso palo sin poder evitarlo. El potente olor, un olor que sólo podía describir como “macho” y que solamente había podido oler en los vestuarios del gimnasio, le golpeo la nariz y le acarició la polla al mismo tiempo, pues nada más olerlo pudo observar como se ponía más y más dura. Su respiración empezó a entrecortarse y noto como las gotas de pre semen no habían dejado de salir en ningún momento. La cabeza de aquella enorme verga se le antojaba ahora como una gigantesca piruleta y el olor, más poderoso a medida que acercaba su cara no hacia más que atraerle cada vez más. Finalmente, tras una lenta y dulce agonía que pareció durar una eternidad, abrió la boca todo lo que pudo, sacó su húmeda y ansiosa lengua y…
De golpe, despertó.
La luz entrando por la ventana le devolvió a la realidad de manera casi idéntica al día anterior, pues de nuevo se encontraba solo, desnudo, y con remordimientos de la noche anterior. Incorporó levemente su cabeza y no pudo evitar fijarse en la poderosa y siniestra erección que aquel extraño sueño le había dejado. Intentó achacarlo a la típica calentura mañanera y se convenció de que el sueño había sido solamente eso, un sueño extraño sin importancia. Cierto era que había sido el sueño más extraño de su vida, pero como su padre solía decir “Todo sueño que no es disparatado no es un buen sueño”.
Su padre… ¿qué demonios hacia su padre en aquel sueño? No se trataba de Antonio, su padrastro, a quien su madre se empeñaba en hacer que llamaran padre, sino su verdadero padre, Marcus Alabaster, que había muerto hacia once años en un accidente laboral en la central eléctrica. Hacia tiempo que su madre había destruido todas las fotos de él siguiendo una especie de terapia para superar la perdida y con el paso de los años recordarle se hacia más y más difícil. La única pista sobre su aspecto eran comentarios que su madre hacia cada muchísimo tiempo sobre lo mucho que Eric se parecía a él. Sin embargo, no importaba lo mucho que lo intentase, el muchacho nunca conseguía recordar su cara, razón por la cual debía estar de espaldas en el sueño.
Ese sueño… ¿Era sólo eso?, ¿un sueño loco sin pies ni cabeza?, ¿o significaba algo en algún contexto psicológico?
Negó con la cabeza y resopló sonoramente. Todo aquello estaba empezando a ser demasiado extraño como para poder soportarlo. Tras todo lo vivido su mente empezaba a hacerse a la idea de su atracción por Lobo. Simplemente no había ninguna manera de negarlo. Le gustaban las chicas… pero por algún extraño motivo ese hombre le provocaba un deseo que apenas podía describir. No importaba cuanto intentase evitarlo el simple pensamiento del cuerpo de Lobo, o su extraña sonrisa ganadora, hacían que se empalmase al instante. Tras aquellos dos días de locura finalmente había conseguido admitirse a si mismo esos sentimientos. Le gustaban las chicas… y su entrenador. Sin más. No sabía aun cual era el motivo pero por fin había llegado al punto en el que podía pensarlo sin sentir la necesidad de apartar esas sensaciones de su mente, y haber llegado a ese punto era liberador de alguna manera.
Miró el reloj de su mesita. Las 7:28. Suspiró sonoramente de nuevo y dirigió su mirada al techo. Tenía que ir al instituto, no había manera de saltarse otro día de clase sin que su madre empezase a hacer preguntas. Se incorporó pesadamente y de nuevo lo vio. El enorme consolador seguía tirado en mitad del suelo donde lo había dejado y el muchacho se maldijo. Había olvidado deshacerse de él durante la noche como planeó… y ahora que lo miraba detenidamente empezaba a preguntarse si quería hacerlo. Lo cogió por la base con la mano izquierda y lo acarició levemente con la mano derecha. Pasó lentamente los dedos como si lo masajease hasta que su dedo índice llegó al pequeño agujero de la cabeza. Mientras lo acariciaba con la yema del dedo recordó como la polla de Lobo chorreaba espesamente en el sueño, y al recordarlo mordisqueo inconscientemente su labio inferior. Un leve suspiró escapó de sus labios y notó como la erección con la que había despertado volvía a resurgir…
El sonido de la alarma del móvil le sacó de su trance erótico. Cogió el teléfono y tras apagar la alarma volvió a contemplar el consolador. No, definitivamente no iba a tirarlo… pero, si no iba a tirarlo, buscar un lugar donde ocultarlo volvía a ser un problema. Tenía claro que no había lugar seguro en la casa donde pudiera dejarlo, por lo que no tenía más remedio que llevarlo consigo por el momento. Lo envolvió con una toalla y lo ocultó al fondo de la bolsa de deporte debajo de toda su ropa. Sí, por el momento aquello debería bastar. Cuando tuviese más tiempo ya pensaría como ocultarlo mejor.
Debía despejar su mente si quería que su vida recobrase algo de normalidad y lo mejor para ello era la rutina. Cogió otra toalla del armario y se cubrió con ella. Abrió el cerrojo de la puerta, fue al baño y se dio una larga ducha de agua caliente. Al igual que el día anterior la esponja volvió a recordarle a la lengua rasposa de Lobo, y todas las sensaciones volvieron al pasarla por su dolorido agujero. El joven no pudo evitar que su mano libre se dirigiese casi automáticamente a su polla y comenzó a masturbarse suavemente mientras el agua caliente eliminaba toda su tensión. Al contrario que la mañana anterior ya no sentía la necesidad de negar lo que sentía por Lobo, por lo que decidió disfrutar de aquel momento intimo y continuar acariciándose mientras pensaba en el entrenador: su cuerpo peludo y musculoso, su barba de tres días adornada con aquella sonrisa imperturbable, sus enormes y gruesos cojones golpeando sus nalgas, su gorda y gigantesca tranca capaz de llevarle al paraíso casi al instante, y aquellos ojos… aquellos ojos llenos de lujuria que parecían susurrar “sexo” tras cada parpadeo, aquellos ojos capaces de devorar cada centímetro de su cuerpo a distancia como una boca invisible, aquellos ojos capaces de poseerle y hacer que desease ser penetrado salvajemente, aquellos ojos… ¿amarillos? No, no era posible. Ese no era un color normal de ojos… y sin embargo los recordaba amarillos. No importaba el color, lo importante eran las sensaciones. La sensación de los cojones de Lobo chocando contra su culito, la boca del entrenador comiéndole la suya, los suaves pinchazos de su barba raspándole el interior de las nalgas mientras lamia su ansioso agujerito, y por supuesto el ardiente rabo de Lobo restregándose en su interior como una serpiente, rozando cada centímetro de su ser hasta aquel punto indescriptible en su interior que nadie más había tocado y le hacia ver las estrellas.
Rememorando todo aquello al mismo tiempo el muchacho se corrió en su propia mano, que había dejado de masturbarle suavemente para hacerlo de manera rápida y enérgica. Justo antes de que Eric dejase que el agua de la ducha se llevase su leche, un pensamiento le detuvo. Recordó el final del sueño que había tenido y cómo se había despertado justo antes de que su lengua se deslizase por la barra de carne de Lobo. Cayó entonces en la cuenta de que jamás había probado el sabor de aquella sustancia blanca que resbalaba entre sus dedos y decidió que había llegado el momento. Con cierto temor acercó la mano a su boca y dejó que la punta de su lengua tocase brevemente el líquido. La cantidad que había recogido era pequeña y no estaba seguro, pero creyó notar un regusto salado y dulce al mismo tiempo. Un sabor que no había probado jamás y que, sin embargo, le resultaba terriblemente familiar. Supuso que la sensación se debía a que se trataba de su propia leche y decidió que quería averiguar más de aquel sabor. Su lengua volvió a recoger un poco más de la blanca sustancia y confirmó que efectivamente era salada y dulce al mismo tiempo, como probar unas gotas de agua de mar en la que se hubiese disuelto un azucarillo. No era un mal sabor, de hecho le gustaba. Sin miedo, sacó totalmente su lengua y lamió su propia mano hasta dejarla totalmente limpia, y mientras lo hacía, no pudo evitar preguntarse si la leche de Lobo sabría igual de bien.
Un fugaz pensamiento cruzó su mente al darse cuenta de que todavía no había limpiado las manchas de su habitación y que cualquiera podría verlas si entraba, con lo que terminó su ducha lo más rápido que pudo y volvió a su habitación para hacerlas desaparecer. Mientras limpiaba el techo no dejaba de preguntarse como era posible que uno de los disparos hubiese acabado allí, jamás en toda su vida se había corrido de esa manera y pensar que Lobo había sido el causante le turbaba de manera extraña.
No, tenía que dejar de pensar en Lobo o volvería a empalmarse de nuevo, y aunque la idea fuese agradable no podía tirarse todo el día con la polla en ristre. Tenía que centrar su mente en otras cosas, y un leve rugido en su estomago le decía que la más inmediata era comer.
Se vistió con la primera ropa que encontró y bajó las escaleras de la casa. Llegó a la cocina y comprobó que nadie estaba despierto todavía, por lo que cogió el zumo de plátano que solía desayunar y se lo escanció en un vaso. El espeso liquido casi blanco chocando contra el cristal le volvió a recordar el sueño y a la babeante verga de Lobo derramándose sin control como un volcán de dura carne.
No. Basta. Tenía que parar. Tiró el zumo por el fregadero y respiró profundamente. Ni el zumo, ni nada mínimamente parecido, eran una buena idea para desayunar, por lo que dejó la botella de nuevo en el frigorífico. Mejor unas tostadas con leche condensada… No. Mejor mermelada. Mermelada de fresa, simple y sin nada más. Sí, eso era lo mejor.
Mientras las ponía en el tostador su madre hizo su aparición. Estaba ya totalmente vestida y sólo le faltaba la barra de labios que se puso en el espejo tras hablar.
-Buenas días cariño –dijo casi sin mirarle.
-Buenas días.
-¿Ya estas mejor? –preguntó la mujer con un cierto retintín.
-¿Eh? –contestó lacónicamente Eric, que aún andaba con la cabeza en las nubes.
-Lo digo porque como ayer no fuiste a clase porque estabas enfermo… y a la noche estuviste haciendo ejercicio… -dejó caer su madre al tiempo que se giraba para mirarle fijamente.
-Sí, ya estoy mejor –contestó el muchacho sabiéndose pillado.
-Cariño, si un día no quieres ir a clase o alguna cosa parecida puedes decírmelo, no me voy a enfadar –explicó sonriendo tranquilamente-. Pero no soporto que me mientan, porque si me mientes es que no confías en mi ¿de acuerdo? –espetó endureciendo el tono de su voz de golpe.
Eric simplemente asintió.
-Muy bien –sonrió-, por cierto está vez es sólo un aviso pero la próxima vez que me mientas te castigo hasta el día del juicio final–declaró sin dejar de sonreír de manera pizpireta.
Eric volvió a asentir, ligeramente más asustado.
Su madre siempre había tenido esa extraña capacidad para acariciar con su sonrisa al tiempo que te lanzaba una daga al cuello con su lengua, y siempre que lo hacía resultaba terrorífico.
Su madre miró el reloj de su muñeca y suspiró.
-Siempre igual, no tengo tiempo ni para desayunar –explicó al tiempo que se dirigía a la puerta-. En fin, nos vemos para comer cariño, hasta luego. –Y sin más abrió la puerta, salió y la cerró.
Su madre apenas tenía tiempo para nada. Era una alta ejecutiva de una empresa llamada Eglatelane que se dedicaba a la sinergia empresarial y algo llamado “Harem” que Eric nunca supo que significaba, pero que se encontraba en letras gigantescas en el vestíbulo del edificio. Y debido a aquello a veces incluso tenía que pasar toda la noche en la oficina.
Jason bajó las escaleras y se dirigió al armario sin decir absolutamente nada. Sacó unos cereales de chocolate y un bol y los dejó sobre la mesa de la cocina.
-¿Vas a desayunar? –preguntó Eric extrañado. Su hermano no desayunaba nunca en casa.
-¿Tú qué crees? –respondió sin siquiera mirar a su hermano.
Eric no se llevaba demasiado bien con su hermano en situaciones normales, pero cuando Jason adoptaba su actitud de “voy a ser todo lo seco que pueda contigo para que me dejes en paz” se volvía aún más insufrible.
Jason fue hasta el frigorífico y cogió un cartón de leche empezado. Lo acercó a la mesa y lo escanció sobre los cereales lentamente.
Eric observó el liquido caer y de nuevo la imagen de la enorme y húmeda verga de Lobo retornó a su cabeza. Al mismo tiempo, recordó a su hermano gimiendo incontrolablemente de placer en el sueño y como su polla también chorreaba sobre la boca de Lobo, quien devoraba cada gota como si se tratase de néctar.
Eric notó de pronto que su polla despertaba de nuevo e intentó excusarse rápidamente para que su hermano no se percatase.
-Voy a preparar la mochila –dijo mientras se dirigía a las escaleras.
-Bien por ti –respondió Jason al tiempo que se dirigía de nuevo al frigorífico para dejar la leche. Por un momento a Eric le pareció que Jason cogía otra botella del interior, pero no le dio importancia.
Subió las escaleras totalmente empalmado y se metió de nuevo en su cuarto echando el cerrojo. Su polla tardaría al menos un par de minutos en bajar por lo que era mejor asegurarse de que su hermano no entraría de golpe para preguntar cualquier tontería. Le hubiese encantado dedicar otro par de minutos a masturbarse de nuevo pero tenía que ir al instituto y ya se había masturbado una vez en la ducha. No sabía el motivo por el que se encontraba tan caliente, pero tenía que controlarse como fuese.
Preparó los libros y la bolsa de deporte y salió de casa sin perder más tiempo. El clima era cálido, pero no asfixiante, un buen día que invitaba a pasear, jugar, hacer deporte… cualquier cosa menos ir al instituto, pero no tenía más remedio.
El buen tiempo hizo que el viaje se le hiciese corto y llegó hasta el recinto casi sin darse cuenta. A punto estaba de entrar por la puerta principal cuando alguien a su espalda le llamó la atención tocándole fuertemente con un dedo en el hombro…