Lobo (1)

La vida de un típico joven cambia radicalmente por un acontecimiento inesperado.

Eric bajó las escaleras de su casa lentamente en dirección a la cocina. Estaba desierta. Siempre se levantaba antes que sus padres porque le gustaba madrugar. Llevaba puesta una camiseta roja de manga corta y unos típicos pantalones vaqueros azules. Abrió el frigorífico y saco un cartón de zumo bebiéndolo directamente a morro.

Eric era el típico jugador de fútbol. De hecho acababa de llegar al equipo hacía poco tiempo. Era el portero. El mejor portero que se hubiera visto nunca en la ciudad.

A sus diecisiete años físicamente no destacaba por encima de los demás; no era demasiado alto (1,70) y tampoco era una mole de músculo, más bien tenía el cuerpo de un nadador. Poseía una increíble sonrisa capaz de derretir el hielo y sus ojos eran de un color azul celeste que hacía que brillaran intensamente cuando la luz se proyectaba en ellos. El ejercicio casi constante, sin embargo, le había proporcionado al muchacho un culito tan apretado y delicioso que daban ganas de lamerlo como si de un helado se tratase.

Llenó el vaso con el zumo de plátano que solía tomar cada mañana y desayuno un par de tostadas mientras esperaba pacientemente a que sus padres se levantasen para hacer lo mismo.

-Buenos días. Oye Eric, cariño ¿Puedes recoger a tu hermano después del colegio y llevarle a casa? –su madre bajó las escaleras ya vestida y poniéndose un par de pendientes dorados.

-Tiene quince años ¿No puede volver él solo? –preguntó Eric extrañado.

-No, está castigado otra vez y cada día me fió menos de él, quiero que te asegures de que viene a casa derecho. –insistió.

-No puedo, tengo entrenamiento.

-Pero el entrenamiento es una hora después de las clases así que puedes salir venir a casa y volver. –sonrió.

-… Vale. –aceptó a regañadientes.

Jason, el hermano de Eric, era un autentico coñazo para él. Constantemente se estaba metiendo en líos y al final acababa siempre castigado. Al contrario que su hermano, Jason era un chico bastante marginado, sin apenas amigos y siempre metiéndose en problemas solo para llamar la atención.

-Vamos a llegar tarde –dijo Jason apareciendo por la puerta, luciendo unas ropas negras que contrastaban con su piel exageradamente blanca.

Eric puso mala cara de nuevo, cogió su mochila y salió de casa junto a su hermano. Mientras andaban por la calle Eric miraba alrededor a todas partes y a ninguna mientras su hermano tenía la vista fija en el suelo y se concentraba en sus pensamientos.

-¿Por qué nunca desayunas en casa? – preguntó de pronto Eric.

-Porque no me da la gana.

-Joder… respondiendo así no me extraña que no tengas amigos.

Jason le miro.

-Para tener como amigos a los idiotas con los que te juntas tú prefiero no tenerlos.

Eric negó con la cabeza mientras seguían andando.

-Y eso por no mencionar a tu novia… -Jason dejó caer la frase.

-¿Qué?

-Pues… Que no podría ser más idiota ni aunque se entrenase.

-No te pases –le dijo Eric enfadado- No es tan tonta… -sacudió la cabeza levemente- quiero decir que no es tonta.

-Ya… es tan tonta que un profesor tuvo que suspenderla dos veces seguidas en la misma asignatura para que se diese por enterada.

Eric miró a su hermano un momento y ambos se rieron.

-Vale sí, es un poco tonta, pero ¿que más da? Es mi novia y punto.

-Vale… como quieras.

Llegaron al colegio y nada más lo hicieron se separaron. A pesar de que Jason fuese su hermano no quería que le viesen con él, después de todo era un marginado.

Eric se acercó a su grupo habitual de amigos entre los que en ese instante se encontraba su novia; Sandra.

-¿Qué tal? –Saludó a todos con un movimiento de mano y besó a su novia durante varios segundos.

-Pues aquí, ya sabes. –sonrió ella.

-Tengo que llevar a mi hermano a casa y después tenemos los entrenamientos, no voy a poder verte hasta la noche. –dijo evidentemente apenado.

-Vaya, precisamente hoy que mis padres no estarán en casa. –dijo la chica acariciándole la mejilla izquierda y sonriendo pícaramente.

El muchacho se sorprendió.

-¿Era hoy?

-Sí – respondió ella mientras asentía levemente.

-Vaya, que curiosa coincidencia ¿eh? –sonrió.

-Pues sí. Que te parece si cuando salgas del entrenamiento vienes directamente a mi casa… Tengo una sorpresa preparada. –sonrió también ella.

-Me encantan esas sorpresas –sonrió de nuevo y la besó.

La campana del instituto sonó.

-Bueno… hasta esta noche –la chica retiró la mano de la mejilla suavemente con una leve caricia.

-Allí estaré –sonrió y antes de que se fuera la besó una vez más.

Todos los adolescentes se metieron en clase.

El tiempo pasó lentamente, sobre todo para Eric, quien esperaba que la noche llegase lo más rápidamente posible.

Al terminar las clases, recogió a su hermano y le llevó a casa tal como le había pedido su madre. Después volvió al instituto.

Los entrenamientos llegaron y Eric se metió en el vestuario para cambiarse. Se puso los pantalones cortos, que resaltaban maravillosamente su culo, y salió a entrenar.

El entrenador era un hombre de 30 años alto y musculoso. Su aspecto rudo aunque atractivo, así como su pecho extremadamente peludo y su barba de 3 días, le habían valido el apodo de "lobo" entre algunas alumnas mayores que se morían por él.

Tanto se extendió en realidad ese apodo que todo el mundo acabó llamándole así, hasta que su verdadero nombre cayó en el olvido.

Toda la sesión fue exactamente como siempre: unos cuantos calentamientos, unos tiros a puertas, y un partido breve. Al terminar todos fueron a las duchas.

-Eric, recoge el balón –dijo de pronto el entrenador señalando la pelota al otro lado del campo.

"¿Por qué me hace ir a mi si soy el que más lejos está?" se preguntó. Fue a coger el balón y, tras dejarlo en el armario, fue a ducharse. Era agradable sentir el agua correr por el cuerpo. Se entretuvo tanto que cuando se quiso dar cuenta ya estaba solo en el vestuario. Salió de la ducha y al ir a vestirse vio una pequeña nota en su taquilla. La cogió con curiosidad y al mirar la parte de atrás ponía "El sótano del antiguo gimnasio". Se extraño mucho pero decidió seguir la nota a ver a qué conducía. Se vistió, cogió sus cosas y se dispuso a averiguar quien había dejado la nota y porqué.

El antiguo gimnasio era un lugar apartado del colegio que fue abandonado al construirse el nuevo. A pesar de ser un escondite perfecto para saltarse las clases, casi nadie iba ya por ahí, y menos al sótano.

Atravesó el destartalado lugar y llegó hasta la oscura puerta. La abrió y bajó las escaleras mirando a su alrededor. Había un sofá orientado hacía una televisión pequeña, tras la televisión una mesa de billar y un armario cerrado.

Antes de que pudiese seguir observando el lugar, alguien le agarró por detrás y estampó su cara contra un trapo húmedo. Su visión fue haciéndose cada vez más borrosa y sus fuerzas le abandonaron. Hasta que, finalmente, todo se volvió negro.

La consciencia volvió lentamente al cuerpo de Eric. Intentó moverse pero algo se lo impedía.

-Vaya vaya, por fin despiertas. –la voz del entrenador sonaba lejana.

Abrió los ojos e intentó mirar a su alrededor. Vio que se encontraba encima de la mesa de billar, desnudo, boca abajo, y atado de manos y pies en cruz sobre ella. El contacto de su piel con el tapiz resultaba extraño. Miró a su derecha y vio a Lobo observándole con una sonrisa de oreja a oreja.

-¿Qué está haciendo? –probablemente era una pregunta algo estúpida dada la situación, pero fue lo primero que le vino a la cabeza.

-Por el momento solo mirarte, me gusta mucho tu cuerpo. –dijo él con total calma.

-¿Qué? ¿Por qué me está haciendo esto? –preguntó sin haber asimilado del todo el último comentario.

-Digamos que quiero darte el viaje de tu vida. –se acercó hasta el armario y lo abrió con una pequeña llave que sacó del bolsillo.

-Entrenador, suélteme ahora mismo –dijo el chico sin poder pensar en otra cosa.

Eric no conseguía entender del todo que estaba pasando. Solo sabía que se encontraba desnudo y atado y ninguna de las dos cosas le gustaba en ese momento.

-Mmm… Déjame que lo piense… No –dijo Lobo. Sacó del armario un pequeño cilindro metálico que mantuvo en sus manos y un bote de lubricante-. Lo siento mucho Eric pero ahora mismo no puedo dejarte marchar. Primero quiero divertirme un poco contigo, y si es posible que tú te diviertas conmigo –sonrió.

-Serás hijo de… -dijo Eric dándose cuenta finalmente de sus intenciones-. Eres un maldito cabrón, o me sueltas ahora mismo o

-… o ¿qué? –Preguntó Lobo sonriendo- ¿Vas a gritar? Adelante, nadie va a oírte –rió-. Y también puedes forcejear todo lo que quieras, están bien atadas.

Lobo cogió el tubo y el consolador, y los dejó sobre la mesa de billar. Extendió su mano izquierda y acarició lentamente la espalda de Eric.

-¡No me toques! –gritó Eric.

Lobo continuó acariciándole lentamente como si no oyese nada. Sus dedos se movían lentamente por la piel del muchacho deleitándose con cada roce.

-Mmm… estas tan bueno –dijo. Mientras, con la mano derecha, empezó a acariciarse lentamente la polla por encima del pantalón.

Eric intentó soltarse, pero era inútil. Por más fuerza que hiciera no conseguía aflojar las cuerdas ni un milímetro, de hecho, estaban atadas de tal manera que cuanto más se resistía más apretadas se quedaban.

Los dedos del entrenador fueron bajando lentamente hasta llegar al delicioso culito de Eric. Lo acarició suavemente, sin prisa. Sabía que tenía la situación totalmente bajo control y no quería apresurar nada. Agarró con fuerza cada nalga y las apartó para ver el rosado agujerito del joven. Era perfecto, al igual que el resto de su apretado culito, daban ganas de comérselo. Se subió encima de la mesa y acercó su cara a la pequeña apertura. Se humedeció un dedo con la lengua y acarició el borde en círculos, sin llegar a meterlo. Al sentir la proximidad a su parte más vulnerable, Eric hizo fuerza para mantener cerrado el pequeño y rosado agujero y que nada pudiese entrar. Sin embargo, este movimiento no hizo más que excitar al entrenador y dejarle la polla más dura de lo que ya la tenía. Lobo hundió su cara entre las apretadas nalgas y lamió el delicioso orificio como si le fuese la vida en ello. Primero lentamente, a lametones, y después más rápido y fuerte, hasta casi penetrarle con la lengua.

Eric durante ese tiempo seguía intentando liberarse, pero era totalmente inútil. Cuando la lengua de su entrenador acarició su más sagrada y delicada anatomía no pude evitar sentir una gota de placer. Pero la desechó de sus pensamientos a toda velocidad. Aunque no quería admitirlo, aquello empezaba a gustarle… un poco. Sin embargo, intento seguir concentrado en como escapar de esa situación.

-Mmm… podría pasarme horas así –murmuró el entrenador.

La lengua del entrenador siguió lamiendo y deleitándose con aquel agujerito rosado. Cada cierto tiempo cambiaba de forma, primero lametones, luego en círculo alrededor, y luego parecía como si quisiera meterla toda dentro. Después de varios minutos que parecieron eternos, humedeció su dedo corazón, el más largo, y lo introdujo lentamente en aquella pequeña abertura del placer.

Eric jadeó y sintió un ligero dolor recurriendo su espalda desde la base. Si había una gota de placer antes, ahora no había ninguna en absoluto, solo dolor. Volvía a estar convencido de nuevo de que aquello no le estaba gustando en absoluto. Lobo bajó de la mesa con su dedo aún masajeando y penetrando el interior del muchacho. Abrió el tubo de lubricante con una sola mano, y esparció el viscoso líquido por encima del consolador. Lentamente, el dolor se fue disipando dentro de Eric, y una ola de placer empezó a cubrir su cuerpo. Era una sensación mil veces más intensa que la primera, hasta el punto de que no le era posible rechazarla del todo. Empezó a jadear más rápidamente que antes, y esta vez de placer. Seguía sin querer reconocer las maravillosas sensaciones que estaba teniendo, pero cada vez era más difícil ocultarlo.

-Vaya vaya –dijo el entrenador sonriente-. Parece que te está gustando.

La polla de Eric solo había empezado a empalmarse y sin embargo ya alcanzaba un tamaño considerable. Lobo la vio y no pude resistirse. Se agachó por debajo del joven, mientras continuaba masajeándole por detrás, y empezó a comerle la polla también con pasión.

Primero, unos lametones en la punta, después unas caricias con la lengua alrededor del capullo, y finalmente engulló toda la masa de carne palpitante chupando y saboreándola sin parar. La sensación de placer volvió a multiplicarse, y el joven empezó a dejarse hacer. Sin darse cuenta ya ni tan siquiera luchaba por desatarse. En vez de eso se retorcía de gusto, humedeciéndose los labios, cerrando los ojos y mordisqueando su propio labios inferior, mientras se empezaba a concentrar seriamente en el placer que ahora le llegaba de dos extremos diferentes.

El entrenador sacó el dedo durante un momento, cogió rápidamente el consolador y lo fue introduciendo lentamente en el rosado agujerito del muchacho. Eric volvió a notar el dolor de nuevo, mezclado esta vez con el placer anterior. Al estar de espaldas no sabía exactamente que estaba pasando, pero el contraste del caliente dedo del entrenador con el frió metal del cilindro le daban una pista. En esta ocasión, el placer recibido a través de su polla, ya en su máxima extensión, mitigaba con creces el dolor del otro extremo, hasta que, de nuevo lentamente, el dolor se fue transformando en placer y el muchacho cruzó al siguiente nivel del éxtasis.

-Te gusta ¿verdad? –dijo el entrenador sacando la gran tranca del muchacho de su boca un momento. Después se la volvió a introducir.

Aquellas palabras despertaron algo en Eric. De pronto el muchacho volvió a ser consciente de donde estaba y que estaba pasando realmente y una nueva sensación y asco volvió. Sin embargo, se fue difuminando rápidamente a causa del placer. Aunque seguía sin querer admitirlo, estaba pasando por el mejor momento de su vida. Un momento que sabía, recordaría para siempre.

Lobo aceleró de pronto la succión, chupaba de la verga de Eric como si de un biberón se tratase. Hasta que, al igual que en los biberones, la leche comenzó a salir.

Eric cerró los ojos. Estaba teniendo el orgasmo más grande que podía recordar y su entrenador estaba aferrado a su polla, tragando y saboreando cada gota de deliciosa leche, como un cachorro amamantándose para sobrevivir.

Tras haber degustado cada gota, se levantó y se acercó para mirar directamente a Eric a los ojos. El muchacho estaba sin aliento, sin embargo, mientras le miraba, su entrenador seguía masturbándole con el consolador, como si aquello no fuese el final.

Tras un momento de silencio, acercó su cara a la del joven y le besó dulce y apasionadamente en los labios. Eric se sorprendió mucho, pero los abrió para dejar paso a su lengua.

En ese momento el chico empezó a entender otro de los motivos por los que le llamaban lobo. Su lengua era maravillosa. La había notado en su culito, en su enorme polla y ahora la estaba notando en la boca. No solo era como la movía el entrenador, sino la propia lengua en si, rasposa como la de un lobo, que multiplicaba su maravilloso efecto allí donde lamiese. Por si aquello fuese poco, Eric pudo notar el sabor de su propio semen en la boca… y le encantó. Le gustó tanto que siguió besando a Lobo con la misma pasión con la que él era besado. Después, las bocas se separaron.

-Así que… sí te ha gustado ¿eh? –preguntó sonriente, su voz parecía súbitamente más dulce.

Eric no podía contestar, pero su silencio lo decía todo. Lobo sonrió y continuó introduciendo el largo cilindro metálico dentro del adolescente, mientras le miraba a los ojos.

Volvieron a besarse varias veces mientras el consolador entraba y salía sin descanso, mandando descargar de placer a través de todo su cuerpo.

Lobo, sin embargo, no podía estar seguro de si lo que el muchacho sentía era autentico, o solo había estado aguantando todo aquello para poder escapar después. De modo, que le sometió a la última prueba.

La gran extensión metálica comenzó a entrar más y más deprisa, provocando que el joven gimiera de placer. Lobo se fijó en su polla, que volvía a estar de nuevo más dura que una roca, y continuó hasta que el joven estuvo a punto de correrse.

Un instante antes de que pasase, Lobo paró. Sacó el consolador de su interior y lo dejó en la mesa de billar.

-Ahora vas a tener dos opciones –le dijo mientras le desataba.

Eric no entendía lo que estaba pasando, pero escuchó.

-Primero, puedes vestirte, subir esas escaleras y contarle a la policía o a quien quieras lo que te acabo de hacer –Al terminar de desatarle se giró y fue hasta el sofá. Eric se dio cuenta de que los pantalones de Lobo habían desparecido, probablemente había estado tan sumido en el placer que ni se fijo de cuando se los quitó.- O puedes venir hasta aquí y pasar el mejor y más placentero momento de tu vida… cabalgando en esto –Lobo le enseñó su polla al muchacho, quien se quedo de piedra.

La polla de lobo era mucho más grande que la del chico, era una monstruosa barra de carne que se levantaba entre sus piernas. Fácilmente, a ojo, debía alcanzar los treinta centímetros.

El cuerpo entero de lobo era maravilloso, musculoso, peludo donde debía serlo. Tenía una cara atractiva y ahora por si fuese poco, el muchacho descubría que también poseía una tranca de exposición. Lobo comenzó a acariciarse lentamente la polla mientras esperaba la respuesta del chico.

Eric se puso de pie y se quedó quieto, cerró los ojos y pensó. Una batalla en su interior había empezado y no sabía quien iba a ganar. Por una parte quería contar lo que había pasado y volver a su antigua vida… pero el placer que había sentido era de otro mundo. Su polla aún estaba tiesa y brillante. Miró las escaleras, y después a Lobo, quien le contemplaba expectante acariciando su enorme y palpitante barra de carne.

Tras un momento de duda no pudo soportarlo más y se dirigió directamente hacia…. la polla de lobo. Aunque todavía no quería admitirlo del todo, su cuerpo necesitaba sentir ese enorme y duro palo en su interior taladrándole sin piedad.

Lobo sonrió, ahora estaba seguro. Cogió al muchacho, lo levantó sin demasiado esfuerzo y lentamente le fue empalando en su gigantesca verga. El característico dolor primario volvió, pero no le importó, pues el muchacho sabía qué era lo que vendría después. Subió y bajo lentamente por aquella espada viva, clavándosela cada vez más hondo. Los primeros pinchazos pronto dejaron paso al placer, esta vez era un placer todavía más grande que la última vez. Nunca jamás había sentido algo minimamente parecido. Se olvidó de su familia, de sus amigos, de su novia y continuó ensartándose el gran rabo de Lobo cada vez más dentro de si. El goce era tan grande que se dejó caer sobre el cuerpo de su amante por no poder soportarlo. Lobo le agarró de las nalgas de nuevo y le levantó él mismo para clavarle después un mayor trozo de mástil en su interior. El placer iba en aumento, y las fuerzas del chico le habían abandonado casi del todo. Únicamente podía agarrarse al musculoso torso de Lobo mientras este le insertaba su magnifica porra cada vez más profundamente, hasta que el cuerpo del muchacho finalmente empezó a chocar con los, también increíblemente enormes, huevos de su entrenador. Eric sentía esa enorme polla salir y entrar sin parar y no quería que acabase nunca. De pronto toda su percepción había cambiado, incluso le gustaba acariciar el peludo cuerpo de Lobo. Su propia verga había quedado atrapada entre sus cuerpos, y se rozaba contra el abdomen de su entrenador cada vez que subía y bajaba por su enorme falo, casi como si una mano invisible estuviera masturbándole. El chico había perdido todo el pudor, la vergüenza, o cualquier otro sentimiento negativo que pudiera tener. Su lengua buscaba desesperada algo a lo que aferrarse y encontró uno de los redondos pezones de Lobo. Este, al notar la lengua del muchacho, elevó una de sus manos hasta su nuca y, acariciándole, le instó a continuar con su tarea. Parecía que aquel polvo no tenía fin, Lobo se encargó de regular la velocidad para que durase lo máximo posible. Disminuía cuando notaba que estaba próximo al orgasmo, y volvía a aumentarla cuando esa sensación pasaba. Sus cuerpos se fundían de tal manera que más que un simple coito, aquello parecían dos animales en celo copulando como bestias. La lengua del chico ascendió buscando la de su entrenador, y allí se fundieron en un nuevo y tórrido beso, devorándose las bocas mutuamente. Los brazos del muchacho se posaron sobre la nuca de Lobo atrayéndole hacía él.

-Te gusta, ¿verdad? –Volvió a preguntar Lobo rompiendo el beso un instante.

-Me encanta entrenador, no pare… por favor no pare… -La voz del joven sonaba exhausta. Era algo lógico, porque Lobo le estaba matando de placer. El chico notaba entrar y salir esa gran manguera sin descanso, y únicamente deseaba que se hiciese aún más grande, gruesa, y dura. Por más carne que recibía, el adolescente aún no estaba saciado.

Las gotas de sudor resbalaban por ambos cuerpos, y la enorme tranca de Lobo continuaba taladrando al chico sin descanso, mientras este se retorcía de puro éxtasis.

-¡Sí!, ¡Folleme entrenador, folleme! –gritó el muchacho fuera de sí. Acercó su boca al oído de Lobo-. Quiero más –susurró.

Más de hora y media después de la primera penetración, Lobo empezó a acelerar del todo sus embestidas. Eric gemía, gritaba y casi aullaba de placer mientras su entrenador le poseía salvajemente. Eric no pudo aguantarlo más y se corrió brutalmente sobre Lobo, quien, al notar la presión del culito del chico sobre su polla, presión provocada por su orgasmo, no pudo más que enterrar su verga en él hasta el fondo y correrse también, inundándole por dentro.

Eric había perdido absolutamente todas las fuerzas. Se desplomó sobre Lobo y jadeó agotado. Lobo por su parte, abrazó con cariño al muchacho y le beso tiernamente en los labios. Después, poco a poco, ambos fueron quedándose dormidos. El último pensamiento que pasó por la cabeza de Eric fue que su vida ya nunca volvería a ser la misma.