Lobito

“Lobito, soy Juan, espero poder ser tu amigo por mucho tiempo, te cuidaré siempre”

La siguiente es una historia inspirada en un dibujo que vi en un periódico siendo muy niño. Solo recuerdo la idea central, así que casi todo la redacté yo. Me conmovió mucho y voy a tratar de transmitirla.

LOBITO

El pequeño cachorro miraba a su madre inmóvil, que desde hacía buen rato yacía así, y por mas que le gruñía, mordía y ladraba, esta seguía igual. Le sonaba mucho su pancita por el hambre que tenía y no sabía que hacer, y el llanto ya no pudo contener a pesar de que no le gustaba hacerlo.

El ambiente ya se estaba haciendo oscuro, más aún en el callejón donde estaban escondidos desde hace un par de días. Antes de eso, escapaban de unas personas que les tiraban piedras, fue triste por que el lugar era muy acogedor, con un jardín amplio, pelotas y cercos de colores, parecía un lugar feliz, por un momento pensó que podría ser un hogar, “esto les hubiera gustado a mis hermanos” pensó con nostalgia, pero la realidad fue otra.

Lo peor sucedió después, ya que al escapar, cruzaron una pista sin percatarse de un auto en velocidad, el cual golpeó muy fuerte a la mamá que dejó tendida en la vereda. El cachorro fue corriendo a olerla y lamerla preocupado, pero se puso feliz de ver como su mamá se levantaba y aunque cojeando mucho, continuaron su camino.

El cachorro no sabía por que su mamá no se levantaba, “que pasa?” se decía, “siempre se ha despertado al primer gruñido que hacía”, y en un momento de lucidez se dijo que no podía estar así todo el tiempo, que lo mejor es tratar de conseguir comida, su mamá seguro se pondría feliz cuando despierte y vea alimento a su alcance. Y entonces, después de darle una última lamida en el rostro de su madre, emprendió su misión.

No sabía donde comenzar. No había botes de basura lo suficientemente pequeños y débiles como para alcanzar y voltear, y la que estaba en el suelo no parecía comestible. Así que comenzó a caminar mas y mas, hasta sin darse cuenta, se encontraba a bastante distancia del callejón, el susto era inevitable, pero tenía que conseguir algo.

Continuando su camino, de pronto todo se volvió negro. No perdió la conciencia, sentía todo alrededor que se movía demasiado y no podía sentarse ni pararse, no sabía ni como defenderse, solo sentía la misma textura por todos lados en constante movimiento. Después de un momento, todo se calmó, pero el cachorro seguía muy asustado, hasta que sintió que todo se deslizaba y entraba una luz que le hizo cerrar los ojos, seguido de una mano humana que lo cargaba y lo metía en lo que parecía una especie de caja de barras, cerrada por todos lados, y él aunque pequeño, no podía pasar por entre ellas.

Solo un momento después se dio cuenta de su alrededor, otra caja mucho mas grande lo albergaba a él como a otros perros en lugares iguales. Algunos pequeños, otros mas grandes, pero todos con miradas perdidas.

La monotonía del largo momento hacinado, lleno de paradas bruscas, motores y bocinas, se vio interrumpida por un estruendoso sonido, que produjo una sacudida tremenda al camión, y posterior caída de las jaulas, las cuales varias se abrieron producto del golpe, incluída la del pequeño cachorro.

Este trató de recuperarse lo mas rápido que pudo, y solo atinó a seguir a un grupo de canes que se disponían a salir por la compuerta parcialmente abierta y doblada.

Corrió despavorido sin destino tratando de alejarse de ese infierno, esquivando como pudo motos, autos y camiones. Hasta que finalmente encontró un pequeño pasaje donde se acorrucó en una caja de cartón, temblando de miedo, hambre y cansancio, siendo este último el que lo vencería hasta dejarlo dormido.

“Lobito... lobito...”, los ojos del cachorro se abrieron y se encontraron con un niño que le hablaba y lo acariciaba. Por un momento se asustó, pero por alguna razón, rápidamente sintió una enorme paz al sentir el contacto del niño, era como si estuviera apoyado en el pecho de su madre, su madre, “perdóname mamá, no se donde estoy, no se como encontrarte, espero hacerlo algún día”.

El niño lo tomó en brazos y lo llevó por 2 cuadras hasta lo que era su casa. Ahí le dio comida y agua, los cuales el cachorro engulló afanosamente.

“Lobito, soy Juan, espero poder ser tu amigo por mucho tiempo, te cuidaré siempre”, al cachorro le gustaba escucharlo, y por primera vez en mucho tiempo, movió la cola.

Sin sentirse mucho, pasó el tiempo, Juan y Lobito eran muy unidos. Lobito lo acompañaba al colegio todos los días, y lo extrañaba mucho en casa, la cual estaba habitada también por los padres de Juan, Don Pedro y Doña Julia, los cuales al principio, fueron reacios en aceptar al perrito, pero ante la insistencia y determinación del que fuera su único hijo, terminó venciéndolos. El rechazo venía sobre todo del padre, que nunca le gustaron los perros, los consideraba sucios y molestos, pero como su hijo era muy responsable y buen estudiante, no tuvo excusas para negarle ese pedido.

Lobito fue creciendo, aunque no mucho, parece que alguna de las razas de tamaño mediano que habitaba en sus genes predominó al final.

Unos meses después, el padre, por temor a alguna enfermedad, lo llevó a una veterinaria de dudosa reputación para vacunarlo. La inyección que le pusieron en su pierna trasera le dolió mucho a Lobito, y a pesar de que el médico dijo que la molestia pasaría, esto no fue así. La cojera se volvió rutinaria. Juan estaba triste por eso, pero Lobito no le gustaba ver así a su amigo, así que se aguantaba, y aunque igual cojeando, tenía buen semblante en el rostro, por lo que poco a poco convivieron con eso y volvieron las sonrisas.

Lobito a pesar de la cojera, seguía acompañando feliz a Juan todos los días a su escuela, los cuales se volvieron años, haciendo todo siempre juntos.

Un día, el padre estaba super frustrado por su trabajo, con problemas económicos y un estrés tremendo, caminaba por su casa pensando en posibles soluciones. Estaba tan distraído caminando por todos los ambientes, que se metió por la habitación de su hijo donde descansaba en ese momento Lobito luego de regresar de acompañar a Juan a la escuela. El padre en su apurado paso, le metió tremendo pisotón en la pata lesionada de Lobito, este gritó mucho y como reacción para soportar el dolor, apretó con su mandíbula el zapato del señor.

Don Pedro, enrojecido de cólera, quiso tomarlo como una falta imperdonable, “este perro salvaje me mordió!, lo quiero fuera de la casa!”. Doña Julia poco pudo objetar, ya que no había visto nada de lo que había pasado, y lo tomó como un hecho.

Lobito, asustado, sintiéndose culpable, se alejó triste, cojeando como siempre, hallándose nuevamente sin hogar y sin familia. Pensó que Juan no lo iba a querer ver después de lo que pasó, “Espero seas muy feliz amigo”.

Juan llegó caminando preocupado del colegio, ya que Lobito su amigo, no había ido a verlo en la salida, “él nunca ha faltado”, pensó.

Sus temores se volvieron en terrores al llegar a su casa y escuchar las explicaciones de sus padres y lo que tuvieron que hacer. Juan simplemente no podía creerlo, su amigo no podría haber hecho algo así, y aunque suene egoísta, no le importaba que lo haya mordido, pensaba que algo fortuito tuvo que haber pasado, mas aún cuando su padre no presentaba ninguna herida.

Lobito era mas que su amigo, era su familia, que a pesar de ser un perro sin raza conocida, lo amaba con todo su corazón. A Juan tampoco le gustaba llorar, pero lo hizo sin poder parar, repitiendo su nombre, “Lobito, Lobito, dónde estás Lobito, regresa por favor”.

Los días pasaban, pero no había buenos cambios en Juan, la depresión le llegó a tal punto que comenzó a afectar su rendimiento en la escuela, y hasta comenzó a enfermarse, con una fiebre constante y preocupante. De nada le servían las medicinas e indicaciones médicas, seguía empeorando, y sus padres estaban muy asustados.

“Lobito, por favor Lobito”, escuchaba a su hijo el señor, que pasada la crisis se sentía tremendamente culpable al no considerar los sentimientos de su hijo, y de ser tan egoísta. “Tengo que hacer algo, tengo que arreglar esto” se dijo así mismo el jefe de familia.

Don Pedro, salió a la calle a buscar a Lobito, primero a pie y luego con el auto, todos los días, cada vez se se metía en los lugares mas desolados del distrito. Hasta que un día estacionó su auto en un gran descampado, había visto algunos perros callejeros por la zona, y esperanzado se inmiscuyó en las viejas construcciones a medio levantar.

“Lobito!, Lobito!” gritaba el padre, por cada ambiente desolado que pasaba, inconscientemente lo hacía con la misma desesperación que sentía en su hijo.

Ya después de unas horas de estar buscando, sintió varios gruñidos atrás suyo, y al voltear se encontrón con 4 perros grandes que le mostraban grandes colmillos. Don Pedro se sintió bastante intimidado, lo cual se acrecentó aún mas al ver que estaba acorralado entre las paredes y los fieros animales.

Los enfurecidos canes se lanzaron al ataque y el padre de familia atinó a coger un palo que había en el suelo para tratar de contenerlos, lo cual se volvía muy difícil, sufriendo heridas por las mordeduras que poco a poco llegaban. Sus gritos de auxilio no se escuchaban por lo apartado de la zona, y comenzó a temer lo peor.

Casi sin esperanzas, Don Pedro vio que alguien por fin escuchó sus ruegos de ayuda. Esta no parecía alentadora, no era muy grande y encima venía cojeando, pero con una determinación que nunca en su basta experiencia había visto. Sus ladridos y feroces gruñidos seguido de un gran embiste hacia los grandes perros que tenían casi condenado al señor, hizo un gran efecto y le dio a este un poder de reacción para luchar junto al mejor amigo de su hijo.

La pelea se alargó por un buen rato mas, en la cual milagrosamente lograron abrirse al descampado y hacer correr a los peligrosos canes. Pero al voltear con una sonrisa a ver a su salvador, esta se le quitó rápido del rostro. Lobito se había desplomado en el suelo, y sangraba abundantemente del cuello.

Don Pedro, entre lágrimas, le sostuvo con cuidado la cabeza mientras le decía “Lobito, por favor, no te mueras, no te mueras, perdóname por favor, yo soy el culpable de todo, por favor, no te mueras”.

Lobito, lo miró fijamente, y aunque no solía imitar muy bien los gestos humanos, le dio una lamida en su mano ensangrentada mientras sus ojos le sonrieron para después cerrarlos para siempre.

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“Aquí yace Lobito, nuestro gran amigo, por siempre”, era el mensaje que terminaron de escribir juntos padre e hijo, seguido un gran abrazo de perdón, lágrimas y amor.

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“Mamá, finalmente te encontré, y estás con mis hermanos, todos juntos de nuevo”

“Si mi amor, y lo estaremos por toda la eternidad”.

FIN.