Loba 02: el origen
Vayamos a los inicios.
- ¿Por qué ya no lo hacemos?
Jorge, alza la mirada por encima del libro y de las gafas de cerca que utiliza cada noche en la cama para leer, recostado sobre un cojín enorme apoyado en el cabecero de la antigua cama de madera oscura tallada. Permanece un momento en silencio, reflexionando. Observa una vez más a Soledad, su mujer que, en al lado opuesto, sobre un cojín gemelo al suyo, colocado a los pies. Está guapa con el camisón corto de verano. Se le pega a la piel por el calor.
No lo se... La rutina quizás...
¿Ya no te gusto?
Calla de nuevo. La observa. Está guapa. Cuarenta y cinco no hacen peor a una mujer como ella. La recuerda joven, alta y rotunda, casi escandalosa, por más que vistiera discretamente elegante y pareciera esforzarse por disimular los abundantes reclamos de que la naturaleza quiso dotarla. No, no es más fea. Se mantiene hermosa. Su rostro, incluso, ha ganado en expresión con las señales de la edad. Ya no es la muñeca perfecta que parecía asustar a los chicos en el instituto, es una mujer muy bella. Su cuerpo ha cambiado, claro, ha perdido firmeza, y sus formas son más amplias, aunque sigue teniendo cintura. Si lo piensa, comprende que es un escándalo de mujer, aunque comprende también, de pronto, que hace mucho tiempo que no piensa en ella así.
Sí... Claro que me gustas... Eres una mujer preciosa.
¿Entonces?
No se... Se convirtió en costumbre, o se hizo habitual... No se... lo habitual deja de parecer placer...
Pero te masturbas.
Bueno...
Veo manchas en la sábana algunos días.
Ya...
Sin embargo, conmigo...
No sé qué decirte.
Ya.
¿Y tú?
¿Yo qué?
¿Te masturbas?
Soledad esboza una sonrisa amarga, una media sonrisa indecisa, y siente bullirle en el pecho la necesidad de desatar una tormenta, de destrozar un silencio de meses, reventarlo y ver qué pasa.
Antes lo hacía.
¿Y ahora?
Ahora...
Se muerde los labios, se mira a los pies, evita fijar la mirada en la suya, titubea. Parece que va a estallarle el pecho. Observa por el rabillo del ojo que entre las piernas de Carlos algo parece estar ganando consistencia. No comprende que si le asquea la idea de que se sienta excitado en medio de aquella conversación tan solo por imaginarla masturbándose, ella misma experimente un cosquilleo que la incomoda.
¿Te acuerdas de Pifa?
Claro, de Insti. Salisteis juntos ¿no?
Sí... Un par de semanas solo.
Recuerdo que se fue a estudiar a Salamanca. No volví a saber de él.
Ahora vive aquí.
Se hace un silencio incómodo. Resulta evidente en el contexto que su mención anticipa una confesión que, aunque a ambos les violenta, no parece ir a desatar una respuesta apasionada. No parece haber pasión que invocar, solo rutina.
Nos encontramos hace un par de meses por casualidad, se alegró mucho de verme.
¿Y?
Bueno... Llevamos acostándonos desde entonces...
A veces resulta extraño el modo en que lo ya intuido parece estallarnos en la cara cuando se verbaliza, como si tomara cuerpo. Jorge siente apretársele el estómago al oírlo, y experimenta un nivel de intensidad de sentimiento que casi no recuerda.
…
En realidad no importa.
¿No importa?
No.
No entiendo eso.
Yo te quiero, Jorge. Solo es sexo. Como tú, aunque a mi no me haya servido hacerlo en solitario como a ti.
Se yergue un silencio espeso, ensimismado, un “reset” quizás, donde ambos parecen tratar de procesar la información y la nueva situación creada al ofrecerla, de sopesar sus consecuencias comprendiendo que, después de aquel momento, todo habrá cambiado y sin alcanzar a comprender cual será la naturaleza del cambio.
¿Y ahora?
¿Ahora? Nada.
¿Nada?
O no. Tú decides.
¿Vas a dejarle?
No.
La cabeza de Jorge es un hervidero de sentimientos encontrados, más que ideas, un bullir de sensaciones confusas, de impresiones que se asemejan más a respuestas físicas que a argumentos o razones, de donde resulta imposible extraer una conclusión.
¿Le quieres?
No.
¿Entonces?
Hace que me corra. Tú no.
¿Y si yo...?
Eso ya da igual
Pero...
Da igual.
Unos minutos de silencio, un caos de silencio incomprensivo, una nube difusa de humillación, de miedo, de preguntas sin cuerpo, apenas dudas genéricas inconsistentes, de vaporosas preguntas que no saben concretarse y terminan en una final que, incapaz de trascender, parece limitarse a buscar un cimiento donde anclar una probable pregunta siguiente.
¿Cómo fue?
¿Importa?
¿Cómo?
Te habías ido a Nápoles ¿Recuerdas? A vender no sé qué. Salí con las chicas, tomamos unas copas, me acompañó a casa...
No, no me refiero a eso...
¿Quieres saber...?
Sí.
Bajo el pijama de Jorge se ha formado un bulto indisimulable ya. Comprende su mirada y siente una extraña mezcolanza de asco y excitación difícil de asimilar.
¿Quieres que te lo cuente con... con detalles?
Sí.
¿Te excita?
Sin palabras, baja el pantalón lo suficiente para mostrarle su sexo duro. Una gota de líquido ha humedecido el glande, que brilla. La gran vena azulada que lo recorre zigzagueando se dibuja en un relieve rotundo sobre el tronco.
Eres un cerdo.
¿No te gusta?
Subimos a casa -continúa extrañándose a sí misma-. Fue un arrebato de pasión. Yo estaba un poco borracha y él...
¿Sí?
Nada más cerrar la puerta se me echó encima. No sé... Creo que hice un amago de rechazarle, de empujarle, pero al final...
¿Te puso caliente?
Empezó a besarme el cuello, y los labios... Me acariciaba, se apretaba contra mi...
Cediste, claro...
Fue más que ceder.
Jorge acaricia su polla lentamente. Soledad, sin saber por qué, empuja su mano con el pie. Se recuesta un poco más, y la sustituye. Es como un pisar sus pelotas acariciando al tiempo el tronco duro con la planta.
¿Te pone cachondo?
Mucho.
¿No te importa ser un cornudo?
No quiero pensar en ello así.
¿Y entonces?
No se... como una película...
El contacto de su polla en el pie la hace sentir excitada. En realidad... Es la situación, el absurdo de explicar a su marido cómo le ha engañado y comprobar que le excita, la incongruencia, el contraste entre lo previsible y los hechos.
Eres un cerdo.
Ya... No importa ¿No? Sigue.
No, no importa... En un instante tenía su pene en la mano...
¿Pene?
¿Cómo?
Di polla, o rabo... No se... No me hables como a un médico.
Hijo de puta... Tenía su polla en la mano. Me agarraba a ella como una desesperada mientras que él me desnudaba, me manoseaba entera, me ponía a cien, como una perra.
Como una puta...
Como una puta caliente, ansiosa. Vinimos hasta el dormitorio casi revolcándonos. La mitad de la ropa la dejamos por el camino, y hasta tiramos al suelo el cuadrito de encima del radiador. No se cómo no se rompió el cristal.
¿En nuestra cama? ¿Lo hicisteis en nuestra cama?
¿Quieres que te lo cuente o no, cabrón?
Sigue, cuéntamelo todo.
Excitada, incapaz de contenerse, Soledad introduce su mano bajo la braga cómoda de algodón blanco que usa para dormir. Se sorprendería por lo húmeda que se encuentra si no fuera tan consciente de la excitación que la invade. La polla de Jorge mana sin parar, y su pie resbala sobre ella. La acaricia entera, lentamente, una y otra vez.
Medio le tiré en la cama, ahí, donde estás tú, y terminé de desnudarle como una loba furiosa. Le mordía, le arañaba...
¿Y él?
Se dejaba hacer. Creo que ni en sueños lo hubiera imaginado. Me abalancé sobre su... sobre su polla. Me abalancé sobre su polla y empecé a comérsela. La tiene muy grande. Apenas me cabía en la boca. Se la chupaba como un biberón. Él estiraba los brazos lo que podía tratando de acariciarme las tetas, pero pronto no pudo más que gemir y sujetarme la cabeza. Casi pataleaba de cómo le temblaban las piernas.
Quítatelas.
¿Qué?
Las bragas, quítatelas. Quiero verte.
¿Quieres ver mi coño? ¡Qué novedad!
Pese a la ironía, Soledad obedece. Mientras lo hace, observa que la polla de Jorge cabecea. Golpea en el aire para volver a caer sobre su vientre a un ritmo sostenido. Algunas veces, un hilillo de presemen se dibuja entre ambos al separarse. Tiene el capullo amoratado. Le mira, sonríe, desata los cordones del camisón, y hace que sus tetas grandes y blancas asomen por la abertura.
¿Así?
Sigue, por favor.
Es casi una súplica. Está ansioso. Aguarda sus palabras con el mismo deseo que su caricia. Soledad sonríe, y se la niega. Separa las piernas, dobla las rodilla, y le ofrece la visión entera de su sexo empapado, depilado, abierto como una granada. Desliza los dedos entre los labios oscuros, haciéndolos resbalar por la masa sedosa y sonrosada que muestran al entreabrirse.
Al cabo de un momento, la siento como hincharse. El pobre se queda medio sin aire, y empieza a correrse como un loco.
¿En tu boca?
Sí.
¿Y te lo tragas?
Al principio no. Lo dejo caer sobre su pubis, con la boca abierta.
¿Y luego?
Yo que sé... estaba tan cachonda... Acabé bebiéndomelo.
Nunca hiciste eso conmigo.
Ya.
¿Y ya está?
Jorge parece decepcionado. Su mano se queda quieta, agarrada a su polla, que chorrea. Tiene el capullo amoratado y terso, brillante, parece que va a estallar. Soledad estira la pierna hasta volver a rozarla.
No. Él no termina tan pronto.
Ya...
En un momento, se me echa encima. Es como un animal. Me tumba, me muerde, me sujeta los brazos con las manos sobre el colchón, y me muerde el cuelo, lo recorre con los dientes, me come la boca con un ansia brutal, chupa mis pezones, frota su pubis en mi coño, resbala en él haciéndome ver las estrellas. Muerde mis brazos, mis tetas, es una bestia, me vuelve loca.
¿Te hace gemir?
Gemir y chillar. Me hace temblar de deseo. Hace que suplique que me folle, que se lo pida por favor. Siento su polla rozándome mientras me come a mordiscos y a besos, y baja mordiendo y besando mi pecho y mi vientre hasta mi coño.
Ufffff...
Soledad habla ya entre jadeos. Su voz, a veces, se entrecorta. Jorge puede ver cómo sus dedos alternan una caricia casi delicada alrededor del clítoris, con penetraciones cada vez más intensas. Tiene los pezones duros, y las areolas amplias y oscuras se han cubierto de granitos, se han contraído, y dibujan nítidamente sus contornos sobre la piel blanca de los senos temblorosos.
Y ya perdí la cabeza del todo. Me comía el coño de una manera terrible. Hacía que me corriera sin parar, como si un solo orgasmo pudiera prolongarse eternamente. A veces, me cogía el clítoris entre los labios, lo succionaba y jugaba con él con su lengua en la boca. Me hacía temblar, desesperarme hasta pedirle que parase, hasta suplicárselo culeando como una perra en celo.
Nunca te he visto así...
No.
Callan un momento. Soledad tiembla sin dejar de acariciarse. La polla de Jorge parece de piedra. Ya no toca el vientre ni cuando la empuja con el pie. Resbala entre sus dedos rezumando, manando un chorrito constante. Presiona con más fuerza, como pisando sus pelotas, aplastándolas. Él se queja un poco, y su polla se eleva más.
No pares. ¿Eso es todo?
No.
¿Qué más?
Me tiene loca, como desmallada. Me lame sin parar. Separa mis nalgas con las manos y lame mi culito. No te imaginas... Me vuelve loca. Lo acaricia con la lengua, lo dilata con los dedos, mete la lengua dentro... Me parece que me voy a estallar. De repente comprendo...
¿Que te quiere romper el culo?
¡Callate, cornudo!
…
Sí, eso... Lo comprendo, y quiero decirle que no, que no quiero, que me da miedo, pero no acierto ni a hablar.
Ya.
Y me la clava. No lo puedo explicar de otra manera. Se me acerca, así, tumbada boca arriba, se queda sentado, como de rodillas, en el colchón, la acerca, empuja, y me la clava de un golpe, hasta el fondo.
¿Te dolía?
Era raro. Sí, me dolía. Chillaba de dolor, pero también...
¿También?
También me excitaba, tan macho, tan fuerte... Me agarra las tetas con fuerza, me llama puta, me pregunta si era eso lo que quería, si quería que me follara un hombre de verdad...
¿Y tú?
Yo le decía que sí. Medio llorando, le decía que sí, que no parara, que me lo diera todo, que quería que me destrozara. Y me llamaba zorra, me pellizcaba muy fuerte los pezones, a veces me daba cachetes en las tetas, muy fuerte, con la mano abierta, sin dejar de culearme como una bestia, y me preguntaba si el cabrón de mi marido me follaba así, y yo le gritaba que no, y le llamaba hijo de puta... No se... Estaba como loca.
¿Y luego?
Cuando quiso, sacó su polla y fue como si me arrancara las entrañas. Yo no podía parar de temblar, y creo que me había clavado media mano en el coño. Empezó a correrse sin ni agarrársela. Sencillamente, daba un golpe en el aire, y escupía un chorro tremendo de leche que me caía en la cara, en las tetas, en la boca, y yo retorciéndome, lloriqueando como una... Una...
Soledad, incapaz de seguir hablando, ya solo jadea. Jorge ve su cuerpo deslizarse hasta quedar tendida por completo en el colchón. Sacude su polla observando cómo su mano izquierda se agarra a las sábanas como temiendo caerse, cómo sus caderas se mueven a golpes, convulsiva y violentamente, y sus muslos se cierran aprisionando la mano, con los dedos clavados en el coño empapado. Su esperma salpica. Los salpica a ambos. Lo siente salir a borbotones, estrellarse en su cara, en las sábanas a su alrededor, sobre su cuerpo tembloroso, que se contrae espasmódicamente.
Poco a poco, recuperan la respiración, como si despertaran, se acomodan sin tocarse, como ignorándose, casi sin mirarse, o mirándose extrañados, sin reconocerse apenas.
¿Vas a seguir haciéndolo?
Sí... Supongo que sí...
Ya...
¿Te molesta?
¿Me quieres?
Sí.
Yo... No.. no me molesta.
Eres un cornudo.
Ya...