Loba 01

Una historia de cornudo complaciente.

Empieza en casa: me baño, en vez de ducharme, en agua muy caliente. Primero vierto unas gotas de aceite perfumado, y me sumerjo despacio, dejando que mi piel se acostumbre a su contacto ardiente. Mientras voy introduciéndome despacio, el aroma floral me envuelve y noto que me baja la tensión; las partes de mi piel que todavía no se han mojado se perlan de diminutas gotas de sudor.

Ya tumbada en la bañera, dejo que se me moje el cabello. Soporto el calor estoicamente. Noto la respiración cansina, esa especie de mareo embriagado. Imagino la escena vivida otras veces, me excito, me acaricio los pezones, los chupo llevándome los senos a la boca con las manos. Deslizo los dedos en mi sexo. Lo acaricio despacio, hasta sentirme loca de deseo, próxima al orgasmo, y entonces me detengo. Lo repito una vez más, y otra...

Salgo del agua caliente como una perra, y mareada. Me seco frente al espejo disfrutando de la imagen que devuelve. Observo cómo la piel enrojecida va recuperando su tono pálido de siempre a medida que el aire, frío por contraste, de la casa va surtiendo su efecto.

Me seco el pelo cuidadosamente, sin tratar de alisarlo, permitiendo que se ondule, que recupere su forma antes de deslizar los dedos con la espuma para fijar las ondas y mojarlas. Seco mi piel observándome, girando ante la luna del espejo para verme, y me gusto. Me cubro de crema dulzona. Deslizo mis manos sobre los senos. Tengo los pezones duros, las areolas apretadas y cubiertas de esos bultitos pequeños que se forman cuando me excito, y las diminutas venitas azuladas se transparentan a través de la piel como una greca leve que me parece sensual. Están un poco caídas, pero son grandes, y pálidas. Se que le van a gustar.

Me cubro entera de crema valorando cada turgencia, cada curva, cada pliegue de mi piel tan blanca. Soy opulenta, preciosa. Se volverá loco al verme.

Finalmente me visto despacio, sentada sobre la cama, frente a la luna del espejo del armario: unas medias color de humo con una filigrana de cachemir dibujando una línea de tres dedos de grueso arriba, donde fijo los corchetes del liguero a juego; el sostén, el vestido... ¿Qué tal el rojo elástico? Me embuto en él. Me calzo los tacones rojos de la muerte, esos zapatos divinos con la suela negra por debajo, que parece que prolongan la línea por la costura casi recta de las medias.

Me maquillo sin complejos: un rouge brutal, que parece estallar como una promesa en mis labios, realzado por la piel pálida y lisa que no disimulo; apenas una sombra, el rimmel, y una raya que me haga... Me miro de nuevo al espejo: soy una loba, y voy a por él.

Un bolso rojo, la chupa de cuero negro, esa corta con tachuelas y correa, y a la calle. No necesito ni un gesto para que el taxi se pare. Apenas me asomo al bordillo de la acera, lo miro al pasar con aire desafiante, y frena en seco. El conductor que lo sigue toca la bocina como un loco. Han estado a punto de chocar.

Me siento en el centro del asiento. Me subo un poco al hacerlo, para que no se me arrugue, el vestido. Veo al taxista manipular el espejo y sonrío. Separo las piernas un poco. No llevo bragas. Traga saliva y sigue conduciendo en dirección al Bauhaus.

En la sala, mis ojos se acostumbran lentamente a la oscuridad rota apenas por las luces de colores. Entro como una diosa, con la cazadora colgando de un dedo por encima del hombro, caminando con gracia, taconeando, indiferente aún sabiendo que todos me están mirando, que se mueren por mis curvas embutidas en el vestido de punto acanalado. Se que me follarían allí, ahora, que cualquiera de ellos me dejaría su herencia por una caricia.

No voy a la barra. Me siento en una mesa libre, miro a un camarero, sonrío... Ni un segundo. Pido un gin-tonic: ginebra, pomelo y semillas de cardamomo; Bull-dog, por favor. No quiere cobrarme, Lo sirve ceremoniosamente, tomándose su tiempo, sobre mi mesa, doblándose por la cintura para mantener la espalda recta, solícito. Es alto, apuesto y musculoso. Lleva abiertos tres botones de esa camisa negra y brillante de raso de los camareros de allí. No quiere cobrarme. Espera que quizás... ¿Cuantos tiene? ¿Veinticinco? “No serás tú, cielo”. Le envío un beso con la mano frunciendo mucho los labios cuando termina.

Miro alrededor, tomo la copa en la mano, me echo la cazadora al hombro, y comienzo a pasear parsimoniosamente por la sala, luciéndome. Se que me miran. Se apartan a mi paso y me miran. Algún borracho patoso me tira los tejos con media lengua de trapo. Nada, torpezas de idiota. Paso mirando, esforzándome por no hacer ni un gesto, por aparentar que no miro a ninguna parte. Soy una diosa. Se matarían por mi.

Y los encuentro: apoyados en una pared al fondo, dos muchachos rodean a una chica. Me apoyo en una columna, apoyo el pie en la pared doblando la rodilla, y les observo detenidamente sin manifestar interés alguno. Cortejan a la muchacha, una cría larguirucha de melena rubia y lacia que viste un vestidito corto de tirantes y calza manoletinas. Ríe, fingiendo timidez, la interminable sarta de frases ingeniosas con que la obsequian en un desafío que me recuerda el cortejo de los pavos. Tontea con ellos, se deja querer... Adivino sus pezoncillos duros bajo la tela floreada. Sus machos mueven la cola haciendo ese frufrú a su alrededor, pavoneándose, exhibiendo sus atributos en la esperanza ambos de ser el elegido. Me pregunto que haría con el campeón. ¿Se dejará tocar las tetitas? ¿Sacudirá su polla hasta hacerle escupir su lechita templada sobre sus piernas? ¿Abrirá los muslos para él y se dejará follar hasta obligarle a sacarla y correrse sobre su pubis velludo? ¿Jadeará o gemirá como una muñeca cuando se corra?

Los chicos son preciosos: el de la derecha es alto y delgado, con media melenita morena muy arreglada y aspecto frágil. Bajo los pantalones negros ajustados observo un bulto evidente. La desea. El otro es algo más bajo, de pelo rizado y pajizo, más musculoso, y lleva un polo ajustado. Sabe que está fuerte. Se esfuerza por estarlo y le gusta presumir. ¿Cuantos tienen? ¿Dieciocho?

No has tenido suerte, guapa.

Avanzo unos pasos hacia ellos, pavoneándome yo también, mirando a los ojos del rubio, sonriendo con malicia. Avanzo hasta encontrarme frente a ellos. Les miro, sonrío.

  • Venid.

Se miran asombrados. Titubean. A la muchacha se le ha congelado media sonrisa en la cara. El moreno traga saliva. Su nuez se mueve como dando un saltito. Ni dieciocho. Estoy mojada de pensarlo, pero aparento un control férreo.

  • ¿No habéis oído? ¿Venís o no?

Alargo ambas manos hacia ellos y tomo las suyas. Tiro un poquito, y se separan de la pared para seguirme. La chica está desconcertada. Hace ademán de seguirnos como hipnotizada.

  • Tú no, cielo. No te gustaría.

Cruzo la sala caminando con orgullo. Los dos muchachos caminan un paso tras de mi. No les miro. Los ignoro aposta. Los trato con un poco de desdén. Se quedan parados a la puerta del aseo de las chicas.

  • ¿Qué pasa? ¿No querréis hacerlo en el de los chicos, no?

Entran finalmente. Miran avergonzados a las muchachas que les increpan al pasar, pero me siguen hasta un excusado libre. Entramos, cierro la puerta. Les miro a los ojos. No saben qué hacer. Alargo mis manos hasta sus paquetes. Están duros debajo de los pantalones.

  • Vamos, a ver qué sabéis hacer.

El rubio se anima. Apenas cabemos. No tiene ni que dar un paso. Me abraza, acerca sus labios a los míos.

  • No me beses, cielo. No te quiero.

Titubea un instante. Desabrocho su cinturón, el botón de los pantalones, y tomo su polla en la mano. Está dura, y es gruesa, no muy larga. La acaricio y se lanza sobre mis tetas. Me baja el vestido un poco torpemente, me las saca por encima del sostén, las estruja, chupa los pezones.

  • ¿Te gustan?

No responde. Asiente con la cabeza. Me llena las tetas de saliva. Aprieta mi culo con la mano. Su pollita chorrea. Mi mano resbala en ella. A veces tiembla por el roce. Me arrodillo y empiezo a chupársela. El moreno nos mira. Ha sacado la suya y se acaricia. Es enorme, curva, larga y gruesa. El capullo asoma por encima de la piel, brillante y húmedo. Le indico con un gesto que se acerque y la acaricio. Se miran sonriendo, socarrones. Han triunfado. Tienen suerte: soy una madura estupenda, y una puta, como en sus fantasías. Siento en los labios sus venas hinchadas, el reborde suave y grueso de sus capullos lisos como espejos. Las chupo mojándolas. A veces escupo sobre una de ellas y la acaricio con fuerza mientras me trago la otra. Me las trago enteras, dejándolas deslizarse en mi garganta hasta sentir en la nariz sus vellos crespos y duros, hasta que me ahogo, y las suelto babeando, dejando que las babas me resbalen por el pecho, y vuelvo a escupir, y vuelvo a tragarme, esta vez la otra, y acariciar la una. Están como locos. Algunas chicas todavía protestan tras la puerta. Tienen que oírles gemir. Nos insultan. Me llaman puta. Me excita su cabreo.

Al rubio le tiemblan las piernas. Noto en mi mano cómo late. Tiene el capullo amoratado. Abandono la del amigo y me lanzo sobre ella, apenas a tiempo de recibir en la garganta el primer chorro de leche. Se me corre en la boca a borbotones, gimoteando, sujetándome la cabeza con la mano. Me bebo su lechita templada e insulsa mirándole a los ojos. Lloriquea como una nena cuando succiono su capullo con fuerza como si quisiera ordeñarlo mientras escupe los últimos chorritos.

Vuelvo a su amigo. Me cuesta tragarla. Está muy dura, es enorme. La bebo sin soltar la pollita del rubio, que no ha perdido un ápice de su consistencia férrea. La trago con ansia. Le follo con mi boca hasta conseguirlo, y me trago cada gota que vierte en mi garganta. Me trago cada chorro. Me lo bebo ansiosa, ardiendo. Se me corre en la boca ahogándome, llenándome de leche, haciendo que mi coño chorree, que arda.

Me levanto. Tengo el vestido arrebujado sobre el culo. No suelto sus pollas. Ahora sí le beso. Acerco mi boca al rubio besucón mientras se la sacudo con rabia y le beso. Dejo en su boca una gotita de esperma de su amigo y, tras un titubeo, la traga. Me como su boca con ansia mientras le arrincono en la pared. Levanto la pierna, la coloco sobre la taza, le empujo hasta dejarle aprisionado entre las baldosas y mi cuerpo, y conduzco su polla a mi coño empapado. Entra de un golpe.

  • Fóllame con rabia. Destrózame el coño con tu polla.

Culea como un animal. Culea como si le fuera la vida en ello. Me taladra. Me besuquea las tetas, las muerde, estruja mi culo con las manos. Me barrena con su pollita corta y gruesa haciéndome jadear. Estoy caliente como una perra. Soy una loba loca por follar.

Giro la cabeza. Le dejo morderme el cuello mientras miro a su amigo, que se toca esperando su momento. Mojo ostensiblemente mis dedos en saliva, humedezco el agujerito de mi culo.

  • Vamos, tú también.

Y se abalanza sobre mi. Clava en mi culo su polla enorme haciéndome daño. Me aplastan entre los dos. Me clavan sus pollas como animales. Me follan locos, desesperados. Sus movimientos parecen sincronizarse, y mis dos agujeros reciben un trato brutal. Son inagotables. Se corren en mi interior y siguen follándome. Noto su esperma resbalándome en el muslo, goteando en el suelo. Se corren, me inundan. Siento su leche caliente derramándose en mi interior, pero siguen follándome sin tregua, deprisa, como si no hubiera tiempo. Me corro interminablemente sintiendo sus dientes en el cuello, sus dientes y sus manos en las tetas, en las nalgas. Me estrujan, me taladran, me destrozan. Sus pollas se turnan para llenarme, para perforarme de una manera brutal.

  • ¡Más fuerte! ¡Más fuerte, cabrones!

Les jaleo, les animo a romperme, y redoblan sus esfuerzos hasta que tiemblo sin control, como un pelele, estrujada, sintiendo sus dientes clavados en mis pezones, sus dedos agarrándose a mis nalgas, clavándose en mis nalgas, y, casi al unísono, vuelven a inundarme mientras me corro como una zorra, como una ramera loca sintiéndolos llenarme de esperma…

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  • ¿Lo has hecho?

Jorge me espera despierto, leyendo en la cama, con la tele encendida, vestido con su pijama de rayas y fumándose un cigarro. Deja el libro sobre la mesilla y me mira por encima de las gafas.

  • ¿Como era?

  • Eran dos. Dos muchachitos muy jóvenes, duros y fuertes.

  • ¿Te han follado?

Ha metido la mano por debajo de la sábana. Sé que se está tocando, y me excita. Charlamos mientras me desnudo junto a él.

  • Me han follado, por el coño y por el culo. Y me he comido sus pollas.

  • ¿Te lo has tragado?

  • A chorros. Se corrían en mi boca a chorros.

Ha retirado la sábana. Su polla está dura y gotea. Se toca despacio, cubriendo y descubriendo su glande con la piel.

  • No debían tener ni dieciocho. Me follaban como animales, los dos al mismo tiempo. Mira.

Le enseño los moratones en el cuello, en las tetas, y su mano se mueve más deprisa. Tengo los pezones enrojecidos, irritados.

  • Se me han corrido dentro, no se cuantas veces los dos. Me chorreaba la leche por los muslos y seguían follándome como animales. Me follaban hasta cuando ya no podía más. Se turnaban para clavármela en el coño y en el culo.

Sentada en el colchón, le muestro los labios inflamados de mi coño, los restos blancos de esperma seca, como chorros congelados en mis muslos, mi culo dilatado, las huellas de sus manos en mis nalgas...

  • Tenías que haberlo visto. Unos animales, fuertes y duros, preciosos.

Se masturba más deprisa, jadeando, repitiendo sus preguntas viciosas y perversas, pidiendo los detalles, hasta que gime y comienza a escupir su leche sobre la camisa del pijama, meneándosela como un mono, imaginándome.

  • ¿Cuando vas a traer a alguno a casa?

  • ¿Eso quieres, cornudito?