Lo siento amor
Ay, ay, ay que se acerca. Me saluda dándome un beso en la mejilla, un beso dulce y tierno que me derrite las entrañas (por así decirlo). Y ahí vuelve mi fantasía, quiero que me agarre por el culo y me coja en brazos, quiero que me folle sin descanso en el ascensor.
Ringring. El telefonillo sonó insistentemente. Sería mi padre, que habría olvidado de nuevo sus llaves. Me levanté de la cama, dejé el libro de Historia en la mesa de estudio, y me calcé mis zapatillas de felpa rosa. Atravesé el pasillo bailando salsa al son de la música que sonaba en mi cuarto, notando como cada pecho iba por su lado, libres de sujeción, y se movían a mi compás bajo la enorme y ancha camiseta blanca. Llegué moviendo el trasero hasta el telefonillo y levanté el auricular:
-¿Quién? -pregunté con un tonillo coqueto.
-Ester, baja, soy yo, Carlos. Necesito ayuda con Inglés -dijo su voz. Ésa voz. Era áspera y suave. No muy grave pero tampoco aguda. Con el hablar típico de su pueblo me volvía loca. No sé si lo sabrán ustedes pero este chaval había sido protagonista estrella de mis fantasías nocturnas, de mis sueños eróticos. Estábamos terminando el segundo de bachillerato y los finales se acercaban de un modo vertiginoso y no habían sido pocas las veces que yo había ayudado a Carlos con los exámenes, pero siempre en la biblioteca, o en el instituto. Jamás en mi casa. Solos. Mi mente voló, y le agarré las alas.
-¿Pe perdón? -Notaba que me humedecía solo con imaginarlo: Le abro la puerta pulsando el botón de entrada, bajo por el ascensor y el me está esperando ahí. Me arrincona dentro de la estrecha cabina y le doy a mi piso, me besa, me acaricia. El viejo ascensor da un traqueteo y el se ve obligado a apoyarse en mis pechos. Nota lo duros que están mis pezones, se regodea pensando en ello. Mete su mano en el pantalón de pijama que llevo aún puesto y ve que estoy prácticamente inundada.
-¡Ester!-doy un repingo- ¿Me estás escuchando? Baja que no sé que piso es.
-Vale, pero como baje y no estés me subo y te dan por culo, que estoy en pijama y por ti no pienso cambiarme. -Pulsé el botón de entrada. Pensé por un momento en ponerme sujetador, pero preferí no hacerlo, que a lo mejor suena la flauta. Cogí las llaves de la puerta y bajé. Y ahí estaba él. Carlos, Carlos, Carlos. Sus ojos de miel me miraban desde la puerta de entrada. Llevaba la misma cazadora de siempre. El pelo sin engominar, no como todos esos horteras de su pueblo con el flequillo de punta, creo que se me cortó la respiración por un momento, es la reacción que esos ojos me provocan. Ay, ay, ay que se acerca. Me saluda dándome un beso en la mejilla, un beso dulce y tierno que me derrite las entrañas (por así decirlo). Y ahí vuelve mi fantasía, quiero que me agarre por el culo y me coja en brazos, quiero que me folle sin descanso en el ascensor. Baja, baja de las nubes Ester que te vas a empezonar y es lo que nos faltaba. Miré hacía sus ojos, me sonrió y le sonreí. Ay, pero que sonrisa más perfecta que tenía el cabrón. Miró hacia arriba, buscando por qué piso íbamos y me fijé en su mentón recubierto por una fina barba incipiente que se dejaba crecer cuando le venía en gana. Deseé que el ascensor detuviera también el tiempo, pero llegó a mi piso y no me quedo otra que guiarle hasta mi puerta.
-Bonitas zapatillas -dijo refiriéndose a mis alpargatas de felpa rosa claro- pensé que odiabas el rosa -y se rió, se rió de mi, pero con dulzura, con compañerismo. Y mira que me cayó mal al principio. Hasta que le miré a los ojos. Compartimos siempre clase de Matemáticas nada más, pero el último año le estaba dando clases de Inglés porque sé que en su casa no se pueden permitir pagar una academia. Traía consigo los apuntes que yo le hacía por las noches, las letras de canciones en inglés que traducíamos juntos. Va Carlos, que sé que puedes. Sabes que significa todo por separado, ahora dale un sentido Se lo decía siempre. Desde que empezamos con las clases en la biblioteca los Miércoles me fue atrayendo más y más su sonrisa, sus ojos, su boca, en fin él, así que cada día iba diciéndoselo más bajito y más al oído, y más sensual y más coqueta. Le tocaba cada vez que podía: Le acariciaba la nuca para darle apoyo cuando se atoraba en una frase o le agarraba del brazo para transmitirle mi confianza.
Nunca había tardado tanto en abrir la puerta. Cuando pasamos al salón nos instalamos en la mesa.
-A ver, dime Carlitos ¿En qué tienes dudas?
-Ehhh -pensó dubitativo- El present perfect, sé que lo hemos repasado mucho, pero no consigo entenderlo.
-¿Estás de coña?¡está tirado! -le dije sonriendo. - Mira el present perfect
Y así pasó una hora de explicaciones y ejercicios. Tenía que volver al picadero de su padre a cuidar de los caballos. Me dio infinita pena su partida en nada comenzarían las vacaciones y no le vería hasta sabe Dios cuando.
Le di un abrazo para desearle suerte, y noté su brazo izquierdo en mi pezón derecho y supe que tenía los pezones como para cortar cristales, y supe que él lo sabia, y me humedecí notablemente porque, vete tu a saber por qué este hecho me excitaba de forma descomunal. El abrazo duró más de lo establecido y fue mas fuerte que de costumbre, no me quería separar de él, y él tampoco se separó de mí. Pero nos separamos, porque empezó a sonar su móvil.
-¿Sí? Ah, hola papá, dime -dijo descolgando el teléfono. Noté arder mis mejillas, noté como me temblaban las piernas, como flaqueaban las rodillas.-Era mi padre para avisarme, en media hora pasa el autobús hacia mi pueblo y tengo que comprar antes una cosa, me encantaría quedarme un rato, pero no puedo -estuve a punto de preguntarle como una gilipollas si había algo de Inglés que no le quedaba claro del todo, pero me mordí la lengua a tiempo, sin saber si lo había dicho porque no dominaba del todo la lengua anglosajona, o porque había otra lengua que quería conocer. Este pensamiento tiznó de rosa mis mejillas y me humedecí los labios (los de la cara, porque los de abajo estaban como para llenar un tanque de ballenas)-en fin, adiós -Le miré a los ojos extasiada por su color, la abundante luz que entraba por el balcón los hacia irresistibles y mientras me agarraba de la cintura para darme los dos besos de rigor, no me lo pensé, me lancé sobre él y le besé. ¿O volvía a soñarlo? No, la humedad de su lengua era tangible, su sabor era tan dulce como siempre habría imaginado. Eso era tan real como que le estaba tocando y acariciando, tan real que yo ya casi chorreaba, tan real como un momento tan real como el bulto que crecía en su entrepierna. Le rodeé el cuello con los brazos, me levantó en volandas y me sentó en la mesa, acaricié su mentón, intentando parecer inocente, escondiendo mis ganas de agarrarle la mismísima, que tenía ya un tamaño considerable, pero cuando metió más lengua, mandé a tomar por culo la inocencia, le rodeé la cintura con las piernas y le metí la mano bajo la camiseta, palpando su tripita de abdominales poco marcados, los pectorales apenas dibujados en él, que me provocaban a la vez ternura y lujuria. Él hizo lo propio, acariciándome el vientre, la espalda, subió buscando un broche que desabrochar, cual fue su sorpresa al no encontrarlo. Le atrapé, agarrándole más fuerte, presionando pechito con pechito. Y divertida pensé que con lo mucho que me gustaba su camiseta qué poco le iba a durar puesta. Me eché hacia atrás y se la quité sin contemplaciones, bueno, contemplar si que contemplé. Le contemplé a él, contemplé la ruta de vello que bajaba desde su ombligo hasta aquel lugar al que yo ansiaba llagar. Me cogió de la barbilla e hizo que le mirase a los ojos. Que preciosidad de ojos. Eran grandes, llenos de un iris entre el color miel y el avellana, con unas pestañas largas que me traían de cabeza. Acarició mis mejillas, ya rojas de pudor. Él estaba en mi casa, sin camiseta, con la tienda de campaña montada, mirándome a los ojos como si nada importara. Le abracé muy fuerte, y sentí como unas lágrimas venían a mis ojos. Me sentía feliz. Más que nunca en mi vida. Pero la ternura se cansó de ñoñerías, la ternura quería guerra. El volvió su boca a mi cuello, rozándome con su barbita, con sus carnosos labios, mordió, succionó, besó. Ponía las manos en mi pelo, yo se las quitaba y las dejaba en mi clavícula, deseando que se dignase a dar el próximo paso, pero me torturaba y volvía a tocarme el pelo y a acariciarme la nuca. Yo ya no aguantaba, me llevaban los demonios. ¡Puto mamón! Le separé con brusquedad y me deshice de la camiseta.
-Tanto no costaba, capullo -le dije riendo, mirando como su cara pasaba por todas las fases posibles desde asombro hasta pudor, pasando por lujuria.
-Yo yo yo -balbuceó. Le agarré de la cintura del pantalón y le atraje hacia mí, frotando mis pechos contra el suyo. ¡Por fin! Por fin siguió su instinto y me agarró el pecho derecho, lo acarició suavemente y yo, para corresponderle le pellizqué flojito en la entrepierna (¿Por qué coño seguíamos aún con pantalones?), él hizo como si se indignara y me pellizcó a mi el pezón, y yo gemí, y el me besó el pezón izquierdo, y yo volví a gemir, y mientras una mano amasaba mi teta derecha, su boca saboreaba mi pezón izquierdo.
¡Ay que no podía más! ¿Tan malo era querer verle sin esos pantalones que tanto me torturaban mientras él me calentaba sobremanera? No señor, no. No iba a dejar yo que ese chaval disfrutara como un gato con un ovillo de mis tetas, y yo a ponerme cada vez más y más cachonda, porque este era capaz de parar e irse a su casa a tocar la zambomba, que sería ya el colmo. Me bajé de la mesa, obligándole a dejar mis senos, que se veía que le habían gustado. Le obligué a tumbarse en el sofá, y yo me senté encima de él. Lamí desde su ombligo hasta su barbilla, dejando un reguero de saliva por su pecho nada velludo. Suspiré de alivio, no quería tragar pelo, al menos por el momento. Le besé y le acaricié la tripa, los pectorales, pellizqué con fuerza sus pezones. A cada pellizcón, él me mordía el labio inferior, y yo me reía. Me puse de rodillas y reculé para atrás, rozando mis pezones por todo su torso, desabroché el botón de sus vaqueros mirándole a los ojos con cara divertida y me reí al ver su cara, mezcla de pánico y alivio. Bajé la cremallera con la boca y le bajé los pantalones. El bulto de sus calzoncillos, que había estado reprimido, me golpeó en la garganta, y gemí y esta vez fue él el que se rió. Sonriendo me bajé del sofá y me deshice de los anchos pantalones, su cara volvió a ser un poema. Me senté de nuevo sobre él, enseñándole lo empapada que estaba, después, comencé a frotarme sobre él. Le besé una y mil veces, y él gemía, y yo gemía. No aguanté más. Le bajé los calzoncillos (de colores, muy monos, sí. A la mierda con ellos) y por fin pude agarrar lo que llevaba tanto tiempo esperando. Tampoco me esperaba una verga del porno, de esas que parecen una estaca de veintitantos y que me dan tanto asco. Tenía una polla muy mona. Daba gusto verla. Le rocé el glande con los pezones y Carlos puso los ojos en blanco. Le cogí de la nuca y le obligué a incorporarse, me puse detrás de él, y empecé a pajearle. Y luego paré, porque, punto uno, no le iba a dejar correrse encima mía, punto dos, no le iba a dejar que lo hiciera en el sofá, punto tres, tampoco iba a eyacular ni en mi boca, ni en mi chirri, ni en ningún otro de mis orificios, así que le dejé machacándosela y fui a por pañuelos y un condón, que no me fiaba ni un pelo de él. Estaba tan concentrado en sabe Dios qué, que ni me vio llegar, así que escondí el condón bajo nuestra ropa. Se le veía experto pajillero, que maestría por favor. Me puse detrás de él de nuevo, frotándole mis pezones en su espalda le agarré del trocó del pene y empecé yo también, se sobresalto un momento, pero luego paso la mano por detrás de su espalda y empezó a acariciarme las piernas. Era una postura algo complicada así que me volví a bajar del sofá y continué por delante. No pude reprimirme. Tenía una polla muy mona, qué le voy a hacer. Empecé a besarle el glande y una gota preseminal salió de él. Juro que nunca lo había hecho antes, pero ya puestos, me hice la zorra y la lamí. Me dio asco a decir verdad, pero no podía parar, yo succionaba, lamía, enroscaba mi lengua, le acariciaba los testículos, él a mi me acariciaba la nuca, porque no llegaba a otro lado. Y me indigné. Zorra sí, pero no soy un perro.
-Niño, túmbate que tienes trabajo. -me miró con una interrogación en la cara pero se tumbó. Antes de dejarme hacer nada, me paró.
-Ester, no sé.. No yo -le miré con ternura e imaginé que me iba a decir- Ester, soy virgen, nunca antes nadie me había hecho nada de esto- me soltó, señalando alrededor y señalándome a mi, aun con su estaca en la mano, con unos coloretes en la cara. A mi eso me excitó, saber que estaba haciéndole una mamada a un perfecto inexperto en la materia del sexo con más de uno. Pero me remordió la conciencia y paré de pajearle.
-Carlos, lo siento, en serio, me dejé llevar y - me calló con un beso.
-Solo te avisaba de que no sabré hacer nada -dijo sonriendo, de pronto soltó- ¡no pares zorra!
Y yo que lo soy, no paré. Puse mi higo chumbo en su cara y seguí chupando. Al principio solo metía los dedos, pero después de apretar yo mi botoncito (y de botoncito poco) él supo más o menos por dónde ir. No sé como lo hizo, pero me metió hasta cuatro dedos, mientras con la otra exploraba para volverme loca. Un poco de jugo le salpicó en la cara mientras yo le miraba, y por el contrario a lo que yo pensaba, ni corto ni perezoso se lamió la barbilla, donde le había caído. Comprobando que el sabor no era tan asqueroso como imaginaba, se puso a enredar con su lengua en mi clítoris. Ya gemía mucho yo con sus manualidades, pero con su lengua por ahí rondando empezaron a flaquearme las fuerzas.
-Ester, Ester que me que me -y se corrió. En mi cuello y mis tetas. El chorro salió disparado mientras yo le miraba para ver que me decía. Y PUM. Se corrió- eso.-dijo el cabrón satisfecho. Le miré con cara de mala hostia y le obligué a limpiarlo todo con toallitas. Y con más mala leche porque estaba a punto de correrme yo y va él y me corta el rollo. A otras les molará comerse hasta la mierda (Two Girls One Cup, como referencia), pero a mi eso no me moló nada. Sabía yo que a medias me iba a dejar.
-Ester-me dijo mimoso- lo siento -y le crucé la cara. Estaba cachondísima y va y se me pone meloso. Fóllame duro mamón que es lo que quiero.
-¿Qué lo sientes? ¡Mira! ¡Te mato, pueblerino! -Me abalancé sobre él, y le mordí. Le mordí por todos lados, fuerte, suave, sensual, sexy, provocativa y fuerte de nuevo. Le mordí el cuello, los pezones, justo encima del ombligo, justo debajo. Y ahí entraba de nuevo en acción mini-Carlitos. Le di un beso en el capullo de bienvenida, y volví a la boca de Carlos.
-Ester -volvió a llamarme, meloso- ¿Me vas a dejar mojar hoy?
Es por eso que me encanta, porque me hace reír, porque sus ojos me endulzan entera. Asentí suavemente, sonriendo, besándole. Cogí el condón de debajo de la ropa.
-No jodas Ester-me miró suplicante, yo negué con la cabeza-Porfiiis, no me lo pongas.
-El que no va a joder vas a ser tú como sigas así -le dije seria.
-Jopé, vale -como recompensa por ser un buen chico, le aplasté contra mis tetas.
-¿Ves? Si eres bueno, tienes recompensa.
-Y si soy malo ¿me castigarás? -dijo con una mirada lasciva que me calentó hasta las orejas.
-Lo siento amor, no me va el sado.