Lo siento

Entre recuerdos

-          Lo siento, adiós.

Ni siquiera pude escuchar el sonido de esas palabras, solo me limite a leerlas una y otra vez en la pantalla de mi celular.

Un mundo de preguntas venía a mi cabeza, mientras la pantalla del celular perdía su brillo y me sumergía en la oscuridad de mi habitación. Aunque la respuesta fuera más de lo mismo, necesitaba el sonido del disparo para poder darle sentido al dolor que empezaba a crecer en mi pecho, pero solo hubo letras silenciosas e impersonales en una pantalla.

No hubo un  entierro como esperaba para algo tan grande, y vi como el cadáver de esta relación era tirado a un foso de tristeza.

No era la primera vez que había asistido en primera persona a este tipo de entierros, pero era la primera vez que el dolor me había atravesado como daga. Quizás por la serenidad del asesino, o el silencio de esas letras en la pantalla, pero jamás había estado en un entierro tan solitario como este.

Cargué todo el dolor que pude llevar, y en el camino quedaron algunos recuerdos felices que no pude tomar conmigo. Creo que cargué demasiado dolor, tendría que haberle dejado más lugar a los recuerdos, pero ya era tarde, los había perdido en el camino.

Cojeando angustias, retomé el camino hacia mi destino, sabiendo de antemano que sería más oscuro de lo que esperaba, pero no era para menos. Habían sido cuatro años de amor y locura, y tenía una gran adicción a esta felicidad, aunque fuera etérea.

En medio de la noche, con los ojos empañados de angustias, buscaba grabaciones de su voz en viejos videos, pero lamentablemente solo encontraba sonidos de placer en los videos eróticos que habíamos grabado. Tendría que haber hecho filmaciones de otros momentos, donde su sonrisa tranquilizaba mi pena o sus bellos ojos me transportaban a otro mundo, pero sus ojos se mantenían cerrados y el sonido no ayudaba.

Apagué ese monitor que solo reproducía placeres que me eran ajenos ahora, y la oscuridad me abrazó nuevamente, con su ardor de verano y su fuego de soledad, y fue una sensación de Déjà vu. Ya había estado en esa habitación solitaria, y esa vieja amiga ya me había acariciado antes.

Con los ojos muy abiertos buscaba en la oscuridad sus recuerdos. Necesitaba saborear nuevamente sus labios, acariciar su cuerpo, abrazar nuevamente ese placer esquivo.

Me encontré de pronto en una habitación de hotel, el mismo que conocíamos de memoria y se había hecho cómplice de nuestras aventuras.

Una bella mujer con ojos vendados, y dos hombres que se sumergían en el placer completaban la escena. No eran dos hombres cualesquiera, se conocían bastante bien. Desde muy chicos habían disfrutado y compartido muchas cosas, pero esto jamás habían pensado ni en sueños compartirlo, y entre ellos se estremecía ahora una hermosa mujer con ojos vendados disfrutando de sus caricias, envuelta en lujuria y placer.

Eran dos sensaciones que se fundían en una habitación mientras por otro lado el placer crecía bajo unos ojos vendados. Uno de ellos había tomado una decisión, y compartía su amor con otro hombre, y éste, incrédulo aun ante tanta suerte, recorría con sus dedos el cuerpo que se le ofrecía ante él. Sus manos dudaban en profanar el amor de su hermano del alma, pero su deseo avanzaba sobre ese cuerpo aun vestido, imaginando los placeres que se descubrirían bajo esas ropas. De reojo miraba a su hermano, como pidiendo permiso, con la culpa invadiéndolo y una erección que lo delataba. La sonrisa de su hermano le daba ánimos, y los botones eran testigo de ello.

Una mano colmada de amor desprendía los botones que apresaban la carne de su amada, desvistiéndola de a poco para que fuera admirada. Su blusa ya había dejado su pecho desnudo, mientras veía a su hermano tomar con las suyas esos pechos que subían y bajaban a un ritmo en aumento. Era raro para él ver los labios de su hermano sobre esos pezones rosados que le pertenecían. Como queriendo facilitarle la tarea, ya que veía como seguía sumergido en esos pechos, se encargó de terminar de desvestir a su tesoro.

Los ojos vendados le impedían diferenciar un hombre del otro, sólo el contacto de unas manos ásperas delataban que se trataba del hermano. Ya conocía la diferencia entre ellas, y su amor decidió privarle de esa ventaja. Tomo con las suyas esos pechos mientras su hermano succionaba los pezones. Reconoció al tacto las manos, pero la forma de besarla la desconcertaba.

Habían decidido no hablar entre ellos, y el silencio desorientaba ese cuerpo desnudo.

Tomó en sus brazos a la amada, y la trajo así si, despojándola de los avances de su lujurioso hermano. El amor traicionaba sus deseos de permanecer anónimo, y sus caricias tenían esa esencia.

Se había sumergido en el placer junto al ser que amaba, y por un segundo había olvidado que otra persona deseaba ese cuerpo.

Un estremecimiento sacudió a su amada, y un grito sordo se dibujó en su boca. Sin darse cuenta, su hermano la había penetrado, y el dolor de la penetración anal había desdibujado su placer. Sus delicadas manos intentaron separar ese pene que la lastimaba, y con esfuerzo logró retirar ese miembro de su ano. Sabía que no había sido el pene de su enamorado el que había entrado tan bruscamente en su apretado trasero, y esa sensación la excitó.

Sus vendas le impedían ver, pero también desdibujaban la culpa. Más allá que podía distinguir muy bien quien era en cada momento, las vendas le expiaban la culpa y le hacía creer que su amado no la vería tan entregada al placer de otro hombre.

No tuvo mucho tiempo para pensarlo, ya que el miembro que había abandonado el apretado ano, ya estaba abriéndose paso entre sus piernas buscando nuevo destino de placer, y rápidamente se introdujo hasta el fondo de él. Mientras su boca se habría en clara señal del placer que le estaba dando ese pene dentro de ella, el sabor conocido de un miembro duro entraba a su boca, y comenzó a saborearlo con delicia, tratando de disimular el orgasmo que le estaba provocando ese otro pene hasta ahora desconocido.

Unas manos sobre sus hombros la alejaron de ese pene y su boca se vio liberada de él, mientras el invitado seguía perforando sus entrañas. Cabalgó unos minutos sobre ese cuerpo áspero y desconocido, mientras con su mano buscaba recuperar el sabor de su amado.

El miraba la escena sin decir ninguna palabra, mezcla de sensaciones, se limitaba a observarla como disfrutaba de su hermano.

Se acercó y decidió facilitarle la tarea a su hermano. La dio vuelta, y mientras su hermano volvía a penetrarla, empezó a dilatar su ano con los dedos. Ella estaba sumergida en un orgasmo, y esos dedos elevaron aún más su placer. Mientras su hermano se encontraba con su pene en el fondo de su vagina, apoyo su pene en la entrada del ano, presionando solo un poco, como avisándole a su amada que debía prepararse para ser perforada nuevamente. Tomo sus hombros, la empujo contra el pecho de su hermano, y empujó su pene hasta sentir que la punta había entrado.

Pretendió abrir los ojos y recordó la venda que los cubría. Estaba tan excitada que no había sentido ese pene que estaba sobre su ano a punto de entrar, y la penetración la sorprendió en pleno placer. No pensó que el placer pudiera aumentar aún más, y esa doble penetración lo estaba haciendo. Podía sentir ambos penes dentro de ella y la perversión la invadió, gozando incluso más y más.

Retiró su pene solo para poder observar como ella se retorcía de placer sobre su hermano. Volvió a penetrarla, esta vez más profundamente, y dejo su miembro inmóvil dentro de ella. Podía sentir el pene de su hermano entrando y saliendo frenéticamente de ella, y hasta podía sentir como pasaba cerca del suyo, separados apenas. Era como una caricia placentera que le proporcionaban a su pene dentro de ella, y la sensación lo invadió de placer.

Volvió a retirar su pene, esta vez para no volver a entrar. Tomó el cuerpo de su amor y la incorporó, ante las quejas mudas de su hermano, y el rechazo de ella. La puso de pie y la entregó nuevamente a él, solo que ahora lo hacía ofreciéndole su cola. La cara de su hermano cambió su ceño fruncido, por la lujuria de tener ese tesoro que ansiaba al alcance y dispuesto ahora si a recibirlo. No perdió el tiempo, con una mano sobre la espalda la inclinó, preparándola para recibir por su ano el pene que antes había rechazado.

Con una fuerte embestida la penetro de golpe, haciéndole sentir el dominio de la situación. Esta vez el placer la invadía profundamente, y agradeció la embestida doblando sus piernas. Él la tomaba por las caderas y la atraía hacia si en cada embestida, provocándole un placer punzante que llegaba hasta su vientre. Sabía que era observada de lejos por su enamorado, y eso la excitaba más. Por un momento se abandonó al placer de ese sexo prohibido, y su cabeza se unió a sus rodillas, permitiendo aún más profundas las embestidas, y más punzante su placer.

Volvió a acercarse a esos dos amantes y con una mano en el pecho de su hermano lo alejo del placer, y le indicó que quería verla como le hacía sexo oral. Ella no se dio cuenta del cambio, ya que sintió un pene que nuevamente penetraba su ano devolviéndole el placer.

Un pene rozó su boca, y rápidamente se preparó a recibir el pene que creía era el de su amor. Unas arcadas la sorprendieron con un pene desconocido en su boca. Casi la ahogan las embestidas. No quería que su pareja se diera cuenta de eso, y contenía y disimulaba lo más posible las arcadas. Se sentía totalmente humillada y usada por ese ser que invadía de esa manera su boca, pero no le permitiría que se diera cuenta de ello.

El pene que la hacía disfrutar abandonó su trasero y solo quedo con ese pene que la humillaba y le producía ahogo. Un tirón de pelo la salvó de esa tarea, pero su cara fue a parar a la cama, mientras su cola seguía a disposición de cualquiera. No tardo en sentir ese extraño pene penetrarla violentamente, al tiempo que pedía disculpas con la lengua a su pene amado.

Un preservativo rebotó contra la pared en señal que había terminado ese placer anal. Unos minutos después, sintió una puerta que se cerraba y se encontró sola con su enamorado.

Él la tomó fuertemente y cruzó un brazo por su cuello, mientras con la otra mano ubicaba su pene entre sus piernas. Mientras le apretaba fuertemente el cuello con un brazo, el pene castigaba violentamente a ese ser que había sido víctima y destinatario a la vez del placer de otro hombre. Entre ahogos y placer de ella, él acabó sobre su espalda, y cada nueva gota que caía sobre ella se sentía más placentera que la anterior.

El sonido de una alarma me sacó de ese placer y me encontró nuevamente entre las sabanas de mi oscura habitación.

A veces las cosas no se dan como uno quisiera, pero no siempre se ama de esta manera a un asesino de sueños.

La culpa me invadió. Había recordado un momento de mucho placer y sentí violado mi dolor, sentí como que había ofendido y manchado este momento de tristeza, y el destino me encontró, al término de la noche, pronunciando las palabras mudas con las que había empezado la misma, y, sin pensarlo, le dije a la oscuridad:

-          Lo siento.