Lo que vi aquel amanecer
Noemi y su hermano se quieren mucho.
Se me había convertido en un vicio desde hacía meses levantarme con puntualidad demencial a las cinco y diez de la mañana de lunes a viernes, para asomarme por un agujero deliberadamente hecho en la pared divisoria de mi casa con la de al lado, y contemplar por quince minutos la desnudez asombrosa de mi vecina Noemí mientras ésta se bañaba despacio musitando siempre viejas canciones. Lo que más justificaba esas levantadas tempraneras eran sus pechos hermosos. Los tenía bien grandes, redondos y con unos pezones pálidos y bellamente amplios. Nunca me cansé de admirarlos una y otra vez y difícilmente aguantaba la tentación de masturbarme mientras los observaba impávidamente.
Noemí era la cuarta de cinco hermanos que se habían criado juntos en un pequeño pueblito lejano. Se había casado hacía veintitrés años con un señor que le doblaba la edad y era madre de dos hijos: Julio y Mario; los cuales eran buenos amigos míos. Ella tenía en ese entonces cuarenta y cuatro años y muy a pesar de eso, mantenía una buena figura dentro de sus pocos excesos de grasas típicos de mujer cuarentona. Su rostro fue siempre agraciado enmarcado en su pelo corto, pero abundante. Sus caderas anchas y sus nalgas carnosas le incrementaban el atractivo que sus tetas gordas de sobra le daban. Lo más sensual eran sin embargo sus labios carnosos y rosados que sabía bien manejar cuando sonreía.
Ese día era un martes de octubre y una llovizna tenue, casi un rocío, caía con ligereza sobre la ciudad. Hacía un poco de frío y eso anunciaba un resto de día lluvioso. Me levanté entonces a las cinco y diez como casi todos los días cuando mi despertador sonó sincronizado con el reloj biológico de la señora Noemí. Me fui sigilosamente al patio solo en calzoncillos y cuando estuve frente al muro gris, quité la piedrecilla que tapa el orificio furtivo de mis fantasías y asomé mi ojo ávido de imágenes desnudas.
Podía contemplar medio en penumbras el estrecho patio y en un plano de fondo buena parte de la cocina en cuyo rincón había un sillón envejecido. El patio era cuadrado y en él solo había una vieja silla robusta de los tiempos de los abuelos que había quedado allí más por descuido que por intensión. Un sinnúmero de plantas bonitas como pequeño jardín adornaban un poco el lugar. Noemí como siempre salió al patio con su rostro adormilado y su bata amarilla enteriza casi traslúcida que permitía adivinar su calzoncito y sus senos grandes. Encendió la bombilla de luz amarillenta y colgó la toalla en la alambrada. El champú y el jabón medio gastado los puso en una repisa plástica amarrada a los barrotes de la ventana de la última habitación que daban al patio. De espaldas a mí se despojó de su bata y de su prenda íntima que colgó cuidadosamente al lado de la toalla. Sus nalgas caídas y grandes todavía provocaban con ese rosado eterno. La desnudez de su espalda empezó a hacer que mi verga palpitara y creciera lentamente. Luego se giró y tuve la visión de ese par de tetas perfectas, grandes y paradas que ni por asomo las chicas bonitas del barrio alcanzan a tener. Su chocho gordo lo mantenía casi siempre afeitado, pero en ésta ocasión la sombra triangular de pelos recién nacidos por no rasurarse desde algunos días, se dibujaba por sobre la geografía exótica de la vulva amplia.
Tomó la vasija plástica con la cual recogía agua de un tanque pequeño y empezó a echársela. Noemí sostuvo siempre que para ella era un placer bañarse a la intemperie de las madrugadas y sin regadera de grifos. Nunca abandonó la costumbre de cuando niña de bañarse a la orilla del río con una totuma. Detestaba usar el baño enchapado con frías piedras de cerámica. Decía con gracia siempre a mi mamá que el baño era solo para mear y para cagar. Yo era el más feliz con esa decisión atávica, por que deleitaba la vista y el morbo contemplando desnuda a esa mujer mayor.
La vi entonces mojar su cuerpo y enjabonar su vulva y sus senos, empezaba a cantar y a frotar sus manos blancas por los gordos de su panza. De pronto fue interrumpida. Lo que observé de ahí en adelante en ese patio estrecho me dejo aterrado, perplejo e incrédulo a tal punto que pasó mucho tiempo para poder digerirlo y comprenderlo.
Alberto, o tico como le llamaban todos, era el hermano menor de Noemí. La diferencia entre ellos era de tres años y medio y hacía poco se había separado de su mujer. Se habían soportado por quince penosos años y habían vivido en una casa cercana, en un barrio contiguo. Tico le pidió entonces a su querida hermana que lo dejara quedarse un tiempo en su casa mientras se ubicaba en otro sitio no lejos de sus hijos. Ésta, incondicional con su hermano menor aceptó gustosa. La mudanza había sido el domingo. Compartía habitación con su sobrino Mario, el menor de los dos y se llevaba bien con su cuñado sesentón. Tico, al igual que su hermana, trabajaba como oficinista y debía alistarse desde muy temprano para irse a trabajar.
Esa mañana mientras yo contemplaba extasiado a Noemí cantando y restregando sus senos con una esponja suave, Tico apareció en el plano de fondo. Se sentó en calzoncillos en el sillón del rincón de la cocina a contemplar desde mi ángulo opuesto la desnudez de su hermana. Me pareció extraño que entre estos no existiera pudor. Incluso conversaron con naturalidad sobre varias cosas. Noemí se giró hacia él y siguió conversando en voz baja aún con la oscuridad que empezaba lentamente a desvanecerse. Tico evidenciaba lujuria en su mirada contemplando de frente el cuerpo desnudo de su hermana mayor. Pensé en un principio que eran ideas mías, pero lo sucesivo me lo comprobó de sobra.
No podía escuchar con claridad lo que hablaban pero supe que recordaban travesuras de niño cuando se bañaban a orillas del río. Se reían entre si y pude escuchar al final a Tico rememorar una paliza que les dio su difunto padre por tener Noemí el pipí tieso de éste entre sus manos mientras se bañaban juntos. Nuevamente hubo risas y el ambiente se fue poniendo calentón para ellos. Noemí continuó echándose agua y pude ver incrédulo todavía la erección de Tico por encima de su calzoncillo blanco cuando se levantó del sillón. Hicieron chistes y luego ella lo invitó a que se bañaran juntos como en los viejos tiempos.
Desde mi ángulo veía a Noemí de espaldas tapándome la visión de Tico que apenas si le alcanzaba a mirar su rostro emocionado por encima de la cabellera negra de su hermana. Esta le echó agua con la vasija y le restregaba el jabón. Luego Noemí se agachó y enjabonaba las piernas pálidas y velludas de su hermano de bajo hacia arriba. Tico se bajó entonces el calzoncillo y su verga tiesa salió disparada en mi dirección. Era chistoso ver a un hombre flaco y largo con un pene grueso y curvo hacia abajo como doblado por su propio peso. Noemí lo enjabonó con caricias lentas como calibrándolo. Luego lo masturbó con emoción mientras recordaba viejos tiempos. Tico cerró los ojos entregándose a un trance de goce prohibido.
Ambos jadeaban. Ella echó agua para retirar el jabón del sexo de su hermano y pronto la cabellera negra y corta empezó a sacudirse con cierta violencia. Se la estaba mamando con frenesí. Tico gozaba con sus manos colocadas en la cabeza de su hermana impulsándola a tragarle su verga tiesa una y otra vez. Yo sentía envidia, sorpresa, indignación y muchas otras cosas. Me sentí hecho un cúmulo de incomprensiones al otro lado del muro mientras Noemí de espaldas a mí, se tragaba una verga proscrita.
Se tomaron un breve respiro. Noemí se puso de pie y Tico se dobló un poco para comerse los melones de su hermana. Sentí envidia otra vez. Se entretuvo lamiendo y mordisqueando las tetas mas deseadas del mundo mientras su hermana jadeaba pasito. Luego Tico se sentó en la silla vieja que podía yo ver de perfil y allí continuaron la faena. La hermana entonces hizo lo que en mis imágenes fantasiosas siempre quise que hiciera con migo. La verga de su hermano entró juguetonamente entre las carnosidades de ese par de tetas gordas. Noemí misma las sostenía y las apretujaba una contra la otra sacudiendo su cuerpo para masturbar a su hermano con avidez de puta vieja. Pude divisar los pezones rosados bien parados menearse al vaivén de las embestidas de ambos. Ella a veces paraba para auto lamerse las tetas y continuar provocando a su hermano ya entregado. Por momentos dejaba que el pene se deslizara hasta su cuello, doblaba la cabeza y lamía el glande hinchado que luego arropaba con la piel de sus senos.
No tenían mucho tiempo, puesto que el cielo aclaraba y debían marcharse a trabajar. Decidieron entonces resolverse. Noemí se encaramó encima de su hermano. Se sentó en sus muslos de frente hacía él para que la verga mojada de salivas entrara en su raja de un solo tajo. Empezó ella a menearse hacia delante y hacia atrás con lentitud que luego fue dando paso a movimientos mas desesperados según crecieran sus emociones prohibidas. Las tetas blancas se balanceaban libremente según el bamboleo de ambos. Noemí brincaba y se dejaba caer clavándose cada vez con mayor firmeza. Tico gozaba sosteniendo a su hermana por la espalda o por las nalgas para ayudarla a levantar y caer en ciclos que por momentos me parecieron interminables mientras yo agónico acariciaba mi verga en silencio.
La llovizna había parado y la luz del día ya empezaba a inundar el espacio mientras los dos hermanos desaforados gemían de placer único. Me preguntaba cómo se podían sentir tan confiados de no ser sorprendidos por el marido de Noemí o por alguno de sus hijos. Me acordé entonces que éstos se habían ido desde ayer a una excursión universitaria y que el viejo sesentón se levanta siempre después de siete. Tico desesperado anunció un ya me vengo Noemí casi gritado que bien clarito pude oír. Su hermana se desensartó con ligereza y en menos de tres segundos estaba arrodillada en el piso con sus tetas de par en par apuntando al sexo duro de su hermano. Acompañado de un Ahhh profundo y sentido, Tico expulsó chorros de semen retenidos hacía tiempo, por entre las tetas de su hermana mayor. Su verga palpitaba y luego de eyacular Noemí la mamó con ternura hasta que ésta se puso pequeña dentro de su boca sensual. Fue un polvo corto, pero muy cumplidor seguramente.
Continuaron mal bañándose sonrientes y realizados con una felicidad a flor de piel. Se veían agradecidos el uno con el otro. Cada uno se envolvió en una toalla y desaparecieron de mi campo visual. Me fui al baño para terminar de masturbarme mientras me duchaba.
Me vestí, desayuné y al abrir la puerta veo a Noemí pasar flamante y bien vestida con premura para su trabajo. Me dijo un buenos días con esa voz señorial y me pregunté entonces si alguien podría imaginar que esa señora tan cauta en apariencia acababa de tener sexo con su hermano menor. Olí su perfume que se desprendió del oleaje de su falta y mi cabeza no paró de dar vueltas tratando de digerir lo que vi en aquel amanecer.
NOTA: Quiero agradecer a todos mis lectores por los comentarios que me animan a seguir escribiendo. Muchas gracias.