Lo que tú querías
Siempre supe que era lo que querías, algo diferente a lo que ya te había venido dado siempre.
Siempre había querido verte así, desde que nos conocimos. Esa melena rubia que se riza al llegar al cuello y tus ojos verdes te dan el aspecto de un buen chico, pero todo ello transmite algo más que se puede leer en la pícara sonrisa de tus dientes: un chico bueno que disfruta haciendo trastadas.
Supe ver lo que realmente buscabas, y yo soy la persona que te guiará en tú búsqueda. No buscas chicas sencillas, de esas que se pueden engañar fácilmente, ya has tenido muchas así. No quiere oír suspiros a tus pasos, son un manto viejo para ti, un manto fácil de tejer y por el que no te importa arrastrar, con indiferencia, tus pies.
Tú, chico de aspecto angelical, tú buscas algo que sólo yo te puedo ofrecer. Por eso no dudé en atraerte hacia mí. En todo momento supe que mi baile te resultaría atractivo y bailarías al compás que yo marcase; por eso ahora puedo verte así.
Salirse de lo típico es tan fácil como meterse en él, pero más divertido. Una discoteca, lo más común, con tu grupo de amigos en el cual yo había entrado gracias a una compañera de trabajo. Te vi y supe que me buscabas, pero tú no lo sabías.
Fueron varias noches tonteando, dejándote con la duda de quién movía la batuta, claro, dejé que pensaras que eras tú, es lo que siempre hay que hacer.
Organicé una fiesta en la masía, tal y como esperaba, viniste. Aunque buscabas algo diferente, la costumbre es muy cómoda, seguí en mi papel de chica recatada pero con esporádicos toques de sutil, y llamativa, insinuación.
Te dejé creer que me emborrachabas, fuimos a mi habitación, y ahí fue donde te di el último segundo de tu toma de control, creíste que tú eras el dueño del poder y me hacías tuya.
Comenzaste de la misma manera con la que habías engañado a otras, ofreciéndote gentilmente a acompañarme al cuarto, tumbándome sobre mi cama, desabrochándome los primeros botones de la blusa para dejar un espacio por el que colar tu mano hasta mi pecho ignorando el sujetador. Me besaste el cuello para que olvidase cualquier atisbo de resistencia.
Tu otra mano dejó de agarrarme vigorosamente la cintura para desabrochar mi pantalón y deslizarse juguetona sobre mi piel al percatarse de que no llevaba ni un minúsculo tanga.
Recuerdo tu sonrisa cuando tocaste mis labios y comprobaste que hacía ya tiempo que habían comenzado a humedecerse, acercaste tus dedos empapados a mi boca y los lamí con suavidad. Dejé caer mi mano sobre tu pantalón chocando, supuestamente, por accidente sobre tu pene ya erecto, te bajaste el pantalón y llevaste mi mano hacia donde tú querías, así que comencé a acariciarlo mientras lamía tus dedos con el sabor de mis jugos.
Me hiciste bajar poco a poco la cabeza y dejé de lamer tus dedos para cada centímetro de tu pene, lamerlo, chuparlo mientras seguía deslizando, arriba y abajo, sobre él mi mano.
Notaste como mis jugos resbalaban por mis muslos, introdujiste en mí tus dedos nuevamente, los movías por dentro dando pequeños pellizcos en mi carne suave, húmeda y tibia. Tu mano estaba empapada, mis gemidos hacían temblar tu pene que te negabas a sacar de mi boca hasta que estallaste en ella. Caí, simulando estar rendida, sobre el colchón, momento que aprovechaste para follarme el coñito, yo apenas gemía, me hacía la dormida, pero sabías que en mi interior me revolvía de placer.
Una vez terminaste, limpiaste tu pene frotándolo contra mis pechos y caíste, verdaderamente, rendido.
Cuando tus ronquidos demostraron que dormías profundamente te terminé de desnudar, te di la vuelta dejándote tumbado boca abajo, até tus manos, separadas, y uní esa atadura a otra cuerda que se enredaba entre los barrotes de la cama y así poner tus manos a la altura que yo desease.
Al despertarme al día siguiente, comencé a lamerte los dedos de los pies como una gatita, quisiste darte la vuela, pero ya no podías, así que me propuse disfrutar de la vista mientras te sabías observado.
Tu espalda musculosa y desnuda, tus brazos tersos con los bíceps bien definidos, tu culo firme y tus piernas bien formadas "¿Qué pasa?, ¡Suéltame!", dijiste lo que estaba esperando y te mordí una nalga "¡Cállate!" ordené.
Me senté a horcajadas sobre tu lomo y sentiste mi sexo ardiente y húmedo sobre tu piel fría y desnuda, lamí tus orejas, bajé por el cuello hasta su naciente deslizando mis labios y el borde de mis dientes sobre tu piel. Colé mis dedos dentro de mí, se deslizaban húmedos sobre tu espalda y entraban en mi coñito dejando salir mis jugos mientras me agarraba con fuerza a uno de tus brazos.
Tu espalda quedó mojada y te di la vuelta sentándome sobre tu vientre. "Anoche fuiste un chico descuidado" mordí ligeramente tu hombro. "Dejaste sucios los pechos y el coñito de tu amo" te mordí el otro hombro y acerqué mis pechos a tu cara, hacía tanto tiempo que deseabas esto que comenzaste a comerlos "¡Límpialos!" chupaste los pezones y mientras devorabas uno tus manos intentaban agarrarse al pecho que quedaba libre, pasabas de uno a otro frenéticamente hasta que los uní y lamiste el canalillo.
Me senté sobre tu cara y comenzaste a lamer mis labios dando cortos y rápidos lametones dentro de mi coñito, cada vez metías un poco más la lengua y un poco más despacio recorrías con ella la fina piel de los bordes, aflojé la cuerda e introdujiste tus dedos queriendo examinar con ellos mi interior.
Me retiré y quedé a cuatro patas sobre ti, lamí tu boca mientras echaba hacia atrás mis caderas acercando la entrada de mi coñito a tu deseosa polla, rozándolo contra ella arriba y abajo. Tu pene se hinchó más aún y me di la vuelta para lamértelo mientras tú hacías lo mismo con mi coñito.
Empapé tu cara, pero no dejé que estallases en mi boca. Me senté dejando tu pene en la entrada de mi coñito, rozando tu punta con la parte más suave de mi piel, dejando que entrases centímetro a centímetro antes de cabalgarte sobre esa verga dura hasta dejarte estallar en mí.