Lo que soy para Clarisa II

Mi inicio como esclavo de una Tgirl

Pasaron los días y no tuve noticias de Clarisa. Me levantaba por las mañanas completamente erecto y con sabor a semen en la boca. Los compañeros en la oficina me decían que estaba distraído y no atinaba a hacer un presupuesto en condiciones. El viernes a media mañana me inventé una historia y me fui al centro de salud a ver si veía a la doctora y me aclarara algunas cosas. Me senté en la sala de espera y estuve allí a solas durante un rato y, harto de esperar, me metí en la consulta. Me quedé perplejo al ver que en lugar de mesa, sillas y la camilla, solo había estanterías vacías cubiertas de polvo. Di vueltas por el centro de salud buscando la consulta pero al final confirmé que había estado allí y preguntando me dijeron que allí hacía más de un año que no se pasaba consulta y que esa sala de espera era para la consulta de ginecología en una habitación contigua y que no pasaban consulta por la tarde.

Salí más nervioso aún y me dirigí a la consulta privada pero en lugar de esta había un despacho profesional de un abogado según rezaba en una placa de plata en la puerta. Pregunté a la vecina de al lado y me dijo que allí no había ninguna consulta y que su vecino falleció hace un año y que el piso estaba en venta y vacío desde entonces.

Pasé el fin de semana viendo películas y haciendo deporte para esta reventado y distraído, cosa que conseguí. Ya el lunes me senté frente al ordenador y decidí olvidarme del tema. Pasaron los días y volví con mi rutina.

El viernes salí con la cabeza despejada y habiendo quedado con unos amigos para tomar unos tragos. Llegué a mi coche y me senté. Arranqué y, cuando estaba a punto de salir, vi a Clarisa andando por la acera de enfrente. Apagué el coche y traté de salir pero el tráfico me lo impedía. Segundos más tarde la buscaba como un loco pero le había perdido el rastro.

Me fui a casa, me calcé las deportivas y salí a correr. Llegué exhausto y aun así hice media hora más de flexiones y abdominales. Ducha de agua helada. Me fui al armario y me vestí. Pantalón negro, camisa negra zapatos negros. Noctambulo.

Salí a la calle con la visión en la retina de Clarisa paseando por la esquina. Tarjeta al contacto de mi auto. Se vincula el móvil…. Whatsapp, tres mensajes. Provenían de un número que no registrado.

-          Unas coordenadas GPS

-          El Segundo  “23:30. No llegues tarde”

-          El tercero una foto

Toqué la pantalla para descargar la foto y la imagen me heló el cuerpo. Era un primer plano de mi cara, con la boca abierta en la que se introducía a medias una enorme polla.

Cogí el teléfono y llamé a uno de mis colegas para decirle que no podría salir esa noche. Puse la dirección en el navegador y la ubicaba a hora y cuarto al norte de mi ciudad, en el campo. Tenía apenas 10 minutos de margen y salí a todo gas para tratar de solucionar el problema. Seguí la ruta que trazaba el navegador y me llevó hasta la entrada de un camino de tierra que se adentraba en la oscuridad. No había carteles, puerta o vaya. Mensaje al móvil. Whatsapp.

-          Conduce 20m, aparca el coche en el descampado, continua a pie por el camino iluminado.

-           Deja todos tus efectos personales dentro del coche.

Conduje unos 20 metros y había un pequeño claro en el que dejé el coche y en el todo lo que llevaba encima. Salí y lo cerré. Me agaché haciendo como si fuera a anudarme los cordones de los zapatos y deje la tarjeta del coche en una caja de seguridad que se adhería con un imán a la chapa de la carrocería, justo sobre la rueda delantera izquierda. Lo idee para cuando iba a la playa y salía a correr y no tenía ganas de cargar con las llaves en la mano.

Vi una tenue luz. Me encaminé hacia esta y observé cómo se iba iluminando un sendero que comencé a recorrer. Tras varias decenas de metros andando me giré para ver cuánto había caminado y las luces que antes iluminaban el camino se iban apagando. Tuve que aumentar el ritmo de la caminata para no perder el sendero. Llegué a un claro en el que había una vela encendida sobre una mesa de madera. Había luna nueva y el cielo nuboso por lo que, aunque era noche de verano  y la temperatura era cálida y agradable, sin luz artificial no se veía nada.

Se apagaron todas las luces que discurrían por el camino y la única luz que permaneció encendida fue la de la vela. Del otro lado de la mesa vislumbré una silueta. Era una persona con capa y capucha que se aproximaba hacia la luz y tras reclinarse sobre ella, pude ver la cara de Clarisa soplando la vela. Se quedó todo completamente a oscuras pero en mi retina se quedó grabada la imagen de unos preciosos pechos majo la mirada felina de esa preciosa mujer. La oí hablar.

—Quiero que escuches y no digas nada. Has firmado un contrato que te vincula a mí para que te forme y seas mi esclavo. Como te dije te haré llegar una copia del mismo. Las cuatro opciones que tienes para poder rescindir el contrato son las siguientes. Primero y menos probable, que yo te libere de esta condición. Segundo, que me consigas un esclavo de la que me sienta más atraída que por ti. Tercera que vendas todos tu bienes y renuncies a la herencia de tu padre haciéndome a mí la beneficiaría y cuarta, que te transformes en una de nosotras.

Hizo un breve receso y continuó diciendo

—como te dije en la consulta tu cuerpo y tu sexualidad me pertenece por lo que no podrás mantener relaciones con nadie ni onanistas. Te ofreceré a quien yo quiera y deberás cumplir con todas mis exigencias. Te garantizo que todas las prácticas serán seguras para nuestra salud. Te dirigirás a mí como ama o señora. No me inmiscuiré ni en tu vida personal ni en la profesional pero ambas dos no se inmiscuirán en nuestra relación en absoluto. Todas las imágenes que te tomamos en las consultas están guardadas en una caja de seguridad y se te harán entrega de ellas en cuanto se rescinda el contrato.

Hizo un receso y preguntó

—¿Quieres rescindir el contrato mediante el pago con todos tus vienes?

—No— Contesté

—¿Quieres convertirte en una de nosotras sometiéndote a tratamiento hormonal y cirugía?

—No—Volví a contestar

Justo al pronunciar estas últimas palabras se encendieron frente a mí dos grandes focos que me dejaron completamente ciego.

—Desnúdate—me ordenó

Comencé a desnudarme como me había ordenado y dejé como pude la ropa sobre la mesa de madera. Era la típica con tablones gruesos y dos bancos a cada lado.

—Reclínate sobre la mesa y apoya el pecho — Volvía a obedecer

Escuche como se ponía tras de mí.

—Sé que eres virgen  y voy a marcarte para siempre—Sentí como refregaba por mi culo lo que supuse era su polla y continuó diciendo — Tras marcarte te someterás a los deseos de mis hermanas y dará comienzo tu periodo de esclavitud.

Escuché como escupía y se me mojaba el culo. Me ordenó que abriera con las manos mis nalgas y que me relajara. Me dijo que tenía mucha suerte porque su recuerdo de hombre era pequeño. Estaba nuevamente como en la consulta pero esta vez no sentí mi culo lubricado. Cuando yo le había hecho sexo anal a mis parejas femeninas siempre las lubricaba, les masajeaba el culito con los dedos y se los dilataba previamente antes de introducírsela con delicadeza. Pero Clarisa no. Ella me lubricó el culo con su saliva unas cuantas veces y presionó su glande con fuerza y persistencia hasta que muy poco a poco me introdujo su miembro por completo quemando cada milímetro cuadrado que horadaba dentro de mí. Aguantó un rato dentro y poco a poco me lo fue sacando para que justo antes de tenerlo fuera empujaba nuevamente su polla dentro de mi culo virgen nuevamente. Exclamaba excitada a la vez que me desvirgaba, con embestidas fuertes cortas y profundas. El dolor no fue muy intenso y la experiencia agradecí en esos momentos fura corta ya que  me inundo con su leche caliente apenas con diez embestidas. Me ordenó que me arrodillara y le limpiara la polla. Se la lamí y el sabor de su semen me resultó muy dulce en comparación del agrio de la doctora.

—Que buen esclavo me he buscado— Dijo. —Ahora satisface a mis hermanas en todos sus deseos.

Cuando terminó de pronunciar esas palabras se apagaron las luces de los focos y comenzaron a encenderse unas pequeñas antorchas. Mi vista ya no era dañada por aquellos halógenos y pude ver a Clarisa desnuda. Era preciosa, un cuerpo blanco y delgado de mujer, contorneado con el abdomen liso y unos pechos que nunca viera en mujer alguna, con su cabello zaino y liso a media espalda. Me hubiera enamorado de ella al instante de no ser por lo que le colgaba entre las piernas, una graciosa polla de unos doce centímetros y delgadita. Tardé un minuto en hacerlo y deseé saborear su cuerpo entero y poseerla. Pero ese no era mi rol. Yo era su esclavo. Como tal, me entrego al disfrute de sus hermanas.

Las vi a las cuatro rodeándome y acercándose desnudas hacia mí. A la doctora ya la conocía. Pedazo de hembra impresionante de rasgos femeninos y pechos duros, esféricos y perfectos pero con un pedazo de polla que daba pavor. La que cualquiera deseado tener entre las piernas pero colgando y no buscando la raja de tu culo. Pero las otras tres eran de todo menos femeninas y bellas. Una con cara angelical pero con unos 50 kilos de más, mórbida, que no se podía distinguir donde empezaba una parte del cuerpo y empezaba otra y que escondía su masculinidad bajo un Michelin que colgaba de su barriga. La cara de la otra me sonaba. Era la que había hecho de enfermera en el centro de salud. La cara femenina y risueña era portada por un cuerpo de hombre de mediana edad un poco fondón y con una polla delgada que le llegaba a medio muslo. A parte de su cara lo único femenino que tenía era unas tetazas de pequeños pezones que no armonizaban en nada con el resto del cuerpo. La otra era un macho de con la barba rasurada y maquillada de mandíbula cuadrada a la que le faltaban muchas sesiones de hormonas aún.

Clarisa extendió una manta de paño  roja sobre la mesa y me acompaño a que me sentara sobre unos de los bancos. Se acercaron las cuatro hasta nosotros y Clarisa se retiró hacia la oscuridad. Se colocaron delante de mí las tres a las que se les vía la polla y la gorda se puso tras de mí. La doctora me tiró del pelo y  me la metió en la boca. Ese era el sabor con el que me levantaba cada mañana hacía dos semanas. La visión de Clarisa follandome el culo le tuvo que excitar y mucho ya que le goteaba la cabeza de su glande y quizás algo más. Un tirón de pelo me llevó a comerme la polla de la enfermera que si bien no me obligó a abrir la boca sí quiso meterla muy al fondo rápidamente. Me provocó una arcada y cuando traté de sacármela de la boca, me agarró por la nariz y al tratar de respirar para coger resuello, me la metió de una vez con mucha habilidad. Me sacaron de ahí con otro tirón de pelo y esta vez, La más varonil intentó también que se la comiera. Tenía una polla corta y tan gorda que casi ni me cabía en la boca. Por mucho que apretaba no conseguía que la cabeza entrara entera y casi me disloca la mandíbula. El sabor acre a orín echaba para atrás pero en ningún momento volví a intentar reusar ninguna de esas pollas en la boca. Unas veces tragaba hasta sentir que me llegaba al estómago, otras que me desencajaban la mandíbula, otras lamia la cabeza… Todo a demanda de las compañeras de Clarisa.

—Y a mí que— Escuché espetar a mi espalda

La gorda me requería para chupársela también pero, cuando me giré, lo que vi fueron no fue una polla tiesa. La gorda se agarraba como podía las piernas por las pantorrillas y me ofrecía un sexo de niño de cuatro años recubierto de pelo sobre un culo rosa y húmedo. La voz de Clarisa me reclamó y me giré rápidamente huyendo del esperpento. Me miró con dulzura y me acarició el pelo como hacía dos semanas en la consulta,

—Tranquilo cachorrito, estas en buenas manos. Mañana no te vas a poder sentar pero me cuidaré de que sea lo más placentero posible. — Y mirando   a la doctora le dijo — No me lo desgraciéis que es el primero que tengo y me gusta mucho. Aunque sé que lo debéis dejar para que no se pueda sentar hasta el lunes como manda la tradición…

Dicho esto le entregó a la doctora un bote blanco con la tapa azul. Me ordenaron ponerme de rosillas sobre el banco y a cada lado de la gorda se colocaron la que era más varonil y la doctora ofreciéndome sus pollas gruesas para que me las comiera junto al culo rosado de la gorda. Sentí como en untaban el gel frio en el culo y me escoció por la follada a pelo y sin lubricante que me había proferido Clarisa.

Sentí como me agarraba la enfermera por las caderas y Clarisa me acariciaba las nalgas con una mano y con la otra dirigía la polla de su compañera hasta las puerta de mu culo. Parecía que habían aprendido a follar en el mismo sitio. Me fue introduciendo lentamente la polla hasta lo más profundo de mis entrañas. Pensé que me había llegado al estómago. El dolor por la dilatación era soportable y me inclinaron hacia delante para que me comiera el peludo culo. La impresión fue asquerosa pero lo peor era lo humillado que me sentía. Me daban un respiro de ese asqueroso culo dándome a comer las pollas que lo flanqueaban y mientras, sentía  como me cabalgaban a ritmo constante. Sentí como me calentaba por dentro y supuse que ya se había corrido. En efecto, Clarisa me pidió que me girara y limpiara bien a su compañera. La obedecí. Ahora ocupo mi retaguardia la doctora. Tenía el culo lubricado y relajado pero Clarisa se afanó en lubricármelo más. Esta vez sí fue doloroso en intenso. La de apellido italiano me estaba dejando una huella que tardaría mucho en borrar. Apretó su polla contra mi culo virgen y me resultaba casi imposible recibirlo. Pero no me dio tregua hasta habérmela metido entera. Me follaba y follaba, una y otra vez, clavándome las uñas en las nalgas y jadeando como una perra. Se me hizo eterno pero cuando tomé consciencia de lo que me esperaba si trataba de follarme la polla que mamaba en esos momentos, estaba seguro que me desgarraría por completo. Me afané en relamerla y tragármela todo lo que podía a ver si con un poco de suerte conseguía sacarle la leche pero lo que sentí, fue como la derramaba en mi maltrecho ano la tipa que me follaba. Casi me echo a llorar. Me dí la vuelta y relamí hasta limpiar de leche acre la polla con cuyo sabor me despertaba.

—Levántate— e ordeno Clarisa.

Por un momento pensé que me había librado pero, cuando me acompaño y me colocó en la misma posición en la que me había marcado ella, entendí que lo peor estaba por llegar. Me colocó una banda sobre la cintura y la enfermera la claveteó. No me había dado cuenta pero me habían dejado inmóvil y así poder terminar con mi martirio. Clarisa me lubricó pero, en cuanto apoyó la punta gorda de la polla en mí ya maltrecho culo, supe que era imposible que eso entrara ahí. Hasta el momento no había gritado pero terminé haciéndolo a medida que sentía como me abrían. Esta vez fue distinto. Al contrario que las otras veces, ésta la sacaba y la volvía a acomodar de otra manera para intentar meterla, pero la idea a todas luces era irreal. O al menos eso creía yo. La gorda que se masturbaba en mi cara como si de una mujer se tratara, cogió un par de velas de mesa y las derramó de golpe en mi zona lumbar. El dolor producido por la quemazón me hizo arquear la espalda y justo en ese momento en que más expuesto estaba, sentí como me partía en dos. Esa enorme polla había conseguido meter la cabeza. Grité conteniéndome todo lo que pude pero lo peor ocurrió cuando me abrieron las piernas. El peso de mi cuerpo hizo el resto empalándome sobre esa estaca de carne. Ya no podía hacer más que gritar a lo que aprovechó la gorda para meter todo su sexo en mi boca y correrse. Tendría un micro pene pero la corrida ahogó mi grato y me vi obligado a trabar para no ahogarme. Por suerte esa hija de puta follaba como un conejo y no tardó en correrse. Con un cuchillo rasgaron la tela que me anclaba a la mesa liberándome y haciendo que me callera al suelo. De medio lado me incorporé siguiendo la orden que me daba Clarisa. Relamí aquella verga que sabía a semen mezclado con oxido dejándola completamente limpia. Supe que aquel extraño sabor era el de mi sangre al haberse fisurado mi ano. Me incorporé como pude y Clarisa me acompaño al coche iluminando el camino con una linterna. Se acercó a la rueda y cogió la llave del lugar secreto, abrió la puerta de atrás y me ordenó echarme en los asientos.

A la mañana siguiente me desperté en la cama, con una compresa entre las piernas. Completamente desnudo.

Continuará