Lo que puede desatar una pequeña cortesía
Califiqué su relato de "excelente", me escribió para agradecérmelo y se dio entre los dos una química fenomenal.
Esta mañana, como todas mis otras mañanas, abrí mi mensajero y me encontré con la grata sorpresa de una solicitud que una escritora que publica sus relatos en TR me había enviado para que le permita integrar mi lista de contactos y, una vez que lo hube hecho, comenzamos una amena e interesante charla durante la cual me agradeció el comentario favorable con que yo había intentado premiar su excelente labor. Demás está decir lo mucho que me agradó el gesto y, consecuentemente, la inmediata buena predisposición que me impulsó a continuar tan agradable conversación. En ella y sucesivas charlas fuimos conociéndonos, gustándonos; intercambiamos nuestros datos personales de los que extraje que vive en una hermosa región de España que tuve el gusto de visitar en dos oportunidades y un par de fotografías por las que pude comprobar que se trata de una hermosísima mujer, joven sin ser una chiquilla y, por sobre todo, sumamente sexy; pero cuando digo "sumamente sexy" estoy hablando, ni más ni menos, de la tremenda impresión que me causó su figura, su forma de vestir, la forma y expresión de sus ojos y unos labios ¡ah!, unos labios como para comérselos a besos o, mejor dicho, unos labios que están pidiendo a gritos ser besados pasionalmente.
El caso es que se me planteó una seria controversia: ella es casada y yo también, ella vive en España y yo en Argentina, lo que significa una docena de horas de vuelo y unos cuantos miles de Euros de diferencia, pero lo terrible es que, como consecuencia de las cosas que nos decíamos, dulces algunas y muy calientes las más, se me metió en la sangre el tremendo deseo de amarla, aunque sea fugazmente: ¡¿qué hacer?!
En seguida me aboqué a la tarea de chatear con ella todo lo que me fuera posible y, contando con la suerte que tengo de vivir en un país que todos desean conocer, pude ir paulatinamente convenciéndola de que, aprovechando su profesión de arquitecta, viniera a participar de un Congreso Internacional que, sobre distintos aspectos de su profesión, estaba a punto de llevarse a cabo en la ciudad de Buenos Aires (de la cual yo vivo a unos 50 Km. de distancia).
Llegó una cálida, aunque lluviosa mañana del mes de noviembre, cuatro días después de que mi esposa tuvo que marcharse con su hermana a México por razones familiares y eso me dejaba una total libertad de movimientos por unos diez días aproximadamente, por lo que fui al aeropuerto de Ezeiza a esperar su llegada. Verla y que mi corazón comenzara a latir vertiginosamente, como si quisiera escapárseme del pecho, fue todo uno. Yo estaba ansioso y ella ella estaba vestida para el infarto, con un vestido de tirantes, con unos soles y lunas estampados sobre su fondo rojo y verde, que dejaban adivinar un formidable par de pechos y cuya falda, sin ser mini, permitía observar sus muy bien torneadas piernas que remataban en unos diminutos y bien cuidados pies, enfundados en dos sandalias de color verde agua y de tacón altísimo que los dejaba casi desnudos.
No tuve el coraje para abrazarla y besarla allí mismo (aunque moría por hacerlo) por lo que la saludé de una manera casi protocolar que no era sino producto de mi propia timidez.
Embarcamos sus dos maletas en mi automóvil, luego embarcamos nosotros y enfilamos hacia la zona céntrica de la ciudad, con destino a un importante hotel en el cual se desarrollaría el citado Congreso. Durante el viaje fuimos hablando de cosas banales para, poco a poco, ir adentrándonos en tema relacionados con la clase de historias que ella publica en TR (obviamente se trata de relatos eróticos) y ese tema, naturalmente, fue un especie de disparador de nuestro instinto animal porque cuando llegamos al hotel, cuarenta minutos más tarde, fue cerrar la puerta, quedarnos por unos segundos mirándonos con expresión salvaje y, súbitamente, arrojarnos el uno en los brazos del otro y allí se desató la vorágine.
No puedo explicar los sentimientos y las pasiones que su boca, tan largamente deseada, exacerbaba en mí mientras nuestras lenguas se entregaban a una danza ritual desesperada que fue dando la esperable consecuencia de pasar a su cuello delicioso, de allí a sus exquisitos pechos, firmes, redondos y coronados con dos areolas morenas de pezones grandes y duros, como los de toda mujer que ha amamantado y, de ahí, y mientras hacía descender su vestido hacia sus rodillas fui besando y lamiendo cada centímetro cuadrado de su vientre terso, mientras ella se retorcía presa de una gran excitación, hasta llegar a la zona de su vello púbico prolijamente recortado desde donde me adentré a lamer en las profundidad de una vagina empapada de avidez que ya reclamaba ser penetrada por el garrote que tal situación había formado entre mis piernas.
No quise, sin embargo, hacerlo hasta que ella se manifestara dispuesta para lo cual no tuve que esperar mucho pues, en un instante en que sus jadeos y gemidos se lo permitieron me dijo: -Lu, quiero que me tomes ya, hazme tuya por favor que no resisto más, ¡por favor!, ¡te deseo, te quiero dentro de mí, ahora estoy a punto de correrme!-
No soy el típico eyaculador precoz pero esa mujer, esa hembra fenomenal me trastornó de manera tal que entre la introducción y la culminación no deben haber mediado ni tres minutos pero con la enorme suerte de que nos ocurrió a ambos a la vez.
Los cuatro días que duró el Congreso se fueron entre reuniones de trabajo y sexo desenfrenado pero (siempre hay un pero) nos llegó el triste momento de la despedida; nos miramos breve pero intensamente, nos deseamos buena suerte pero no nos dijimos "adiós", simplemente fue un ligero beso sobre los labios, un larguísimo suspiro y una traviesa e indiscreta lágrima.