Lo que pasa en un autobús.
Un buen hombre nos cuenta las inesperadas y excitantes situaciones que le esperan al utilizar el transporte publico.
Viajo en autobús para ir al trabajo. Es un engorro, pues mi curro se encuentra en el centro de la ciudad y yo vivo en uno de los barrios de extrarradio. Encima, no tengo carnet de conducir así que siempre me veo en la obligación de coger el bus.
Todo sabemos lo insoportable que es ir en transporte público. Llega tarde, siempre está abarrotado, nunca hay algún asiento libre y, por ello, hay que ir siempre de pie. Para colmo, como vaya muy lleno, te ves atrapado en una marea de personas sudadas que siempre se aprietan más a ti, como si quisieran aplastarte. Un auténtico asco.
Pero no todo tiene por qué ser siempre tan malo. A veces, en el autobús, pueden ocurrir cosas inesperadas y, en algunos casos, muy placenteras. Una de ellas, de hecho, me ocurrió gracias a estar tan apretujado entre la gente.
Venía de trabajar a eso de las dos de la tarde y, para esa hora, el autobús siempre va abarrotado. Tras pagar al conductor, me adentré en aquel maremágnum de personas que se apoyaban donde podían o se sostenían agarrándose de las barras que había arriba. Me abrí paso como pude y acabé en ese típico rellano que hay en los autobuses para que las madres puedan meter los carritos de bebé o los minusválidos puedan entrar con sus sillas. Ahora, no había nada de eso, solo cuatro personas. Me metí como pude y acabé en una esquina, agarrándome de las barras de metal para no caerme.
Fue en ese instante, cuando delante de mí, me fijé en que había una chica joven, seguramente en la veintena. Era bajita y delgada, con el pelo marrón oscuro recogido en una discreta coleta. No parecería gran cosa, pero tenerla delante me permitió fijarme en el increíble culazo que tenía. Envuelto en un pantalón de chándal, hecho de tela verde fosforito, el culo de esa chica era perfecto. Redondo, bamboleante y atrayente. Me lo quedé mirando por un largo rato. No podía apartar mi vista de él, era hipnótico. Como no, mi polla se empezó a poner dura. Menos mal que llevaba vaqueros para disimular, si no, se notaría el evidente bulto.
Mientras no dejaba de observar ese respingón trasero, el autobús pegó un fuerte frenazo. El vehículo traqueteó con fuerza, haciendo que mucha gente fuese empujada hacia atrás. Yo, para mi suerte, estaba pegado a la esquina, así que no tuve ningún problema, pero no la chica, quien acabó pegándose contra mí. Sentí todo su cuerpo aferrado contra el mío, sobre todo, su culo restregándose contra mi entrepierna. Fue un horror, al menos al principio, porque seguramente la chica se percataría de que estaba empalmado. Sin embargo, cuando noté sus nalgas posarse sobre mi endurecido pene, solo percibí como ella se refregó un par de veces contra este. Sentir aquel par de glúteos atrapando mi polla, me puso aún más excitado. Lo mejor fue cuando ella giró su cabeza y me miró por un instante. No fue más que un suspiro pero por lo que pude notar en sus hermosos ojos marrones claros, ella era plenamente consciente de mi excitación.
Después de esto, el autobús prosiguió su marcha sin mayores incidentes y ella se separó de mí. El viaje continuó sin mayores incidentes, aunque a mí la erección no se me bajaba. Estaba muy caliente y ansiaba que aquella chica volviera a apretarse de nuevo contra mí. Ella también parecía pensar lo mismo, pues de vez en cuando, me lanzaba alguna que otra provocativa mirada, dejándome más encendido de lo que ya estaba. Entonces, el autobús se detuvo y ella se bajó en la parada. Yo, sin dudarlo, la seguí.
Fui tras ella por un pequeño rato, hasta que la vi metiéndose en un callejón. Aunque algo reticente, decidí meterme. Una vez allí, la encontré, pletórica y ansiosa de tanto sexo como yo.
No hubo palabras, ni falta que hacían. Nos pegamos como amantes desesperados y nos besamos con ansiedad. Su correosa lengua se adentró en mi boca y relamió cada centímetro de esta. Yo, mientras era besuqueado de esa manera, llevé mis manos hacia el prieto culo de la muchacha, apretando con fuerzas aquel par de redondas nalgas. Se estremeció un poco al notar como la sobaba con total descaro, pero no pareció importarle. Más bien al contrario, le gustaba mucho. Sin embargo, esto no es lo que yo buscaba con deseo.
Me separé un poco de ella y le hice darse la vuelta. Ella pareció comprender enseguida, pues no dudó en pegar su respingón trasero contra mi paquete, comenzando a restregarse. Yo me estremecía de emoción al sentir como aquel par de redondos y apretados glúteos atrapaban mi endurecida polla. Atrapándola en la raja que se formaba entre estos, comenzó a friccionar con fuerza y, pese a que el áspero pantalón vaquero impedía un roce más cercano, se notaba bastante. Ella comenzó un movimiento de sube y baja que masajeaba mi miembro con intensidad, otorgándome un placer indescriptible.
Mientras, yo no me quedaba quieto. Comencé besando su cuello, lamiéndolo y dándole pequeños mordisquitos antes de acabar en su oreja, la cual también mordí, eso sí, con delicadeza. Mis manos no se quedaron en su sitio tampoco y atraparon los senos de la muchacha, envueltos en una camiseta de manga corta azul. Los apreté con suavidad, haciendo que ella emitiera un pequeño gemido. Sus tetas eran pequeñas, pero estaban redondas y firmes. Las notaba duras al tacto. Y contra mis palmas, podía sentir los endurecidos pezones.
Viendo lo cachonda que estaba y que no iba a tardar en hacer correrme, decidí hacerla gozar a ella también. Deslicé una de mis manos por su barriga y la metí por dentro de su pantalón. No tardé en dar con su tanga y al tocarlo, noté la incipiente humedad que lo empapaba. Ella tembló un par de veces cuando mis dedos rozaron la tela que recubría su sexo. Giró su cabeza para mirarme y pude notar sus marrones ojos con un brillo intenso. Le estaba encantado. Sin mediar palabra, la besé en sus finos labios y aparté su tanga. Mis dedos se introdujeron en el húmedo coñito, abriendo los labios y dejando que sus flujos se derramasen por estos. Ella gritó y empezó a menear su culito de manera más rápida.
La abracé con fuerza y besaba su cuello mientras mis dedos le proporcionaban placer. Emitía gritos ahogados al tiempo que mis falanges acariciaban su abultadito clítoris. Describía círculos sobre esa dura pepita al tiempo que mi otra mano aferraba uno de sus pechos, pellizcando el pezón que parecía querer atravesar la camiseta. Ella proseguía meneando su culito, llevándome al paroxismo más desbocado. Volvió a girar su cabeza y nos fundimos en un apasionado beso al tiempo que mis dedos se hundía en su húmeda gruta. Ahogamos los gemidos del uno en la boca del otro, preparándonos para el tan ansiado orgasmo que buscábamos.
Alzó el culo un poco más, causando un roce más placentero en mi polla y yo moví mis dedos en círculo dentro de su coñito, suficiente para que ambos llegáramos al orgasmo. Mientras yo notaba las fuertes contracciones de su vagina junto con la correspondiente cascada de flujos, ella debía sentir mi polla sufrir varios espasmos, clara señal de la gran corrida que estaba teniendo. La apreté aun con mayor fuerza contra mí al tiempo que cerraba mis ojos y apretaba los dientes al sufrir el intenso orgasmo. Ella se convulsionó un par de veces y gritó con fuerza, dejando escapar todo el aire que había en su cuerpo.
Poco a poco nos fuimos recuperando. Saqué mi mano de su pantalón y ella se despegó de mí. Tras esto, nos miramos un instante y, luego, la chica me sonrió de forma muy tierna. Era bastante bonita y lo cierto es que me gustaba mucho. Se acercó y me dio un besito antes de marcharse. Ese era su adiós.
Pero no todos los encuentros tienen lugar de pie. También sentado, a veces, te llevas inesperadas sorpresas.
Una de las cosas que más detesto es pillar uno de eso asientos que están orientados hacia atrás en vez de hacia delante. No es por nada, pero hacen que me maree un poco. Sé que alguno pensaría que lo mejor que puedo hacer es quedarme de pie. En serio, ¿preferiríais pasar todo un viaje de más de media hora de pie dentro de un autobús? Yo, desde luego, no. Así que por eso, si me encuentro con alguno libre, no dudo en sentarme, a riesgo de pillarme un mareo. Además, a veces, puedes ver a las personas que tienes delante y de vez en cuando, te llevas una grata sorpresa.
Eso fue lo que me pasó un buen día. Ya era tarde y llevaba todo el día trabajando. Lo único que deseaba era volver a casa para descansar. Al entrar en el bus, encontré un asiento libre, uno orientado hacia atrás. Resignado, me senté y decidí ponerme los auriculares para escuchar música del móvil y relajarme un poco. Mientras me los ponía, observé lo que tenía ante mí y no tardé en topar con algo interesante.
Justo frente a mí, tenía a un par de chicas bastante bonitas que estaban sentadas justo tras la puerta de salida del bus. Una de ellas, una chica de pelo rizado rubio largo y ojos azules claros, no me quitaba la mirada de encima. Yo aparté la vista un momento para ver por la ventana el anodino paisaje, pero al volverme, me fijé en que ella seguía observándome. No solo eso, me estaba sonriendo de una forma bastante coqueta, lo cual, me sorprendió. Siguió mirándome, esta vez sin ningún tipo de descaro y entonces, le dio un codazo a su amiga, quien estaba absorta con el móvil. Señaló hacia mí y la chica también me sonrió. También era guapa, con el pelo largo marrón claro y los ojos de color miel. Para colmo, su sonrisa era mucho más hermosa que la de su amiga.
Me estremecí un poco al ver que aquellas dos bellezas no dejaban de mirarme. Yo, al principio, creí que solo estaban de broma, pero la rubia comenzó a hacerme señas con la cabeza. A señalarme hacia la puerta. ¿Acaso pretendía que parase en la siguiente parada y bajase? Hice un gesto de indicación y ella asintió, al igual que su amiga. No sabía que pensar. ¿Iban en serio? Mi corazón retumbaba solo de pensar en las excitantes ideas que me venían a la mente, aunque una parte de mí, no se fiaba. Aún quedaba bastante para llegar a casa y bajarme en otra parada, supondría esperar a otro autobús. Y por la noche no es que pasasen demasiados. Pero, ¿y si esas dos querían parar para enrollarse conmigo? Estaba en una difícil encrucijada. Tenía que tomar una decisión y tenía que hacerlo ya.
Al final, pulsé el botón para detener el bus y este se paró. Sin dudarlo, me bajé y pude ver que las dos muchachas también lo hacían. Por su apariencia, debían de tener 18 o 19 años. Esperaba que fuera así porque como tuviesen menos….
Ambas se me acercaron sonrientes y me agarraron una de cada brazo. Luego, tiraron de mí, como si quisieran llevarme a algún sitio. Mirando a las dos, me fijé en que llevaban vestimentas parecidas. Camisetas top que dejaban al aire un atrevido escote y unas minifaldas que cubrían hasta la parte de arriba de la rodilla. Debían ir a una fiesta o, en otro caso, venir de una.
Fueron tirando de mí, adentrándome en aquel vecindario de luces apagadas y calles oscuras. El miedo comenzaba a meterse en mi cuerpo ¿Adónde me llevaban estas dos? Desde luego, no a un sitio confortable y seguro, bien visto. Temía haber metido la pata hasta el fondo y que esas dos estuvieran llevándome a algún sitio donde me esperarían unos tipos armados con navajas para desvalijarme todo lo que tuviera. Y quien sabe si ya de paso, para violarme. Sé que eso último sonaba estúpido, pero cosas peores se escuchaban por las noticias todos los días. Tirando de mí, atravesamos aquel sombrío lugar, mientras yo no dejaba de mirar de un lado a otro, alerta por si algo o alguien intentaba atacarnos.
Una vez salimos de allí, acabamos en un parque. Estaba vacío, ni una sola alma en kilómetros a la redonda. A lo lejos, se veía una parada de autobús, así que por esas, me podía sentir aliviado. Las dos chicas, agarradas a mis brazos, tiraron de mí para arrastrarme hasta un pequeño parque infantil que había allí. Se podía ver lo típico: toboganes, columpios, caballitos de plástico para mecerse y una caseta grande de madera. Una de ellas se acercó a la caseta y abrió la puerta, invitando a su amiga y a mí a entrar dentro. Esperaba que no hubiera un vagabundo dentro durmiendo. De haberlo, yo sería el primero en salir por patas de ese lugar. Afortunadamente, no lo había, así que entramos sin rechistar. Me senté en una banqueta que había allí y las dos chicas se colocaron una a cada lado. Entonces, apoyaron sus cabecitas en mis hombros y colocaron sus manos sobre mi pecho, comenzando a acariciármelo. Yo me sentía un poco extraño con todo aquello, pero por la forma en que me miraban, era evidente lo que iba a pasar.
Primero, besé a la morena. Tenía una boquita de piñón, con unos carnosos labios de color rojo sangre. La chica murmuró un poco mientras succionaba con deseo. Su amiga comenzó a chupar mi cuello y no tardé en corresponderla. Me giré y besé a la rubita con bastante ansia. Ella se estremeció un poquito, al principio, pero enseguida, se lo tomó con la mayor naturalidad del mundo. Nos estuvimos besando un poco más y luego, cambié de nuevo a la boca de su amiga, quien me esperaba deseosa.
Mientras mi boca estaba bien ocupada, mis manos no se quedaban quietas y se colaron bajo las faldas de ambas chicas. Acariciaba sus piernas, suaves y torneadas, se colaban por detrás para manosear sus ricos culitos recubiertos con un fino tanga que dejaba al aire sus turgentes glúteos y luego, se metían en sus entrepiernas, para acariciar sus húmedos sexos. Ambas gimieron al mismo tiempo cuando las tocaba allí. Pero estas tampoco se detenían por nada. Mientras me afanaba por masturbarlas, ambas amigas me acariciaban el torso y sus manos no tardaron en descender sobre mi entrepierna, donde ya se adivinaba un evidente bulto conformado por mi dura polla. Noté como frotaban mi dureza y como sus dedos apretaban el tronco, lo cual, me hizo temblar.
De repente, escuché el sonido de mi cremallera siendo bajada. Al girar mi cabeza, vi a la rubia con una amplia sonrisa de oreja a oreja y, al bajar la vista, fui testigo de cómo desabrochaba el pantalón para luego, colar su mano dentro de este y sacar mi caliente miembro.
Mi polla quedó al fin libre. Larga y un poco ancha, se notaba lo erguida que estaba, surcada de venas y con una cabezota gorda. Ambas chicas quedaron maravilladas ante lo que veían, o al menos, eso denotaban sus rostros llenos de fascinación. Estuvieron así por un pequeño rato en el cual, tan solo se limitaron a acariciarla con una mano y poco más. Al final, fue la rubia quien tomó la iniciativa.
Gemí fuerte cuando sentí su húmeda lengua recorrer mi glande. Y entrecerré mis ojos cuando decidió chupar la punta. Al mismo tiempo, la morena comenzó a lamer el tronco. Contemplé la espléndida escena y quedé totalmente maravillado. La chica morena me miró con picardía y acaricie su cabello, muy excitado al ver cómo me mamaban la polla. Estuvieron así por un ratito, lamiendo, chupando e incluso, atreviéndose a mordisquear. Yo suspiraba con cada leve alteración, incapaz de poder creer que aquello estuviera pasando, pero lo cierto es que, era real. Tras todo esto, la rubia cogió mi polla y se la tragó hasta la mitad más o menos. Se ve que era hasta donde podía llegar.
Emití un fuerte bufido al sentir mi miembro atrapado en esa cavidad tan húmeda y caliente. Su lengua se retorcía envolviendo mi tronco y se notaba como la muchacha hacía gárgaras, tratando de metérsela más adentro. La detuve, no fuera a atragantarse la pobre. Aun así, subió la cabeza e inició un movimiento de subida y bajada, haciendo que mi polla se deslizase por la boca, lo cual me trajo mucho gustito. Mientras, la morena me empezó a besar los huevos y a chupármelos. ¡Me hacía cosquillitas! Después de llevar un rato así, la rubia decidió sacarse mi pene de su boca y se lo entregó a su amiga, quien no dudó en tragárselo. Ella llegó también hasta la mitad pero comenzó a mamármela con mucho entusiasmo. Se notaba que le gustaba más. La rubia, mientras tanto, pasó a encargarse de mis huevos.
El espectáculo era magnífico, pero me dije que no podía dejarlas así a las pobres. Por eso, decidí satisfacerlas y llevé cada una de mis manos hasta el culo de las chicas. Tras sobarlos un poco, introduje mis dedos en las rajitas de sus nalgas y palpé la telita de sus tangas. ¡Estaban chorreando! Sin dudarlo, aparté estas y metí mis dedos en sus húmedos chochitos. ¡Y menudos coños! Bien mojados y estrechitos, se notaba que aquellas chicas estaban recién iniciadas en el sexo. Es más, cuando metí mis dedos dentro de la vagina de la morena, creo que pude sentir el himen de esta. ¡Era virgen!
De esa manera, mientras ellas mamaban mi polla, yo les daba placer con mis dedos, frotando sus clítoris e introduciéndolos en sus mojados conductos. Así nos encontrábamos, sincronizados en una orgiástica acción repleta de sexo y lujuria. Tan solo era cuestión de tiempo que llegásemos al punto límite y todos nos corriéramos. Y eso fue lo que sucedió.
El primer en correrse fui yo. Intenté aguantar todo lo que pude, pero cuando tienes a dos ardientes jovencitas devorándote el aparato con gula, cualquier resistencia es inútil. Ya había aguantado demasiado. Llené el rostro de ambas chicas con sendas corridas mientras sentía mi polla expulsar chorro a chorro. Cerré mis ojos y apreté los dientes ante tanto placer. Tras esto, les llegó el turno a las dos muchachas, quienes temblaron de forma intensa al mismo tiempo que llenaban mis dedos con sus fluidos vaginales. Tras convulsionarse un poco, lograron calmarse.
Ambas alzaron sus cabezas y pude ver que tenían sus rostros repletos de semen. Me preguntaron si estaban guapas y yo les dije que sí. A continuación, volvieron a descender y lamieron mi polla, como si de un helado se tratara, para dejarlo limpio de semen. Luego, se besaron entre ellas, limpiando con sus bocas y lenguas sus caritas llenas de mi corrida. Verlas en ese numerito lésbico estaba empezando a encenderme. La rubia se acercó de nuevo para besarme y luego, la morena fue la siguiente. Estuvimos así por un ratito, hasta que decidieron que ya era tarde y debían irse para sus casas. Eso me dejó algo desilusionad, pero antes de marcharse, intercambiaron los teléfonos conmigo. Algún día, me montaría un buen trio con esas dos.
Como puede verse, los encuentros en autobús pueden tener lugar en los sitios más sorprendentes, pero siempre se suele decir que, si hay un lugar habitual donde uno puede hallar su próximo ligue, es justo en el asiento de al lado. Lo cual, es una burda mentira.
No son pocas las ocasiones en las que veo entrar a una chica preciosa al autobús y tú ya te pones en guardia, deseoso de que ella acabe sentándose a tu lado. No obstante, en vez de eso, pasa de largo o decide que mejor se queda de pie. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que, al final, mientras tú sigues vanamente ilusionado con la idea de que alguna diosa terrenal acabará a tu lado, entonces, una señora cincuentona acaba aterrizando en ese asiento libre, golpeándote con las bolsas de la compra que lleva encima y apretando su gordo culo contra el asiento, aplastándote a ti contra el cristal de la ventana. Eso, si no decide hacer sentar al hiperactivo de su sobrino, el cual no va a parar de moverse y molestarte durante lo que queda de trayecto, ansiando poder agarrarlo y tirarlo por la ventana para que te deje de una vez en paz.
Pero no siempre tiene por qué ser así. A veces, muy pocas, la suerte nos sonríe.
Un día en que el autobús iba más vacío de lo normal, vi entrar a la mujer más hermosa que mis ojos jamás hubieran contemplado. Debía tener más o menos mi misma edad, unos treinta y tantos, pero menudos treinta. Era alta y delgada, con el pelo muy largo y de color negro como el azabache. Piel morena, tostada seguramente bajo el sol de la playa, ojos verdes claros añil y uno labios carnosos que parecían decir, “bésame, bésame mucho”. Como digo, era espectacular. Y se disponía a sentarse justo a mi lado.
A pesar de que el asiento estaba libre, me aparté un poco más para que tuviera espacio. Ella se apartó un par de sus cabellos lisos que ocultaban su bonita cara y me obsequió con una hermosa sonrisa que mostraba su perfecta dentadura blanca. Tras esto, seguimos cada uno a lo suyo, pero de vez en cuando, nos mirábamos el uno al otro de manera un poco estúpida, para que engañarnos. Nos reíamos como dos niños pequeños y empezamos a charlar. Me dijo donde vivía, en que trabajaba, que era lo que le gustaba. Todo muy interesante, aunque mi interés estaba más centrado en ese cuerpazo que tenía ante mí. Sus tetas eran redondas y turgentes y así se mostraban bajo aquella blusa que las hacía muy apetitosas. La falda vaquera dejaba al descubierto sus dos preciosas piernas, que se revelaban como fuertes y perfectas. Sus muslos era anchos y prietos y sus caderas, aunque no podía verlas, seguro que eran curvas y bamboleantes. Y no quería pensar en su culito porque entonces, me daba algo.
El caso es que no podía dejar de mirarla por más que quisiera y ella, para mi sorpresa, se percató de ello. Sin ningún recato, me preguntó si le atraía y yo, alucinando como estaba, se lo reconocí algo avergonzado. De repente, ella se acercó y me plantó un beso increíble en la boca. Sus labios eran muy suaves y el leve roce de estos contra los míos, me llevaron al séptimo cielo. Y salté al décimo de forma directa cuando su lengua se introdujo en mi boca, revolviéndola por todos lados. El beso fue intensificándose cada vez más al tiempo que mi mano acabó en una de sus piernas y se dirigía hacia el interior de la falda pero entonces, ella me detuvo.
Yo tenía ganas de más, pero antes de que pudiera decir algo, la chica pulsó el botón para que el bus se parase y se levantó. Me quedé atónito ante esto, más cuando veía que ella se iba a bajar en esa parada, no dudé ni un segundo y fue tras su paso. Ya una vez abajo y viendo que el autobús se alejaba, me pregunté si había tomado la decisión correcta. Viendo a la espléndida belleza que me contemplaba, era evidente que sí.
Juntos de la mano, fuimos hasta su apartamento. Yo estaba muy nervioso, pues he de reconocer que jamás había estado con una mujer tan guapa e increíble como ella. Ya una vez dentro de este, me llevó al comedor y me dijo que me pusiera cómodo. Sentado en el sofá, esperé paciente a que volviese y lo hizo, con una botella de vino y un par de copas. Me quedé atónito cuando me sirvió una. Se notaba que venía dispuesta a ponernos a los dos a tono. Puso algo de música relajada y nos bebimos la botella en un santiamén. Hablamos más que de trivialidades, pero nuestros ojos no se podían apartar el uno del otro. Era evidente lo que deseábamos.
Para cuando la botella estaba ya vacía, yo me encontraba algo borracho. No es que estuviera ciego perdido, pero me sentía en ese estado que muchos llaman “contento”, o más bien, “achispado”, con ese calorcillo recorriendo tu cuerpo y sintiéndome más divertido e ingenioso que de costumbre. Ella también estaba algo animada, pero la notaba más capaz de controlarse que yo. El caso es que me quitó la copa y junto a la suya, las dejó sobre la mesa. Luego, me miró con ese par de preciosos ojos que me dejaron hipnotizado. Era una mirada llena de sensualidad y deseo, una mirada de alguien con ansias de pasión desenfrenada. Y yo se la iba a dar.
Sin dudarlo ni un segundo más, me abalancé sobre ella y comenzamos a besarnos como dos desesperados. Nuestras lenguas iniciaron una intensa lucha en el interior de nuestras bocas, retorciéndose la una contra la otra e intercambiando saliva, al tiempo que nuestras manos palpaban cada centímetro de cuerpo que hallaban. Yo amasaba su culo prieto y redondo mientras que ella acariciaba mi pecho bajo la camiseta. Nos separamos, mirándonos de forma intensa. Podía percibir el deseo ignifugo en esos ojos que me llamaban para quemarme. Sin perder más tiempo, nos levantamos y fuimos directos a su cuarto.
Con rapidez, nos arrancamos la ropa, haciéndola volar por la estancia. Mis pantalones acabaron sobre su escritorio, su sujetador en la cómoda que había la lado de la cama, mis calzoncillos sobre el monitor de su ordenador. Daba igual donde acabara cada prenda, ya la recogeríamos la mañana siguiente. Si es que había ganas de recuperarlas, claro.
Ya desnudos por completo, ella fue quien me lanzó sobre su cama. Se evidenciaba quien era el que tenía la iniciativa en este asunto y por mí, no había problema. Desde ahí, podía contemplar su espléndida anatomía. Su cuerpo se mostraba perfecto, recorrido por unas sensuales curvas que le conferían una erótica figura. Se apartó los mechones de largo y liso pelo negro, dejando al descubierto su perfecta delantera. Tenía unas tetas redondas y firmes, grandes y turgentes, provistas de un pezón pequeño y puntiagudo. Su vientre era plano y sus caderas, pronunciadas. Sus piernas eran largas y estilizadas, aunque se notaban también musculadas. De hecho, la chica poseía un cuerpo bastante atlético. Era evidente que debía de hacer mucho ejercicio. Mi vista recorrió ese maravilloso monumento que era su cuerpo hasta que acabó posándose en su entrepierna. Tan solo se adivinaba más que una mera línea de vello púbico oscuro y se podían ver sus labios mayores de la vagina, claramente abiertos y ansiosos por devorar una buena polla. Eso también percibía en sus recelosos ojos.
Sin perder más tiempo, se colocó encima de mí y agarró mi bien duro y largo mástil, el cual, no tardó en meterse dentro. Muy pronto, me vi rodeado por la húmeda calidez de su coñito que además, para sorpresa mía, estaba apretado. No es que fuera estrecho, pero se ajustaba a la perfección al tamaño del miembro. Pude ver como sus ojos se tornaban en blanco al tiempo que una expresión de excitación se formaba en su cara. Le gustaba sentir mi dura barra de carne en su interior.
De esa forma, comenzó a moverse, siendo atravesada por mi polla. Yo sentía el recorrido de mi miembro por su fluido conducto vaginal con bastante facilidad. La chica arreció con sus movimientos, notando como cerraba sus ojitos y emitía fuertes gemidos. Llevé mis manos hasta sus apetitosos senos y pellizqué sus pezones, añadiendo más placer al evento. Poco a poco, la situación se volvió más intensa. Me incorporé y besé sus tetas, chupando y lamiendo sus duros pezones para, a continuación, besarla en su boca. De repente, se puso tensa y emitió un fuerte grito. Estaba teniendo un buen orgasmo, algo que pude notar mejor por las contracciones que sentía en mi envuelto pene. Pero aquello no había hecho más que empezar.
Agarrándola con fuerza de sus majestuosas nalgas, inicié un movimiento hacia delante y atrás, deslizando mi polla con mejor fluidez por todo su coño al tiempo que yo alzaba mis caderas para clavarla mejor. Cada estocada hacía que ella emitiese un agónico grito. Yo no paraba de moverme, buscando que ella se corriera de forma rápida. Sentía mi cuerpo recorrido por copiosas gotas de sudor y como mi corazón parecía a punto de estallar por los fuertes latidos que emitía. La besaba por todos lados. Cara, cuello, orejas. Nada escapaba a mis labios y lengua. Sus tetas botaban contra mi pecho y mi entrepierna estaba mojada por los fluidos expulsados. Se corrió otra vez, temblando de la excitación que la recorría. Y yo, no iba a tardar en seguirla.
Me recosté de nuevo sobre la cama y pude contemplar como ella seguía moviéndose desatada, como si estuviera envuelta en una salvaje danza. Se desplazaba de arriba a abajo, clavándose mi polla lo más profundo que podía, apretando sus tetas con sus propias manos y pellizcándose los pezones. Emitía fuertes chillidos, clara señal de que iba a venirse de nuevo y a mí, tampoco me quedaba demasiado. Reanudando mis movimientos, la agarré de la cintura y la guie para que se moviera con más soltura. Alzó su cabeza, profiriendo el gemido más fuerte e increíble que jamás escuché y tuvo un nuevo orgasmo. Todo su cuerpo entero se agitó de pies a cabeza, convulsionándose con violencia, como si un rayo proveniente de una agitada tormenta hubiera impactado en ella. Volví a notar los succionadores movimientos de su vagina al sufrir la repentina explosión de placer y esta vez, sí, me corrí como si no hubiera un mañana. El estallido de semen fue espectacular y un potente chorro salió disparado, siendo el primero de varios que recorrieron la vagina de la chica. Cada disparo era una súbita descarga de placer que se arremolinaba en mí como un torbellino. Me sentí nublado, como si mi mente se evaporase ante el maravilloso éxtasis.
Calmándome, pude notar como el cuerpo de ella se desplomaba encima de mí. La agitación nos fue abandonando de forma lenta y nuestras respiraciones sonaban resonantes y contenidas. Nos miramos y sonrisas de satisfacción se formaron en nuestros rostros. Había sido algo tan intenso y magnifico que simplemente, no podía creer que hubiera ocurrido. Pero pasó y estaba lejos de haber concluido.
Sonriéndome con malevolencia, se sacó mi polla de dentro de ella y se la metió en su boca sin mediar palabra. Al principio, tan solo la lamía, limpiándola del semen que había quedado retenido, pero en cuanto se puso dura, se acomodó y me hizo una espléndida mamada como nunca antes me habían hecho. Se tragó la polla entera, metiéndosela hasta su garganta, lo cual me dejó alucinado. Ninguna mujer me había hecho algo así. El caso es que como acababa de recién correrme, pude aguantar más de lo que esperaba y así, pude gozar de la mejor felación que jamás había experimentado. Lamió, chupó y mordisqueó hasta que no pude resistirme más y descargué toda mi lefa en su boca. Fue la mayor cantidad de leche que jamás había expulsado y se la tragó sin ningún problema. Se la notaba satisfecha y todo.
Cuando creí que todo parecía acabado, la chica se sentó encima de mí, restregándome su encharcado coño por toda mi cara. Sin dudarlo, empecé a lamer ese dulce manjar lleno de sus fluidos y de los míos. Y aquello no fue nada. Tras más de 15 minutos sentada sobre mi rostro, donde no paró de gritar y retorcerse del placer que le provocaba, se quitó de encima y se puso a cuatro patas sobre la cama. Me señaló a su armario y tras inspeccionarlo, hallé un bote de lubricante. Ya sabía lo que ansiaba con tantas ganas. Embadurné mi polla, llené su ojete y sin dudarlo, metí la metí en su ano, iniciando así la primera sesión de sexo anal que tenía en mi vida. Fue espectacular ver como su culito devoraba mi polla y se sentía tan apretada dentro. Se empezó a mover de delante a atrás mientras yo la aferraba de las caderas y embestía como una bestia en celo. La apoteosis llegó cuando me corrí dentro de ella. Y aquel, no iba a ser el último polvo. Gracias a unas buenas reservas de RedBull que ella poseía, nos pegamos una sesión de sexo espectacular como nunca antes se había hecho. Nuestros gritos debieron resonar por todo el barrio e incluso, la misma ciudad.
Y eso es lo que puede suceder si viajas en autobús. Al menos, eso es lo que estoy esperando que me pase porque de momento, nada. Y es que lamentablemente, lo que os acabo de contar es más fruto de mi calenturienta mente que de la realidad. Mi experiencia con chicas guapas y jóvenes en transporte público tan solo se limita más que a incomodas miradas y la triste ignorancia por parte de estas.
De momento, la única que muestra cierto interés es una señora cincuentona, repleta de bolsas de la compra y con un insoportable sobrino que no para de pegar saltos justo delante nuestra. Me está mirando constantemente y por la expresión de su rostro, parece que le gusto. Una parte de mi me grita que huya, pero la otra me dice que igual, no todo es tan malo. En fin, como se suele decir, ¡en peores plazas hemos toreado!