Lo que pasa en el Congreso...II

El Congreso sigue y mi relación con gloria también progresa

LO QUE PASA EN EL CONGRESO… II

Tardé mucho en dormirme. No hacía más que repetir en mi mente lo que había pasado, aquellos dos besos tan ... estupendos, porque habían sido estupendos. No podía negarlo. Y venga a darle vueltas al momentazo enfrente de la puerta abierta de su habitación. Y venga a darle vueltas a conclusiones y consecuencias: que si Gloria era amiga de Natalia; que si ella y Joaquín eran íntimos amigos nuestros; que si..., que sí... Pero no podía negar que los besos me habían gustado un disparate, que me había excitado mucho, mucho y que, sobre todo, fuese ella, Gloria, quien hubiera tomado la iniciativa.

Total, que el domingo amanecí a las diez menos cuarto. Ya puestos, me vestí con calma, perdí el desayuno que duraba hasta las diez y aterricé en el salón del congreso casi a la hora del coffee break. Me instalé en una de las últimas filas y busqué a Gloria con la mirada. La localicé sentada en una de las primeras filas, entre sus dos chevaliers servants. Miraba hacia atrás de cuando en cuando hasta que me vió y me saludó con una sonrisa y agitando la mano.

A la hora del café me acerqué a los tres. Armando me comentó que óomo se notaba que yo ya había trabajado en el congreso, pero que él todavía tenía que hablar al día siguiente a las 10. Gloria me comentó en voz baja que seguía muy nerviosa. Su intervención era a segunda hora de la tarde. Le dije que no se preocupara tanto, que en la hora anterior hablaríamos y que ya vería cómo se tranquilizaba. La verdad es que no tenía ni idea de qué hacer. El almuerzo fué tranquilo, tipo buffet, y pasó oyendo las machadas de Armando y las tonterías, a veces muy graciosas, de Salva.

Al comenzar la primera exposición de la tarde, a las 3, le hice una seña a Gloria y nos fuimos hasta el pub inglés que había en el enorme lobby del hotel. Allí pedí una valeriana para ella y volví a repetirle la canción: eres la que más sabe del tema, los demás vienen dispuestos a oirte y a aprender, expones muy bien, eres atractiva –le dije que aunque sonase machista era un punto a su favor--. Pero nada, ni con la valeriana. Entonces tuve una idea y le dije:

--Si tuvieras que contarme a mí solo tu exposición, ¿te pondrías nerviosa?

--Claro que no –me dijo ella--, pero no es lo mismo. A tí te conozco, eres amigo, sabes de qué va, estarías atento..., si encima estás solo sería muy distinto.

--Pues entonces –le contesté--, vamos a hacer una cosa. Olvídate del resto del mundo. Vas a hablarme a mí; vas a darme la ponencia sólo para mí. Estaré en la primera o segunda fila. Mírame, habla para mí, dilo incluso, no te importe que la gente se dé cuenta. Olvídalos.

Me miró muy seria, pero algo me dijo que había dado en el clavo. Me apreto una mano con la suya y me dijo:

--Puede que tengas razón. A ver si puedo hacerlo así.

Y así lo hizo. Santa palabra. Empezó a mirarme mientras la presentaban y no dejó de mirarme ni un segundo durante toda la exposición. Estuvo muy brillante, en algún momento irónica, en otros, aguda. En fin, en su alto nivel habitual. Una buena ovación y yo levanté la mano para hacer la primera pregunta, pactada previamente, claro está. La contestó muy bien y así fue haciéndolo con las demás. Más aplausos y me acerqué a felicitarla. Dos besos en las mejillas. Estaba ruborizada, pero sus ojos brillaban de puro contento y me dijo en voz baja:

--No sé cómo darte las gracias. ¡Ha funcionado!.

Se acercó Armando. También la felicitó con dos besos. Lo mismo Salva y más congresistas. La verdad es que Gloria tiene un encanto especial exponiendo. Al cabo de un rato, cuando la ponencia final de la tarde iba a comenzar, estábamos los cuatro solos y Armando dio:

--La verdad, Gloria, es que estoy muy celoso. Parecía que sólo le hablabas a éste y a los demás que nos dieran...

Éste era yo, claro. Y entonces entré y dije:

--Bueno, ya está bien. Creo que Gloria querrá descansar un rato hasta la cena. Quedas dispensada de oir esta ponencia. Te acompaño a tu habitación.

Fui tan tajante que los otros dos no se atrevieron a decir que ellos también iban. Llegamos a su habitación y ella me abrazó y me dijo:

--De verdad que ha sido por tí. Si no, hubiera salido corriendo. Pero he hablado como si estuviera contándote a tí la ponencia, sólo a tí.

Yo le dije:

--Lo que tienes que hacer ahora es descansar. Voy a prepararte un baño de espuma. Te metes a remojo y sales una hora antes de la cena. Te pones guapísima y yo vendré a recogerte a las nueve menos cuarto para bajar al comedor. Ya has sido la reina del congreso. Ahora quiero que seas la reina de la noche.

Dicho y hecho. Entré, abrí el grifo del agua, gradué la temperatura, busqué entre los frascos del baño uno de gel y cuando lo encontré vertí una buena cantidad debajo del grifo. La espuma enseguida empezó a crecer. Volví a la habitación y aún estaba allí Gloria sentada en la cama mirando por la ventana. Me acerqué a ella y le dije:

--Hale, ya la tienes. Creo que he dado con la temperatura. Paso a la hora que te he dicho. --Y le dí un beso en la frente. Ella levantó la cabeza y me miró como si quisiera más, le pellizqué suavemente la nariz con mis dedos índice y corazón y me marché.

A las nueve menos cuarto llamé a su puerta. Yo no me había cambiado más que de camisa y seguía llevando una blazier azul marino y unos pantalones color crema y mocasines burdeos. La camisa azul claro y la corbata con dominante rojo. Me abrió enseguida, pero me dijo que no pasara dentro de la habitación que saldría pronto. Me imaginé que sería para que no viera el desorden cósmico que una mujer suele dejar después de arreglarse. Así que cerré la puerta y me apoyé contra ella. Apenas dos minutos después salió del cuarto de baño y casi me quedo sin respiración. Estaba preciosa, no, lo siguiente. Había cambiado el discreto traje pantalón que había llevado todo el día. Llevaba un blusón blanco que le llegaba a medio muslo, ceñido en la cintura por una cinta o pañuelo azul celeste. Unos pantalones también blancos y sandalias de tacón mediano. Un discreto collar, un maquillaje muy suave, también discreto, sombra de ojos, solamente un toque. Apenas pude balbucir:

--Estás impresionante.

Ella dió un par de vueltas sobre sí misma para que pudiera apreciar el efecto pleno y preguntó con tono casual:

--Entonces, ¿te gusto?

Capté la pregunta. No me había preguntaba si iba bien, sino si me gustaba. Claro que me gustaba. Gustaría a cualquiera porque estaba radiante. Sus ojos brillaban. Me acerqué, volví a besar su frente y le dije:

--Estás fuera de concurso para reina de la noche. Las demás sólo podrán pelear por el segundo puesto, muy lejos, muy lejos del primero que ya tiene dueña.

--Qué idiota eres. Como si no hubiera unos bellezones de veinte años que os quitan el hipo. Las de casi cuarenta no podemos pelear con ellas, con sus escotes, sus minis y su piel. Tan suave, tan tersa...

--Hay una cosa, Gloria, que se llama clase. Y la clase no sólo no se pierde, sino que aumenta con el tiempo. Y a tí se te escapa la clase por todos los lados.

--Lo dices porque me miras con muy buenos ojos. Pero eso me encanta.

Mientras hablaba había cogido su bolso, la tarjeta de la habitación. Salimos, cerró y se colgó de mi brazo. “Hala –me dijo, mientras me miraba con una sonrisa--, vamos a cenar y a torear a Armandito”. Me hizo gracia su frase. Mientras andábamos por el pasillo hacia los ascensores, le hice un comentario idiota. Le dije que el que las mujeres fueran del brazo de los hombres me parecía algo machista para ellas, porque era como hacerlas dependientes. Ella me preguntó, “¿Y cómo se supone que tenemos que ir?”. Yo le dije muy serio, “De la mano. Creo que es lo más igualitario. Lo que pasa es que si te ven a tí colgada de mi brazo, todo el mundo pensará que vamos asi porque somos muy amigos, pero si vamos de la mano pensarán que somos pareja”. Se echó a reir y me dijo “Joder, qué fino hilas”, pero se soltó y me cogió la mano. Así entramos en el ascensor donde había un par de congresistas que nos saludaron muy educadamente. De la mano salimos del ascensor y de la mano recorrimos el lobby camino del comedor.

Nada más entrar, Armando nos llamó desde lejor indicándonos que teníamos sitio libre en su mesa. Lo había, pero aquello era o toda una encerrona o una declaración de intenciones. En la mesa redonda, el sitio reservado a Gloria era entre Salva y Armando. A mí me colocaron casi enfrente, al lado de una muchacha muy joven y muy guapa que reonocí como una de las azafatas del congreso. No sabía que también estaban invitadas a la cena. Al sentarse, Gloria me miró muy significativamente.

La cena fue muy buena y, después, la historia de la noche anterior casi se repite exactamente. Discoteca, canciones movidas al `principio, luego canciones más lentas a medida que avanzaba la noche. Gloria, desde luego, fue la reina de la fiesta. Bailó las movidas con gracia y estilo, con todo el mundo, congresistas u otros clientes del hotel. Porque todo el mundo quería bailar con ella. Su encanto había eclipsado el de las azafatas veinteañeras.

Cuando llegó la tanda de canciones lentas, Armando se acercó a Gloria, que seguía en la pista, y la invitó a bailar. Él de nuevo tratando de pegarse a ella y ella manteniendo su distancia de seguridad. A la cuarta o quinta lenta acudí al rescate. Armando se marchó con cara seria y Gloria me echó los brazos al cuello y se pegó completamente a mí, igual que el día anterior. Sentí su cuerpo y empecé con una erección bien fuerte. Su perfume era distinto del de la víspera y se lo dije. Me contestó que si me gustaba más y le dije que sí. Seguimos bailando pegados como lapas hasta que volvieron las rápidas y volvimos de la mano a nuestra mesa. Diez minutos después Gloria dijo que dar la ponencia la había desgastado mucho y bailar tanto había terminado de rematarla y que se iba a la cama, se despidió de Armando, le hizo un gesto a Salva que estaba en la barra con una azafata y me preguntó si la acompañaba. Armando no pudo decir nada y salimos los dos al lobby y al ascensor.

Al llegar a su habitación abrió la puerta, pero no se volvió para besarme. Tiró de mi mano y me metió dentro mientras cerraba. Diez segundos después su boca estaba buscando la mía, su lengua mi lengua y nos dimos un beso apasionado y eterno. Jadeaba cuando se separó de mí mientras me miraba con unos ojos brillantes que eran toda una invitación. A esas alturas yo ya no regía y creo que ella tampoco. El deseo había sustituido a la razón. Mi empalme era brutal; hacía mucho que no lo tenía así. Empecé a besarle la frente, los ojos, la nariz, los labios, el cuello. A la vez traté de desatar el pañuelo que usaba como cinturón. No pude y ella me ayudó. El blusón se lo quité yo y el sujetador, entre los dos. Quedaron al aire sus pechos, pequeños y firmes, que me hcieron decir que maldita la falta que le hacía el sujetador. Sus pezones eran pequeños y oscuros, pero tiesos y duros como rocas. Mi boca tomó posesión de uno y mi mano izquierda del otro. Con la mano lo pellizqué cada vez con más fuerza. Con la boca mordí el otro, también con fuerza. Gloria miraba hacia arriba con los ojos cerrados y gemía cada vez más alto. De vez en cuando la besaba y ella me correspondía con pasión. La senté en la cama, me arrodillé, le quité las sandalias y comencé a bajarle los pantalones. No se opuso; al revés, colaboró. Su braguita, delicada, voló inmediatamente y su pubis, con muy poco vello, quedó ante mi vista sin que hiciera nada por cubrirse. MI mano comenzó a acariciar su rajita, deteniéndose en su clítoris. Estaba muy mojada y jadeaba y gemía alternativamente. Me quité la chaqueta y la camisa. Ella se quejó de la interrupción. Pero fue breve. Metí dos dedos en su vagina y mi boca comenzó a succionar su clítoris. Cada vez estaba más mojada hasta que al cabo de un par de minutos se corrió con un grito que trató de ahogar, con poco éxito, tapándose la boca. Yo seguí chupando y moviendo mis dedos dentro de su cuerpo y ella siguió jadeando y gimiendo hasta que volvió a correrse. Este segundo orgasmo fue más fuerte aún que el primero y ya no lo reprimió: gritó bien alto varias veces. Luego se quedó tendida en la cama como desmadejada, momento que aproveché para desnudarme por completo, tenderme junto a ella y seguir besándola por todo el cuerpo. Parte interna de los muslos, vulva, clítoris, vientre, pechos y pezones. Gloria se había corrido dos veces, pero quería más. Me preguntó en voz baja:

--¿Tienes condones?

No tenía, claro. Nunca se me hubiera ocurrido que iría a pasar lo que  estaba pasando. No nos importó no tener condones. Yo segúi acariciando todo su cuerpo y ella me hizo una estupenda paja. Nos corrimos los dos casi a la vez, yo sobre su cuerpo: vientre, pecho y cuello. El tercer orgasmo de Gloria fue aun más fuerte, intenso y largo. Se quedó jadeante, con los ojos cerrados durante un tiempo. Luego los abrió y contempló su cuerpo, cubierto de mi semen, pero no hizo intención de limpiarse. Me abrazó, pringándome de mi propio fluido. Y me susurró:

--¡Madre mía! Qué locura. Estoy agotada. Ha sido..., ha sido..., no tengo palabras. Pocas veces me había corrido tantas veces seguidas y tan fuertes.

La besé en la boca, con fuerza. Mi lengua buscó la suya y las dos estuvieron largo rato jugando. Cuando nos separamos hice amago de levantarme para irme. Ella me lo impidió y me dijo en voz baja:

--Estamos locos, pero bendita locura. Mañana será otro día y podré pensar. Quédate a dormir conmigo.

Y eso hice, claro. Quién podía rechazar una invitación así.