Lo que pasa en el congreso...

Un Congreso científico es como una isla en la actividad profesional y académica. Por eso, lo que pasa en él, queda en él.

LO QUE PASA EN EL CONGRESO…

Lo que pasa en el campo queda en el campo. Eso dicen los futbolistas de los rifirrafes y grescas que tienen lugar durante un partido. Luego se olvidan y hasta se van de cañas juntos.

Lo que pasa en un Congreso también queda en el Congreso. Realmente un Congreso es como una isla en la actividad profesional y científica de una persona: distinta gente y normalmente, distinto lugar. A veces, sitios muy apetecibles. Como Cancún, donde tuvo lugar este sucedido auténticamente eral que me ocurrió hace unos años. Fue en un congreso sobre turismo organizado por la Universidad del Caribe y en concreto por Arsenio J., profesor de esta universidad y buen amigo.

Allí fuimos invitados cuatro españoles. Ella y tres más. Ella era Gloria, profesora de la misma asignatura que yo en una universidad andaluza situada en una ciudad costera de aires africanos. Uno de los españoles era Armando, profesor en otra universidad andaluza, simpaticó a la andaluzan, relativamente buen mozo y, sobre todo, muy pagado de sí mismo. Otro español era Salvador, “Salva”, profesor de turismo en una universidad del norte. Muy agradable, con cara de pícaro, caía muy bien a todo el mundo y sabía sacarle partido a esa cualidad. El cuarto era yo, José Félix, nombre que no me gustaba nada y que afortunadamente mi familia e íntimos apocopaban en Jose, así, sin acento. En aquel momento era catedrático en una universidad del levante español.

Gloria merece unas líneas más. Es muy guapa, lista y simpática; y brava como ella sola. Éramos muy amigos, amistad nacida cuando yo estaba destinado en la universidad de su ciudad. En realidad, era muy amiga de mi mujer, tanto que yo las llamaba de guasa las siamesas porque pasaban juntas todo su tiempo libre, chafardeando y cuidando de los niños, que entonces eran bebés. El marido de Gloria, Joaquín, es también un tipo encantador, así que las dos parejas éramos casi inseparables, salíamos juntos, cenábamos en nuestras casas, paseábamos con nuestros hijos. Todo ello, con una corrección sin límites y sin un mal rollo.

Cuando ocurrió lo que ahora voy a narrar, Gloria tenía 33 años, uno más que Natalia, mi mujer, y 12 menos que yo. Sí; a Natalia le paso 13 años. El mío fue un matrimonio tardío y el suyo precoz, pues apenas tenía 21 años cuando nos casamos.

Hecha la presentación de los potagonistas de esta historia, hay que volver al Congreso. Su calendario era absurdo, porque comenzaba un viernes y terminaba el martes siguiente con una cena de gala. Luego supimos que había sido desplazado por otro congreso, supuestamente más importante –era de médicos--, que había robado al nuestro las mejores fechas: de miércoles a domingo.

Como Natalia iba a acompañarme a Cancún, reservé, desde el miércoles siguiente a la clausura del congreso hasta el domingo, habitación en un complejo hotelero estupendo de la Riviera Maya, a muy buen precio porque Natalia era amiga de uno de los yernos del dueño. De hecho, teníamos una suite junior que estaba mejor que bien, en primera linea de playa. Pero al final Natalia tuvo que quedarse en España. Un asunto profesional importante y urgente reclamó su presencia en Valencia durante casi toda la semana del congreso. ¡Vaya puntería! Así que tuvo que resignarse a no viajar a Cancún, aunque eso sí, con un cabreo importante y la promesa por mi parte de que iríamos ese mismo verano  y al mismo complejo hotelero. No anulé la reserva, por lo que me ví convertido en feliz usuario de una suite estupenda durante cuatro días, hasta aquel domingo, fecha de mi regreso a España y a mi ciudad.

El viaje de ida a Cancún fue bueno. Los cuatro españoles lo hicimos en el mismo vuelo. Gloria y Armando, estaban sentados en butacas contiguas. Salva y yo nos buscamos la vida. Tuve la suerte de conseguirun pasillo, que permite estirar las piernas. El viaje fue un coñazo, como todos los viajes transoceánicos, más largo que un dia sin pan. Tengo bastante experiencia en viajes así. Por eso, en cuanto nos retiran el almuerzo o la cena, me coloco los auriculares –míos, porque los que dan las comapañçias son malísimos—y me pongo a oir música, normalmente clásica, y a dormitar lo que pueda.

Pero todo tiene un fin y terminamos llegando a Cancún. Allí ya nos estaba esperando un transfer que nos recogió y nos llevó al hotel, un hotelazo junto a la playa de Cancún, es decir, en la zona turística y fuera del núcleo de población. Todos nos fuimos a descansar enseguida. Particularmente yo, porque mi intervención abría el congreso –deferencia de Manolo-- y tenía que estar fresco a pesar del jet lag, aunque, cuando viajo hacia el oeste, lo combato muy bien asumiendo que es una trasnochada larga.

Por eso expuse muy bien –bueno; eso me dijeron todos-- la ponencia inaugural, que consistió básicamente en narrar el núcleo esencial de la protección del turista, como consumidor que es, y en distribuir el juego hacia temáticas más concretas que se desarrollarían en las diferentes sesiones y paneles que iban a tener lugar en los días siguientes. Mi aportación científica ya había acabado. De ahí en adelante sólo tendría que pulular y dejarme ver por las distintas sesiones y, si acaso, formular alguna pregunta “inteligente” o matizar alguna intervención. Vida muelle. Es lo bueno de ser estrella invitada y empezar pronto.

Al acabar mi ponencia se me acercó Gloria, me dió dos besos, me felicitó y me dijo que le había gustado mucho. “Tú no cuentas –le dije--, que eres muy amiga y no eres nada neutral”. “Idiota --me contestó--, si no lo pensase no te habría dicho nada. Otras veces te he criticado”. Fuimos a tomar un refresco y me comentó. Ella hablaba el domingo por la tarde y me dijo que estaba muy nerviosa porque era su primera experiencia en un congreso internacional. La tranquilicé lo mejor que pude, en especial haciéndole ver que era de lejos la que más sabía de su tema y que no tenía que tener miedo ni a su exposición ni a las preguntas. No sé si tuve mucho éxito por lo que luego contaré.

Durante el almuerzo, tipo buffet, ya pude observar cómo Armando desplegaba sus artes alrededor de Gloria. Esaba claro que iba a por ella. Un par de veces ella me miro elevando los ojos como pidiendo ayuda, pero Armando se la había llevado a una mesa donde estaban rodeados de alemanes con los que él podía hablar, porque lo chapurreaba, pero ella no, porque no tenía ni idea, con lo cual estaba confinada o, mejor, prácticamente presa. Yo le respondía desde lejos, en plan paciencia y a barajar. ¡Qué se le va a hacer!

El resto del viernes pasó con tranquilidad. La cena fue igual que el almuerzo, pero esta vez pude situarme a la izquierda de Gloria; lo que no pude fue impedir que a su derecha se sentara Armando y enfrente Salva. Si no fuera porque a Gloria no le hacía maldita la gracia, hubiera sido hasta divertido ver cómo los dos le tiraban los trastos. Porque Salva se sumó con entusiasmo al acoso. Tanto que a los postres no pude remediarlo y le pregunté a Gloria en plan coña “Pero, niña, ¿qué les das, que los tienes de rodillas y a tus pies? Vaya par de chevaliers servants que te han salido”. Ella, con una sonrisa algo sarcástica, me respondió: “¡Qué dos! La noche que me están dando. Si no fuera porque aun estoy reventada me iría contigo a la discoteca a tomar una copa y a despejarme”. Justo eso es lo que propuso Armando un segundo después, pero Gloria rehusó y dijo que se iba a dormir que andaba muerta por el jet lag. Yo tuve la tentación de apuntarme a la disco, pero, aunque ya había superado el jet lago, preferí retirarme también y me fui con Gloria. Su habitación y la mía estaban en el mismo piso. La dejé en la suya con un “ciaooo” y me fui a la mía.

Dormí como un príncipe y al día siguiente en el buffet del desayuno ví a Armando y Gloria desayunando juntos y hablando animadamente. Ellos estaban terminando, pero me acerqué a saludar y le pregunté a Gloria si habia descansado bien y cómo se encontraba. Me dijo que había dormido muy bien y que estaba “casi” en forma. Y al decir “casi”, giró los ojos hacia donde estaba Armando. Mensaje recibido y misión rescate en marcha.

El resto del sabado transcurrió sin incidencias dignas de mención. Como en todos los congresos, las ponencias fueron irregulares, muy buenas algunas, menos buenas, otras. En comida y cena me coloqué siempre al lado de Gloria, pero no pude evitar que Armando y, en menor medida, Salva estuvieran al otro lado o en los aledaños. De todos modos fue mejor que el primer día. Por eso seguramente Gloría se animó a ir a la discoteca acompañada de sus “tres caballeros”. La idea era tomar allí una copa y luego, cada mochuelo a su olivo. La disco era muy agradable, pero de estilo antiguo: bola de reflejos, disparos laser, en fin, lo de la Europa ochentera. Y la música también. Se ve que el DJ había visto el perfil de los congresistas y empezó a largar música setentera y ochentera, que a mí particularmente me encanta.

Pedimos copas y estábamos tranquilos, en una buena mesa, viendo a la gente bailar con Chuck Berry, Gloria Gaynor y demás coetáneos. El DJ, con una habilidad extrema, empezo poco a poco a poner canciones más lenas hasta llegar a las lentas, lentas. Entonces Armando sacó a bailar a Gloria. Ella me miró con cara de circunstancias, pero, claro, no podía decirle que no. Salva puso la misma cara, pero no dijo nada. Me fijé en cómo bailaban. Estaba claro que Armando quería pegarla a él y Gloria, con habilidad, apoyaba sus antebrazos en el pecho de él, pero sus brazos creaban una distancia insalvable entre su cuerpo y el de Armando. Estaban en ángulo recto y hubiera tenido que rompérselos para acercarla a él. Msu actitud me recordaba los guateques de mi adolescencia. Salva los miraba y en un momento dado me miró, se fue a la barra a pedir otra copa y, al cabo de unos minutos, le ví dando palique a una de las azafatas del congreso que se había dejado caer por allí. Un bombón de larga melena negra como el carbón. La chiquilla era preciosa y los dos parecían estar muy a gusto. Tres canciones después me acerqué a la pareja de bailarines dispuesto a salvar a Gloria, No soy muy bailón, pero por una amiga cualquier cosa. Seguían bailando igual, bien separados. Y le dije a Armando algo así como que había llegado mi turno.

No puso buena cara, pero tampoco podía decir que no. Se retiró y me cedió el lugar. Puse mis manos sobre las caderas de Gloria y ella las suyas sobre mi pecho, pero se acercó a mí de forma que nuestros cuerpos se rozaban. Nos miramos un instante a los ojos y entonces ella enlazó sus brazos por detrás de mi cuello y se pegó completamente a mí. Había echado hacia atrás su pelo, de forma que nuestras mejillas quedaron en contacto y sentía su respiración en mi cuello. Su perfume llegó hasta mi olfato. Me gustó y se lo dije: “Me gusta tu perfume”. Y ella, sin separarse contestó: “Me gusta que te guste”. Empecé a tener una erección que ella tenía que haber notado, pero no se retiró ni un milímetro. Nuestros cuerpos seguían completamente pegados. Y aún me atreví a decirle:

--También me gusta sentirte así, pegada a mí.

Me horrorizó mi propia osadía. Nunca antes se me hubiera ocurrido decirle eso a Gloria. Claro que nunca antes habíamos bailado así. Pero no se enfadó ni se retiró. Echó hacia atrás la cabeza, me miró con una leve sonrisa y volvió a enlazar sus brazos tras mi cuello, casi con más fuerza que antes. Y me comentó, pegando su boca a mi oreja: “Yo también estoy muy a gusto”. Bailamos así dos, tres, cuatro, cinco canciones. Perdi la cuenta, pero me sentía en el paraíso. En uno de nuestros giros pude ver sentado a Armando, con cara de muy pocos amigos. Se lo comenté a Gloria y no dijo nada. Siguió abrazada a mí. Poco a poco, el DJ fue llevando la música a una zona rítmica. Casi no nos dimos cuenta, pero al caer en ello le dije de ir a sentarnos. Salimos de la pista cogidos de la mano y cogidos de la mano llegamos a la mesa donde estaba Armando. La cara de éste era un poema. Se inclinó hacia Gloria y le hizo un comentario en voz baja. Alcé mis cejas, en plan interrogador y me dijo con una sonrisa: “Nada; una chorrada de las suyas”.

Era ya tarde y Gloria dijo de irnos. Salimos los tres de la disco, curzamos el lobby y entramos en el ascensor. Nuestra planta era la quinta y la de Armando la tercera. Al llegar a ésta, nos dió un seco “buenas noches” y salió. Miré a Gloria y le comenté:

--A ése le hemos chafado el plan.

--¿Qué plan? –dijo ella. Como si no lo supiera.

--Llevarte a la cama; estaba clarísimo.

--Pues lo lleva crudo –dijo con una media sonrisa.

Llegamos a su habitación, introdujo la tarjeta, la puerta se abrió y entonces vino lo inesperado. Se dió la vuelta hacia mí, volvió a echarme los brazos al cuello y me besó en la boca. Fué un beso no muy largo, pero pasional y húmedo y luego, mirándome a los ojos, me dijo con su suave acento andaluz:

--No voy a “haser”, lo que quiero y me “apetese” “haser”, pero no debo “haser”. No, no, no.

Volvió a besarme, un beso más breve, pero más intenso. Se giró y entró en su habitación.

Yo tuve que ir a la mía a toda prisa con una erección de caballo y la idea de aliviarme. Vaya noche, fue lo único que pude pensar. Ojalá no hubiera acabado nunca.