Lo que oculta un reino (capítulo 1)
Roberth, es el rey que está por cambiar las costumbres de su reino. El amor posee un significado mucho más grande que una sociedad conservadora quiere imponer y esto lo aprenderá al lado de su pequeña Beatrice, en un entorno natural, antiguo y en su reino alejado de una sociedad moralista.
Capitulo 1
El sonidos de unos golpes contra la puerta de madera rústica de mis aposentos provocaron que me despertará, di por sentado que era Aalis, mi sirvienta personal.
Siga - dije.
Buenos días mi rey - dijo Aalis con una pequeña inclinación como muestra de respeto.
Arrastre los pies fuera del lecho donde estaba descansando para dirigirme hasta la bañera, Aalis me seguía a mis espaldas, y detrás un sirviente con dos valdés con agua en cada una de sus manos.
Al constado de mi lecho se encontraba una puerta que conducía a los baño reales, extendí mis manos para abrirla, Aalis se adelanto hasta posicionarse delante de la bañera mientras el sirviente vertía los cubos con agua en la tina, cumplida su tarea giro su cuerpo en mi dirección para hacer una inclinación y retirarse.
¿Como amaneciste Aalis? - pregunté una vez llegue hasta ella.
Bien mi señor, como todos los días me levanté gracias a los pajarillos que insisten en posarse el mi venta.
Solté una leve risa, pobre muchacha, pensé.
- Afortunada usted que tiene un despertador personal - Dije jocoso
Sonrió para luego retirar con delicadeza mi camisa de lino, la única prenda que usaba para dormir. Ingrese a la bañera y puse los brazos a los costados de está. Tallé con mis dedos la superficie lisa de los bordes, su profundidad permita sumergir mi cuerpo hasta los pectorales y su longitud dejaba estirar mis piernas por completo, una bañera echa a mi medida y de color bronce debido al material con que fue forjada, sus curva en la parte superior se asemejaban a la de una doncella en pleno florecimiento.
Aalis comenzó a frotar mi espalda y restregar todo mi cuerpo con una esponja gruesa, omitiendo mi masculinidad, por petición mía decidí asearla personalmente.
Una vez limpio y vestido con abrigo rojo y calzas negras, me encaminé a las habitaciones de mi pequeña, con 21 años comenzaba a parecerse a su madre, Agnes dejo de ser mi compañera de vida el día que nació mi gran amor, Beatrice.
Agnes fue una princesa escocesa con largos cabellos rojizos, piel blanca como la leche y ojos verdes como zafiros, tomamos nupcias a sus dieciséis primaveras y para ese tiempo yo tenía veinticinco años, llegue amarla más de lo que se podría esperar, recuerdo con pesar que el matrimonio solo se ejecuta por asuntos políticos, pero eso estaba por cambiar en aquel reino.
Los aposentos de Beatrice se encontraba al final del pasillo de aquel tramo del castillo. Entró sin tocar y encontró a su pequeña todavía acurrucada entre el montón de edredones que componían su lecho. Protegida del exterior por unas cortinas translúcidas que caían del dosel.
Se acercó con pasos silenciosos y apartó las cortinas, sentarse a admirar la belleza que le otorgó Dios por hija ya era una costumbre. Solo la mitad de su figura se encontraba visible debido a su postura para dormir, su cabeza rojiza estaba sobre la almohada y las sábanas blancas cubrían su cuerpo por debajo de sus pequeños senos, alzó la manos para acariciar la redonda y sonrojada mejilla.
Doblo su cuerpo para acercarse a su oído.
- Bea - susurró.
Su pequeño cuerpo se removió con pereza para abrir lentamente uno de sus ojos marrones, lo único que heredó de mi, a penas descubrió quien usurpava su sueño formó una sonrisa y giro todo su cuerpo, quedando boca arriba.
Papi - dijo con su vocecita tan característica.
Buenos días cariño - planteé un beso en su frente.
Se levantó rápidamente de la cama haciendo caer la sábana que la cubría, solo portaba su habitual vestido de lino que usaba para dormir. Se sentó ahorcadas sobre mis piernas, el repentino movimiento provocó que mi espalda chocará contra la cama quedando recostado, subí mis piernas largas sobre la cama y moví su pequeño cuerpo para dejarnos cómodos a los dos.
Abrazada a mi torso y su barbilla sobre mi pecho, estiró los labios. Deposite un pequeño besos sobre ellos que me provocó un pequeño escalofrío en mi cuerpo, involuntariamente subí golpe mi cadera que chocó con su pequeño punto de placer en señal de agrado.
Un pequeño ruido de sorpresa salió de sus pequeño labios al sentirse endurecido debajo de mis pantalones, la única prenda que evitaba sentirla completo.
Podrías ... hacerlo otra vez - musitó despacio mirándome con esos grande ojos expresivos, su rostro sonrojado por el placer que le provoque con solo un movimiento de mi cuerpo.
Pequeña ahora no puedo complacerte como se debe porque tengo una reunión con los líderes de los pueblos.
Su sonrisa se borró de inmediato y me apresure besar sus pequeños labios.
Prometo no demorarme.
Pero, hoy prometí jugar con Sofía al té - dijo triste.
Su ternura provocó que le diera otro pequeño beso. Sofía era la hija menor de mi hermana y era un años mayor que Beatrice.
- Prometo entonces complacerte antes de dormir.
Una sonrisa volvió a su rostro y asentió enérgicamente.
- No demora en llegar Aurora para arreglarte. ¡Así que arriba! - dije levantandola de mi regazo y dejándo sus pies en el suelo.
La observé correr a la habitación donde se encuentra su baño personal para después girar mi cuerpo y salir de la habitación.
Mientras caminaba en dirección a mi oficina, recordé como había empezado esta relación inusual pero maravillosa con mi pequeña.
Tres años atrás
Caminaba deprisa hacia una de las casa de Cortona, el pueblo ubicado a las afueras del reino. Estaba acostumbrado a caminar por las calles del pueblo para saber de primera mano las necesidades de sus habitantes, como rey de estas tierras es mi deber ayudarlos y trató de cumplirlo lo mejor posible.
En esta ocasión, vine sin caballeros para preservar la discreción del asunto.
Ubicó la casa que uno de los sirvientes del castillo me describió, una vez dentro cierro la puerta.
Anciana - vociferó.
El sonido de unas cortinas a mi costado llamaron mi atención, la anciana me observó mientras arrastraba la tela sucia que tenía como vestido.
En que puedo ayudarle - musitó para que la escuchara.
Traía puesta una túnica que cubría mi cabeza por que no pudo reconocerme.
Necesito medicina para un mal que aqueja a mi pequeña hija.
¿Que mal? - dijo mientras se dirigía hacia un montón de hierbas que tenía sobre una de las paredes de la casa.
Mi hija... - comenzó un poco inquietó - frota frecuenteme su - me detuve - ... sexo mientras duerme o... Cuando está sobre mis piernas. - trato de explicar - Pero es muy pequeña para desear estas cosas - me aclaró la voz preocupado.
La anciana buscaba hierbas mientras hablabla, giro su cuerpo cuando terminé con las manos vacías.
- Nada de lo que tengo le puede ayudar señor, lo lamento. Pero le puedo dar un consejo.
Desesperado por aliviar lo que mí pequeña sentía, asintí sin pensarlo.
- Su hija solo necesita tiempo, es normal que esto suceda en los pequeños.... - me detuvo por un momento pensando - de pronto el contacto con su masculinidad le ayuda aliviar su dolor, no hay mejor persona para hacerlo que su padre. - Aconsejo.
Sorprendido por lo que la anciana me dijo, alcancé a asentir y dar la gracias para irme devuelta al castillo.
Cabalgé deprisa, no me medité muchas las consecuencia de aquel consejo porque estaba dispuesto hacer lo necesario para ver a mí pequeña con una sonrisa, me angustia el desespero que expresa Bea cuando oscila sus caderas sobre las sábanas en busca de alivió.
Cruce las murallas que custodiaban el reino y cabalgé hasta las caballerizas. Puse los pies en el suelo de un brincó y le entrego las riendas del caballo al mozo de cuadra.
Dirijó mis pasos a los aposentos de Beatrice y entró sin tocar.
Aurora le cepillaba el cabello, para su edad era extenso, Beatrice estaba sentada frente al espejo mientras jugaba con la última muñeca que le obsequié y balanceaba sus pequeñas piernas que colgaban de la silla.
Buenas noches - anuncie mi llegada.
Majestad - dijo Aurora mientras se inclinaba ante mi - Ya termine de alistarla su excelencia - puso el cepillo en el tocador y le deseo buenas noches a la princesa para luego retirarse.
Ven con papá Bea.
Bea se bajó de la silla y corrió a mis brazos abiertos. La atrapé y comencé a repartir besos en toda su cara haciendola reír.
Ya basta papi.
No quiero - seguí repartiéndole besos mientras su risa se escuchaba más fuerte. Su pequeño cuerpo se sacudía para que la sorteará pero mi fuerza la superaba.
Voy a mojar mis piernas - dijo en medio de la risa.
Me detuve para observar su rostro rojo del esfuerzo, es tan hermosa mi pequeña, no me contengo y plantó un beso fuerte en una de sus mejillas redondas.
- Bien, vamos a la cama - dije.
Caminé hasta su lecho aún con ella en brazos y la deposite sobre las sábanas.
- Puedes quedarte un rato conmigo papi - pidió haciendo pucheros.
Hice un sonido de rendición haciendo la sonreir como victoria. Lo más adecuado era acompañarla está noche para probar el consejo de la anciana.
- Haste a un lado para que papi se acueste.
Movió su pequeño cuerpo para hacerme espacio, alcé unas de las esquinas de la sábana para abrigarnos y me senté en la cama para remover mis zapatos. Una vez descalzo subí mis piernas y nos cubrí con la sábana, gire mi cuerpo para enfrentar su pequeño rostro.
- Acércate a papi Bea - envolví su cuerpo con mis brazos y comencé a trazar líneas en su espalda hasta quedarnos dormidos.
La claridad del sol me despertó, me froté los ojos y estire mi cuerpo, la cama al ser de mi hija era más pequeña por lo que no dormí como solía hacerlo. Un movimiento a mi lado me hizo mirar a mi hija, Bea durante la noche se había reparado de mis abrazo quedando boca abajo, pero lo que llamó mí atención fue el moviendo de sus caderas contra la cama.
Expulse aire en señal de valentía. Gire el cuerpo de Bea en mi dirección, lo que la sacó un poco de su sueño y soltó un sollozo de frustración.
- Bea, cariño - dije despacio - papi cree que te puede ayudar.
Abrió sus ojos y descubrí que estaban húmedos por no obtener lo que tanto buscaba. Pose su cabeza en uno de mis brazos mientras el otro tomaba su cadera para pegarla a la mía, subí una de sus piernitas sobre mi cadera para que tú viera mejor acceso. Moví su cadera como señal para que se frotará contra mi, suspiré, aquel movimiento empezaba a gustarme más de lo que debía pero no hice nada para detenerla.
Me tomé unos minutos desprenderme de la sensación de satisfacción que sentía mi cuerpo y subí la miraba para comprobar si estaba funcionando. El rostro de Bea denotaba aún frustración, pensé en las palabras de la anciana para descubrir que estaba haciendo mal, recordé que hizo referencia al contacto de nuestra desnudes.
Mi pene ya se encontraba duro por lo que no pensé demasiado y retiré las cuerdas que mantenían mi pantalón atado, lo saque por los pies quedando solo con mi habitual camisa de lino. Mi hombría quedó recostada en mi estómago haciendo gala de toda su virilidad, volví a tomar las caderas de mí pequeña pero esta vez subí su pequeño vestido de dormir hasta situarlo por encima de su ombligo.
Bea me observa espectanté por mis acciones pero sin musitar palabra, a la espectativa de aliviar su necesidad. La vista de su pequeña vagina me hipnotizó, por un instante tuve el impulso de acariciarla pero no era el momento adecuado. Note que mi virilidad era bastante gruesa en comparación a su pequeño sexo, así que opté por acercar su entrepierna a la mía pero antes de vencer el poco espacio que nos separaba, tomé como mis pulgares sus labios para dejar expuesto todo su sexo y alcanzar mayor contacto, el placer ya no solo era para mi pequeña sino para ambos.
Sin resquecio de espacio entre nuestros puntos de placer y comencé a mover mis caderas, tomé su rostro para observar los gestos que provocaba mis movimientos en su vagina, brotó un sonido de satisfacción de su garganta lo que me motivo a moverme con más ímpetu. Sus pequeños ojos se querían cerrar por tanto placer que experimentaba debido a la presión que ejercía sobre su botoncito. Precione mis labios en su frente famélico de estas emociones tan maravillosas que experimentaba mi cuerpo.
Por un momento, su frente se arrugó y su boca se abrió ahogando los sonidos, su expresión me indico que estaba experimentando su primer clímax. Aceleré mis movimientos mientras la sugetaba de sus nalgas para evitar separarnos, no puedo describir el gusto que siento al verla tan vulnerable y llena de gozo, más saber que soy yo quien lo causa. Con un abrazo fuerte y mi labios en su frente, doy dos sacudidas más para llegar a cúspide de mi orgasmo, siento derramar mi esencia en su pequeño estómago y tomó aire con dificultad para calmar si acelerado corazón.
Me levanto de la cama en busca de un paño y regreso para ver si mi pequeña está bien, y limpiar lentamente el desastre que provoque en su cuerpo mientras lleno de mi cabeza de excusas para no cuestionar la recién acción que cometí.
Bea me observa mientras la limpio y gesticula la sonrisa más grande que le he visto desde que nació, un peso de mi pecho fue removido con solo ese gesto y supe en ese momento, que todo lo que hice fue correcto y no necesitaba más razones para seguir complaciendo a mi pequeña.