Lo que nunca jamás sucedió VIII: Una dulce tortura

Lo que nunca jamás sucedió. Parte VIII: Una dulce tortura // Darío, por fin, libera a sus demonios y se deja llevar por sus ansias de dominar a la esclava Aurora. Aunque su parte más cruel toma el control y la somete, durante horas, a una dulce tortura entre el placer y el dolor.

Se recomienda leer los capítulos anteriores para seguir el desarrollo de la trama

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

PARTE VIII: UNA DULCE TORTURA

-

Cuando salí del cuarto de baño, Aurora me esperaba, tal como le había indicado, de rodillas al lado de mi cama. Pero la imagen con la que me encontré, superaba con creces lo que me había imaginado que me encontraría. Era… sencillamente… perfecta. Su pelo cayendo justo frente a su cara, con la mirada gacha, como marcaba su condición; sus pechos desnudos, que me invitaban a todo tipo de placeres; sus muslos abiertos, sus manos posadas sobre ellos, con las palmas hacia arriba; su piel erizada…

De repente me sentí nervioso. Acobardado, incluso. Era la primera vez (la primera que podía recordar, al menos) que tenía la oportunidad de someter a una mujer. Para mí. Y esa criatura se me antojaba… intimidante. Por lo que fuera que esperaba de mí. Por estar a la altura.

Y eso creó en mí una asombrosa necesidad de hacerla sufrir. Quería verla llorar… quería que fuera ella quien sintiera el mismo temor que estaba sintiendo yo hacia ella. Temor e incertidumbre, por lo que podría hacer. Por lo que tenía la capacidad de hacer y que ella no supiera, en absoluto, mi siguiente paso. Y que todo ello la excitara tanto como me estaba excitando a mí.

En los minutos en los que me mantuve, simplemente, observándola, ella no se movió. Pero podía adivinar su nerviosismo a través del ritmo de su respiración; del movimiento, casi imperceptible, de sus dedos… quería moverse, hacer algo, decir algo y, al mismo tiempo, quería no hacerlo. Lo noté porque, dado que la estaba mirando con esa intensidad que me provocaba, me di cuenta de que, por el rabillo del ojo, pretendía ver si me movía, si seguía allí.

Entonces sonreí. Respiré, controlando mi respiración para que ella no notara que, en realidad, yo no tenía ni puta idea de qué iba a hacer con ella. Lo quería todo. Lo quería ya. Y no sabía ni por dónde empezar. Así que, absorbiendo sus reacciones (sutiles, pero perceptibles) me quedé observándola para hacerle sentir la misma vulnerabilidad que yo sentía. Me paseé a su alrededor, en silencio. Mirándola. Ella cerró los ojos… así que sí, la sentía. Al cabo de unos instantes levantó la vista una vez más, expectante, y, cuando casi se cruza con la mía, la bajó, ligeramente sobresaltada. Volví a sonreír.

Me acerqué a ella con una pasmosa parsimonia, aumentando su tensión, y me agaché detrás de ella. Pude notar que se le cortaba la respiración. Vaya, pues… eso me gustaba… esa sensación de poder fue lo que me terminó de decidir. Quería entrar en acción…

Respiré el aroma de su pelo y de su piel. Olía a limpio y a los restos del aceite con el que había preparado mi baño. Y a excitación. Olía a excitación. O, al menos, eso quise creer. Miré su coño, directamente. Ese coño suave, deliciosamente apretado como ya había tenido ocasión de comprobar durante la hora del almuerzo. Pero eso, lejos de dejarme satisfecho, alimentó mis ansias. Mi necesidad de más… de hundirme en él una y otra (y otra) vez. Aurora seguía sin moverse, pero sabía que estaba deseando hacerlo. Que ese silencio la estaba volviendo loca, y eso pretendía. Tenía los ojos firmemente cerrados y estaba procurando controlar su exhalación e inhalación, con escaso éxito. Con un solo dedo acaricié su muslo, subiendo por él, deliberadamente despacio. Su respiración se hizo más agitada a medida que iba ascendiendo, hasta llegar a su pubis que también acaricié con mi dedo. Ninguna de mis parejas había tenido el coño sin pelo pero me gustaba verlo así. Desnudo. Casi virginal.

Cuando supuse que ella ya se anticipaba a que fuera a tocarla para comprobar su humedad (prueba que no necesitaba, por otro lado, pues sabía que estaba chorreando viva), la agarré del pelo con fuerza, echando su cabeza hacia atrás y sus ojos se abrieron por la sorpresa. Amasé uno de sus pechos, que se levantó desafiante por la postura a la que la obligué a permanecer y jugueteé con su pezón erecto. Me acerqué a su oído, manteniendo esa misma lentitud en mis movimientos que había adquirido desde que entré en la habitación:

-       Ni se te ocurra moverte… ni un pelo. Si quieres, no respires, me da lo mismo. Pero he clavado tu imagen en mi retina y, si te has movido un solo milímetro, lo sabré. Te quiero encontrar exactamente en la misma posición cuando regrese, ¿te queda claro?

-       S… sí.. sí, Señor… -una pregunta murió en su boca. Quería saber. Pero no estaba dispuesto a darle pistas: cuanto menos supiera ella, más ventaja tendría yo. Y necesitaba esa ventaja.. porque, si no, volvería mi inseguridad y eso no me lo podía permitir.

Entonces la besé. No, la devoré. Me abalancé sobre su boca y le metí la lengua para explorarla. Para saborearla. Para reclamarla. Cuando la oí gemir en mi boca casi la tumbo contra ese mismo suelo y se la meto en cada uno de sus agujeros alternativamente. Porque su boca sabía tan dulce como había imaginado. Jamás había besado a una mujer con esa necesidad. Pero, en ese puñado de horas que habían transcurrido desde que puse mis ojos en ella, ya había perdido la cuenta de esos “jamases” que se desencadenaban dentro de mí.

La solté y me puse en pie. Antes de salir, volví a mirarla para, tal y como le había dicho, clavar su imagen en mi retina.

-       Recuerda: ni se te ocurra moverte, que lo sabré. -Mentira, seguramente no me daría cuenta, pero lo cierto es que estaba absolutamente convencido de que me haría caso. No sabía por qué, pero sabía que lo haría.

Y salí. Encontré a Lucas peleándose con el mando de la televisión en el salón. Me alegré, porque, de no haberle encontrado por la casa, no me apetecía nada entrar en su habitación como un colegial que va a buscar a papá. Le habría llamado al móvil, supongo, pero no fue necesario.

-       ¿Dónde está todo el mundo?

-       Coño, Darío. ¿Qué haces aquí? ¿Ya te has cansado de mi esclava? -Me miró como si no fuera posible.

-       No, desde luego que no, apenas acabo de empezar.

-       Pues date prisa, porque tiene que ayudarme a preparar la cena que me toca a mí… y soy capaz de quemar la casa.

-       Pues te las tendrás que apañar, porque tengo que recuperar mucho tiempo perdido. No te puedo prometer que te la devuelva antes. De hecho, venía a buscarte… quiero cuerda o algo así… y algo con lo que putearla, azotarla, no sé, ya veré.

-       Pero mira que eres cabrón… -se rio- Desde luego, le has cogido el gusto rápido, ¡cualquiera lo diría! Pero devuélvemela enterita, eh…

-       Descuida… que sólo voy a divertirme un poco. Es mi turno, ¿no?

-       Sí, sí... toda tuya… -levantó las manos como diciendo “a mí que me registren” mientras se ponía en pie. -Espera un segundo, ahora vengo.

Mientras esperaba a que volviera con lo que fuera a ser mis “herramientas de trabajo”, me acordé del cajón en el que guardaba el lubricante y lo abrí a ver si había algo más ahí escondido que me pudiera a ser útil. Pero sólo encontré un par de folletos de un restaurante chino, llaves sueltas y el bote de lubricante. Así que lo cogí.

-       Me llevo esto. -Le dije a Lucas en cuanto apareció de vuelta, enseñándole el bote.

-       Jajajaja… perfecto… seguro que ella te lo agradecerá. No le gusta nada que le den por el culo… más de lo que admite, pero me consta que le parece humillante. Y me encanta. -Sonreía mientras se acercaba y me alargaba dos pares de madejas de cuerdas -Yo nunca me he apañado mucho con cosas elaboradas, las uso sólo para lo que es el efecto práctico -yo le miré sin entender de qué coño me hablaba ¿Para qué otra cosa iba a servir si no era para atar? -Nada, déjalo, ya te hablaré del shibari otro día, pero vamos, ya te digo que a mí no me entusiasma y no soy ningún experto. -Puso las madejas de cuerda en mis manos. Lo siguiente que me dio me llamó mucho la atención: era el mismo artilugio en forma de micrófono que había visto en esa dichosa película porno y que parecía enloquecer a la actriz en cuestión -Toma, un Hitachi. Con esto vas a conseguir que pierda la razón, te lo juro. Si la dejas un par de veces a punto de caramelo, que lo odia, la vas a tener dócil, dócil… como la seda, vamos, y hará cualquier cosa que le pidas con tal de que pueda correrse.-Sonrió con expresión maquiavélica.

-       ¿Pero qué narices se supone que es eso? -Yo no entendía el mecanismo ni el funcionamiento.

-       Esto -puso su mano sobre la parte redondeada del “micrófono”- lo acercas a su clítoris. Mira. -Me lo puso sobre la mano y activó el botón que tenía en el mango. Empezó a vibrar, levemente. Pero, a medida que accionaba de nuevo el botón la vibración iba subiendo en intensidad hasta ser realmente potente. -¿Ves? Se volverá loca. Se corre como una perra en tres… dos… uno. -Chasqueó los dedos- Pero si lo manejas bien y juegas con la intensidad, retirándoselo a tiempo… no lo va a poder soportar. Te va a pedir (no, suplicar) que le dejes hacer lo que quieras, te lo juro, tío. -Eso de oírla suplicar sonaba muy, pero que muy bien.

-       Genial… tomo nota.

-       Toma, yo normalmente uso el cinturón para azotarla, me parece mucho más “íntimo”, porque sólo tengo que decirle que se ponga en posición y sacármelo. Además, tiembla cuando me llevo la mano ahí, porque siempre está ahí, presente. Me encanta... -Mientras se excitaba solo, evocando el recuerdo de una Aurora temblorosa de la caricia del cinturón de su Amo, me entregó una especie de varita fina de madera. -Es una vara -azotó en el aire y la vara silbaba-. Créeme, el dolor es increíble. Deja esas marcas rojas finas que le has visto hoy en su culo, Arturo es muy fan de la vara.

-       Hmmm… no, gracias. No me apetece tener muchas cosas, que pareceré un feriante, con mis cachivaches. Creo que prefiero el método tradicional… -levanté mi mano, moviéndola en el aire, en un gesto de “te voy a dar”.

-       Jajajaja.. sí, te entiendo. Prueba el cinto, hazme caso, esa forma de retorcerse es deliciosa. -Por último me extendió una cantidad ingente de condones. -¿Tienes análisis recientes?

-       Sí, de hace unos cuatro meses. Suelo hacerme una analítica completa dos veces al año.

-       ¿Y cuánto has follado desde entonces?

-       Jajajaja… hasta esta mañana en el comedor… cero.

-       Vale, entonces. -me miró, compadeciéndome un momento. -Ella lleva un DIU y una de mis normas es que se haga pruebas periódicas, así que, si se lo dices, puedes prescindir de esto -me guiñó el ojo-. Vas a ser mi socio, así que hay que fiarse de ti.

-       Perfecto. ¿Algo más?

-       Sí… disfrútala. Y… buena suerte.

-       Mamón.

Dejé a Lucas riéndose de mí mientras regresaba allá donde me esperaba la ninfa. Siguiendo con “el papel” que había desarrollado, entré, en silencio, observándola largo rato. Se mantenía, de espaldas a mí, en el mismo sitio donde la había dejado, con sus rodillas clavadas en el suelo, en su postura de espera, mirando hacia la cama.

Volví a notar cómo contenía la respiración. Así que el silencio no le gustaba… estaba bien saberlo. Dejé todos los útiles que había llevado conmigo sobre una silla al lado de la puerta y lo cubrí con mi chaqueta, para no darle pistas de lo que iba a hacer. Me volví a agachar a su lado.

-       ¿Te has movido?

-       No… Señor.

-       ¿Seguro?

-       Lo he… intentado.

-       ¿Qué quiere decir que lo has intentado?

-       Que me he movido justo lo que me obliga a mantenerme en esta posición tanto tiempo, Señor. -Aprecié cierto atisbo de soberbia en su voz y eso me gustó.

-       ¿Entonces…? ¿No te dije que no te movieras ni un pelo? ¿Ni aunque tuvieras que dejar de respirar?

-       Señor…

-       Contesta.

-       Sí, Señor.

-       ¿Y lo has hecho?

-       ¿Respirar, Señor? -Así que se ponía graciosilla conmigo. Bien… me estaba dando la excusa perfecta para hacer lo que me disponía a hacer.

-       Moverte.

-       Sí… un poco…

-       Sí, ¿qué, esclava?

-       Sí, Señor. -Agachó más la cabeza, sabía que estaba controlándose por no replicarme. Agradecí a Lucas por haberla educado tan bien.

-       Ahá. Entonces me has desobedecido…

-       No, Señor… yo… -se rindió, humillada.

-       Cállate. -Mi voz sonó más dura de lo que pretendía… pero es que esa voz sumisa, esa desesperación que se apreciaba en su voz al verse abocada irremediablemente a un castigo que había procurado evitar (y lo había conseguido, en realidad no se lo merecía) me había puesto la polla como un fuste. Ella obedeció, manteniéndose en silencio, aunque había apretado los puños por un instante hasta que volvió a abrir sus palmas. Sonreí. -Ponte en la cama, bocarriba, las manos hacia los postes y las piernas abiertas. Voy a atarte, ya que no sabes mantenerte quieta cuando se te ordena.

Una vez más tuve que controlarme para no follármela, sin más, cuando cumplió con mi orden y la vi ahí, en esa cama, abierta… expuesta… disponible… accesible para mí. Cuando pude ver ese coño mojado, como me esperaba. Esos pezones duros. Ese cuerpo que había sido concebido para el placer.

Respiré hondo cuando le di la espalda para coger las cuatro madejas de cuerda y fui atando, a cada poste de la cama, cada una de sus articulaciones. Comprobé la firmeza de las ataduras y la distancia hasta su piel, para evitar que se hiciera daño (pues iba a moverse, eso seguro), y entonces paseé la mano sobre su cuerpo. Metí dos dedos en ese coño que pedía atención a gritos y ella jadeó.

-       Quieres correrte, ¿esclava?

-       Sí, Señor…

-       ¿Te lo has ganado?

-       No, Señor… -Le costó admitirlo, se mordió el labio, pero no era tonta. Si decía que sí, corría el riesgo de que le dijera lo contrario. Pero quién sabe, en esa situación, cuál es la respuesta correcta…

-       Bien… me alegro de que sepas que no te lo has ganado. Porque no lo vas a hacer. -Entonces me acerqué de nuevo a la silla y cogí el cacharro en forma de micrófono (el Hitachi, me había dicho Lucas) y volví hacia ella, agitándolo en el aire -Mira qué tengo para ti. -Cuando lo vio, abrió los ojos con temor. Eso era, ver esa mirada en sus ojos era justo lo que deseaba… estaba segura de que sabía lo que tenía en mente o los trucos que me había dado su Amo.

-       No… no… no Señor… -Se removió en la cama, contra las cuerdas.

-       ¿No? ¿No te gusta? Me han contado que te lleva al orgasmo en tres… dos… uno…

-       Pero… por favor…

-       Por favor, ¿qué? ¿Lo quieres o no?

-       No, Señor… Por favor…

-       ¿No? -quise parecer sorprendido- ¿No querías correrte?

-       Sí, Señor… Pero… Usted dijo… Que no… Que no me iba a correr.

-       Bueno, pero seguro que puedes intentar hacerme cambiar de idea y convencerme de lo contrario, ¿no crees? -Lo puse en marcha, a intensidad media, lo probé antes sobre mi brazo y se lo acerqué a su coño. En cuanto lo notó pegado a su clítoris se removió, gimiendo.

-       Por favor…

-       Por favor, ¿qué? ¿No te gusta? Estás empapada… -A medida que iba hablando, observé sus reacciones e iba moviendo el juguete para notar qué movimientos le gustaban más. Cuando lo movía en círculos, apenas rozando su clítoris sin presionar demasiado, gemía con más ganas.

-       Sí, Señor…

-       Sí, ya sé que estás empapada. Eres muy puta.

-       Sí, Señor…

-       Lo sé. Dímelo.

-       Soy muy puta… -gemía, moviendo sus caderas, anhelando el contacto. Lo aparté y me acerqué a su oído.

-       Lo sé… -le susurré. Ella cerró los ojos, derrotada. Sabía que había empezado su tortura… que no tenía escapatoria y que estaba en mis manos, a mi capricho, al mero antojo de cuando a mí me apeteciera que se corriera. Me saqué la polla y me senté sobre su cara. -Chupa, puta, igual me apiado de ti y te follo ya. E incluso te dejo correrte.

Y vaya si se esmeró en chupármela… parecía que la vida le iba en ello. Mamaba como una posesa, buscando, seguramente, que no pudiera aguantarme en follármela y me olvidara de esa dulce tortura a la que sabía que iba a someterla. Y que no había hecho más que empezar. Notaba como succionaba, moviendo su cabeza lo que le permitía su situación, amorrada a mi rabo sin soltarlo. Menuda señora mamada. Cerca estuvo de cumplir su objetivo, no voy a negarlo.

-       Para puta… para… sí, desde luego las dotes las tienes. -Me levanté y me la volví a guardar en el pantalón antes de cambiar de idea. Volví a encender el aparato y lo posé sobre su coño. Di vueltas, acariciándola con la parte redondeada de ese maravilloso artilugio y pronto empezó a gemir. A los pocos minutos aumenté la intensidad, poniéndolo al máximo, y sus caderas se meneaban para ser ella misma la que se moviera contra el aparato, buscando el contacto perfecto. -¿Te gusta?

-       S.. sí… sí, Señor…

-       ¿Quieres que pare?

-       No… Señor… -Seguía moviéndose contra la cápsula así que, llegados a ese punto, simplemente lo dejé ahí, contra su coño, mientras ella sola se movía. Me gustaba observarla, ver esa cara contraída por el placer.

-       No tienes permitido correrte. Por si no lo recordabas. Pero puedes seguir moviéndote así todo lo que quieras.

-       Por favor…

-       ¿Qué? ¿Tan pronto vas a suplicar? ¿No tienes orgullo?

-       Sí… claro… ¡lo tengo! Ahhh… -siguió gimiendo, muy a su pesar, acercándose cada vez más al abismo.

-       No se te ocurra correrte. -Dicho esto, metí dos dedos en su coño (que, en ese momento, ya era un auténtico manantial, me empapó completamente la mano) y los moví, entrando y saliendo de ella, mientras ella solita seguía apretándose contra el Hitachi. Gimió más todavía y, cuando pude ver que se disponía a decir algo más, le aparté el aparatito.

-       ¡¡No!! -Sus caderas se adelantaron, huérfanas de ese contacto, del alivio que, cada vez más, necesitaba.

-       ¿No? ¿No qué? No te entiendo…

-       Señor…

-       Sí, ¿esclava?

-       Quiero… eso…

-       Que tú… ¿Quieres? ¿Desde cuándo una esclava exige? -volví a sacarme la polla del pantalón, ese coño era demasiado apetecible. Se la metí muy, muy despacio.

-       Ahh…

-       ¿Esto va de lo que tú quieres? Quizás me he perdido algo…

-       No, Señor…

-       Ah… entonces no se trata de lo que tú quieres. Bien… me alegro de que ese concepto, al menos, lo tengas claro. Quizás he de hablar con tu Dueño para decirle que se te han olvidado ciertas cosas. Creo que tiene un cinturón que te ayuda a recordar. -Mientras hablaba tranquilamente, como quien charla sobre el tiempo, me la follaba lentamente. Juro que nunca, en toda mi vida, me había tenido que controlar de esa manera. Pero alargar mi placer también estaba siendo toda una experiencia única. -Pues yo ahora quiero follarte un poquito. Así, únicamente. -Me movía con una parsimonia que la estaba volviendo loca. -Dentro… -encajé mi cadera, despacio- Fuera… -y salí igual de ella. Repetí la maniobra hasta que me hallé en el límite de mi aguante y se la saqué. Me volví a guardar la polla, me gustaba esa diferenciación de estar ella así, desnuda y accesible, y yo completamente vestido. Encendí el Hitachi. -¿Otra vez, pequeña?

-       No, no, por favor… Señor…

-       ¿No? -se lo pegué a su coño una vez más. Esperé unos instantes y gimió, cada vez estaba más sensible -Pero si te encanta… mira como gimes… -Se lo movía en círculos y, en cuanto volvió a ser ella la que se movía contra el juguete, bajé la potencia al mínimo. Se movía más deprisa, buscando el alivio que no le daba esa suave vibración.

Ver sus reacciones y todo lo que transmitía en su rostro estaba siendo una experiencia única. Como os dije, hasta entonces no había prestado mucha atención al placer de mis parejas. No es que no me importase, es que no creía que fuera necesario ocuparse de ello, estaba convencido de que, en el sexo, disfrutábamos igual. Pero era increíble para mí ver cómo su cara iba cambiando, cómo se dibujaba el placer en ella. Cómo era hasta doloroso esa necesidad de placer, ese conocimiento (porque lo sabía) de que iba a ser interrumpido.

Subí la intensidad y ella se movió más rápido. Ya ni le importaba, ni pensaba. Sólo quería rozarse contra ese artilugio, notar la vibración, el roce en su coño. Subí un punto más y empezó a gemir cada vez más rápido. Y, entonces, volví a parar.

-       No, no, no… por favor… por favor, Señor… siga…

-       ¿Suplicas?

-       Sí, Señor… se lo suplico, por favor. -Cielos… música para mis oídos. Como una puta piedra me la puso, os lo juro. Me toqué por encima del pantalón. Lo puse al mínimo y se lo acerqué. Gimió, pero enseguida notó la diferencia.

-       ¿Así?

-       No, Señor… más. -Subí la intensidad, media.- ¿Así?

-       Más… -Lo puse al máximo. Esperé cinco segundos más y se lo aparté. -¡¡No…!!

Joder. Estaba teniendo, una vez más, un orgasmo interior. Mis Demonios se lo estaban pasando pipa y querían más. Me acerqué a su oído.

-       Me encantas… me encanta verte así… tan indefensa… en mis manos. Toda para mí. Puedo hacer lo que quiera contigo, ¿Verdad?

-       Sí, Señor… -sus caderas seguían moviéndose, pese a no tener, en ese momento, el juguete entre ellas.

-       Dímelo…

-       Puede hacer lo que quiera conmigo… -Le volví a acercar el juguete, a potencia media. Una expresión de inmenso alivio se dibujó en su cara. Se retorcía contra él, deseosa de encontrar el consuelo que a mí me apeteciera darle.

-       ¿Sí? ¿Cualquier cosa? -sonreí, mientras subía la intensidad y también ella se movió, al notar esa vibración, presionando su coño contra ella.

-       Cualquier cosa, Señor… por favor…

-       ¿Por favor, qué?

-       Quiero correrme…

-       Hmmm… -seguí moviéndolo, aunque no hacía falta, así que me dediqué otra vez a jugar con su coño, clavándole dos dedos, metiéndolos y sacándolos. Me mantuve así, unos minutos. -Creo que no… -Y lo volví a apartar. Esta mierda engancha, os lo juro. Me refiero al poder…

-       ¡¡No!! ¡Por favor! -lloriqueaba, empezaba a estar desesperada- ¿Pero… por qué?

-       Porque puedo… -volví a susurrarle al oído.

Repetí la operación un tiempo indefinido. Quizás fue una hora. Quizás fueron tres. No podría estar seguro. Pero mientras más suplicaba ella, más me apetecía seguir con ello. Llevarla al límite (a punto estuvo en una ocasión, casi hasta lo consigue, y la muy zorra, estoy seguro, no me iba a avisar y, de pedir permiso, ya ni hablamos), enviándola directa al borde de la locura y parar. Quitárselo. Volver a traerla a mis Dominios cuando ya creía que iba a tocar el cielo y, entonces, llevarla de vuelta a mi infierno. Era embriagador… su piel estaba asombrosamente sensible, su olor ya, únicamente, transmitía sexo, su frente perlada por el esfuerzo y el devenir de su propio placer interrumpido al arbitrio de mi capricho.

-       Por favor… Señor… no… puedo… más… -Tenía el Hitachi al mínimo y ese toque no le era suficiente para correrse, pero no cesaba en su roce constante contra él.

-       ¿No? ¿Tienes alguna opción?

-       No, Señor… -No, no la tenía. Y saber eso me encantaba. Subí el nivel un grado más y sus gemidos bailaban entre el alivio y el dolor. -Por favor…

-       Por favor ¿qué?

-       No pare… se lo suplico… por favor… Señor… ahhh… necesito…

-       ¿Qué necesitas, esclava?

-       Correrme… por favor…

-       ¿Sí? Y yo quiero romperte ese culo.

-       Por favor…

-       ¿Qué?

-       Haga lo que quiera, Señor… pero… por favor… no pare…

-       Ah, ¿lo que yo quiera? ¿No quieres que te rompa el culo? -Volví a ponerlo al mínimo.

-       Sí… Sí, Señor…

-       ¿Cuánto lo quieres, zorrita?

-       Mucho… Señor… por favor…

-       Ah, ¿sí? ¿Lo deseas?

-       Sí, Señor…

-       Dímelo… ¿qué deseas?

-       Deseo que… me rompa el culo, Señor…

-       ¿Cuánto lo deseas?

-       Mucho… mucho… Señor… -Ese movimiento de sus caderas, rozándose, moviéndose, meneando el culo en círculos para encontrar las ínfimas migajas de placer que yo le otorgaba, me tenía hipnotizado. Y esa súplica a que le rompiera el culo… qué puedo decir… la realidad supera a la ficción.

-       ¿Lo deseas más ninguna otra cosa, esclava? -aumenté, de nuevo, a la intensidad media.

-       Sí… sí, Señor… por favor…

-       ¿Más que correrte?

-       Señor… por favor…

-       Dime… ¿qué deseas más? ¿Correrte o que te folle el culo? Puedes pensar tu respuesta… pero no te vas a correr hasta que no me contestes.

-       Señor…

-       Contesta, esclava. -Lo subí al máximo.

-       Necesito… correrme… ahhh… por favor… ahhhh… sí… -estaba tan cerca que casi hasta pude notar sus primeros espasmos.

-       Respuesta… incorrecta. -Paré el Hitachi.

-       ¡¡No!! -se removió, airada, enfadada, frustrada -Pero… ¿por qué?! ¿Qué le he hecho, Señor? -Y, entonces, empezó a llorar. Eso… esa sensación de… supremacía, me la puso aún más dura. Limpié sus lágrimas con mi mano y ella quiso apartar la cara. Le acaricié el pelo y no se rebeló, en vez de eso, siguió llorando quedamente apoyada contra la palma de mi mano.

-       Porque estás tan increíblemente preciosa en tu sufrimiento que no puedo evitarlo. Lo siento… me duele más a mí que a ti (mentira) pero… estás tan bonita… que quiero hacerte sufrir un poco más.

-       Por favor… Señor… no…

Sí, amigos. Soy un cabronazo. Lo sé. Pero si la hubierais visto… jadeante… ansiosa… necesitada del respiro que tan sólo yo, al menos en ese momento, podía darle, entenderíais por qué tenía que seguir reteniendo para mí esa belleza. Ese abandono. Ese anhelo por su placer. Ese que dependía, únicamente, de mí. Por eso y porque soy un cabrón (aunque entonces apenas lo estaba descubriendo) continué alargando su dulce tortura.

-       Dime, puta… ¿qué quieres?

-       Que me use el culo, Señor… por favor…

-       ¿Sí? ¿Lo deseas más que ninguna otra cosa? -El juguetito lo tenía únicamente quieto contra su coño, a velocidad media. Ella ya ni siquiera se movía, se había rendido a mis deseos, a mi capricho, se había plegado a mí absolutamente.

-       Sí, Señor…

-       Suplícalo. -Lo puse al máximo.

-       Se lo suplico, por favor… por favor, Señor… fólleme el culo… -gimió- por favor… se lo suplico…

Y, entonces, era yo quien ya no podía soportarlo más. Me puse en pie y me desprendí de mi ropa, alcancé el lubricante de la silla y la solté de los pies. Mientras lo hacía, me miró con una inmensa gratitud que me abrumó y hasta me hizo sentir culpable. Le solté las manos y, agarrándola de las caderas, le di la vuelta.

-       Ábretelo para mí, ofrécemelo.

Madre mía. Esa imagen fue superior a cualquiera con la que hubiera fantaseado. Las películas pornográficas con las que me había pajeado no reflejaban ni la mitad de lo que yo sentí cuando vi esas nalgas abiertas, ese ano ofrecido, esa respiración jadeante, ese coño chorreando… que se mostraba para mí. Escupí dentro, había estado deseando hacer eso. Ella cerró los ojos con fuerza, con la cara pegada contra el colchón, esperando mi incursión. Pero después de haber estado durante ¿horas? atormentándola, no deseaba hacerla sufrir más. O no mucho, al menos. Le eché un buen chorro de lubricante, que extendí con los dedos. Metí dos dedos dentro y la presión que sentí, deseando sentir esa misma presión en mi polla, fue demasiado. Me la tenía que follar. Tenía que usar ese culo. YA.

Me puse detrás de ella, la agarré por las caderas para colocarla a mi altura, manejándola a mi antojo, y llevé mi polla a ese culazo que estaba listo para ser usado. Presioné, despacio, sin prisa, pero sin tregua… juro que casi me corro en el momento mismo en el que mi polla empezó a hundirse dentro de ese conducto estrecho.

-       La quieres dentro, ¿esclava?

-       Sí, Señor…

-       Dímelo… quiero oírlo.

-       Por favor, Señor… le suplico que use mi culo.

Y lo hice. Vaya que si lo hice. Le metí la polla más profundo, y luego más, y una vez más, hasta que entró entera. Hasta que su culo acogió mi rabo y me llevó directo al paraíso. O al infierno, tanto me daba, el caso es que era tan rico notar esa presión, que creía que iba a estallar.

Había soñado con clavarme en ella, en follarme ese culo, desde que la vi en el umbral de la puerta arrodillada. Y, por fin, era mío. Al menos en ese momento. Empecé a moverme pausadamente, disfrutando de esa follada. La cogí de las caderas, le clavé los dedos y empecé a follarla con una tranquilidad que no sentía. Pero, en cuanto empezara a un ritmo mayor, le rompería el culo como si no hubiera un mañana y no aguantaría mucho. Lo alargaba, lo gozaba como nunca. Disfrutaba de ver cómo se hundía cada vez que entraba en ella.

Dentro… fuera… dentro… fuera… dentro… qué placer. De repente me di cuenta de que sus jadeos se incrementaban y me fijé en que su mano derecha había desaparecido entre sus piernas. Zorrita caliente… Le di un fuerte azote.

-       Ni. Se. Te. Ocurra. Deja de tocarte, puta.

-       Señor… -No la dejé seguir. Le di con fuerza en las nalgas, con mi polla encajada dentro de su ano y me enorgullecí cuando mi mano quedó marcada. Ella gritó, pero no apartó su mano de su coño. Le di una vez más. Al tercer azote, obedeció.

-       Ponlas juntas delante de tu cabeza… y no las muevas de ahí. Si veo que las mueves, te juro que no te corres.

Ahí ya era irremediable. Me la follé salvajemente. Le horadé el culo con todas las ganas reprimidas durante todo ese tiempo que, también, había sido una dulce tortura para mí. Pero tan deliciosa que ni siquiera podía identificarla como tal. Me agarré a esas caderas y me moví como un loco, empotrándola, entrando y saliendo de su culo, follándomelo como jamás había follado a alguien y azotándola con ganas. Ella gemía y, de hecho, fue ella quien se folló contra mi polla. Cuando vi que movía su culo y era ella quien se ensamblaba mi rabo, llegué a mi límite. Con unas últimas embestidas me agarré fuerte a ella y taladré ese agujero hasta que me corrí con un bramido de gusto.

Durante un rato nos quedamos ahí: tumbados en el colchón, yo encima de ella, con la polla aún metida en su culito. No sé cuánto tiempo pasó, pero a mí, en ese momento, la sensación de realidad se me hacía difusa pues creía que estaba soñando.

Me tumbé a su lado, con los ojos cerrados, y la abracé, pegándola al hueco de mi brazo. Le acaricié el pelo, la espalda, el culo… despacio, con cariño. Pero cuando mi mano tocó su culo, ella se pegó a él, moviéndolo en círculos como una perrita. Necesitada. Sonreí, sabiendo perfectamente lo que quería. Lo que me pedía o, más bien, me imploraba en silencio.

-       Has movido las manos… y yo nunca juro en vano.