Lo que nunca jamás sucedió. Parte X: Epílogo

Lo que nunca jamás sucedió. Parte X: Epílogo // Capítulo final. ¿La esclava Aurora existió de verdad? ¿Fue una invención de Darío en su cabeza? ¿Un sueño? ¿Una realidad sentir su entrega, su servidumbre, su esclavitud?

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

EPÍLOGO: LA PROPOSICIÓN

Eh, ¿dónde vais? ¿Creíais que había terminado? Vamos a ver, cuando acaba una película, ¿qué aparece? Exacto, “FIN” o, para los más internacionales, “THE END”. ¿Habéis visto por alguna parte la palabra “fin”? No, ¿verdad? Pues todavía no he acabado mi historia.

Vale, reconozco que eso es lo que os quería hacer creer. Ese día estaba trastornado, lo admito, y, en mi sadismo de cabronazo, quería que sintierais un poco del desconcierto que sentí yo. El poder de la imaginación, que os ha hecho suponer que, quizás, todo esto era una simple quimera creada por la autora. Siento deciros que no, que todo lo que os he relatado me pasó de verdad. Aunque, en mi desesperación, mi despertar en el sofá donde me abandoné al regresar a una vida que me era ajena, mis sentimientos desatados y mi anhelo de Aurora, me hizo llegar a creer que todo había sido una fantasía. Pero todo fue real… tan real como lo estoy viviendo ahora.

TRES AÑOS DESPUÉS. 14 DE ENERO DE 2023.

Me desperezo, despacio, en la cama. Es domingo y, lo cierto, es que no tengo nada mejor que hacer que quedarme ahí, disfrutando de la calma del despertar. Cuando una figura se mueve a mi lado, giro mi cabeza para mirarla y sonrío, entre la ternura y la maldad. Maquinando. Tengo varios planes para ella hoy, algo que no se espera.

La destapo y ella gruñe ligeramente en su descanso, enfurruñada por el ligero frescor que sacude su piel al verse privada de la sábana. Se remueve, buscando mi contacto, mi calor y, bocabajo, se pega a mi cuerpo. Me encanta cuando, de forma inconsciente, me busca a mí, en su dormir, para aferrarse a mi presencia. Aún me sorprende que así sea y creo que nunca me va a dejar de maravillar el vínculo que tenemos.

Paso mi dedo, muy suavemente, por su espalda, por su costado y por su culo. En la parte baja de su espalda, hasta su cadera, tiene ahora un tatuaje: una pequeña ninfa posada, curiosa y expectante, sobre una enredadera de madreselva. En sus manos, la ninfa atrapa parte de la planta que, en sus sinuosas formas, crea una D perfecta, aunque imposible de adivinar para nadie que no sepa el verdadero significado.

Recorro mi inicial con mi dedo índice y una sensación de orgullo infinito me llena el pecho. Paseo mi mirada por todo su cuerpo, siendo consciente de que lo he marcado. Nunca me canso de mirarla: Mía. Es mía. Y todavía no me lo creo. Aún ahora necesito constatarlo a menudo, para ser consciente de que no estoy soñando.

Ella se da la vuelta, poniéndose de costado al sentir las cosquillas que mis caricias provocan en su piel. Su cara está pegada a mi cuello y su pecho se asoma, desafiante y tentador. Su pezón, decorado con una pequeña argolla de oro blanco, se alza puntiagudo y orgulloso. Me llama a tocarlo y jugueteo con su anilla en la que baila una D rodeada de un corazón. Este diseño lo eligió ella y, aunque nunca se lo reconocería (es demasiado moñas hacerlo), a mí me encanta.

Le aparto el pelo de la cara. Ahora es castaña y lo lleva más corto. Yo lo decidí para ella y, aunque al principio estuvo reticente, no le quedó más opción. Ahora le entusiasma cómo le favorece su peinado, y ni piensa en cambiarse de estilo. Le recorro los labios, las mejillas, su mandíbula, su cuello… y su collar. El mío. Es prácticamente idéntico al anterior, una argolla de metal, solo que el cierre se encuentra disimulado en un candado invertido, cuadrado, que parece un ornamento más de cualquier pieza de bisutería. Es elegante y jamás se lo quita (de hecho, no puede, porque la llave del candado la tengo yo). Sobre la inscripción que lleva detrás, pegada a su piel, no os voy a hablar. Sobra decir que no deja lugar a dudas de a quién pertenece.

Me gusta verla dormir, segura, confiada, vulnerable. Mía. Sí, ya no es un espejismo, es mía. Supongo que tantas marcas de propiedad, como os he descrito, dejan clara su condición y la mía. Soy su Dueño y eso me inflama el pecho. Y la polla.

Sí, amigos lectores. Es Aurora. Ya lo habíais adivinado hace un rato, pero os lo confirmo, por si acaso. Que ya sabéis que me gusta jugar un poco con los límites de las fantasías. ¿Y cómo cojones ha acabado ella en mi cama? He aquí la cuestión…

Bien, os lo explicaré.

Los días siguientes al fin de semana en cuestión los pasé en un estado sombrío. Vale, lo admito, estaba insoportable. Tanto que no me aguantaba ni yo. Sí, calmé a mi (ya casi desquiciada) madre, diciéndole lo que quería oír. Aguanté con estoicismo el sermón de mi abuelo y volví a trabajar. Procuré fingir que todo estaba igual, que nada había cambiado. Me convencí (o, al menos, lo intenté) de que mi única opción era regresar a la red de seguridad que me habían puesto bajo mis pies para transitar por ella y evitar caer al abismo.

Pero era todo una ilusión. Un nuevo engaño de mi mente, como el que había creado aquella primera noche en la que me desperté creyendo que no había vivido nada de ese fin de semana que os he ido relatando. Pero todo había cambiado y yo no podía volver a ser el mismo.

Mis ansias de Dominar, de poseer a la esclava, me presionaban. Me ahogaban. Me convertí en un tirano en el trabajo. Mi secretaria me aguantó diez días y, después, se despidió. Siempre había sido un tío huraño y extraño, pero era un jefe bastante fácil de llevar. En las reuniones de trabajo había dejado de ser esa roca en tierra firme que reconducía la situación, para provocar el caos sin ninguna razón lógica. Pero seguía sin querer aceptar el motivo de todo aquello. Tan sólo encontraba alivio cuando me masturbaba furiosamente cada noche. E incluso, alguna vez, durante el día, en la soledad de mi despacho. Y, por supuesto, siempre pensaba en Ella. Recreaba una y otra vez en mi mente todo lo que le había hecho e imaginaba todo lo que le haría. La imaginaba sirviéndome, ofreciéndoseme, suplicándome que la usara por todos sus orificios. Cumpliendo mis órdenes, mis normas, mis deseos y mis caprichos.

Mil y una formas se construían en mis fantasías de cómo la tendría y la dominaría si fuera mía. Y, al liberarme, después de correrme, volvía a cerrar ese capítulo, lo relegaba a la oscuridad de mis infiernos y seguía en mi día a día como si tal cosa. Pero no funcionaba. Nada funcionaba ya.

Mi familia no se dio mucha cuenta de que me habían perdido de su rebaño. Al menos, yo no di muestras de ello. Siempre había sido bastante callado, manteniéndome en ese papel secundario que me otorgaba ser el mediano. Les veía con frecuencia, para compensar mi desaparición y expiar mis pecados a sus ojos. Cuando se acercaba la fecha, rechacé con educación, alegando montañas de trabajo pendiente, la escapada de Semana Santa a nuestra casa de San Sebastián, y a todo el mundo le satisfizo la explicación. Pero la verdad es que quería estar solo, ahogarme en mi autocompasión y en un par de botellas de Whisky por única compañía.

Ese no fue el único cambio aparente.  Había empezado a fumar. Sí, a mis putos 38 palos, empecé a fumar. No niego que, de vez en cuando, no me fumara algún puro de los que me regalaba mi abuelo o algún cigarro cuando me tomaba un gin-tonic. Pero no, entonces empecé a fumar para aliviar mis ansias de algo que no sabía (o, más bien, no quería) identificar. Porque aceptarlo significaba lanzarme de cabeza a una vida que no conocía. Más completa, sí, pero desconocida en sus consecuencias.

Lucas me llamó a los dos días de aquella despedida. Lógicamente, no le cogí el teléfono. Me negaba a lidiar con él y a lo que fuera que tuviera en mente. Suponía que quería hablarme sobre nuestro proyecto de negocio, pero eso era potencialmente peligroso para mí, porque implicaba tener que verle a menudo y no estaba preparado. Porque si Ella estaba me volvería a desestructurar mis esquemas, pero constatar su ausencia también lo haría.

Así que, simplemente, me negué a aceptar la verdad. Me negué a mí mismo. Me oculté de mis demonios. Esos putos demonios que ya estaban desatados y se estaban pegando un festín con mis prejuicios y principios. Se los jalaban uno tras otro y me los escupían a la cara para mostrarme que no eran nada. Que yo era otro.

Me excusé con Lucas, tras cinco mensajes de WhatsApp que dejé en visto y sin contestar, alegando que tenía mucho trabajo. Que ya hablaríamos. Aparentando normalidad. Pero me conocía demasiado bien y él sabía perfectamente que la normalidad ya no iba a regresar a mi vida o, al menos, no tal y como la conocía. E insistió durante tres semanas, mientras yo seguía esquivándole.

“Llámame de una puta vez. Tengo que hablar contigo” parpadeaba en la pantalla de mi móvil, y no puedo negar que empezaba a estar intrigado por su persistencia y el tono exigente que se apreciaba en el mensaje.

“Te llamo en cuanto pueda, estoy en casa de mi madre”. Tardé un cuarto de hora en inventarme esa excusa, tan barata como eficaz, pero no quería rechazar a mi colega dado que él no tenía la culpa de haber desmembrado mi sobria realidad. Ya estaban desarmada antes de que él me invitara a su casa ese maldito (y bendito) fin de semana, aunque entonces ya terminase de sumirme en el desorden mental y emocional en el que me encontraba.

“Vale, entonces, ya buscaré otra manera de encontrar a alguien que se ocupe de Aurora. Yo lo he intentado, colega. ¡Disfruta de las vacaciones y hablamos a la vuelta!”.

¿Qué coño? Evidentemente, como ya os imaginaréis, al leerle no tardé ni treinta segundos en marcar su contacto en mi teléfono. Me descolgó al medio tono.

-       Qué, mamonazo. Las moscas siempre acuden a la miel, ¿eh? Qué pasa, meterla en caliente sí, pero responder a tu amigo, no, ¿verdad? -Estaba menos enfadado de lo que pretendía aparentar, su voz mostraba claramente su diversión.

-       Déjate de hostias. ¿Qué pasa con Aurora?

-       Nada, no pasa nada con Aurora. Ella está bien, ¿no hablamos de nuestro proyecto o qué?

-       Eh… sí, sí, ya te dije que estaba hasta arriba de trabajo ¿me llamabas para eso?

-       Jajajajaja qué predecible eres -como odiaba que me dijera eso, cagoenrós-. Te estaba tomando el pelo, pero porque te lo mereces, cabrón. Querías dejarme tirado.

-       No, no quería dejarte tirado, pero no sabía que corriera tanta prisa. -mentí, claro. No, no corría prisa en absoluto pero era evidente que le había estado dando esquinazo.

-       Venga, no me lloriquees, que te veo la erección desde aquí en cuanto he mencionado su nombre. Elga y yo nos vamos a Ekaterimburgo de vacaciones, a ver a su familia. Su padre no anda muy allá desde hace un tiempo y quiere pasarlo con los suyos. Habíamos planeado pasar estas dos semanas recluidos en una casita perdida en la costa de Almería, playas nudistas, follar como leones y disfrutar de nuestra esclavita que necesita un refuerzo de su adiestramiento. Esas cosas, ya sabes… pero no va a poder ser. -Me imaginé esas vacaciones y no se me ocurría un plan mejor. – El caso es que no quiero dejarla a su bola, que se me “asalvaja”, y había pensado que igual tú podrías ocuparte de ella, siempre que no me la malcríes, claro, que esta enseguida se sube a las barbas, te lo digo yo.

-       Pero, ¿cómo que ocuparme de ella? ¿Qué se supone que tengo que hacer? -balbuceé, incapaz de reaccionar. Al menos mis neuronas, mi polla, desde luego, estaba encantada.

-       Joder, Darío… pues si te lo tengo que explicar todo… tú verás lo que haces con ella. Se había pillado ya las vacaciones y no quiero dejarla sola. Pero si tú no quieres, hablo con Arturo, que no veas el coñazo que me ha dado con repetir otro finde en la Sierra.

-       No, a ver, yo inconveniente, ninguno… pero no tengo más habitaciones en casa y…

-       ¡Coño, Darío! ¿En serio crees que eso es un problema? ¡Pareces tonto! -se reía de mí ya sin disimulo. Lo cierto es que tenía motivos de sobra, pero yo era incapaz de procesar lo que me estaba contando. Llevaba tres semanas pretendiendo olvidar y enganchado a mi rutina como un autómata y esto me había devuelto a mi abismo de golpe. Y una emoción en forma de ansia, esa sed de poder, la excitación de volver a tenerla para mí… me inundó de repente.

-       Perdona, me has cogido desprevenido.

-       Y estás tan empalmado que no piensas con claridad, ¿verdad?

-       Gilipollas.

-       Bueno, ¿qué va a ser? -Se descojonó de mí abiertamente, pues sabía que tenía razón.

-       Que sí, claro que sí, me quedaré con ella encantado. -Me di una hostia mental, obligándome a recobrar mi dignidad, y contesté atropelladamente antes de perder aquella oportunidad.

-       Ya lo sabía yo… -rio- Bien, pues, en unos días estamos allí. Salimos el lunes de madrugada, así que te la llevo el domingo ¿te parece?

-       Sin problema…

Los siguientes días me los pasé en una montaña rusa entre el asombro, la excitación, las ganas de volver a hundirme en su culo, la anticipación de una rutina en mi propia casa con la esclava invadiendo todos sus espacios. Joder. Me controlé para no pajearme todas y cada una de las veces en las que lo necesitaba (que eran muchas) para que mi herramienta en cuestión no me dejara tirado llegado el momento.

A las 17:00 horas del domingo, como un clavo, estaban allí. Cuando abrí la puerta, Lucas llevaba la cadena de Aurora, quien se hallaba arrodillada sobre el felpudo de mi entrada. Vestida, sí, aunque lo justo. Pero la imagen se me clavó en las entrañas (y me provocó una erección brutal), aunque lo primero que hice fue mirar al descansillo por si algún vecino se percataba de que tenía a una mujer arrodillada y encadenada delante de mi casa. Joder, podían pensar cualquier cosa.

-       Bueno qué, ¿pasamos o piensas dejarnos aquí para dar el espectáculo? Que no es que a mí me importe, ya sabes… pero no te veo a ti con muchas pintas de exhibicionista -Lucas me sonreía, divertido. Estoy convencido de que tenía la boca abierta como un bobo.

-       Sí, sí… claro, claro… pasad, pasad… -me repetía como un papagayo, apartándome de la puerta y ambos entraron: Lucas caminando, como un marajá, y la esclava siguiéndole a cuatro patas, con no menos majestuosidad en sus andares. El culo se asomaba bajo su falda, adornado con su joya anal, y mis instintos gritaban que debía clavársela en su coño húmedo en ese mismo instante. Cerré la puerta mientras me quedaba, embobado, mirando su cuerpo deslizándose sobre el suelo de mi casa como una pantera.

-       Toma, toda tuya. -Me pasó la cadena de Aurora y, cuando agarré el extremo, juro que casi me quemaba en las manos. Entonces Lucas me miró a los ojos, muy serio. -Estás a prueba.

-       ¿Que estoy a prueba de qué? -No entendía nada.

-       Como su Amo, claro. ¿Qué va a ser?

-       ¿De qué coño hablas?

-       ¿No tienes nada de beber? Joder, menudo anfitrión, menos mal que las fiestas se organizan en mi casa -miró alrededor de mi salón, todavía con ese aire de suficiencia, siendo plenamente consciente de que estaba jugando con mis emociones. Se sentó en mi sofá como si fuera el rey de mi casa, apoltronándose con su pie cruzado sobre su otra pierna y los brazos extendidos sobre el respaldo.

-       Sí, claro… eh… ¿qué quieres? -Estaba ahí, como un pasmarote, sin saber qué hacer con las manos. No me atrevía a soltar la correa de la esclava, pero tampoco podía moverme con libertad para ponerle una copa a mi amigo mientras la agarraba. Y, si me movía mientras ella me seguía gateando, no sería capaz de controlarme…

-       Bueno… si tienes una esclava debería ser ella quien sirviera a tus invitados, digo yo. Te aseguro que está muy bien entrenada, puesto que la he entrenado yo… -sonrió.

-       Ahí.. -señalé al mueble bar, inseguro, en una muda orden.

-       Sí, mi Señor… -musitó ella, apresurándose a cumplir lo mandado. No necesitaba preguntarle a Lucas qué deseaba, pues conocía bien sus gustos. Enseguida encontró un vaso ancho y bajo, donde sirvió una generosa cantidad de mi mejor Whisky, sin hielo. Lucas y yo tomábamos lo mismo, al fin y al cabo él fue quien me enseñó a beber de verdad. Se lo sirvió a su Amo, entregándoselo con la reverencia protocolaria que ya conocía: sujetándolo con ambas manos y extendiendo sus brazos, con la cabeza agachada entre ellos.

-       Gracias, pequeña… -Mi amigo le acarició la cara con ternura -¿Por qué no te sientas? Creo que lo que te tengo que contar te va a interesar. -Me dijo a mí, que seguía con la boca desencajada por la sorpresa y sin entender qué cojones estaba pasando en mi propia casa.

En cuanto me senté en el sofá de enfrente, Aurora se dirigió a mí, a cuatro patas, y se arrodilló a mis pies. No entendía nada. Bueno, supuse que, dado que se iba a quedar conmigo dos semanas, debía acostumbrarse a mí. Aún así, me sentía incómodo (aunque excitacidísimo) si me trataba realmente como a su Dueño, y más delante de Lucas. Además, mi cuerpo y mis instintos (con la fragilidad en la que transitaban últimamente) se lo creerían. ¿Cómo podría volver a enfrentarme a la realidad de que todo era producto de una fantasía? Si ya me había costado recuperar mi estado mental, al menos en parte, después de un fin de semana ¿cómo cojones iba a apañármelas con lo que crearía mi mente después de dos semanas de sentir esa sensación de poder que ya me recorría las venas?

Miré a la esclava, esperando, serena, a mis pies. Su espalda arqueada mostrando su pecho y sus muslos abiertos, con sus manos sobre ellos. Quería agarrarla del pelo y tumbarla en ese sofá. Pero también quería que me complaciera en todos los demás sentidos, invadiendo mi hogar con su obediencia. Empezaba a pensar que había sido una terrible idea aceptar aquello. Que me pusieran ese dulce caramelo en la boca y me lo quitaran de golpe cuando me hubiera acostumbrado a tenerlo, sin saborearlo lo suficiente… era una cruel broma del destino.

Lucas pegó un largo trago al Whisky y soltó un sonido de satisfacción.

-       Ahhh… qué rico. Está claro que a ti también te he enseñado bien. -Sonrió, encantado, como siempre, de conocerse.- Bueno, te voy a contar… ¿Qué te parecería ser el Dueño de Aurora?

-       ¿Qué quieres decir?

-       Joder, Darío. Cuando haces eso me sacas de quicio. Ya me has oído. Quiero decir, si fuera tuya.

-       ¿Mía, mía…?

-       Si vuelves a repetir todo lo que yo digo nos largamos y me llevo a Aurora a Rusia aunque tenga que decir que es mi asistente personal. Sí, coño, tuya, tuya.

-       Joder, Lucas -me rebelé. Me estaba cansando de ese jueguecito- Primero me invitas a tu casa para presentarme a tu “mascota” -hice el gesto-; me dejas beneficiármela como me apetezca, lo cual fue delicioso, no me entiendas mal, pero es, como poco, inconcebible de primeras; luego me llamas para que me “ocupe de ella” ¿y ahora me sueltas que si quiero ser su Amo? ¿De qué pollas me estás hablando?

-       Hablando de pollas… ¿por qué no relajas un poco a tu Dueño, pequeña? Creo que está demasiado tenso… -Lucas pasó de mí y no varió su actitud. Pero yo ya estaba acostumbrado a ser un peón en un tablero de ajedrez en el que todo el mundo me ponía sobre él, a su antojo. Aunque en esta ocasión, me parecía demasiado surrealista.

-       Mi Señor… su esclava le suplica que le permita comerle la polla… -Aurora se giró hacia mí y joder, mentiría si dijera que la presión de mi pantalón no me estaba desquiciando. Aunque fuera un truco, empezaba a creerme la fantasía, y esa frase pronunciada de sus labios era música para mis oídos. Desde luego, si ella estaba sorprendida (o indignada) de que su Amo la estuviera intercambiando como un trozo de carne, no lo aparentaba en absoluto. -¿Mi Señor…? -insistió cuando yo no respondí.

-       Me… me encantaría… sí… -Me acomodé, de manera instintiva, mientras ella manipulaba mi pantalón. Mi rabo, de tan duro que estaba, casi le da en la cara cuando lo liberó y salió como un resorte. Al notar sus manos y, después, su lengua rodeando el glande para ensalivarlo bien, casi muero de gusto. Había echado demasiado de menos esa boca. -Joder… -le apreté la cabeza hacia mi polla y ella la tragó entera, golosa.

-       ¿Mejor?

-       Bfff…

-       Me lo tomaré como un sí -volvió a beber-. Bien, te cuento. Estás a prueba porque ella lo ha elegido así. Nuestra invitación no fue azarosa, todo estaba muy planeado y hablado entre nosotros tres. La comunicación es esencial, aunque lo que se oculta también lo es, claramente… no se le puede dar exceso de información a una esclava, que puede utilizarlo en tu contra. Y, créeme, si es tan lista como esta, lo usará.

-       No entiendo nada, Lucas… joder… -Aurora seguía engullendo mi carne, arrastrando sus labios y ejerciendo la presión justa para notar en mi polla cómo se deslizaban por ella. Precisa, sin prisa, pero increíblemente eficaz.

-       A ver cómo te lo explico… -esperó unos instantes, eligiendo las palabras-. A mí lo que me gusta es educar. Adiestrar. Adoro el proceso de caza, de atraparla en mi red y encadenarla a mi dominio. Disfruto de la guerra que se libra en una sumisa cuando sabe que, finalmente, está perdida. Que va a ser mía sin remedio. ¿Sabes? En realidad ellas tienen un control del que tú, todavía, no eres consciente. Pero ellas sí. Huelen tu miedo y lo aprovecharán. Si tú te enfrentas a ello de primeras, te comen vivo, créeme.

-       Ahá… -y eso era precisamente lo que estaba haciendo, me comía la polla como nadie y, desde luego, estaba bien vivo. Qué gusto, joder. La agarré del pelo e incrementé su ritmo, mientras ella alargaba su mano y me acariciaba los testículos con sus uñas.

-       Pero, cuando alguien como yo, que disfruto de esa guerra, de esa caza, les arrebata el poder que saben que tienen… ay amigo… no te puedo decir cómo lo disfruto. Se me pone la polla como un mástil. -Se la agarró a través del pantalón-. Entonces llega su rendición, ese momento en el que se pliegan a mis deseos y aceptan su condición. Se rebelan, luchan con uñas y dientes, pero yo disfruto derribando sus barreras una a una, sin darles opción. Hasta que asumen que es inútil. Es delicioso ver esa cara de humillación cuando me he follado su orgullo una y otra vez. Cuando explotan su sumisión de verdad. Cuando la dejan en mis manos y soy yo quien la maneja a mi placer. Es sublime.

-       No lo dudo… -le encajé la polla en el fondo de la garganta de un golpe y ella se revolvió un instante, pero aguantó y se dejó follar la boca -Pero… -otra vez, la tenía firmemente agarrada del pelo y se la volví a encajar. Tragó, como una buena tragona. Esa esclava era el puto cielo en la tierra.- ¿Qué tiene que ver eso conmigo?

-       Pues que, después de la rendición y la aceptación, empieza su adiestramiento. Durante el adiestramiento se vuelve a repetir esa lucha de poderes, se rebelan, luchan, te ponen a prueba. Hay que afianzar mi posición, mi autoridad, esa que ellas me dan, sin duda. Pero también, en parte, yo se la impongo. Es un equilibrio necesario, tú sabes de eso… -no contesté, esa mamada me estaba absorbiendo en mi burbuja de placer y lo cierto es que apenas prestaba atención a la charla incesante de mi amigo ¿no podía irse de vacaciones y dejarme en paz de una vez? -Eso también me flipa, seguir marcando mi posición de poder sobre ellas y moldearlas a placer. Dominarlas, en todo momento en el que están conmigo. Enseñarle educación, protocolo, comportamiento, normas para llevar a su día a día. Fundir, en lo más profundo de su mente, la sumisión y la obediencia que me han de mostrar. -Se volvió a agarrar el paquete- Es un proceso largo, que requiere constancia y atención. Y conocerla bien para saber bien cómo follarse esa mente. Esquivarla para que no se adelanten a tu próximo movimiento y que, de repente, sin saber el porqué, esas normas que les impongo se convierten en hábitos -recordé que Aurora me dijo que el hecho de no llevar ropa interior lo aplicaba a diario, no sólo cuando se encontraba con su Amo.- Es más emocionante cuando la esclava en cuestión, además de ese anhelo de entrega tan intensa, es novata. Es como un lienzo en blanco.

-       Ahá… -La miré, abandonada a mi placer y entregada a su tarea como si le fuera la vida en ello. Necesitaba descargarme en esa boca…

-       Pero, con Aurora, ese proceso está ya más que recorrido. Como has visto, su sumisión, su esclavitud, está pegada a su piel y a sus sentidos. Está educada para el placer, para servir, para complacer a su Dueño. No hay que descuidarse, claro, al fin y al cabo ese adiestramiento ha de continuar a diario, ya que, como te dije, se asilvestra con facilidad. Pero, con la firmeza necesaria y la atención que se merece su entrenamiento, ella ya vive su entrega como parte de sí misma, ya lo has visto.

-       Joder… sí… así… traga, puta, traga… -Le apreté la cabeza contra mi polla y me corrí en el fondo de su garganta, era incapaz de soportarlo por más tiempo a ese ritmo y, al mismo tiempo, incapaz de ralentizarlo. La esclava lo tragó todo, me limpió la polla recorriéndola con su lengua y volvió a su posición.

-       Gracias, mi Amo… -su agradecimiento casi me vuelve a empalmar. En vez de eso, me la guardé en el pantalón, porque no me podía concentrar, ni en el placer ni en las explicaciones de mi colega y necesitaba entender de qué iba todo aquello.

-       ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho? -Sin duda el espectáculo le estaba entreteniendo.

-       Sí, que Aurora está adiestrada. -Le acaricié la cara y mi mano bajó instintivamente a sus pechos, que manoseé como queriendo recordar su tacto. -Pero eso ya lo sabía.

-       Bueno, como también sabes, cuando la conocí ella no sabía casi nada acerca de qué iba esto. Pero su potencial fue mucho más que evidente en cuanto jugué un poco con ella. Todo eso que te he contado, no es fácil de identificar para cualquiera, ni todos los supuestos Amos son conscientes de lo que implica. Ni de cómo hacerlo. Muchos sí, pero hay quien no disfruta de ese proceso previo, sino de ser obedecido. Y es muy lícito, ojo. Mírate… tú estás deseando tener a una sumisa a tus pies y no sabes ni por dónde empezar. Si tuvieras a una esclava novata, una de dos, o acaba contigo o la destrozas.

-       Sí, igual sí… pero hay que intentarlo.

-       Sí, pero un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Además, si lo intentas con alguna incauta que acabe en tus manos y no lo haces bien, a ella también puede generarle un rechazo. En vez de disfrutarlo, pasará de sus fantasías y a otra cosa, mariposa. Puede estar perdiéndose algo cojonudo.

-       Ya, supongo que sí…

-       No digo que me vaya a poner a educar a esclavas para otros. No me entiendas mal. Quiero educarlas para ellas. Para que vivan su sumisión, para que se sientan de alguien y para que identifiquen esos sentimientos que necesitan sentir de su posible Dueño.

-       Entiendo… -bueno no, no lo entendía del todo, pero trataba de seguir el hilo mientras acariciaba la suave piel de la esclava. Y, de pronto, parecía que todo estaba en orden: ella ahí, a mis pies, yo sentado, acariciándola, teniéndola accesible para mí.

-       Yo no puedo tener una esclava a largo plazo. No es viable. Primero porque requiere una atención que no puedo darle y, además, a menudo se acaba creando un vínculo emocional que no tendría mucho encaje en mi vida. Y mi mujer tiene un lugar único que, por mucho cariño que pueda dar, nadie va a estar al mismo nivel siquiera. Elga acepta lo que me gusta, y lo vive conmigo, sin duda, pero tampoco estoy seguro de que ella lo aceptara a largo plazo. Quién sabe si algún día. Pero ella también disfruta de ese proceso de educar a una esclava. Sobre todo de castigarlas… quién iba a decir que mi esposa era una pequeña sádica. Aparte de que estamos intentando tener una familia, una de verdad, quiero decir, y no es plan de educar a un crío con una muchacha en pelotas, encadenada, en medio del salón.

-       … -llegados a ese punto, tenía ya toda mi atención.

-       Total, que después de mi experiencia con Aurora lo que deseo es educar a otras esclavas que así lo deseen. Quizás no vuelvo a encontrar a otra como ella, quién sabe. Quizás sí. O quizás al final acabemos adoptando a una para nosotros. Lo he hablado con Elga y nos gusta la vida social en el BDSM, conocemos a bastante gente y somos de confianza. Si alguna otra muchacha desea aprender de nuestra mano, estaremos encantados de repetir el proceso. Y, como a Aurora, ayudarla a encontrar a su Dueño.

-       ¿Qué quieres decir?

-       Esto no lo decidimos de un día al otro. La idea era quedarnos con ella, al menos un tiempo. Pero cuando se hizo más presente en nuestra rutina y, por tanto, ella también necesitaba más atención, esa que yo no podía darle, me planteó que quería jugar con otros Dominantes. Que ella también deseaba algo sin fecha de caducidad de antemano. Yo nunca se lo prohibí, soy consciente de mis limitaciones, y soy consciente de que ha jugado con otros. Sólo le imponía ciertas normas de seguridad además de que fuera siempre sincera. Ella me lo contaba, al fin y al cabo soy su Amo pero, sobre todo, confía en mí y en mi criterio. Huelga decir que la experiencia no fue del todo satisfactoria para ella. -La aludida agachó la cabeza, algo avergonzada- Entonces me surgió la idea. Habíamos fantaseado a menudo en “cederla” a mis amigos, en que sirviera en público. La exhibición la excita como a una perra. -Apretó sus muslos y, cuando yo le separé las piernas con mi pie, ella se sobresaltó. -Bien hecho, colega, estate alerta. Cualquier falta que tú no detectes, puede ser tu perdición. En fin, a lo que iba, que se me hace tarde -miró su reloj-. Se nos ocurrió entonces que, en esas veladas, además de disfrutar como una enana (hay que ver lo que le gusta a la pequeña puta ser usada), podría conocer a algún dominante, jugar en un espacio seguro y, además, probar cómo se sentía con ellos.

-       ¿Y… ella me eligió… a mí…? -Estaba abrumado. Sorprendido, sobre todo. Pero no me lo podía creer.

-       Bueno… -rio- de primeras no eras, ni de lejos, la primera opción, eso desde luego. Cuando te propuse, Elga rechazó la idea de cuajo. Nunca le has caído mal… supongo que te aprecia por mí. Pero no entrabas dentro de su esquema de perversión, ya sabes… Yo, la verdad, tampoco lo tenía muy claro. Me dejé llevar por mi impulso. Cuando me enteré de que lo habías dejado con Claudia, como ya estaba organizando la primera vez en público de Aurora y, con la confianza que te tengo… Sabía que podía ser un desastre, sí. Pero también una oportunidad para que desataras de una vez tus putos instintos, que yo sabía que ahí estaban y, di por hecho, que reprimidos. Tenía que pillarte de improviso, eso sí, porque si te lo pensabas mucho me habrías dicho que estaba loco.

-       Sí, imagino que tienes razón… -lo cierto es que me estaba retratando muy fielmente.

-       ¿Que lo imaginas? Te habrías cagado encima.

-       Vale, sí, me habría cagado encima. -me enfurruñé.- Sigue.

-       Bueno pues, cuando me enteré de lo que te pasó con Claudia, y que era ella quien te había dejado con un pie en el altar, supuse que, en parte, era porque ni siquiera tú te conoces. -Había dado en el clavo-. Desconocía todos los detalles de tu ruptura, algo me contaron, sí; pero yo no había podido olvidar aquella noche en Washington, en la que, de hecho, tu desenfreno y tu manera de llevarte por tus instintos, me enseñó a mí más de los míos de lo que yo creía. Así que quise devolverte el favor. Aunque jamás hubiera imaginado que habrías borrado todo eso de la mente… como nunca cuentas nada…

-       Y… ¿hubo más?

-       Más, ¿qué?

-       Más noches como esa.

-       Pues claro. No me pongas esa cara, que eso es cosa mía y de ella. No creerías que se iba a quedar con el primero que le pusiera el coño como una charca. Aurora necesitaba experimentar y yo tenía que dárselo.

-       Vale, me callo.

-       Lo cierto es que, para tu tranquilidad, sólo hubo una más. Siempre consensuábamos con ella a quién invitaríamos, para saber si ella tenía intención de conocerles o no, para que supiera la relación que me unía a ellos, o si simplemente le apetecía exhibirse y probar, sin más pretensión. Tú fuiste de estos últimos, no te voy a engañar. En principio, ese finde era más bien un experimento para ver si se sentía cómoda, y debíamos escoger a las personas de más confianza, poco público. Y decidimos que fuerais Arturo y tú, para comprobar si se sentía a gusto en ese tipo de situaciones.

-       Muy amable…

-       ¿Quieres saberlo todo o no?

-       Sí, sí. Perdona, continúa.

-       En realidad, nos sorprendiste a todos. A mí el primero. Cuando pusiste esa cara de animalito que va directo al matadero pensaba que había metido la pata hasta el fondo y, de hecho, que eso acabaría siendo un desastre para todos. Para empezar, para Aurora que, quizás, no querría repetir y sería culpa mía por haberte traído ahí. Por eso la mandé con Arturo ese día, quería hablar contigo a solas, como hice en la cocina, y, si no hubieras reaccionado, yo mismo te habría mandado de una patada directito a tu casa. Aunque lo del negocio era cierto, eso sí.

-       …

-       Total, que cuando te encerraste con ella os dejamos a lo vuestro. Me quedé pendiente y, cuando fue a por vuestra cena, sabía que algo había cambiado. En ella, al menos. Pero, por tanto, en ti también, eso seguro. Estaba entusiasmada y más salida de lo normal durante los siguientes días. Así que preparamos una segunda velada, con tres amigos que conocía del Club. Eran buenos Dominantes y, de haber podido, casi la habrían secuestrado de mi propia casa para llevársela a la suya, sin duda. La pequeña es toda una joya… que yo he pulido cuidadosamente.

-       Lo es… eso no me cabe duda… -reprimí mis celos. Lucas tenía razón, no podía ni tenía derecho a tenerlos pero, dado que ya era mía (o eso es lo que me habían informado) no podía evitar la sensación de posesividad que se apoderó de mí y agarré con fuerza el pecho de mi esclava.

-       Nos lo pasamos bien, muy bien, no me malinterpretes. Pero cuando le pregunté por ello y le pregunté si quería repetir, me dijo que ya había escogido. Que eso no era un cásting, sino que hay que sentirlo, y que lo que había sentido contigo era distinto. No supe muy bien qué quería decir, pero me dijo que le asombraba ver como tú mismo te sorprendías descubriéndote. Y me pidió que hablara contigo para saber si la aceptarías.

-       ¿¿Acaso podía dudarlo??

-       Tronco, eres muy hermético. Nunca se puede saber muy bien lo que estás pensando. Y como no me cogías el puto teléfono, tampoco podía tantearte. Así que, de nuevo, no me quedó otra que cogerte desprevenido. Y aquí estamos.

-       Entonces… ¿es mía? -la miré, sin creerme, de verdad, mi suerte. Emocionado.

-       No tan deprisa… Primero, has de aceptarla. Supongo que ese trámite ya lo tenemos cubierto. Segundo, lo de que estás a prueba es cierto. En estas dos semanas, o antes si ella decide terminar con ello, y tiene todo el derecho a hacerlo, tendrás tu oportunidad para conocerla, conocer las rutinas que yo le he inculcado (e identificar las que quieras cambiar, si llega el caso), mantener su educación, estimular su sumisión y hacerla tuya de verdad. Mientras, ella seguirá siendo mía, llevará el collar con las iniciales de Elga y la mía, para constatar que sigue estando bajo mi protección y, en realidad, bajo mi Dominio. Cuando regrese de mi viaje me la llevaré de vuelta, para saber de primera mano cómo le ha ido. Cómo ha estado y si de verdad desea estar a tu servicio, si quiere seguir bajo mi yugo o, por el contrario, si quiere continuar por libre.

-       Entiendo…

-       Entonces qué, ¿la quieres?

-       ¡Pues claro!

-       Bien… -sonrió, ufano- no esperaba menos. Dos cosas, recuerda lo que te he dicho, sobre la responsabilidad. El placer es siempre el fin último, aunque ella esté preparada para canalizar su placer a través del placer de su Dueño. Pero has de ser consciente de esa responsabilidad.

-       Lo daba por hecho…

-       Estupendo. Y, la segunda: tú eres esclavo de tus normas.

-       ¿Qué quieres decir?

-       Que no hay nada más inútil que una norma que no se cumple. Y, para ello, debe haber una consecuencia. Te pondrá a prueba, siempre lo hace. Si no detectas sus fallos y pones remedio, la aburrirás, porque no habrás tirado con fuerza de su correa para volver a ponerla a tus pies si se te sube a la chepa. Así que has de ser consciente de cualquier norma que impongas, no pueden ser aleatorias, si después te vas a olvidar de ellas y, en cuanto ella no la cumpla, no te das cuenta. Perderás su respeto como Amo y su sumisión. Porque no se sentirá Dominada y eso es lo que ella necesita.

Sobra decir que la prueba la pasé. Bueno, la pasamos. En realidad fue todo mucho más fácil de lo que habría pensado. Ella encajó en mis rutinas, se instaló en ellas, como si hubiera nacido para ello. Solía decirle que había nacido para servirme y así era.

Desde luego, tenía carácter y personalidad. Y no estamos a todas horas en nuestras posiciones. Es inviable. A medida que íbamos avanzando juntos y ella se hacía presente en todas las facetas de mi vida, debíamos adaptarnos a una relación normal. A que conociera a mis padres, a mi círculo de amigos y compañeros de trabajo (que a ella no le caían del todo bien, decía que eran unos pijos soporíferos y, en verdad, lo eran), a sus días interminables en el hospital en los que acababa derrengada, y que tan sólo necesitaba tumbarse a mi lado y olvidarse de todo.

Pero no se me dio del todo mal. Mi especialidad eran los equilibrios y, en cuanto recuperé el mío, gracias a ella, sin duda, nuestro día a día fue sobre ruedas. Con sus baches, pero rodando. Mi poder se había instalado en sus sentidos y se demostraba en esos rituales que le surgían de manera inconsciente, en cualquier lugar: en una cena familiar en la que permanecía con las piernas ligeramente separadas, sin ropa interior, claro, accesible para mí aunque no fuera a usarla, pero estaba ahí, presente, mi Dominio; a esa costumbre de llamarme siempre “mi amor” (incluyendo, implícitamente, “mi amo”); ocupándose de que, en cualquier evento, mi copa siempre estuviera llena o me pidiera permiso con un “voy al baño, ¿vale?”; cada vez que la usaba, sin avisar, sólo porque podía, aunque estuviera terminando informes de última hora a las diez de la noche (o dormida, me encantaba despertarla en medio de la noche sólo para follármela); un sábado cualquiera viendo una película mientras ella permanecía de rodillas a mis pies, con la cabeza apoyada a mi lado; cuando dormía en el suelo, sólo porque a mí me apetecía recordarle su condición (aunque lo cierto es que, cuando la hago dormir en el suelo, la echo de menos en la cama, así que eso se lo pido poco). Todos aquellos gestos creaban una complicidad, una especie de código en el que nos comunicábamos en silencio, que era invisible para cualquiera.

Pronto descubrí la eficiencia del cinturón y ahora es el mío negro al que teme. Debía castigarla a menudo, sí. Me puso a prueba (y me encantaba que lo hiciera). De hecho, la tercera noche, la dejé encadenada al radiador, con un orinal al lado, que no usó. Pero eso me dio pie a imponer alguna de mis normas, como la prohibición de cerrarme ninguna puerta, privándola de cualquier atisbo de intimidad. La primera vez que hubo de hacer pis delante de mí, casi se muere de vergüenza.

Ahora todo eso ha marcado una parte de nuestra rutina, que está lejos de poder definirse como “monotonía”. Así, aunque estemos en cualquier situación normal, cotidiana e incluso social, su condición está siempre presente en ella, dejándola en ese permanente estado de excitación, e incluso de alerta, pues una orden le puede llegar cuando menos se lo espera. Y yo, que soy un cabronazo, la pongo entre las cuerdas para obligarla a fallar. Se cabrea, sí, pero le encanta que lo haga.

Ella también me ha enseñado muchas partes de mí mismo. No sólo a aceptar mis Demonios y a adiestrarlos, también a ellos, para ejercer mi posición como se merece. Me acepté y, es más, me adapté a mí mismo mucho mejor de lo que habría supuesto. Aurora es lista, divertida, cariñosa, muy inteligente, con un humor de perros por las mañanas y bastante cabezota. Pero infinitamente leal. Me ha ayudado a liberarme de las cadenas que me ataban a mi vida y a marcar mis condiciones frente a mi familia. A no dejarme manipular. A conocerme, de verdad, a descubrir lo que quiero y a canalizar mis ambiciones en ello.

A los tres meses de aquella tarde en la que, por primera vez, se arrodilló en mi salón, dejé mi trabajo. Así, de un día al otro. Aurora me esperaba en mi casa, conservaba su piso, sí, pero apenas pasaba por allí, pues, dado que nuestra relación prácticamente había empezado en convivencia, nos fue muy difícil mantenernos separados. Se entusiasmó por mí, feliz de que, por fin, me hubiera atrevido a mandar a la mierda un trabajo que, aunque muy rentable, me tenía amargado. Mi abuelo todavía me guarda rencor por ello, pero confío en que, algún día, se le pase. Y, si no, peor para él. Le quiero, pero me había pasado 38 años bailando al son de otros y me debían mucho tiempo perdido.

Al día siguiente le impuse mi collar, en ese cuello que llevaba desnudo desde que Lucas la había dejado, definitivamente, a mi cuidado. Y no se lo ha quitado ningún día hasta ahora.

Nuestro negocio de consultoría de inversión no podría ir mejor. Ahora tenemos a otros dos socios más que nos han aportado un gran capital para hacer funcionar la máquina del dinero, como Lucas la llama. Arturo tiene, sin duda, un olfato infalible para detectar las oportunidades. Nos llevamos bien, casi siempre, al menos mientras no mira a mi esclava como si quisiera empotrarla sobre cada mueble que se encuentre. Ha decidido que lo que a él le gusta es ser un Daddy y, curiosamente, una muchacha, más joven que Aurora, le ha devuelto la juventud, según dice él. Se puso a hacer deporte como un loco, para su nenita, y a menudo nos juntamos en interesantes escapadas al chalet de Lucas en las que mi pequeña puta puede explotar su parte exhibicionista. Sólo yo la uso, eso sí, sigo siendo muy posesivo, pero he descubierto que me encanta que se la coman con los ojos y codicien lo que es mío.

Lucas y Elga han entrenado a otras dos esclavas. Con la última, una mujer muy atractiva, abogada, de 43 años, divorciada y con dos hijos, extremadamente obediente, no parecen tener ninguna prisa en dejarla marchar. Aún no han tenido hijos, pero dado que su esclava tiene el tiempo más limitado que ellos, parece que han hecho un triángulo equilátero perfecto y disfrutan de sus mutuos placeres.

Sí, puedo decir, sin temor a equivocarme, que soy feliz. No todo es un paraíso, hemos tenido nuestros más y nuestros menos -entre otras cosas, he descubierto que yo también tengo un carácter de mil demonios y tengo que controlarme a menudo para no ser un tirano-, pero, en definitiva, enfrentarme a mis propios problemas (es más, tenerlos) me ha dado mucha más emoción que esa tediosa vida que llevaba antes de que Aurora entrara en ella, como un elefante en una cacharrería, para dármelo todo.

De pronto tengo una mano agarrando mi polla y salgo de mi ensimismamiento. Sonrío, encantado de ese despertar.

-       Feliz cumpleaños, mi Amo…

-       Gracias, pequeña… ¿qué pasa? ¿quieres polla?

-       Mmmm… sí… por favor… -me encanta cuando frota así, su coño contra mi pierna, como una perra en celo, dejándome los restos de su humedad.

-       Bueno, ¿y a qué esperas? -al destaparme le ofrezco yo mismo toda mi desnudez. Mi polla está tiesa, alzándose exigente para ver cumplidas las promesas que ella me está brindando.

Joder. No me canso de esa boca. Qué bien la chupas, joder. Así, trágala entera… presióname, puta, presiona, aprieta con esos labios y cómemela. Me encanta cuando me pajeas así, con la fuerza precisa para ponérmela como una roca. Eso es, acaríciame las pelotas y chúpamelas, así… así… baja más con tu lengua y cómeme bien el culo. Eso es, zorra. Te encanta comerme el culo, lo sé. Lame… chupa otra vez. Engulle mi polla como tú sabes.

-       Súbete sobre mí, puta. Cabálgame. Ahora.

Muy bien, nena… cómo mueves ese culo para mí. Si te la clavo ahí ahora no aguantaré mucho así que sigue así, moviendo tus caderas. Joder, me encanta agarrártelas y ver cómo se marcan mis dedos. No grites, sólo ha sido un azote, te he dado más fuerte otras veces así que toma, si vas a gritar que sea con razón. Sí, te duele, eh… anoche me obligaste a sacarme el cinto y te va a costar sentarte durante unos días. Menos mal que casi siempre trabajas de pie. Así, oh, joder, qué bien te mueves, cómo me gusta cuando te follas tú sola sobre mi polla. Tócate las tetas para mí, ofrécemelas, que son mías. Muy bien… aprieta tus pezones. Quita, ya lo hago yo. Eso es, retuércete de dolor y de placer hasta que ya no sepas identificarlos. Gime, grita para mí. Fóllate a tu Dueño con ese poder que sólo tú posees. Qué culo tienes, cariño, qué culo. Tócate, tócate ahora si quieres correrte, porque si me corro yo antes que tú, te juro que no te corres en todo el día. Eso es, enséñame tu placer. Más deprisa, muévete más rápido. Empálate a mí, así. Sí, y frótate ese coño que me pertenece. Ese que puedo usar cuando me plazca. Y ahora me place y me place mucho.

-       Mi Amo… ¿puedo correrme?

-       Aún no…

-       Mi Señor… por favor…

-       Aguanta he dicho.

Sí, me sigue encantando hacerla sufrir de ese modo. Le sigue cabreando y costando mucho soportarlo cuando necesita correrse. Pero me encargo de entrenarlo a menudo, además de que me encanta ver el sufrimiento dibujado en su rostro, por ese placer que no puede controlar, aunque no le quede más remedio si no quiere darme la excusa que, de hecho, deseo, para castigarla. Y mi pequeña puta sigue siendo muy orgullosa.

Si te sigues moviendo así, zorra, no voy a poder soportarlo. Sabes cómo llevarme al límite, eh, cabrona… cómo me conoces… joder así, frótate contra mi polla. Úsate.

-       Córrete, puta, córrete.

Cuando su coño me estruja así la polla soy incapaz de aguantar por más tiempo. La tengo que agarrar del culo y clavársela sin control hasta descargar toda mi leche en ella. Si su cuerpo, su libertad, sus derechos y su amor me pertenecen, mi deseo le pertenece a ella. Y, desde luego, mi semen. Así que no pienso dejarla sin su premio.

-       Ven, corre, toma tu desayuno. -empiezo a meneármela, con ganas, esperando a que ella se amorre para recibir toda mi lefa. Mi esclava golosa no tarda un instante en colocarse a mi lado, de rodillas, y empezar a chupármela para sacarme hasta la última gota. Ella sabe que le pertenece y no está dispuesta a desaprovecharla. Me corro en su boca con gusto. -Mmmm…. Parece que todos los días son mi cumpleaños, porque puedo tener de esto cuando quiera. -sonrío, satisfecho. -¿A que sí?

-       Sí, mi Señor… -ella me sonríe de vuelta, evitando mi mirada. Esa norma también la he atenuado, aunque se mantiene en según qué contexto. Y, en este momento, me ha de mostrar ese respeto.

-       Porque esto es mío, ¿Verdad, pequeña ninfa? -agarro su coño con toda la mano abierta.

-       Sí, mi Amo… mi coño es suyo.

-       Tu coño y todos tus agujeros. Y el resto.

-       Sí, mi Señor… he nacido para servirle.

-       Bien… me encanta que lo recuerdes. Espero que no lo olvides. Si has nacido para servirme, ve a servirme un café. -Le doy un azote en el culo para que lo saque de la cama y, cuando se levanta, me saca la lengua, como una niña. Apunto en mi mente un pequeño escarmiento.

Mi esclava vuelve a los pocos minutos sirviéndome el café como ella sabe. Como hizo la primera vez y se ha mantenido prácticamente en todas las mañanas desde que se hizo la dueña de mi propia casa. Sí, amigos, al final, ellas lo abarcan todo, ya sabéis. Desde que se instaló ha cambiado toda la disposición y decoración de mi casa cuatro veces. Aunque no puedo decir que no me guste (no, literalmente, ¡no puedo decirlo!).

Cojo el café de sus manos y lo degusto con deleite. Igual que me recreo en mirarla ahí postrada, a los pies de mi cama, vestida únicamente con mi collar y mis iniciales en sus pezones y en su tatuaje. Siempre que soy consciente de que me pertenece, me siento eufórico. Pletórico y excitado. Cuando veo las marcas de mi propiedad, moviéndose esas letras que cuelgan de esas anillas que le regalé dos años atrás, me siento un puto Dios pagano.

-       No te muevas, esclava. Dime cuales son los pilares de tu entrega.

-       Obediencia… Respeto… Amor. -ese lema se lo enseñé yo, y me encantaba escucharlo.

-       Bien, pequeña. ¿Y los sientes? ¿Los sientes como propios?

-       Sí, mi Señor… claro.

-       Eres mía.

-       Soy suya.

-       Porque tú quieres serlo, ¿verdad?

-       Siempre, mi Amo.

-       Bien… porque yo sólo puedo ser tu Dueño si tú así lo sientes. Por la fuerza se pueden imponer muchas cosas, pero no se puede poseer esto -toco su cabeza, justo en su sien- ni esto -toco su pecho.- Y eso también me pertenece, ¿a que sí?

-       Sí, mi Señor. -No duda.

-       ¿Recuerdas mi frase favorita de Hobbes?

-       El hombre es un ser radicalmente libre, incluso cuando cede su libertad, lo hace por voluntad propia.

-       Eso es. Yo te he arrebatado tu voluntad. Porque tú me lo permites. Pero hay cosas que no te puedo ordenar.

-       ¿El qué, mi Señor?

-       Perder tu libertad ha de ser la muestra más absoluta de libertad. La última. ¿Quieres perderla? -Entonces saco lo que escondo debajo de la almohada. Es un estuche alargado, de terciopelo, de algo más de medio metro de largo. -Sé que me estáis organizando una buena para el próximo fin de semana en casa de Lucas. No sabes mentir, te he oído hablar con Elga. -mi esclava se sonroja- Pero yo quiero elegir mi propio regalo y lo que quiero es tenerte. Entera.

-       Mi Señor, ya me tiene.

-       Bueno, soy tu Dueño, sí, pero quiero saberlo todos los días. Ábrelo. -Le entrego el estuche, que ella mira con curiosidad y, al mismo tiempo, lo toma con delicadeza, como adelantándose a tomar consciencia de que en ese momento algo va a cambiar irremediablemente.

El estuche contiene una barra de metal alargada, con un pequeño sello al final, donde mi inicial se retuerce en relieve, en una fina letra gótica. Es tan barroca que, una vez más, sería difícil distinguir su significado, aunque eso implicara la aceptación a algo con un significado muy, muy importante. Le estoy entregando una barra para marcarla a fuego, la máxima demostración de su entrega. Enganchado en uno de sus extremos, hay un anillo con un enorme brillante engarzado.

Ella sube su cabeza y me mira a los ojos, visiblemente emocionada. Sin palabras, por una vez, y eso no era nada fácil. Habíamos comentado varias veces la idea de la marca a fuego desde que vimos juntos la película de Historia de O y, aunque con temor (por el momento y por lo que suponía) siempre que hablábamos de ello su coño se encharcaba.

Me arrodillo a su lado, en el suelo, para ponerme a su altura.

-       Esto no te lo puedo exigir, ni ordenar. Has de ser tú quien lo acepte. Quiero que seas mi mujer, mi esposa y… mi hembra. Mi esclava. ¿Quieres casarte conmigo?

-       Sí, sí, sí, claro que sí. -Me abraza y me besa, como loca, tirándome hacia atrás.

-       Para, para… -ahí tumbado como un tentetieso, he perdido toda la solemnidad del momento. No puedo hacer más que reírme, mientras ella sigue dándome besos por toda la cara. -Esclava, en posición de espera.

-       Perdón, mi Señor… -Mi voz, aunque menos firme que otros momentos, hace que ella reaccione al instante y vuelve a arrodillarse.

-       No pasa nada. -Sonrío- ¿Estás segura? ¿Sabes lo que significa esto? -le señalo la barra de metal.

-       Sí, mi Señor… -el temblor de su voz me demuestra que está emocionada. En el fondo, es bastante llorona, pero eso me costó tiempo descubrirlo.

-       Me haces muy feliz… pero habrás de ponerte las pilas. En tres meses, la noche del 14 de abril, Lucas te marcará. Al día siguiente, que es sábado, nos casaremos. ¿Te hace eso feliz?

-       ¡¡¡Sí, mi Amo!!! -Me vuelve a abrazar y me vuelve a tirar al suelo. ¿Qué puedo decir? Si no puedes contra tu enemigo, únete a él.

Desde luego, en mi proposición nada encaja en el machacado mantra del “como debe ser”. Pero todo esto había empezado con una proposición hecha como debe ser y, en este momento, todo es más como debe ser que nunca.

FIN.