Lo que nunca jamás sucedió. Parte VI

Lo que nunca jamás sucedió. Parte VI: Disfrutando de la comida. // Hora del almuerzo y de disfrutar de los deliciosos bocados que ofrece la esclava Aurora.

Se recomienda leer los capítulos anteriores para seguir el desarrollo de la trama

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

PARTE VI: DISFRUTANDO DE LA COMIDA

Con aire resignado, cual reo torturado, me subí el pantalón. La esclava fue reclamada por su Ama para poner la mesa y yo me recluí unos minutos en el baño. Me mojé la cara con agua helada para calmarme.

El comedor de la casa de campo era sobrio y elegante. Las paredes cubiertas de láminas de roble y esa mesa enorme, de madera de cedro, que llenaba la estancia, nos permitía cierta distancia entre los comensales. Lucas y Elga ocupaban ambas cabeceras, mientras que a Arturo y a mí nos ubicaron cada uno en los laterales. Un mantel de hilo fino, color crema, tenía sobre él la enorme paella que desprendía un olor delicioso. También había colocada una gran fuente con ensalada y otra con verduras asadas, acompañadas de una salsa romescu casera.

-       Vaya, Elga… todo tiene una pinta estupenda… -en ese momento, apareció Aurora, con el cucharón para servir en una mano y, en la otra, una botella de vino blanco. Por lo que, mi afirmación, cobró más sentido todavía.

-       Muchas gracias, Darío -me sonrió ante el halago- la verdad es que siempre me ha relajado cocinar. Y es una suerte, ¡porque en esta casa ninguno tiene buena mano para la cocina! -adelantó su mano para que su esclava le sirviera vino.

-       Bueno, no te quejes tanto, querida. Que de comidas, vas bien servida -puntualizó Lucas.

-       Nunca es bastante… ¿verdad, mi niña? -Elga hizo un puchero, mientras acariciaba el labio de la esclava. Ella sacó la lengua, provocándola, y le lamió el dedo, rodeándolo con su lengua, en un gesto que hizo que mi polla, una vez más, reclamase atenciones.

-       Bueno, bueno, ¡vaya par de golosas! Ven aquí, anda, y no te entretengas que tengo hambre y sed. -mi amigo levantó su copa vacía y la esclava se apresuró a remediarlo. Me sirvió después a mí y, en esa ocasión, sí que rodeé su pezón con mi copa, como debí haber hecho la noche anterior. Se endureció al instante y sonreí. Ella me devolvió la sonrisa, pero cuando mi copa estuvo llena rodeó la mesa para llegar hasta Arturo que aún no tenía vino.

-       Gracias, querida… -Arturo le tocaba el culo mientras ella llenaba su copa. -¿Y no habéis pensado en ponerle un trajecito de criada para servir la mesa? Seguro que está deliciosa… -Su mano paseaba por su cintura y después acarició uno de sus pechos, cuando Aurora cogió su plato y debía agacharse para servir la paella que se encontraba en el centro de la mesa. -Que no es que me disguste su… atuendo, o falta de él -Se reclinó en el asiento, para observarla entera en su esplendorosa desnudez, acariciando su cuerpo. Ora bajaba por su estómago, acariciando su pubis suave, otrora volvía a subir por su espalda y luego bajaba, para volver a acariciar su trasero, aún decorado por unas finas líneas carmesí, que fue repasando, orgulloso- Me encanta ver como la caricia de la vara te ha dejado ese culito que tienes, putita…

-       Gracias, Señor… es un orgullo para esta esclava llevar esas marcas -susurró Aurora, dejando su plato delante de él y fue a servir a su Dueña.

-       Pues sí, lo cierto es que tiene un uniforme de criadita que le queda la mar de bien. Pero lo hemos dejado en Madrid… quizás un día podríamos hacer una cena de gala con varios comensales. ¿Qué te parece, querida?- Lucas estaba la mar de complacido, observando todo a su alrededor.

-       No, no me pongas más, niña, que anduve picoteando mientras cocinaba -la esclava puso el plato frente a su Dueña y ella le acarició la cara -Gracias. Pues… -se dirigió a su marido mientras la ninfa se acercaba a mí- la verdad es que me parece una gran idea… podríamos invitar a Elsa y Rodrigo, con su esclavo, para que ayude a servir.

-       Sirve antes a tu Amo, por favor -rechacé la invitación con suavidad y ella obedeció. Si no comprendió el motivo de mi exigencia, no me lo hizo saber.

-       Sí, Señor. -Y se encaminó a la cabecera de la mesa donde su Amo la tomó por las caderas, posando después una mano en su culo para amasárselo bien.

-       ¿Qué te parece, esclava? ¿Te gustaría servirnos como una doncella francesa? Tendrías ayuda… Seguro que serías la sensación de la fiesta… -Sonrió Lucas, maquinando.

-       Me gustaría mucho, mi Señor. Sería un honor servir a sus invitados y que queden complacidos.

-       Sin duda… y tú te encargarías de que queden bien complacidos, ¿verdad? ¡No cierres las piernas, esclava, te quiero siempre accesible! -le dio una palmada en el culo y Aurora se sonrojó. Había apretado sus muslos, seguramente porque la imagen que volaba en su mente, sobre la supuesta noche en cuestión, la había excitado. Tenía los pezones asombrosamente duros.- Me gusta que siempre tenga las piernas ligeramente separadas y los labios abiertos -nos explicó, supongo que más para mí que para Arturo que sí conocía ciertos protocolos y símbolos que rodeaban el vínculo que mantenían con Aurora, mientras Lucas la obligaba a separar medio palmo sus piernas -le hace sentir que, en todo momento, está accesible para mí. De hecho, salvo en ocasiones, cuando está con nosotros tiene prohibido usar nada que se interponga entre sus agujeros y mi mano. Y eso incluso cuando estamos en cualquier sitio, cenando o tomando copas. Lógicamente no la uso en público, y me gusta que pueda relajarse, lo justo, con nosotros, en una situación normal -Aurora respiraba con más dificultad cuando su Dueño acariciaba su pecho, rodeando su pezón- Pero me encanta saberla vulnerable, sin cruzar sus piernas, sin subir su mirada, y que nunca se olvida de su condición, por mucho que estemos en una situación más… distendida… ¿verdad, pequeña?

-       Sí… mi… Señor -jadeó, dejando el plato de paella delante de él, que paseaba su mano por la cara interna de sus muslos.

-       Venga, que Darío se muere de hambre… prácticamente no ha catado bocado. -la despidió con un cariñoso pellizco en su trasero.

Cuando llegó a mi lado tenía las mejillas encendidas, los pezones como piedras y su pecho subía y bajaba rítmicamente. Tenía la polla increíblemente dura imaginándome el calor que emanaría de su coño. La tomé por la cadera, acariciándosela.

-       Apóyate sobre la mesa. -Le dije, con una suavidad que no sentía.

-       ¿Señor?

-       Apóyate sobre la mesa, quiero verte bien. -le señalé el amplio espacio que quedaba, entre mi asiento y el de Lucas, a mi izquierda. Pasado el instante de confusión, Aurora cumplió mi orden. Pegó su cara y toda la parte superior de su cuerpo en el mantel, puso sus manos con las palmas hacia abajo a cada lado de ella y abrió completamente sus piernas, arqueando la espalda y levantando su trasero. Esa imagen… esa obediencia… esa sensación de que podía hacer con ella lo que quisiera, fue demasiado para mí. Me puse de pie, detrás de ella y metí dos dedos en su coño que, como ya suponía, estaba empapado. Los moví y ella gimió. Mi polla me presionaba tanto que creí que iba a salir sola de mi pantalón. -Estás chorreando… -no era una pregunta- ¿te pone cachonda servirnos?

-       Sí… sí, Señor… -moví mis dedos con más energía y los saqué, empapados, para frotar su clítoris. Ella movió sus caderas en busca de mi contacto y reprimió un jadeo, seguramente porque no estaba segura de si se le estaba permitido gemir.

-       ¿Sí? -me hice el sorprendido, la agarré del pelo y le levanté la cabeza- Te gusta que te admiremos, estar así, expuesta, accesible, preparada para ser usada, ¿verdad, puta? -Yo seguía clavándole los dedos, explorando ese coño que aún no había probado. No sabía de dónde salían esas palabras de dentro de mí, pero vaya, estaba disfrutando como nunca… al menos hasta ese momento.

-       Sí, Señor… me gusta estar lista por si mi Amo o mi Ama quieren hacer uso de su esclava -gimió- para su placer. -no cabía duda de que tenía bien aprendida la respuesta.

-       ¿Siempre estás así de mojada? -me olvidé de que había más personas presentes, aunque ninguno decía nada. Era mi turno. Era mi turno y pensaba aprovecharlo. Quizás había escogido el peor momento pero ¿no estaba ella ahí precisamente para eso? ¿Para ser usada en cualquier momento?

-       Sí, Señor… casi siempre… -jadeaba. Había encontrado el punto exacto de presión en su clítoris y yo lo noté. Me encantó notarlo.

-       Buena puta…

-       ¡Darío! -Elga rompió el hechizo- Como te la folles en la mesa, nos tires las copas y nos estropees el mantel, vas a ser tú el que pruebe en sus propias carnes lo sádica que puedo llegar a ser. ¡Y con mucho gusto para mí!

-       Es que tienes el don de la oportunidad, chaval… te pasas medio finde como un pasmarote y, ahora que vamos a comer, te la quieres trajinar -rio- pero vamos, que por mí no te cortes… -Arturo estaba encantado y no perdía detalle.

-       Agárrate ahí. -Con mi pie, pegué la silla contra la pared y la señalé, cogiendo a Aurora del pelo. -Solo voy a catar bocado -sonreí a Elga, en señal de paz- Me apetece follármela un poquito… ¿no puedo?

-       Puedes, puedes, claro que puedes… -Lucas salió en mi defensa, ufano por haber sacado de mí mis demonios, y me lanzó un condón a través de la mesa mientras Aurora obedecía mis instrucciones y se agarraba al asiento de la silla. Se separó todo lo posible a través del pasillo que quedaba entre la mesa y la pared, de lado, y levantó el culo, con las piernas totalmente abiertas, dándome (por fin) pleno acceso a su cuerpo.

Tuve que controlarme para no parecer demasiado ansioso, que lo estaba. Ver ese cuerpo, ese culo, ese coño abierto y ofrecido, todo para mí, me provocó un torrente de lujuria. Me saqué la polla del pantalón, me la acaricié, anticipándome al momento y me puse el condón. Lo cierto es que no me importó que Elga estuviera concentrada en mis movimientos, delante de mí y mirándome la polla. Llegados a ese punto, no me importó en absoluto sacármela, la verdad es que hasta me sentí orgulloso de lo dura que la tenía. Entonces se la metí, despacio, disfrutando de cada contracción de ese coño a medida que la hundía dentro. Juro que casi muero de gusto. Le agarré las caderas, como había deseado hacer desde el momento mismo en el que estuvieron delante de mis ojos, apreté los dedos sobre su carne, marcándola, reclamándola. Aurora hacía un esfuerzo para no verse impulsada hacia delante, para mantenerse en esa postura que no debía ser nada cómoda, con sus codos clavados en el asiento, pero en verdad no me importaba. Lo único que me importaba era que, al fin, tenía mi polla clavada en ese coñito. Entraba y salía de ella, despacio y, sin prestar atención, pude escuchar como los otros tres comensales pasaban de mí para empezar a comer, con una conversación, más o menos animada, si bien, plenamente conscientes de que ahí mismo la esclava estaba siendo usada, por lo que estaban todos mucho más que excitados.

Empecé un mete-saca constante, absorto en mi propio placer. Podía escuchar a Aurora jadear, controlándose a duras penas, y la silla se desplazaba unos centímetros cada vez que la embestía. Ganas no me faltaban de follármela como un poseso pero era cierto que podía armar una buena si no tenía cuidado. Además, había estado tan excitado que no podía aguantar mucho más. Mi orgasmo llegó rápido, así que, la agarré fuerte, se la clavé una y otra vez hasta el fondo y me corrí. Esperé unos instantes, con mi polla aún clavada en su coño, palpitando, hasta que los últimos espasmos de esa esplendorosa corrida terminaron, absolutamente relajado. Entonces me retiré, me saqué el condón y, tomándolo por la base, se lo acerqué a ella.

-       Toma, tira esto, anda. -No quería sonar cruel, ni mucho menos. O quizás un poco. Pero ya no podía parar. Definitivamente, mi Demonio había tomado el control.

Aurora se recompuso el pelo, dejándome libre el asiento. Se notaba que estaba claramente frustrada porque su placer estaba siendo constantemente interrumpido. Cogió el condón sin decir nada aunque me pareció ver un destello de ¿rabia? en sus ojos. Sonreí. Me hubiera encantado notar cómo se corría mientras me la follaba. Pero quizás, de haber sido así, me habría sido imposible parar porque me habría empalmado de nuevo.

Cuando regresó al comedor se notaba que se acababa de lavar la cara. Bien, me gustaba que ella también necesitara cierto autocontrol. Me sirvió mi plato de paella -que ya, por aquel entonces, estaba mucho más que fría- y empecé a comer. Lo cierto es que deliciosa era decir poco.

-       Eh… shhh… tú… ¿dónde vas…? -Elga la interrumpió cuando Aurora iba a ocupar su sitio a los pies de su Dueño. -Ven, ven… te quiero justo aquí -echando su silla hacia atrás, señaló al suelo, debajo de la mesa y se levantó la falda, abriendo sus piernas a lo ancho del asiento. Estaba claro que a todos nos había subido la temperatura.

Pero yo estaba pletórico. Nunca había sentido un placer comparable. Desde luego, ya no había ningún tipo de remordimiento, puesto que, cuando retiré mi polla de ella, la muchacha estaba chorreando de gusto. Y no parecía en absoluto descontenta con el festín que le ofrecía su Dueña. Elga, supuse que en el momento en el que notó la lengua de su esclava saboreando su coño, emitió un suspiro de satisfacción, pese a que siguió comiendo como si nada.

-       Qué, está rica la paella, ¿no? ¿Más vino? -nos ofreció Lucas.

-       Sí, gracias. -Apuré mi copa y se la acerqué. -La verdad es que está de muerte.

-       Joder… ya te digo… -Arturo chupeteaba una cabeza de gamba, aunque sus ojos se desviaban constantemente hacia el asiento de Elga, quizás con cierta envidia o esperando ser el siguiente en recibir las atenciones de esa lengua.

-       Es que mi mujer es una experta cocinera, la verdad, y menos mal. Porque si de mí dependiera nos alimentaríamos a base de pizzas congeladas.

-       Anda, anda. Si siempre has sido un sibarita. Te irías al José Luís todos los días o tendrías a una cocinera para ti. -le repliqué.

-       O una esclava que supiera cocinar… -añadió Lucas, sonriendo.

-       Bueno… -Elga había dejado de comer para presionar la cabeza de Aurora y jadeaba de gusto- La verdad es que experta en comidas, sí que es…

-       Jajajaja… ¡Con menuda viciosa me he casado! ¡No tienes fin!

-       Eso ya lo sabías, mi amor, cuando nos casamos.. y, en parte, precisamente por eso nos casamos. -sonrió Elga y gimió -oh… joder… así, puta…

Terminamos de comer con la tensión justa provocada por la excitación que reinaba en el ambiente. Pero era cierto que la comida estaba buenísima. La salsa romescu estaba en su punto y le daba un toque exquisito a las verduras. Elga, que ya había dado su plato por concluido, se retorcía sobre su silla, siguiendo a duras penas la conversación. Jadeaba de gusto mientras Aurora cumplía con su función. Pero, en un momento dado, se podían apreciar otros pequeños jadeos que provenían de debajo de la mesa. Elga levantó el mantel y miró hacia abajo.

-       Eh… ¿quién te ha dado permiso para tocar eso? –“eso” supuse, sería su coño. La verdad es que me compadecía un poco de ella. -Pero bueno, muchacha consentida…

-       Déjalo para luego -la interrumpió Lucas cuando Elga estuvo a punto de anunciar el castigo- y disfrutemos “de la comida”.

Como única respuesta, Elga volvió a agarrar la cabeza de la esclava y frotó su coño contra su boca. Se revolvía frente a ella, la instaba a ir más deprisa y, finalmente, con un jadeo de inmenso placer, se corrió.

-       Muy bien, perrita… -le acarició la cabeza, complacida, cuando Aurora se asomó de debajo de la mesa, para salir. Antes de que Arturo pudiera reclamar el mismo trato para él Elga se ocupó de que la esclava también fuera alimentada -Sírvete un plato para ti, ya me encargo yo de los cafés de los Señores, por esta vez.

-       Gracias, mi Ama -Aurora se puso en pie, cogió un plato y lo llenó de paella, casi hasta arriba. Hambre, desde luego, tenía.

-       Ponlo ahí. -Señaló al suelo, justo a su lado.- No, no, nada de cubiertos. ¿Cuándo has visto tú a una perra comer con cubiertos?

-       Pero…

-       Ni oírte rechistar quiero. Si te comportas como una perra tocando lo que no es tuyo, comerás como una perra, ¿Entendido? -no es que tuviera ningún instinto sumiso, ni mucho menos, pero ver a Elga tratando a la esclava de ese modo, con esa autoridad, me estaba poniendo verraco.

-       Sí, mi Señora… como usted desee. -Aurora miró su plato y yo me reí para mí mismo imaginando que se estaba arrepintiendo de haberlo llenado tanto. Lo puso en el suelo, a sus pies, y se puso a cuatro patas, entre Elga y Arturo, mostrando a este último una visión estupenda de su culo, totalmente expuesto.

-       Tú no puedes tocarlo… pero yo sí… -sonrió Arturo, acercando su silla. Dado que Aurora estaba totalmente agachada hacia delante, con sus rodillas separadas, su coño quedaba abierto como una flor, tal y como podía apreciar desde mi asiento. Arturo metió un dedo, moviéndolo en círculos. -Mmmm… empapadita… me encanta… ¿es cierto que siempre está mojada? -miró a Lucas, sorprendido y encantado.

-       Sí, siempre lista para el placer. -Lucas sonreía, orgulloso de sus propiedades. Elga salió hacia la cocina, supuse que a por el postre. Y me acordé del postre de la noche anterior… relamiéndome con ganas de repetir.

-       Hummm… delicioso… -Arturo sacó su dedo del coño de Aurora y lo lamió, con una expresión de auténtico deleite. -Tendré que pensar en buscarme a una esclava para mí, aunque dan mucho trabajo… ¿no podrías prestarme a la tuya que ya está educadita? -le volvió a meter, esta vez dos dedos, entrando y saliendo de su coñito mientras la pobre Aurora intentaba comer de su plato, separando los mejillones con la nariz para cazar el arroz con su lengua. Pero estaba tan excitada que, gemir y comer a la vez, no le estaba resultando tarea fácil.

-       Eso tendrás que preguntárselo a ella, no a mí… No tiene prohibido disfrutar de otros placeres, salvo que interfieran con los míos si yo la reclamo. Pero como sabes, Elga y yo viajamos mucho. Si ella desea pasar más tiempo contigo, no veo problema alguno. Siempre que la cuides bien y no la mimes en exceso, que luego me tocará a mí adiestrarla otra vez y ya estoy mayor para eso.

-       Ni te preocupes por eso… tendrá lo suyo -metió un tercer dedo en ese coño abierto y absolutamente empapado. Arturo los metía y sacaba sin ningún esfuerzo, con pocos miramientos -Pero vamos, que no te quejes tanto… que a ti lo de adiestrar fierecillas salvajes te encanta.

-       Pues sí, qué puedo decir, soy un cabrón controlador. Pero vamos, que ellas también lo disfrutan como enanas. Esa es la gracia, claro, ver la rabia y la rendición en sus ojos cuando su orgullo se ve reducido pero, a la vez, suplicando por un nuevo orgasmo -Una vez más, esa sonrisa de suficiencia, encantado de conocerse, se dibujó en sus labios -Ah.. me empalmo sólo de recordarlo -se agarró el paquete- aunque a esta también le da de vez en cuando por rebelarse, quizás porque le encanta sentir otra vez que le aprieto el yugo. Y no seré yo quien le niegue ese gusto.

-       Pues igual podrías encargarte de adiestrarnos una para nosotros, que ya nos venga preparada y nos ahorramos el problema. Yo no sabría ni por dónde empezar… -se me ocurrió así, de repente. Pero lo cierto es que no lo decía en coña.

-       Oye… pues no es mala idea… Tú encuentra a una que te aguante, me la dejas unas semanas, si ella quiere, claro, y te la devuelvo dócil, dócil…

-       ¿El qué no es mala idea? -Elga regresó con una bandeja llena de tazas sobre los platitos, cucharitas, una cafetera recién hecha, una jarrita con leche, terrones de azúcar y un plato con pastas. Reconozco que sentí cierta desilusión cuando no había fruta para aderezar adecuadamente.

-       Darío, que quiere que le adiestre a una esclava.

-       Joder, Darío.. quién te ha visto y quién te ve -sonrió Elga. Parecía sorprendida y, a la vez, creo que en ese momento empecé a caerle un poco mejor.

-       Joder, puta, qué coño tienes… es que se abre solo… -Arturo seguía a lo suyo, ya le había metido cuatro dedos e iba camino del quinto, con toda su mano replegada empujaba despacio, hacia dentro -Así… oh… muy bien… mira, la mano entera me cabe -la movió dentro de ese coño y, entonces, un chorro salió de su coño, empapando todo el suelo, mientras ya, con toda la paella desparramada en el suelo, gritaba de gusto.

¿Sería posible que acabara de mearse encima? La verdad es que, aunque fuera así, me había provocado una erección descomunal. De repente se me ocurrió que quería verla mear en el jardín, como una perra, agarrándola de la correa. Como ya parecía ser frecuente, tuve que agarrarme el paquete para intentar calmar a mi polla que parecía estar permanentemente empalmada.

-       Ah… -Arturo sonrió muy satisfecho. Sacó la mano del coño de Aurora y se la limpió sobre su trasero -No hay nada como provocar un buen squirt para merendar, ¿eh, perra? -Sin tiempo a responder, la agarró del pelo, manejándola, llevándola hasta donde el charco se había formado debajo de sus piernas. Lo limpió con su pelo, sin dejar de sonreír.

-       Pero mira que estropicio… -Lucas se levantó y se agachó delante de ella, que se había puesto de rodillas, cuando Arturo la dejó libre, bajando su cabeza, avergonzada, y con el pelo chorreando -Anda… límpiate ese hocico… -Lucas le levantó la barbilla y le quitó los granos de arroz que tenía pegados alrededor de la boca. Su tono era dulce, conciliador. -Recoge todo esto, que nos vamos a echar una siesta… y después ocúpate del Señor Darío, que necesita relajarse.

-       Sí, mi Señor… Gracias, mi Señor. -Respiró, aliviada de no ser castigada y se levantó para recoger el comedor. Yo me fui a mi habitación a descansar, intrigado por la metodología (tradicional o con su lengua) que usaría para limpiar los restos de comida y de lo que fuera que hubiera descargado su coño, pero, aunque estuve tentado de quedarme a comprobarlo, le permití ese rato de intimidad. Por el momento.