Lo que nunca jamás sucedió. Parte III: La Cena.

Lo que nunca jamás sucedió. Parte III: La Cena // Continúa la noche en la que podemos degustar los placeres que ofrece la esclava de mi amigo, sirviéndonos la cena de un modo delicioso.

Se recomienda leer los capítulos anteriores para seguir el desarrollo de la trama

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

PARTE III: LA CENA

Se hizo un silencio espeso. Intenso. Sexual. Solo era interrumpido por el sonido de la respiración agitada de Elga que, inmensamente relajada después de correrse, acariciaba con cariño la cabeza de Aurora que se había quedado dándole suaves lametones para saborear lo más íntimo de su Dueña.

-       ¡Pero cenad! Que, aunque la cena no se enfríe, no quiero que os emborrachéis antes de tiempo. -Lucas se mostraba visiblemente ufano en su lugar de anfitrión, ya que nuestras reacciones eran, precisamente, las que había planeado.

Yo tenía el estómago cerrado pero lo cierto era que todo tenía una pinta muy apetitosa -y por todo me refiero a la comida pero, sobre todo, a una muchacha en cuestión-. Todos nos acercamos a la mesa a llenar nuestros platos mientras Aurora llenaba las copas, moviéndose a cuatro patas alrededor de la mesita para acercarse al lugar donde se posaban. ¿Es que todo lo que hacía esa mujer me tenía que poner cada vez más cachondo? Esa obediencia ciega, su naturalidad al cumplir con las órdenes y rituales, esa sumisión sin dudar un segundo, esa manera de mostrárselo, tan libremente, a dos hombres desconocidos. Esa revelación me dejó pasmado por un momento, cuando acababa de rellenar la copa de sus Dueños y volvía a su posición, y me di cuenta de que, precisamente, lejos de esclavitud, transmitía una absoluta libertad. No, miento. Me di cuenta de que, cuanto más mostraba su esclavitud, más transmitía que su espíritu nunca había sido más libre. ¿O era yo que me estaba volviendo rematadamente loco?

Lucas iba cogiendo bocados, alternativamente, para sí mismo y para Aurora. Lo dejaba en su mano, se la mostraba, y ella, sin mover sus manos sobre sus muslos, movía su cabeza para cogerlo directamente con su boca y, después de comérselo, murmuraba un “gracias, mi Señor” con sincero agradecimiento. Con una expresión de felicidad en su rostro al verse así, alimentada por su Dueño. Como una verdadera mascota. Me pareció tan íntimo, tan bello, nunca pensé que ese gesto pudiera ser tan sexual. Porque sí, seguía con unas ganas locas de clavarle la polla por todos los lugares posibles, a poder ser, entre esos labios que tomaban la comida que su Amo le ofrecía moviéndose como una tentación imposible de resistir.

Lo cierto era que se había instalado cierta comodidad en el ambiente. Yo seguía medio en shock, pero, ya sabéis, más bien por todo lo que ocurría en mí que por lo que ocurría a mi alrededor. Temía hacer cualquier cosa, como si abrir mi caja de Pandora fuera un camino sin retorno. Aunque ya era tarde para no hacerlo. Intenté disfrutar de la velada, rabiando de envidia cada vez que Lucas alimentaba a su esclava, pero intentando asimilar lo que implicaban mis deseos. Ordenándolos dentro de mí para que ocuparan su lugar. Por suerte, Arturo ocupó la mayor parte de la conversación, pese a que seguíamos todos cachondos perdidos, pero él, con soberbia elegancia, pudo disimular que tenía las mismas ganas de usar a la esclava de su amigo que yo, comentando algo acerca de inversiones financieras que, por suerte, yo pude seguir. Mientras el vino y la comida caía, la conversación moría, y en todos nosotros se instalaba una sensación de anticipación a lo que nos depararía el momento de después (o, más bien, durante) del postre.

Mi amigo Lucas sacó algo detrás de él que guardaba en el hueco del sofá. Era una especie de bala metálica, en forma de punta de flecha pero con el borde redondeado y la base gruesa, que finalizaba en un tope plano decorado con una especie de brillante púrpura de Swarovski. Yo parpadeé, sin comprender, pero Arturo sonrió y se recostó contra el respaldo del sofá bebiendo de su copa de vino para visualizar la escena con la atención precisa. Así que hice lo mismo.

Lucas acercó el artilugio a la boca de Aurora y ella sacó la lengua, empapada de saliva, lamiéndolo con mucho afán. Cuando salió de su boca, prácticamente chorreaba saliva.

-       Esclava, en posición. -Aurora se postró, al instante mismo en el que mi amigo terminó de pronunciar sus palabras, pegando su cara, y la mitad de su cuerpo, en el suelo, y, con sus piernas abiertas y sus posaderas totalmente levantadas, abrió sus nalgas todo lo que sus dedos se lo permitían. Arturo sonrió, porque desde su posición él tenía una visión perfecta de la postura de Aurora y de su ano ofrecido. Maldije mi elección de asiento. -Buena chica… -Lucas acarició la grupa de la muchacha y escupió dentro de su ano. Yo quería hacer eso mismo. En ese mismo culo. Antes de follármelo con fuerza. De rompérselo. Acto seguido, Lucas empezó a introducir el cacharro en cuestión dentro de su culo, despacio, desapareciendo progresivamente. Entonces comprendí para qué era y el motivo del cristal en el tope. No veía el momento de admirar la hermosura de ese culo decorado. Cuando hubo terminado, Lucas le dio un sonoro cachete, sonriendo. -Vamos, ve a por el postre.

Apenas pude apreciar un destello que brillaba al final de su trasero cuando se alejó sonriendo con picardía, ya que, al agacharse para recoger la mesa, ella estaba frente a mí. Pero tampoco me sentí decepcionado, pues a mí me regaló la visión del bamboleo de sus pechos. Arturo, por su parte, se inclinó para observar de primera mano el resultado del anterior proceso de ornamentación y acariciar sus nalgas una vez más.

-       Preciosa… -admiró.

-       Gracias, Señor… es usted muy amable.

-       No cabe duda de lo bien educada que está, amigo -apreció Arturo cuando Aurora se retiró con los platos de la cena. -Mi más sincera enhorabuena a ambos. -Levantó su copa imitando el gesto anterior de Lucas.

-       ¿Qué opinas, Darío? ¿Te gusta nuestra esclava? -Esta vez fue Elga, dirigiéndose a mí con una amabilidad que no parecía en absoluto falsa, pese a que yo siempre había creído que tan solo me toleraba.

-       Cómo no iba a gustarme… es absolutamente exquisita. Desprende sensualidad y dulzura a partes iguales en cada uno de sus movimientos.

-       Esa es la idea, creo que entonces he hecho bien mi trabajo -Lucas parecía aliviado al oír mi comentario. No sé si esperaba que me diera un ataque o que saliera despavorido. Pero, justo después, me pareció ver que intercambiaba una mirada cómplice con su esposa que no supe interpretar.

No pude pararme a pensar en ello porque apareció Aurora y, con su llegada, se me esfumó toda la capacidad de raciocinio. Y, como si no acabara de verla hacía apenas unos minutos, mi polla reaccionó poniéndose dura como una roca y exigiendo inminente atención. De su collar colgaban dos cadenas, que se dividían en dos cada una de ellas, para aguantar el peso de una bandeja sobre la que llevaba varios platos. Fantaseé con tenerla así en mi propia casa, llevándome la cena, y esa imagen me la puso aún más dura, si es que eso era posible.

-       Deja un momento la bandeja ahí, sobre la mesa, por favor. Ve a por el champagne y cinco copas, tenemos que brindar por tu presentación en sociedad, ¿no?

-       ¡Enseguida, mi Señor! -Aurora sonrió, como una niña entusiasmada en el parque de atracciones, y salió presta para regresar con un Bollinger Rosé y cinco copas.

En esta ocasión fue Lucas quien, tras coger la botella y descorcharla, sirvió las copas a todos los presentes. Al servir la mía me dijo, para que sólo yo pudiera oírlo un “¿Todo en orden, colega?” ante lo cual yo asentí, pretendiendo mostrarme relajado. Pero a Lucas pareció convencerle, así que tomó asiento, sirvió a su mujer, a Aurora, ya de rodillas, y a sí mismo, antes de levantar su copa, gesto que todo imitamos.

-       Brindo por la inmensa suerte que tengo de tener a dos mujeres preciosas, inteligentes y únicas que me aman. No me lo merezco pero, ¿qué puedo decir? Sí, soy un hijo de puta. -sonrió- Por ti, Aurora, por aparecer en nuestras vidas y llenarlas de dicha. Por hacer nuestro día a día lleno de placer, aunque supones un reto todos los días. Por mi hermosa mujer, que ha aceptado todas las facetas de mí mismo y no sólo me permite vivirlas en libertad, sino que las comparte conmigo. Gracias, querida mía, soy incapaz de concebir un gesto más grande de amor. Y por vosotros, amigos, porque no me imagino compartiendo con nadie más un momento como este para presentar a mi esclava en todo su esplendor y haceros partícipes de la mayor intimidad de nuestro hogar. Con todo lo que ello implica.

El discurso parecía casi el de una boda y, aunque algo exagerado como todo lo que hacía Lucas, me pareció conmovedor. Había un tono de gravedad en sus palabras, como si fuera consciente de su responsabilidad para conservar todo aquello que en ese momento tenía. El equilibrio que había creado y que compartía con dos mujeres. Todos bebimos y apuramos nuestra copa.

-       Qué rico está… ¿queda un poco más? -Arturo alargó su mano, como si, con ese gesto, fuera a hacer aparecer la botella.

-       Enseguida le sirvo, Señor. -Aurora se levantó, cogió la botella y se plantó de pie justo al lado de Arturo.

-       Espera… ¿Alguien quiere más? -Todos respondimos que no y Arturo sonrió, complacido- Ven, acércate más y agáchate un poco. -Aurora obedeció, sin comprender la orden, pero no se atrevió a cuestionarle. -Bien… dame la botella y aprieta tus pechos con tus manos… siempre me ha gustado beber directamente de la fuente.

Joder… por qué no se me había ocurrido eso a mí, pensé mientras Arturo apuraba el champangne derramándolo sobre los pechos de la esclava y bebía directamente de ellos. Ella se retorcía al notar el líquido helado, riéndose al mismo tiempo y, cuando hubo terminado, Arturo recogió con su lengua las gotas que habían caído hasta su pubis y a lo largo de su estómago.

-       Tenías razón, Darío… es absolutamente exquisita. Gracias, hermosura. -Con una palmada en su trasero, la despidió.

-       Bien, ¡hora del postre! Aurora, túmbate sobre la mesa, esta vez tú serás el plato. Elga, querida, ¿te encargas? Tú tienes más arte que yo con estas cosas.

-       Claro, mi amor. ¡Vamos, esclava! -Tomó a Aurora por el pelo, con cierta crueldad, y la arrastró, literalmente, hasta la mesa. La manejó por el pelo obligándola a ponerse de pie e hizo una seña -Ahí.- Aurora se tumbó sobre la mesa de centro, abriendo completamente sus piernas de manera indecente. Definitivamente, había elegido el peor asiento porque, una vez más, fue Arturo quien se deleitó con un primer plano de ese coño y se relamió mientras lo miraba fijamente. -Estás empapada, eh, zorra… -dijo Elga, antes de llevar sus dedos al coño de Aurora y moverlos rítmicamente. Se oía un “chop, chop, chop” que me hacía suponer el lago que brotaba entre sus piernas. Aurora empezó a gemir y esos jadeos me parecieron los más sexuales que nunca hubiera oído. -Bien… así me gusta… -Entonces su mano se movió más abajo y Aurora seguía retorciéndose. Estaba moviendo el tapón que se encontraba encajado en su culo y ya no pude resistirlo más.

Me levanté y me senté en el sillón biplaza al lado de Arturo. Me parecía tremendamente injusto perderme la escena. Y lo que me encontré escapaba más allá de mi imaginación… era, simplemente, espectacular. Ese coño abultado, hinchado, excitado, absolutamente encharcado y su ano decorado con ese cristal de Swarovski… era una visión que superaba todas mis fantasías.

-       Ya está bien… que nos dan las tantas. Además, a este paso te corres y aún no te toca. Ya sabes lo que te pasa cuando te corres antes de tiempo, ¿verdad?

-       Sí, Señora… que me castiga.

-       Eso es… vamos, chupa. -Elga acercó su mano a la boca de la chica y ella lamió sus propios fluidos. Cuando tuvo los dedos limpios, apretó fuertemente uno de los pezones de Aurora con sus uñas, ensañándose, hasta que ella soltó un quejido y, con una sonrisa perversa, empezó a colocar las cosas que había sobre la bandeja. Un cuenco con chocolate blanco caliente, uno con nata y uno con chocolate negro, además de una fuente con frutas: fresas, trozos de mango y de plátano.

Elga fue colocando la fruta sobre el cuerpo de Aurora, quien contuvo la respiración manteniéndose absolutamente quieta, decorándolo con gusto y en función de la escala cromática elegida. Cuando terminó, trozos de fruta se encontraban sobre esos pechos perfectos, descansaban en su estómago, en su vientre y en su pubis. Debo reconocer que hice un esfuerzo enorme por no abalanzarme y devorar uno a uno directamente de su cuerpo. Para, después, matarla a polvos. Pude ver como tenía la piel erizada por la excitación y que unas gotas de la muestra de esa excitación manaban de su coño.

-       Señores… el postre está servido. -Elga se levantó, mostrando su obra con el mismo gesto con sus manos que había hecho su marido al presentar a Aurora. Parecía que había pasado un siglo desde ese momento.

Lucas hizo los honores, cogiendo con sus dientes un trozo de mango del pecho derecho de Aurora. Se lo dio a su mujer quien mordisqueó una punta y, después, se agachó para darle el resto a Aurora directamente en su boca.

-       Gracias, mi Amo… -susurró ella procurando no moverse.

Arturo alargó la mano y cogió un trozo de plátano en un lugar del camino que llevaba a su coño, lo mojó en chocolate negro y se lo comió con deleite. Yo, por mi parte, me dejé llevar por el impulso de mis deseos y, cogiendo una fresa, la empapé de su coño. Ella contuvo el aliento. Su sabor me embriagó. A Arturo pareció encantarle mi idea y repitió la acción, pero mojando después la fresa con nata y dándosela a ella en la boca.

-       Gracias, Señor.

-       De nada, pequeña.

Comimos los tres de su cuerpo, disfrutando del festín que ofrecía. Lo cogíamos directamente con la boca, acompañado de un lametón. O con los dedos y aprovechábamos para acariciarla. Ella jadeaba y procuraba estarse quieta, sin mucho éxito. Alternativamente empapábamos la fruta en la ambrosía de su cuerpo, mezclándola, o no, con el resto de aderezos que eran mucho menos dulces. Arturo tomó la última fresa con su boca, se agachó entre sus piernas y, agarrándola con sus dientes, la paseó por su coño, se la comió, y lamió su vulva. Aurora gimió de placer, retorciéndose sobre la mesa.

-       Esclava, tócate. -Lucas estaba de pie a su lado y su voz sonó dura, inflexible, severa.

-       ¿Señor…? -Aurora abrió sus ojos pardos con cierta confusión, despertando de su letargo.

-       Que te toques para que todos te vean, es una orden.

Ella llevó su mano a su coño empapado. Con una de sus manos se abría esos labios abultados y, con la otra, frotaba con ganas su clítoris. Se movía sinuosa como una anguila sobre la mesa de centro, regalándonos la visión de lo que debía ser un momento íntimo. Nunca había visto a una mujer masturbándose delante de mí y me pareció tan erótico que iba a estallar. Arturo llevó su mano al coño de Aurora y, mientras seguía tocándose, introdujo dos dedos y los movió despacio.

-       Sí que estás empapada, eh… ¿Disfrutas? -La otra mano de Arturo se dirigió a su pecho y lo manoseó sin muchas ceremonias.

-       Sí, Señor… -gemía Aurora.

-       ¿De qué disfrutas, exactamente?

-       De servirles… de darles placer… a mis Dueños y… -gimió más fuerte cuando los dedos de Arturo se movieron dentro de ella -y a ustedes, Señor.

-       Buena chica… tu Amo y tu Ama te han educado bien.

-       No se te ocurra correrte, eh… aguanta… -Lucas, que la conocía bien, se adelantó al frenesí de la muchacha cuando empezó a frotar su coño con más fuerza y ella, de pronto, paró. -No te he dicho que pares, he dicho que no te corras. Sigue.

-       Sí… mi… Señor… -Aurora cerró los ojos con más fuerza, como si soportara un dolor indescriptible aunque, a la vez, no dejaba de gemir. Esos gemidos se me clavaron en lo más profundo de mi mente. Tenía que tocarla… apreté su pecho libre, con ganas, mientras ella reducía el ritmo de sus propias caricias para no incumplir con la orden de su Amo. Cuando toqué esa piel sedosa fue como acariciar el cielo… y paseé mi mano por todo su cuerpo.

-       No puedo más… voy a follarte, pequeña… -Arturo se llevó la mano al pantalón y se deshizo del cinturón.

-       Sí, por favor… Señor…

-       Quieres polla, ¿eh?

-       Sí, Señor…

Lucas le dio un preservativo a Arturo y, mientras tanto, yo llevé mi mano a la boca de la esclava. Ella sacó la lengua y empezó a lamer mis dedos. Mi polla no podía más. Agarré su mano y la acerqué a mi paquete. Ella lo apretó y casi pude morir de placer en ese instante. Y, de repente, me la agarró con mucha más fuerza, casi hasta hacerme daño -aunque la tenía tan dura que no pudo abarcarla entera- cuando Arturo se clavó dentro de ella.

-       Joder… qué estrecho lo tienes con ese plug metidito en el culo. ¿Te gusta notarte llena por los dos sitios, zorra?

-       Sí, Señor… -gimió- me encanta…

-       Te queda un agujero libre, puta… creo que hay que remediar eso. -No supe de dónde salió la voz que utilicé para decir esas palabras. Era la primera vez que decía algo así y me sentí pletórico. Lleno de poder. Dejando escapar, en parte, a una bestia que había estado dentro de mí. Dormida. Pero que ya no podía volver a enjaular.

Me abrí el pantalón y liberé, por fin, mi polla. Y la agarré firmemente del pelo para clavársela de un golpe hasta el fondo de su garganta. Ella no se lo esperaba y reprimió una arcada, pero enseguida me dio libre acceso a su boca y yo se la follé como un loco. Con su pelo enredado en mi puño la manejaba como a una muñeca, soportando un dolor indecible para bloquear mi orgasmo y disfrutar de ese momento lo máximo posible. Esa boca era el paraíso. Ella apretaba los labios contra mi polla, pese a ser un mar de babas que se le escapaban de la comisura y caían sobre la mesa en un pequeño charco que iba creando. A me parecía una visión maravillosa cada vez que se tragaba mi polla, mientras sus pechos saltaban al ritmo de la salvaje follada de Arturo.

Por el rabillo del ojo pude ver como Elga se había subido completamente la falda y cabalgaba a un Lucas encantado de la vida por la fogosidad de su mujer. Le sacó él mismo los pechos y se los lamía mientras ella movía el culo como una loca, montándole, disfrutando de llevar el control. Y Lucas disfrutaba de poder dárselo, porque tenía a otra mujer absolutamente dispuesta a cumplir todos y cada uno de sus deseos. Cerré los ojos cuando el monstruo de la envidia cayó de nuevo sobre mí.

-       Córrete, puta, quiero notar cómo se contrae tu coño mientras te uso… -Arturo aumentó el ritmo de sus embestidas. Deduzco que ambos estábamos igual de ansiosos, habíamos recibido demasiados estímulos en muy poco tiempo y necesitábamos liberación con urgencia.

Antes de que Aurora se corriera yo mismo terminé en su garganta y ella tragó todo, chupando como si fuera de una tetina, sin dejar que una sola gota se escapase de su boca. Sí, habéis adivinado, también era la primera vez para mí que una mujer se lo tragaba…

Pero me alegré de ser el primero en correrme porque pude observar sin perderme detalle de los espasmos y la cara de inmenso placer de Aurora cuando se corría. Si ya era preciosa en su natural sumisión y entrega, en ese momento era arrebatadora. Gritó y se retorció, llegando al clímax como no había visto nunca antes. ¿Y si nunca lo había visto antes, en realidad? No quise pensar en eso… no quería creer que todos los orgasmos que creía haber regalado eran fingidos. Aunque, de haber sido así, me lo merecía.

-       Oh, joder… me vas a estrujar la polla, niña… qué bueno. -Con los últimos arranques, Arturo se corrió clavando sus manos en esos muslos de marfil que se hallaban imposiblemente abiertos a cada lado de su cuerpo. Prácticamente al unísono, la pareja anfitriona hicieron lo propio, terminando primero ella, luego él.

Nos tomamos unos minutos para recuperar el control de nuestros sentidos, cada uno en el mismo lugar en el que nos hallábamos: Lucas y Elga en el sofá, Arturo y yo en el suelo junto a la mesa de centro, donde se hallaba Aurora, todavía abierta y ofrecida, llena de babas y con el rímel corrido.

Lucas se levantó y ofreció la mano a Aurora, ayudándola a levantarse.

-       Ven, pequeña, vamos a lavarte un poco.

Aurora siguió a su Dueño y yo me recompuse la ropa, expulsando de mi cuerpo al dichoso arrepentimiento que amenazaba con perseguirme de un momento a otro. No era ese el mejor momento. Me senté de nuevo en el sillón que había elegido al principio de la noche y apuré lo que me quedaba del vino.

Al poco tiempo regresó Lucas, seguido de Aurora, caminando a cuatro patas. De su collar pendía una correa de perro que era dirigida por su Dueño y, pese a que hacía unos minutos que acababa de correrme, al verla así me empalmé de nuevo.

-       Bueno, creo que es hora de retirarse, que mañana nos espera más diversión, ¿no? -Anunció Lucas. -¿Qué te parece si esta noche te ocupas del Señor Arturo? -Aurora se había arrodillado a los pies de su Amo en cuanto él paró de caminar y, con su cabeza agachada en señal de respeto, asintió levemente.

-       Sí, mi Amo. Será un honor, si él lo desea, ocuparme del Señor Arturo.

-       ¿Qué si lo deseo? Nada me gustaría más… -Lucas le ofreció la correa y, él, lleno de júbilo como un niño el día de los Reyes Magos, la agarró, dio las buenas noches de manera general y salió de la estancia con Aurora caminando a cuatro patas tras él.

Yo le miré partir con unos celos que nunca había sentido. Celos sin sentido, por otro lado, ya que ella no era mía.

-       Vamos, mañana será tuya, chaval -Lucas me dio una palmada en la espalda. Y deseaba que, de verdad, eso fuera cierto.