Lo que nunca jamás sucedió IX: La despedida

Lo que nunca jamás sucedió. Parte IX: La despedida. // Termina el fin de semana en la sierra pero, antes de marchar, Darío aprovechará el tiempo que le queda para disfrutar de la esclava. ¿Lo que nunca jamás sucedió?

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

PARTE IX: LA DESPEDIDA

Esas intensas horas en las que ambos nos habíamos sumido en una nebulosa de placeres, dolor, frustración, excitación, sexo y sensaciones indescriptibles (sobre todo poder, por mi parte, y seguramente odio, por la suya) me habían dejado exhausto. En algún momento, entre acariciar la suave piel de la esclava y el silencio de nuestros propios pensamientos, nos quedamos dormidos.

Cuando abrí los ojos, Aurora dormía profundamente, pegada a mi cuerpo. Estaba hecha un ovillo, encajándose a mí de un modo tan preciso como se acoplaban nuestros cuerpos en esa vorágine que algunos llaman follar. Pero esto era más. Mucho más. Había comprendido, por fin, el significado de “follar la mente”, de “excitación psicológica”. Conceptos que, hasta hacía apenas dos días, me sonaban ajenos. Extraños e incomprensibles. Y, en ese momento, ya sabía que no podría escapar de ellos.

Era incapaz de entender cómo, en apenas dos días, mis instintos (desconocidos para mí, hasta entonces) se habían apoderado de mi mente y de mi cuerpo. Disfruté de la suave respiración de Aurora a mi lado de la cama mientras me acomodaba, colocando mi brazo bajo mi cabeza, mirando al techo. ¿Qué hora sería? No se escuchaba ni un ruido que interrumpiera la quietud de la noche, aunque las luces de la habitación seguían encendidas.

Yo ya no era yo, sino otro. O quizás empezaba a ser más yo que nunca. Tenía la sensación de que siempre me habían dicho quién debía ser y nunca me había parado a pensar en quién era en realidad. Hasta ese momento. La liberación, la necesidad, las ansias, la emoción pura, las ganas… bailaban en mi pecho, desbordándome. Pero, curiosamente, era feliz. Y esa sensación era también nueva para mí. Al mismo tiempo, era tremendamente infeliz, pues cuando saliera de esa casa, tendría una inmensa sensación de pérdida. Otra emoción que también era nueva para mí. Llegué a la conclusión de que, todas las veces en mi vida en las que había identificado algo parecido a la “felicidad”, no era más que templanza. Era agradable conocerla, por fin, aunque llevara aparejado el precio del sufrimiento que implicaba deshacerse de ella.

Pero me sentía vivo. Humano. Pletórico.

Me giré hacia mi ninfa con cuidado de no despertarla. Sí, una vez más, mía. Si todo aquello era producto de mi imaginación, qué más me daba. En ese momento, era mía. ¿Cómo había sido capaz de hacer todo aquello con ella? Había sacado de mí una parte que me era imposible creer. Me había salido solo, casi sin pensar. Esa necesidad de llevarla a mis Dominios, a pasear por ellos, y que sólo yo trazara el mapa.

Estaba convencido de que la había encadenado a ese Dominio que yo le había arrebatado. Que ella también lo había sentido. Que la había hecho mía. Que sí, ahora lo sé, en realidad quizás tan sólo me estaba convenciendo de mis propias conjeturas, de lo que todas esas emociones desconocidas habían hecho dentro de mí. Que me estaba haciendo pajas mentales, vaya. Pero la imaginación es una potente droga, que nos engancha, sin remedio, a seguir navegando por ella. A creernos nuestras propias mentiras, recreándonos en ellas. ¿A quién no le ha pasado sentir y vivir todo lo que es, únicamente, un producto de su imaginación? ¿Acaso no estáis sintiendo ahora mismo (y todo lo que llevo relatado) todas y cada unas de las sensaciones que he descrito? Pues eso. Os lo habéis creído todo. Como yo me creí que ella era mía, así que no me juzguéis.

Me quedé ahí quieto, simplemente mirándola. Empapándome de su rostro sereno, dulce, sumiso. De esos labios entreabiertos que acogían mi polla en la más exquisita prisión. Casi tanto como encajaba de un modo perfecto en ese coño y en ese culo que parecía el molde perfecto de mi rabo. La destapé para observar su cuerpo entero, pasando mi mano a lo largo de sus caderas, de su costado y acariciando sus pechos. Ella apenas se revolvió, pero su pezón me saludó, encantado de mis atenciones.

Mi polla palpitaba, reclamando ese cuerpo que, como os decía, había pretendido suyo. Mío. En ese momento, al menos, lo era. Y si quería usarla, podía hacerlo. Esa verdad me volvió loco. Bajé mi mano por su cuerpo, buscando su coño. Le di la vuelta, dejándola bocarriba en la cama, preparándola para mí y ella protestó en su descanso apenas interrumpido. Sonreí cuando no abrió los ojos y más aún cuando, al palpar su coño, lo encontré increíblemente mojado. Sin duda, esa mujer estaba hecha para el placer.

Llevé mis dedos a mi boca y degusté el sabor de su coño. Sabía a lujuria. Esa lujuria que yo ya no podía controlar más. Casi desesperado ya por hundirme en esa cavidad (y en todos sus agujeros), me puse sobre ella y abrí sus piernas. Ella se removió, despertándose desorientada, cuando encajé dos dedos en su coño empapado y los moví, para terminar de despertarla para mí. Gimió aún viajando entre el sueño y la realidad.

-       Buenos días, esclava… -bueno, serían alrededor de las 2 de madrugada, pero qué más da.

-       ¿Hmmm… Señor…?

-       Te voy a usar. Me he despertado y quiero usarte. Para eso estás, ¿no?

-       Sí, Señor… -gimió, entreabriendo sus ojos y saliendo definitivamente de su estado aletargado.

Me agarré la polla y la dirigí a su coño. Se la metí de un golpe y ese coñito, una vez más, se adaptó a mí como si estuviera hecho para agarrármela, para acogerla, para tenerla dentro. Qué placer infinito tenerla piel con piel, encajada, taladrándola. No tenía tiempo para contemplaciones, ni para deleitarme en follarla con calma. Ella atrapó mis caderas con sus piernas y así, sin más extravagancias, follamos en un misionero salvaje.

Sí, sé que esperabais más. Que le diera la vuelta en triple salto mortal sobre mi cabeza. Pero una follada así, a lo puramente carnal, es deliciosa. El misionero está infravalorado, creedme. Cuando me abalancé sobre su boca y nos enredamos en esa cópula brutal yo no pensaba en otra cosa que seguir metiéndosela como loco. En quedarme así toda la noche y el día siguiente si hiciera falta. La agarré del pelo mientras se la metía y sacaba con fuerza, clavándoseme sus gritos en cada una de mis terminaciones nerviosas.

Estaba destinado a no aguantar demasiado. Me coloqué de rodillas sobre la cama, aferrándome a sus caderas, hipnotizado por el movimiento de sus pechos mientras perforaba ese coño perfecto. Sus jadeos, sus gritos de placer me estaban llevando al límite.

-       Tócate, puta, vamos, córrete… te lo has ganado.

No terminé de decir las palabras mágicas para ella, que ya estaba frotando su clítoris como loca, apretándome más a su cuerpo con sus piernas que seguían entrelazadas a mi cintura. Esa cara de placer me fascinó. El placer que, en ese momento, yo le daba. No, le otorgaba… después de habérselo negado durante horas y, por fin, le había permitido (yo), porque yo disponía de él. Ser consciente de ello me llevó a un éxtasis que iba más allá de lo puramente físico. Me recorrió de la cabeza a los pies y empecé a penetrarla con más fuerza, como si quisiera llegar con mi polla a traspasar la frontera de sus sentidos.

Pero ninguna de esas imágenes fue comparable con su brutal orgasmo. Con la forma en la que se contrajo su coño apretando mi rabo, aferrándolo. Al sentir cómo se clavaban sus uñas en mi brazo, y su grito me atravesó los tímpanos, perdí la razón. Completamente. La perforé una y otra vez, hasta que no pude más que descargarme, inundándola mi semen (o, al menos, con el que me quedara).

Me quedé tumbado sobre ella, aún con sus muslos apretados contra mí, sintiendo mi pulso acelerado en las sienes. Éramos incapaces de hablar, de desacoplarnos, de volver a la realidad. O de determinar el transcurrir del tiempo. El contacto de su coño en mi polla era delicioso y no quería abandonarlo. O, más bien, no podía. Notaba su aliento, entrecortado todavía, sobre mi oído, mientras la mantenía apresada contra mi cuerpo, y me era imposible separarme de ella.

Pero la realidad se impuso, en forma de hambre voraz. Obviamente nos habíamos saltado la cena, aunque, en realidad, nadie nos reclamó. Supuse que entendían que estábamos ocupados en otros menesteres y, si me tocaba disfrutar de la esclava, tenía que aprovecharlo todo el tiempo que pudiera. Dado que estábamos aún así, enganchados por nuestros cuerpos, escuchando tan sólo nuestros latidos desacompasados, noté el rugido exigente de su estómago pegado al mío. Levanté la cabeza y la miré, sonriendo, mientras ella giraba su cara, azorada por ese reclamo tan poco femenino.

-       Tienes hambre, eh…

-       Sí, Señor… disculpe…

-       No has de pedir perdón por eso -sonreí de nuevo, apartándome de ella muy a mi pesar. Me tumbé a su lado, ofreciéndole mi brazo y ella, enseguida, se abrazó a mi pecho, suave como un animalito. -Nos hemos perdido la cena, ¿qué hora es? -Alargué la mano para coger mi móvil de la mesita de noche. Bueno, la 1:50, mucho mejor de lo que pensaba. -¿Por qué no te vas a la cocina y regresas con algo para comer?

-       Sí, Señor, enseguida. -Cuando se puso de pie, mi semen recorrió sus muslos y cayó sobre el suelo de madera. Ella se sonrojó, avergonzada.

-       Espero que limpies bien eso…

Tuve una nueva erección (¡No podía ser fisiológicamente posible!) cuando se puso a cuatro patas a lamer los rastros de mi corrida, recién caída de su coño, sobre el suelo. No me cansaría jamás de verla así, postrada, con su culo levantado, incitando a ser usado.

-       Ya… ya está, Señor… -cuando se puso de rodillas, una expresión de mortificación en su cara, me hizo comprender que todavía salía mi corrida de dentro de ella. Antes de que le dijera nada, repitió la operación y, al terminar, volvió a arrodillarse, agachando su cabeza.

-       Muy bien, esclava… -entonces, recordé algo- Espera un segundo. -Busqué entre mis emails y le pasé mi móvil. -Debí habértelo enseñado antes, tu Amo me dio autorización para usarte sin condones, pero quería que vieras que me hago exámenes periódicos y soy consciente de que él no me lo permitiría de no ser así.

-       Gracias, Señor… supuse que había sido usted consciente de ello. Pero siempre es necesario confirmarlo.

-       Desde luego, pequeña -acaricié su cara. -Vamos, ve, que estoy famélico.

Esperé más de 40 minutos que me parecieron eternos. Aproveché para ponerme al día con los mensajes pendientes (lógicamente, no había prestado atención a mi teléfono en todo el fin de semana… tenía cosas mejores en las que ocupar mi tiempo). La mayoría, como ya podréis imaginar, eran de mi madre. También tenía varios mensajes de voz de mi abuelo. Me parecía ya muy lejano ese tiempo en el que me desvivía por cumplir con los cometidos que me habían impuesto… y no, no me sentí culpable en absoluto cuando me importó un cuerno lo que pensaran. Cuando, exasperado, dejé otra vez mi móvil, a punto de ponerme algo encima para ir a buscar a la esclava que parecía que se estaba vengando de mis crueldades por medio de la inanición, la susodicha apareció por la puerta con una bandeja en las manos.

-       ¿Dónde cojones te habías metido? -sí, estaba enfadado, pero porque estaba hambriento. El monstruito del hambre, ese que nos obliga a refunfuñar por todo pretendiendo así expulsar esa incómoda sensación, se apoderó de mí. Supongo que sabéis lo que es.

-       Disculpe el retraso, Señor… -cerró la puerta y se arrodilló a los pies de mi cama, con la bandeja sobre sus manos. Pollo frío, algo de queso y embutido, una cerveza, palitos de pan y unas trufas de postre componían mi cena. Me habría comido hasta el plato, poco importaba. -El Amo y la Ama estaban en el salón, con el Señor Arturo, tomando unas copas y me reclamaron.

Me senté, todavía en pelotas, y la miré fijamente, mientras me metía un trozo de lomo ibérico en la boca.

-       Ahá… te reclamaron, eh… ¿Así que has comido rabo, zorrita? -se sonrojó- Di.

-       Sí… señor…

-       ¿Y el coño de tu Ama?

-       No, Señor… mi Ama se fue a dormir.

-       Ahá… entonces has tenido tu ración de polla. Digamos que ya has cenado, ¿no te parece? El mejor alimento para una puta es la polla de su Amo.

-       Sí… Señor… -Me encantaba ver sus tetas, rozando la bandeja donde se encontraba servida mi cena, con esos pezones duros. Estaba excitada. Como siempre.

-       Bien, entonces… mejor. -Cogí la bandeja con las dos manos y la sostuve en el aire- A cuatro patas. Vas a ser mi mesita auxiliar.

Cuando obedeció, coloqué la bandeja sobre su espalda. Empecé a comer, tranquilamente, disfrutando de la vista. Desde luego, la mejor mesa que hubiera visto nunca. Mientras degustaba mi cena, me dedicaba a sobar su cuerpo… pellizcando sus pezones, tocando su culo despacio, metiendo dos dedos en su coño (húmedo, claro, siempre lo estaba).

-       Shhh… nunca pensé que las mesas gimieran. -Tenía dos dedos en su coño, los moví y se los llevé a la boca -Toma, tu postre.

-       Gracias, Señor…

-       Buena chica.

Troceé un muslito de pollo y se lo ofrecí con mi palma abierta. Me había parecido tan erótico verla comer de la mano de su Dueño, una muestra de entrega y sumisión tan clara, que no pude evitarlo. Lo devoró con ansia y le di más. Comimos en silencio. Me gustaba mirarla, tocarla, alimentarla, compartir de ese modo mi cena con ella, marcando la diferencia. El lugar que ocupaba ella y el que ocupaba yo, aunque únicamente fuera un espejismo irreal, pues yo tan sólo era un espectador de su esclavitud, como cuando regalan una muestra gratuita de un producto de lujo fuera de nuestro alcance.

-       Gracias, Señor… -Me agradeció, educada, cuando puse entre sus labios la última trufa y quité la bandeja de su espalda.

-       No me des las gracias, demuéstramelo. Besa mis pies. -Le señalé a mis pies y los besó con humilde veneración. Aunque pareciera un gesto humillante, ella lo convirtió en un ritual de su propia esencia como esclava. Joder. Era maravilloso tenerla a mis pies. Y era un suplicio saber que no podía hacer nada por tenerla siempre ahí. En su sitio.

-       Venga, vamos a dormir.

-       ¿Desea que duerma en el suelo, Señor? -miró a su alrededor, supuse que buscando la cadena con la que debía atarla a mi cama, según me había contado.

Rotundamente no. Quería su cuerpo pegado al mío todo el tiempo que fuera posible. Y si era entrando en ella, mejor.

-       No, esclava. -le hice hueco en la cama.-Toma, deja la bandeja ahí -no iba a arriesgarme a que fuera interceptada nuevamente por los dos hombres que, seguramente, seguían tomando copas en el salón, así que ya llevaríamos los platos a la cocina por la mañana.

Sí, por supuesto, me la follé otra vez antes de dormir. Me sentía exultante, colmado del mayor placer que había sentido en mi vida.

Al despertar, ella me daba la espalda, con su culo respingón encaramado a mi costado. Llevé mi mano a ese culo que me llamaba a azotarlo, a usarlo a mi antojo, a tomarlo para rompérselo embestida tras embestida. La esclava, instintivamente, se pegó más a mí con un movimiento de sus caderas. Lo agarré con fuerza y me di la vuelta, poniéndome de lado detrás de ella, pegando mi erección a su trasero y agarré su pecho bajo las sábanas. Aspiré su aroma mientras apretaba su pezón. Noté enseguida como ella pegaba aún más su culo a mi entrepierna y movía sus caderas, restregándose. Delicioso.

-       Buenos días, esclava… -ahora sí.

-       Buenos días, Señor… -susurró con voz soñolienta, adivinándose una sonrisa juguetona.

-       Voy a usar tu culo. Ahora. -le informé suavemente en su oído. Noté cómo se erizaba su piel y se refregó más contra mi empalmada polla cuando besé su cuello hasta su nuca. -¿Estás cachonda?

-       Sí, Señor…

-       Sí, claro… siempre lo estás… ¿mmmh? -seguía hablando suavemente en su oído mientras manoseaba su cuerpo y comprobaba cuán cachonda estaba. -Madre mía… pero mira cómo estás…. -saqué mis dedos de su coño y los puse delante de su cara -¿Saber que voy a romperte ese culito te pone así de perra, putita?

-       Sí… no… no lo sé, Señor… -Seguía restregándose contra mi polla a cada susurro mío en su oído, mientras mantenía sus ojos cerrados y su respiración iba agitándose.

-       Mentirosa… -me limpió los dedos sin que yo le dijera nada. Me encantó notar su lengua rodeándolos. Volví a metérselos en el coño, encharcado ya, disfrutando de sus gemidos. -Te encanta que te use el culo… ¿a que sí?

-       S… sí, Señor…

-       Sí… pídemelo. -froté su clítoris, lamiendo su cuello al mismo tiempo. Su culo ya buscaba mi polla.

-       Señor… esta esclava le suplica que use su culo…

-       Tus deseos son órdenes, pequeña… -le susurré una vez más, metiéndosela muy despacio en su coño -ya que lo tienes tan empapado, me servirá para lubricármela, ¿verdad? -me agarré la polla y la paseaba de su coño a su culo.

-       Sí, Señor…

-       ¿Quieres que te la clave? -ronroneé en su oído con mi polla metida en su coñito.

-       Sí, Señor…

-       Sí… porque ese culo es mío… ahora es mío, ¿a que sí? Dímelo.

-       Mi culo es suyo, Señor… -“Eso es, miénteme…” pensaba mi Demonio.

Se la metí, despacio, así, de lado en la cama. Y qué gozada, madre mía. Sabía que seguramente sería la última vez que me encajara en ese culo y no pensaba desaprovecharla. Fui entrando en su ano con más lentitud de la que pretendía, pero recreándome en mi invasión cada vez más profunda. Cuando se la introduje entera me quedé quieto, apenas empujando para que fuera consciente de que su culo estaba lleno de mi polla. Me apoderé de su pecho, abrazado a ella, en modo “cucharita”.

-       Te gusta así, ¿pequeña? Dentro de tu culo… -empujé de nuevo.

-       Sí, Señor… -Llevé mi mano a su cuello mientras le hablaba, disfrutando del contacto de su piel, de la sensibilidad que descubrí en ese punto justo debajo de su oreja. Apreté, escuchando cómo ahogaba ligeramente sus gemidos y eso me dio una sensación de absoluto poder. Más tarde descubrí que la asfixia erótica era algo muy corriente, pero yo tan sólo me estaba dejando llevar, una vez más, por donde me dirigían los Demonios que moraban en mis instintos más primarios. Presioné más su cuello y su aliento entrecortado me hizo enloquecer.

-       Sí… por mucho que lo niegues, te encanta que usen tu culo, ¿a que sí?

-       S.. sí… me encanta… -hablaba con un hilo de voz, mientras seguía apretando su cuello.

-       Lo sé, putita, lo sé… estás chorreando. -Quité la mano de su garganta y la bajé a su entrepierna, frotando su clítoris para oírla gemir.

-       Ahhh… sí…

-       Sí… tu culo es el paraíso… -Empecé a moverme, dentro y fuera, enculándola con una maravillosa fricción. Su culo presionaba mi polla de una manera sensacional. Era increíble estar ahí dentro. La agarré de las caderas, embistiéndola con más fuerza. Sabía que se estaba tocando, y me daba lo mismo. Sólo quería follármela hasta el fin de mis días.  -Qué gozada de culo, puta… qué gozada… -Empujaba desde atrás, una y otra vez, incrementando el ritmo, aprovechándome de su cuerpo, sensible, perfecto en la plenitud de sus carnes y sus curvas, clavándome con fuerza.

Pero mi autocontrol no daba para más. Esa posición me impedía moverme con la libertad que necesitaba para horadarla con las verdaderas ganas que tenía. Me aparté de ella un instante y, manejándola sin muchos miramientos, la puse a cuatro patas sobre la cama, apretando su cabeza contra la almohada donde morían sus jadeos. Y empezó el baile, el baile frenético. La empotré una y otra vez, rompiéndole literalmente el culo. Me moví desenfrenado, constatando la realidad de que sería mi último viaje en su culito. La odié por lo que me provocaba, porque me había enganchado a su cuerpo, pero la disfruté encajándome en ella repetidamente. Mis embestidas eran duras, sin control, sin compasión. Para calmar esa fiereza que sentía por ella, esa necesidad hambrienta por tenerla, me ayudaba azotarla, marcando cada palmada en la blanca piel de sus nalgas. Ella levantaba el culo, me lo ofrecía cada vez que descargaba mi mano contra él.

-       Fóllate… empálate en mi polla… quiero verte.

Aurora estaba tan ida como yo. Me quedé quieto, con ambas manos sobre su trasero. Se empalaba ella sola con sus movimientos y me regodeé disfrutando de ver cómo mi polla entraba y salía de ella al son de sus caderas. Qué gustazo de puta, por favor. Sólo tenía que quedarme ahí, viendo como se enculaba, gozando como una perra, jadeando y bufando, regalándome el mayor placer del mundo.

No pude aguantarlo por mucho más tiempo. La hice parar cuando me aferré a ella y la sodomicé brutalmente, agarrándola del pelo para pegar su cara al colchón. Puse mi pie sobre la cama, para tener un acceso más profundo a su culo, y entré en ella con fuerza. Salí y se la volví a clavar. Una vez más. Se la hinqué con la violencia que me provocaba mi excitación descontrolada. Su culo se abría para mí, permitiéndome el acceso, invitándome a seguir con esa penetración despiadada.  Hasta que, finalmente, me corrí como un animal.

-       Joder… qué manera de despertar… -cuando conseguí controlar mi respiración le di un azote en el culo, que lo tenía rojo tirando a morado. Me había emocionado demasiado. -Vamos, pequeña. Tu Amo al final me va a colgar de las pelotas… vamos a la ducha.

La mimé con ternura, encargándome de enjabonarla, para memorizar cada una de sus sinuosas curvaturas en la palma de mis manos que paseaban por su cuerpo con la voraz avidez que sentía, aún no saciada.

-       Ponte contra la pared, pequeña… -cuando me obedeció, coloqué sus manos contra los azulejos de la ducha, agarrando sus muñecas juntas. La besé mientras el agua caía sobre nosotros. La dejé así un momento y ella no movió sus manos de donde las había dejado. Cogí su Hitachi, que había llevado conmigo al cuarto de baño y lo encendí. Había comprobado antes que el juguetito en cuestión era sumergible. Lo encendí a potencia media.

-       ¿Señor…? -abrió los ojos, mirando al aparatito cuando identificó el sonido.

-       Shhh… -Me puse detrás de ella, disfrutando del contacto de mi polla contra sus nalgas y agarré sus muñecas de nuevo. -No te voy a dejar a medias -susurré en su oído- es un regalo. Te lo has ganado. Abre las piernas para mí…

Se relajó contra mi cuerpo y abrió las piernas. Con mi mano libre, pegué el Hitachi a su coño y ella se rozaba contra él, moviéndose despacio con un ritmo que casi hacía que me volviera a empalmar. Casi. Me hubiera encantado volvérmela a follar pero, como comprenderéis, mi polla no daba para más. En las anteriores 24 horas había follado más que en un año entero. O dos, a saber.

Tan sólo me quedé ahí mirando sus gestos de placer, observándola. Disfrutando de la recién descubierta euforia que me causaba provocarle esa expresión de gozo a otra persona. Estudiaba sus reacciones a medida que iba modificando mis movimientos, para ejercer la presión justa, el movimiento preciso para llevarla al clímax. Encajé mis dedos en su coño y ella se los folló mientras seguía refregándose en la cápsula del juguete en forma de micrófono (todo un invento, por cierto).

-       ¿Me… permite correrme, por favor, Señor?

-       Sí, esclava, claro que sí… córrete, tienes mi permiso. - Se corrió en mis manos y lo disfruté casi como si yo mismo me hubiera vuelto a correr dentro de ella. Casi… pero no tanto.

-       Gracias… Señor Darío.

-       De nada, pequeña -sonreí.

Por mucho que deseara retrasar el momento, debíamos bajar. Devolvérsela a sus Dueños. Me hubiera resistido, quedándome en esa habitación sin salir, de haber podido. La envolví en una toalla enorme, mullidita, y la sequé, despacio, como a una niña. Devolviéndole un poco de toda la crueldad que había mostrado en algún momento de esa noche. Crueldad que, sinceramente, no había podido evitar… Esas sensaciones desconocidas, todo lo que me inspiraba y provocaba, había sido demasiado para poder controlarme. De tener ocasión, me recrearía en dosificar todos mis impulsos la próxima vez que pudiera tenerla para mí. Si es que eso ocurría…

La miré ahí, de rodillas a mis pies, en su perfecta postura de espera, mientras terminaba de vestirme y cerraba mi pequeña maleta. Me acerqué a ella, la agarré del pelo y devoré su boca, por última vez, buscando su lengua, su aliento y su deseo. Se agitó y la miré al fondo de sus ojos. En esa ocasión, ella no desvió su mirada y supe que estaba excitada otra vez. Antes de que mis Demonios volvieran a tomar las riendas de mis sentidos, me separé de ella.

-       Vamos… seguro que están esperándonos hace horas. -suspiré para mí cuando abrí la puerta, dirigiéndome al piso inferior.

Me siguió caminando un paso detrás de mí hasta que nos encontramos con todos en la cocina.

-       ¡Pero bueno! ¡Ya era hora! -Lucas me miraba entre divertido y algo mosqueado- Diez minutos más y te hubiera tirado la puerta abajo. Buenos días, esclava… ven aquí y saluda a tu Dueño. -Aurora se arrodilló rápidamente a sus pies, se postró para besarlos y quedó ahí, en el suelo, con la cabeza gacha, que mi amigo acarició cariñosamente. -¿Has disfrutado con el Señor Darío?

-       Sí, mi Amo… mucho.

-       Me alegro de que me la hayas devuelto enterita, ya empezaba a dudarlo. ¿Has gozado, mamón?

-       Como nunca…

-       Ya te lo dije, chaval, es una hembra de primera. Y muy bien adiestrada… -Arturo aportó su granito de arena, mirando fijamente a la esclava, seguro que con ganas de disfrutarla una vez más. Regresaron a mí los celos, una sensación de posesividad absurda que no pude evitar.

-       Sin duda… tenéis a una esclava excepcional, me alegro mucho de que me hayáis invitado. -Dije, sinceramente, con cierto tinte en mi voz de la añoranza que pronto sentiría.

-       Un placer, Darío -Elga se acercó a nosotros, mirándome con una simpatía que, sabía, hasta entonces no le había transmitido. -Me ha sorprendido ver que tienes a un monstruito dentro de ti.

-       Un demonio, más bien. Yo también estoy sorprendido, pero estoy encantado de conocerle. -Le guiñé un ojo. -Y, por cierto, estoy deseando disfrutar de otra de tus paellas! ¡Eres toda una artista!

-       Jajajajaja gracias. Pues para hoy no queda, lo siento. Por cierto, ¿os quedaréis a almorzar? Son casi las dos.

-       Creo que ha sido demasiado abuso a vuestra hospitalidad… -antes de que Arturo pudiera aceptar, me adelanté, esperando que él imitara mis intenciones, aunque solo fuera por educación, pese a que, en realidad, no tenía por qué, pero por intentarlo… -Además, mañana he de volver al trabajo y estoy seguro de que mi madre está a punto de llamar a los GEOs si desaparezco por más tiempo.

-       Eh… sí, sí… -juraría que me atravesó una mirada de odio por parte de Arturo mientras rechazaba vagamente la invitación, pero me alegré de aquella pequeña victoria.

Con una charla banal nos despedimos de ese extraño trío y yo, al menos, salí de allí siendo distinto de quien había entrado hacía menos de dos días completos. En la puerta, Elga me dio un cariñoso (e inesperado) abrazo y Lucas algo parecido, pero terminado en una brusca palmada en mi espalda.

-       Despídete de los Señores, esclava, y dales las gracias por haber tenido el honor de servirles. ¿Has disfrutado mientras te han usado, no? Pues agradece como debes… que parece que no te he enseñado bien. -Aurora permanecía de rodillas a los pies de su Amo, quien agarraba su correa que se colgaba de su collar por un candado que la unía, y de su Ama.

-       Gracias, Señor Arturo. Para esta esclava ha sido un honor servirle y ser usada para su placer. -Acto seguido, se postró frente a él y besó sus zapatos. Volvió a incorporarse, con su cabeza humillada. -Le deseo, Señor, que tenga un buen viaje de vuelta y verle pronto.

-       Yo también lo espero, pequeña… nada me gustaría más que seguir usándote durante horas… -Arturo se agachó frente a la esclava y manoseó sus pechos mientras se complacía a sí mismo con las palabras de la muchacha.

-       Gracias, Señor… -tras recorrer a cuatro patas el par de metros que nos separaban, me tocó a mí el turno. Se arrodilló frente a mí y repitió la liturgia anterior. Me dio las gracias y se postró para besar mis pies. Tuve la sensación de que se recreaba más tiempo en mostrarme deferencia… aunque, de nuevo, la imaginación podía estar haciendo de las suyas. -Ha sido un honor, Señor Darío, servirle esta noche. Esta esclava espera que haya disfrutado.

-       Como nunca, pequeña ninfa… créeme. -Le acaricié la cara y me obligué a apartarme de ella. Quizás con más brusquedad de la que hubiera querido pero, si no salía de allí, me la llevaba conmigo.

-       Hablaremos pronto, socios. -Lucas me lanzó una última mirada críptica y cerró la puerta.

Me despedí de Arturo con cierta pereza y puse rumbo a Madrid. Mi madre me llamó, una vez más, pero acallé el sonido de mi móvil con Highway To Hell, una y otra vez, repitiéndose en el equipo de música de mi coche, a toda hostia. Desde luego, había transitado la autopista del infierno cada vez que penetraba a esa mujer. Porque yo ya no era capaz de pensar en otra cosa.

Cuando traspasé el umbral de mi casa, me parecía todo ajeno. Extraño. Como si no fuera conmigo. Como si yo fuera un personaje de mi propia vida y no el protagonista. Estaba tremendamente agotado, física y psicológicamente. Miré a mi alrededor, a esa vida que habían construido para mí. Todo en su sitio, en su lugar estratégicamente colocado, elegido por alguien que no era yo. Mientras que, quien volvió allí, estaba absolutamente desbocado, desordenado, deseoso de arrancarse la piel a tiras para mudar a una piel distinta. A dejarse invadir por sus Demonios.

Dejé todas mis cosas desparramadas en el suelo del recibidor y me tumbé en el sofá. Necesitaba sacar todos mis pensamientos de mi mente, pues, al día siguiente, debía ser capaz de regresar a mi vida, tal y como la había conocido hasta entonces. Pero todo había cambiado. Y no sabía cómo me iba a enfrentar a ello. Al trabajo que me habían asignado, a las cenas de los jueves, a las comidas familiares de los domingos y un largo etcétera de obligaciones que no había escogido. Al inmaculado devenir que me había tocado vivir y que ahora me negaba a aceptar. Porque todo había cambiado, y sólo quería sentir esos labios besando mis pies, esa voz susurrándome al oído “mi Señor, sólo deseo servirle”…

Con el murmullo de su voz reverberando en mi recuerdo, la oscuridad me atrapó.

Tuve sueños confusos, entrelazados entre sí. Mezclándose imágenes difusas e incoherentes. Un anillo de diamantes. La playa en un día lluvioso. Unos pechos llenos decorados con un unos aretes donde colgaban mis iniciales. Una mujer de pelo color miel de rodillas, postrada a mis pies. Una paella desparramada. Una copa de vino que surgía de la nada, tentándome para embriagarme. Una vara de madera que se agitaba en el aire y, de repente, venía hacia mí haciéndose más grande.

Me desperté agitado, empapado en sudor. Aún llevaba la ropa puesta y no tenía ni la menor idea de qué hora era. Parpadeé varias veces. Había estado soñando con una mujer, en distintas situaciones, muy excitantes, sin duda. Pero había olvidado los detalles de su rostro, su nombre o cualquier cosa que me hiciera identificarla. No entendía qué me estaba pasando, ¿acaso había confundido los sueños con la realidad? Pero eran tan reales…

Tenía la boca pastosa. Necesitaba agua. Me levanté, tambaleándome, hasta la cocina. Bebí casi dos litros del tirón. Tenía una sensación extraña en el pecho. Angustia, excitación, pérdida, necesidad. Ira, incluso. Necesitaba… poseer a esa mujer. Pero ¿acaso existía? ¿qué día era, de hecho? ¿Domingo? ¿Viernes?

No, tal vez fue únicamente producto de imaginación. Como yo. Como comprenderéis, mi nombre no es Darío. Evidentemente, he de mantener mi privacidad… no os iba a confesar todo esto con mi nombre real. Ni con mis datos, que os pudieran llevar a identificarme. Tal vez, ni siquiera soy un hombre. O quizás, todo esto, no es más que un producto de vuestra imaginación y fantasías. Sólo un personaje de ficción.

Ya os he hablado antes del poder de la imaginación. De cómo somos capaces de creernos aquello que sentimos como real, como propio. De entrar en esa vorágine paralela, donde las falacias se confunden en nuestra mente, convirtiéndolas en una paradoja absurda en la que no llegamos a ser conscientes de dónde empieza y dónde acaba el embuste. La frontera es tan difícil de marcar…  Ya os lo he preguntado antes: ¿Acaso no me habéis imaginado mientras leíais todo mi relato? ¿No habéis sentido algo real, e incluso físico, mientras pasabais línea a línea todo lo que os he estado contando? Seguramente sí.

¿Eso significa que existo? No, al menos eso no me hace existir. ¿Hace menos reales esas sensaciones? Tampoco. Por lo tanto, quizás en todo, quizás en parte… sí, soy real.

Pues eso mismo me estaba pasando a mí. Todo aquello me había dejado con una necesidad imperiosa de más… de mucho más. De aquello que no era para mí. Y que quizás no había sucedido en realidad, quizás tan sólo había ocurrido en mi mente, en mis sueños, construido por mis Demonios que pugnaban, furiosos, rugiendo por salir. Sin embargo, la sensación de pérdida era real. Pérdida de algo que jamás había sido mío.

Pero ya sabéis, como dice la canción… no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.