Lo que nunca jamás sucedió IV: La revelación.

Lo que nunca jamás sucedió. Parte IV: La revelación. // Una revelación le hace entender a Darío de dónde viene su necesidad de Dominar, de someter y poseer a una esclava. Y, por fin, ¿liberará sus Demonios?

Se recomienda leer los capítulos anteriores para seguir el desarrollo de la trama

N.de la A.: Este es un capítulo de puente, por lo que la carga sexual es muy limitada. Es necesario para entender la evolución de los personajes, pero prometo compensar en próximas entregas. Publicaré el siguiente capítulo inmediatamente después de que este esté publicado... para equilibrar. ;)

Gracias a quienes me leéis, comentáis y me enviáis vuestras suegerencias, sensaciones, opinión y mensajes de ánimo (desde el respeto, por favor, gracias). No tengo mucho tiempo, pero lo agradezco muchísimo. Ahí va el relato sobre la revelación de Darío.

LO QUE NUNCA JAMÁS SUCEDIÓ

PARTE IV: LA REVELACIÓN

Como os podréis imaginar, esa noche apenas pude dormir. Me removí inquieto en la cama de invitados que me habían asignado mis amigos, imaginándome como Arturo estaba disfrutando de MI ninfa. ¿Mía? Sí. En mi estado trastornado la había reclamado como mía. Sabía que no lo era, pero no podía evitarlo… todos mis instintos, todos y cada uno de mis Demonios la reclamaban en mi cama. En mi poder. A mi servicio.

Di vueltas una y otra vez viendo pasar las horas. No pocas veces pensé en marchar de allí, escapar de esa casa, de esa mujer que se estaba convirtiendo en una obsesión enfermiza. Huir una vez más de todo lo que estaba descubriendo dentro de mí y que había destruido mi calmada existencia. Ni siquiera me reconocía. Es más, no alcanzaba a entender qué carajo estaba haciendo allí, ni el motivo por el que Lucas me había elegido a mí para hacerme partícipe de todo aquello. Yo nunca había dado muestras de que pudiera compartir sus tendencias (aunque las compartía, vaya que si las compartía, pero de eso acababa de darme cuenta). ¿Sería posible que él lo supiera? Y, si era así, ¿cómo?

Entre todas aquellas cavilaciones me masturbaba una y otra vez. Pensando en Ella. En su voz susurrándome “mi Señor”. Suplicándome. Ansiosa por mi placer. Creyéndome su Dueño. En su sonrisa dulce cuando servía. En su lengua sobre mi polla. En su piel erizada postrada a mis pies. Cada vez que me corría, volvía a mí la realidad, que me parecía estar viviendo como un actor ajeno a todo. Jamás había perdido el control sobre mis sentidos de esa manera pero lo cierto era que jamás había necesitado perderlo.

Todo en mi vida era conocido. Predecible, sí, como dijo Claudia. Pero eso nos mantenía cuerdos. No había más que ver mi estado de nervios cuando todas las revelaciones se iban haciendo evidentes en mí. Cuando mi sed y ansia de Dominar a mi ninfa (sí, mi ninfa, Mía, joder, no podía pensar en ella de otra manera), de tener a esa esclava por y para mí, me estaba ahogando.

Como me ahogaban los celos. Tenía celos de Lucas, porque esa muchacha era de su propiedad. Tenía celos de Arturo, que la estaría disfrutando en ese momento. Tenía celos hasta de Elga. Supuse que todo aquello era fruto de mi recién desvirgada experiencia. Era la primera vez que veía a una sumisa (al margen de las películas porno que me habían desatado todas aquellas sensaciones, pero nada tenía que ver con todo lo vivido aquella noche, ni con lo que evocaba Aurora con su manera de entregarse sin reservas). Quizás debía contarle a Lucas todo lo que me atormentaba y me abriera alguna luz en ese horizonte oscuro. Que me explicara cómo podía canalizar todo eso. Quizás me podría contar cómo podía conocerlo, o dónde podía conocer a una mujer como Aurora. Seguro que así se me pasaba esa incomprensible obsesión por una muchacha que ni siquiera conocía. Pero, a través de su piel, de sus movimientos, de su obediencia, de su protocolo, de su entrega… creía que podía leer su alma.

¡¿Pero qué coño…?! ¿Leer su alma? Además de muermo y loco, moñas. Las 4:55. Joder. Volví a masturbarme al recordarla lamiéndome el vino de los zapatos… Al recordar cómo Arturo vertía el champagne entre sus pechos, siendo yo quien degustaba ese manjar. Al sentir la presión de sus labios sobre mi polla, su esfuerzo para mamármela y no ahogarse en el intento. Mi furiosa rabia, por todo lo que me despertaba, follándome esa boca. La maldije. Maldije a mi deseo. Maldije a mi instinto. Pero me corrí, por enésima vez.

En algún momento entre la vigilia y mis fantasías, conseguí dormir un rato. Pero cuando me levanté, tenía un aspecto lamentable. Tenía unas bolsas oscuras debajo de mis ojos, el pelo absolutamente revuelto y una expresión atormentada en mi cara. Me duché, me adecenté todo lo que fui capaz y bajé a desayunar, pese a que ya eran pasadas las 11:30.

-       ¡Por fin apareces! -Arturo me interceptó de camino a la cocina, con el periódico en las manos. -¿Qué tal? ¿Has dormido? ¡Yo la verdad es que no mucho! -se rio.

-       Eh… sí, sí… espero que tu noche fuera apacible. -Me atraganté con mi bilis, pues todos los celos regresaron a mí cuando vi su expresión de completa satisfacción en su cara rechoncha.

-       ¡¿Apacible, dices?! Joder, macho. Esa hembra es la hostia. La hostia, te lo digo. Ya me lo contarás tú mañana…

-       Sí, sí… voy a por un café.

Arturo siguió su camino para acomodarse al lado de la chimenea a leer el periódico, sacudiendo la cabeza como queriendo decir “tienes horchata en las venas, chaval”. O algo similar, estaba convencido. Pero es que, en ese momento, me daban ganas de partirle la cara como si así pudiera deshacer todo lo que él había disfrutado de la esclava y pasara a ser yo el protagonista. Me estaba volviendo majara…

Pero cuando entré en la cocina me volví a empalmar. Me estaba empezando a acostumbrar al dolor permanente de huevos. Aurora limpiaba la encimera, desnuda, claro, salvo por su collar de plata. Unas reveladoras marcas adornaban su trasero, mostrando unas rayas perfectamente dibujadas que atravesaban su piel. Canturreaba, meneando las caderas muy despacio, tentándome. Quería empujarla sobre el mármol y, sin darle tiempo siquiera a recuperarse de la sorpresa, clavarle la polla en ese culo que me provocaba. A mí. Que me invitaba. A mí.

Pero antes de que pudiera llevar a cabo mis planes, ella reparó en mi presencia. Al mismo instante dejó lo que estaba haciendo y se arrodilló, sin pensar siquiera.

-       Buenos días, Señor… no le había visto. -Agachó la cabeza y su pelo con destellos dorados que, a la luz del día, se apreciaban mejor, me ocultó su cara. Perdiéndome la visión de sus labios.

-       Buenos días, esclava -me regodeé en llamarla así, una pequeña victoria que bien podía significar que era a mí a quien se debía -me gustaría tomar un café… -paseé la vista apenas un segundo para buscar una cafetera, pero su presencia ocupaba toda la estancia y mis ojos volvieron a ella, esperando mis órdenes de rodillas.

-       En un momento se lo sirvo, Señor. ¿Cómo lo desea? ¿Desea tomarlo en el salón?

-       Solo, por favor. Y no, me lo tomaré aquí, muchas gracias. -Tomé asiento en la mesa del office para observarla mientras me preparaba el café. Se movió rápidamente por la cocina, puso la taza en la cafetera automática y le dio al botón.

-       ¿Azúcar, Señor? -Se giró hacia mí, pero mantuvo la mirada fija en el suelo frente a ella.

-       Por favor, dos cucharadas. -Ella tomó la taza, la puso en un platito, cuidadosamente vertió las dos cucharadas y removió el azúcar. Lógicamente me habían preparado antes café, mi ex, mi madre… pero nunca antes me había parecido tan erótico que me removieran el azúcar, servido y listo para ser tomado.

Ella se acercó a mí con el platito sujeto con ambas manos justo por debajo, cumpliendo con el protocolo que había aprendido en su adiestramiento, y manteniendo la mirada gacha. Se arrodilló al lado de mi silla, extendió hacia mí sus brazos, ofreciéndome el café, y agachó aún más la cabeza entre sus brazos. Joder. Mi polla saltó. Una descarga eléctrica me atravesó por la rabadilla.

-       Esta esclava espera que sea de su agrado, Señor.

Cogí el plato, probé un sorbo del café (estaba delicioso o quizás me parecía el mejor que había probado por el modo en el que había sido preparado para mí) y lo dejé sobre la mesa.

-       Está perfecto, Aurora, muchas gracias. Eres una buena esclava.

-       Gracias, Señor… -Aurora levantó la cabeza, bajó la mirada, puso sus manos sobre sus muslos y se mantuvo a la espera. -¿Puedo hacer algo más por Usted, Señor?

“Vaya que si puedes. Puedes ponerte a cuatro patas y abrirte el culo. No, primero me vas a comer la polla. Después probaré eso de escupir en tu culo y rompértelo. O me lo lubricaré en tu coño y después me chuparás la polla”…. El hilo de mis deseos se vio interrumpido por un grito, en algún lugar de la casa “¡¡Aurora!! Perra, ¿dónde estás?”. Era Elga que reclamaba a su esclava y me recordó que, a pesar de estar interpretando mis fantasías con ella, no era mía.

-       Nada, gracias… estoy bien. Ve a atender a tu Ama. -Le sonreí, o algo parecido.

Cuando Aurora se fue, me quedé mirando por el amplio ventanal de la cocina, que daba al patio. Fuera hacía un día de finales de invierno, aún frío y crudo, pero con el cielo despejado y un sol farsante, típico del mes de marzo en la Sierra de Madrid. Se esperaba nieve para la próxima semana, así que supuse que el aire cortaría la cara. Quizás era lo que necesitaba para aclarar mis ideas. Para decidirme, de una vez por todas, a probar lo que el Destino me había puesto delante y, de ese modo, comprobar qué significaba todo aquello que pulsaba desde lo más hondo de mis entrañas. Y de mi miembro. Esa excitación psicológica que me creaba una emoción desconocida y un miedo atroz a que, si cataba ese poder, nada volvería a ser igual.

-       Todo en orden, ¿colega? -Lucas se sentó a mi lado, sacándome de mi ensimismamiento.

-       Bueno, no… lo cierto es que todo está del todo, menos en orden. -sonreí con ironía -¿Por qué nunca me habías hablado de todo esto?

-       Sí, lo hice. Y tú estabas entusiasmado de contento. Vamos, al menos cuando tenías atada de pies y manos a aquella morena bajita de tetas enormes. -Lucas hizo el gesto con las manos, delante de su pecho, riéndose.

-       ¡¿Que yo qué?! ¿Te has drogado o algo?

-       Yo no, pero tú sí, ese día. ¿No te acuerdas en Washington? La noche de la morena que querías ligarte como un pelele y te estaba usando para llegar hasta mí. Te metiste algo que te dio un tío en el baño cuando te dije que la muchacha estaba pidiendo a gritos que le dieran algo más de caña, estabas muy enfadado. Pero cuando volviste a la mesa, cambiaste por completo. Fue ella quien nos propuso que nos la folláramos los dos. Te juro que nunca había pensado que pudieras ser así y, desde luego, la chica era sumisa. Vaya que si lo era.

-       En serio, tío, te estás equivocando. Yo no hice tal cosa. -Sin embargo, era cierto que tenía algunas imágenes borrosas de esa noche, el descontrol de drogas y alcohol me dejó con una resaca que me duró tres días. Sí, tenía flashes de una mujer atada, pero lo achaqué a sueños extraños de mi borrachera, así que nunca volví a pensar en ello ni le di mayor importancia.

-       Yo siempre estuve convencido de que tu educación de niño pijo te impidió hablar del asunto. Durante varios días te quejaste de que había sido la peor noche de tu vida, así que no volví a sacar el tema.

-       ¡¡Estuve vomitando casi 48 horas!! ¿Cómo no iba a ser la peor noche de mi vida? -Lucas se quedó un momento pensativo.

-       Lo siento, macho, pero te juro que todo lo que te digo es cierto. Nunca se me pasó por la cabeza pensar que no te acordaras de nada. Creía que estabas arrepentido o que te avergonzabas. -se encogió de hombros, dado que esa posibilidad era de lo más plausible- Esa noche fue la primera en la que le hablé a alguien sobre mis instintos de Dominar a una mujer. Había leído varios libros sobre BDSM y chateado bastante con mujeres que lo disfrutaban, y no solo en la cama. Y tú hasta alimentaste mis ideas. Coño, ¡¡si la chica nos hizo de mesa para la cena que pedimos al servicio de habitaciones!! La ataste, la azotaste con el cinturón y luego nos la follamos varias veces, tú por el culo, sobre todo. Tenías obsesión por follarle el culo. Y, a la vez, yo por el coño.

-       ¿¿Disculpa?? -estaba convencido de que me estaba tomando el pelo y que, de un momento a otro, se empezaría a descojonar de mí por la cara que estaba poniendo. -Yo nunca he compartido una mujer contigo ¡¡y mucho menos nos la hemos follado a la vez!!

-       Te lo juro que todo lo que digo es cierto. ¿No recuerdas nada de nada de nada?

-       Toda lo que ocurrió esa noche, desde que la tía me dijo “perdona, pero tu amigo el rubio, ¿tiene novia o algo?” mientras yo le metía fichas como un patético imbécil, me resulta muy borroso. Recuerdo que me desperté en tu habitación y creía que nos habíamos pasado hasta la madrugada a base de drogas y vaciar el minibar, pero me encontraba tan mal que me encerré en mi cuarto durante los tres días que me duró la resaca. Tuve sueños raros. Pero eso es todo.

-       Sueños raros ¿o recuerdos?

-       ¡¡Yo que sé, tío!! ¡Han pasado por lo menos 14 años de aquello! ¿Cómo quieres que lo sepa ahora? -Empezaba a ponerme muy nervioso puesto que estaba empezando a creer que Lucas iba en serio y no quería permitírmelo si luego se iba a burlar de mí por ser un ingenuo.

-       Oye, conmigo no te cabrees, que yo no te obligué a nada. De hecho, fuiste tú el que se envalentonó e invitó a nuestro hotel a la muchacha… ¿Cómo se llamaba? ¿Kitty? ¿Katy? No sé, no me acuerdo. Pero la invitaste a la habitación y llevabas la voz cantante. La verdad es que nunca te había visto así, la obligaste a hacer cosas bastante humillantes. Pero ya sabes que yo nunca he sido muy de juzgar los juegos sexuales de nadie, aparte de que yo los compartía, así que, salvo estar sorprendido por esa parte oscura de ti, me lo pasé teta. -Lucas no desvió de mí la mirada, muy serio.

-       ¿¿Cosas humillantes?? ¿Yo? -Me salió un timbre chillón que me hacía parecer un niño asustado, más que un hombre de 38 palos.

-       Coño, te la follaste con la cabeza metida en el váter, la obligaste a lamer la taza y a hacerte un beso negro. Si eso no te parece humillante… Que yo he hecho todo eso y cosas peores, pero vamos, yo soy yo… tú no dabas en absoluto esa impresión.

-       ¿Un beso negro? -más o menos sabía lo que era, pero ni en mis sueños le hubiera pedido (ni, mucho menos, ordenado) eso a una mujer.

-       A comerte el culo, Darío, joder, espabila.

-       … -ya no pude decir nada más. Finalmente, me lo creí todo. Y si se iba a descojonar de mí, que lo hiciera. Pero no podía reaccionar ante esa revelación que, en el fondo, sabía que era cierta. Pero ¿cómo coño podía haber olvidado una noche entera? ¿Tanto me había drogado? Posiblemente, mis únicas noches de descontrol las había vivido en esa época ¿pero qué joven de 23 años, con pasta, estudiante en el extranjero, no se ha dejado llevar por los vicios de la noche?

-       Darío… -Lucas seguía muy serio. Puso su mano sobre mi hombro y me miró a los ojos. -Lo sepas o no, te acuerdes o no, eres Dominante. O al menos te mola eso. Cuando conocí a Claudia no quise preguntarte si jugabas o no con ella a hacer esas… cosas malas, ya sabes. Siempre has sido muy celoso de tu intimidad y eso lo respeto. Aquí, el indiscreto soy yo. -sonrió- Pero te mola, tienes ese instinto. Y lo sé no sólo porque lo he visto, sino porque tú me lo dijiste. Por eso te invité este finde. Bueno, por eso y por otras cosas que ya os contaré cuando llegue el momento. Quería que conocieras a Aurora. Si hubieras seguido con Claudia no lo hubiera hecho, lógicamente. Te habría dejado en tu burbuja de muchacho de bien. Pero cuando me enteré de que te habían dejado plantado, bueno, simplemente pensé que sería bueno que volvieras a ver el significado de todos tus instintos. Y la dulce Aurora es perfecta para eso, es tan, tan, tan sumisa… ojo, que tiene un carácter terrible y eso me encanta de ella, además da mucho juego, pero creo que te gustará pasar un tiempo con ella hoy. Si ella quiere, claro, pero me consta que quiere -me sonrió otra vez.

-       … -No salía de mi asombro. No pude decir nada. Me estaba revelando más de mí de lo que yo mismo sabía pero, a la vez, muchas de las cosas que estaba sintiendo y que había sentido en las semanas pasadas, tenían sentido. Era como si me estuviera hablando de otra persona pero, a la vez, me estaba describiendo a mí mismo… a ese yo que ni yo conocía.

-       Mira… siento si me he equivocado. Pensé que te vendría bien. -En ese momento, Lucas parecía arrepentido. Quizás me veía la expresión de melodramático tormento que mostraba. Eso sí que me hacía patético…

-       No, no, no te disculpes… creo que has dado en el clavo. Es sólo que… estoy sorprendido. Anoche no era capaz de entender cómo me estaba poniendo tan burro, y créeme, estaba muy, muy burro…

-       Lo sé… -Lucas soltó una carcajada- se te notaba. Pero yo sabía por qué.

-       Pero yo no y eso me estaba volviendo loco. Ya había descubierto algo así hacía días, vamos, nada que ver con que fuera posible tener a tu propia esclava, pero creía que tenía que pedir ayuda psicológica.

-       Lo que tienes que hacer es desatar todo eso que tienes dentro y serás más feliz. Déjate de loqueros y folla más duro, más fuerte y mejor. Pero folla mentes porque si no, no tendrás lo otro.

-       ¿Follar mentes?

-       Aurora. ¿Crees que ella es así en todas las facetas de su vida? No, joder. ¡Eso no lo aguanta nadie! Yo sólo saco una de ellas. Saco su naturaleza. Sus instintos. La moldeo, la modelo, la adiestro todos los días. Le follo la mente. Y por eso desea que la folle de todas las maneras posibles. Sirviéndome la cena o comiéndome la polla, tanto da. Pero ella tiene su vida, como todo hijo de vecino. Es cirujana torácica y de las buenas. Tiene sus amigos, su trabajo, sus cosas… yo no interfiero en todo ello, como es lógico. Y Elga y yo tenemos nuestra vida aparte como pareja, claro está. A ver si te crees que nos llevamos a Aurora a los cumpleaños familiares…

-       No, claro… -me imaginé llevándome a una esclava a cuatro patas, con un collar y una correa, a una comida con mis padres y casi me atraganto con mi propia risa.

-       Pero en cuanto ella pasa el umbral de nuestra casa, sabe a quién se debe. Cuál es su lugar. Eso desata en ella todos sus deseos y le permite vivir libremente esa faceta que tiene dentro de ella: de ser sometida, esclavizada, usada, educada, cuidada, Dominada y castigada. De servir. Esa parte es importante para ella, pero es solo eso, una parte. Como la tengo yo con mis ansias de Dominar. Y como la tienes tú.

-       …-

-       Mira, Darío. Yo he aceptado mi naturaleza. Soy un cabrón Dominante, creo que justo y que lo hago bien, pero hasta mi esclava me enseña a diario partes de mí mismo que desconocía. Durante mucho tiempo reprimí esa parte y no es que la necesite. Pero elijo vivirla ahora, mientras dure. Aurora también ha elegido hacerlo, es libre de irse cuando quiera. Ahora te toca a ti, elige si quieres seguir reprimiéndote y ser un capullo con el palo metido en el ojete o quieres aceptar quién eres y vivir la vida, que son 1.000 meses. Y ya nos hemos gastado la mitad, o casi.

Dicho esto, se levantó y se fue de la cocina. Me dejó dándole vueltas a esa conversación y a todo lo que me había revelado. Resulta que era Dominante. Y que Lucas lo sabía. Y que yo sabía que él también lo era. Y resulta que yo había dominado a una mujer, la había humillado y la había usado con mi mejor amigo. ¡Maldita sea, y no me acordaba! ¿Cómo podía ser que no recordara nada?! Rememoré la angustia y el arrepentimiento que había vivido en mis días de reclusión viendo porno, así que deduje que, quizás en algún momento entre mi borrachera y mi resaca, habría sentido lo mismo y mi cabeza lo bloqueó. Yo, que prácticamente nunca me drogo ¡Me tuvo que dar ese día por drogarme!

También podía ser que, sin esas drogas (lo que coño fuera que me hubiera metido), no habría encontrado el valor para hacer ese trío con Lucas. Para sacar a mi bestia y que él lo supiera. Y, por lo tanto, tampoco me habría invitado este fin de semana y yo me habría ido a un loquero para que me hiciera una lobotomía o algo y me olvidara de esas películas porno de mujeres suplicando por una corrida en su boca.

Si esa noche olvidada no hubiera existido me habría perdido el placer y me habría dejado llevar por esas convicciones morales y sociales aprendidas a base de machaque que empezaban a hacerse añicos. Me habría perdido mi propia naturaleza. Y tenía que elegir…

¿Tenía elección, en realidad? ¿Podía, llegado a ese punto, simplemente darle la espalda a todo aquello y largarme a mi vida como si nada hubiera ocurrido? ¿Podía negar lo que era, negarme, intentar cazar a cualquier otra mujer, más o menos bonita y lista, con esas mismas convicciones, con quien echar algún que otro polvo, casarme y echar tres críos al mundo?

Entonces vino a mi mente la imagen de Aurora lamiendo mis zapatos. Ofreciéndome el café. Comiéndome la polla. Decididamente no, no tenía elección. Pero elegí. Quería más. Y me fui a buscarla, puesto que me tocaba a mí disfrutar de la esclava.