Lo que nunca conté (y 2)
De donde sigo comentando algunos aspectos de mis viajes.
Lo que nunca conté (apostilla a los viajes de Gulliver) II
De donde sigo comentando algunos aspectos de mis viajes
Como ya os cite, abandone pronto mi tierra natal, y tras varias peripecias que no quiero volver a relatar ni recordar, por lo penosas de las mismas, caí, bueno mas bien subí, al reino de Laputa, una especie de isla flotante desde donde un Rey algo peculiar y su corte no menos asombrosa ejercía su reinado sobre diversas tierras.
Respecto al tema que nos ocupa en este caso, ya describo la gran promiscuidad de las mujeres de este país, lo que no cuento es como lo llegue a descubrir. En cierta ocasión, cuando aún llevaba poco tiempo en este mundo, fui invitado por un ministro y unos de sus secretarios a una cena en la mansión que el primero tenía. Mientras la cena discurrió, nada extraño aconteció. Teniendo en cuenta que como los que me habéis leido ya sabéis que esta gente siempre estaba perdida en disquisiciones astrológicas y astronómicas, que les sumían en arduas cavilaciones y reflexiones. Los sirvientes se encargaban de llamarles la atención, y hacerles olvidar su ciencia y concentrarse en los platos de comida.
Cuando el refrigerio finalizo, se dispuso que tomáramos unos licores, mientras las dos esposas, que hasta ese momento habían estado discretas y correctas se retirasen a otro salón, para así los varones hablasen con más libertad. Nada más tedioso, pues los dos prohombres al estar libres de control se enfrascaron en monólogos ininteligibles sobre dinámicas, gravedades, planos, tornillos sinfín, magnetismos y lindeces similares, y eso que aún estamos sumidos en la mecánica Newtoniana, no se que será cuando la mecánica quántica y la relativista estén de moda.
Aburrido de estar con estos dos loros, curiosee tras la puerta entreabierta por donde se habían retirado las damas. Mi sorpresa fue mayúscula, allí las dos mujeres, en un diván se estaban entregando a las caricias reciprocas, y mediodesnudas exponían sus cuerpos a mi mirada excitada. Lejos de avergonzarse siguieron exponiéndose a mis ojos, e incitándome con sus actitudes a participar en aquel juego.
Mis manos se colocaron sobre aquellas tersas nalgas, y mi boca sobre los torsos de aquellas féminas. El conjunto de belleza juvenil de una de ellas junto con la destreza de la más madura, me hizo olvidar el murmullo de fondo correspondiente a las ingeniosas disquisiciones de sus cónyuges. Las deje hacer, y disfrute con ello, viendo como se excitaban, se exploraban, se lamían, gemían y rugían de placer, de vez en cuando me aventuraba con algún suave roce, y ellas me correspondían con sus amables sonrisas. Cuando ya se encontraron satisfechas, se acordaron de mi pene, el cual ya había sufrido todas las congestiones posibles, y disputándose la punta del mismo, sus lenguas, y finalmente sus bocas lo vaciaron de todo su contenido.
Por lo que me comentaron posteriormente mientras se arreglaban los vestidos, me comentaron que los amores sáficos así como la infidelidad con los extranjeros era la única salida a sus pasiones, las cuales debido a la gazmoñería de los hombres de esta tierra, eran poco correspondidas.
Tuve después diversas experiencias con más hembras de estos lugares, todas ellas de una belleza similar a las mujeres orientales, con breves ojos, pequeños senos, y que gozaban especialmente con todo tipo de perversiones. Parece ser que la penetración normal, a la que estamos normalmente acostumbrados los hombres, no era lo que más les apetecía, de hecho incluso me explicaron que estaban aburridas de ese lance. Los hombre laputianos en los escasos momentos en que sus mujeres lograban tener coyunda con ellos solían olvidarse de correrse y gozar, con lo cual las hembras solían disponer de largos ratos de las vergas enhiestas de sus maridos, los cuales enfrascados con sus cálculos y geometrías les dejaban hacer, sin poner nada por su parte, con lo que el fornicio se les hacia tedioso y aburrido.
Como ya os digo, disfrutaban con la penetración contranatura, así como con castigos leves en sus cuerpos, siempre pedían que les dejase la huella roja de mi mano en las blancas pieles de sus culos, la excitación les aumentaba notoriamente si las escupías, les llamabas con todo tipo de injurias o incluso les obsequiabas con algunas practicas escatológicas, que ni siquiera aquí me atrevo a detallar. Todo este tipo de muestras de vasallaje y humillación lo daban por bueno con tal de que se les teniese en cuenta, tal era el olvido a la que estaban acostumbrados por sus esposos.
Cuando ya conocí aquellas tierras, recorrí sus campos y los cuerpos de muchas de sus mujeres, temiendo ya adquirir algún mal venéreo debido a mi promiscuidad, abandone no sin algo de pesar aquella corte, y tras varios incidentes sin mucho interés volví a mi Inglaterra natal, tras más de cinco años de ausencia.
Mi mujer pudo apreciar en aquellos breves días de estancia lo que había aprendido en mis viajes, y desde entonces se ha mostrado agradecida y complacida con mis practicas conyugales.
Tras cinco meses, y viendo que mi mujer se había quedado embarazada lo cual dificultaba alguna de mis perversiones, si bien hay que reconocerlo incrementaba otras, embarque nuevamente.
Una vez más el destino cambio mi suerte, un motín en el barco en el que navegaba, determinó que me abandonaran en la tierra de los houyhnhnm, los caballos hombre, y los yahoos, los hombres bestias. Todo cambio en mi entender, ya no solo era cuestión de tamaño, era una cuestión de principios. Aquellos caballos entendían la vida de una forma honrada y noble, planteándose solo el bien y la rectitud como forma de ser, mientras que los yahoos, a los cuales fui asimilado, éramos bestias inmundas, lascivas y despreciables. Fui considerado como un ejemplar algo más refinado, si bien nunca se me llego a considerar exento de peligro.
Respecto al tema reproductivo, los houyhnhnm, criticaban nuestra excesiva lubricidad, capaces de copular aún sin estar las hembras en el momento fértil, ellos solo copulaban cuando la yegua estaba en celo, y una vez se había quedado preñada respetaban su gestación.
A mí en principio me repugnaban los que eran considerados mis iguales, los rechace e incluso cuando una joven yahoo, se asió a mis partes pudendas mientras me bañaba, la rechace con gran asco y repugnancia.
Según fue pasando el tiempo y aumento mi respeto hacia aquellos nobles equinos, ellos me convencieron de intentar mejorar la especie yahoo, con fines zootécnicos, venciendo mi repulsión me fueron trayendo hembras yahoos, con tan benemérito fin.
Eso si siempre fui incapaz de tomarlas por delante, exigía que me las sujetasen a cuatro patas, y yo las cubría, mientras ellas gruñían no si de insatisfacción por el breve momento o simplemente porque eran lo único que sabían farfullar. Las crías así conseguidas eran repartidas entre los diversos señores de aquel extraño mundo, y considero que este procedimiento como sumamente ingenioso para intentar de esta manera conseguir provecho de estas criaturas. Incluso tal vez fuera lo que me inspirara un posterior escrito, una humilde propuesta, para intentar acabar con la pobreza en algunas zonas deprimidas de mi tierra natal.
Al final, como nadie es feliz para siempre, aquellos sabios caballos, decidieron que yo seguía siendo un yahoo, un repugnante yahoo, hiciera lo que hiciera, e intentara explicar y razonar las costumbres de mi país de origen, estos hechos junto con que una yegua parece que delato que estando ella con los calores, le introduje el brazo por su jugosa vulva, la cual, por cierto, no paraba de hacer señales intermitentes de excitación, lo que determino que se me expulsase de aquel edén. Aún me corroe la duda si la yegua me traiciono por que no le mordí las orejas y el cuello, tal como hacen todos los caballos, aquí y allí, sean nobles o brutos, no se.
Volví a mi Gran Bretaña, y allí tras una fase de aclimatación, decidí ganarme la vida como conferenciante en Sociedades científicas y geográficas, lo cual no me acarreo grandes beneficios, si bien conocí a mucha gente, entre ella a mi colega Robinsón Crusoe, hombre especialmente piadoso, el cual también se dedicaba a los mismos menesteres divulgativos que yo. Al amor de unas negras cervezas, me confeso como había satisfecho sus instintos, durante sus años de naufrago, y debo reconocer que hubiera tal vez tenido éxito con mis añorados inteligentes equinos, tal debió ser su capacidad zoofilica, aunque posteriormente la supero cuando se encontró a su inseparable Viernes, el cual le proporciono consuelo y refugio en numerosas ocasiones.
Como ya os he dicho, no encontré aprecio entre los hombres del Reino, pero si entre sus damas, las cuales me invitaban a sus reuniones, donde les contaba y sugería las anécdotas más inocentes de mis narraciones, y posteriormente ya en la intimidad, con una, dos o tres de ellas, ponía en practica los conocimientos que mi devenir me había proporcionado. Justo, es de reconocer, que en la mayoría de los casos, ninguna de ellas se vio sorprendidas por mi quehacer, pues donde mayor gusto por las vejaciones sexuales, depravaciones y aberraciones ha sido en mi propia tierra, donde las grandes Damas que pasan por gentes de refinados gustos muestran un amor desmedido por la procacidad, la lascivia y el goce del cuerpo, propio y ajeno.
No se si realmente este opúsculo es real o fruto de alguna perversa y desocupada mente, solo se que disfrute mientras mi amiga filóloga y yo, realizábamos su traducción al castellano, aunque no os voy a contar, eso si que no os voy a contar, lo que hacíamos en los escasos momentos de descanso que nos tomamos en su elaboración. Por ultimo, un consejo final, si no habéis leído la obra original, en una versión adecuada, hacedlo, os aseguro que pasareis unos buenos ratos.