Lo que nunca conté (1)

De mis viajes reales o inventados no narre algunas cosas… (apostilla a los viajes de Gulliver)

Lo que nunca conté (apostilla a los viajes de Gulliver) I

De mis viajes reales o inventados no narre algunas cosas

Muchos de vosotros habréis oído de los viajes de Gulliver; son un clásico de la literatura infantil, y bien mediante edulcoradas versiones, aderezadas para mentes inocentes o bien mediante películas o historietas ilustradas tendréis al menos una vaga idea de por donde ha andado nuestro héroe.

Si uno lee una versión fiel a la versión original se encuentra múltiples detalles sugerentes y hasta alguna discreta procacidad, esto junto con una buena amistad con una filóloga me han motivado a reelaborar y traducir al castellano un pequeño opúsculo apócrifo que recorre el mundo académico y que se atribuye, tal vez falsamente, a Jonathan Swift, el autor de la mencionada novela de viajes.

Cuando escribí mis cuentos sobre los supuestos viajes de un tal Gulliver me animaba una misión, servir de acicate moral para lo que yo consideraba corrupta sociedad inglesa, veía estupidez, lascivia, torpeza y vanidad en cada miembro de mi entorno, ello motivo que cargara las tintas en algunos aspectos y en otros esquivara circunstancias o situaciones cuando menos escabrosas.

Algunos aspectos como los de la relaciones entre el varón y la mujer los eludí o incluso los teñí de una marcada misoginia, la cual se me ha criticado e incluso en siglos venideros, donde atisbo el triunfo de algunas hembras machorras se me recriminara mi actitud. No quiero en absoluto traicionar a mis cuentos lo que quiero realmente es describiros lo que realmente sucedió, pudo suceder o tal vez nunca aconteció.

En el reino de Liliput, el de los enanitos, ese que tanto juego ha dado, ya sabéis que caí en desgracia con el rey por varios motivos, el fundamental, fue paradójicamente hacer un favor. Apague el fuego que cubría los aposentos de la reina con mi orina y ello pareció que sentó bastante mal y trasgredió algunas normas y reglas de la monarquía, lo que nunca conté fue que lo que realmente molesto a la reina, fue que cuando note que aún quedaba un rescoldo y mi vejiga ya estaba vacía, tuve necesidad de ahogar aquel ascua con mi semen. Parece ser que el olor que dejaron mis pobres espermatozoides churruscados llego a turbar a la reina.

Según me contaron parece ser que el fino olfato de los liliputienses quedo impregnado por el olor de mis fluidos y el cuerpo de la monarca más aún, lo cual produjo en su cónyuge, el rey, una excitación tal que la estuvo penetrando sin piedad varias jornadas. Esto hace plausible cualquier odio y repulsión hacia mi ser, todo hay que reconocerlo.

También se me acuso en este reino de entablar relaciones íntimas con una dama, yo lo negué y además argüí que era absurdo considerarlo, debido a la desproporción de tamaños. Ahora que los años han pasado, la dama habrá ya seguramente fallecido y yo habré caído en el olvido, doy paso a la verdad. Dicha dama, además de estupenda conversadora y confidente tuvo una experiencia que cuando menos podemos calificar de sumamente excitante.

Tras una serie de charlas y coloquios, ella me pidió ver mi miembro viril pues se lo habían descrito diversas gentes que lo observaron cuando el desgraciado incidente del incendio. Era tal la amistad que nos cumplimentábamos que no me pude negar, y me saque del calzón mi miembro fláccido, al cual ella, mi dama, no más grande que mi dedo índice se aferro con gran curiosidad y afán.

No se si fue la peculiaridad de la circunstancia o tal vez la habilidad con que ella se refrotaba contra mi piel, pero el hecho es que mi verga se ingurgito y se puso a tono como hacia semanas que no había estado, privada de una excitación adecuada. No lograba mi ínfima amante abarcar ni mucho menos aquel tronco y le ayude a sujetarse a él con mi mano. Ente mis dedos y su cuerpo, el cual buscaba y encontraba la base del glande con gran certeza, el resultado fue obvio. Una gran descarga de mi semilla que impregno, y casi sofoco, al cuerpo de mi señora. Era un deleite el pequeño cuerpo, perfecto en su brevedad notar como se recubría de la ambarina sustancia. Lo recuerdo como una experiencia sumamente gozosa y a la cual aun recurro en momentos en que el tedio me sacude y acogota.

*

Como ya sabéis logre escapar de aquellos reinos que se habían hecho lugares adversos para mi persona y pude regresar a mi país natal, donde tras un breve encuentro con mi mujer y mis hijos, dejarles acomodo y dinero, salí rápido en busca de nuevas aventuras, tal era el horror que me había producido la visión de una vida rutinaria y familiar.

La desgracia o mas bien la fatalidad o el destino hizo que cayera en Brobdingnang, un lugar donde par mi escarnio las proporciones se habían tornado, yo era el enano y los habitantes aquellos eran descomunales seres. Fui tutelado por una niña, y acabe en la corte local. Según sugiero en mi narración, la que fácilmente podréis encontrar en las bibliotecas y librerías, fui juguete de cortesanas y damas, donde sin consideración a mi ser se me exponían en toda su naturaleza. Especialmente horrible y así lo detallo, era aquella joven que me forzaba a ponerme a horcajadas sobre sus pezones, lo cual lejos de excitarme o producirme interés me abominaba. El gran tamaño de aquellos seres delataba todas sus pequeñas imperfecciones y se me hacían patentes, como si horribles caras deformadas por la viruela fueran todos sus cuerpos.

Expuse mi queja a mi pequeña custodia, la cual ya se encontraba en una incipiente adolescencia. Ella a su vez había sido agraciada por los favores de la Reina, y a ella contó mis cuitas.

La Reina era dentro de su tamaño un ser de gran perfección y donosura, e hizo un aparte conmigo, excusando de la presencia a mi joven dueña. Me hizo narrar mis temores y horrores y como no comprendía o no aparentaba querer comprender mis repugnancias, quiso que se lo explicara en su presencia y de forma explícita. Para ello se desabotono la blusa, dejando traslucir una blanca montaña de suave perfección, me acomodo con infinito cuidado sobre el remate de su seno y me insto a que me moviera. Fue pasmoso como esta vez la leve y progresiva induración del pezón hizo en mi, efectos casi mágicos, a diferencia de lo acontecida con la barragana aquella. Esta segunda experiencia no la conté, pues mi prestigio como hombre de leyes y del culto, hubiera quedado en entredicho.

La Dama debió quedar complacida igualmente pues desde aquel día, cada dos noches, me hacía llamar, yo cabalgaba por sus senos y me acomodaba largos ratos entre aquellas dos tibias y acogedoras ubres.

Fuimos cogiendo confianza mutua, ella me contaba que el Rey solo venía noches alternas, las que yo no era citado, a copular con ella y de forma casi mecánica, pues lo único en que parecía estar interesado el monarca, por otra parte hombre cultísimo e ingenioso, era en dejar encinta a su esposa. Entre tanto y tanta excitación, ella iba cada vez empujándome más hacía a su bajo vientre, hasta que una noche, despojada ella de toda ropa, excepto sus joyas, fui a parar a un fragante monte de Venus, donde asido a su suave vello, pero para mi, firme asidero, me descolgué al resbaloso terreno de su vagina. Esta ya estaba ligeramente viscosa por la excitación que su majestad ya se había proporcionado por ella misma, pero gracias a mis conocimientos de cirujano, localice las partes que según se decía en la época encendían más la lujuria y el pecado en las hembras, pise, roce, me abrace sobre aquel botón encendido, rodé por los bordes edematizados y amoratados y conseguí verme envuelto en un lodazal, donde solo aferrándome al grueso anillo del dedo que mi ciclópea amante se introducía en su ser, puede evitar el ser arrastrado por aquel fango sublime. Al final me acomode en un recoveco algo seguro y allí eyacule sobre aquella sima que se entreabría cual Leviatán mitológico y baboso.

Una noche fuimos casi sorprendidos por el Rey, el cual saltándose su habitual periodicidad acudió al tálamo inopinadamente. Logre escabullirme entre los muslos aun agitados de mi querida, y descolgarme debajo del lecho, y allí entre pelusas, polvo y oscuridad, pude apreciar la fenomenal coyunda que se estaba produciendo encima de mí. La majestuosidad del soberano había desparecido y el encontrar a su mujer desnuda, parecía haberle excitado sobremanera, le llamaba con vocablos, en su idioma, que si bien yo no entendía, sospecho que si se tradujeran al inglés tal vez hubieran sonrojado a más de una tabernera experimentada. La cama temblaba y a mi se me antojaba que mis días allí finalmente iban a terminar, pero igual que todo empieza, aquello se acabo, y de hecho fue al fin y al cabo, bastante rápido. Cuando me salí de mi escondrijo y retrepe al lecho, me encontré a mi bella señora despatarrada y satisfecha, pues aunque tosco y torpe como de habitual era propio en su marido, la suma de experiencias, o sea la excitación por mi realizada y la sensación de una verga llenándole su cuerpo le habían esta vez satisfecho plenamente.

Seguramente fue cuando a raíz de este encuentro cuando se quedo preñada. No se de quién será el hijo, tal vez de la semilla real, o tal vez alguno de mis homúnculos derramados en aquel abismo ansioso, sea el responsable, tal vez el ingenioso Leeuwenhoek y merced a sus maravillosos microscopios, pudiera dar razón al respecto. El monarca desde que se entero de que estaba encinta perdió su interés en ella, y curiosamente ella también lo perdió en mí. Sospecho que empezó a estar la Reina más interesada en iniciar a mi joven y tierna así como recién púber tutora, en los artes del deleite entre féminas que en la breve y punzante excitación que mi cuerpo le proporcionaba en su entrepierna, pero eso ya es un suponer, pues nunca tuve la ocasión de verlo sino solo de imaginármelo.

Todos sabéis de mi suerte y que por un accidente fui arrebatado de aquella tierra, cuando volví a mi patria gracias a mi fortuna, todo me parecía pequeño, lo cual me acarreo algunos inconvenientes y la incomprensión de mi mujer, la cual no asumía mi temor a destrozarla al ser penetrada, ni mis comentarios sobre sus pequeños pechos e ínfimo trasero, pues esa eran mis impresiones al haber estado tanto tiempo entre gentes de tan enormes dimensiones.

Todo ello motivo, que junto con alguna sabrosa y prometedora propuesta de enriquecimiento a los pocos días me embarcara rumbo en principio a florecientes negocios, pero como todos sabéis en verdad, iba camino de experiencias que en su gran parte ya os he relatado y conocéis, pero que en otra faceta no, pero eso ya lo incluiré en una segunda entrega de lo que nunca conté de los viajes de Gulliver.