Lo que no se puede decir - Capítulos 4 y 5

Estaban muy cerca, apenas a un centímetro. Todo el ser interno de Alex puso alerta, estaba más despierto que nunca. Intentó controlar su respiración, pero le resultaba muy difícil. Lucy se mantuvo en esa posición un rato más, torturando los sentidos de Alex.

Capítulo 4

Alex no podía conciliar el sueño de ninguna manera. Daba vueltas de un lado a otro de su amplia cama, buscando un lado fresquito para poder enfriar sus ánimos y pensamientos lascivos. Pero era algo más bien difícil. Hoy, por primera vez en años, estuvo a punto de satisfacer su más impuro deseo. Apenas un centímetro de distancia… uno sólo…

“¡Agh, deja de recordar esas cosas, maldito idiota, y duérmete de una santa vez!”

Miró el despertador vagamente. Eran las 5 de la mañana. Se aproximaba un fin de semana para descansar de las clases y del gimnasio… pero no de Lucy. ¿Qué podría hacer?

Lucy apenas salía de casa, pero cuando lo hacía siempre iba su lado o al lado de Jacobo, apenas había tenido relación con nadie del exterior, excepto los compañeros de clase. Ningún chico, al menos que él supiera, la había rondado todavía. Eso era un alivio para Alex, al menos no tenía que experimentar los celos o ver como un buitre se llevaba de su lado a su preciada “hermanita”.

Suspiró fuertemente. Era como el perro del hortelano, ni come ni deja comer…

Ni come… Alex siempre tenía la suerte de que destacaba frente a sus demás colegas cuando iban de fiesta. Todas se presentaban a él antes cuando le veían, pero después de darlas puerta siempre dejaba la pieza intacta para que alguno de su pandilla recogiera la pelota en un rebote. Todos decían que era un buen amigo por no quitarles las chicas siempre y que era legal. Si ellos supieran a quién quería él… Pero también les resultaba raro que nunca le hubieran visto con una chica. Hubo rumores… Pero a eso sólo pudo evitarlos diciendo que no le gustaba eso de ligar en las discotecas y tener un rollo de una noche. Pero más de una vez…

El sonido de unas llaves y una puerta abierta hicieron salir a Alex de sus pensamientos. Jacobo había regresado a casa… o mejor dicho, de la juerga que se hubiera metido. Abrió la puerta de su habitación, y observó a un Jacobo bastante borracho, el cual dio un portazo que seguro despertó a medio edificio.

-          ¿Queeeeeeè tallll hermaniiiito?- preguntó Jacobo arrastrando las palabras.

Alex no estaba para darle ningún discurso a su hermano pequeño. Él también había vuelto a casa en alguna ocasión de esa guisa, vomitando y dejando todo perdido. La voz de la experiencia ya le estaba indicando lo que tenía que hacer.

Enganchó a Jacobo para que se estabilizara al caminar, y lo llevó a su habitación. Parecía que estaba lo suficientemente consciente de la situación como para saber que no debía hacer ruido. Había caído redondo en la cama. Le quitó los playeros y le intentó tapar con el nórdico. Para nada le iba a intentar quitar la ropa sucia de alcohol e intentar ponerle el pijama.

-          Hoy había unas nenitas más guapas… Pero la más guapa era Sonia… Oh… Qué pedazo de… - y no pudo acabar la frase.

Alex se dirigió al baño, cogió un ibuprofeno, un vaso de agua y lo dejó en la mesita de noche de Jacobo. Cuando volvía a salir de su habitación y estaba cerrando la puerta, oyó la voz de Jacobo, como si estuviera hablando en sueños.

-          Gracias por no gritarme.

-          Ya me darás las gracias cuando te levantes con la resaca.-reprendió Alex, y cerró la puerta.

Suspiró y se quedó quieto unos minutos. Al menos sus padres no parecía que se hubieran dado cuenta de que Jacobo había llegado a esas horas a casa de una fiesta en no se sabe dónde. Pero con ese portazo de antes…

Giró la cabeza a la puerta de Lucy. Estaba igual de cerrada que hace unas horas. No parecía que se hubiera despertado por el portazo.

Al otro lado de esa puerta, Lucy tampoco había podido conciliar el sueño. También había oído todo el alboroto que montó Jacobo al entrar. Si no podía dormir, escribiría. Sacó un pequeño diario con candado que tenía escondido detrás del armario, y se puso a escribir.

Había pasado del mediodía, y nadie tenía intención de salir de su habitación, a no ser que fuera muy urgente. Jacobo compartía su baño con su hermano, el cual no parecía haber despertado aún. Mejor que no lo hiciera, porque el dolor de cabeza iba a ser más que peor. Debía salir, al menos a la calle, huir, no sabía cómo mirar a Lucy.

Después de una larga ducha y vestirse, se quedó parado frente a su ventana abierta, y sacó uno de los pocos cigarros que le quedaban. Encendió el mechero.

El pequeño manillar de la puerta bajó un poco.

¡Joder, Lucy estaba al otro lado e iba a entrar! No, por el amor de todos los santos, ahora no.

Asomó su cabecita por la puerta, pidiendo permiso.

Se había puesto maquillaje, con un brillo rosa suave para remarcan sus finos labios.

-          ¿Vas a salir a algún sitio?- preguntó Alex sin poder ocultar su curiosidad.

Lucy negó con la cabeza, y se puso a su lado, en la misma posición que ayer. Ella también empezó a echar algunas caladas de su cigarro, y se mantuvo a su lado en silencio, mirándole poco.

-          ¿Querías algo?

Ella no lo miró. Seguía mirando cómo el humo salía por la ventana. Cambió de posición sus manos, y enseñó a través de ellas un folleto de una película que estaba siendo emitida en los cines.

-          A sí que quieres ir al cine… - Lucy asintió una sola vez, pero firmemente. Alex tenía que buscarse una excusa rápidamente, no podía quedarse a solas con ella, no después de lo de ayer. Era un cobarde.- Lo siento, pero esta tarde ya he quedado con mis amigos para ir a cenar y luego tomar algo.

El rostro de Lucy se vislumbró apenado, pero aún no le miraba, por ningún momento. Se levantó rápidamente y estaba saliendo cuando Alex alzó la voz.

-          ¿Por qué no le pides a Jacobo que te acompañe?

Y en ese momento, Lucy se giró, le miró fijamente a los ojos, y le hizo una burla poniéndolos en blanco. Él entendió rápidamente que esa burla hacía referencia a que su hermano aún dormía en su habitación y que seguramente tendría una resaca monumental al despertarse. Ir al cine sería una tortura para su cabeza resacosa.

Ahora lo importante era localizar a algún amigo que quisiera salir de fiesta con él para así tener coartada.

A su vez, Lucy estaba quitándose el maquillaje con una toallita frente al cristal de su baño.  Lo que le mostraba su reflejo era a una chica que había pasado una noche en vela y unas ojeras bastante marcadas. Alex no se había dado cuenta de que ella había estado despierta todo el tiempo.

Capítulo 5

-          ¡Venga, tú no te vas ahora, cabrón! ¡Tú te tomas aquí conmigo la penúltima y en otro garito te tomas también otra penúltima!

Ya habían perdido la cuenta de los chupitos que habían tomado, y lo que era peor, no sabían ni de qué eran los chupitos que pedían y que no paraban de venir una y otra vez.

“Para eso que dejen la botella en la barra, ¿no? “, se preguntó Alex estúpidamente.

Evan era un gran conversador, tanto que podía hablarte en un idioma que no existía a partir del décimo chupito, y hablaba sordomudo cuando ya no se llevaba la cuenta. Era un tipo de mundo.

Alex no sabía cómo había llegado a esta situación, ni a ese lugar. Apenas se preguntaba si le quedaba dinero para un taxi, o de si estaba cerca o lejos de su casa como para ir caminando… o por lo menos a rastras… Ya nada le importaba… No pensaba en que había tres puertas de dormitorio en su casa… No pensaba en ella…

-          Hola, guapo.- una chica que no tenía reparo en demostrar con su ropa que tenía unos atributos femeninos bien definidos se estaba dirigiendo a él… o al de atrás, no lo sabía.

Pero detrás de él sólo había una pared.

Alex intentó parecer diplomático, pero los chistes surgieron, una caricia por aquí, un susurro por allá, más cerca, más cerca... No sabía ni cómo se llamaba pero la estaba hablando como si fuera una persona muy cercana a él.

Ella estaba de lo más encantadora, pero Alex intentaba escuchar las palabras que salían de esos labios tan marcados de carmín rojo fuego. Él se arrinconó más a la pared. Le tenía pillado, pero se podía ir de allí en cualquier momento. Pero no se fue. Él había venido para no estar cerca de alguien… para olvidar a alguien… ¿a quién? No lo recordaba.

Una mano cogió la suya para colocarla en la cintura de una chica. ¿Qué chica? Ah, la de los labios de fuego. ¿Serían de fuego de verdad? Quería comprobarlo. ¿Quemarían? Él quería quemarse.

Apretó esa cintura que tenía agarrada contra la suya propia, y un aliento de fuego rozó su mejilla. Tenía muy cerca ese fuego. Se quemaría. La quemaría a ella. Todo quemaba. Y sus labios empezaron crear una hoguera en algún lugar de quién sabe dónde.

Fuego. Ese fuego era húmedo, mordía a veces, no paraba de moverse. Y esas llamas marcaron al mismo tiempo sus propios labios.

Lucy intentó hacer pasar las horas con películas, vídeos, cualquier cosa. Alex se había ido y Jacobo parecía que había iniciado su época de hibernación. Se sentía sola.

Eran las tres de la mañana, cuando la puerta de casa se abrió. Salió del dormitorio y encendió las luces del pasillo.

Era Alex.

Aún estaba un poco tocado del alcohol, pero estaba sereno… más o menos, pues le estaba costando cerrar la puerta con la llave de casa. Lucy se acercó a ayudarle, cogiendo la llave y sellando la puerta. Alex estaba mirando en dirección contraria a ella, que se había vuelto a mirarle. Su respiración era agitada, y tenía la cabeza gacha.

Lucy intuía que Alex estaba ocultándole algo.

Con su mano, giró el rostro para que la mirara. Pero apretaba los ojos fuertemente. Alex ya sabía lo que acababa de ver Lucy.

Ella acercó sus dedos a los labios de Alex, y observó la marca de carmín que dejaba en ellos. Era difícil no darse cuenta, era un color muy fuerte.

Se atrevió a abrir los ojos para ver la reacción de Lucy, y ésta parecía estar conmocionada. No se movía, sólo observaba la marca de carmín de sus dedos. Sus ojos, irracionalmente, se empezaron a empañar. Se giró bruscamente intentando evitar las lágrimas, para encerrarse en su habitación.

Pero un agarre firme y brusco la detuvo en su puerta. Alex la estaba abrazando desde su espalda, temiendo que si la soltaba no iba a recuperarla nunca más. Lucy forcejeó con las pocas fuerzas que tenía. No gritaba, no discutía. Pero la agitada respiración de ella le bastaba a Alex para saber el dolor que la estaba causando.

La levantó en volandas y la llevó a su habitación, a su terreno. Las luces estaban apagadas y sólo estaba la luz de la luna a través de la ventana.

-          Lo siento. Perdóname. No sabía lo que hacía, estaba borracho, había bebido mucho. Perdóname, Lucy.

Él aún mantenía su abrazo, pero esta vez estaban cara a cara. Ella estaba temblando, agarrada a su camiseta con fuerza, y él no paraba de murmurar disculpas hasta tal punto que dejaron de tener un significado.

-          Ella no significa nada para mí.

No sabía por qué la estaba dando tantas explicaciones. Pero él sentía como que le había sido infiel. A ella. A sus sentimientos.

Este era el precio que tenía que pagar: estaba llorando y era por su culpa.

Le miraba a través de las pocas lágrimas que brotaban, con furia, reproches, dolor…

El no paraba de abrazarla todo lo que podía.

Lucy por fin había dejado de temblar y sollozar. Se separó se él, pero no salió de la habitación. Rebuscó en sus cajones y encontró un paquete de toallitas. Se encaró a Alex, tan seria que con un simple golpecito en el pecho le hizo sentarse en la cama.

Con la mano izquierda obligó a levantar el rostro hacia el suyo, y con la mano derecha  y con suma delicadeza empezó a limpiar el carmín de los labios y mejillas de Alex.

No se movió en ningún momento, observaba encandilado los ojos de Lucy, que ahora observaba que lucían unas ojeras bastante marcadas para su blanca piel. Se preguntaba vagamente si ella había estado despierta esperándole o si estuvo durmiendo mal…

Lucy bajó el pañuelo, dando por finalizado su trabajo. Agarraba con furia esa toallita, pero las manos de Alex acogieron a las suyas para darlas algo de calor. En ese momento se sentía profundamente avergonzado y no sabía que decirla. No había excusa, el daño ya estaba hecho.

Pero fue Lucy quien dio el siguiente paso.

Con un poco de fuerza, empujó a Alex para que se tumbara en la cama. Él no opuso resistencia. Con la palma de su mano puso la mano en su frente y la deslizó hasta su barbilla, para que cerrara los ojos. Supuso que le estaba indicando que debía dormir.

Esperaba oír la puerta de su habitación cerrarse, pero todo estaba en silencio, no había ningún ruido. Y todo fue inesperado.

Una mano delicada acariciaba su brazo de arriba abajo, de manera acompasada. Duró menos de un minuto. Al momento notó una pequeña presión en la cama, de alguien que había apoyado su peso para obtener equilibrio. Y un ligero aliento le rozaba los labios.

Estaban muy cerca, apenas a un centímetro. Todo el ser interno de Alex puso alerta, estaba más despierto que nunca. Intentó controlar su respiración, pero le resultaba muy difícil.

Lucy se mantuvo en esa posición un rato más, torturando los sentidos de Alex. Cuando parecía que por fin iba a besarle, hubo un repentino repiqueteo de unas llaves. Las llaves no eran de fuera, las tenía Lucy en la mano, o al menos eso creía, porque aún mantenía los ojos cerrados.

Ella se separó de nuevo, y parecía que todo había acabado. Pero sin precio aviso unos suaves labios se posaron delicadamente en su frente. Como deseándole buenas noches.

Finalmente, Lucy se fue de la habitación, con una sonrisa triunfante y en corazón latiéndole a mil.

Al mismo tiempo, Alex tardó en reaccionar a todo lo que había pasado. Una caricia en el brazo, un “casi” beso en los labios, el sonido de unas llaves, un beso en la frente de buenas noches… Y todo cobró sentido para él en cuanto asoció las ojeras de Lucy a todo eso. Ella había estado despierta todo el rato aquella noche. Se había hecho la dormida. Y lo que es peor: le había pagado con la misma moneda. Sabía lo que casi había estado a punto de hacer esa noche.

“Vale, ahora sí que me quiero morir”.