Lo que no se puede decir - Capítulo 1
Esta niña tiene algo especial, pero no por ello es diferente a nosotros. La hemos elegido del centro de acogida porque sabemos que vosotros dos vais a cuidar de ella y la vais a tratar como de la familia. Pero no va a ser sencillo porque ella tiene problemas para comunicarse con los demás. No puede hablar. No es capaz.
La respiración era agitada y un ligero sudor frío recorrió el cuerpo de Alex. Aquí era donde empezaba su tortura diaria personal. En la misma puerta de su casa.
Se devanaba los sesos en busca de una buena idea, una solución o una salida factible a su problema diario. ¡Ah, malditas hormonas masculinas!
En frente de esta puerta se encontraba otra exactamente idéntica, la casa de sus padres. Ya ahora se disponía a dar la espalda a esa salida fácil que pensó durante tantos días antes de tocar el pomo de la puerta de su casa. Y la de su hermana y hermano.
El contacto con el frío hierro le mantuvo las ideas fijas. Empujó con firmeza, y su carácter pasó de temeroso a confiado y valiente. Aquí no se podía permitir ningún fallo.
Parecía que no había ningún tipo de vida, pero si te fijabas bien al final del pasillo relucía una luz blanca y cambiante. Allí estaba “ella”.
No tuvo ni que dar cuatro pasos para adentrarse en su habitación. Más de una vez había sido su refugio de pequeño. Hasta que “ella” descubrió el truco perfecto para fastidiarle sus planes. La ventana estaba abierta de par en par, dejando entrar la ligera brisa de la primavera. Había unas vistas espléndidas de una taciturna ciudad, con unos edificios que no llegaban a ser tan altos como el suyo.
Ningún árbol osará ser más alto que el primero
, se decía Alex cada vez que veía el paisaje.
Dejó la mochila del gimnasio encima de la cama, y desempaquetó las ropas sudadas, la pequeña toalla y la botella de agua prácticamente vacía. Era pura monotonía.
Sus pensamientos iban vagamente dirigidos al pequeño ordenador encendido. Nadie le había recibido a la entrada de casa, pero “ella” sabía que estaba aquí, dónde había estado y qué había estado haciendo, aunque suponía que no con toda la precisión que quisiera.
Al lado de la ventana había una barra metálica y un cubo de mimbre para la ropa sucia, y se dispuso a colgar la toalla y a dejar la ropa en el cubo para lavar al final de la semana.
Estaba oscureciendo, y el gimnasio sólo podía relajar su cuerpo y aliviar su tensión. Para conseguir su mente en blanco, sacó de la mesita de al lado de la cama una cajetilla y un mechero. Antes de encenderlo, cerró la puerta y dejó que las luces de la ciudad fueran la única iluminación en su habitación. Se dirigió a la ventana y se apoyó cuidadosamente en el borde.
La llama prendió a la segunda vez el cigarro, y dejó que el humo tóxico inundara sus pulmones. Aquí es donde surgía su plan que podía hacer siempre que podía.
Su agudizado oído podía oír una silla moviéndose. Unas zapatillas de andar por casa
se arrastraban lentamente hasta cierta distancia de la puerta cerrada de su habitación. Alex a veces se preguntaba si “ella” a veces pensaba que no debía hacer nada y que debía dedicarse a sus cosas y esperar a que la puerta se abriera sola. Ella esperaba no tener que abrir la puerta.
Puñetera puerta, ojalá fuera automática
, maldijo Alex. Pero sabía lo que estaba a punto de ocurrir.
“Ella” dió dos pasos firmes después de unos segundos de deliberación interna, y en ese mismo momento Alex volvió su vista, como un halcón que vigila algo con mucha ansiedad. En realidad, le hacía mucha gracia ver cómo el proceso era prácticamente igual y no cambiaba.
El pomo de la puerta bajó un poco, pero no lo suficiente para permitir que se abriera. Es como si sólo hubiera colocado ligeramente la mano ahí y únicamente fuera perceptible para Alex. Pasaron los segundos, y el pomo finalmente cayó.
La puerta se abrió con timidez, y el rostro que Alex tenía grabado a fuego hasta en sus más profundos deseos fue iluminado por alguna, ¡oh bendita!, luz de la calle.
Lucy.
El truco de la “puerta cerrada” había funcionado otra vez. Ella siempre venía cuando su puerta estaba cerrada.
(Flashback)
Todo era puro caos. Ni Alejandro ni Jacobo podían soportar ni un minuto más la tensión. No paraban de correr y provocar más destrucción en su propio hogar. Corre que te corre, de un lado para otro, gritando por cualquier tontería y tirando cojines, mantas y juguetes por cualquier lugar. ¿Cuánto más iban a tener que esperar?
¡Una nueva hermanita! Papá y mamá iban a traer a su nueva hermana.
Jacobo había empezado una pelea de almohadas con la más grande que había en la casa, la de la cama de sus padres, y Alex resistía su ataque saltando de sofá en sofá, ágilmente y con mucha precisión. Se había librado de todos sus ataques, pero Jacobo estaba dispuesto a dar el golpe final. Alex correteó hasta la entrada principal, y pensaba entrar en su habitación y encerrarse para ponerse a salvo. Pero todo ocurrió en menos de un segundo.
Al mismo tiempo que Alex escuchó que alguien estaba abriendo la puerta con una llave, Jacobo, con toda la fuerza que pudo, lanzó la almohada contra su hermano, haciendo que este se cayera de culo y quedara contra la pared de atrás de la puerta, aplastado cómodamente con la almohada. En cuanto la puerta se abrió, estaba escondido tras ella, sin pretenderlo siquiera.
Alex intentó zafarse de su encierro ultra suave y cómodo, pero la almohada, con la presión de una puerta plenamente abierta, hizo sus esfuerzos en vano. Se notaba que sus padres querían hacer una entrada espectacular, a lo tipo familia de película de Hollywood.
Salvo por un pequeño error de último segundo.
No pudo ver nada, pero escuchó a sus padres.
- Bienvenida a tu nuevo hogar. –dijo su madre, totalmente eufórica.- Pasa, pasa. No tengas miedo, cariño.
- Este chavalín de aquí es Jacobo, tu hermano pequeño.-comentó su padre, con un tono cariñoso.
¿Pequeño? ¿Ha dicho en serio que su hermana será más mayor que ellos? Jacobo tenía 6 años, y yo tengo 8 años. Eso quiere decir… ¿¿que ella va a ser la hermana mayor??, pensó con amargura y frustración Alex.
- Y… ¿dónde está tu otro hermano?-. preguntó su padre, mirando a su alrededor esperando seguramente que su hijo viniera corriendo hacia la puerta.
Al oír una mención a su persona, Alex gritó un “eeeeoooo” para que le sacasen de su escondite no improvisado.
Al verle ahí tirado, de una manera un tanto cómica, sus parientes se rieron con ganas. Menos la pequeña niñita que lo observaba con la mayor de las curiosidades, atenta a todo lo que la rodeaba.
Alex se incorporó torpemente y se colocó su camiseta de una serie de dibujos animados. Se acercó a la niña, y observó con orgullo que ella era más pequeña que él, y también que su hermano. Llevaba unas trenzas que caían sobre su vestido azul. Sus facciones resaltaban unas mejillas sonrosadas, y una nariz pequeña y fina. Sus ojos color chocolate seguían mirándolo con curiosidad.
- Y este de aquí, será tu hermano mayor a partir de hoy. Se llama Alejandro. –dijo padre.
- Alex.-recalcó él mismo.
Pudo observar como sus padres se miraron entre ellos, se encogieron de hombros y murmuraron algo de época rebelde
o algo parecido. Pasó de ese asunto y centró toda su atención en la niña que tenía frente a él, y toda su energía volvió al momento.
- ¿Y cuál es tu nombre?-preguntó de seguido, ávido de saber cosas de ella.- ¿Cuántos años tienes? ¿Te gusta la casa? …
Empezó una larga lista de preguntas, y sus padres le frenaron en seco. La niña que tenía delante de él se puso tensa y empezaba a respirar agitadamente. Es como si la hubiese sometido al tercer grado o preguntado cosas indecentes. Empezó a mirar angustiada a todo lo que tenía a su alrededor, y finalmente miró al suelo. Parecía que estaba a punto de llorar.
O como si tuviese un miedo atroz… Miedo.
- Alejandro, Jacobo. Se llama Lucy, y tiene siete años. – dijo su padre, y su tono fue firme y autoritario.- Tenemos que deciros una cosa, y espero que me prestéis la máxima atención y seáis comprensivos con lo que os vamos a decir.- inspiró fuertemente y echó el aire de una sola tacada.- Esta niña tiene algo especial, pero no por ello es diferente a nosotros. La hemos elegido del centro de acogida porque sabemos que vosotros dos vais a cuidar de ella y la vais a tratar como de la familia. Pero no va a ser sencillo porque ella tiene problemas para comunicarse con los demás. No puede hablar. No es capaz.
En ese momento algo conectó en alguna parte de la cabeza de Alex. Miró a Lucy, no como a una hermana, sino que en lo más profundo de él sintió una tristeza enorme que no pudo llegar a comprender. Pero al mismo tiempo, con esa tristeza, vinieron más sentimiento ligados a esa niñita que tenía a menos de un paso de distancia.
Alguien a quien cuidar. Alguien a quien proteger. Alguien a quien querer.