Lo que no se debe contar I
Continuación de la historia del periodista y el futbolista... Sigue sin tener nada que ver con la realidad así que continuo queriendo que nadie se ofenda.
En los días sucesivos, aunque ninguno de los dos dijo nada sobre iniciar en ese momento una relación, se sentían como si la misma lo hubiera hecho. Romero se sentía confuso porque sabía del pasado “mujeriego” de Iván y no podía llegar a creerse que el hombre hubiera empezado a experimentar algo por él. Llegó, incluso, a pensar que estaba jugando pero le había besado y no se podía imaginar que nadie llegase tan lejos tan solo para gastar una broma pesada. De todas formas con la Eurocopa iniciada y con los resultados obtenidos por la selección, que no acompañaban en nada, la situación se fue enrareciendo. Como periodista deportivo siempre se había caracterizado por ser muy crítico e incisivo y no había cambiado porque Iván le hubiera consolado, abrazado y besado. Para él una cosa era la vida sentimental y otra la profesional.
Las miradas cargadas de reproche que el seleccionado español le dirigía cuando se cruzaban no le molestaban sino que incluso le divertían. Tras uno de los entrenamientos y después de la rueda de prensa de Iñaki Saez, se dispuso a recoger el micrófono y la grabadora, entonces sintió que alguien se situaba tras él:
- ¿Qué estás haciendo? – El tono sonó molesto, Romero suspiró; ¿tendrían muchas veces esa conversación?
- ¿Mi trabajo? – Se volvió para encarársele.
- Pero...
- Mira, Iván, vas a tener que acostumbrarte... Tú dijiste que detuviste mi caída porque no ibas a dejar que os dejara de “tocar las pelotas” , en realidad esa no es mi intención pero soy periodista, cuando digo algo procuro que sea verdad, o que por lo menos esté mínimamente confirmado y, si mi equivoco pido disculpas. No pretendo hacer daño y menos a vosotros, después de todo yo también soy español, me gusta el fútbol y, me encantaría que nos regalarais un éxito...
- Yo he sido “víctima” de declaraciones que no he hecho o han sido tergiversadas...
- ¿Por mi parte? – La voz de Antonio tenía un timbre de extrañeza y contrariedad.
- No, en realidad tú no...
- Es muy fácil meternos a todos en el mismo saco, pero desconocéis todo el trabajo que conlleva esta profesión, quiero decir, que no es que me levante muy temprano, a eso de las nueve pero es que me acuesto a las tres de la madrugada y, eso entre semana, los findes no sé ni cuando va a acabar la jornada sobretodo si jugáis fuera de casa...
- ¿Eso quiere decir que nunca vamos a poder irnos a dormir juntos? – La pregunta de Iván pilló totalmente desprevenido a Antonio quien se sonrojó furiosamente. El futbolista rió ante semejante actitud.
- La ver... verdad... es que será difícil que suceda, quizás puedas hacerme tuyo entre carrera y carrera por la banda. – El reportero se había recuperado levemente y había sido capaz de contraatacar. Iván volvió a reír.
- No sé cuando sucederá eso pero que te haré mío, eso, tenlo por seguro. – Romero sonrió suavemente aún ligeramente colorado. Iván se acercó a él, le miró y suspiró. – Lo siento, quizá cuando ahondemos más en nuestra relación pueda comprenderos mejor.
- Eso espero, porque de verdad que no quiero hacer daño a nadie. Solo hago mi trabajo. No te enfades conmigo por eso. – Iván siguió mirándole, luego echó un vistazo a su alrededor y una vez comprobó que no había nadie le cogió el rostro con ambas manos y, volvió a besarle.
- No lo haré, lo siento... y, te deseo. – Murmuró sobre sus labios mientras Antonio le correspondía.
- Te.. tengo que irme, Alcalá y Paco esperan mis recortes...
- ¿Recortes? – Los labios de Iván no se habían separado de la boca de Romero ni un milímetro.
- Opiniones y declaraciones, las llamamos así. – El periodista tampoco se había movido pero se vieron obligados a hacerlo cuando oyeron pasos acercándose. Para ocultar claras interpretaciones ante esa situación, Iván le guiño un ojo y exclamó.
- ¡Modera tus opiniones, Romerito! Ya sabes lo que te digo... – En ese momento un compañero reportero de Onda Cero entró en el lugar y se les quedó mirando al tiempo que Antonio respondía.
- ¿Eso es una amenaza? ¡No me hagas reír,
Helguerita
! – Con pasos seguros el reportero de la Ser salió del lugar mientras su colega se dirigía a él sorprendido. * ¿Está todo bien, Antonio? – Él asintió y ambos dejaron al futbolista solo en la sala de prensa.
Definitivamente las cosas no fueron bien. La selección fue eliminada sin tan siquiera pasar de los temidos cuartos de final. Todo el mundo estaba sublevado, por la actuación y la forma en que los jugadores y dirigentes escurrieron el bulto.
Según entraba en casa tras haber vuelto de Portugal su móvil sonó. Un mensaje, sonrió al ver de quién era. No había sabido nada de él desde que todo se complicó en lo profesional. Las críticas habían sido duras y, no se había cortado un pelo, ni siquiera ante el hecho de que su corazón latía frenéticamente con la sola mención de su nombre. Sonrió más aún al ir leyéndolo:
“No puedo seguir esperando. Deseo verte, dime dónde estás e iré a por ti”
. Le escribió la dirección contestando al mensaje. De nuevo, en tan solo un minuto le llegó la respuesta. 15 minutos.
En tan solo ese período le dio tiempo a ir al cuarto de baño, refrescarse un poco y levantar las persianas para abrir las ventanas y que la casa se fuera aireando. Miró a su alrededor para asegurarse de que todo estaba en su sitio y se sobresaltó al oír el timbre del telefonillo, cuando preguntó quién era sus manos comenzaron a sudar. Abrió y esperó a que el jugador subiera en el ascensor, una vez le vio en el umbral se apartó para cederle el paso y cuando hubo cerrado la puerta, los brazos de Iván le empujaron contra la madera y los labios del defensa buscaron ávidamente la boca de Antonio quien gimió levemente ante esa dulce invasión.
El beso duró un largo minuto, se separaron cuando los pulmones comenzaron a reclamar su tan necesaria y vital ración de oxígeno. Se quedaron separados de pie en la entrada de la casa, mirándose con deseo. Iván se pasó la lengua por los labios humedeciéndolos, este gesto fue demasiado excitante para Romero que fue quien esta vez se lanzó a besar ardorosamente a su pareja. De nuevo tardaron más de un minuto en separarse, jadeantes:
- No entiendo como puedes ponerme tan caliente... creo que estoy al borde de la combustión espontánea.
- Eso tiene fácil solución... – Le contestó con un insinuante susurro Romero, ante el brillo inquisitorial de Iván siguió. – Dúchate conmigo. – La sonrisa que apareció en el rubio defensa fue juguetona.
- Me gusta tu idea.
- Pues ven conmigo. – Le cogió de la mano y tiró de él.
Iván se quedó extasiado viendo como ya dentro de la pequeña estancia que era el baño el otro se desvestía. Ahora, y lo sabía bien, el nervioso era él. Jamás había estado con un hombre. Cuando Romero levantó la cabeza vio los ojos de él clavados en su figura, notó su nerviosismo, así que le sonrió.
- No te preocupes, no haremos nada que tu no quieras... y, si llegamos a un punto de no retorno serás tú el que me tome. Después de todo estoy más acostumbrado, más adelante, si repetimos y quieres, las tornas pueden cambiar.
- Gra... gracias.
- No hay que darlas, amor.
Y fue tan natural, tan suave, tan tranquilo. Algo que si alguien lo hubiera visto no lo habría descrito solo como sexo sino como amor. Y a pesar del calor, de los cuerpos ardientes y desnudos, ambos se quedaron dormidos el uno en los brazos del otro.
El ruido de las sirenas le despertó, se quedó mirando extrañado el techo hasta que recordó que no estaba en su casa, que esa no eran ni su habitación ni su cama. Se volvió pero el que debía ser su acompañante no estaba, sin embargo oyó ruidos y recordando lo sucedido así como lo bien que se sentía porque hubiera pasado, se levantó, enrolló la sábana en su cintura y salió en busca del hombre. Lo encontró en la cocina. Romero le oyó, le miró y le sonrió.
- ¿Hay hambre? – Ivan asintió mientras reprimía un bostezo.
- ¿Sabes cocinar?
- Vivo solo desde los 21 años, era aprender o morirme de hambre.
- ¿Quién te enseñó?
- Aunque te parezca increíble, Busti y mi maestro en la radio.
- ¿Joserra? – Inquirió Iván mientras cogía una aceituna y se la comía pero Antonio negó con la cabeza.
- Pepe Domingo Castaño , me llevó a su casa con él y su mujer... durante dos semanas, a mediodía los dos hicieron que aprendiera lo básico.
- Es un maestro para muchos, ¿no?
- Es un monstruo, si yo llegara a conseguir la mitad de lo que ha logrado él me consideraría un hombre realizado.
- Espero que lo logres.
- Y yo que tú lo veas. Acércame el aceite, por favor. – Iván lo hizo.
- ¿Tienes vacaciones?
- Sí, hasta que empiecen las Olimpiadas, voy como corresponsal y estoy deseando que comiencen, es una experiencia única. Aunque se trabaja a destajo...
- ¿Querrías pasar esas vacaciones conmigo?
- ¿Pensabas que querría pasarlas con otro? – Romero dejó de cortar el calabacín en rodajas finas y miró a su acompañante. – Iván, ¿qué soy para ti?
- Mi novio. – Le contestó el otro sin dudarlo.
- Pues dos personas adultas que son novios suelen pasar las vacaciones juntos. Claro que quiero ir contigo, a donde sea. – E Iván se sintió muy afortunado. – Por cierto, ¿le dirás a alguien que somos pareja?
- A los más cercanos, aunque no por ahora. Es que no estoy muy seguro de cómo se tomarán mis compañeros que estemos saliendo.
- Por el hecho de que quizá piensen que voy a ir contando cosas que no deba, asuntos “íntimos” del equipo, ¿no?
- Sinceramente, sí...
- Será cuestión de demostrarles que no diré nada que ellos no quieran que diga. Ya te lo dije, cariño, soy un profesional. – Iván se acercó a él, para besarle suavemente en la frente.
- Lo sé, sé que puedo confiar en ti. Aunque estos días habéis sido muy duros con nosotros... – Romero sonrió de medio lado.
- Mejor me callo lo que pienso de ese asunto... si hubierais visto los lagrimones como uvas de Paco...
- ¿Lloró? – Fue la sorprendida pregunta de Iván.
- Odia veros perder pero es que además se ha jodido la rodilla de nuevo. – El futbolista hizo un mohín de dolor.
- ¡Vaya! ¿Cuántas veces van ya?
- Tres o cuatro...
- Debiera hacérselo ver por un buen profesional...
- Se lo pedimos todos, creo que el Dr. Guillen a dicho que le va a echar una mano. – Cogió la botella del vinagre y vertió un poco en una cuchara, la echó en un cuenco donde había lo que parecía yogur natural. - ¿Me ayudas?
- Claro, ¿qué hago?
- Coge la miel..., – Iván lo hizo. – ahora echa una cuchara en el yogur con el vinagre y mézclalos, mientras yo frío los calabacines.
Entre los dos hicieron la cena y pusieron la mesa. Romero sacó del frigorífico una botella de agua fresca y poco después ambos estaban sentados comiendo bajo la dorada luz del atardecer.
Habían elegido un lugar discreto en el que Iván no pudiera ser reconocido. Entre los dos habían decidido ir a un pequeño archipiélago en Australia, Lord Howe. Durante las Olimpiadas de Sidney el reportero se había hecho amigo de un periodista australiano con importantes contactos, así que ellos dos fueron de los escasos 400 turistas que el lugar era capaz de aceptar, número establecido para proteger el extraordinario ecosistema.
La noche antes de regresar, Romero estaba sentado sobre las caderas de Iván, ambos desnudos, acariciaba con sus manos las anchas y fuertes espaldas del chico, al tiempo que de vez en cuando se inclinaba sobre él y posaba suaves besos mientras a sus oídos llegaban los excitados gemidos del futbolista, para él eran la más hermosa de las bandas sonoras.
- Por favor... – Le oyó murmurar.
- ¿Qué? ¿Qué deseas, mi campeón?
- Te necesito, por favor, Toni... te necesito. No me tortures así...
- ¿Sientes que te torturo? – El tono del reportero era sarcástico.
- Por favor, Toni...
- Shhh, tranquilo, mi vida... – Se movió ligeramente para situarse un poco más debajo de las nalgas de Iván, posó sus manos en ellas y se las abrió para tener acceso a su ano. Se inclinó sobre él y pasó ligeramente la lengua por el lugar, el gemido de Iván fue intenso y creció cuando notó como su amante soplaba, lo que envió descargas eléctricas que le recorrieron todo el cuerpo.
Iván se aferraba con ambas manos al colchón de la cama, necesitaba hacerlo porque le estaba volviendo loco, loco de placer, loco de amor. Solo podía jadear y gemir, y suplicar porque Romero no parase. Le notó tumbarse sobre él, su aliento le rozó el cuello, sintió sus dientes mordisqueándole el lóbulo de la oreja izquierda. El reportero sabía que eso le enloquecía.
- ¿Deseas que siga?
- ¡Por favor, Toni... no seas así de perverso conmigo!
- De acuerdo, mi amor... pero si te duele avísame y pararé...
- ¡Vale, pero no te detengas!
Con sumo cuidado, Antonio fue dilatando el esfínter de Iván, tras humedecerlo y lubricar su propio miembro procedió a colocar la cabeza del mismo sobre el ano, comenzando a presionar para adentrarse. Iván mordió la almohada para no gritar. El informador deslizó una mano por debajo del cuerpo de su amante hasta alcanzarle el pene para acariciárselo mientras de vez en cuando le volvía a dar suaves besos en la espalda. Fue entrando en él lentamente, dejando que se fuera amoldando poco a poco a su falo, para que le resultase lo menos doloroso posible. Recordaba su propia primera vez, lo delicioso que fue a pesar del dolor y quería que Iván sintiese esa misma sensación pero aumentada. En menos de un minuto estuvo por completo en su interior. Sonrió satisfecho, por el propio placer que estaba sintiendo él mismo, la estrechez de Helguera era sublime y, porque el gemido que este dejó salir de su garganta no fue de dolor. Lo había conseguido, su chico estaba disfrutando tanto como él.
- No pares, cariño... ya no me duele. – Iván echó una mano para atrás buscando contactar con el cuerpo de Romero pero este se la cogió y la estrechó con una de las suyas.
- Me pones tan caliente.... me excitas tanto.... – Salía y entraba en él sin detenerse, sin darle tregua.
Eran dos cuerpos unidos, respiraciones agitadas, ojos encendidos, gemidos, murmullos, besos, exclamaciones de placer. El sonido del colchón como música de fondo y, finalmente, el grito gutural que salió casi al unísono de las gargantas de los dos hombres. Iván había eyaculado entre su vientre y el de Romero, mientras que éste lo había hecho en su interior. Los dos se dejaron caer, el uno junto al otro, en la cama intentando recuperar el aliento. Antonio se pasó la mano por la tripa, encontrándose en su camino con el semen derramado de su amante. Levantó los dedos y se quedó mirando el esperma con el ceño fruncido, con la otra mano cogió un poco y se lo llevó a la boca. El futbolista le miraba en silencio fascinado.
- Delicioso... – Murmuró finalmente el reportero con una sonrisa. – Todo en ti es delicioso. – Se puso de costado para mirar a su amante, le besó suavemente en los labios. – Eres increíble.
- No tan increíble como lo eres tú, corazón. – Iván correspondió a su beso y apoyó la cabeza en el pecho del otro. Poco a poco se fueron durmiendo, acunados en los brazos de dos hombres que se estaban empezando a descubrir enamorados el uno del otro.