Lo que no se debe contar

Una historia totalmente ficticia sobre un conocido periodista y un ex-futbolista... Nada de lo que cuento es real así que nadie se me ofenda, por favor... pero tengo una mente sucia y perversa...

La rueda de prensa hacía diez minutos que había acabado pero fue cuando el jugador de la selección española, Iván Helguera se dio cuenta de que se había dejado su libreta de direcciones en el lugar, así que echó un vistazo al vestuario y comprobó que sus compañeros aún tardarían en salir hacia el autobús, salió rápidamente hacia la sala de prensas a buscar lo que se había olvidado. Oyó el jaleo de fuera y no pudo reprimir una mueca de disgusto al pensar en la avalancha humana que se cerniría sobre ellos cuando salieran. Adoraba a la afición que el equipo nacional tenía y no había cosa que desease más que darles, por fin, una alegría, sin duda se la merecían, pero si había algo que aborrecía era las aglomeraciones, siempre le habían dado algo de miedo, de angustia. Volvió a mirar hacia el pasillo que llevaba al exterior y suspiró pensando que aquellas cosas eran gajes del oficio. Finalmente se dirigió a la sala de prensa, sin embargo se detuvo al oír voces en el interior, no quería ser indiscreto pero necesitaba entrar y lo último que deseaba era encontrarse con un periodista, no obstante algo en el tono de voz de quien hablaba llamó su atención. Asomó, curioso, la cabeza por la puerta y miró al interior, en seguida reconoció a la persona; Antonio Romero, redactor de deportes de la Cadena Ser, incisivo, tenaz y más molesto que una mosca cojonera. Aunque no era de los peores:

  • Mariquita, cielo... – Un silencio. – ¿Vas a dejar que me explique? – Hablaba por teléfono con alguien, sin duda con una chica y la conversación no era pacífica. – ¡Pero María, por favor! – En ese momento alguien entró por una de las puertas de la sala, Iván lo reconoció como Jesús Gallego, compañero de cadena de Antonio y, mucho más veterano.
  • Tenemos que irnos, Romero hay que preparar el Ser Deportivos, date prisa... – Jesús se detuvo cuando vio la expresión en el rostro de su colega, Helguera vio que suspiraba y se acercaba para arrodillarse a la altura del asiento que ocupaba el joven. – ¿Qué pasa?
  • Me ha colgado...
  • ¿Quién? – No hizo falta que le respondieran para que supiera quién había sido. – ¿María? ¿Y te parece raro?
  • No, y me ha dejado lo cual tampoco me parece raro...
  • La engañaste, Toni y no solo con una mujer que ya le hubiera sentado como un tiro sino que te pilló en la cama con un tío... lo que no sé es como no acabó contigo en ese momento...
  • Es una persona civilizada. – Murmuró Romero.
  • Sí, será eso. – Se levantó y puso una de sus manos en el hombro de su joven compañero. – Sabes que no me importa en absoluto con quien te acuestes o te dejes de acostar pero también sabes que soy tu amigo y, por eso, a fuerza de ser sincero te digo que las has jodido bien. – El muchacho rió desganadamente por lo bajo. – Y ahora vamos tenemos trabajo, cuando acabemos prometo que te dejaré mi hombro para que llores.
  • Vale, te tomo la palabra. – Los dos reporteros se dirigieron juntos hacia la puerta por la que Gallego había llegado. Salieron del lugar en silencio. Iván Helguera entró, recogió lo que había ido a buscar y se marchó de la sala con una extraña sensación de nervios en el estómago. ¿A sí que Romero era maricón? Frunció el ceño con desagrado regañándose así mismo... No, Romero no se merecía ser insultado así, el periodista era homosexual, gay pero desde luego no algo tan zafio como maricón. Se detuvo sorprendido... ¡¿por qué le importaba a él si esa palabra denigraba o no a Romero?! ¡¿A él que coño le importaban los posibles sentimientos del hombre?! Moviendo la cabeza confuso se unió a los compañeros que estaban saliendo del vestuario.

Entrenamiento vespertino y, de nuevo, se había olvidado algo, esta vez las espinilleras, así que corrió hacia los vestuarios para buscarlas. Como siempre le decía Michel Salgado entre risas, un día se dejaría la cabeza y como no tendría con lo que darse cuenta iría descabezado por la vida. Sonrió mientras corría porque su colega tenía razón. Al entrar en el edificio se encontró de cara con Antonio Romero, el cual apoyaba las manos en una de las paredes y tenía la cabeza inclinada mirando hacia el suelo mientras respiraba con rapidez. Se detuvo al verle en ese estado.

  • ¿Estás bien? – Inquirió, el joven reportero se sobresaltó al oír la voz del futbolista y movió la cabeza para mirarle, Iván se dio cuenta de que sudaba y tenía los ojos vidriosos. – ¿Qué te pasa? ¿Llamo al médico? – Romero abrió la boca y solo le dio tiempo a decir dos palabras antes de sentir que todo se le venía encima.
  • Por... favor... – Helguera rápidamente extendió los brazos y el cuerpo inconsciente del periodista cayó desmadejado entre ellos. Sin saber qué hacer miró a su alrededor apurado. No vio a nadie. – Solo serán dos minutos, por lo que más quieras, Romero no te me vayas a poner peor. – Volvió corriendo a los campos, cuando regresó junto a Antonio lo hizo acompañado del doctor de la selección, el fisioterapeuta y el seleccionador. Entre él y el fisio lo llevaron a los vestuarios.
  • Aquí ya no puedes hacer nada, Iván coge las espinilleras y vuelve al entrenamiento. – Le indicó el preparador y, a pesar de que sentía la necesidad de quedarse para comprobar con sus propios ojos que el joven se recuperaba, no le quedó más remedio que obedecer.

No era fácil correr, saltar, driblar, cortar jugadas estando en todo menos en eso. No podía apartar de su cabeza la expresión de desconcierto en los ojos de Romero. Aragonés se reunió con el grupo al mismo tiempo que parecía buscar a alguien con la mirada, se volvió hacia su segundo y le preguntó algo, el hombre asintió. Iván le vio salir del recinto, poco después el míster dio por acabado el entreno y todos enfilaron hacia el vestuario. Cuando entraron desvió la mirada hacia la sala donde habían llevado al periodista, justo en es momento por la puerta de la misma salían el médico y Jesús Gallego, Iván notó que sus demás compañeros se quedaban mirando sorprendidos al reportero de la Cadena Ser.

  • ¿Ha tenido otras crisis con anterioridad? – Le preguntaba el facultativo, Jesús miró hacia el interior de la sala con gesto preocupado, finalmente asintió.
  • Creo que es la tercera, tiene problemas personales graves y..., bueno, por mucho que intente negarlo parece claro que necesita ayuda.
  • No lo dudes... – Iván se había sentado en su lugar frente a su taquilla y mientras se desabrochaba el calzado escuchaba atento. Sentía una fuerte preocupación por el estado de salud de una persona a la que conocía desde hacía ya bastante tiempo, frunció el ceño, cuándo había llegado Antonio a cubrir las informaciones del Real Madrid, quizá 3 años o así. ¿Por qué, de repente, le preocupaba tanto? No acababa de entenderlo pero lo cierto es que así era. Levantó la cabeza sorprendido ante algo que dijo Gallego.
  • Se va a negar a pedir la baja... sabe que hay mucho trabajo y ante todo es un profesional. – El médico le miró en silencio.
  • ¿Merece la pena que vaya a peor por ser un buen profesional?
  • Por supuesto que no... pero le he visto hacer cosas peores.
  • Bueno, tú verás cómo lo hacéis pero tenéis que convencerle de que se ponga en manos de un profesional... si la depresión que tiene se coge a tiempo no será nada pero si no se lo toma en serio puede amargarle la vida...
  • En realidad su vida ya es una desgracia pero, de acuerdo, haremos lo imposible por convencerle...
  • No hace maldita la falta que me convezcais de nada... – La voz de Romero se dejó oír mientras su propietario salía con cara de pocos amigos por la puerta.
  • Toni... no deberías... bueno quizás... – Jesús titubeó mientras miraba a su compañero sin saber qué más decir.
  • Mira si quiero joder mi vida, es mi vida y la joderé... pero, por favor, no te metas. – Y salió del vestuario rápidamente, Jesús salió tras él volviéndose hacia el médico antes de dejar el lugar.
  • Gracias, doctor...
  • Mete algo de sentido común en esa cabeza dura... – Gallego volvió la cabeza para mirar al exterior, se quedó quieto.
  • ¿Qué, coño, haces ahí parado?
  • ¿Esperarte? ¿Tú te has dado cuenta de la hora que es? – La respuesta les llegó a todos.
  • ¿Crees que no me he ocupado ya de todo? ¿Crees que Alcalá, Oli y Ruiz no se han apañado sin ti y sin mi? – Salió del lugar dejando la puerta abierta y les oyeron añadir. - ¡Por cierto, eres gilipollas! – Mientras les oían alejarse también les oían continuar la discusión acaloradamente.

Y sin poder quitarse de la cabeza al jodido periodista. Llevaba tres días en los que, a menos que estuviera entrenando, solo podía pensar en él. En sus ojos febriles, en su expresión enfada pero también desesperada cuando salió del vestuario. Y se angustiaba pero no sabía porqué. ¿Qué, demonios, había cambiado?

Se acerca a él, le ha reconocido aunque está de espaldas apoyado en el coche de su emisora. Sus compañeros aún no han salido del entreno, él ya se había duchado y había salido rumbo al autocar. El hecho es que se acercó a él, porque sí le reconoció, pero es que también estaba solo. Se apoyó en el vehículo junto a él. Romero le miró y enarcó una ceja, Iván sonrió levemente.

  • No me grites... pero, ¿cómo estás? – Le oyó suspirar.
  • Mejor, Paco me obligó a ir al hospital... me cogió de las orejas y prácticamente me llevó arrastras.
  • ¿Cómo haría un padre? – Rió entre dientes Iván.
  • Al menos como lo haría uno normal... el mío desde luego, no. – Murmuró en respuesta. Iván no tenía ni idea de que hablaba pero asintió.
  • Entonces, te han puesto un tratamiento...
  • Sí, suave y con orden de que me lo revisen en España.
  • ¿Y vas a hacerlo? – Romero asintió y miró al jugador del Real Madrid.
  • Creo que te debo una, ¿no? – El periodista le tendió la mano. – Evitaste que me rompiera la crisma... – Iván le dio un golpe en la mano y le pasó un brazo por los hombros.
  • ¿Cómo no hacerlo? ¿No evitarlo y hacer que dejes de tocarnos las pelotas? – Romero rió.
  • Vale, pero gracias. – Helguera le sonrió.
  • Quería decirte una cosa... – Le miró y tomó aire antes de seguir. – Hace una semana cuando dimos la rueda de prensa conjunta, después de que acabara... bueno, pues me di cuenta de que me había dejado algo y regresé a por ello y... es que, os oí... – Antonio le miraba algo pálido.
  • ¿Qué oíste?
  • Hablabas con María... luego con Gallego... – El chico asintió comprendiendo.
  • ¿Vas a aprovecharte de lo que sabes? – Le oyó murmurar.
  • Estamos en el 2004, voy con mi época. No me importa en absoluto tu tendencia sexual, me importa menos de lo que creo que te importa a ti... – Giró la cabeza al oír a sus compañeros, se metió la mano en el bolsillo de su pantalón deportivo y cuando la sacó lo hizo llevando un pequeño papel que le tendió a su acompañante. – Es mi número de móvil, si necesitas hablar llámame. Tus compañeros conocen a María y aunque se ve que te aprecian quizá no puedan ser todo lo imparciales que quisieran. Lo repito, ahí tienes mi teléfono, si necesitas usarlo para que te escuche, úsalo. Pero no te aproveches de mi confianza, ¿vale? – Romero asintió incrédulo, cogiendo el papel. Cuando vio que Iván se alejaba volvió a hablar.
  • ¿Por qué haces esto? – El futbolista se volvió y le contestó con una medio sonrisa en el rostro.
  • Ni yo le encuentro sentido pero la verdad es que tus ojos se cuelan en mis sueños y, de repente, no hay un minuto en el día en que no piense en ti. – Y con esto se alejó hacia el autocar.

Tomó asiento junto a su compañero de cuarto, el jugador del Deportivo de la Coruña, César Martín.

  • ¿Le has dicho algo? – Inquirió el defensa ovetense.
  • Que me llame si necesita hablar.
  • ¿Crees que lo hará? – Iván se encogió de hombros.
  • Ni idea pero espero que lo haga... Deseo que lo haga. – César se volvió hacia su compañero y le miró.
  • Siempre pensé que eras hetero...
  • Empecé a sospechar que no lo era totalmente hace unos meses, ahora lo he visto confirmado... te juro que para mi es una total sorpresa, quiero decir que le conozco desde hace tres años y, de repente, no me lo puedo sacar de la cabeza. Cuando les oí hablar, no sé, fue como si se me encendiera una luz, y esa luz sólo le enfoca a él.
  • ¡Qué bonito... – Rió por lo bajo César.
  • ¡¡Eh!! – Exclamó Iván también riendo mientras le daba un ligero empujón.

Le había dicho que estaba en un pequeño hostal de la ciudad. El tono de su voz le había preocupado, le había parecido que estaba llorando. Aún así se admiró de que hubiera sabido buscar un lugar para encontrarse. El reportero le esperaba junto a la puerta, vestía pantalones vaqueros, sandalias y una camiseta sin mangas que se ajustaba ligeramente a su cuerpo. Notó que no era especialmente atlético pero no denotaba descuido. Le parecía terriblemente atractivo. Solo lamentó no poder ver sus ojos, llevaba puestas gafas de sol. Cuando se acercó a él, alargó la mano y se las levantó, estaban rojos e hinchados. Su apreciación no había sido incorrecta, había llorado. Le sonrió suavemente y con un gesto de cabeza, Iván le indicó que entraran.

El lugar era agradable y fresco, lo cual se agradecía porque en Portugal estaba haciendo un calor de mil demonios. Una camarera les acompañó hasta un reservado, ambos sonrieron ante la mirada pícara que ella les dirigió cuando vio que Iván le cogía de la mano y tiraba de su acompañante. Pidieron para beber, cerveza sin alcohol el futbolista, agua tónica el reportero.

  • Es por el tratamiento, no puedo beber alcohol. – Le informó Romero por empezar a hablar y romper el hielo.
  • Ya, me parece muy acertada la decisión de que te lo tomes en serio. – En ese momento la chica apareció con lo pedido y volvió a dejarles solos. – Tú dirás... ¿me vas a contar porqué has llorado?
  • Llamé a Marcos...
  • ¿Quién es Marcos? – De repente Iván sintió que el tipo del que le iba a hablar era peligroso.
  • Fue y ha sido, hasta ahora, mi único... – Romero titubeó como avergonzado.
  • ¿Novio? – Le ayudó el defensa, Antonio asintió.
  • Le llamé después de años sin habernos visto, quería saber algo...
  • ¿El qué?
  • Porqué me dejó...
  • ¿Y?
  • Solo dijo cuatro palabras:

“Porque eres un cobarde”

y me colgó. Últimamente me cuelgan siempre. – El deportista sonrió, alargó su mano y cogió la de su acompañante, este no hizo nada por retirarla. * ¿Has llorado porque te llamó cobarde? * En parte pero sobretodo porque tiene razón. Toda mi vida ha sido una mentira, Iván... o por lo menos ha estado basada en una, en fingir que no soy lo que soy y, por hacerlo, he hecho daño a la persona que menos se lo merecía... * ¿María? – Romero asintió. * La humillé, la traicioné, la desprecié diciéndola cosas que no sentía, fingí amarla... y, al final... bueno ya sabes lo que sucedió. * Explícame porque has negado todo este tiempo que eres gay... – Oír esa palabra sobresaltó a Romero e Iván le apretó ligeramente la mano para darle ánimos. * Mi padre... fue por mi padre. * No entiendo... * Es militar, coronel del ejército de tierra, mi hermano mayor es teniente, mi abuelo luchó en el bando nacional en la Guerra Civil... yo salí siendo la oveja negra de la familia. Nunca me atrajo su mundo, me declaré objetor y cuando decidí estudiar periodismo lo jodí del todo... pero fue el único momento de rebeldía de mi vida, con 18 años pude plantarle cara a mi padre... porque..., porque ya no temía ni sus insultos ni sus... golpes. – Romero bajó la mirada azorado. * ¿Golpes? ¿Cuándo eras niño, el te... – La voz de Iván sonó rota, cuando vio que su compañero asentía, se mordió el labio inferior, respirando hondamente para contenerse y no lanzarse sobre él para acunarle entre sus brazos, mientras le prometía que no dejaría que jamás nadie volviese a tocarle, ni un solo pelo. Lo logró. * ¿Sabes lo que es intentar crecer con un padre y un abuelo militares que te ven como lo mayor desgracia que les ha podido tocar? Marcos fue la única concesión a mi realidad que me permití... Durante tres años, de los 17 a los 20 fui su novio, su amante pero jamás le besé en público, jamás le cogí de la mano y nunca le dije que le quería. Odiaba a mi familia pero temía quedarme solo si Marcos me dejaba, así que prefería tener la seguridad de un sitio al que volver aunque me mirasen mal, aunque allí mi vida fuese un infierno. He seguido así hasta ahora, aún a sabiendas de que si Marcos me dejó fue porque se cansó de esperar. – Romero calló un momento luego continuó. – Iván, lloro porque soy un cobarde, porque he hecho daño a alguien a quien quiero, porque he puesto en un compromiso increíble a mis amigos y, lloro porque estoy solo. Y me da miedo. – Iván se levantó para ponerse al lado del periodista, se sentó junto a él y le cogió, ahora, las dos manos. * Si tú quieres no tienes porque estar solo... * ¿Qué...? – Empezó Romero pero, aquel hombre al que conocía desde hacía años y con el que no había cruzado más palabras que las necesarias, él, periodista deportivo, preguntando a un jugador del Real Madrid e internacional sobre su equipo y el fútbol, e Iván respondiendo, le puso un dedo en los labios callándole. Se miraron en silencio durante unos segundos, Romero cerró los ojos sintiendo como su corazón latía frenéticamente. Y, entonces, lo notó, el roce de sus labios contra los suyos. Suave, delicado, tímido y cuando aquella caricia de mariposa acabó solo oyó unas palabras. * Si me quieres me tienes... por y para ti. No dejaré que estés solo. Déjame intentar aliviar tu soledad. – Antonio escondió su rostro entre el cuello y el hombro del jugador, ahogó un gemido pero un sollozo escapó de sus labios. Las lágrimas volvieron a él, notó que Iván le abrazaba con fuerza, permitiéndole desahogarse.