Lo que le ocurrió a Sonia

Uno termina pensando que no existen los accidentes.

—Y qué va a pasar al final mañana?—preguntó Rosita con una sonrisa traviesa, removiendo su café—habrá fiesta o no?

Justo en ese momento, se escuchó un “bip- bip” ahogado procedente del bolso de Sonia.

—disculpa…—murmuró ésta, metiendo la mano entre la cantidad de enseres que acumulaba a lo Mary Popins dentro del pequeño saquito. Por fin consiguió agarrar el móvil y lo sostuvo cerca de sus ojos al tiempo que pulsaba quién sabía cuántas teclas.

—Pues sí—Sonia mostró a su amiga una sonrisa de oreja a oreja, mientras releía el sucinto mensaje—mira lo que acaba de llegarme, a cuento de eso que preguntas.

Estiró el brazo por encima de la mesa y le enseñó a su amiga la pantalla iluminada en naranja:

“Hla zorrita. Tngo ksa libre el finde. Mñna a las 22h fiesta chicas, SOLO chicas. Bss, tkm.

Mariola.”

—¡Vaya!—exclamó Rosita—genial, aunque… ¿qué pasa con las que somos heterosexuales? Al principio pensaba que eso de que Mariola odia a los hombres era una forma de hablar, pero...

Sonia rió.

—Bueno, es su casa—replicó—y sí, odia a los hombres, empezando por su padre y sus hermanos y terminando por todos los que pueblan el planeta…

—Hombre, lo de sus hermanos lo entiendo—repuso Rosita—son unos machistas indeseables, y cinco ya es de preocupar, encima teniendo que convivir con ellos aún.Pero Soni, yo necesito desahogarme, hace mil años que no me calzo una buena polla…

Sonia miró a su amiga y frunció las cejas durante un instante.

—Bueno…prueba con una mujer—le guiñó un ojo—si lo que quieres es una polla, es algo fácilmente reemplazable.

Rosita desechó estas palabras con un movimiento tan amplio de la mano que la camarera pensó que se la requería y se acercó a la mesa block de notas en ristre.

—No me jodas, Soni. ¿Nunca has probado tú una polla de verdad?

Viendo que la camarera se situaba detrás de Rosita, Sonia levantó la barbilla para señalarla, hizo un gesto de silencio con los labios y negó con la cabeza.

—No, nunca.

—Otro cortado, gracias—dijo Rosita distraídamente, volviéndose hacia la camarera—con dos sobres de azúcar, por favor. ¿Nunca?—añadió abriendo mucho los ojos cuando la muchacha se alejaba—¿Ni siquiera de jovencita, en etapas de experimentación?

—Bueno…--suspiró Sonia—una vez, con un vecino, en el portal de casa. Yo tenía catorce años. Supongo que estábamos jugando.

Rosita soltó una carcajada.

—¿En un portal? Dios mío, no puedo creer que nunca me hayas contado esto. ¿Y qué tal fue?

—Fatal. Lo suficiente para hacerme desear no repetirlo jamás—respondió Sonia, categórica—no te lo conté porque nunca preguntaste…

—Joder, ¿tan mal lo hizo?

Sonia sacudió la cabeza enrojeciendo ligeramente y contuvo una risa nerviosa.

—Bueno, el pobre tenía también catorce.

—Pero cuéntame… ¿qué hicisteis? ¿Te la metió?

--No—replicó Sonia—no lo hizo, sólo jugamos. Pero… aquella cosa…tan gorda, roja y fea…

Rosita se tapó la boca y sacudió la cabeza.

—Me dio mucho asco—concluyó su amiga.

—Joder, entonces ” te hiciste” lesbiana gracias a un encuentro en un portal con un tío que la tenía gorda, roja y fea.

—Eh, no he dicho eso—desmintió Sonia rápidamente—lesbiana ya lo era, mucho antes de eso. Este pobre chico solo hizo lo que pudo.

—Lo cual es de agradecer con los tiempos que corren, se nota que tenía catorce años…

Sonia rió.

—En fin, pobrecito, él no tenía la culpa de que las pollas te dieran asco…—concluyó Rosita en un susurro, mientras la camarera depositaba la taza de café frente a ella sobre la mesa y volvía a desparecer sin hacer ruido, muy discretamente—Y después de eso, entonces ¿nunca has estado con un hombre?

Sonia negó con energía.

—No. Nunca. Ni me apetece.

Su amiga se encogió de hombros y tomó un sorbito prudente de la taza humeante.

—Pues no sabes lo que te pierdes, rubia.

Tras aproximadamente media hora de café, disertaciones sobre pollas y otras conversaciones diversas, ambas chicas salieron de la cafetería y se detuvieron en la esquina donde solían separarse. Vivían en la misma manzana pero sus respectivas casas estaban ubicadas cada una en un extremo de la amplia calle principal. En aquella encrucijada, Sonia miró a Rosita como barruntando algo.

—Deberíamos comprar alguna cosa para Mariola, al fin y al cabo ella da la fiesta…

—¿Te refieres a comida, bebida y demás? Conociendo a Mariola, ya tendrá de todo ella.

Sonia asintió.

—Sí… --respondió—pero me parece un poco cara dura presentarnos allí sin nada… y seremos muchas, así que más recursos no vendrán mal. Podríamos llevar alguna cosa. ¿Nos acercamos en un momento al súper?

—Vale…--repuso Rosita sin mucha convicción, consultando su reloj—pero yo tengo que darme prisa, tengo un invitado en casa que llegará dentro de media hora…

Sonia le propinó un súbito empeñón.

—Con que un invitado, ¿eh? Hace nada estabas protestando porque hacía siglos que no te comías una polla, y ahora resulta que vas a gozarte una...

—No, no, no—Rosita retrocedió ante el empujón como si Sonia hubiera mentado al diablo—nada de eso, es un buen amigo, su polla no se toca.

Sonia miró a su amiga de hito en hito.

—¿No estarás pensando en traértelo a la fiesta de tapadillo, verdad?

La otra hizo un gesto de hastío y puso los ojos en blanco.

—No, joder, no te preocupes. Ya sé que es solo para chicas y para… lesbianas—subrayó la palabra como si quisiera escupirla— como vosotras. Cómo odio eso, ese separatismo. No te ofendas, eh.

Sonia rió.

—No me ofendes. Ese “separatismo” que tanto odias es propio de Mariola y no de las “lesbianas”, que parece que hablas de una horda, hija. Es Mariola a secas, ella es así. Así que, si te traes a ese chico, procura que no se entere o montará en cólera y en caballo.

—No lo haré, joder. Además, no creo que se quede hasta mañana.

—No sé si creerte…

Rosita se volvió, y comenzó a caminar en dirección al supermercado al tiempo que esgrimía su dedo corazón en un flagrante corte de mangas a su espalda.

Sonia soltó una carcajada y echó a andar tras ella.

++++

Aproximadamente tres cuartos de hora después Sonia cerraba tras de sí la puerta de su apartamento, cargada con tres bolsas de la compra hasta los topes. Resoplando, caminó torpemente hasta la encimera de la cocina—donde reinaba un desorden colorido digno de La Corte de los Milagros-- levantó con esfuerzo los codos y por fin depositó allí todo aquel peso.

Era increíble la cantidad de cosas que había comprado.

A Sonia se le solía ir la mano… con todo. Con el dinero, con la comida, con el tabaco…con los regalos era abundante y espléndida siempre. Quería creer que era generosa, y en la superficie lo era, pero en sus capas más íntimas y profundas, en el fondo de su ser, era una mujer de excesos, llena de agujeros negros: lugares donde la materia y la energía desaparecían, corrientes de vacío en espiral. A los veintiún años se había marchado de la casa de sus padres, y hasta el momento -siete años después- no le había ido mal derrochando en aquello que su instinto le iba dictando. Al fin y al cabo, tenía un buen trabajo, y no era de esas personas que opinan que el dinero sirve para guardarlo en un cajón.

Sonia era también muy cerebral, aunque esto pueda parecer paradójico. En realidad derrochaba hasta pensando, así que ya sabía -y aceptaba- que el derroche era algo implantado en su espíritu, porque era su espíritu desde donde precisamente procedían una serie de imperiosas necesidades que la asaltaban de vez en cuando (comprar, comer, follar).

De todas maneras, había cosas que tenían gracia…

En el aspecto sexual, por ejemplo, como en todo lo demás, también derrochaba. Pero sólo cuando le apetecía, y le apetecía muy de cuando en cuando. Se esforzaba día a día en mantener la tranquilidad de su mundo, de modo que huía de las fantasías como del mismo demonio y no solía caer en ellas a no ser que tuviera un estímulo directo. No sabía por qué pero sentía que la imaginación y la fantasía en sí mismas podían dañarla, y el hecho de dejarse llevar alguna vez, desequilibrarla. Desde luego no quería por nada del mundo volver al caos de espectros, al desenfreno en el que se había visto inmersa alguna vez.

Sí, Sonia trataba cada día de mantener su mundo de papel pero, si entraba en racha amorosa/erótica por la razón que fuera (la llamada de la selva, las fases de la luna, la ovulación o el deseo por alguien o algo en particular), el agujero más enorme de todos despertaba dentro de ella, reptaba hasta su bajo vientre como un ovillo de oscuridad y clamaba a gritos hasta el agotamiento por lo que fuera que necesitase.

La necesidad sexual era la más fuerte, no sabía por qué. De igual manera el “derroche” en ese aspecto, comparado con gastar o comer demasiado, era monumental. La ausencia de sexo en aquellas fases dolía incluso físicamente. Los orgasmos eran liberados con tanta energía que producían dolor, pero era mucho peor guardarse las ganas dentro.

Aquel jueves por la tarde, casi anochecido, Sonia estaba en plena “racha” de apetencia sexual. Pero no le había prestado atención a los sonrosados labios de Rosita ni a sus enormes tetas; ni siquiera le había hecho caso cuando ella insinuó que tenía un ligue (ese “invitado misterioso” al que recibiría aquella tarde). Pobre Rosita. Ojalá encontrara pronto ese gran cipote que la follara sin descanso. Pero no, Sonia no había podido dejar de pensar en otra persona, a pesar de los atributos de su inocente amiga heterosexual. Esa persona era, por supuesto, Mariola.

Habían sido novias hacía tiempo. El carácter explosivo de Mariola, sus celos enfermizos, su impulsividad y otros rasgos en la misma línea contribuyeron a que la relación no funcionase. La locura y el fingir que no ocurría nada por parte de Sonia, tampoco ayudaron; sin embargo, aquellos titanes que habían provocado el fracaso en pareja no representaban, al parecer, un problema para la amistad. Ambas eran muy, muy amigas, y además se conocían bastante bien.

Sonia había aguantado mucho tiempo los desplantes de Mariola y sus salidas de tono, como novia, porque estaba completamente agilipollada por ella. Podría decirse que estaba enamorada, siendo enamorarse algo más parecido a agilipollarse que a sentir amor. En realidad Sonia no sabía -ni se había parado a pensar-lo que sentía por Mariola. El hecho era que sentía muchas cosas que cambiaban con la velocidad del viento, explotaban, chocaban entre ellas y se mezclaban. Amor en un átomo de tiempo, odio a veces, rabia, ganas de besarla, ganas de abofetearla, ternura infinita. Un universo de intensidad.

Sin guardar la compra, dejando las bolsas esperando en la cocina, se tumbó en el sofá y alargó la mano hacia el teléfono fijo. Con el corazón latiéndole deprisa, marcó el número de la casa de Mariola. Sintió un temblor en las manos cuando la señal se cortó, al tercer tono, con el crepitar hueco que suena cuando alguien coge el auricular al otro lado.

—¿Sí?

Le había cogido el teléfono uno de sus hermanos. El hermano pequeño que seguía a su amiga en edad, le pareció. Un chico majo, o al menos no tan insoportable como el hermano que más conocía Sonia, el siguiente -eran seis en total, cinco chicos y Mariola- llamado Oriol, un asqueroso pulpo con ansias de rompebragas. De este que le había cogido el teléfono no recordaba el nombre, pero le caía mejor.

—Hola, ¿está Mariola, por favor?—dijo Sonia educadamente.

El hermano sin nombre sufrió un repentino ataque de tos al otro lado del teléfono.

“Es para ti”, escuchó Sonia entre estertores.

“Trae aquí, ANORMAL”—La voz potente de Mariola. En aquella casa eran todos “animales”, “anormales”, “gilipollas”…

A continuación, contra el oído de Sonia, una respiración agitada y de nuevo aquella voz que la encendía, en vivo y en directo.

—¿Sí?

—Hola…

—¡Ey, Soni!—saludó Mariola al reconocerla—¿qué tal, chochín?

“Por dios, no me llames Chochín a gritos delante de tu familia” pensó Sonia, pondría la mano en el fuego porque estaban en pleno allí delante.

—Bien… he ido al supermercado.

—Ah, qué bien… iba a llamarte yo ahora. Cuento contigo para la fiesta de mañana, ¿no?

—Sí… claro, para eso fui al súper, he comprado un montón de cosas para la fiesta…

—¡Oh!—exclamó Mariola—¿de verdad? ¡No tenías por qué haberlo hecho y lo sabes!

Ay, así era ella. Jamás daba las gracias la condenada.

—Bueno, he pensado que seríamos un montón de gente así que…

—¡Oh, sí, y tanto que lo vamos a ser!—rió alborozada—calculo que seremos unas treinta…

—¿Treinta?—se extrañó Sonia—¿Qué ha pasado, ha desembarcado la armada invencible y va a quedarse en tu casa?

Por mucha gente, lo que era mucha gente, Sonia había entendido unas diez personas. No podía imaginar de dónde se habría sacado la loca de Mariola a las veinte invitadas restantes.

—Bueno, he llamado a unas amigas, antiguas compañeras de la universidad…—explicó Mariola—también a algunas compañeras del anterior trabajo…

—¿Todo chicas, entonces?

—Sí, claro, ya te lo dije. Solo y exclusivamente chicas. Los animales que tengo por hermanos marchan con mi padre a escalar (así se despeñen) de modo que no quiero ver un rabo por aquí en todo el fin de semana.

—Eres asquerosa, lo sabes ¿no?

Mariola soltó una risotada.

—¿Asquerosa? ¿Por qué?

—Asquerosa no sé… eres más como un marimacho lesbiano a lo bestia, hablas con palabras como “zorrita” o “chochín” para referirte a las tías y odias todo lo que tenga una polla colgando, ¿te parece poco?

Mariola estalló en carcajadas.

—Pues sí, eso es cierto, vale, soy una asquerosa. ¿Y qué?

—Me alegra ver que lo aceptas—rió Sonia—oye… pero ¿qué vamos a hacer tantas tías metidas en tu casa? El chalé es grande, vale. Pero todo tiene sus límites.

—¿Que qué vamos a hacer?—masticó Mariola con regocijo—¿En serio quieres que te lo diga?

—Ya está la fantasma… te las irás a tirar a todas, me dirás…

—¡Pues no es por falta de ganas!

—Menuda zorra estás hecha…

—Si soy puta mi coño lo disfruta—soltó sin pensárselo un segundo— Además, ¡tú eres tan zorra o más que yo!

—Eso te gustaría a ti…

—Voy a colgarte, imbécil—rió el marimacho—paso de ti.

—¡Un momento! ¡No cuelgues todavía!

—¿Qué pasa?

—¡Rosita tiene un ligue!—anunció Sonia con ceremonia.

—No te creo.

—¡Sí! Me ha dicho que tenía “un invitado” en casa…

—Cojones, se lo monta bien la tía. ¿Y quién es?

Sonia se encogió de hombros aunque Mariola no podía verla.

—No tengo ni idea.

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Rosita apretó el paso, no quería llegar tarde a su cita. Si su invitado llegaba y ella no estaba en casa, él podría pensar que ella le había dado plantón y marcharse, y a Rosita le había costado mucho, mucho trabajo convencerle de que fuera a su casa a hacer lo que iban a hacer. Él era muy introvertido y, aunque habían planeado aquello desde hacía muchísimo tiempo, se había resistido hasta el final a dar el paso de verse y entrar en acción. Rosita no quería por nada del mundo que se le escapara.

Casi se pudo ver el suspiro de alivio que lanzó cuando al doblar la esquina vio que él estaba allí, apenas llegando al portal. “Estate quieto, que ahora mismo llego” dijo para sus adentros, y echó a correr calle abajo.

—Perdona, me he retrasado un poco—resolló cuando finalmente alcanzó a aquel chico.

—Hola—contestó él con suavidad. Le temblaba un poco la voz.

Rosita tomó aire intentando recuperarse -esos kilitos de más la estaban matando- y sonrió poniendo los ojos más dulces que era capaz. Le miró de arriba abajo, con disimulo pero con ojo crítico.

—Bueno. ¿Te parece si subimos y arreglamos ese pequeño problema que tienes?

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Sonia colgó el teléfono con una sonrisa en los labios. Treinta personas en casa de Mariola la noche siguiente, treinta tías… joder, menudo fiestón. Tenía ganas de ir y mezclarse entre iguales en la selva, a ser posible con una copa de licor dulce en la mano y un poquito de música.

Y quizá sería bueno hablar un rato a solas con Mariola aprovechando que la noche era larga… quién sabía. La echaba muchísimo de menos.

Suspirando, se metió en la ducha, se puso el pijama, guardó la compra y se dispuso a buscaralgo interesante que ver en la televisión.

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A la mañana siguiente Sonia llamó a Rosita, pero ésta no le cogió el teléfono. El remordimiento cotilla la inundaba, ¿por qué no le había preguntado más? ardía en deseos de saber qué pasó y quién era ese invitado del que su amiga solamente había hecho mención el día anterior.

Para ir a la fiesta eligió un top con tirantes y escote en forma de corazón—del tipo que sabía que a Mariola le encantaban—de color negro, y una falda aterciopelada por encima de la rodilla, también oscura. El tejido dibujaba olas de nata sobre sus muslos, ajustándose entre sus piernas a cada movimiento, abrazando la curva de su cadera con voluptuosidad. Se colgó al cuello una pequeña piedra azul brillante del mismo color que los ojos de Mariola ,y se peinó despejando las sienes para resaltar sus bonitos ojos castaños. Se maquilló poco, como solía hacer, metió unas pocas cosas en un bolsito minúsculo y salió de casa con las bolsas de la compra en las manos.

El chalé de Mariola se encontraba a una hora de camino desde su casa. No estaba en el centro de la ciudad, donde vivían ella y Rosita, sino a las afueras, en pleno campo. Una zona perdida y a juicio de Sonia, que amaba la tranquilidad, paradisíaca.

Metió las cosas en el coche, arrancó y enfiló carretera arriba en dirección a su destino. El camino lo conocía bien.

A pesar de que Sonia solía ser puntual, aquella noche llegó a casa de Mariola más tarde de lo previsto. Habían quedado para las diez, y eran las diez y treinta cuando tocó el timbre. Se oía jaleo, música y ruido de voces al otro lado. Se escuchó un trote apresurado creciente cerca de la puerta, y poco después esta chirrió mostrándole la cara sonriente de Rosita. Estaba espléndida.

—¡Pero bueno!—exclamó Sonia--¿Dónde te habías metido? Te he llamado varias veces esta mañana por si querías venir conmigo en el coche.

“y para que me contaras que hiciste ayer, pedazo de pendón” añadió para sí, pero no lo dijo. Ya habría tiempo de hablar con tranquilidad.

—Ah, gracias… es que he estado un poquito ocupada…

—Ya—sonrió Sonia, desembarazándose por fin de las condenadas bolsas a estallar. "Ocupada" era sinónimo de foscar cual coneja, eso seguro, pero se ahorró el comentario. Sólo sonrió y echó una mirada por encima del hombro de Rosita—caramba, cuanta gente…

Desde la entrada de la casa se adivinaba que el salón estaba hasta los topes. Se oían risas femeninas y entrechocar de vasos por encima de la música que ya estaba a un volumen más que alto. Sonia se adelantó unos pasos, buscando con la mirada una joya entre todas aquellas caras.

—¿Y Mariola?—quiso saber. No se la veía por ninguna parte.

Rosita refunfuñó algo mientras arrastraba las bolsas dentro de la cocina.

—Uf—suspiró—desde que ha llegado esa tal… Enriqueta… han desaparecido las dos y no hay quien las encuentre. Se habrán encerrado en alguna habitación.

—¿Enriqueta?—preguntó Sonia--¿Y esa quién es?

—No tengo ni la menor idea—replicó Rosita—pero algo me dice que Mariola tenía un interés especial en que viniera aquí esta noche.

—Seguro—replicó Sonia, de pronto rota en pedazos.

—Se la estará tirando ahora, probablemente—vaticinó su amiga—Cuando ha llegado Enriqueta, han cruzado un par de miradas en la puerta que me han hecho sentirme como una intrusa entre ellas.

—Por dios—bufó Sonia.

“Se acaba Mariola, se acaba el mundo”. Menudo jarro de agua fría. Vaya una mierda de noche que le esperaba. Si no hubiera pensado en ella, si no se obsesionara con tonterías… si hubiera pensado en la fiesta de manera inocente, con la sola idea de divertirse sin más…

--Nena… ¿estás bien?—preguntó Rosita, observando alarmada el gesto de su amiga--¿Por qué no pasas al salón y te presento a la gente? Han venido también Laura y Bea… Ángela al final no ha podido venir, tenía una boda en Calcuta.

Para Rosita, “Calcuta” significaba algo parecido a “el quinto coño”, de modo que si Sonia la hubiera escuchado, no se hubiera extrañado. Pero el hecho fue que la pasó de largo, se le habían quedado los oídos cerrados y la cabeza embotada; las palabras de su amiga le llegaron amortiguadas, como un suave y lejano murmullo de fondo.

--No—dijo en voz baja—gracias, Rosita. Voy a ponerme una copa. En seguida estoy con vosotras.

Avanzó hacia la cocina con los ojos súbitamente húmedos, para ponerse un vaso bien cargado de whisky, el whisky preferido de Mariola que había comprado ella misma el día anterior.

Maldita obsesión. Tomó un vaso grande y en un último momento, dejo de lado el whisky y lo llenó hasta la mitad de licor de crema, dulce. Para rematar, lanzó al vaso un hielito solitario.

No tenía ganas de salir de la cocina, pero salió. El salón se le antojaba un campo de batalla; mirara a donde mirara veía un sinfín de aleteos de rímel y brillo de labios en las sonrisas, todo ello sobre rostros desconocidos. Descubrió a Rosita junto con Bea y Laura charlando perfectamente integradas en aquel cuadro, cerca del aparato de música. Por supuesto no fue hacia ellas, sino que buscó el rincón más apartado posible tratando de que no la vieran y allí se dirigió copa en mano.

El lugar que encontró para su camuflaje fue una columna encalada que se erguía a un lado del salón, flanqueando una pequeña puerta. Detrás del fuste había apoyada una silla, como esperándola. “Estupendo” se dijo; definitivamente no tenía ganas de hablar con nadie. Era el sitio perfecto para instalarse y dejar la mente ir, al menos hasta que la desazón se le pasara un poco.

Mientras observaba las olitas de caramelo que trazaba el licor en torno al hielo, como besándolo, se relajó. De momento prefería pasar inadvertida en lugar de marcharse. Sencillamente no se encontraba con fuerzas para coger el coche y, desde luego, no iba a pedirle a nadie que la llevara.

No llevaba la cuenta de los minutos que llevaba ahí, disfrutando de la soledad, cuando escuchó un taconeo que se acercaba. Y no solo eso. Alguien arrastraba una silla como para sentarse a su lado.

Levantó la vista con sorpresa, como pillada infraganti. Ante ella se hallaba una chica altísima encaramada por si fuera poco sobre unos tacones de aguja, con una larga melena castaña que le tapaba la mitad de la cara. La chica frunció los labios carnosos en lo que parecía ser una sonrisa tímida, y sin mediar palabra, hizo un gesto como pidiendo permiso para sentarse.

A Sonia le extrañó aquello, no había visto a esa chica en la vida. No obstante arrastró su silla unos centímetros para hacer más hueco detrás de la columna, e invitó a la desconocida a sentarse a su lado.

La chica alta sonrió, y con cierta torpeza –debida probablemente a los empinados tacones--se movió hasta posar su trasero, pequeño, respingón y duro a través de la tela de su falda, sobre el asiento de la silla que había traído.

—Hola—murmuró Sonia sin saber muy bien qué era lo más correcto. ¿Debería preguntarle qué quería? ¿Debería manifestarle su deseo de estar sola? Sin embargo no acertó a decir nada.

La chica movió los labios –“Ho-la”—despacio, sin articular ningún sonido, y sonrió de nuevo mirando al suelo.

Sonia la miró más de cerca y frunció el ceño.

—¿No puedes hablar?—inquirió, preguntándose si aquella chica sería muda o simplemente hacía el tonto.

La desconocida negó con la cabeza. Acto seguido le hizo un gesto a Sonia para que aguardase, metió la mano en un bolsito ridículamente pequeño que llevaba y forcejeó un rato hasta sacar una pequeña libreta y un bolígrafo.

Abrió la libreta, garabateó algo apresuradamente en una de las hojas y se lo entregó a Sonia.

“Estoy operada de las cuerdas vocales” leyó esta con cierto pasmo “No puedo hablar”.

Sonia asintió, comprendiendo. Observó el rostro de la desconocida; la parte que no estaba oculta bajo el listón de pelo era extraña, atípica, pero en conjunto hermosa. Sus rasgos eran abruptos y marcados, tenía una fuerte mandíbula y la nariz recta, ligeramente grande aunque proporcionada respecto al resto de su cara. Todo ello contrastaba con unos grandes ojos azules, poblados de negras pestañas -en un primer momento le recordaron a los ojos de Mariola, Sonia maldijo por no poder quitársela de la cabeza y verla en todas partes-, unos labios realmente bonitos y una sonrisa dulce.

Pero independientemente de lo atractiva o exótica que le pudiera parecer esta chica, Sonia no podía negar que se sentía invadida por su presencia allí detrás de la columna. Es lo que tiene ponerse a rumiar la propia mierda de uno, que no es muy cómodo que alguien se acerque. Apartó la vista de ella y se concentró de nuevo en las volutas de su licor, que lamían ya tan sólo un pedacito gélido y cristalino.

La chica volvió a coger su cuaderno y escribió en la primera hoja, debajo de la línea anterior:

“¿Te molesta que me quede aquí un rato?”

Sonia leyó, la miró y negó despacio con la cabeza. A continuación le pegó un trago largo a su vaso de licor. Quién sabía qué demonios quería aquella chica tan extraña, pero qué importaba. Ella no servía para rechazar a nadie a bote pronto, y menos si lo que se le pedía de momento era un rato de soledad compartida por mucho que no fuera el mejor momento. Así pues, se dejó caer sobre el respaldo de la silla y siguió bebiendo.

—El espacio es de todos—le dijo sin mirarla—quédate donde quieras.

La fiesta se desarrollaba a pocos metros de la columna según lo esperado. El alcohol bajaba en las botellas y aumentaba en la sangre de todas las asistentes, lo que se traducía en más algarabía, más risas y más gritos. El tiempo pasaba denso entre trago y trago para Sonia, sin embargo.

Se encendió un cigarro y ofreció el paquete a su compañera de silla. Ella lo rechazó con dulzura, negando con la cabeza y tocándose la garganta. “Aunque antes fumaba mucho”escribió en su papel.

—Claro, operada…—murmuró Sonia—lo había olvidado.

De pronto, se escuchó un atronador portazo y una cascada de risas procedentes del pasillo central, al otro lado de la amplia habitación. Escasos segundos después asomaron al salón los rizos oscuros de Mariola, seguidos de su rostro arrebolado. Estaba despeinada, tenía los ojos brillantes y arrastraba de la mano a una chica con tipo de modelo que seguramente se trataría de la tal Enriqueta. Sonia no tuvo duda al respecto de esto último cuando, desde su escondite, vio como ambas mujeres se entrelazaban y cómo Mariola le metía a la otra la lengua en la boca en un beso abierto, obsceno, sin ningún tipo de reparo.

Se quedó helada, como clavada en la silla. Pensó que si en ese momento alguien la hubiera pinchado con un alfiler, tal vez no hubiese sangrado. Nadie la pinchó, pero notó unos dedos inseguros rozar su antebrazo como tratando de infundirle ánimo. Completamente desinflada, vencida, se volvió a su compañera de soledad, fijó la mirada turbia en ella y con los ojos le dijo cosas, le dijo cosas sin hablar y sin poder evitarlo. Aunque desde fuera, esa mirada duró tan sólo un segundo.

No pudo evitar volver a dirigir los ojos hacia Mariola. Había dejado de besar a la otra chica y parecía que buscaba algo en la habitación, forzando sus bonitas pupilas de miope. El alma de Sonia dio un vuelco al pensar que quizá la buscaba a ella. Esa posibilidad se convirtió en certeza cuando vio que Mariola se acercaba a su grupo de amigas y le preguntaba algo a Rosita, quien contestaba encogiéndose de hombros y negando con la cabeza.

Sonia trató desesperadamente de desaparecer. Caracoleó sobre la silla detrás de la columna intentando ajustarse a su tamaño para escapar así a los inquisitivos ojos de Mariola. De pronto sintió en las rodillas el peso de la pequeña libreta de su compañera.

“La conozco bien, te encontrara.” Había escrito ésta.

Sonia la miró perpleja, incapaz de decir nada. Deseó que la tierra se la tragase.

La desconocida le arrancó prácticamente el cuaderno de las manos y volvió a escribir:

“¿Quieres venir a un sitio donde no te buscará?”

Sin saber exactamente lo que hacía, Sonia asintió al momento.

La chica sonrió y se irguió despacio, tratando de disimular su altura en despliegue. Se acomodó la falda, que al parecer se empeñaba en trepar hasta la mitad de sus muslos como si tuviera vida propia, y le tendió una mano de ancha palma a Sonia. Sonia escrutó el ambiente, buscando un momento de distracción general; cuando lo vio oportuno, cogió la mano de la chica y desapareció con ella por un corredor lateral, a través de la pequeña puerta que había junto a la columna.

Conocía más o menos la casa de Mariola, pero nunca había atravesado aquel corredor, aunque intuía que conducía a las escaleras que llevaban a las habitaciones superiores del ala izquierda de la casa, donde dormía el padre de Mariola y dos de sus hermanos.

En efecto. Tras unos metros de inseguro caminar en la oscuridad—ninguna de ellas parecía saber dónde estaba el interruptor—llegaron a una escalera de caracol y ascendieron por ella hasta el piso de arriba. Una vez allí, Sonia vio tres puertas frente a ella, iluminadas por un rayo de luna que se filtraba por un pequeño tragaluz.

La chica alta condujo a Sonia suavemente hacia una de las puertas, que estaba entornada. Empujó la hoja con cuidado y le hizo un gesto para que pasara a aquella habitación delante de ella. Una vez ambas estuvieron dentro, la desconocida cerró la puerta tras de sí y buscó a tientas en la pared. Un suave resplandor procedente de una lamparita de sobremesa iluminó el cuarto cuando por fin encontró el interruptor de la luz.

—Vaya…—murmuró Sonia.

En todo el tiempo que había salido con Mariola jamás había visto aquella parte de la casa. La habitación no tenía nada de especial, pero el hecho de ser un reducto nunca antes visto le produjo a Sonia la sensación de estar en otro mundo. Algo se había “movido”, había ocurrido un cambio brusco de escenario forzado por las circunstancias, y al final ella había ido a terminar en el último lugar que imaginaría de la mano de una completa desconocida.

La muchacha alta sonrió, se sacó los zapatos de tacón y lanzó un suspiro de alivio. Se desplazó como si llevara un traje de buzo, visiblemente incómoda por las escaladas de la falda, y prácticamente se desplomó en una silla de mimbre que había en una esquina. Su rostro quedó a contra luz, adivinándose tan solo las líneas abruptas de su perfil entre la ola castaña clara, casi dorada, que caía por sus hombros.

Sonia se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama que había en el centro de la habitación. Supuso que sería la habitación de invitados, ya que no se veía huella humana por ninguna parte y no había nada que hiciera pensar que una persona hiciera vida allí. Era un cuarto neutro, ordenado, impersonal.

La desconocida, a partir de aquel momento la “salvadora” de Sonia, le lanzó a ésta una mirada difícil de interpretar y a continuación alargó la mano hasta su block de notas.

“A la luz estás más guapa”, escribió.

Sonia tomó el papel y leyó aquello. En sus labios se dibujó un amago de sonrisa.

—Gracias—consiguió decir—No me has dicho cómo te llamas...

La chica alta se tocó la frente en un ademán de terrible despiste, tomó la hoja de manos de Sonia y escribió:

“Me llamo Joanna”.

—¿Eres amiga de Mariola, Joanna?—le preguntó Sonia. Jamás la había oído nombrar.

Pareció que la otra no sabía que contestar. Tras unos segundos de reflexión, escribió:

“No exactamente”.

—¿No exactamente? Vaya… no sé cómo se come eso—murmuró Sonia, dubitativa.

La chica caviló un momento y se inclinó para volver a escribir.

“Mariola no tiene amigas” leyó Sonia, con sorpresa.

—Tienes razón—confirmó, apurando su copa de licor—Es una mala perra que sólo piensa en follar.

Joanna asintió con rapidez, casi con alivio como si hubiera conseguido por fin hacerse entender.

—Ya, a ti también te la dio, ¿verdad?

La interpelada frunció los labios y volvió a escribir:

“No exactamente”.

—Se la dio a una amiga tuya…—aventuró Sonia, provocando un nuevo asentimiento firme por parte de Joanna—Vaya, veo que tenemos algunas cosas en común…—sonrió con tristeza— aunque a mí realmente no “me la ha dado”, no tenemos nada entre nosotras desde hace tiempo.

“Pero te ha dolido verla con otra chica” escribió Joanna al momento.

—Sí—confesó Sonia desviando la mirada— bastante, la verdad.

Joanna negó con la cabeza.

“Pues ella se lo pierde. Yo no te hubiera dejado escapar” garabateó en la hoja, y levantó los ojos hacia Sonia.

Ambas hicieron una tentativa de mantener aquella mirada que de pronto las había unido, pero las dos apartaron la vista rápidamente como si los ojos de una quemaran en la otra. Durante un instante, Sonia se preguntó qué demonios estaba haciendo allí, oculta en una habitación de la casa de su ex novia con una tía salida sabe dios de dónde que se le estaba insinuando.

Entonces, Joanna señaló la copa vacía que aún mantenía Sonia entre las manos y le dio unos toquecitos con el dedo.

—Oh, no…—rechazó Sonia lo más amablemente que fue capaz—hay que atravesar todo el salón para volver a llenar la copa, olvídalo.

“Te hace falta” sentenció Joanna sobre el papel “Yo te lo traigo. Espérame aquí”.

—No…

Pero antes de que pudiera poner en marcha un alegato, la esbelta figura de Joanna se deslizó, descalza, al otro lado de la puerta y desapareció en la oscuridad.

A los pocos minutos regresó con dos vasos limpios y una botella de licor helado, el mismo licor que había estado bebiendo la enamorada marchita.

—Gracias… pero no debo pasarme, si no voy a decir muchas tonterías…—murmuró Sonia mientras tomaba la botella para servirse un poco.

Joanna la detuvo. Presionó con suavidad sobre su brazo y agarró la botella por encima de los dedos de Sonia, quien abrió la mano permitiéndole cogerla. Cuando por fin la tuvo en su poder, Joanna sirvió cuidadosamente dos vasos hasta el borde, sonrió y le señaló a Sonia el suyo con una inclinación de cabeza.

—Brindemos por algo—soltó Sonia sin saber muy bien por qué. Se encontraba desolada, pero toda aquella situación sin pies ni cabeza comenzaba a hacerle gracia.

Joanna asintió y volvió a escribir en el papel:

“¿Por las chicas guapas?”. Se lo entrego como siempre, sin mirarla directamente, en su acceso habitual de vergüenza tras la valentía del momento.

—Sí…--murmuró Sonia—por las chicas altas y guapas como tú, que se dedican a esconder polizones en las fiestas de las perras en celo…

Una gran sonrisa iluminó el rostro de Joanna. Asintió quedamente y escribió:

“Perfecto”.

Ambas chicas levantaron sus vasos y los hicieron chocar; Sonia con contundencia, Joanna con delicadeza como si temiera romper el cristal. Se miraron durante un rato, y finalmente dieron un largo trago a sus respectivas copas sin despegar los ojos la una de la otra.

--Está buenísimo—suspiró Sonia, con los ojos cerrados. Avanzó con el culo sobre la colcha de la cama y apoyó la espalda en el cabecero—Me encanta este licor… gracias, Joanna, todo un detalle…

La aludida hizo un gesto de quitarle importancia.

—Soy Sonia, que no te lo he dicho—dijo ésta después de dar el segundo trago, reparando en aquello. Qué desastre.

Joanna asintió con una leve sonrisa. “Lo sé” escribió en el papel “Mariola me ha hablado de ti”.

—Vaya… —rió Sonia—una sorpresa tras otra…qué lástima, ella no me ha hablado nunca de ti.

La chica se encogió de hombros, como si eso no la extrañara en absoluto.

“Alguna vez me has visto, pero nunca te has fijado en mí. Mariola no suele hablarle de mí a la gente” escribió tras pensar un momento.

—Claro—asintió Sonia— ¿será porque prefiere mantener en secreto a una chica que está tan buena? Típico de ella…—rió con amargura—Y no, no recuerdo haberte visto. Una pena, la verdad.

“¿Te parece que estoy buena?” escribió Joanna tras un minuto de vacilación.

Sonia meneó la cabeza, rió y bebió otro largo trago, agotando lo que quedaba en el vaso.

—Sí, lo estás, claro que lo estás—sonrió a su cómplice entonces, buscando sus ojos azules que de pronto se esforzaron por evitarla—tienes una cara muy dulce--añadió—aunque también tienes esos rasgos tan marcados…

Joanna extendió despacio el brazo, como guiado éste por hilos invisibles, y acaricio con la palma de la mano la mejilla de Sonia. Sonia cerró los ojos y se dejó acariciar, sintiendo en la piel aquellos dedos que la recorrían con avidez contenida. Cuando abrió los ojos de nuevo, quedó atrapada en los de Joanna que la contemplaban fijos. Trató de desviar la vista pero se topó con los labios de su cómplice, que de pronto se le antojaron jugosos como el más apetecible de los pasteles, y eso era peligroso porque Sonia tenía mucha desazón y mucha hambre atrasada.

Con un esfuerzo sobrehumano apartó la vista del rostro de Joanna, y se quedó mirando sus brazos de piel tensa cuyas venas se adivinaban potentes bajo la piel.

—Vaya…—comentó, sólo por decir algo—cuando vayan a sacarte sangre no tendrán problemas, vaya caños.

Pasó la yema de su dedo índice sobre una de aquellas venas, siguiendo el trayecto recto, sintiendo el rebote firme y elástico del tejido respondiendo a la leve presión. La piel de Joanna estaba caliente, como cuando se toca por fuera un vaso de porcelana lleno de leche hervida. Casi pudo sentir el latir de su pulso bajo ella.

Joanna sonrió y rotó ligeramente el brazo, como tratando de esconder aquella parte tierna de sí misma. Se zafó con ello suavemente de la caricia de Sonia, quien apartó la mano con miedo a haberla molestado.

El caso era que aquella chica había empezado a gustarle. Más allá de lo extraño de su llegada y de que en un principio le hubiera llamado la atención.

La mano de Joanna buscó la de Sonia por encima de su falda. Estrechó con cautela los dedos de Sonia entre los suyos, como si tuviera miedo de romperlos, y los apretó de pronto con firmeza.

—Joanna…—murmuró Sonia. Un escalofrío le había recorrido la columna vertebral cuando le había apretado la mano—¿Yo te gusto?

La interpelada retrocedió como si esa pregunta hubiera sido un embate real contra su cuerpo. Reunió valor para volver a confrontar la mirada de Sonia, y sin romper el contacto visual tomó de nuevo su cuaderno.

“Sí.” Escribió mordiéndose levemente el labio inferior, al tiempo que asentía. “Mucho”.

Sonia no supo qué decir. Miró a todos lados, como buscando desesperadamente algo a lo que agarrarse con la vista. Joanna tomó el papel de sus manos, que se habían tensado, y añadió algo después de la última frase:

“¿Y yo a ti?

Sonia se quedó callada. Le entraron ganas de abrazar a aquella chica desgarbada, tan atractiva… le entraron ganas de aspirar el olor de su cuerpo, de besarla, de tumbarse a su lado en la cama. Aunque lo que le apetecía realmente no era ni de lejos un polvo salvaje, sino simplemente dejarse caer, rendida, y permitir que aquellas manos largas exploraran los placeres que dormían en cada rincón de su cuerpo.

Rió nerviosa, sacudida por ese súbito deseo de dejarse llevar. Joanna la miraba anhelante.

“Está apunto de apartar la mirada. Está a punto de mirar al suelo, de avergonzarse pensando que no me gusta. Hasta puede que se largue…” Sonia no quería eso. Así que respondió, en voz muy baja:

—Sí.

Fue extraño. Joanna sonrió con una expresión verdadera de felicidad.

“Nunca lo hubiera pensado” escribió en el block, y se lo pasó a Sonia. Ésta sonrió a su vez y dejó escapar una risa nerviosa.

—Me apetece besarte…—dijo muy bajito, sin saber si Joanna la escucharía.

Y ésta la escuchó. Se levantó de la silla despacio y se tumbó en la cama, arrastrándose boca abajo hasta el costado de Sonia. Una vez allí se irguió como una cobra hasta su oído.

—“A mí también”—le llegó a Sonia en un susurro, como la sombra de una voz. La voz se intuía grande, contralto, dulce. Le pareció también algo ronca, lógico teniendo en cuenta el problema en las cuerdas vocales de su dueña.

Le gustó escucharla. A decir verdad, la hizo estremecer. Se dejó caer hasta apoyar la cabeza en la almohada y buscó contacto con aquel cuerpo que tenía casi encima. Sintió el cabello de Joanna derramarse sobre su escote haciéndole cosquillas y se revolvió con los ojos cerrados. Joanna le acarició la mejilla con la palma de la mano, como había hecho antes pero sin sentir tanta vergüenza.

Sonia estaba petrificada, pero a la vez extrañamente relajada. El coño le había empezado a doler pensando en los labios de Joanna, esos labios carnosos que tenía tan cerca. De pronto la sintió respirar, el aire que exhalaba rebotando contra su mejilla. La sintió sonreír sobre su cara, rozando sus labios, y los entreabrió al momento, húmedos, expectantes.

Joanna se inclinó suavemente sobre Sonia y le llenó la boca con un beso pausado, largo y mojado. Al principio fue un beso tímido y sólo la tocó suavemente con los labios, luego el intercambio fue encendiéndose, haciéndose cada vez más profundo y más cerdo: le mordía la boca, le lamía los labios, le olfateaba y le devoraba la piel. Sonia abrió la boca para recibir todo aquel ímpetu. Sus fosas nasales se impregnaron del olor de Joanna, un olor animal y diferente por debajo del perfume. La lengua y la saliva de Joanna sabían a licor dulce.

—…mmmmm…--gimió Sonia sin poderse contener, elevando la pelvis, buscando a aquel ángel.

Joanna, sin embargo, retiró bruscamente sus caderas y se echó hacia atrás, con lo que Sonia se retorció frustrada. La chica sin voz se apoyó sobre un codo y deslizó uno de sus largos dedos de la otra mano sobre el esternón de Sonia, bajando hasta el ombligo.

—Deja que yo te haga todo…—de nuevo aquel susurro de campana en su oído, sin voz— tranquila…

—¿Qué vas a hacerme?—jadeó Sonia.

—Lo que tú quieras…

Joanna volvió a besarla, con tanta hambre que prácticamente le incrustó la lengua en la boca.

Sonia abrió las piernas. El coño le chorreaba. Sintió que su cuerpo se expandía encima del colchón, relajándose con cada respiración profunda.

La mano derecha de Joanna seguía sosteniendo la mandíbula de Sonia mientras la besaba; la izquierda acariciaba su escote, rozando el pezón endurecido con la punta de los dedos, sin atreverse de momento a ir más allá.

Sonia se sintió desfallecer. Tanto tiempo que había sufrido echando de menos el fuego de Mariola, cuando lo que en realidad necesitaba era la dulzura, la sensibilidad de aquellas caricias. Las manos de Joanna hendían su piel y parecían grabarse en su alma. Se sintió de pronto tan plena… tan llena…

--Tócame--le pidió entre jadeos—por favor…

Joanna agarró bruscamente uno de los pechos de Sonia y lo apretó con fuerza en su mano. Ésta sofocó un gemido de sorpresa y ladeó la cabeza para continuar besándola. A continuación, sintió los dedos de Joanna reptando hasta su muslo por debajo de su falda, apartando la goma lateral de las bragas que se interponía en su camino. Sonia respiraba tan profundo y tan fuerte dentro de la boca de su amante que sintió que iba a marearse.

Joanna se incorporó y se detuvo unos segundos como intentando contenerse. Trató de normalizar su respiración al tiempo que acariciaba la tierna hendidura que se intuía bajo las bragas de Sonia, empapadas y calientes. Sonia se agitó y movió las caderas con fuerza, pidiendo un contacto más fuerte y profundo. Joanna sofocó un jadeo y deslizó un dedo bajo las bragas de Sonia, buscando su clítoris palpitante. Lo encontró, lo presionó durante unos segundos y luego lo soltó. Sonia movió el culo y gimió en voz más alta.

—Sigue, por favor…

El cuerpo de Sonia era una antorcha ardiendo. Deseaba esos largos dedos jugando dentro de ella más que nada en el mundo. Deseaba aquella lengua chapoteando dentro de su boca, socavándola a lametazos como si quisiera desgastarla.

Joanna no tardó en corresponderla. Gateó hasta arrodillarse entre sus piernas y comenzó a masajear su clítoris en círculos, cada vez más profundamente, convirtiendo pronto las caricias en veloces frotamientos. De vez en cuando se inclinaba para besarla de nuevo, y su pelo volvía a caer en mechones suaves sobre el escote y el cuello de Sonia.

—No puedo más, Joanna…—resolló ésta, el abdomen contraído y la espalda arqueada en un ángulo imposible—quiero correrme…

—Córrete--musitó la aludida.

Sonia culeó con fuerza y mordió la almohada para no gritar. Aquel fue el primero de una cascada de orgasmos que pareció no tener fin.

Presa de un ansia súbita y feroz, Joanna metió la cabeza entre las piernas de Sonia y comenzó a lamer aquella primera corrida, saboreando los pliegues y los rincones prohibidos de su coño. Sonia sentía su aliento rotundo, caliente, estrellándose contra su centro de placer... Por el amor de dios, aquella chica tenía una lengua increíble.

—Soy de orgasmo fácil, sobre todo después de tener el primero—balbuceó en un susurro quebrado por los jadeos—espero… que no te importe...

Creyó escuchar y sentir cómo Joanna reía contra su sexo. No debía importarle mucho porque comenzó a lamer más fuerte, con pasadas largas, golpeándole suavemente el clítoris con la lengua. Sonia sintió algo rozándole los labios y comprendió que eran los dedos de su compañera de juegos, que había estirado el brazo y tanteaba en busca de su boca dándoselos para que los chupara. Obediente, atrapó uno de esos dedos entre los dientes y pasó la lengua varias veces de arriba abajo, succionando finalmente la punta con fruición.

El cuerpo de Joanna se sacudió por una violenta oleada. Retiró los dedos de la boca de Sonia y la penetró con ellos de golpe sin dejar de darle aquellos largos besos a la raja de su coño.

—Joder…—resopló Sonia, abriendo más las piernas para facilitarle el acceso—fóllame, Joanna…

Espoleada por la voz de Sonia, Joanna comenzó a mover el brazo con rapidez. Tenía buenos músculos, pensó Sonia, y tanto que sí.

Joanna metía los dedos cada vez más adentro, los sacaba completamente mojados y los llevaba de nuevo a la boca de Sonia o a la suya propia. Luego bajaba con las manos, acariciando el vientre tembloroso, y volvía a la carga con la lengua entre las piernas de su nueva amiga.

—Creo que me voy a correr otra vez…

Esta vez Joanna sí gimió con la voz sofocada y rota tras los labios pegados. Poco después de oírla, Sonia alcanzó el segundo orgasmo.

Casi inmediatamente su cuerpo se vio sacudido por un tercero, de nuevo gracias a la lengua firme de Joanna y a sus caricias y penetraciones de dedos. Cuando se calmó el terremoto interno, Sonia se incorporó un poco y observó la mata de pelo de aquella chica entre sus piernas, moviéndose al compás de cada húmeda acometida. Suavemente alargó la mano para acariciarla.

—Joanna…

Tiró suavemente de ella. Sintió el impulso de agradecerle todo aquel despliegue de generosidad sexual, y sintió ganas de probar su coño.

—Yo también quiero probarte…—dijo tras lamerse los labios, inclinándose hacia ella y tratando de alcanzar su entrepierna con la mano.

Joanna paró de hacer lo que estaba haciendo y retrocedió bruscamente. Quedó arrodillada sobre el colchón, a centímetros de Sonia, quien la observaba aún con la mano extendida, y negó con la cabeza. Sonia advirtió en sus hombros un ligero temblor, pero no supo si era debido a una especie de susto, a la propia excitación o a la fatiga causada por lamer tanto.

—Por favor…—murmuró—Joanna, deja que te de placer…

Los ojos de Joanna brillaban a la débil luz del dormitorio. Sus tetas se movían hacia arriba y hacia abajo al ritmo de su acelerada respiración. Su cadera quedaba tapada por un bucle inoportuno de la colcha; Sonia luchó por apartarlo y Joanna trató de forcejear. Sonia tiró de la tela con más fuerza, entre divertida y desconcertada, ¿qué demonios le pasaba? ¿Por qué tanto interés en taparse de repente? Joanna apretó los labios con un gesto raro, como de súplica, y tiró con fuerza de la colcha para cubrirse más de cintura para abajo. Y entonces… tras realizar ella aquel esfuerzo, Sonia vio con estupor cómo el pecho izquierdo de Joanna se movía… y emigraba a alguna parte cerca de su axila. Boquiabierta, se lanzó a palpar aquella redondez que parecía ser independiente.

—No…

La negativa en susurros de Joanna llegó demasiado tarde.

—¡Se te ha movido una teta!—exclamó Sonia, sin terminar de comprender aquel extraño fenómeno.

Joanna intentó apartarla, pero Sonia fue más rápida. Agarró la teta independiente y la apretó entre sus manos, notando un tacto excesivamente mullido y gomoso. Sin salir de su asombro, metió la mano en el escote del vestido y tiró de la “teta” con fuerza. Joanna dejó de forcejear y agachó la cabeza, visiblemente avergonzada.

—¿Qué es esto?—musitó Sonia, balanceando ante su nariz lo que parecía ser una hombrera descomunal—¿Esta es tu…? Un momento…

Metió la mano de nuevo en el escote de Joanna, pero se dirigió al otro lado. No le costó demasiado encontrar la otra hombrera bajo el sostén y tirar de ella para sacarla.

—Pero…

Debajo de la ropa, ya sin las hombreras, el pecho de Joanna era completamente plano. Vale que estuviera atlética… pero ahí no se abultaba absolutamente nada salvo los erguidos pezones.

Sonia no entendía nada.

—Joanna…

La interpelada meneó la cabeza y levantó la mirada hacia Sonia con repentino atrevimiento.

—No soy Joanna…—habló con voz nítida, claramente masculina—Soy Joan.

Sonia dio un respingo sobre el colchón y retrocedió, colocándose la ropa.

—¿Joan?—exclamó con gesto de asco—¿Pero qué Joan? ¿Qué dices?

—Joan… el hermano de Mariola.

—¿Quéee?—Los ojos de Sonia, desencajados, echaban chispas.—¿El hermano de Mariola? Pero, ¿qué haces aquí? No entiendo nada… ¡me has engañado!

—Bueno…—Intentó explicarse atropelladamente él, pero Sonia no le dejó.

—¡Eres un tío!—exclamó como si no se lo pudiera creer, mirándole estupefacta.

La persona que se hallaba frente a ella sonrió levemente con un deje de tristeza.

—Creo que sí.

—¿Quieres decir que… si levanto esa colcha, encontraré un rabazo duro reventando tu falda?

Joan asintió, muerto de vergüenza.

—Sí.

—¡Joder!

Sonia se levantó y se dirigió con paso apresurado a la puerta de la habitación. Tenía el estómago revuelto.

—Por favor, no te vayas…—suplicó Joan desde la cama, sin querer moverse un ápice de su precaria posición entre las sábanas—déjame que te explique, por favor…

Sonia retiró la mano del pomo de la puerta. Se sentía herida, engañada, utilizada… pero también, aunque le parecía incoherente, se sentía extrañamente agradecida. Había disfrutado como pocas veces retozando en aquella cama. Sin saber que estaba en compañía de un hombre, claro.

—Por favor…—insistió Joan.

—No sé qué es lo que me quieres explicar—Sonia se volvió hacia él, con una mirada cargada de reproche.

—Por favor, siéntate…—le pidió él, señalando la cama.

—Joder, esto es increíble. Todo han sido mentiras, ¿verdad? Un problema en las cuerdas vocales, ¡Ja! ¿cómo coño no me he dado cuenta?

No obstante, Sonia se sentó. Más bien se dejó caer a plomo sobre el colchón, a pocos centímetros de donde estaba Joan, sin mirarle.

—Sonia, estoy…—comenzó el chico, indeciso—bueno, tú… me gustas desde hace muchísimo tiempo…

—¿Y tenías que disfrazarte de chica para decírmelo?

—Sí, claro… era mi única posibilidad, eres lesbiana…—subrayó.

—¿Y tú qué sabes si yo soy lesbiana?—estalló Sonia. Aquello era el colmo.

Joan sonrió lánguidamente.

—Bueno, estuviste varios meses saliendo con mi hermana…

—Pero eso no quiere decir nada, ¡pueden gustarme los hombres y las mujeres!

—No—Joan sacudió la cabeza—Los hombres no te gustan. Nada. Me lo ha dicho Rosita.

—¿Rosita?

Sonia hizo una pequeña pausa, procesando aquella última información.

—No…—murmuró—Espera, espera… no habrá sido ella quien te ha ayudado a…disfrazarte, ¿verdad?

Joan bajó la mirada y se mantuvo en silencio unos instantes.

—Ya le dije yo que no era muy buena idea…—suspiró.

—No, no puede ser. Esto es increíble… y todo ello a mis espaldas… ¡el invitado eras tú!— exclamó, cayendo en la cuenta.

—¿El invitado?

—Sí, quedó contigo ayer por la tarde, ¿no es cierto?

—Sí…—repuso Joan un poco cortado, sin saber cómo Sonia lo sabía.

—Para ayudarte con la ropa y enseñarte a andar con zapatos de tacón, y maquillarte, ¿no es eso?

—Algo así… también me hizo la cera por todas partes…

Sonia rió de puro nervio.

—No me lo puedo creer… —dijo meneando la cabeza—pero si ni siquiera te conozco…

—Ya—Joan se encogió de hombros—una verdadera pena. Ayer te cogí el teléfono cuando llamaste. Me afectó tanto oír tu voz por sorpresa que me atraganté y me dio un ataque de tos.

Sonia rompió a reír con más fuerza. Se sentía dentro de una película absurda y subrealista. Aquello no podía estar pasando. Oh, dios, ¿de verdad estaba tan ciega? ¿Cómo no se había dado cuenta?

Miraba a Joanna—ahora Joan—y se sentía estúpida. Todo casaba: sus facciones duras y angulosas, sus torpes andares embutido en aquella ropa, su cuerpo fibroso y estrecho. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta? ¿Tal cantidad de licor había bebido?

Y sus ojos. Era verdad que recordaban un poco a los de Mariola, aunque mirándolos de cerca parecían un poco más claros y respecto al rostro se veían más grandes.

—Sonia…perdóname—musitó él. Parecía realmente hecho polvo, allí de rodillas sobre el colchón entre el amasijo de sábanas, la cama medio deshecha.

Sonia meneó la cabeza y ocultó la frente entre las manos. Le hacía un poco de daño mirarle. No tenía claro si estaba enfadada, para empezar, y si realmente lo estaba tampoco sabía cuánto ni exactamente por qué razón. De todas las cosas que acababan de pasarle, no sabía cuál le había dolido o molestado más en realidad, demasiados sucesos para una sola noche. Había sido demasiado, sí: la ilusión de la puñetera fiesta, el jarro de agua fría, la aguja de la rabia cuando vio a Mariola con otra, la mentira de Joanna (Joan) después de gozar con ella (…él) en aquella habitación.

—Lo siento.

—Joan—dijo ella, aún sin querer levantar la vista del hueco entre las manos—Déjame ver cómo eres en realidad. Quítate esa falda y esa camiseta, por favor.

De pronto, un pensamiento-luciérnaga brilló en su cabeza durante un instante. Un pensamiento luciérnaga es una pequeña certeza que aparece sólo de vez en cuando, e ilumina la oscuridad durante lo que dura un parpadeo. Se preguntó si, debajo de la falda, Joan llevaría ropa interior de mujer… y pensó—he ahí la luciérnaga—que jamás nadie, que ella supiera por supuesto, había llegado a hacer eso por ella nunca. Nadie se había disfrazado con ropa del sexo contrario y se había infiltrado en la fiesta de “el enemigo”, aunque sólo fuera para echarle un triste polvo. Quizá eso… era loable por parte de Joan. Quizá no. El fin no justificaba los medios… ¿o dependía del caso?

—¿Me estás pidiendo que me desnude?—preguntó él en voz baja, visiblemente turbado.

Sonia asintió sin levantar la cabeza.

Sin apenas hacer ruido, Joan se deslizó fuera de las sábanas y se colocó de pie junto a la cama, frente a ella. Con resignación y con bastante vergüenza, como quemando su última nave, se sacó por la cabeza la camiseta ajustada color verde botella (horrible, pero ninguna otra de las que tenía Rosita le había valido), y se quitó el sujetador, que era de esos que se abrochan por delante. Sintió alivio, porque a pesar de que la prenda llevaba una ancha banda elástica detrás, no estaba diseñada para rodear espaldas masculinas. Observó que se le había clavado debajo de los brazos dejándole una profunda marca de color rojo vivo.

Sin detenerse, giró la cinturilla de la falda y luchó unos segundos cara a cara con la maldita cremallera. No le dolieron prendas tampoco al perderla de vista debajo de la cama, cuando resbaló por sus muslos rectos hecha un revoltijo.

Y finalmente las bragas. Si Sonia hubiera estado mirando, hubiera comprobado que efectivamente las llevaba, y tal vez se hubiera reído de aquella ridícula estampa. Podían haber sido unas bragas enormes de algodón, se había lamentado Joan desde que las había visto en casa de Rosita, unas de esas de cuello vuelto, pero qué va; eran unas bragas odiosas, asesinas, preciosas eso sí. Unas braguitas minúsculas de encaje blanco en las que apenas le cabía el paquete. Le habían rozado los testículos de manera insidiosa desde que se las había puesto, obligándole a caminar muy despacio y con las piernas ligeramente abiertas. Ni siquiera estando sentado y quieto habían dejado de clavársele. Por no hablar de la parte trasera, empeñada una y otra vez en enrollarse y metérsele por el culo. Un tormento como pocos, la verdad.

Suspiró aliviado cuando las dejó caer, liberando su sexo ligeramente endurecido; a pesar del sentimiento de culpa y la vergüenza por haber sido descubierto, aún recordaba el olor y el sabor de Sonia mientras ella se corría. Se dijo que si Sonia le veía así, con la polla hinchada y semi-dura, tal vez viviera aquello como una falta de respeto… de modo que esperó unos segundos y se concentró, a fin de relajarse. Pero estaba muy nervioso, y no lo consiguió.

—Ya está—murmuró. Colocó los brazos a lo largo del cuerpo y desentumeció las piernas, dispuesto a mostrarle a Sonia sin obstáculos cómo era por fuera realmente.

—¿Estás desnudo?—preguntó esta, aún sin mirarle.

—Sí—dijo él—completamente.

Sonia hizo un esfuerzo por abrir los ojos y miró por entre sus dedos, sin querer retirarlos del todo aún. Poco a poco, el cuerpo de Joan fue tomando forma frente a ella. “Vamos, idiota, quita las manos…” pensó. Se armó de valor y lo hizo. Lo que vio fue como un mazazo, porque no supo si la indignó aún más, si le gustó o si la excitó. Desde luego, a su pesar, rechazo no le produjo en absoluto.

—Acércate…—le pidió.

Joan avanzó unos pasos hacia ella.

—¿Aquí está bien?

Sonia asintió. Alargó la mano hasta la cadera de Joan y la tocó.

—Tienes marcas en la piel… —observo al percatarse de las líneas rojas dejadas por el sujetador y las crueles bragas.

Joan sintió con horror cómo su miembro se endurecía más, se llenaba y se erguía al notar el contacto de la mano de Sonia sobre su pelvis. Tomó aire y trató una vez más de concentrarse en cosas que le repugnaran, pero era imposible; Sonia estaba demasiado cerca, demasiado cerca de su polla… y se acababa de correr con él… y había gemido, mordido y gritado…

Lamentó casi al instante recordar aquello. En cuestión de segundos su miembro se irguió del todo, se engrosó y endureció como un jodido mástil e incluso se humedeció en la punta.

Sonia miró sin disimulo aquella verga gruesa, dura y dispuesta. No sintió asco, sino todo lo contrario, y eso la enfadó. No podía comprender como ella, que jamás había sentido el mínimo deseo ante esos armatostes (a menos que fueran artificiales y con motor), podía ahora mojarse imaginando que le agarraba la polla a Joan, se la meneaba, se la chupaba.

Joan vio cómo ella fijaba los ojos en su rabo duro.

—…Lo siento—musitó—actúa por cuenta propia…

El azoramiento del chico perturbó a Sonia. La excitó y al mismo tiempo, inexplicablemente, le produjo ternura. Una cantidad considerable de ternura.

Levantó los ojos hacia el rostro de Joan. Los labios del chico estaban contraídos en un rictus de disgusto, sus ojos la miraban bajo un velo de turbidez. Él se obligaba a levantar la cabeza y corresponderle la mirada, y se veía que eso le suponía un esfuerzo equiparable a mantenerle un pulso a Sonia.

Bajó con los ojos por su mandíbula tensa; miró su cuello, sus hombros anchos, su torso plano que se expandía cada vez que él tomaba una bocanada de aire. Miró su estómago duro, su ombligo bajo el que nacía una delgada línea de vello más oscuro como un camino sutil hasta la cerrada mata púbica.

--Date la vuelta—le exhortó.

Sin decir una palabra, Joan se giró ciento ochenta grados.

Sonia descubrió entonces el ancho mapa de su espalda. Él se movió un poco para desentumecerse y ella vio el juego de músculos bajo la piel. En la parte media-baja de su espalda observó un tatuaje de lo que parecía ser un dragón; se acercó más y comprobó que en efecto era un dragón negro, con las alas extendidas, que cruzaba el sacro de Joan de parte a parte sobre un lecho de llamas. La cola del dragón apuntaba como una flecha hacia arriba, justo por encima del inicio de sus glúteos.

Observó las caderas estrechas y las nalgas duras, marcadas. “Un culo que empujaría bien”, le traicionó su mente. Volvió a mojarse y trató de enfadarse un poco más, pero estaba quizá demasiado excitada para ello. Nunca hubiera podido creer que se pondría cachonda por ver un hombre desnudo; siempre había encontrado el cuerpo de las mujeres más bonito, más sugerente, y el de los hombres más feo, asimétrico con aquel colgajo. Pero el cuerpo de Joan era perfecto o al menos así lo veía ella, no podía negarlo. Y la estaba poniendo a cien.

Extendió la mano y alcanzó una de aquellas definidas nalgas. Sintió como Joan se estremecía levemente a su contacto. “Dulce y sensible como una mujer, y sin embargo…” pensó Sonia “¿qué demonios importa tu género?”

—¿Te molesta que te toque?—inquirió, presionando con los dedos la carne prieta y turgente.

Un culo de atleta, sí señor.

—No…—respondió Joan en un susurro.

—¿Haces ejercicio, verdad?—preguntó ella abruptamente--¿qué deporte practicas?

Le pareció que Joan sonreía un poco, aunque no podía verle la cara.

—Practico algunos, antes más—respondió él—me encanta el deporte. Sobre todo, natación y escalada… y bueno, salir a correr por ahí, y con la bici.

—Así tienes este cuerpo—masculló Sonia, haciendo resbalar sus dedos hasta la parte posterior de la pierna derecha de Joan, que se tensó inmediatamente.

—¿Te gusta?—se atrevió a decir él.

Sonia reflexionó qué contestarle. Al fin y al cabo se hallaba allí, desnudo delante de ella, completamente expuesto a sus ojos y sus manos. Más honesto no podía ser, a pesar del engaño anterior.

—Sí—afirmó al fin—me gusta. Cómo no iba a gustarme.

Joan respiró profundamente.

—Me alegro—dijo en voz baja.

—He mojado las bragas cuando te he mirado el culo…—murmuró Sonia, con un aleteo nervioso en la voz.

Joan se movió un poco pasando el peso de uno a otro pie. Fuera de la vista de Sonia se mordió el labio con fuerza.

—¿Tu hermana sabe que estás aquí?—preguntó ella de pronto, al ocurrírsele la peregrina idea de que tal vez todo aquello estuviera orquestado por la mismísima Mariola.

—¿Mi hermana?—reiteró Joan con incredulidad—No, qué va, claro que no. Me mataría si supiera que estoy aquí…

Sonia asintió y respiró con cierto alivio.

—Ella cree que estoy de escalada con mi padre y mis hermanos, solemos hacer escapadas al monte los fines de semana—explicó Joan.

—Vaya, y tú te has perdido un día de escalada por estar aquí…

Por primera vez, él hizo amago de volverse. Sonia adivinó un leve trazo de sonrisa en sus labios.

—No me importa—dijo categórico—ha valido la pena.

—¿Estás seguro?

—Claro que sí—repuso él sin asomo de duda—esta noche he conseguido acercarme a ti, hablar contigo, y te he llevado al orgasmo... varias veces. Es mucho más de lo que podía esperar, ni siquiera imaginar, créeme.

—Te ha salido bien la treta…—farfulló ella a sus espaldas, sin dejar de tocarle el culo.

Joan agachó levemente la cabeza.

—Lamento haber hecho las cosas así.

—Claro, ahora que te he descubierto…

Se hizo un silencio pesado durante algunos minutos.

—No lo sé—reflexionó Joan al fin—no había otra forma de hacer que me miraras y, realmente, no me plantee… que pudiera salir bien, aunque al hablar con Rosita casi parecía fácil.

—Rosita, menudo demonio. Cuando la pille, esa se va a enterar…

—Por favor, no le digas nada—imploró Joan—ella lo ha hecho con la mejor intención. Yo se lo pedí.

—Ya… el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones, ¿no es así?

El chico asintió.

—Es posible. Lo siento, de verdad. Sonia—añadió—ya me has visto como soy… ¿te importa si me pongo algo de ropa y me siento?

—¿Echas de menos ponerte la falda otra vez?

—En realidad no… tengo por aquí algo de ropa, mía. Estamos en mi habitación.

Sonia abrió mucho los ojos. Qué fuerte le parecía todo aquello.

Hay que joderse… --musitó—sabías adónde me traías…

—Claro—repuso Joan—vivo en esta casa… aunque por poco tiempo; estoy de mudanza, apenas quedan cosas mías aquí.

Sonia apartó la mano del culo de Joan, trepó con los dedos unos centímetros hacia arriba y acarició brevemente el dragón tatuado. Después retiró la mano.

—Vístete entonces, si quieres…-—concedió—¿Dónde vas a mudarte?

—Gracias—Joan avanzó hasta el armario con la elegancia de un gato, liberado ya de la incómoda ropa que le constreñía. Rebuscó en su interior y sacó unos vaqueros desgastados que se calzó al momento—me marcho a un piso alquilado, en el centro de la ciudad. Me viene mejor para el trabajo…

—No te pongas camiseta—le cortó Sonia—por favor.

Él la miro y se sonrió levemente.

—Vale, como quieras. ¿Puedo sentarme ya?

—Sí—respondió Sonia—pero no me toques.

Los ojos de Joan se entristecieron por una décima de segundo.

—Claro, no te preocupes—le dijo, y se sentó en la cama, a su lado, con cuidado de no rozar su piel.

Estuvieron unos segundos sin hablar, y de pronto Joan preguntó:

—Sonia… ¿te da asco?

Ella le miró extrañada. No esperaba esa pregunta.

—¿El qué?

—No sé…todo. Estar aquí conmigo, que yo sea hombre, haberte acostado conmigo pensando que yo era mujer.

Sonia tardó un poco en contestar.

—No. Precisamente asco no, desde luego que no—afirmó con seguridad—No me das asco, Joan. Para nada. Ni siquiera tu polla me da asco, aunque por norma general encuentro las pollas bastante repugnantes… o en el mejor de los casos, poco interesantes.

—Vaya.

—Me siento herida, eso sí, creo. Y un poco perdida. No sé qué pensar. No sé qué hacer.

Joan se volvió hacia ella y le lanzó una mirada particular que ya empezaba a ser típica en él.

—Lamento mucho que te sientas herida—murmuró—No sirve de nada ahora que te diga que mi intención nunca fue esa. Pero lo siento mucho.

Y me he quedado sin comerte las tetas…—masculló Sonia, a su rollo—cosa que realmente me apetecía—se carcajeó—igual que me he quedado sin probar a qué sabes.

El cuerpo de Joan se estremeció por un momento.

—Bueno… puedes comerme las tetas todavía…--de algún lugar sarcástico de su mente sacó fuerzas para decir aquello.

—¡Pero si no tienes!—exclamó Sonia, ahogando un acceso de risa—eran dos hombreras de goma espuma, ¡menudo fraude!

Sí—sonrió Joan con cierto esfuerzo—pero tengo pezones.

--¿Qué? Lo que tienes es un morro que te lo pisas—replicó Sonia—pero, aun así… me pregunto cómo sabrá tu piel. Soy idiota, ¿verdad? Te debes estar descojonando de mí por dentro.

—En absoluto--negó Joan—y no creo que seas idiota.

—Claro que sí. Mira en qué lío me has metido. Ahora no sé por qué me apetece hacer… lo que me apetece hacer.

—¿Y qué te apetece?—inquirió Joan en un hilo de voz.

“Besarte, abrazarte, sentirte, enredarte los dedos en el pelo…” Sonia se paró en seco.

Por cierto—disparó—no te has quitado la peluca.

¿La peluca?—Joan se echó a reír por primera vez desde que Sonia le descubriera—Oh no, esto es mío—dijo, asiendo un largo mechón de su melena y tirando de él— Normalmente no está tan… peinado, no sé qué demonios me ha hecho esta niña, pero es de lo poco que has visto a primera vista que es… mío.

Sonia asintió.

—Me alegra comprobar que en algo no mentías—se arrepintió de decir aquella frase según le brotó—tienes un pelo muy bonito…

Él sonrió un poco.

--¿Cuánto tiempo te lo dejaste crecer?—preguntó ella.

--Uf, desde los… diecisiete, tal vez.

--¿Y tienes…?

--Veintiséis—repuso Joan.

--Vaya…te lo cortarás de vez en cuando, me imagino.

Joan rió bajito.

--si no me lo cortara me llegaría ahora por debajo del culo...

Sonia soltó una carcajada.

--No me has dicho… que te apetece hacer que tanto desconcierto te produce—Él se arriesgó a decir aquello entonces, sabe dios de dónde sacó el aplomo.

--No es desconcierto exactamente, Joan… es miedo lo que me das.

Él alzó ambas cejas en un gesto de incredulidad.

--¿Miedo?

--Sí—admitió Sonia.

--¿Por qué?

--Porque quizá me gustas—respondió ella a regañadientes—eso siempre termina haciendo daño.

—No...—Joan se acercó a ella. Hizo un amago de rodearle los hombros con un brazo, pero recordó a tiempo lo que ella le había pedido expresamente: que no la tocara—Sonia, por mi parte yo lo que menos quiero es hacerte daño.

--¿Y qué quieres entonces?

--Pues todo lo contrario—respondió el chico—darte placer, darte gusto… darte buenos momentos.

Sonia aguardó, agazapada como un animalillo que teme un terremoto.

--Eso es lo que siempre he querido—Pareció que la voz de Joan se apagaba, se perdía en el aire al decir aquellas palabras.

—¿Lo que siempre has querido?

--Sí—afirmó Joan, llanamente—Lo que siempre, desde que te conozco, he querido.

Sonia no pudo aguantar más. Presionó el hombro de Joan con un movimiento torpe, haciéndole girar, y le besó en la boca. Aquel beso fue diferente a los que se había dado con Joanna hace unos instantes, y no precisamente porque “Joanna” no fuera mujer. Fue diferente porque en ese momento le parecía que por fin entendía las cosas. Fue diferente porque sentía algo más que las simples ganas de hacerlo. Un torrente de simpatía y cariño por ese chico la invadió por dentro sin que ella pudiera controlarlo.

Los labios de Joan se abrieron inseguros para recibirla. Durante algunos segundos él no supo qué hacer. Cuando sintió la caricia húmeda de la lengua de Sonia, fue a su encuentro tímidamente con la suya, muy despacio, prudente, como si temiera romper un hechizo. Su saliva continuaba sabiendo a licor dulce.

--Bésame más fuerte, Joan—casi le suplicó sin despegarse de su boca—por favor…

Él se inclinó sobre ella y comenzó a besarla a gusto, como antes lo había hecho, aunque continuaba con extremo cuidado. Lamió su labio inferior con delicadeza, lo presionó entre sus dientes y lo soltó para buscarle la lengua de nuevo; cuando la encontró, la rozó de nuevo con los dientes y succionó con mansedumbre. La quería para él, sólo para él… no terminaba de creerse lo que estaba pasando.

Sonia abrazó a Joan y estrechó su cuerpo contra sí con tal empeño que los huesos del chico crujieron. Él le rodeó la cintura con los brazos y continuó besándola, tratando de aportarle calma aunque cada vez se le hacía más difícil estarse quieto.

Cuando Sonia se había corrido la segunda vez, casi se corrió él en aquellas bragas de encaje mientras le comía el coño, sólo rozándose con el colchón. Pero había hecho un esfuerzo ímprobo por aguantar, y aquel derroche de resistencia empezaba a pasarle factura; La polla le palpitaba dentro de los pantalones hasta el punto de dolerle, llevaba horas enteras empalmado salvo por un par de ocasiones en las que ni siquiera se había podido relajar del todo.

--Estoy muy cachondo, Sonia—gruñó al oído de ésta.

Ella gimió y le agarró la polla por encima de la ropa sin previo aviso. Joan apretó los dientes cuando sintió que comenzaba a frotarle la erección con la palma de la mano. Sonia besó la mejilla de Joan sin dejar de tocarle, besó su cuello y bajó con la boca hasta su torso. Una vez allí, lamió con ganas el pezón que le quedaba más cerca, arrancándole a Joan un profundo jadeo.

--Si sigues tocándome y besándome así…voy a correrme en los pantalones—gimió él, al borde del estallido.

Ella sonrió y le tocó con más fuerza. Él bufó. No sabía qué hacer con las manos; recorría la espalda de Sonia de arriba abajo, amasándole la piel, nervioso. Sonia remontó de nuevo hasta el cuello de Joan.

--Déjame probar a que sabes, por favor—le susurró al oído.

Él no dijo nada, no estaba seguro de haber entendido bien, pero se agitó y sus caderas danzaron durante unos instantes como controladas por algo ajeno a su voluntad. Sonia había comenzado a desabrocharle los pantalones.

--¿Te molesta?—murmuró ésta, metiendo la mano bajo la tela para aferrar directamente su rabo duro.

--No…--Joan casi se había quedado sin voz.

Sonia tiró de los pantalones hacia abajo y estos resbalaron sin oponer resistencia hasta los tobillos de Joan. Su polla se irguió elástica como si fuera de goma, caliente y húmeda apuntando a su ombligo.

--Me encanta…--musitó ella mordiéndose los labios—Gracias…

--¿Gracias por qué?—resolló Joan.

Sonia se inclinó sobre el tronco de su polla y lo lamio sin previo aviso, desde los huevos hasta el glande. Joan le asestó al aire un golpe de cadera involuntario, ya apenas controlaba lo que hacía.

--Por haber pensado tanto en mí como para ponerte unas bragas…

Tras decir aquello, abrazó con los labios el glande de Joan y los apretó succionando un poco.

Pasó la lengua por aquella protuberancia y sintió el sabor de las gotitas de humedad que emanaban de ella. Se movió excitada y saboreó aquella rigidez, con ganas de comérsela, de metérsela entera en la boca hasta la campanilla.

--Joder, Sonia…

Joan sudaba, contraído hasta el último músculo.

--¿Te gusta?—murmuró ella mientras chupaba golosamente.

--Mucho...--gimió él.

--Enséñame a hacerlo, cabrón—le espetó Sonia, mordiendo suavemente la jugosa punta— nunca he hecho esto antes.

--Pues lo haces muy bien…

Sonia rió con parte de la polla de Joan en la boca, la sujetó en su puño y comenzó a meneársela.

--Márcame cómo quieres que te lo haga, en serio—le exhortó—quiero sentirte…

Joan volvió a gemir y colocó una mano suavemente sobre la nuca de Sonia, presionando con las yemas de los dedos entre su cabello. Se recolocó sobre el colchón y comenzó a marcarle el ritmo de la mamada, aumentando poco a poco la firmeza, despacio.

--¿Te gusta a ti?—murmuró con los dientes apretados, liberando por un instante la cabeza de Sonia.

Ésta le sonrió desde abajo, desde entre sus piernas, con los labios brillantes. Un hilillo de saliva quedó prendido desde su boca hasta el inflamado glande cuando se apartó para decirle:

--Sí—retiró un inoportuno mechón de cabello de delante de sus ojos-- Joder, me encanta hacértelo.

--mmmmmm…

Durante los segundos que siguieron, Sonia le hizo subir al cielo a Joan. Su cabeza se movía de arriba abajo al ritmo que marcaba la mano de él; su boca se llenaba de polla que entraba hasta el fondo, llegando a producirle alguna arcada, y salía para volver a incrustársele de nuevo.

--Me apetece follar—casi sollozó ella, con el coño ardiendo, irguiéndose sobre las rodillas de él—pero tengo miedo, nunca lo he hecho antes…

--No te preocupes—murmuró el chico, jadeando—no pasa nada, no hace falta…

--¿Algún día me vas a follar, Joan?

Él cerró los ojos y cogió la mano de ella para que le tocara. Estaba tan cachondo que no soportaba la ausencia de su contacto.

--Claro…--resopló—cuando tú quieras…

--¿Qué haces mañana?—rió Sonia entre jadeos, montándose a horcajadas sobre aquellos muslos vigorosos, frotando su coño empapado contra la rodilla de Joan.

Él dejó escapar una carcajada, desflecada y rota por el placer.

--Mañana es domingo… --murmuró, restregando su sexo contra el trasero de Sonia—nada.

--Estupendo—jadeó ella.

--Nada… salvo follar, si quieres.

--¿Te gustaría?—murmuró ella, frotándose más fuerte.

Joan gruñó y se removió debajo del cuerpo de la chica.

--Claro…

--A tu hermana le gustaba follarme por el culo con un arnés…--jadeó Sonia, abierta sobre el muslo de él, empapándolo--¿Te gustaría follarme por ahí?

Sin poder evitarlo, él se agarró la polla y comenzó a pajearse violentamente, refregando la punta contra la nalga de ella.

--Sonia… me quiero correr…

--Contéstame—jadeó ésta en voz más alta--¿te gustaría darme por el culo, Joan?

--Joder, mierda, claro que sí…

Tras dejar salir esas palabras, arrancadas de la garganta, contrajo los labios y se tragó un grito. Sonia se separó a tiempo para ver los chorros blancos que disparaba la polla de aquel chico una, dos, tres veces… se lanzó a lamer el glande y lo introdujo en su boca caliente, muerta de curiosidad, terriblemente cachonda. Era la primera vez que probaba aquello y se moría por saber por fin a qué sabía el semen de Joan. Un último disparo amargo le llenó la boca dejando en su paladar una esencia fuerte, fresca y desconocida. Sonia casi enloqueció.

--Oh, dios…

Volvió a subirse a las rodillas de Joan y de nuevo frotó su sexo contra ese muslo duro de piel cálida. Aún sentía la huella de su semen en el aliento.

Joan la cogió por la cintura y la ayudó a moverse más rápido sobre su muslo hasta que por fin ella se corrió así, montándole, mordiéndole fuerte la curva del hombro para no gritar. Joan gimió y continuó moviéndola sobre él con firmeza, sujetándola contra sí por las caderas durante el tiempo que duró su orgasmo.

Tras aquella descarga, con el cuerpo salpicado de leche, Sonia se desplomó sobre el pecho de Joan. De pronto se sintió agotada y pensó que podría llegar a dormirse.

Se incorporó con cuidado, sin querer deshacer aún el abrazo que les mantenía unidos.

--¿Estás bien?—preguntó él.

Ella asintió.

“No estoy segura” pensó “pero creo que te quiero”.

Casi se le escapa en voz alta, probablemente a causa del cansancio que quedaba tras liberar tanta tensión.

Joan sonrió y la ayudó a tumbarse sobre la cama. Le aflojó la ropa, la tapó hasta la cintura con la colcha y se tendió a su lado, apoyado sobre un codo, sin dejar de observarla.

--Cómo puede tener Mariola, tan jodidamente puta, un hermano tan dulce…--fueron las últimas palabras que dijo Sonia antes de acurrucarse contra él.

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