Lo que la verdad esconde

Esta es la historia de como un chico solitario encuentra el amor después de un atormentado camino lleno de dudas y sentimientos contradictorios. Relato dedicado a leondyca, mi amigo del chat de Yahoo.

1.- Rubén

Rubén estaba solo. A la muerte de su padre, su madre acaparó toda su existencia. Miedos, falsas enfermedades, chantajes emocionales…; todo valía para tenerlo y retenerlo a su lado.

Su círculo de amistades se fue diluyendo; las chicas fueron las primeras en desertar. Unas cuantas llamadas telefónicas al móvil, bien dosificadas en momentos oportunos fueron suficientes. Parecía que la vieja los estuviera viendo, vigilante, al acecho; siempre llamaba en medio de una caricia apasionada, cuando unos labios se apresuraban a tomar un pezón endurecido por la excitación, en el preciso instante de que una lengua empezaba a recorrer los húmedos pliegues de un sexo femenino o la verga erecta iniciaba iba a traspasar el umbral del cuerpo que la esperaba deseoso.

Había perdido todo contacto con el mundo exterior y los últimos años sólo vivía para ella. La enfermedad, ahora dramática y finalmente real, había acabado ocupando su cuerpo añoso; pero esa pose de desvalimiento, ahora ya innecesario, que seguía interpretando para mantenerlo atado a los pies de su cama, había acabado por consumirla realmente.

Su situación económica era buena y le permitía pagar a una persona que la atendiera mientras él estaba fuera de casa trabajando. Era el único argumento que ella entendía como válido para justificar su ausencia.

Se levantaba temprano, para estar dispuesto en cuanto llegara la ayuda y desayunaba en la cafetería que había en la esquina, junto al portal de su casa. La asistenta se había ofrecido a preparárselo mientras él acababa de arreglarse y así poder permanecer en la cama un poco más de tiempo; pero amablemente lo rechazó con una tonta excusa: Todo el tiempo que estaba fuera de casa era para él un respiró, un olvidarse del ambiente asfixiante de aquel lugar.

Cuando volvía, tenía la cena preparada y, por salud mental, antes de dedicarse a satisfacer todos los caprichos y deseos de la enferma, se iba al mismo local donde desayunaba a leer la prensa mientras tomaba un combinado. Le había costado mucho logarlo; su madre era una especialista en provocar la mala conciencia y frases del estilo de "Dame un beso de despedida antes de irte, no sea que cuando vuelvas ya me haya ido de este mundo " o " Vete, vete hijo; que lo necesitas. Al fin y al cabo; para lo que me queda en esta vida, no quiero ser una carga para ti " era lo que habitualmente escuchaba justo antes de cerrar la puerta.

Ahora, su madre había muerto y estaba solo en el mundo. Podía haber intentado recuperar viejos conocidos; pero la monotonía de su vida anterior lo había atrapado. Continuaba madrugando y desayunando en la misma cafetería y, como si se tratara de un ritual, todas las tardes se sentaba en su mesa a leer la prensa y tomar una copa. Luego, subía a casa, se preparaba la cena y disfrutaba del silencio sin el quejumbroso e insistente rumor de su madre.

2.- Verónica

Una tarde de tantas, salía de la cafetería con su habitual y rutinario " Hasta mañana, Vicente ", que diariamente lanzaba desde la puerta del establecimiento con un leve giró de cabeza para mirar al amable camarero que día tras día le atendía servicialmente. Rubén no lo sabía; pero en el fondo le daba pena. Al reiniciar la marcha, mirando todavía hacia atrás, topo bruscamente con algo. Al volver la cabeza, su cara quedo frente a frente con un bello rostro de mujer y un color rojo sofocó sus mejillas.

Se disculpó, tartamudeando y torpemente se apartó para dejar paso. Ella le sonrió, aceptando sus disculpas. A espaldas de la mujer, hizo señas a Vicente para que no le cobrara la consumición y se cargara en su cuenta. El camarero asintió con un guiño y Rubén volvió a sonrojarse.

Camino de la soledad de su hogar, las facciones de aquel rostro volvieron a su mente. Rasgos femeninos algo marcados, pero que le daban un aire exótico y misterioso, como de cuento oriental; los carnosos labios que invitaban a ser besados; la media melena de sedoso pelo castaño claro, ondeando con su paso; la cintura ondulándose al ritmo de sus andares, coronando un trasero firme y voluptuoso y, sobre todos, los ojos de mirada intensa y profunda de un poco frecuente color gris perla. Un agradable escalofrío sacudió su columna vertebral y sintió en su verga una incipiente erección.

Su vida sexual en los últimos años, si se le podía llamar vida sexual, se había limitado a escasas mastubarciones, sin erotismos ni fantasías, con la mente en blanco, simplemente para pacificar su sistema hormonal. Tenía potentes erecciones nocturnas que acababan en abundantes eyaculaciones. Se despertaba empapado en semen, pero nunca recordaba los sueños que le había llevado a ello.

La cocina era su refugio interior y disfrutaba de la gastronomía preparándose elaborados platos que nadie podía apreciar. Era su manera de matar el tiempo; pero aquella noche no podía concentrarse, la imagen de la mujer no desaparecía de su cabeza y todos y cada uno de sus rasgos desfilaban por su mente una y otra vez. Su polla reclamaba su atención hasta que la presión bajo la ropa fue insoportable y, por primera vez en mucho tiempo, se hizo una paja con la imaginación a plena ebullición.

La sentía junto a él, desnuda, irradiando sensualidad y erotismo. Se imaginaba besando esos labios, acariciando ese pelo, rozando suavemente su culo; incluso dio forma en su mente a unos pechos que no había ni siquiera vislumbrado, turgentes, coronados de una aureola rosada y duros pezones en su ápice, que chupaba y lamía en un estado casi onírico. En su ensoñación, fabuló que esos sensuales labios rodeaban su miembro y llegó a sentir el calor y la humedad de una boca, aunque nunca hasta ahora había llegado a recibir tal sensación. El esperma salpicó todo su cuerpo, sintiendo el tibio contacto de las salpicaduras en la cara y el pecho, su calor cubriendo su vientre y como la humedad de los últimos estertores se colaba entre los dedos que acariciaban su polla todavía erecta.

Confuso, quedo tendido sobre le sofá que le había acogido en su escarceo sexual y sintió vergüenza de lo ocurrido, de masturbarse de aquella manera pensando en una desconocida. No entendía lo que le había sucedido, tenía el sexo como algo olvidado, una cosa más de su vida que podía y debía haber sido y nunca fue; pero parecía que estaba ahí, agazapado para surgir de repente, de manera inesperada, acababa de hacerlo y Rubén no tenía ni idea como controlarlo.

3.- El encuentro

Al día siguiente, con su habitual puntualidad, Rubén, en su rincón de costumbre, ensimismado en la lectura el periódico y saboreaba con tragos cortos su cotidiano gin-tonic no se percató de la figura que se le acercaba. Una voz cantarina lo trajo de vuelta a su mundo.

Gracias por la invitación; pero no hacía falta.

Levantó la cabeza y la vio allí, de pie, junto a él, mirándole con aquellos ojos cautivadores. A Rubén se le atragantó el sorbo que tenía en la boca y sofocado y ruborizado le indicó que, por favor, se sentara.

¡Vaya, esta visto que nuestros encuentros siempre son accidentados!. – Bromeó ella.

Es que soy un poco patoso. – Añadió Rubén, sintiendo que la emoción le embargaba.

Seguro que no, que alguien tan apuesto como tú no es patoso si no amable y delicado. ¿Me permites que te tutee, vedad?.

Naturalmente y no me digas esas cosas, que me vas a sacar los colores más de los que los tengo. Me llamo Rubén. – Le dijo extendiendo la mano.

Ella se la tomó diciendo:

Y yo Verónica – A la vez que acercaba su cara y le daba un beso en la mejilla.

Rubén sintió una andanada de calor que recorría su cuerpo desde el estómago a los pies y la cabeza. Debía estar colorado como un tomate; pero se armó de valor y le devolvió el beso delicadamente sobre su suave mejilla.

Rubén llamó al camarero y Verónica pidió otro gin-tonic. Vicente, el camarero, al retirarse a espaldas de la chica, le hizo una señal con el pulgar hacia arriba y Rubén le respondió con una mirada de desagrado; pero en el fondo se sentía feliz. Por primera vez en mucho tiempo, Vicente no sintió pena del muchacho solitario de día tras día desayunaba y leía la prensa en la más completa soledad.

El tiempo transcurrió sin que se dieran cuenta, pidieron una segunda ronda y siguieron hablando de todo un poco, como si fueran conocidos de toda la vida.

¡Dios mío, que tarde se me ha hecho! – Exclamó Rubén mirando el reloj

¡Tienes razón, que tarde que es! Te deben estar esperando.

Vivo sólo, es por hacer la cena.

¿La cena?

Estoy solo y la cocina me entretiene. Pero hoy no lo he necesitado. Ha sido muy agradable estar aquí contigo.

Rubén dudó un momento y siguió hablando.

Oye, ¿por qué no vienes a cenar a mi casa?. Me considero un buen cocinero.

La cara de Verónica mostró primero sorpresa y luego duda. Rubén continuó sin dejarla responder.

Perdona, ¿no sé que pensarás de mi?. Invitarte a casa al rato de conocernos, creerás que intento aprovecharme de ti.

En absoluto Rubén. Se ve que eres un buen chico. ¡Va, vamos!; pero que sea algo rápido que mañana madrugo.

¡Toma y yo!. Te prometo que será una cena ligera y rápida.

Salieron juntos del local bajo la mirada atenta de Vicente que se alegraba enormemente de lo sucedido.

Rubén cumplió su palabra y organizó una cena rápida. No demasiado tarde, Verónica se despidió con un delicado beso en los labios, apenas un roce y un " Gracias, ha sido una velada maravillosa ".

Rubén asido al marco de la puerta de su piso, no creía poder estar viviendo aquello. Como embobado, observó como Verónica desaparecía en el ascensor, incapaz de reaccionar y de ofrecerse a acompañarla.

En la soledad de su cama, el deseo sexual volvió a aparecer, sentía que la deseaba; pero eso le enfurecía. Verónica era una estupenda conversadora y había descubierto muchos puntos en común que le invitaban a querer charlar con ella, a salir a pasear, a distraerse juntos: Pero su entrepierna le pedía sexo y acabo cediendo a esos deseos meramente carnales.

A pesar de la masturbación, no podía dormir, se abrazaba a la almohada frotando su polla erecta contra ella, mientras repetía su nombre. Su excitación iba en aumento y las horas pasaban sin poder conciliar el sueño. No quería masturbarse de nuevo, lo encontraba sucio. Finalmente el cansancio le venció y cayó rendido; pero la felicidad duró poco tiempo. Despertó en medio de un intenso orgasmo, sentía el calor de su semen deslizándose sobre la piel de su vientre y esta vez sí que recordaba el sueño. No podía ser de otra manera, se había follado a Verónica en sueños

4.- La entrega

Vicente no pudo contenerse, a la mañana siguiente, al servirle el acostumbrado desayuno de porras con chocolate, susurró al oído de Rubén:

Haces mala cara. Eso es que has dormido poco. ¡Buena hembra, si señor!. ¿Anoche mojarías, verdad?. Más que van ha quedar estas porras, seguro.

Vicente, no seas bruto.

¿No me digas que la dejaste pasar sin darte un gusto?

Para, que todavía me enfadaré. Me voy, hoy no estoy para bromas

Rubén se marcho sin acabar de desayunar y con una cara de pocos amigos que Vicente no llegaba a comprender.

Aquella tarde se encontraron de nuevo. Verónica lo saludó directamente con un beso en los labios, nada exagerado; pero bastante más intenso que el de la despedida de la noche anterior.

Perdona que no te acompañara anoche. No lo pensé hasta que no te habías marchado. Es que no tengo costumbre, ¿sabes?.

No importa tonto, vivo aquí cerca y estoy acostumbrada, como tú, a la soledad. Bueno ahora te he conocido y mi vida parece otra.

Rubén se ruborizó una vez más; pero no supo que contestar y cambió de tema.

Casi todas las tardes, verónica y Rubén de encontraban en la cafetería. Rubén la invitó a cenar más veces con tiempo suficiente para demostrar su bien hacer en la cocina y Verónica le propuso varias veces ir juntos al cine o al teatro y él aceptó gustosamente.

Los ratos que pasaban juntos eran inolvidables para Raúl; pero también lo eran la soledad posterior con su polla erecta y los huevos doloridos apunto de reventar. La naturaleza es tozuda y la mayoría de las veces acababa masturbándose, haciéndose unas pajas fenomenales que calmaban su cuerpo, pero no su ánimo. Con la relajación después del orgasmo llegaban los remordimientos, las promesas de no volverlo hacer y los autorreproches de que ella no se merece que él se comporte así.

Un sábado por la noche, después de ir al cine y de tomar una copa, en su cafetería, parecía que todo iba a ser igual, como tantas noches; pero algo iba a cambiar.

¿No me invitas a tomar la última coma en tu casa? – Preguntó Verónica.

Claro, eso ni se pregunta.

Subieron al piso de Rubén y nada más cerrar la puerta, salto la chispa. Se miraron a los ojos en la penumbra del recibidor aún con la luz apagada y sus bocas se unieron en un beso profundo y lascivo. Mientras avanzaban hacia el interior de la casa, sólo se oía su respiración entrecortada y un rastro de prendas de vestir iba marcando su paso.

Tumbados sobre la cama, Verónica tomo la iniciativa. Rubén esta extasiado con el contacto de la piel desnuda de Verónica, el calor de su cuerpo y el latir de su corazón y la dejó hacer. Recorrió su cuello y su pecho sudoroso, mordisqueó sus pezones erectos, de los que Rubén jamás había tenido conciencia erótica, recorrió con la lengua el camino del ombligo al pubis y allí, sin más, tomó entre sus labios su pollas erecta. Aquel mar de sensaciones era mucho más de lo que nunca había soñado en sus enfebrecidas pajas, gemía y se retorcía de placer con los ojos cerrados.

Los labios de Verónica rodeaban su glande y lentamente, muy lentamente sintió como, igual que en sus sueños, una tibia humedad envolvía su miembro. La nariz de Verónica topó con su pubis produciéndole una extraña sensación, abrió los ojos y observó su polla ensalivada surgiendo lentamente de entre los carnosos labios de la chica que le miraba tiernamente.

La lengua exploró milímetro a milímetro la corona del glande, el frenillo y rozó levemente el orificio que se abría y cerraba espasmódicamente. Verónica libó las gotas opalescentes que perlaban su sonrosado glande y volvió a tragarse el miembro duro y venoso una y otra vez.

Sintió que se corría; pero Verónica paró a tiempo y dejó escapar la polla de su boca. Descendió por el tronco con la lengua, retrocediendo de nuevo, pero sin llegar a rozar las zonas más sensibles, y volviendo a recorrer cada vez un poco más de la columna de carne que sostenía entre las manos. Alcanzó los huevos y los lamió y chupó, introduciéndolos delicadamente en su boca uno a uno. Rubén jamás había sentido nada parecido y cuando la lengua de Verónica de deslizó por su perineo, justo hasta inicio del canal que lleva al ano, creyó enloquecer.

Su cuerpo se arqueó y Verónica capturó de nuevo su polla con la boca en el punto más alto del espasmo. Ya no había remedio y sintió como se corría, como sus cojones se elevaban impulsando un torrente de semen calido y untoso a fluir por su verga. La cabeza de Verónica se movía arriba y abajo, una y otra vez, haciendo que la polla de Rubén se deslizara rítmicamente apresada por sus labios, entre la lengua y el paladar.

No pudo o no quiso reaccionar y avisarla; el esperma inundó la boca de la chica, que al sentirla, detuvo sus movimientos con el glande encajado entre sus labios, haciendo que la lengua rozara una y otra vez el frenillo de Rubén. Verónica sostenía firmemente la polla con sus manos, apretando fuertemente los labios sobre la verga de su amante; pero el semen se le escurría por la comisura de los labios, entre los gemidos y jadeos de Rubén, empapando el pubis y los muslos.

Finalmente cayó agotado, laso sobre la cama, sin fuerzas para moverse. Verónica acercó su cara a la de él y le besó en los labios. Él abrió los ojos y le devolvió en beso, sintiendo el, para él extraño, regusto de su propio semen. Alargó sus brazos para abrazarla y acarició suavemente su cuerpo; pero sintió como si le rechazara.

Verónica se levantó y comenzó a vestirse. Para Rubén fue como despertar de repente de un sueño maravilloso; para darse cuenta de que ella no siquiera había llegado a desnudarse del todo. Se había corrido en su boca, ella había tragado su semen sin la más mínima señal de rechazo haciéndole gozar como jamás lo había hecho en su vida y él no le había correspondido:

¡Verónica! ¿y tú?.No has sentido nada. Perdona, es que… - Titubeo Rubén.

Es igual, no te preocupes, será mejor que me vaya.

No sabía que hacer, ella ya había salido de la habitación, y corrió tras ella completamente desnudo. Pero era tarde, el sonido de la puerta al cerrarse de golpe, le indicó que ya no había nada que pudiera hacer.

Sólo sobre la cama y apático, se decía a sí mismo de todo: Egoísta, aprovechado, insensible,… No podía quitarse de la cabeza que no había sido capaz de compartir el placer con quién se lo había proporcionado de manera tan desinteresada, de la primera chica que en muchos años se fijaba en él y al lado de la cual se sentía tan bien. Había perdido su oportunidad de rehacer su vida y la había desperdiciado dejándose arrastrar por sus instintos sexuales, olvidándose del corazón y los sentimientos. Se durmió de madrugada con los ojos húmedos y odiándose a sí mismo.

5.- El secreto

Como todas las tardes, Rubén fue a la cafetería. Intentaba mostrarse como siempre, no quería tener que dar explicaciones. Estaba harto de ser el buen chico huérfano que vive solo; pero su rostro mostraba su malestar interior. Vicente intentó preguntarle; pero a la primera respuesta esquiva, lo dejó por imposible.

Durante varios días, cumplió con su rito diario, sus "Buenas tardes. Vicente. Por favor, lo de siempre", la lectura solitaria y en silencio de la prensa y su despedida educada; pero con un aire de tristeza cada vez más difícil de disimular.

Una tarde, apareció Verónica y sin dudarlo un momento, se fue hacia la mesa de Rubén que no la había oído entrar.

Puedo sentarme. – Su rostro lucía esa hermosa sonrisa que le había cautivado; pero era evidente que algo le preocupaba.

Por supuesto. – Torpemente, casi haciendo caer el vaso, Rubén le apartó la silla para que se sentara.

Rubén, te debo una explicación, por irme de aquella manera.

No Verónica. Soy yo quién te la debe. Me comporté como un egoísta y un mezquino, sólo pensé en mí y me olvide de ti.

No pasó nada que yo no quisiera que pasase. Además, los hombres cuando os maman la polla, perdéis el mundo de vista.

No grites, por favor. Que se van a enterar todos.

No te pongas colorado. Seguro que si lo supieran serías la envidia de más de uno.

No quiero ser la envidia de nadie. ¡Sólo quiero estar junto a ti!. ¡Creo que por primera vez en mi vida, estoy enamorado!

Verónica hizo un gesto de contenida alegría, que reprimió de inmediato para continuar hablando

Antes, hay algo que debes saber.

Nada me importa, sólo tú.

Vamos a tu casa, Rubén, será lo mejor.

Subieron al piso y, nada más cerrar la puerta, Rubén se lanzó sobre Verónica. La besó con ardor, repitiendo hasta la saciedad que la amaba, que estaba loco por ella

Espera Rubén, hay algo que debes conocer.

No necesito saber nada más que tú está aquí conmigo.

De acuerdo, de acuerdo; pero vamos a tu dormitorio.

Sobre la cama, Verónica y Rubén se besaban mientras se iban desnudando mutuamente. Verónica empezó a recorrer el cuerpo de su amante hasta llegar al sexo erecto que parecía esperarla; lo besó y acarició suavemente provocando que se estremeciera; pero de la boca de Rubén, surgió una voz entrecortada.

No, hoy no será así.

Rubén se incorporó y ambos, sentados en la cama, con las piernas entrecruzadas se volvieron a fundir en un beso profundo y sensual. Ahora era la boca de Rubén la que recorría el exuberante cuerpo de Verónica. Chupaba sus oscuros pezones con un gesto tantas veces imagino. Mientras ella abrazaba su cuerpo, acariciando sus cabellos amorosamente.

Intentó reclinarla, para disponer de todo su cuerpo y llegar hasta su coño, que presentía húmedo, calido, anhelante de recibir sus caricias y de ser penetrado; pero Verónica se resistió, suavemente, simplemente indicando con sus movimientos que deseaba otra cosa y tomando una cierta distancia.

Rubén, es importante para los dos. Antes de seguir has de saber algo.

Le sorprendió la reacción de Verónica, dudó de su comportamiento, pensando que algo había hecho mal; pero ella no dejaba entrever nada de eso. Frente a él, erguida y mirándole a los ojos estaba hermosa, muy hermosa, su voz y su mirada trasmitían pasión y a la vez ternura. La chica deslizó sus manos lentamente hacia las caderas y entonces Rubén se percató de algo, algo que no entendía como podía haberle pasado desapercibido. Verónica todavía llevaba puestas unas bonitas bragas de encaje que ahora iba haciendo descender poco a poco.

Hasta ahora oculta por la ropa interior apareció a los ojos de Rubén un verga enhiesta y rotunda; sin circuncidar y de un color de piel intensamente moreno. Verónica esperó unos breves segundos y observo con detalle la cara y los gestos de Rubén. Éste parecía no inmutarse, seguía contemplándola con los mismos ojos de colegial enamorado.

Verónica intentó decir algo; pero los labios de Rubén se lo impidieron con un beso.

No digas nada, no lo necesito. Te amaba y de deseaba por ti misma, y nada de lo que he visto me va a hacer cambiar.

Suavemente hizo que se tumbara sobre su espalda y siguió como si no hubiera pasado nada. Su boca recorrió la cara, el cuello, los pechos y el vientre de su amada y finalmente tomó con sus labios el sexo deseoso de placer. No lo había hecho nunca; pero bastaba con seguir el instinto, con dejarse llevar. Verónica, respiraba profundamente y no cesaba de acariciar la cabeza de su amante. Éste había deslizado el prepucio y recorría el glande punto a punto, como realizando un mapa del placer. Ella arqueó sus caderas buscan penetrar en su boca y Rubén entreabrió los labios ligeramente para facilitarle el paso.

Verónica se quedó parada, como esperando a ver que hacía su compañero de cama, y éste empezó a moverse arriba y abajo; primero lentamente y luego marcando con su movimiento el ritmo de los jadeos de Verónica. De su boca salió un quejido profundo, toda ella se estremeció y levantó su cintura con un apenas audible:

"Me corro".

Rubén sin dudarlo, sujeto firmemente la verga de su amada y sintió como una oleada tibia y viscosa llenaba su boca. Verónica se agitaba como poseída, mientras Rubén seguía con su polla en la boca recibiendo gustosamente la copiosa eyaculación. Finalmente, quedó relajada sobre la cama mientras él la observaba con la felicidad marcada en su rostro lleno de semen.

Se volvieron a abrazar, a besar, a decirse al oído una y otra vez cuanto se amaban. La mano de Verónica tomo el sexo erecto de su amado y lo acaricio suavemente mientras cambiaba de posición. Rubén totalmente estirado contemplaba como aquel hermoso cuerpo andrógino con un rostro tan femenino, que le lanzaba besos en la distancia, se acomodaba la punta de su polla justo en su ano y poco a poco se dejaba caer penetrándose lentamente, sin prisa, gozando cada segundo.

Rubén hacía lo imposible por no dejarse arrastra por el placer, por no cerrar los ojos; no quería perderse ni un detalle de las sensaciones que trasmitía su amada al sentir su polla entrar en ella por primera vez. Con los ojos cerrados, mordisqueándose el labio inferior, los senos turgentes, los pezones duros como guijarros, la polla cada vez más erecta, bamboleándose al ritmo de marcaba el movimiento cimbreante de su cuerpo y de la que goteaban los últimos restos de su anterior eyaculación y el licor seminal expulsado por efecto de la penetración anal, era la seductora imagen de la lujuria.

Rubén gimió y arqueó su cuerpo elevando a su amante y clavándole profundamente la polla en la entrañas. Ella se detuvo y se inclinó hacia él, en su beso se mezclaron con la saliva de ambos los restos de semen que Rubén todavía tenía en la cara y se corrió con un grito ahogado por la lengua de Verónica.

Había conocido por primera vez lo que es amar y compartir.