Lo que la lluvia arrastra

Bueno, este relato tan alejado categóricamente de los que tengo anteriormente está hecho a petición privada de alguien :P , espero que les guste y comenten, no soy mucho de escribir cosas románticas, pero he puesto todo mi empeño. Disfruten de la lectura

Era una mañana soleada que admiraba a través de las ventanas de su coche. Todavía no sabía muy bien por qué iba hacia su destino.

La noche anterior recibió una llamada en mitad de la madrugada. Una amiga suya con la que no hablaba desde hacía años, sus palabras fueron muy escuetas

-Hola, soy yo-  dijo a modo de saludo

-Ah, hola, ¿Qué querías? Es muy tarde-

-Tengo que decirte una cosa, es urgente-

-Bueno, pues dime- su voz sonaba adormecida, la de ella algo nerviosa

-No, por teléfono no, en persona-  se quedó sorprendido, vivían a muchos kilómetros de distancia y habían perdido bastante el contacto.

-Bueno, no sé, vivimos muy lejos el uno del otro, ¿estás por aquí o algo?-

-No, necesito hablar contigo de una cosa muy importante, tienes que venir-

-¿y eso por qué?-

-Por favor, tienes que hacerlo, ven-  él resoplo tumbado en su cama

-vale, ¿Dónde quedamos?- no supo muy bien por qué accedió a ello

-En aquel prado, donde solíamos ir las primeras veces-

Parecía una especie de hechizo el juntar aquellas palabras: Decirte una cosa, urgente, importante. Sin saber muy bien el cómo o por qué, amaneció dentro de su coche rumbo a su incierto encuentro.

Dejó una carretera secundaria para entrar en una pista de tierra bien cuidada, ya comenzaba a recordar aquellos parajes por donde ellos dos solían pasar largas horas.

El sol brillaba en el cielo en su máximo apogeo, la brisa suave mecía la fresca y verde hierba la cual parecía una compañía de baile ejecutando grácilmente aquellos movimientos de vaivén producidos por aquel  cálido aire. Recordó los momentos felices.

Recordó su amplio romance con ella, los buenos momentos, mientras el coche rodaba suavemente por el camino. El amor, los primeros besos y abrazos, las caricias traviesas y juguetonas con gente alrededor, aquel acto de rebeldía oculta, sabedores de que alguien pudiera verles aumentaba el calor de sus corazones. Tan cálidos, tan ignorantes.

No supo cómo aquellas imágenes se habían colado en su cabeza, hacía mucho tiempo de aquello, pero no pudo evitarlo, y acompañado por el furibundo viento que se levantó, salvaje y vigoroso,  rememoró sus primeras noches de amor pasional, intensas   e increíblemente placenteras, noches en la cuales dedicaban las horas a la consagración de su amor, tan anhelado por sus almas unidas en un mismo sentimiento.

Se estaba acercando a su destino, y el viento cesó, dejando unas nubes incipientes sobre el  cielo azul algo oscurecido por estas. Agitó la cabeza cuando volvió a revivir las primeras discusiones y enfados, así como algún que otro pequeño desengaño, él frunció el ceño y volvió a agitar la cabeza, intentando disipar aquellos malos presagios, pero era imposible, ante la expectativa de volverla a ver después de años, todos sus recuerdos volvían a él, como fotogramas de una película, paso a paso y cronológicamente.

De lejos pudo ver un cruce de caminos,  allí descansaba plácidamente una encima, ajena a todo lo ocurrido y a lo que estaba por ocurrir. Detuvo allí el coche.

Tras bajarse del auto la buscó ávidamente con la mirada, el cielo se había tornado paulatinamente  oscuro, negruzco, pero la claridad residual le permitió hallarla.

Estaba  alejada unos 50 metros dentro del prado, con un vestido veraniego rojo, con los brazos cruzados y de espaldas a él.

Avanzó por la hierba que le cubría hasta las rodillas mientras el principio del fin se asomaba por su mente, grandes discusiones, escusas diversas y con el orgullo sobreponiéndose a los sentimientos de amor, provocando una pérdida del contacto y la subsiguiente ruptura.

Se detuvo a un par de metros de ella.

-Hola, acabo de llegar- dijo con voz seria y los ojos denotando la misma actitud.

Ella se giró, momento en el cual como por arte de magia se abrió un claro en el cielo por el cual penetró  una luz renovadora, y él pudo contemplar aquel sublime rostro una vez más. Su corazón tembló.

-¿Qué tal el viaje?- dijo ella con una sonrisa en los labios más bellos que a él se le antojaron

-Bien, cansado pero bien- se deshizo de su rostro serio y esbozó una sonrisa dulce.

-Me alegro-

-Bueno, ¿Qué es esa cosa tan importante que tenías que decirme?- él siguió con su sonrisa, al igual que ella, aunque un toque lloroso y nerviosos cruzó por sus ojos.  No parecía que todo fuese a salir bien, las nubes de tormenta cubrieron de nuevo el cielo.

-Ah, eso, sí, veras-

Problemas, intuyó él, pero, ¿Qué le importaba?, de su historia había pasado mucho tiempo, y ambos lo superaron. O eso al menos quiso creer.

-Ya sabes que tengo pareja desde hace un tiempo hasta acá, ¿verdad?-

Un trueno sonó en la lejanía retumbando por todo el horizonte y haciendo temblar el corazón de él dentro de su pecho.

-sí, ¿por?- su voz sonaba incierta, ¿por qué se sentía así? No debería en realidad.

-Estamos planeando casarnos-  Un relámpago violáceo cruzó el cielo hasta el suelo, iluminando a ambos, quedándose mirando a los ojos, las piernas de él temblaron. ¿Para eso había venido hasta aquí, para que  le restregase por la cara sus intenciones, no podía haberlo hecho por teléfono? Estaba angustiado a la par que desconcertado.

-Eso no es todo- continuó ella. El corazón de él se encogió y la pena, la terrible pena que experimentó tras haberla dejado, aquel día en el que demasiado tarde comprendió que había dejado escapar a la mujer de su vida, volvió a él, rasgando los pilares de su mente y los cimientos de su alma, la pena más amarga le dejó un regusto amargo en la garganta.

-Queremos tener hijos-

Una fina lluvia comenzó a caer sobre ellos, que aún seguían impasibles enfrente el uno de la otra.

Otro rayo cayó en la lejanía y unas violentas lágrimas surcaban el rostro de él.

No habían vuelto a hablar desde aquella noticia, ambos estaban subidos en el coche y él arrancó el auto, la lluvia pareció crecer en intensidad pero no en demasía.

-¿A dónde te llevo?- Su voz expresaba el más absoluto vacío

-A mi casa, por favor-  él obedeció y el coche comenzó a rodar.

Pasaron cinco eternos minutos por la pista de tierra embarrada, la marcha se hizo difícil y el coche patino varias veces, pero aun así continuaron, fue ella la que retomó la charla

-¿te pasa algo, porque no hablas? No has dicho nada- entonces, ella, tras fijarse detenidamente, vio con claridad las lágrimas de él, las cuales la lluvia había ocultado anteriormente, entonces entendió que debía dejarle en paz un rato, para asimilar todo lo ocurrido.

Pero no fue capaz de callarse.

-¿tanto te afecta? Creí que lo habías superado- dijo algo indignada

-¿Por qué?- fue lo único que consiguió articular él

-¿por qué, que?-

-Por qué me haces venir hasta aquí para decirme esta mierda- un tono enfadado surcaba sus palabras

-A ver, eres un buen amigo mío y……- no pudo seguir, parecía que un pequeño espasmo recorría su pecho. Tardó casi un minuto inabarcable en continuar

-…..Tenía que ser así-

La tormenta rugió como un titán embravecido, deseosa de arrancar el mismo suelo de la tierra, los truenos componían junto con  las rápidas cortinas de agua una funesta melodía iluminada siniestramente por los rayos que caían por doquier en la lejanía.

Él detuvo el coche y furioso se bajó de él

-Eh¡¡ pero que estas….- le exhortó ella, pero su acompañante se había bajado, y lleno de frustración estaba dando agrias patadas al suelo.

Ella se bajó también del coche y se fue para él, agarrándolo del brazo para darle la vuelta y que le mirase, el torrente pluvial los envolvía ferozmente, amenazando con llevarse los buenos recuerdos en un último pero atroz enfrentamiento.

-¿por qué?- gritó él, lleno de rabia y para hacerse oír entre la tormenta

-¡ya te lo he dicho!- volvió a responder ella con el mismo tono de voz.

-¡no me vale!-

-¿¡por qué no te vale!?-

-Porque te quiero-  sí, al final lo dijo.

Unas palabras que expresaban un sentimiento enterrado por el orgullo y la distancia. Un mal recuerdo apartado a propósito en la memoria, sabedor de que nunca iba a poder recuperarlo. Un tiempo pasado que acudió a su cabeza en el fatídico momento del adiós final.

Ella se quedó en silencio, sorprendida, no era la primera vez que escuchaba de la boca de él aquellas palabras, ni aun cuando lo habían dejado. Claro, hubo un intento directo de reconciliación. Pero no pudo ser, lo que había acabado, acabó.

-¿¡Para decirme todo eso me has hecho venir!? ¿¡Para terminar de matarme!?-

-¿Qué querías entonces que te dijera?-

-¡Que me quieres!, ¡Que todo ha sido una farsa, una prueba de orgullo!-

-Pero…-

-Pero ¿Qué?,  ¡Yo debería de ser tu futuro marido! ¡El padre de tus hijos!   ¿¡Cómo crees que me siento!?,  la mujer de mi vida, con otro, sin hablarnos, pretendiendo tener hijos que no son míos-

Las lágrimas brotaron de los ojos de ella, con dolor.

-Tu eres mías y de nadie más, todo esto es un montaje, una farsa, lo sabes, tus adentros te lo dicen, puedes fingir que eres feliz, que él te quiere y que serás la mujer más dichosa de la tierra, que no conocerás más el dolor y que nunca os separareis-

-Pero eso es mentira, y tú lo sabes, al igual que yo, ahora mismo, por eso me has hecho venir aquí, por eso me has dicho todo esto-

Cayó de rodillas, totalmente abatido, apoyó su cabeza sobre las piernas de ella mientras las abrazaba, intentando agarrarse al último ancla de su vida.

-Tú y yo, juntos en unos, por siempre, sin dolor, sin desconfianza, tan solo amor-

-Antes no podía ofrecértelo, pero ahora sí, lo he comprendido, he tardado-

-Dejaría todo, hasta mi vida, pero tú estás enterrando todo lo nuestro, como hice yo antes-

-Te quiero tanto que sin tenerte solo me queda morir-

No pudo ver la reacción de ella tras su monólogo, a su alrededor la tormenta majestuosa continuaba con su eterno tronar, pareciera que el viento quería arrebatarles el alma a ambos, pues con tal intensidad soplaba.

Ella se agachó y le tomó el rostro, ambos eran un mar de lágrimas, se miraron una última vez antes del eterno adiós.

Ella le besó.

Con pasión, con añoranza y con una esperanza renovada.

Se abrazaron y quedaron tumbados en el suelo, besándose.

La lluvia cesó y el furioso viento apartó de su amor a la violenta tormenta, dejando que el sol los recubriese con aquellos cálidos rayos, alimentando definitivamente su eterna pasión.

Hicieron el amor durante horas, como antaño, acariciados por la brisa cálida de cuando él había llegado. Todo era verde, salpicado por las gotas de la lluvia anterior, refulgiendo con los rayos del dorado astro, al igual que los sentimientos de aquellos dos.

Tras terminar quedaron tumbados sobre la hierba, envueltos por el color de la esperanza, mirando el cielo azul añil y puro.

Se abrazaron y cerraron los ojos,  ya sabían lo que habían de hacer.

No volver atrás, si no comenzar de cero, dejando todo, pues solo así completarían aquel amor que el uno por la otra sentían. Sin trabas ni restricciones.

Lo que la lluvia arrastra, las malas decisiones, para que las nuevas y buenas las reemplacen.