Lo que haríamos por sobrevivir.

Este es un relato Clexa en el mundo de Fear The Walking Dead. No sigue el hilo de la serie así que no hay un punto de referencia en el que ubicarse. Es mi primer relato publicado y aún no sé como evolucionará, pero tengo una imaginación bastante oscura que quiero explayar.

  1. Presa o depredador.

El sol estaba a punto de caer. El cielo, teñido de naranja lucía hermoso y apacible. El frescor de la tarde era agradable, cosa que se agradece después de un caluroso y agotador día. Alicia observaba impávida el paisaje. Un extenso y árido campo se alargaba en el horizonte, salpicado de erosionadas montañas aquí y allá. Resultaba irónico que algo tan bonito y relajante podría ser al mismo tiempo peligroso e infernal. Más allá solo había desierto, pero la joven no creía que pudiera ser peor estar allí que donde se encontraba ahora mismo. Perdida en un pequeño pueblo de Texas, sin comida que llevarse al estómago desde hace días, con la muerte amenazando constantemente su espalda y el cansancio agarrotando sus músculos. Casi prefería estar tirada en medio del desierto, bajo el acecho de los buitres que pronto devorarían su carne. Al menos sabría que con su muerte alimentaría a otro ser vivo y no a los demonios sin alma que habían desatado el apocalipsis en el mundo.

Desde el tejado del edificio, tenía una vista casi completa del pueblo en el que se habían alojado desde hace unas semanas. Al principio todo había ido bien, parecía un lugar seguro con el que los caminantes aún no habían arrasado por completo. Los vecinos – por raro que parezca sí tenían vecinos – eran buena gente y los acogieron con los brazos abiertos desde el primer momento. Les dejaron una habitación donde quedarse en uno de los pequeños hostales que tenían libres y les proporcionaron comida y recursos que necesitaban. Alicia y su familia se adaptaron fácilmente al ritmo de vida del pueblo. Colaboraron en el huerto comunitario, en el cuidado de la granja, en la tala de leña y en la atención a los enfermos en el pequeño consultorio clínico que tenían.

Aquello era el paraíso después de tanto calvario que habían pasado. Aquel lugar tenía solo una norma y para ellos no fue difícil acatarla: nada de violencia. Eso implicaba el respeto entre los vecinos y la ausencia de armas. Solo el sheriff y sus agentes tenían el poder de llevar armas para velar por la seguridad de la comunidad. Aunque al principio esa condición le generó desconfianza, la familia Clarke decidió que ya estaba cansada de huir sin un rumbo fijo, así que aceptaron el trato. Pero no todo el mundo estaba dispuesto a eso.

Durante esas semanas pasó por el pueblo todo tipo de personas: algunas familias desamparadas como ellos, algunos viajeros solitarios que se habían quedado solos, grupos más o menos organizados que sobrevivían como podían al apocalipsis… Varios venían de paso, se alojaban unos días para reponer fuerzas, intercambiaban recursos o los compraban con su mano de obra. Muy pocos se quedaban a vivir, a pesar de parecer un lugar seguro, solo aquellos que estaban tan desesperados y agotados como los Clarke y que sabían que no encontrarían nada mejor. Otros tantos, sin embargo, se aprovechaban de la falta de defensas del pueblo para robar los alimentos que tanto trabajo les había costado, saqueaban medicinas, ropa y cualquier cosa que pudieran necesitar. Este ya no era un mundo para confiar en la buena voluntad de las personas y por eso Alicia y su familia se habían planteado abandonar el pueblo y seguir su camino. Sabían que el paraíso no duraría mucho más tiempo y más valía huir ahora con lo que tenían que perderlo todo por quedarse.

Pero la decisión no era muy fácil de tomar y para cuando quisieron darse cuenta, un grupo de saqueadores había arrasado con todo una vez más. Ya no quedaban animales, ni huerto ni medicinas. Habían acabado con lo poco que les quedaba. Como era de esperar, los habitantes del pueblo huyeron, ya no se sentían seguros y no valía la pena comenzar desde cero. Se irían hacia las grandes ciudades en busca de alguna oportunidad… o de la muerte, lo más probable. Muy pocos se quedaron, entre ellos los Clarke, que aún no habían tomado una decisión. Sin embargo, ya nadie hablaba con nadie. Cada cual se había encerrado en sus casas, velando las pocas provisiones que habían podido esconder. Las puertas y contraventanas selladas, las calles sucias y mal olientes, no había ruido ni movimiento. Ahora era otro pueblo fantasma más, como todos por los que habían pasado antes de llegar aquí. Si parecía que no había vida tal vez no llamaran la atención de más saqueadores.

Las tripas de Alicia rugieron una vez más. No soportaba esta hambre que la estaba consumiendo. Necesitaba ingerir algo pronto o desfallecería. Al menos el agua no les faltaba. Habían logrado almacenar varias garrafas en los falsos fondos de los armarios, fuera de la vista de los indeseables. También tenían alimentos pero estos eran escasos y se acabaron en pocos días. Llevaban casi una semana masticando hierbas secas que rescataron del huerto para engañar aunque sea al estómago.

-Travis, tenemos que irnos de aquí. No podemos seguir así. – La voz de su madre le llegó desde el piso de abajo.

Otra vez estaban discutiendo sobre qué hacer con sus vidas. No es que tuvieran muchas opciones: quedarse y morir o marcharse y morir. Si el final iba a ser el mismo prefería tumbarse en una cómoda cama y ver el atardecer por la ventana en vez de quemar energías a lo tonto caminando a través del desierto. Porque no había nada más que eso en millas a la redonda. Solo desierto.

-Si nos vamos no aguantaremos ni dos días, siendo optimistas. – respondió el hombre, con voz cansada. Se notaba que ya no daba nada más de sí.

-¿Y aquí sí? ¿Cuánto crees que aguantaremos antes de que muramos de hambre? – Maddi estaba desesperada. Se dejó caer en el sillón, junto a su marido. – Ya no hay esperanzas en este lugar. No queda nada.

-Algo tiene que haber, solo tenemos que pensar.

-Es lo único que hemos hecho desde que se acabó todo… Pensar. Y entre más pensemos más muertos estaremos.

Alicia intentó seguir escuchando pero las palabras se convirtieron en murmullos y estos en silencio. Seguramente se habían quedado dormidos o simplemente tan exhaustos que no eran capaces de seguir discutiendo.

-Ellos no van a hacer nada. – una voz a sus espaldas la sobresaltó.

Se trataba de Nick, su hermano mayor. Tras él estaba Chris, el hijo de Travis. Desde que su madre había muerto, los Clarke eran la única familia que le quedaba. Aunque Alicia y Nick no lo fueran realmente, para él eran sus hermanos. Puede que al principio se llevaran muy mal, pero el apocalipsis los había unido un poco más. Algo bueno debían sacar de tanto sufrimiento.

-Es evidente. – se encogió de hombros Alicia.

Devolvió su vista al paisaje en lo que los chicos se acercaban, cada uno a un lado de ella, imitando su posición con los codos en el muro de la azotea. La joven suspiró largamente. No muy lejos de allí, a unos cuantos kilómetros detrás de una montaña, una fina columna de humo se alzaba al cielo. Debía haber algún grupo acampando para pasar la noche. Una persona sola no se atrevería a llamar la atención de esa manera. Otra vez el dolor en su estómago. Apostaba a que se estarían pegando su gran manjar de alubias y de fruta enlatada. La boca se le hizo agua de solo pensarlo. ¿Y si habían conseguido cazar algún animal? Eso sí que le vendría muy bien en ese momento.

-¿Se te ocurre algo? – preguntó Nick con voz ronca. Seguro que él estaba pensando exactamente lo mismo.

Alicia miró a su hermano. Había determinación en sus ojos. No estaba dispuesto a dejarse morir de hambre. A su otro lado, Chris se relamía los labios. Su cuerpo temblaba ligeramente, ansioso. Parecía una hiena a punto de hincarle el diente a algo. Se estremeció. Seguramente ella tendría la misma expresión hace un momento. Inspiró hondo y asintió.

-Sí que se me ocurre algo. – susurró, un tono frío como la noche que se acercaba.

Era la hora de hacerse cargo de la situación y recuperar parte de lo que le habían robado.