Lo que es mío
Existen distintas formas de recuperar a un amante perdido, pero atacar en el momento en el que está más vulnerable suele ser lo más efectivo.
Había anochecido. En la casa prefabricada a las afueras de Las Vegas se condensaba todavía el calor desértico del día. Todo estaba tal como Daytona lo recordaba, limpio pero desordenado. Un caos que para Leizer tenía su orden. Al entrar, con las luces del ocaso, usando la llave oculta bajo el tablón suelto del porche, se acuclillo y acarició el cuello del galgo negro que corrió ladrando feliz a su encuentro. Leizer no temía que nadie se adentrase en su casa, los suburbios solo son peligrosos para quien no vive en ellos. Tras haber cobrado el peaje, el perro volvió trotando a su cama acolchada del salón.
Daytona cerró la puerta a su espalda sin hacer ruido. Su corto vestido, de tela fina que caía con gracia sobre su pequeño cuerpo perfecto, emitía un tenue frufrú a medida que trataba de sortear los trastos esparcidos por el suelo. Era como un campo de minas. Cuando llegó a salón, se sentó en el viejo y cómodo sofá. Entonces sintió el cosquilleo cálido que la hacía sentir en casa. Se alborotó un poco el pelo castaño, que caía en ondas desenfadadas enmarcando su rostro aniñado. Cruzó las piernas, apoyó el codo sobre la rodilla y la barbilla sobre la mano. Esperó, midiendo los segundos mediante los monótonos jadeos del galgo.
Estaba dispuesta a recuperar el orden de las cosas. Había compartido dos años de su vida con Leizer, dos buenos años aunque terminasen mal. Las discusiones continuadas terminaron siendo más fuertes que el glorioso sexo de reconciliación. Sobre todo cuando ella comenzó a ejercer la prostitución a sus espaldas. Necesitaba una casa, comida, pagar sus estudios de Bellas Artes... Después, necesitaba bonitos vestidos, lencería cara, zapatos de diseño y cristales de éxtasis para sobrellevar su trabajo. Aún así, siempre había guardado a Leizer como su secreto, uno que se guarda con celo, que no se comparte con nadie. Porque solo él la hacía sentirse deseada, solo teniéndolo a él entre sus piernas se sentía viva, completa.
Por supuesto, cuando él se enteró de que era prostituta montó en cólera, que se agravó cuando en un ataque de furia ella confesó que se había iniciado estando con él. La situación tampoco acompañó a que digiriese bien la noticia. La encontró desnuda y gimiente bajo un gordo magnate al que él debía matar. Lo hizo de forma cruel y sangrienta, sin dirigirle una sola mirada mientras le aplicaba una muerte lenta que resonó en toda la cabaña donde solicitaba los servicios de Daytona cada jueves.
Pero aún así, después de discutir, de envenenarse contra ella, de humillarla, culparla y comportarse como el más fiero de los hombres despechados, había vuelto a acostarse con ella aquella misma noche. Con el cadáver caliente aún al lado Era matemático. Leizer necesitaba el calor de una mujer después de sega una vida para volver a encontrarse a sí mismo, para no considerarse un monstruo. Eso Daytona lo aprendió después, pero no tardó en saber cómo aprovecharlo. Así, la situación se prolongó un tiempo, y tuvo a Leizer en su cama después de cada trabajo.
La chica impaciente que esperaba nerviosa en aquel salón seguía pensando que dejaría la prostitución cuando terminase sus estudios, y que entonces Leizer y ella retomarían aquello que habían tenido. Pero Dakota había llegado para poner en jaque sus planes. Era ridículo, hasta en el nombre se parecían, pero no era lo único. Ambas eran bajitas, menudas, de rostro aniñado y pelo castaño ondulado. Ambas eran prostitutas, pero donde Leizer encontró un pecado para martirizar a Daytona, encontró algo de lo que tratar de salvar a Dakota. La usurpadora abandonó los burdeles, porque Leizer la quería solo para él, se convirtió en su chica. Daytona no se sintió amenazada, hasta que sacó toda su artillería contra Leizer, ansiosa por sentirlo de nuevo, y él la rechazó. Por una mala copia de sí misma.
Lloró lágrimas de sangre, a sus veintiún años no había conocido el verdadero dolor hasta que Leizer la cambió por aquella chica estúpida. Se hundió, y trató de renacer de sus cenizas. Buscó en el trabajo y fuera de él un sustituto para aquel hombre, pero cada revolcón con otros solo logró que lo añorase más. Por eso, cuando supo que Dakota y él habían discutido fuertemente, y que él tenía un trabajo aquella noche, fue a su casa para recuperar lo que le pertenecía por derecho.
Apenas entraba luz exterior en la casa cuando escuchó la puerta y se tensó. Se puso en pie, uniendo ambas manos a su espalda y moviendose tenuemente, nerviosa, dejando que la falda de su vestido aletease de un lado a otro. Leizer, siete años mayor que ella, fue tan solo una silueta recortada contra los neones multicolor que brillaban a lo lejos. Alicaído, silencioso. Si la identificó, no dio muestra de ello antes de cerrar la puerta y perderse en la penumbra del pasillo. El galgo salió corriendo a su encuentro, gimoteando. Pero pronto lo aplacó, Daytona no pudo ver cómo. Permaneció sobre los altos tacones de sus sandalias de tiras que subían hasta la rodilla hasta que escuchó sus pasos. Y al fin lo tuvo frente a ella.
Se acercó con cuidado, como si se tratase de un animal esquivo. Leizer, con su metro noventa de estatura, continuaba siendo un trecho más alto que ella. Se quedó frente a él, tan solo a centímetros y alzó la vista para comenzar a discernir sus rasgos en la oscuridad. Sus ojos verdes, que con la falta de color parecían grises y brillantes, escrutándola impasibles. Sus labios cerrados en una fina línea, la barba de algunos días que los enmarcaba cubriendo la forma cuadrada de su mandíbula. El pelo indómito, no demasiado largo pero sí más que la última vez. Y su olor, a sudor, a hombre, a nicotina, a muerte. Tan fuerte que la hizo sentir que se mareaba. Como quien lleva tiempo sin fumar tras dos caladas ansiosas.
Alzó las manos temblorosas, como pidiendo permiso de forma implícita, hasta posarlas sobre sus pectorales. La tela de algodón de la camiseta no le impidió notar sus músculos duros y fibrados. Notó cierta humedad, el calor del desierto nunca perdona. Lo acarició en sentido ascendente, con la mirada fija en la de él, hasta que sus pequeñas y delicadas manos terminaron a sendos lados de su cuello. Notó su pulso y el vello de los brazos se le erizó.
- Tómame- le suplicó con voz grave. Sus pies la traicionaron, los tacones perdieron contacto con el suelo al ponerse de puntillas, esperando sus labios-. Soy tuya, tómame- repitió la petición, y mordió su propio labio. Leizer sabría cuánto le estaba costando solicitar algo así, ella que era todo orgullo.
Sintió las grandes manos del hombre, capaces casi de rodear por completo su estrecha cintura, asir sus caderas. Entonces se inclinó y la besó. Daytona pensó desfallecer, pero en cuanto Leizer se inclinó para besarla, rodeó su cuello con ambos brazos. Fuerte, necesitada. La lengua del chico no encontró impedimento para adentrarse entre sus labios y dientes, para encontrar a su homóloga, deseosa de ser doblegada. Al sentir cómo las manos masculinas asían su trasero, gimió en su boca sorprendida. En realidad había tenido sus reservas sobre si aquello funcionaría, pero eso había dejado de importar.
Dio algunos pasos hacia atrás, lentos, meciéndose con él a medida que lo llevaba hacia la habitación. Sentía su sabor adhiriéndose a su paladar, envenenando todo su sistema. Al sentir contra sus rodillas el colchón, las dobló para colocarse sobre este. Fue Leizer quien rompió el beso, siempre lo era, apresando su labio inferior con los dientes y tirando de este hasta dejarlo escapar entre sus dientes. Daytona retrocedió de espaldas hasta el cabecero de la cama, y aún de rodillas cruzó los brazos por delante de su torso y apresó el vestido para quitárselo por la cabeza y tirarlo a un lado.
Se mostró ante él en ropa interior. Un conjunto aniñado, rosa con topos negros y visado con una puntillita discreta también de color ónice. Sus pechos copaban el sujetador, creando semiesferas turgentes y repletas. La goma de las braguitas se asía a sus caderas de forma natural, y la parte trasera de estas comenzaba a acusar la humectación de su sexo. Solo Leizer tenía el poder de excitarla de tal modo con tan solo un beso. Y mirándola con el deseo oscuro que entonces le dedicaba, tan soberbio y déspota.
Se colocó a cuatro patas y avanzó felina hacia él, mordiéndose el labio lujuriosa. Colocó las manos en los firmes muslos del hombre y ascendió para abrir la hebilla de su cinturón, mirándole siempre a él. A pesar del abultamiento que empezaba a hacerse notar en sus pantalones. Después, siguió ascendiendo en una caricia que fue elevando su camiseta. Lo besó bajo el ombligo y lamió la partición de sus abdominales en sentido ascendente, embebiéndose de su sabor salino y acre, excitándose por como los músculos de Leizer se contraían a su paso.
Le sacó la camiseta y la dejó caer a su espalda, pero él por el momento se limitaba a consentir. Todavía no lo sentía de vuelta. Pegó su cuerpo a él, de rodillas sobre la cama, y echó un brazo tras su cuello. Ladeó la cabeza haciendo que todo su pelo cayese en cascada sobre su hombro izquierdo y comenzó a besar su cuello. Su otra mano, acarició su incipiente erección sobre sus vaqueros, juguetona y sin prisa. Como si aún temiera asustarlo. Los besos dieron paso a pequeñas lamidas. Daytona era una chica golosa disfrutando de su caramelo favorito, pero la falta de respuesta la confundía.
- Leiz...- susurró contra su oído, tomando la mano del hombre y llevándola a entre sus piernas. Hundiendo sus nudillos en la tela mojada y emitiendo un gemido dulce y profundo- ¿Notas cómo te necesito?- con su mano enredada en la de él hizo que rozara moviendo su cadera-. Estoy tan caliente... Y aún soy capaz de ponerte duro. Mm... muy duro- sentía su erección contra su bajo vientre, tan desafiante.
Daytona soltó un gritito al notar cómo los dedos de Leizer cobraban vida para presionarla inmisericordes por un instante, haciendola sentir que se derretía. Después, el fornido pecho de su objeto de deseo se inclinó sobre ella echándola hacia atrás. Se aferró a su cuello y se besaban desde antes de que su espalda tocase el colchón. De una forma más fiera y convencida, capaz de doblegarla por completo a pesar de sus intentos por revolverse. Al sentir su peso sobre ella, jadeó contra sus labios, sintiendo su áspera lengua adueñarse de su boca robándole hasta el aliento. Dobló las rodillas y abrió las piernas, apoyando el ángulo de los tacones contra el pie de la cama, para alojar la pelvis de Leizer. Sentir su erección tan solo separada por las telas de su sexo la estremeció violentamente, y una nueva oleada de lubricación se desparramó entre sus piernas.
Las manos del hombre no perdieron el tiempo. Delinearon su silueta de forma autoritaria antes de tomar el filo curvado de la copa de su sujetado y tirar de ellos hacia abajo. Daytona exhaló un suspiro fuerte al notar sus pechos liberados, la tirante tela que los elevaba, incómoda pero tan erótica. Sus pezones, duros como piedras, presionando el pecho caliente de Leizer. Se revolvió enredando las manos en su pelo cuando la boca del hombre, ávida, comenzó a descender. Sus caderas no dejaban de moverse, buscando el roce, ahora contra sus abdominales.
- N-no pares- le rogó al sentir que se introducía uno de sus pezones en la boca, para succionar y alargarlo, mientras su mano se ocupaba de pellizcar el otro. Un calambre contrajo de golpe los músculos de sus entrañas, su útero dió un brinco en el sitio y Daytona se arqueó. Uno de los tirantes resbaló por su brazo. Sintió una succión fuerte próxima a la aureola, que sin duda dejaría marca, y arañó la parte alta de la espalda de Leizer, sintiendo cómo retazos de su piel muerta quedaba bajo sus largas uñas-. Mm... cariño. Sigue. Sigue- musitó extasiada. Sintiéndose suya de un modo primario.
Lo rodeó con sus piernas, sin apresurarlo. Había añorado tanto sus labios, sus dientes, lo insaciable que podía ser. Emitió un suave quejido al notar que se levantaba para quedar en pie ante la cama, que perdía la presión con la que su cuerpo la doblegaba. Se incorporó quitándose el sujetador, acariciándose los pechos mientras escuchaba el seductor sonido de la cremallera al bajarse.
- Ven- le dijo, y su voz tan masculina y ronca, la hizo vibrar. Lo vio sonreír de lado, canalla como él solo-. Quiero follarte la boca.
Gateó hasta él y bajó su ropa interior y los pantalones hasta la mitad de sus muslos. Tomó con firmeza su enorme falo y pegó los labios a este, abriéndolos lentalemente para engullir el glande y separarse con una sonrisa. Sintió su sabor más secreto apoderarse de ella. Movió la mano a lo largo del tronco fibroso y se humedeció los labios antes de golpeárselos con la polla que sostenía. La lamió de arriba a abajo para lubricarla y la masajeó esparciendo su saliva antes de volver a estimular el glande con la boca mientras lo masturbaba con fuerza repentina, solo durante un instante. Su otra mano jugueteaba con sus testículos, y Leizer gimió con la fuerza con la ruge el rey de la sabana.
Daytona rió, rodeando el glande con su lengua antes de apartarse y tumbarse boca arriba, con la cabeza pendiendo del borde de la cama, tal como a Leizer le gustaba. Lentamente, abrió la boca y dejó que él guiase su polla hasta lo más hondo de su garganta, lento e imparable. Ella enfundó los dientes con los labios y aplicó presión, sintiendo la saliva amontonarse y resbalar. Él, con los brazos apoyados sobre el colchón, movió la cadera de forma lenta al principio, entretenido en apresar con los dientes la telas de sus braguitas y tirar de esta hacia arriba. Se arrugaron para introducirse entre los labios íntimos y las nalgas de Daytona haciéndola gemir de placer. Sonido amortiguado por el pene que copaba su boca al completo y aguado por la saliva que se agolpaba.
Supo que aceleraría en cuanto metió la mano bajo sus braguitas empapadas, y Daytona se vio en una difícil disyuntiva. Porque cada vez que la polla de Leizer alcanzaba lo más profundo de su garganta, los dedos del hombre se hundían en su coño mojado provocándole un inmenso placer. ¿Qué había sido siempre sino una muñequita de porcelana en sus manos? Se aferró a las sábanas y se revolvió excitada, sus estertores quedaron enmudecidos por las frenéticas embestidas dentro de su boca anegada. Su sexo sufrió una palpitación que parecía querer atrapar los dedos que lo corrompían y cerró fuerte las piernas para mantenerlo dentro de sí.
Leizer sacó su polla de la boca de la chica, volviéndose a poner en pie. Tiró con fuerza del cinturón para sacarlo de las hebillas y, entonces, dejó que sus pantalones y boxers cayesen al suelo. Daytona se sentó, con las piernas dobladas de forma paralela, dejando que su flujo humedeciera las sábanas. Se acarició los labios, observando a su hombre colocar los brazos sobre la cama para avanzar y besarla antes de meterle en la boca los dedos que había tenido dentro de ella. La chica se saboreó, chupando los dedos con lascivia antes de buscar la boca de Leizer con devoción fanática.
El hombre volvió a inclinarse sobre ella, tumbándola y sometiéndola. Pasó el cinturón tras los barrotes del cabecero y luego llevó con contundencia las muñecas de la chica hasta este para atarlas con fuerza. Teniéndolo rodeado con sus piernas, cada movimiento se traducía en un roce delirante, que tenía a Daytona arqueándose, gimoteando necesitada y ansiosa, dejando que apresara sus muñecas con tanta fuerza que entorpecía la circulación hasta lo doloroso, pero no importaba.
- Lléname de ti, Leiz- pidió, de nuevo supeditando su orgullo al ego del hombre que apresaba con poca delicadeza uno de sus pechos, maltratándolo. Se sentía pequeña, diminuta, deseada... cachonda-. Te necesito dentro.
Le bajó las braguitas y Daytona sacudió ansiosa sus piernas para librarse de ellas. Después las abrió para él, exponiendo su coño húmedo, inflamado y palpitante. Él llevó la erección hasta su hendidura y presionó. Un relámpago lúbrico la recorrió haciendo que Daytona se revolviese, que gimiese alto y profundo, muy dulce y grave, solo para él que estaba tendido sobre ella, comenzando a mover su pelvis con una cadencia que la enloquecía.
Cuanto el ritmo aumentó, Daytona giró el rostro hasta que su nariz rozó las sábanas y gimoteó todavía con más ganas al sentir la boca de Leizer reclamando su cuello con posesividad.
- Vuelves a ser mío- suspiró de forma entrecortada, satisfecha. Estropeándolo todo.
Esa frase hizo saltar un resorte en la cabeza del hombre, que con brusquedad se levantó. La respiración de Daytona tornó errática y agónica. Quiso gritar que no, pero tenía la boca seca y los labios ajados por los incesantes jadeos y gemidos. Su corazón ardía y por sus venas corría ácido sulfúrico. Quiso rogarle que no la dejase así, pero entonces él la cogió de las caderas y le dio la vuelta sobre la cama, con la misma facilidad que habría tenido con una muñeca de trapo.
Daytona tuvo que cruzar los antebrazos debido a la atadura, apoyar los codos sobre el colchón cuando él alzó su cadera dejando su redondeado trasero en pompa. Ancló las rodillas sobre la cama y cerró fuerte los ojos. Entonces, él la penetró desde atrás, muy fuerte y agresivo, de forma impersonal. Conteniendo los gemidos que reverberaban atrapados en su pecho. Daytona gimió, era placentero sentir su enorme polla bombeándola entre su abundante lubricación, provocándole un calor devastador que la tenía temblando a pulsos irregulares. Sin embargo, quería sentirlo sobre ella, mirar sus expresiones de placer, sentir cómo la acariciaba con deseo. No que la follase como a una perra.
Sin embargo, conocía a Leizer. Se había arrepentido de acostarse con ella más allá del punto de no retorno, y ahora la embestía como lo que se cansaba de decir que era: una puta. Quizás se había dado cuenta tarde de que no era Dakota, pero apenas importaba. Siguió gimiendo, hasta quedarse sin voz, mientras con cada embestida su cabeza golpeaba el cabecero de la cama, que a su vez chocaba contra la pared de pladur prefrabricado. Y lloró lágrimas amargas que surcaron sus mejillas al tiempo que codos y rodillas se enrojecían, que sus manos se amoraban. Sollozó al sentir un fuerte azote en la nalga, cuyo mordisco repentino hizo que arquease la espalda y sintiese rayana en el orgasmo. Pero entonces Leizer salió de sus entrañas y se corrió con chorros calientes sobre su espalda, que le quemaron sobre la piel.
Daytona se encogió contra el cabecero, aún atada, sintiéndose totalmente vacía. Rota. Con el pelo ante la cara, pegándose a los regueros de las lágrimas. Escuchaba la densa respiración de Leizer a su espalda, cerró con fuerza los ojos. No, no, no... eso no debía terminar así. No permitiría que acabase así, porque él era suyo, igual que ella le pertenecía.
Ahora, vete a...
No- su voz quebrada se dejó oír lo suficientemente fuerte como para callar a Leizer. Lo miró sobre su hombro, congestionada-. Aún estás duro. No puedes negarme esto- susurró volviendo a la postura que él tenía cuando la ató. Sabía que aquel asesino tenía un interior blando, concesivo en ocasiones. Dakota no podía haber estropeado también eso. Una vez boca arriba, abrió las piernas para él y buscó sus ojos-. Por favor- suplicó por enésima vez aquella noche.
Leizer dudó, mirándola indescifrable, hasta que al fin introdujo el resto de su erección en su interior y empujó. La primera vez, Daytona sintió cómo todo su cuerpo palpitante se contraía, gravitando alrededor de él. La segunda, evitó entrecerrar los ojos para ver el placer que todavía proporcionaba a aquel hombre adictivo, con un cuerpo cincelado por el mejor escultor neoclásico capaz de hacerla sentir que su cuerpo levitaba. La tercera se derramó generosamente, sufriendo los espasmos de un orgasmo desolador que llegó con un grito. Sus entrañas sufrieron dolorosas y placenteras contracciones que se prolongaron tercas como la mujer que las sufría. Y la cuarta vez que la embistió, aún convaleciente del orgasmo, tuvo un segundo que la llevó a un limbo etéreo e informe durante gloriosos segundos.
Al recuperar la conciencia, sintió el peso de Leizer sobre su pequeño y magullado cuerpo. Sus manos desatándola. Lo primero que hizo, a pesar de notar los dedos entumecidos, fue acariciar sus hombros, su pelo. Él abrió la boca para decir algo.
- Shhh- pidió y lo besó con dulce entrega. Entreabrió los labios sobre los de él, introdujo su lengua en la boca ajena y la recorrió con plácida calma. Él correspondió, con besos, achuchones tenues y caricias. Hasta que, finalmente, se quedó dormido abrazado a su cintura, empleando sus pechos como almohada.
A la mañana siguiente, con las primeras luces, Daytona se despertó. Acarició el pelo indómito de Leizer que no se había movido en toda la noche y seguía aferrado a ella como si fuera una tabla en mitad de un naufragio. Lo observó dormir durante un tiempo indeterminado, notando el dolor en sus muslos por la agresiva forma en que la había tomado. Suspiró, y entonces, escuchó cómo se abría la puerta.
- ¿Hola?- la cristalina voz de Dakota se escuchó de lejos. Daytona arrugó la nariz, molesta- ¿Leiz?
El galgo corrió a saludarla, pero la chica que le parecía una mala copia de sí misma siguió avanzando hasta llegar al umbral de la habitación, donde la recibió la cruel sonrisa de Daytona.
Shh... está dormido- susurró cruel, acariciando de forma posesiva el pelo de su Endimión particular.
Tú... Serás puta- dijo, alzando un poco la voz y entrando en la habitación. Leizer se aferró más a ella y se revolvió. Daytona sonrió mirándole, un gesto que murió al dirigir su vista a la usurpadora.
¿Dónde estabas anoche, cuando él te necesitaba?- preguntó con voz dulce y envenenada, mientras recorría el camino de vértebras del cuerpo que reposaba sobre ella con las yemas de los dedos. Por suerte, Leizer tenía el sueño pesado. Notó que algo se rompía en el rostro de Dakota, que pasó a contener las lágrimas-. Leiz no es un hombre al que puedas castigar y someter a tus deseos. Si lo conocieras, sabrías que has de estar ahí para él- sonrió sibilina-. Te lo dije una vez, un error, un solo error, y lograría que volviera a mi- a Dakota se le escapó una lágrima impotente. Daytona continuaba susurrando, tranquila y satisfecha- ¿Sabes cómo me lo hizo anoche? Fuerte, profundo, empujó dentro de mi hasta que no pudo más, violento y tierno. Me dijo que me quería- confesó la falsedad con apabullante contundencia- que nunca ha dejado de hacerlo. Es mío. Ya no pintas nada aquí.
Dakota aguantó el chaparrón paralizada, y dedicó a Leizer una última mirada. Viéndolo aferrado a un cuerpo tan similar al suyo, aunque con pechos más mullidos. Nunca había dormido con ella así, nunca la había abrazado de aquella forma. Algo en ella se rompió, así que se fue. Al cerrar la puerta de la calle con delicadeza, el galgo comenzó a ladrar fuerte. Consternado. Leizer entreabrió los ojos y la miró.
¿Dakota?- preguntó. Daytona le rastrilló suavemente el pelo con los dedos y lo miró.
No, cariño. Sigue durmiendo- le dedicó una sonrisa dulce y él, confuso por un momento, volvió a acomodarse sobre sus pechos para dormir un poco más.