Lo que cuesta vale (2)
Se la saqué entera y vi su culo bien abierto y dilatado, lo que aproveché para ponerle más vaselina. Volvía meter la mitad de la verga que ya entró con facilidad. Y merced a la abundante lubricación terminé de ponérsela entera.
LO QUE CUESTA VALE 2
Ella siguió con su orgasmo hasta que mi herramienta perdió su rigidez y solita abandonó su dorada prisión.
Nos quedamos en silencio, apenas tocándonos hasta quedarnos dormidos .
La noche recién empezaba y podía llegar a durar varios días.
Me había llevado más de un mes llegar hasta esa noche.............
Al día siguiente nos despertamos abrazados; yo tenía de nuevo la pija parada, había acabado una sola vez en la noche anterior.
Mónica se levantó desnuda, y eso no contribuyó precisamente a que cediera mi erección, era una diosa con un cuerpo apto para encender la pasión hasta en Santo Tomás de Aquino. Se puso una bata muy recatada y salió del dormitorio.
Regresó al rato con una bandeja y un delicioso desayuno, para reponer fuerzas me dijo. Café con leche, tostadas, manteca, mermeladas varias y dulce de leche.
Mientras desayunábamos sentados en la cama siguió relatando su vida de casada.
El ex marido debía ser deficiente mental, después de tres años de noviazgo recién la había desvirgado dos días después de su boda. Ella con su camisón levantado hasta la cintura, boca arriba con las piernas abiertas; la penetró como quien riega el jardín, sin un beso ni una caricia.
Le hizo doler mucho, luego le explicó que ese dolor era el pago por lo que habían hecho, el tipo consideraba que el sexo era algo sucio y pecaminoso. Afortunadamente la madre de Mónica le había sugerido que tomara anticonceptivos un mes antes de casarse, y los siguió tomando a escondidas de su esposo durante el tiempo que duró su matrimonio.
Durante dos años durmiendo juntos jamás le tocó las tetas ni el culo, ni las piernas ni nada. Consideraba que las caricias eran pecado, que gozar era pecado, y que el sexo sólo existía para dar cumplimiento al mandato bíblico de multiplicarse. La cogía metódicamente una vez a la semana los sábados con ese fin. Pero ella lo burlaba con las píldoras.
Para mí era como tener una virgen en la cama, pero caliente como la mejor puta e inexperta como una niña.
Lentamente le fui hablando de lo bello que era el sexo, fuente inagotable de placeres sanos, de sus múltiples variantes. Pero sin apresurarme ni exigirle nada.
La primera variante que experimentamos fue cogerla con ella en posición de perrito. No les cuento cómo me puse cuando la contemplé arrodillada y con el culo para arriba, le deslicé mi verga con suavidad y reaccionó enseguida; mis manos iban desde las tetas al clítoris sin detenerse. Me regaló un polvo de los mejores.
Previo un descanso la pedí que se pusiera arriba, guiada por mí se montó en mi cuerpo y se fue dejando meter mi poronga hasta tenerla toda adentro de su estrecha concha. Esta posición de penetración extrema y contacto cercano la volvió loca, me cabalgó como una mazona caliente (pero ella tenía las dos tetas, y qué tetas). Pese a que venía mi tercera acabada duré muy poco. Mónica gritaba de placer, me decía cómo le gustaba lo que estábamos haciendo. En la inconsciencia del goce insultaba a su ex marido. Yo en la gloria.
Preparó el almuerzo y, contrariamente a lo que yo esperaba de una ejecutiva, cocinaba como una experta. Comimos en la cocina, ella en bata y yo en slip. No hablábamos de terminar esa encamada fabulosa, de modo que al concluir el almuerzo opté por tomar una pastilla mágica (VIAGRA).
Hicimos una breve siesta y desperté empalmado como un chico de dieciocho años que ve a una vedette desnuda.
Con voz persuasiva la convencí de que me acariciara la verga, la tomó con recelo, me la tocó primero, luego la rodeó con su mano. Poco a poco empezó a regalarme una exquisita paja. Pero no era eso lo que yo buscaba.
Me retiré, volví a besarla en la boca con toda mi lengua. Bajé a chuparle las tetas mientras con una mano palpaba su clítoris; tuvo otro orgasmo ruidoso. Había descubierto cuánto le agradaba expresar su placer a los gritos, ya que antes había tenido que reprimirse para no ser excomulgada.
Cuando bajé más y le comí la concha, abriendo sus labios mayores con mi lengua y adueñándome de su clítoris entre mis labios, metiendo mi lengua en su interior, temí que llegaran los bomberos atraídos por el descomunal escándalo que provocaron sus tres orgasmos, o quizás fue uno solo pero muy largo. Me rogaba que no me detuviera, que estaba gozando lo que nunca había gozado. Descansaba su cuerpo apoyado solamente en los talones y la nuca, el resto era un divino arco hacia arriba, lo que me permitía acariciar a mis anchas su formidable culo.
Cuando se derrengó de tanto acabar nos tomamos un descanso, aunque mi poronga clamaba por volver a penetrarla, o cualquier otra cosa que me aliviara la calentura que tenía.
Nuevamente la persuasión. Y las explicaciones de que nada en el sexo es pecado, ni está prohibido si nos da placer. Hasta llegar a decirle que yo le había dado placer con mi lengua en su concha, y que correspondía que me lo devolviera dándome placer con su lengua en mi pija.
No muy convencida me pasó la lengua por el glande, no insistí, dejé que su instinto la gobernara. A poco se metió la cabeza de mi verga en la boca, le fui explicando la técnica de una buena felatio. Y la asimiló sin dificultad, en minutos me estaba dando una mamada de conocedora. Con mis manos en su cabeza le dije que pronto me iba a venir, y que ella recibiría toda mi leche en su boca, y que la saboreara y si le gustaba se la tragara toda.
Cuando dejé mi semen lo paladeó un instante y se lo bebió todo, le había encantado el sabor; me lo confió después.
Habíamos adelantado mucho en nuestra relación tan reciente, por lo que consideré conveniente hacer un paréntesis antes de continuar.
Con muy pocas ganas nos vestimos y salimos a caminar. Cerca de la casa de Mónica había una plaza en la que nos sentamos un rato a conversar. Siguió relatando su pasado, se había casado virgen a los veinticinco años, y su experiencia en el sexo fue peor que mala. Los pocos orgasmos que tuvo en su matrimonio los vivió con mucha culpa. Culpa inducida por el beato de su ex marido. Luego dos años de abstinencia total, le quedaban huellas de los conceptos que le habían inculcado y no se atrevía a iniciar ningún tipo de relación con un hombre. Sumemos que eso le había hecho una fama de puritana en los ambientes que frecuentaba, y tendremos la ecuación perfecta. Ecuación que vine a romper yo por ignorante y obsesionado.
Recién ayer había despertado de su letargo, gracias al alcohol y mi perseverancia, y estaba dispuesta a recuperar el tiempo perdido lo más pronto posible.
Pero no solo de concha vive el hombre. Cerca de la plaza había un restaurante especializado en mariscos, y hacia allí fuimos a degustar cholgas, percebes, vieiras y langostinos con un buen chablís. Comimos liviano y estimulante.
Al regresar a su departamento no me hizo falta decirle nada, se desnudó como la cosa más natural y se fue directo a la cama desde donde me llamó sin palabras. Me tendí desnudo a su lado y acaricié todo su cuerpo espléndido y cálido. Ella ya bramaba de lo caliente, quería seguir para ponerse al día.
Le conté que me obsesionaba su culo, y le propuse iniciarla en el sexo anal, tal como la había iniciado en el oral.
Me dijo que tenía miedo, ya no al pecado ni a la excomunión pero si al dolor que podía causarle una penetración en su culo jamás tocado.
Más persuasión de mi parte, sin mentirle para nada. Le dije que las primeras veces podía dolerle. Pero que una vez que su culo se adaptara me lo iba a agradecer siempre por haberle revelado ese placer. Le garanticé mi cuidado, y sus orgasmos. Cuando aceptó probar mi poronga se puso más dura, si es que eso era posible.
La volví boca abajo y palpé sus espléndidas nalgas mientras las besaba con infinita ternura. Se las separé y vi su ano, cerrado y marrón claro, un precioso anillito arrugado. Lo besé y pasé mi lengua por su exterior, le gustaron esas caricias linguales. Con la lengua dura traté de penetrarla por el ano, me resultó imposible. En la cocina había visto un frasco de vaselina líquida que Mónica empleaba para hacer una mayonesa dietética reemplazando el aceite vegetal. Fui a buscarlo.
Vertí unas gotas de vaselina en su ano y en mis dedos, el índice entró sin dificultad y le cogió el culo como una verga de bebé, cuando agregué el dedo mayor se quejó un poco. Metía y sacaba mis dos dedos, mientras los abría en tijera y los giraba dentro de su recto. Le pedí que se relajara todo lo posible, la ayudaba con la mano izquierda en su clítoris. Estuve en esa faena no menos de veinte minutos, ella ya se movía y gozaba.
La puse en posición con una almohada bajo el vientre y su culo se me ofreció en todo su esplendor. A mi pedido se abrió las cachas con sus dos manos. Apoyé el glande en la entrada de su orificio ya dilatado y presioné. Se quejó pero me alentó a seguir, ya estaba bien concientizada de que le iba a doler esta vez. Empujé algo más y entró mi cabeza, me quedé quieto sin intentar penetrarla más, me costaba mantener la posición por lo que pronto le hice entrar una porción más y volví a detenerme. Ya tenía media verga dentro de su recto, me apoyé en ambas manos. Le pregunté cómo se sentía, me respondió que lo estaba tolerando bien, con dolor pero no muy intenso.
Se la saqué entera y vi su culo bien abierto y dilatado, lo que aproveché para ponerle más vaselina. Volvía meter la mitad de la verga que ya entró con facilidad. Y merced a la abundante lubricación terminé de ponérsela entera.
Volvía preguntarle cómo se sentía, me dijo que se sentía empalada, pero que cada vez le dolía menos. Que no le hallaba el gusto.
Me recargué todo sobre su cuerpo para liberar mis manos. La derecha fue hacia su concha y su clítoris. La izquierda a sobar sus tetas y pellizcar sus pezones erectos y duros.
Mi dedo en el clítoris hizo efecto pronto. Empezó a gemir y a moverse lentamente. Era la ocasión de bombear con mi poronga en su culo, lo hice con movimientos suaves.
Mónica gritaba nuevamente, no se si por mi dedo en su concha, por la mano en sus tetas o por la tranca en el recto. El caso es que tenía otro orgasmo gritado.
Ambos nos meneábamos al unísono. Ya había aprendido que los orgasmos de Mónica eran muy prolongados en el tiempo. También que me ponían a mil. Mi verga se recreaba en lo estrecho de su culo que la apretaba de forma constante y pareja, se la deslizaba con movimientos muy cortos de mete y saca.
Pero no hay bien que dure cien años, no podía contener la leche que empujaba para volcarse en el intestino grueso de la dueña de ese hermoso culo. Y sucedió, acabé como nunca, en cantidad y calidad de eyaculación. Se la dejé adentro bombeando despacio, ya que su orgasmo no cesaba.
Al mismo tiempo terminó su orgasmo y mi erección cedió.
Con un whisky cada uno seguimos charlando en la cama. Me confió que al final de la enculada ya no le dolía casi nada. Pero seguía sin encontrarle el gusto al sexo anal. Había acabado por la acción de mis manos y por la calentura que llevaba encima.
Le expliqué que más adelante le iba a tomar el gusto, y me iba a pedir que la cogiera por la concha y por el culo con igual premura.
Volví a ponérsela en la concha por dos polvos más. Gozamos como si fuera a terminarse el mundo.
Advertimos que pasaban las dos de la mañana del lunes. Le sugerí dormir, porque pronto ella tendría que ir a su trabajo. Y porque yo ya no daba más.
Quedamos en vernos para seguir cogiendo el miércoles por la tarde. Y que en el fin de semana siguiente ella iba a salir más temprano de su trabajo el viernes para tomarnos un vuelo hasta la costa atlántica, donde nos quedaríamos hasta el lunes cogiendo cerca del mar. El gerente le permitía faltar porque le diríamos que debíamos organizar cosas del congreso fuera de la oficina. Serían tres días seguidos en los que veríamos poco el mar.
Tal vez relate ese fin de semana.
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Sergio