Lo prohibido (ii)

Segundo encuentro con mi suegra

La casualidad quiso que tardáramos un tiempo en volver a quedarnos a solas. Yo no podía dejar de pensar en ella. En su delgado cuerpo desnudo, en los sabores y olores que había probado y a los que ya era adicto. Me masturbaba siempre que podía pensando en ella. Nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando pero nos mirábamos con vergüenza, con miedo. Cuando follaba con mi mujer lo hacía pensando en su madre. Quería volver a tenerla.

Pasaron los días y no se daba la circunstancia de quedarnos a solas. Pensaba que ella se habría arrepentido, que si lo había deseado ya lo habría dejado a un lado, lo habría olvidado y punto. Hasta que un día salimos todos juntos a tomar algo. Mi mujer, mis hijos, Emi y yo. Era un viernes por la tarde y tomamos un par de cervezas. Llamó una amiga de mi mujer y ésta estuvo hablando con ella un rato, se alejó para hacerlo. Cuando volvió nos dijo que le habían propuesto ir de cena con algunas amigas. Yo le dije que podía ir sin problemas, Emi y yo nos encargaríamos de dar de cenar a los niños y acostarlos. Era la oportunidad que había esperado. Mi deseada suegra y yo nos quedaríamos a solas. ¿Se volvería a desatar la locura?

Mi mujer se despidió de nosotros en la calle. No volvió a subir a casa. Emi y yo fuimos a casa y empezamos a preparar las cenas, baños, pijamas, etc. Mi suegra vestía el mismo chandal y camiseta que llevaba cuando tuvimos nuestro primer encuentro. Noté que ella estaba un tanto ansiosa, como si estuviera ansiosa por acabar todo lo antes posible. Yo no dejaba de mirarla. En un momento dado se agachó delante de mí dándome la espalda y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para contenerme y no abalanzarme sobre su trasero.

Mi hija pequeña tardó en dormirse, pero por fin se quedó dormida plácidamente. Volví a salón. Emi estaba en el sofá viendo la tele. Me senté a su lado. Ahora que estábamos por fin a solas evitábamos mirarnos. Estuvimos así un rato. Yo estaba muy nervioso pero aún así seguía pensando en ella y tenía una erección constante. En un momento dado ella se levantó y entró en su habitación. Pensé que ya se había acabado. Mi oportunidad se había esfumado. Ella no quería repetir lo que pasó aquella vez.

La puerta de su habitación se abrió, miré hacia el pasillo y la vi aparecer. Estaba completamente desnuda. Su cuerpo delgado, en el que se notaban los años estaba completamente expuesto. Sus pequeños pechos caídos, los pliegues de su piel, su oscuro bello púbico... Caminaba hacia mí con naturalidad. Como si no tuviera ningún pudor. Yo seguía sentado en el sofá. Apagué la tele cuando se situó frente a mí. Me miraba pero no decía nada. Se acariciaba suavemente un pecho. Suspiró, como recreándose en la situación. Se dio la vuelta, acarició sus nalgas y las abrió levemente, dejándome ver su oscura intimidad otra vez. Era tal como la recordaba. Oscura, no sucia... Se giró y se sentó en una butaca casi enfrente del sofá donde yo me encontraba. "Desnúdate". Me levanté y comencé a desvestirme. Ella se recostó en la butaca, abrió las piernas y comenzó a acariciarse el sexo. Me quedé completamente desnudo mirándola mientras sus dedos palpaban suavemente los pliegues de su vagina. Por alguna razón me di la vuelta e hice lo mismo que había hecho ella, puse las manos en mis nalgas y las separé levemente. Ella emitió una especie de jadeo o suspiro y cuando la miré estaba masturbándose plénamente.

Me acerqué a ella. Me puse de rodillas y observé de cerca su cuerpo. Su sexo. La miré a los ojos. No necesitábamos palabras. Me di la vuelta y puse las dos manos sobre la alfombra. Acerqué mi cara al suelo. Mi culo quedó frente a ella. Seguía masturbándose. Noté uno de sus pies en mi muslo izquierdo, subió hacia mis nalgas. Las acariciaba con la planta del pie. Buscó en medio de ambas. Con los dedos de su pie acariciaba mi culo. La oía gemir. Oía sus dedos inmersos en la humedad de su coño. Yo me dejé hacer... Ella gemía...

Su pie dejó de acariciarme y se incorporó. Lo sustituyó por los dedos de su mano. Separaba mis nalgas y acariciaba mi agujero. Notaba sus dedos frotando mi ano. Estaba relajado, deseaba que esa mujer me hiciera suyo. Empezó a penetrarme con uno de los dedos que estaba húmedo de su flujo. Suávemente. Lo notaba entrar. Empujé en dirección contraria para hacerle saber que lo deseaba. Ella lo entendió y lo introdujo más adentro. Yo gemí de placer.

Ella seguía masturbándose mientras me penetraba. Hasta entonces estaba con los ojos cerrados, concentrándome en el placer con la cara pegada a la alfombra, pero entonces me giré para mirarla a ella. Miraba mi culo. Me penetraba con una mano mientras se masturbaba con la otra. Sus pechos moviéndose, su respiración jadeante, su piel desnuda, su concentración en el placer. Cerró los ojos y alzó la cabeza hacia el techo. Estaba preciosa. Imponente. Era una diosa. Mi reina.

Eyaculé en la alfombra. Chorros de semen cayeron al suelo mientras su dedo me penetraba. Pareció relajarse cuando me lo sacó. Se recostó en la butaca. Yo me acerqué a su sexo y empecé a lamer, a succionar. No tardó en llegar al orgasmo. Cuando se corrió me quedé recostado en su vientre.

Ella me acariciaba el pelo. Estuvimos así unos minutos hasta que empecé a besar su piel, sus pechos. Me metía sus pezones en la boca. Entonces llegué a su boca y la besé por primera vez. Mi pene se puso erecto y la penetré. Ella me recibió con calidez, humedad... Hicimos el amor. O follamos, no lo sé. Nos corrimos los dos otra vez.

Pasados unos minutos ella se levantó y se dirigió al baño. Yo no podía dejar de mirarla. Además, me faltaba algo. Ese sabor. Aunque cerró la puerta me levanté y la abrí de golpe. Ella estaba sentada en la taza. La forcé a levantarse, aunque no puso mucha resistencia. Separé sus nalgas y froté su culo con mis dedos. Me los metí en la boca. Ese sabor. Con su culo bien abierto acerqué mi boca y lamí. Introduje mi lengua dentro. Quería todo su sabor. Más adentro. Ella se apoyaba en la pared del baño. Me masturbaba mientras lamía su culo. Ese sabor. Ella gemía. Quería penetrarla con mi lengua. Que la sintiera muy adentro.

Después de unos minutos me levanté y la penetré por el coño. Giró su cuello y me besó. Parecía saborear mi boca. Nos corrimos los dos juntos, abrazados.

Ya era tarde. Mi mujer estaba a punto de llegar. Nos metimos cada uno en su habitación esperando volver el uno con el otro. No hablábamos, no hacía falta.