Lo prohibido: bajo las sábanas
Cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia.
Hace tiempo que conocí a una chica por internet. Una hermosa mujer que tenía un solo defecto: vivir en otro país.
Cuando hablamos por primera vez, tuve la sensación de que mi vida iba a cambiar para siempre. Nos tratamos por un largo tiempo, pero no tuvimos la oportunidad de concretar algo entre nosotras. Aun así, nunca perdimos el contacto: se había convertido en mi mejor amiga… congeniamos desde el principio, esa química que había entre las dos no nos la quitaba nadie. Pero ella comenzó a salir con más personas y yo inicié un dolor en silencio: tenía que acallar el amor y la pasión que se me desbordaba cada vez que la miraba detrás de la pantalla del celular. Cada vez que veía su hermosa sonrisa, sus ojos somnolientos, su cabello alborotado… todo lo que una persona daba por sentado teniéndola cerca, a mí me parecía de lo más maravilloso: sus enojos, sus berrinches, incluso, sus momentos de tristeza.
Un buen día tuve la oportunidad de mi vida: en la universidad me otorgaron una beca para estudiar en el extranjero. Sabiamente escogí su país. Aún recuerdo cuando se lo conté: su grito casi me deja sorda. Quizás, estaba tan emocionada que pude descubrir un brillo en sus ojos…
Cuando llegué al aeropuerto, ella me hizo un recibimiento cliché, pero lo que más me encantó fue que por fin estaba entre mis brazos: ahí supe que ese era mi lugar en el mundo, con ella a mi lado enfrentaríamos a todo y a todos. Ese recuerdo sin duda quedará grabado en mi memoria para siempre, pues supe que ya estaba enamorada, totalmente jodida en el lenguaje de los otros, de los que se niegan a este sentir.
Honestamente no me esperaba nada de lo que pasó después. Comimos entre risas y miradas, vimos películas toda la tarde; yo la mimaba demasiado y solo pensaba en una cosa: era ella. Me quedé dormida entre sus brazos y cuando desperté ella había preparado la cena.
Una vez que terminamos ella se acercó a mí y me abrazó tiernamente. Me dijo al oído “no te vayas”. Ahí me congelé por completo, había olvidado hasta hablar. Ella sonrió y entonces me besó, me besó con esos labios que tanto ansié probar. Poco a poco la ropa nos estorbaba: sin dejar de besarnos, ella me condujo hacia su habitación. El calor estaba aumentando y una a una de nuestras prendas nos deshicimos. La tumbé en la cama y besé todo su cuerpo, disfrutándola, queriéndola un poquito más. Hice un recorrido de besos desde su boca hasta su sexo, pasando por sus senos y su ombligo para llegar a mi destino. Olía tan bien, pero quería que todo fuera lento y un tormentoso para ella: besé sus muslos, los recorrí con mi lengua y les hice pequeños mordiscos. Después de varias súplicas de ella, rocé mi boca con su sexo, ella suspiró pesadamente; entonces recorrí con mi lengua toda su entrepierna, y ella comenzó a gemir. Abrí mi boca y metí mi lengua a su sexo, ahora sí ella estaba perdida en su mundo. Con mi lengua a dentro jugué con ella, estiré mis brazos y apreté sus pechos para que se sintiera tocada… manoseada y su lado sexy saliera por fin. Me tomó de mi cabeza y me empujó más a su entrepierna, gustosa le seguí haciendo el sexo oral de su vida: sus gemidos eran una melodía de otro mundo, de ese tipo de música compuesta para las pocas personas que puedan solo sentirla…
Se vino una, dos, tres, cuatro veces… sinceramente ya había perdido la cuenta, pero no me importaba, realmente esto valía la pena tanta espera. Entonces, subí hacia su boca y la besé, haciendo que se probara ella misma. Me puse encima de ella, a modo de que nuestros sexos se tocaran, y comencé a moverme lentamente: ella rogaba por más y siendo fiel a sus demandas, me moví como loca sobre ella. Nuestros gemidos se hacían uno solo y se fundían en la habitación, en esas cuatro paredes que eran testigos del amor que emanábamos.
La hice mía varias veces, ella rasguñó mi espalda y terminamos la noche abrazadas. Me encantaba cómo era. Ella se quedó inmediatamente dormida después de nuestro beso de “buenas noches”; yo me quedé admirando su perfil, acariciando su rostro, como esas escenas típicas de las películas, cuyos personajes se quedan embobados en un pensamiento abrazador: el fijo enamoramiento en la misma noche en que los cuerpos fueron uno.
Y acá estoy, escribiendo, soñando despierta, mientras ella sueña dormida. Supongo que este amor no pasará de esta habitación… es un amor prohibido, un amor no aceptado que corrompe con la diferencia de edad y el género.