Lo peor de la noche suele ser la mañana

La vanidad a veces se paga caro. Una chica paga el precio dos veces en la misma noche.

Erika está sentada, en una callejuela indecente, un día domingo a las 9 y algo de la mañana. Tiene las manos sobre su rostro, y llora desconsoladamente. Nadie pasa aun por la calle, pero el sol empieza a salir, de modo que muy pronto ella quedará expuesta ante las miradas de quien pase por ahí. Quisiera no estar ahí, que se la tragara la tierra, cualquier cosa pero no estar ahí tirada. Pero no es posible y, sin ganas de moverse, se pone de pie y camina hacia su casa, pensando en que no quiere encontrar a sus padres despiertos ni explicarles nada.

Todo empezó anoche, cuando Erika salió a bailar con un par de amigas. Ella tiene 22 años, trabaja como vendedora en un centro comercial, y es ciertamente una chica muy atractiva: rubia, alta, con un par de kilitos de más, pero de cuerpo muy bien formado. Tiene un par de pechos generosos y firmes, como para meter la cara en ellos y perderse, y un culo grande y respingado. Sabe que es deseada por muchos hombres, y se viste para hacerlos babear; hoy se ha puesto una camiseta negra, muy ajustada y escotada, que deja lucir su ombligo, y un jean entallado, que realza su hermoso trasero. Es la más guapa de sus amigas, y rápidamente sobresale entre ellas.

El local al que van, como todos, está lleno y las chicas avanzan lentamente, apretujándose entre la multitud. Erika tiene la idea de ir a bailar, coquetear con algún muchacho, y quizás terminar "agarrando" (eso que los españoles llaman ligar) si ella quiere. Nada más entrar, un muchacho se les acerca, y charla con ella un momento. Es guapo, más alto que ella y con cara de buen muchacho: dice ser estudiante, y saca a Erika a bailar. Ella lo sigue, riendo, mientras sus amigas buscan un espacio libre dentro del local.

Rafael, que así se llama el chico, parece estar embobado con Erika, y ella aprovecha para bailar algo más sensualmente, dejándolo ver su escote, o pasarle un brazo por la cintura. Ella cree que controla la situación, y juega con el chico, que la busca y la hace sentir sexy y deseada.

Al rato le dice que está con unos amigos, y la invita a su mesa. Erika busca a sus amigas, pero no las encuentra y, engreída, tampoco se esfuerza mucho, porque quiere ser el centro de la atención de todos los chicos. Rafael la lleva sin mucho esfuerzo, y pronto se halla sentada con él y sus tres amigos. Ellos la saludan, y la miran descaradamente, lo que a Rafael parece no importarle mucho. Erika sonríe a todos, se deja mirar y ríe con sus bromas, que a medida que las copas pasan ya van subiendo de tono.

Los chicos la sacan a bailar, y Erika coquetea con todos, se va dejando abrazar, estrujar y con alguno se da un pequeño beso, que ella cree que nadie ve. Erika está alegre, y algo caliente también. Está feliz siendo cortejada por todos, y por sentirse la reina de la noche. Los chicos la tratan con familiaridad, la acarician y ella se deja hacer, bromeando por ser la única chica entre ellos, y diciendo que tiene un harem para ella sola. Cuando ya se hace tarde, y sus amigas hace rato se fueron, Rafael le propone ir a su casa, con los chicos, para tomarse el último trago. Ella sabe que no debería, pero la sensación de ser única y deseada es más fuerte, de modo que acepta.

Se suben al auto, con Erika atrás, entre dos de los amigos. El camino es largo, y ella se va recostada en el hombro de uno, quien al poco rato le esta sobando una teta, por encima de la camisetita. Los demás no dicen nada, y Erika siente la mano del segundo chico en sus piernas, y luego en su trasero, por debajo del jean. Se acomoda, para dejarlo manosearla, y también se deja besar por el que le mete mano en los pechos. Ya está entregada, y sabe que esta noche será larga y caliente. Rafael, que va adelante, la ve y se ríe, comentando que va bien atendida en el viaje: los chicos ríen, y Erika sabe que están pensando que se la van a follar todos, y que piensan que es una putona, pero es muy tarde y está caliente ya. Se deja quitar la camiseta en el auto, y el propio Rafael la toma del pelo para, sin rudeza ninguna, llevarle la cara al asiento de adelante y besarla largamente, mientras los otros chicos le desabrochan el jean.

Cuando los chicos de atrás se abren los pantalones, ella les acaricia las vergas, pensando que las tienen grandes y que ellos son atractivos. Rápidamente uno de ellos le toma la cabeza, y la agacha para hacerla chupar. Erika obedece, mientras el otro le manosea la concha, pasándole dos dedos, rápidamente, de arriba abajo, por los labios vaginales, y humedeciéndola toda. Ella gime despacito, y se come el miembro del amigo, como desesperada. Ya no entiende nada, solo sabe que está caliente y que quiere mucho sexo esta noche.

El que conduce protesta, dice que él también quiere, y ella, como una tonta, le dice que ya le tocará. Los chicos ríen, y el de atrás (¿o es Rafael? Erika no sabe) le palmea las nalgas, junto con manosearla. A ella jamás le habían pegado en el culo, pero la excita mucho que la traten así, justo en un vehículo y con desconocidos. Cuando llegan por fin, entran al departamento de Rafael, en un modesto edificio sin conserje. Erika pide su ropa, pero los chicos se bajan rápidamente con la ropa en sus manos. Es muy de madrugada, y a Erika le da vergüenza gritarles y que alguien pueda oírla, así que los sigue apresuradamente, y rogando porque nadie la vea, solo con calzones y zapatos. Está molesta por la broma que le han hecho, pero Rafael la abraza y besa antes de que ella reclame. Erika se deja hacer, y se deja meter la lengua en la boca, mientras el chico le baja los calzones casi al llegar a la puerta, de modo que ella entra en la casa a culo pelado.

Al entrar, están todos los chicos vestidos, y ella tiene los calzones en las rodillas. Sabe que se ve ridícula, pero ellos la miran con hambre, con deseo, y es el que condujo el auto el que se pone de pie, para tomarla de un brazo y llevarla hasta el sillón donde está sentado. La hace arrodillar frente a él, y saca su miembro, mientras Erika abre la boca para chupar, enloquecida de la calentura. El muchacho toma la cabeza de Erika, la mueve adelante y atrás, rápidamente, y ella se humedece al sentirse así, mientras los demás se desvisten, y uno de ellos ya se acomoda tras su culito, para acariciarla, y palmear sus nalgas. Erika sabe que e la van a follar de inmediato, y se estremece al sentir la verga del chico rozando sus sexo. El chico empuja, y empieza a penetrarla, lentamente al principio, pero acelerando rápidamente. Ella está caliente, y mueve sus caderas, mientras los chicos ríen y dicen que le gusta, que a esta hay que tratarla así. Erika se enciende al oírlos hablar de ese modo. Ahora está en el centro de la sala, con un chico cogiéndosela desde atrás, y otros tres delante de ella, desnudos y con la cara llena de risa. Rafael la toma del pelo, y la hace levantar para chupársela, primero a él y luego a los amigos. Le manosean las tetas, le pellizcan los pezones, y alguno le cachetea la cara, pero Erika no quiere protestar, solo se siente caliente y entregada. Sabe que va a avergonzarse mucho de esto luego, pero ahora solo está sintiendo placer.

Otro de los muchachos se tiende en el piso, y son dos los que se la follan ahora. No le pide permiso ni nada, solamente dice "muévete, zorrita", mientras ella se acomoda para que él quede debajo suyo. Los dos que están dentro suyo se mueven, volviéndola loca: si el de detrás la toma d los hombros, o le nalguea el culo, el de debajo se dedica a sus tetas, mordiéndolas, lamiendo los pezones y succionándolas a veces, como si fuera un niño. Todo esto sin dejar de martillarla allá abajo, ni que los otros le tengan la cabeza tomada, y le follen la boca por turnos.

Los chicos se burlan de ella, la llaman zorra y putona, le ordenan que los mire mientras lo chupa, o que levante el culo para follarla. No sabe cuántas veces se turnan para usarla, ni cuantas veces le acabaron encima –en el culo, en la boca, en la cara, y después la hacían limpiarse, diciéndole que estaba sucia cuando ellos la habían manchado-, ni en cuantas posiciones la ponen. La cogen sobre los sillones, con las rodillas sobre el asiento y las tetas colgando fuera del respaldo, teniéndola tomada de los brazos, y tirándola hacia atrás, con embestidas brutales, mientras otro la sostiene de la cabeza, para hacerla mamar y para dejarla pegada al sillón. Alguno le escribe una palabra en la frente, con un marcador, y Erika toma nota, para recordar borrársela antes de salir.

La pusieron luego sobre una mesa, boca arriba, con los chicos sujetándole brazos y piernas, mientras uno de ellos la cogía brutalmente, mordiéndole los pechos indefensos o besándola con ferocidad, metiéndole la lengua en la boca. Erika estaba como ida, se dejaba hacer cualquier cosa y ya había perdido la cuenta de sus orgasmos. Cuando la dieron vuelta, para ponerla boca abajo, sintió dos dedos envaselinados forcejeando por entrar en su trasero. Erika era virgen de ahí, y protestó, pidiéndole a Rafael que no lo hicieran, que ella se prestaba a todo, que por ahí no. Rafael le contestó de la manera más simple:

-Cállate, tonta.

Y siguió afirmándola con fuerza del brazo.

Erika no quería ser cogida por atrás, imaginaba que le dolería muchísimo, y le daba vergüenza entregar su virginidad anal sobre una mesa en un departamento desconocido. A ella le gustaba calentar, pero nunca había llegado tan lejos, y siempre había controlado las situaciones. Ahora, en cambio, no podía controlar ni su propio culo. Los chicos le metieron sus calzones en la boca –y pensó, humillada pero sin perder la calentura, que hasta su ropa interior se volvía contra ella-, y el que estaba detrás suyo empezó a embestirla, despacio, pero sin detenerse.

El chico no fue rápido, en un principio. Sólo metió el glande, y luego fue empujando muy lentamente, Erika sostenida por las caderas, metiéndolo cada vez más, avanzando un poquito, deteniéndose, y luego ganando otro poquito de terreno en su esfínter, que intentaba inútilmente defenderse. Ella sentía cómo estaba siendo derrotada, como vencían en su culo, centímetro a centímetro, y también como estaba gozando la follada, y también la humillación y la vergüenza. Trataba infantilmente de disimular su placer, pero rápidamente se le escapaba un gemido, que hacía reír a los chicos y a ella indignarse, sufrir la afrenta de ni siquiera poder esconder su excitación.

Ya la estaban follando duro por el culo; el muchacho la sostenía por los hombros, y le estaba dando más rápido y fuerte. Erika llora, de dolor y de placer, mientras alguno le pellizca las nalgas, o le busca el botoncito, para masturbarla. La chica se retuerce, como un pez vivo, pero su boca emite gemidos ahogados, que dan cuenta inequívoca de su placer.

Por supuesto, todos se turnan para follarle el culo. Erika está destrozada, física y espiritualmente. Se siente tonta, incapaz de defenderse, pero cuando olvida eso y se deja llevar, es cuando goza más… Por momentos quisiera ser un animal, no pensar y solo ser carne sin cerebro, y que la gozaran.

Los chicos se cansan al fin (ella está exhausta), y mientras alguno se va a dormir, ella se queda desnuda, sentada en las piernas de Rafael, quien la besa y acaricia, casi con cariño. Erika se siente bien con él, olvida que la usaron, y solo se dedica a ronronear, casi como un gato, mientras él la besa dulcemente, o le acaricia el culo, y los chicos que siguen despiertos se preparan un trago y charlan. Alguno la nalguea al pasar, o hace comentarios del tipo "qué rica estuvo la mina" o "bien caliente la putita esta", como si Erika no estuviera. Rafael a veces también comenta, y ella solo esconde la cara en el pecho de su amigo, como si eso fuera a evitar que uno de los chicos diga que lo que más le gustó fueron las mamadas, o que le pregunten directamente si era su primera vez por atrás, o si acaso le gustó por el culo. O si pudiera evitarse la degradación de tener que decir que sí, que le gustó que cuatro desconocidos la follaran.

Al fin se hace ya muy tarde, está aclarando, y Rafael le dice que se tiene que ir. Erika reclama, claro, está acostumbrada a que la traten de otro modo, a que le pidan quedarse y ella decir que no, que la vayan a dejar a casa. Además, después de todo lo que les dio esa noche, esperaba ser especial, y este chico se ha levantado y busca su ropa sin siquiera pedirle el teléfono. Ella esperaba otra cosa, y hace un mohín estúpido diciendo "¿quieres que me vaya?" Él se ríe, y ella aprovecha para buscar una tarjeta de presentación –una amiga se las imprimió y Erika está orgullosa de sus tarjetas- y entregársela a su amigo. Rafael, claro, estalla en carcajadas cuando ve la tarjetita cursi y rosada, con un teléfono y un email. La saca casi a empujones, a medio vestir, con su carterita boba y sin sostenes, porque no los encontró. Ella tiene ganas de llorar: ni siquiera le preguntaron si tenía dinero para el bus. Se siente muy tonta, usada y lo que más rabia le da es haberse calentado tanto con esos desgraciados.

Camina unas cuadras (ya es de mañana) y busca un bus que la lleve a su casa, cuando al pasar frente a una vidriera puede leer, horrorizada, la palabra "PUTA" escrita en su frente, con letras enormes. Claro, ella recuerda que le escribieron algo, pero lo olvidó y con el apuro que la echaron, no se fijó en nada. Durante el trayecto, solo se cruzó con una vieja beata que la miró espantada –Erika pensó que por su facha- y ahora busca en su bolso desesperadamente algo con qué taparse, porque ya no puede borrarlo. Por suerte tiene un pañuelo, que no es muy lindo pero servirá. Hace parar el bus y se sube nerviosa, temiendo que alguien pueda leer lo que lleva escrito en la cara.

La chica se sienta, y al recordar la noche llora, despacio y sin escándalo, pero firmemente. Llora un rato largo, tanto que ni cuenta se da cuando hay un muchacho sentado al lado de ella. El chico debe venir de una fiesta también, y la abraza por los hombros, mientras le dice que no llore, que se calme, que esté tranquilita. Ella solo se aferra al chico, que al menos demuestra consideración, y llora copiosamente. Él no le pregunta nada, solo le acaricia el pelo y le dice que una chica tan linda no debe estar así, mientras Erika sonríe con toda la cara al oír el piropo, y el se sonríe para adentro, como un lobo.

Conversan unos minutos, y pronto el chico, que aun no ha dicho su nombre, avanza un comentario sobre el lindo pelo de Erika, quien solo sonríe y se deja acariciar los cabellos. Luego viene un beso dulce, muy suave y delicado, al cual siguen otros más, cada vez más ardientes.

En algún momento, abrazados los dos, el joven le dice "Bajémonos aquí". No es cerca de donde baja Erika, pero eso no le importa, y se deja llevar de la mano sin preguntar, fascinada por su nuevo amigo. Caminan riendo, y se detienen para besarse debajo de los árboles, mientras empiezan a pasar los primeros transeúntes del domingo. Sin darse cuenta, están en una callejuela solitaria, sentados sobre una viejísima banca, recuerdo de tiempos mejores. El chico está metiéndole mano a Erika en las tetas, y ella no le dice nada, porque no quiere que él se enoje ("él no tiene la culpa de nada, solo quiere divertirse", piensa), y el chico le tiene muy subida la camiseta, comprobando lo que ya sospechaba: ella no lleva sostenes. El chico, en algún momento, se pone de pie frente a ella y saca el miembro de su pantalón. Erika ya sabe lo que debe hacer, y empieza una larga y profunda mamada, lamiendo y besando, con calma. Él le acaricia el cuello y el pelo, sin tironearla, y ella se deja hacer. Oye los gemidos apagados del muchacho, y se pone contenta de hacerlo feliz, asi que redobla el esfuerzo, y lo mama de arriba abajo, tragándose la verga del chico una y otra vez.

Ella, por supuesto, piensa que el chico le va a avisar cuando acabe, de modo que no presta atención a los primeros espasmos. Cuando ya es evidente que él acabará sin avisarle, intenta retroceder, pero la tiene firmemente agarrada de la cabeza, y oye que él le dice "trágatelo todo, puta". Ella siente, espantada, su pañuelo a la altura del cuello, y cae en la cuenta de que hace rato se le ha corrido, y que ella lo miraba con dedicación mientras se la chupaba con la palabra "puta" escrita en la cara.

La acabada es violenta y larga, y el tiene la verga casi en su garganta. No puede evitar tragárselo todo, aunque intenta escabullirse, y mientras hace arcadas puede ver la cara de satisfacción del muchacho que no ha dicho su nombre, y que se sube el cierre sonriendo, y luego se va, solo diciendo "Gracias, perra, estuviste estupenda" a modo de despedida. Él se va y Erika comprende que otra vez fue tonta, que otra vez la usaron y siente que las paredes de la callejuela la miran y se ríen silenciosamente de su desgracia.

Como una Magdalena, Erika hunde la cabeza entre las manos y rompe a llorar.