Lo normal y lo anormal

Una descomposición de estómago pone a un vanidoso hetero en brazos de un vecino homosexual.

No sabía cómo aquello había podido pasar. Yo en mi propia cama, medio desnudo, abrazando a un tipo que casi no conocía y chupándole la polla! El tipo no era lo que se dice muy hermoso, pero tenía una polla sabrosa, caliente y palpitante; todo él era cálido y amable, gordito, sin mucho pelo, suave, y era amable conmigo y me hacía sentir bien...

Todo había sido como un sueño desde hacía varios días. ¿Cuántos días habrían pasado en realidad? Aquella semana iba a ser como todas, agitada en el trabajo y con las noches solitarias de un divorciado con poca suerte. El sábado precisamente había hecho la compra de la semana y lo encontré a él en la carnicería; como siempre bromeé y tomé al pelo a la carnicera y a él y a otros clientes; siempre desempeñaba el papel de divorciado alegre, cínico, como por encima del bien y del mal. Era un papel que me gustaba y que se ajustaba tan poco a mi realidad más íntima como otros tantos que debía realizar en el trabajo y en mi vida cotidiana: trabajador aplicado y serio dispuesto a hacer más horas en el despacho que un reloj; amante padre de familia que se divertía muuuuuucho con sus hijos en las atracciones y comprando chucherías, galán presumido con las compañeras de trabajo... De hecho mi vida era un fracaso y nada de lo que había hecho ni de lo que hacía me satisfacía ni un ápice...

El domingo quedé en casa deambulando medio desnudo sin ganas de escribir el informe que tenía pendiente y encontrando tres mil excusas para dejarlo a cada momento. Cuando me sentaba al ordenador no podía dejar de jugar al solitario o navegar por las web porno que me entretenían y me frustraban al mismo tiempo. Pero esa noche sólo me la casqué un poco, no quise correrme, quería conservar mi leche para el día siguiente; con cualquier excusa me largaría a una de esas saunas donde compras un poco de sexo y después de una corrida más o menos gloriosa le explicas tu mierda de vida a una chica llorona que te escucha con ganas de que te largues cuanto antes...

Pero todos los planes se torcieron por una mierda de dolor de estómago. Una auténtica mierda. Pasé la mitad de la noche sentado en la taza del wáter y la otra media intentando vomitar. Ya de madrugada lo conseguí y caí rendido, febril en la cama. No sé ni cómo conseguí llamar al despacho que estaba enfermo y salir de cualquier forma a comprar suero. A partir de entonces todo se reduce a sudar en la cama y a acudir sistemáticamente a soltar una diarrea asquerosa que me estaba como vaciando. El suero tenía un sabor asqueroso pero tenia que tomar algo para no deshidratarme. Por suerte no volví a vomitar. No sé cuanto tiempo pasé así; no diferenciaba el día de la noche y me dolía el estómago y la espalda y no conseguía dormir, aunque la mayor parte del tiempo la pasaba en un sopor medio consciente. Creí oír el teléfono varias veces, pero no respondí; a la mierda todos...

Hoy de mañana me sentía mucho mejor, pero no quería ir al trabajo aún. Era como si hubiera perdido la costumbre ya. Hay que ve cómo se acostumbra uno fácilmente a no hacer nada. Y sonó el teléfono. Contesté con la voz más horrible que encontré pensando que sería del despacho... pero me equivoqué; de hecho nadie ahí me echaba en falta... "Hola, soy Ángel" creí escuchar a una voz medio angelical... quedé tan estupefacto que ni contesté..."Ángel, tu vecino, que nos encontramos en la carnicería..." creo que murmuré algo así como Ahhh, si? y prosiguió "Cómo te encuentras, estás mejor? Te vi correr a la farmacia el lunes y desde entonces no te he visto más. Te he llamado algunas veces pero no respondías... y estaba preocupado... viviendo sólo... quieres que te ayude en algo... Perdona, no quiero molestarte..." Le dije que no, que no me molestaba, al contrario, que agradecía su interés, claro y que podría comprarme unas manzanas, cuando pudiera, si quería, claro. En fin, como él esta semana no trabajaba vendría enseguida, si no me molestaba...

Me levanté rápidamente, cambié las sábanas y me duché rápidamente y sin saber muy bien porqué. Justo estaba gozando del placer raro de colarme entre unas sábanas limpias con olor a suavizante que sonó el timbre. Ni siquiera percibí que iba solo en shorts con los que dormía habitualmente, estaba aún algo mareado y abrí la puerta. Y ahí estaba él, Ángel, gordito y sonriente con una bolsa de supermercado en las manos. Le hice pasar y dejar la bolsa en la mesa del comedor, pero me tenía que estirar de nuevo por lo que sin pensar me encontré con él en mi cuarto y me tendí en la cama. Él, solícito, cerró la ventana murmurando que había refrescado y me iba a enfriar. Como mi única silla estaba aún con las sábanas sucias le hice sentar en la cama y quitándose los zapatos se sentó a poyándose en la cabecera, a mi lado. Imperceptiblemente me acerqué a él, me gustó su calor, su compañía. Sin saber ni cómo, ni porqué recosté mi cabeza en su pecho y con mi brazo derecho rodeaba su gran cuerpo al tiempo que le agradecía su bondad. Sentí su brazo en mi espalda estrechándome a él y me sentí muy a gusto. Sin casi darme cuenta le dije que me gustaría estar así mucho tiempo y le di las gracias de nuevo. Él me apretó más y comencé a acariciarle el pecho; tenía unas buenas tetas y sus tetillas respondieron al acto a mis caricias poniéndose duras y tiesas. Aunque yo acariciaba su tetilla derecha percibí cómo la izquierda también se marcaba bajo su camisa, junto a mi boca y no sé porqué y cómo empecé a mordisquearla viciosamente. Notaba como su pecho se inflaba y desinflaba como un fuelle pero a ritmo cada vez más rápido mientras le oía suspirar levemente y me seguía apretando contra él.

No sé cuánto tiempo duró este acercamiento imprevisto e impensado; desde hacía unos días, no sé cuántos, el tiempo parecía no existir o no sentirse su paso, al menos. Me di cuenta de pronto que su mano había penetrado en mis shorts y estaba acariciando mis nalgas y descubrí con horror que me estaba gustando. No sé si fue o fui yo mismo quien desabrochó su camisa, pero mi mano podía recorrer su torso blanco y gordo. Había mucha carne. Se dejó deslizar lentamente hacia mi lado hasta quedar totalmente tendido a lo ancho de mi cama y yo me acomodé más sobre su pecho y pasé mi pierna izquierda sobre su derecha y fue cuando noté su gran erección. No tenía una polla muy grande, o al menos no lo parecía comparada con su gran cuerpo, pero la tenía tiesa hacia el techo y me apeteció acariciársela. Como un resorte él buscó mi boca y empezó a besarme con pasión. No supe qué hacer, y no hice nada, simplemente paladear su saliva, mordisquear su lengua, devolver sus besos.

De nuevo el tiempo se detenía en la reiteración de la acción de besarnos, cómo si no existiese nada más en el mundo que eso. No era pasión, ni romance; eran dos soledades que intentaban ahuyentarse la una a la otra. El tiempo se marcó de nuevo cuando se desprendió de golpe de sus pantalones y calzoncillos y me arrancó el short. Sin dejar de besarnos aproveché nuestra mutua desnudez para trepar sobre su cuerpo; recordaba una de las últimas películas de Orson Wells en las que vi una escena parecida, claro que ahí yo creo que era Jean Moreau... Pero cabalgaba aquel cuerpo cálido y suave desparramado en mi cama y el sudor lubrificaba mis movimientos y varias veces mi culo chocó con su polla hasta que la acomodé entre mis nalgas y él empezó a masajearme el culo. Con sus manazas apretaba y abría mis nalgas y su polla recorría mi raja. Yo me sentía hundido en un mar de carne cálida y apetecible y disfrutaba de mil sensaciones que nunca había sentido. Siempre había pensado que si hacía el amor con un hombre sería con Brad Pitt o Keanu Reeves, pero nunca habría imaginado lo que estaba pasando. Pero estaba pasando y me gustaba. Ya habría tiempo (quedaría tiempo en algún lugar?) para pensar y ordenar los pensamientos, después.

Era cómo si navegara en un mar cálido. Y los besos de Ángel me gustaban y sus caricias anales aun más. Sentí que quería cambiar de posición; pensé que mi peso le aplastaba, pero no quería moverme; tenía miedo de que el hechizo se rompiera. Pero al fin me tiró a la cama y me puso en cuatro patas y comenzó a comerme el culo, llenándome de saliva y dilatando mi esfínter con su lengua y con sus dedos y me tenía culeando como una perra en celo. De repente todo se volvió serio cuando de golpe me penetró y yo sentí algo que no sé explicar y chillé... Y me envolvió con su cuerpo y sin sacar su polla de mi culo me musitó palabras a mi oído que no entendí, pero que eran caricias para mí y me tranquilicé y me dejé hacer. Me penetraba con rapidez, golpeando nuestros cuerpos con furia y jadeando él como un elefante hasta que sentí una estocada mayor que todas las anteriores y algo cálido lleno mi recto... Y él cayó rendido a mi lado y yo me derrumbé apretando el culo para no manchar las sábanas (no sé porque si yo vivía solo y podía manchar lo que viniera en gana) y me encontré llorando lágrimas silenciosas. Sentía que había sido violado, pero violado a gusto. Sentí que había descendido un nuevo escalón en la cadena de desastres de mi vida, sentí que era una mierda, la última mierda en la que un hombre puede convertirse...

Entretanto él estaba ajeno a todo eso. No podía ni imaginar qué estaría yo pensando. Estaba tratando de recuperar la respiración. Me dio un azote en el culo y me pidió que le acompañara al baño, que había que limpiarse. Automáticamente respondí, llevando de la mano a aquel gordinflón hacia mi bañera. Entramos los dos y conecté el agua caliente; él hizo las mezclas hasta encontrarla a su gusto y me limpió como a un niño pequeño, me enjabonó todo y se enjabonó él; se detenía especialmente en mi culo... Yo me dejé hacer todo, menos besarme; estaba frente a él con los ojos cerrados, fingiendo (una vez más) que el agua me molestaba. Me sequé y fui a buscar una toalla para él, la mayor que tenía y mientras el se secaba fui a ordenar mi cuarto, recuperé mis shorts y me tumbé en la cama y apreté los ojos para dormirme.

No me dormí, pero no me moví tampoco. Escuché sus torpes movimientos al vestirse y hacia oídos sordos a sus propuestas de ayuda y de conversación de cualquier tipo. Al final dijo que debía irse, me estampó un beso en la boca, que no abrí, y se fue diciendo que volvería...

Ahora mismo quiero morirme y que me encuentre muerto al volver. Que deban llamar a los bomberos para derribar mi puerta y lleve tres días en descomposición. Al menos ya que me muero, apestoso...