Lo necesitaba

Necesitaba sexo y lo encontré en mi mejor compañera de trabajo.

LO NECESITABA

Llevaba poco tiempo en la empresa pero había hecho ya bastante amistad con todos, especialmente con Claudia, extraña mujer que se dedicaba mucho a quien le hablaba. Era de esas personas que no sabes porque te inspiran más confianza y terminas contándoles cosas que luego no sabes realmente como has sido capaz. La verdad es que siempre había sentido a Claudia muy cercana, desde el primer día de trabajo.

Aquella mañana había demasiado trabajo y muchas cosas que terminar, así que bajamos a la cafetería por turnos en grupos y no todos juntos como siempre. Yo andaba apurado e iba a bajar el último. Pensaba que bajaría asolas pero Claudia se acercó y dijo que la esperara si yo terminaba antes, que solo quedábamos los dos por tomarnos descanso.

Aquella mañana de jaleos y trabajo hasta arriba solo era la culminación de unas semanas agobiadas y extrañas que llevaba dentro y fuera del trabajo. Por supuesto empecé a quejarme de ello y Claudia me escuchaba atenta y me calmaba como solo ella sabía hacerlo. Ella era diferente.

–Hay que joderse con este último cliente, creo que no nos caímos bien desde el principio y llevo una mañana… –decía yo.

–Pero si eres encantador –dijo ella–. Que no lo digo yo solamente –añadió–. Que lo sé por los clientes también ¿Qué cliente es? –preguntó finalmente.

–Mario J. –dije seriamente recordando su voz.

–Ah, no le hagas mucho caso, nadie le hace mucho caso, no te preocupes más de la cuenta, lo digo en serio –explicó ella que llevaba mucho más tiempo y conocía a todos.

–Gracias –no tenía ninguna respuesta más para ella.

La miraba. No podía creer que con aquel talento para las personas y lo atractiva que era para su edad estuviera soltera. Nunca se había casado ¡pero si hasta un tipo como yo se había casado! De ojos oscuros pero profundos y cabello ondulado rebelde, era como u ángel que me salvaba cada día que lo necesitaba.

–Venga, estás muy tenso hoy, necesitas relajarte un poco –sus ojos no se separaban un instante de los míos y yo solo veía como sus labios se movían con la mejor intención del mundo pero por un momento pensé en besarla. ¡Que locura!

–No sé lo que necesito –dije pensativo.

–Necesitas un buen masaje relajante –me guiñó el ojo.

–Provocador pero… –hablé sin saber que iba a decir.

–Me refiero a que te lo dé tu mujer, pillo, que eres un pillo –rió. Siempre sabía como quitarle hierro al asunto.

–Claro –reí irónico–. ¡Uf! Si es que no es solo esta mañana –añadí–. Es que llevo un par de semanas que incluso fuera del trabajo. Yo… –me escuchaba y sentía que tenía ganas de seguir hablándole–. Bueno, mi mujer y yo que no estamos muy comunicativos, no sé que le pasa y tampoco quiere contarme y me vuelve a mi igual de frío y distante. Así que si hablamos de masajes… –continué desahogándome–. ¡Por Dios! Si ya no recuerdo cuando fue la última vez que… –me detuve–. ¿Por qué sois tan obstinadas las mujeres? Perdona, no sé porque te cuento esto –tampoco sabía porque, pero decidí callar.

–No te preocupes, puedes contarme lo que quieras, me alegra que confíes en mi –me acarició el brazo un instante muy breve que me reconfortó–. Ya sé que suena tópico, pero tienes que hablar con ella, no dejes que pase más tiempo, aunque tenga que llorar hazla hablar os irá bien a los dos –su voz dulce era tranquilizadora al menos. Volví a pensar en sus labios, especialmente rosa y cálidos aquella mañana.

–No creo que funcione –dije–. Hoy es jueves y esta noche o mañana por la mañana tiene decidido ir a pasar el fin de semana a casa de su madre porque quiere reflexionar unos días –el rostro de Claudia era aun extraño pero bello poema–. Así que si tengo que cocinar yo… ¿tienes el teléfono de los bomberos? –sonreí, tampoco quería hacer que ella se sintiera mal.

–Jajaja –rió ella– y si no, pues me llamas, que nadie se ha quejado nunca de las especialidades de Claudia en la cocina –puso cara de orgullosa cocinera.

–Gracias, lo tendré en cuenta, pero creo que sería un poco extraño –dije.

–Sí, lo siento –se disculpó–. Creo que ya deberíamos volver al trabajo, nos hemos pasado del tiempo permitido –añadió con cara de nueva disculpa.

Aquella mañana no volvió a tener el mismo color. Después de la conversación no conseguí centrarme en mi trabajo. Era como una tontería pero me daba igual todo sonreí como un niño a ratos y Claudia rondaba por mi cabeza como principal culpable. Me sentía como un chiquillo estúpido pero no quise darle más importancia de la que ya estaba tomando.

Por la noche las únicas palabras que crucé con mi mujer fueron: "ya está la cena" y "mañana por la mañana iré a casa de mi madre u par de días". No quise entorpecer el cauce de nada, no estaba por la labor de forzar situaciones de ningún tipo. Simplemente dormí y pensé que quizá tenía razón. Lo mejor era que pasaran esos días y todos nos relajáramos.

El viernes transcurrió sin mayores expectativas. Fue un día muy habitual, demasiado habitual si no fuera por Claudia. El baño de la empresa es común, las mujeres siempre se quejan pero en realidad a todos nos gusta encontrarnos por allí. Una de las veces que fui estaba cerrado y cuando iba a dar media vuelta se abrió. Claudia salía de allí, aún no la había visto aquella mañana pero estaba estupenda como siempre. Salía alisándose su falda y retocándose el cabello, pero al mismo tiempo me miraba.

Fue una sensación extraña la de su mirada. Era tan penetrante que sentí por primera vez un pinchazo de dolor al mirarla y recordé sus labios brillantes de la mañana anterior. ¿Me estaba obsesionando? ¿Qué me pasaba? Bajó su mirada y yo con ella. Ajustó el escote de su camisa delante de mí sin moverse, sin mediar palabra. Pude observar su canalillo sin ningún reparo, fueron segundos mágicos, eternos y vergonzosos.

–¿No vas a entrar? –dijo ella finalmente. Y entré en silencio y sonrojado.

A mediodía comí con los chicos como de costumbre y la tarde transcurrió tranquila, demasiado tranquila y sobria. Miré el teléfono móvil. Ni una llamada, ni un mensaje, de nadie. Solo pensé que al llegar me esperaba una casa vacía y solitaria. Me sentí ausente de mi ordenador y de mi trabajo unos minutos.

Llegó un correo electrónico: "¿Qué vas a cenar esta noche?". Era Claudia. Me pareció corto y contundente. El despacho de Claudia estaba en la recepción de la empresa y el mío quedaba al fondo. Miré a la pared como si pudiera verla esperar mi correo, pero solo había una pared. "Lo que tu quieras cocinar" empecé a escribir. Lo borré. ¿Demasiado atrevido?. No podía hacerlo. "No lo sé. Quizá llame a la pizzería" envié finalmente. Terminó la jornada. Yo salí de los últimos y ella ya se había ido. Ni siquiera había dicho nada más, ni siquiera se había despedido.

Fui a mi casa solitaria, me senté en el sofá y encendí la televisión por hacer algo, porque no le prestaba atención. Mi mente rondaba por infinidad de preguntas y planteamientos actuales y futuros. Necesitaba descansar y me quedé medio dormido. Sonó el timbre de casa y me despertó. Miré el reloj. Eran casi las nueve, tendría que llamar realmente a la pizzería ya. Fui a abrir la puerta y allí estaba Claudia.

–Hola –saludó efusivamente–. Mira lo que he traído –dijo levantando y abriendo una bolsa sin mirarme– queso, entrecot, salsa… –levantó la mirada de nuevo– espero que hayas traído vino –dijo finalmente con sonrisa.

Había venido muy guapa con el cabello recogido. Llevaba un vestido rojo corto y delicado. Sus pechos y su cintura eran un dibujo perfecto. Era una mujer bella pero nunca la había visto vestida como para una ocasión especial.

–¿Pero que haces aquí? –dije totalmente sorprendido sin dejarla pasar.

–Pues no tenía nada que hacer y supuse que tú tampoco, pensé que podía enseñarte a preparar una buena cena sorpresa –dijo un poco menos sonriente.

–Bueno, yo… –dije pensativo sin ninguna intención concreta.

–No importa –interrumpió ella–. Pensé que era una buena idea. Que tonta soy. Lo comprendo. No pasa nada –añadió explicándose a sí misma de forma nerviosa.

Miré disimuladamente el entorno. Solo había un vecino ocupado con sus plantas en el edificio de enfrente. Mi silencio hizo que ella diera media vuelta para irse pero la cogí del brazo y la estiré ligeramente hacia el interior. Ella siguió mi movimiento y cerré la puerta. Pasamos hasta la cocina en silencio y ella dejó las bolsas y me miró. Suspiré inquieto pensando que podría pasar y ella se apoyó en la mesa con la mirada expectante como si esperara que yo dijera algo.

–Mira Claudia, no quiero que te enfades ¿pero que crees que puede pensar la gente si vienes a mi casa un viernes por la noche cuando mi mujer se ha ido? –me sentí realmente incoherente. Por una parte la deseaba y por otra veía un problema allí.

–Somos compañeros de trabajo y somos adultos, no tiene porqué pasar nada que no queramos, pero tampoco quiero que te sientas mal, me has dejado pasar y creo que debería irme –explicó con tono suave pero serio y volvió a incorporarse.

–Ese es el problema –dije mirándola fijamente. Estábamos muy cerca ahora y pude sentir su perfume que desprendía un olor a alguna fruta dulce y embriagadora.

–¿Cuál es el problema? –replicó confusa.

–Que no quiero que te vayas –dije muy despacio.

Mi frente se pegó a la suya y mis manos se apoyaron en su cintura. Ella no se movió y estaba mucho más tranquila que yo. Permanecimos unos segundos atravesados por nuestras miradas cercanas y sintiendo cercano nuestra respiración suave.

–Yo tampoco quiero irme –susurró. Y la besé.

Al principio fueron besos cortos que subían de intensidad pero el deseo se desató y de repente estábamos besándonos torpe y nerviosamente. Apasionados como chiquillos adolescentes disfrutábamos saboreando los labios hasta que el beso se volvió húmedo. Ella llevo sus manos a mi espalda y me acariciaba. Yo frotaba su cintura de arriba abajo chocando con sus pechos hasta que los recorrí apretándolos, sintiendo su sensualidad. Ahora estaba aprisionada de nuevo contra la mesa de la cocina.

Nuestras lenguas se habían perdido en un juego infinito que no conocía reglas de respiración. Solo pasión. Durante unos minutos fue el beso más largo e intenso que había dado en mucho tiempo, pero terminó. Bajé a su cuello y ella suspiró. Dejó caer sus brazos dejándose llevar y deslicé sus tirantes. Cayeron suavemente a media altura dejando al descubierto unos pechos desnudos que ansiaban más deseo. Bajé más y ella sacó los brazos. Me acarició con fuerza el cabello mientras yo mamaba de sus pezones cada vez más erectos.

Mis manos bajaron hasta sus muslos tersos y suaves. Un tirón suyo me hizo levantar la cabeza. Entre sus pecho vi sus ojos lascivos como nunca los había visto. Era puro deseo estaba casi agresiva, pero comprendí lo que quería. Subí de nuevo a su cuello besándola con fuerza y ella gimió. Mis manos levantaban su vestido lentamente mientras nuestras lenguas se encontraban de nuevo en una locura mojada por el inminente sexo que los dos estábamos deseando.

Sentí sus manos abriendo mi pantalón. Acaricié su culo y la ayudé a sentarse sobre la mesa. Mi erección ya no se podía ocultar más y sus manos cálidas rodearon mi miembro caliente sacándolo al exterior, acariciándolo, excitándolo hasta puntos que no recordaba. Dejamos de besarnos ella sonrió y mordió mi cuello sin dejar de masturbarme. Mis manos desplazaron su corto vestido hasta encontrar sus finas braguitas. Ella se recostó sobre la mesa y sus braguitas se desplazaron hasta caer en uno de sus tobillos.

Me rodeó con sus piernas y mi sexo frotaba su entrepierna que era una cueva de calor desesperado. Jugué con mis dedos en la entrada de su vagina caliente, en su pubis y recorrí su vientre. Amasé sus agradables pechos y pellizqué sus pezones. Ella gimió de nuevo y me incliné a besarla de nuevo. Ella se incorporó un poco, me besó y sus manos volvieron a mi pene que ya palpitaba. Lo dirigió ella misma hasta la entrada del placer y poco a poco entré dentro de ella fundiéndonos como mantequilla caliente entre pequeños besos y miradas que nos llevaban a otra dimensión.

Empecé un movimiento que ella imitó y respiró fuerte. Se incorporó de nuevo casi sentada agarrándose fuerte a mi cuello. La sostuve por su espalda y encima de la mesa follamos como animales en celo. Nos mirábamos de forma desenfrenada sin dejar de penetrarla, sus ojos pedían más y sus manos se marcaban en mi cuello con fuerza. El ritmo había descendido, su cuerpo me pedía los movimientos y yo obedecía, ahora la penetraba pausadamente y con fuerza. Ella gemía suavemente entrecortando la respiración a cada movimiento. Volví a dirigirme a su cuello, sabía que lo deseaba. Aceleré de nuevo las penetraciones y entre besos húmedos en el cuello lanzó pequeños gritos ahogado en mi oído.

La levanté de la mesa sin salir de su interior. Pesaba más de lo que creía pero ella se agarró fuerte como si no me fuera dejar escapar nunca. Con ella en el aire y abrazada a mi, me dirigí a la habitación que estaba en la puerta de al lado mientras me besaba y lamia el cuello ella a mi. Un escalofrío me recorrió y apreté su culo que aún se movía levemente inquieto.

Llegamos a la cama y caímos los dos. Yo me quedé debajo para no caer encima de ella y par sentirla con el control. Mi pene estaba palpitando al máximo y al descubierto. Pero su cueva húmeda y caliente volvió a mojarlo rápidamente en su interior. Ella apoyó las manos sobre mi pechó y me cabalgó con movimientos sensuales pero apasionados. Sus subidas y bajadas eran un recorrido rápido e insistente que no quería que terminara pero no podía evitarlo ya.

Con ella en el control, sus gemidos se hicieron más intensos, estaba muy mojada y parecía estar al rojo vivo su sexo. Sus piernas temblaron y yo no podía resistir más, estaba totalmente descontrolado y llevado por ella.

–Creo que voy a correrme –dije al recordar que los preservativos seguían guardados en la mesilla de esa habitación.

Ella salió rápidamente dejando mi pene duro y acalorado libre. Se dio la vuelta sobre mí ofreciéndome su maravilloso culo y empezó a mamar de mí con fuerza ayudándose de su mano. Sus labios suaves y húmedos anunciaban el final del placer. Saboreé su culo y lamí su sexo caliente que delataba haber nadado en cataratas de placer. Suspiró y yo gemí explotando. Mi pene salió de su boca en el primer chorro y ella lo dirigió a sus tetas moviéndolo rápidamente y haciéndolo expulsar todo el placer que había contenido durante mucho tiempo.

Las palabras ya no fueron necesarias. Nos quedamos un rato acostados en la cama, sintiendo aún el calor de cada uno. Después nos duchamos entre caricias y sonrisas, y finalmente preparamos la cena ya muy tarde. Después de cenar ella se quedó dormida en mi regazo en el sofá viendo la televisión y no nos movimos de allí. Se marchó muy temprano por la mañana.

NOTA: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.